La proposición del médico - Marion Lennox - E-Book

La proposición del médico E-Book

MARION LENNOX

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

La tragedia que había sufrido había hecho que la doctora Kirsty McMahon tuviera miedo del amor. Por eso, cuando conoció a Jake Cameron, un padre soltero y alérgico al compromiso y el médico más guapo de Australia, decidió que no debía permitir que la química que existía entre ellos llegara a nada más. Kirsty se mantuvo entretenida conociendo a toda la gente de la zona para así no pensar en el atractivo médico. Pero cuando la atracción se hizo incontrolable, se vieron obligados a replantearse las normas que ellos mismos se habían impuesto…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 171

Veröffentlichungsjahr: 2018

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Marion Lennox

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La proposición del médico, n.º 2146 - julio 2018

Título original: The Doctor’s Proposal

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-623-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Cómo se llama a la puerta de un castillo medieval? ¿Y qué hacía un castillo como ése en una apartada comunidad pesquera australiana?

La doctora Kirsty McMahon estaba preocupada y cansada. Comenzó a llover, las puertas del castillo parecían cerradas a cal y canto y ni el timbre, ni cuando tocó a la puerta con fuerza lograron que obtuviera respuesta. Entonces gritó, teniendo la misma fortuna.

Suficiente. Había sido una estúpida al ir allí. Susie se estaba quejando de que tenía calambres. Su hermana gemela y ella encontrarían un hotel en Dolphin Bay y regresarían al castillo por la mañana. Si lograba que Susie regresara…

Pero entonces se quedó allí al oír ladridos dentro del castillo y se preguntó si alguien se estaría dirigiendo a abrir la puerta.

Las puertas se abrieron lentamente y un larguirucho perro marrón asomó el hocico, tratando de salir. Pero una mano, una mano de hombre, lo sujetó por el collar.

Kirsty se apartó. Aquel lugar parecía sacado de una novela gótica. El castillo estaba enclavado en una colina sobre el mar y había una leve niebla que hacía que todo pareciera misterioso.

–Boris, si saltas sobre alguien, te la vas a ganar.

Kirsty parpadeó. Aquella voz no parecía misteriosa, era… ¿agradable?

Pero cuando las puertas se abrieron por completo, se dio cuenta de que el adjetivo «agradable» no era suficiente.

El hombre que tenía delante era guapísimo.

Era alto y tendría treinta y pocos años. Tenía el pelo marrón y rizado, un poco despeinado, justo como a ella le gustaba en su hombre.

¿Su hombre? ¿Robert? Aquello casi le hizo sonreír y no le costó nada volver a fijar su atención en aquel hombre misterioso. Un hombre realmente atractivo…

Le enfadó darse cuenta de que estaba allí, delante de aquel castillo, teniendo pensamientos lujuriosos sobre un hombre que no conocía. Se había pasado la vida tratando de mantener el control y, en aquel momento, cuando todo se estaba tambaleando, lo último que necesitaba era la complicación de un hombre. En casa tenía a Robert, que era muy agradable y que seguiría siéndolo durante el tiempo que ella quisiese. Pero no podía negar que aquel hombre misterioso, aquel guerrero del castillo, era guapísimo.

–Hum… hola –comenzó a decir.

El extraño estaba sujetando a su perro, y detrás de ellos podía ver el patio delantero, tras el cual se podían divisar las piedras blancas del castillo, con sus torretas y almenas. Kirsty estaba casi con la boca abierta, admirando la belleza del lugar.

–¿Qué puedo hacer por usted? –preguntó el hombre.

–Mi hermana y yo hemos venido a ver a Ang… el conde.

–Lo siento, pero Su Señoría no recibe visitas –dijo rápidamente el hombre antes de comenzar a cerrar las puertas.

Kirsty trató de impedirlo con el pie, no teniendo en cuenta lo pesadas que eran las puertas, y gritó ante el dolor que sintió cuando éstas le aprisionaron. Entonces él volvió a abrirlas.

–¿Le he hecho daño?

–Sí.

–No debió haber puesto su pie ahí.

–Usted estaba cerrando la puerta en mi cara.

El hombre suspiró y ambos comprobaron cómo estaba su pie. Lo había retirado a tiempo y quizá, con suerte, sólo sufriera una leve contusión.

–Lo siento –dijo el hombre, que parecía sinceramente preocupado–. Su Señoría no recibe visitas por el momento. Y nunca ve a los turistas.

–Nosotras no somos turistas.

–¿Nosotras?

Kirsty indicó hacia el coche, desde el cual su hermana miraba ansiosa.

–Mi hermana y yo.

–Son estadounidenses.

–Lo ha adivinado –dijo ella–. Pero aun así no somos turistas.

–Pero aun así tampoco pueden ver a Su Señoría –dijo el hombre, comenzando a cerrar de nuevo las puertas.

–Somos parientes suyos –dijo ella apresuradamente.

–¿Qué es lo que ha dicho? –preguntó el hombre, impresionado. Se detuvo.

–Somos parientes de Angus –explicó ella–. Hemos venido desde América para verle.

En ese momento la expresión de aquel hombre se ensombreció. De repente pareció despectivo y muy, muy enfadado.

–Llegan demasiado pronto –dijo, apartando a su perro como si ella tuviera algo infeccioso–. Pensé que los buitres llegarían pronto, y aquí está usted. Pero Angus todavía está vivo.

Cerró la puerta a toda prisa sin mirar siquiera donde estaba el pie de ella.

 

 

–Bueno, por lo menos estamos en el sitio adecuado –dijo Kirsty a su hermana al regresar al coche–. Pero no sé quién será el centinela. ¿Quizá un hijo?

–Estoy segura de que Angus no tuvo hijos –dijo Susie, tratando de encontrar una postura cómoda en el asiento del acompañante, pero sin mucho éxito, ya que estaba embarazada de ocho meses.

La gemela de Kirsty había estado allí sentada durante bastante tiempo, pero no había querido bajarse cuando habían llegado. Le habría costado mucho. A Susie todo le costaba mucho y las últimas semanas había empeorado, ya que la depresión que sufría se había agravado.

–¿Entonces qué hacemos? –preguntó Susie como si no importara mucho lo que su hermana dijera.

Kirsty pensó que todo había sido un desastre, pero cuando había pensado sobre ello en Nueva York, había parecido razonable. Incluso sensato. Para Susie, los últimos meses habían sido terribles, y ella había tratado de rescatar de todas las maneras posibles a su hermana de una depresión que estaba incluso tentándola al suicidio.

Hacía dos años, Susie se había casado con Rory Douglas. Rory era un australiano de ascendencia escocesa que nada más haber conocido a Susie había decidido que América, y Susie, eran su hogar. Había sido un matrimonio muy feliz. Hacía seis meses, la gemela de Kirsty había anunciado su embarazo y ella y su Rory habían estado preparándose para vivir siempre felices y juntos.

Pero entonces había ocurrido el accidente de tráfico. Rory había muerto en el acto, y Susie había resultado gravemente herida, aunque lo peor había sido el daño psíquico ocasionado.

Los psiquiatras no habían servido de utilidad. Nada había podido ayudar.

–¿Por qué no visitamos Australia? –había sugerido por fin Kirsty–. Conoces tan poco sobre el entorno en el que vivió Rory. Sé que sus padres están muertos y que no se llevaba bien con su hermano, pero por lo menos podemos visitar el lugar donde nació. ¿Dolphin Bay? ¿Hay delfines de verdad? Parece divertido. Puedo conseguir un permiso en el hospital. Vamos a hacer una visita de investigación para que así le puedas contar a tu hijo de dónde venía su papi.

Había parecido una idea acertada. Susie estaba embarazada y las heridas que tenía en la espalda le hacían necesitar una silla de ruedas la mayor parte del tiempo, pero Kirsty era médico. Podía cuidar de ella.

Pero desde el principio Susie se había mostrado apática. Nada más aterrizar en Sidney había comenzado a tener contracciones, por lo que había pasado cuatro semanas en reposo, con su depresión acentuándose.

Pero por lo menos el bebé estaba bien. En aquel momento Susie estaba de ocho meses, y si se ponía de parto, no supondría un gran problema.

–¿Por qué no me diría Rory que su tío era un conde? –susurró Susie–. Y vivir en un sitio como éste… Nunca hubiera venido si hubiera sabido esto.

Kirsty tuvo que admitir que se había quedado impresionada. Habían llegado a Dolphin Bay aquella tarde y habían ido a informarse a la oficina de correos, donde la información recibida les había dejado aturdidas.

–¿Angus Douglas? Es a Su Señoría a quien buscan. El conde.

–¿Angus Douglas es conde? –había querido saber Kirsty.

–Oh, sí. Es el conde de Loganaich, aunque su parte de Loganaich ya no existe.

–Loganaich –había repetido Kirsty sin comprender.

–Según parece, el castillo de su familia en Escocia se quemó –había explicado la mujer de la oficina de correos–. El lord Angus dice que era un lugar desagradable y que no fue una gran pérdida. Su Señoría no es muy sentimental, aunque a veces lleve falda escocesa. ¡Oh, deberían verlo llevando una! Bueno, el caso es que el lord Angus y sus hermanos se marcharon de Escocia cuando apenas eran unos quinceañeros, y dos de ellos, los dos mayores, vinieron aquí.

–Cuéntenos qué sabe sobre ellos –había pedido Kirsty débilmente.

–El lord Angus se casó con una enfermera durante la guerra –había dicho la mujer, señalando al tablón de anuncios, donde había un recorte de periódico sobre una anciana en una feria regional–. Ésa es Deirdre, que Dios la tenga en su gloria. Una mujer realmente encantadora.

–¿Tuvieron hijos?

–No, pero eran felices –la encargada de la oficina de correos había tomado un pañuelo y se había sonado la nariz; estaba claro que aquélla era una pérdida personal para ella–. Deirdre murió hace tan sólo dos años, rompiéndole el corazón al lord Angus. En realidad, nos rompió el corazón a todos. Y ahora su señoría está solo en su vejez. Doc me dice que no está bien. Doc está haciendo todo lo que puede, pero claro, un médico sólo puede remediar lo que la medicina le permite.

–¿Ha dicho que… su señoría… tenía hermanos? –había preguntado Kirsty cautelosamente.

–El hermano que nosotros conocimos era un poco… imprevisible –les había dicho la señora–. Y se casó con una chica que era incluso peor que él. Tuvieron dos hijos, Rory y Kenneth. Los chicos nacieron aquí, pero poco después la familia se marchó. Los muchachos solían venir aquí de vacaciones, para darles un poquito de estabilidad. Deirdre y Angus los adoraban, pero por lo que oí, Kenneth se parecía mucho a su padre y no era amante de la paz. Se peleaba todo el tiempo con Rory. Y, finalmente, Rory se marchó a América para alejarse de él. Hace un par de meses nos enteramos de que había muerto en un accidente de tráfico. Su señoría se quedó destrozado. Kenneth todavía sigue visitándole, pero a la gente de por aquí no nos gusta. No le llamaremos lord Kenneth cuando muera Angus, eso está claro.

–Pero… Angus todavía es conde –había susurrado Susie, aturdida por aquello.

–Parece un poco ridículo, ¿verdad? A él no le gusta que se le llame así. Dice que «Angus» es suficiente para él. Pero entre nosotros nos gusta llamarle lord Angus, o lord Douglas cuando hablamos formalmente. Lo que Deirdre y él hicieron por nuestro pueblo… es muy prolijo de contar. Esperad a ver su casa. Nosotros, de broma, lo llamamos el castillo de Loganaich. ¿Necesitan encontrarlo? Les dibujaré un mapa.

Susie casi había regresado a casa y, en aquel momento, sentada en el coche frente al castillo, miró a su hermana gemela con los ojos más sombríos que nunca.

–Kirsty, ¿qué estamos haciendo aquí? Regresemos a América. Ha sido una tontería venir.

–Hemos llegado muy lejos, y sabes que no podemos regresar a América en este momento. Ninguna compañía aérea te permitiría volar hasta que no nazca el bebé. Vamos a buscar un lugar donde pasar la noche y volvamos por la mañana.

–Volvamos a Sidney por la mañana.

–Susie, no. No puedes perder todo vínculo con Rory.

–Ya lo he hecho. Y oíste a la encargada de la oficina de correos; Rory había perdido cualquier vínculo con su tío.

–Rory hablaba con cariño de Angus y de su tía. La mujer de correos dijo que Angus se quedó destrozado al enterarse de que Rory había muerto. Tienes que verlo.

–No.

–Susie, por favor.

–Las puertas se están abriendo de nuevo –dijo Susie sin inmutarse–. Alguien está saliendo. Tenemos que marcharnos.

Kirsty se dio la vuelta para ver qué ocurría, y vio un Land Rover polvoriento salir del patio delantero. Su coche estaba bloqueando la salida y el Land Rover tuvo que detenerse.

Kirsty arrancó el coche y miró de nuevo al Land Rover. El hombre que le había cerrado la puerta en las narices iba al volante, llevando al perro sentado a su lado.

Kirsty dudó qué hacer y pudo ver cómo el hombre comenzada a enfadarse. Entonces miró a su hermana, que tenía la desesperanza reflejada en la cara, y decidió que no la llevaría a aquel lugar al día siguiente. Deseaba con todas sus fuerzas que su hermana volviese a estar llena de vida como hacía un año. Realmente enfadada, apagó el coche.

–¿Qué…? –comenzó a preguntar Susie.

Pero Kirsty ya había salido del coche, habiéndose olvidado del charco que había justo debajo y llenándose de fango hasta los tobillos.

Pero apenas se percató de ello; estaba furiosa al ver que él le había chascado los dedos, lo que provocó que toda la tensión que ella había estado conteniendo durante los últimos meses explotara. Se acercó al Land Rover y abrió la puerta del conductor con tal fuerza que casi la arranca.

–Está bien –le dijo al hombre–. Salga del coche. Quiero algunas respuestas y las quiero ahora.

 

 

Debía haber regresado a casa hacía dos horas.

El doctor Jake Cameron había pasado todo el día arreglando problemas, problemas que todavía tenía delante, antes de poder marcharse a su casa aquella noche. Sus chicas le estaban esperando. Las gemelas eran estupendas, pero él había llevado su paciencia al límite. La señora Boyce tendría que volver a acostarlas aquella noche y estaría enfadada.

Pero no podía salir de allí, ya que el coche de la mujer estaba taponando el camino.

–¿Qué quiere decir con eso de que «quiere respuestas»? –preguntó fríamente, saliendo del coche.

Ella había dicho que era familia de Angus, pero él no la había visto nunca; si lo hubiera hecho se acordaría. Era alta, delgada, con ojos marrones claros y con un brillante pelo color caoba. Tendría casi treinta años y era adorable.

–Mi hermana y yo hemos venido desde Nueva York para visitar al señor… a lord Douglas –espetó ella–. Necesitamos ver al conde.

–Quiere decir a Angus –sólo se había referido a Angus como a su señoría para intimidarlas. Como no había funcionado, volvió a referirse a él como Angus. Su amigo.

–Mi hermana no está bien –volvió a espetar ella,

–Nadie está bien –dijo él amargamente–. Y sólo estoy yo para encargarme de ello. Tengo que visitar tres casas más antes de cenar. ¿Puede mover su coche, por favor?

–¿Es usted médico?

–Sí. Soy el doctor Jake Cameron, el médico de Angus.

–No tiene el aspecto de ser médico.

–¿Querría que fuera con bata blanca y con un estetoscopio? ¿Aquí? Hace una hora estaba apartando vacas de la carretera, ya que bloqueaban el camino.

–Pensé que quizá usted fuese un sobrino.

–Desde luego que es usted un familiar cercano –dijo él con sequedad–. ¿Necesita su hermana atención médica?

–No, pero…

–Entonces, por favor, mueva su vehículo. Llevo dos horas de retraso y usted me está retrasando aún más.

–¿Hay alguien más con quien podamos hablar?

–Angus está solo.

–¿En esa enorme casa?

–Está acostumbrado a estarlo –dijo él–. Pero si le contenta, él no va a estar mucho más tiempo aquí. Mañana va a ser trasladado a la residencia de Dolphin Bay. Será mucho más fácil ir a visitarle allí, ¿no le parece? Pero si está planeando presionarle para que cambie su testamento, no se moleste. Si le acerca algún abogado, telefonearé a la policía.

–¿Por qué está siendo tan desagradable?

–No estoy siendo más desagradable de lo que tengo que ser. Angus está harto de la presión familiar, y yo tengo mucha prisa.

–Pues sea agradable rápidamente y dígame por qué no podemos ver al conde.

–Angus tiene graves problemas respiratorios –explicó él, hastiado–. Está acostado y, si piensa que va a bajar para satisfacer a un par de avariciosas…

–¿Lo ve? Ahí está el problema –dijo Kirsty, visiblemente enfadada–. Nos está tratando como si fuésemos unas mugrientas. Ni siquiera conocemos a Angus. No sabíamos que era conde ni que vivía en un lugar que es como una mezcla de Disneyland y Camelot. Y sobre que somos avariciosas…

Jake apenas estaba escuchándola. ¡Iba tan retrasado! Le había prometido a Mavis Hipton que la iría a visitar aquella tarde; sabía que necesitaba más analgésicos para pasar la noche. Mavis sufría en silencio. No se quejaría, pero él no quería que sufriera por culpa de aquellas dos mujeres.

–Ha dicho que son sus parientes –dijo–. No tiene sentido que no supieran nada.

–Mi hermana estuvo casada con uno de los sobrinos de Angus –explicó Kirsty–. Susie nunca conoció a la familia de su marido y le gustaría hacerlo.

–Sobre todo ahora que él está muriéndose –espetó él, que aquella misma tarde había respondido a una llamada telefónica de Kenneth, en la cual éste no había podido ocultar su alegría ante la noticia de que Angus estaba empeorando. Se preguntó si aquélla sería la esposa de Kenneth.

–Me tengo que marchar.

–No sabíamos que Angus estaba muriéndose. Por lo que teníamos entendido, el tío de Rory era más pobre que las ratas, pero es toda la familia que tenía Rory, aparte de un hermano con el que no se llevaba bien, así que hemos venido hasta aquí para conocerlo.

Jake recordó que Angus había hablado con mucho cariño de su sobrino Rory y cómo le había afectado su muerte. Entonces se le ocurrió una idea.

–¿Realmente no conocen a Angus? –preguntó, un poco aturdido.

–Ya se lo he dicho. No.

–¿Pero les gustaría verlo esta noche?

–Sí, pero…

–Y quizá quedarse a pasar la noche –dijo Jake, que odiaba dejar a Angus solo.

El conde se negaba a aceptar los servicios de una enfermera, pero dado el estado de sus pulmones, dejarlo solo parecía criminal. Si podía convencer a aquellas dos mujeres de que se quedaran a pasar la noche, aun si lo que querían era su dinero…

–Os lo presentaré.

–¿Cómo? ¿Ahora?

–Sí, ahora. Si me prometen que se van a quedar a pasar la noche, se lo presentaré.

–No nos podemos quedar a pasar la noche.

–¿Por qué no?

–Bueno… –Kirsty lo miró, asombrada–. No estamos invitadas.

–Yo las estoy invitando. En este momento, Angus necesita a su familia más de lo que nunca ha necesitado a nadie. Mañana va a ser trasladado a una residencia de ancianos, pero ahora mismo necesita ayuda. Tiene fibrosis pulmonar, su capacidad pulmonar está muy disminuida, y me preocupa que sufra un colapso y no sea capaz de solicitar ayuda. Supongo que ninguna de ustedes es enfermera, ¿verdad?

–¿Por qué? –preguntó ella, mirándolo a los ojos.

–Ya se lo he dicho –Jake suspiró y miró de nuevo su reloj–. Está enfermo. Necesita ayuda. Si quieren verlo… ¿están dispuestas a ayudar? Si alguna de ustedes es enfermera…

–Ninguna somos enfermera. Susie es paisajista.

–Maldita sea –dijo él, comenzando a darse la vuelta.

–Pero yo soy médico.

Hubo una gran pausa. Jake se dio la vuelta y la miró.

–Me está tomando el pelo –dijo él por fin–. ¿Médico de personas?

–Médico de personas.

–¿Sabe algo sobre la capacidad pulmonar?

–Sí, hemos oído algo sobre pulmones en América –espetó ella, perdiendo los nervios–. El último barco que llegó a puerto trajo algunas fotografías en color. La última opinión médica en Manhattan es que se cree que los pulmones están en algún lugar entre el cuello y la ingle. A no ser que nos hayamos equivocado. ¿Es diferente en Australia?

–Lo siento. Sólo quería decir que…

–Oh, no pasa nada –dijo ella amargamente–. ¿A quién le importa lo que usted haya querido decir? Nos ha insultado de todas las maneras posibles. Pero… ¿Angus se está muriendo?

–Sí –dijo él con suavidad–. Quizá no esta noche, pero pronto. Y ocurrirá mucho antes si se queda solo. Se niega a recibir oxígeno y analgésicos, también tiene problemas cardiacos, no deja que la enfermera local se acerque a él, y si usted es de verdad médico…

–Si no me cree…

–Lo siento –Jake pensó que necesitaba apaciguar los ánimos–. Angus es mi amigo. Siento si he parecido brusco, pero odio dejarle solo. Si acceden a quedarse aquí esta noche, estarán compensando muchas cosas.

–¿Compensando el qué…?

–El descuido.

–¡Nosotras no hemos descuidado a nadie! –exclamó Kirsty, realmente enojada.

–Está bien –acordó él–. Ustedes no han descuidado a Angus. No sabían nada sobre él.

–Muy generoso de su parte. ¿Angus realmente necesita ayuda? ¿Ayuda médica?

–Sí. Tanto médica como personal. Urgentemente.

–Entonces nos quedaremos –dijo ella.

–Así de simple. ¿No necesita consultar a su hermana?

–Susie no está como para tomar decisiones.