La razón de mi vida - Eva Perón - E-Book

La razón de mi vida E-Book

Eva Perón

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"Leer o releer este libro es, sin duda, siempre, una buena idea. La razón de mi vida es una proclama del amor más sublime, unido a una clara concepción sobre el poder. El de Evita pueblo, Evita combatiente, Evita compañera, ¡Santa Evita! Un destello hacia el refulgente esplendor de la eternidad" (Mónica Litza). LaColección Cabecita Negra se propone poner al alcance del público lector textos fundamentales del recorrido argentino político, social, cultural y económico cuyo propósito haya sido -y sea todavía hoy- contribuir para mejorar la vida de las mujeres y los hoombres que integran esa secreta intimidad llamada pueblo.

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LA RAZÓN DE MI VIDA

Eva Perón

LA RAZÓN DE MI VIDA

CABECITA NEGRA

Duarte de Perón, María Eva

La razón de mi vida / María Eva Duarte de Perón. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Punto de Encuentro, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-4465-78-8

1. Peronismo. 2. Política Argentina. 3. Partido Justicialista. I. Título.

CDD 320.0982

© Punto de Encuentro, 2021

Av. de Mayo 1110, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina

(54-11) 4382-1630

www.puntoed.com.ar

Director de la colección: Carlos Zeta

Diseño: Cristina Angelini

Armado: Cutral ediciones ¦ Victoria Ramírez

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723.

Libro de edición argentina.

No se permite la reproducción total o parcial, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito de la editorial.

ÍNDICE
Portada
Portadilla
Legales
Un destello hacia el refulgente esplendor de la eternidad
Prólogo
Primera parte: Las causas de mi misión
I - Un caso de azar
II - Un gran sentimiento
III - La causa del “sacrificio incomprensible”
IV - Algún día todo cambiará
V - Me resigné a ser víctima
VI - Mi día maravilloso
VII - ¡Sí, este es el hombre de mi pueblo!
VIII - La hora de mi soledad
IX - Una gran luz
X - Vocación y destino
XI - Sobre mi elección
XII - Demasiado peronista
XIII - El aprendizaje
XIV - ¿Intuición?
XV - El camino que yo elegí
XVI - Eva Perón y Evita
XVII - Evita
XVIII - Pequeños detalles
Segunda parte: Los obreros y mi misión
XIX - La Secretaría
XX - Una presencia superior
XXI - Los obreros y yo
XXII - Una sola clase de hombres
XXIII - Descender
XXIV - La tarde de los miércoles
XXV - Los grandes días
XXVI - Donde quiera que este libro se lea
XXVII - Además de la justicia
XXVIII - El dolor de los humildes
XXIX - Los comienzos
XXX - Las cartas
XXXI - Mis tardes de ayuda social
XXXII - Limosna, caridad o beneficencia
XXXIII - Una deuda de cariño
XXXIV - Finales de jornada
XXXV - Amigos en desgracia
XXXVI - Mi mayor gloria
XXXVII - Nuestras obras
XXXVIII - Nochebuena y Navidad
XXXIX - Mis obras y la política
XL - La lección europea
XLI - La medida de mis obras
XLII - Una semana de amargura
XLIII - Una gota de amor
XLIV - Cómo me pagan el pueblo y Perón
XLV - Mi gratitud
XLVI - Un idealista
Tercera parte: Las mujeres y mi misión
XLVII - Las mujeres y mi misión
XLVIII - El paso de lo sublime a lo ridículo
XLIX - Quisiera mostrarles un camino
L - El hogar o la fábrica
LI - Una idea
LII - La gran ausencia
LIII - El Partido Peronista Femenino
LIV - No importa que ladren
LV - Las mujeres y la acción
LVI - La vida social
LVII - La mujer que no fue elogiada
LVIII - Como cualquier otra mujer
LIX - No me arrepiento

UN DESTELLO HACIA EL REFULGENTE ESPLENDOR DE LA ETERNIDAD

Mónica Litza

“El camino que yo elegí”

Eva Perón

Antes que nada, quiero expresar mi agradecimiento a la invitación que me han hecho los compañeros de la editorial Punto de Encuentro y su Colección Cabecita Negra a prologar esta obra profundamente significativa para mí, y fundamental del legado de Evita, que inspiró por décadas tanto a la militancia y a la resistencia peronista, como a trabajos académicos que abordan el estudio de la vida de Eva Duarte.

Hasta aquí, estas serían las palabras correctas, formales, apropiadas para el comienzo de este prólogo. Pero, ¿cómo decir que me temblaron las manos, que se me aceleró el pulso, que se contuvo mi respiración, cuando un querido compañero, Carlos Zeta, me invitó a escribir ni más ni menos que el prólogo de La razón de mi vida?

¿Cómo contar el modo en que recorrieron mi mente y mi cuerpo infinidad de emociones, recuerdos, sensaciones?

Por ejemplo, la primera vez que escuché hablar de Evita, la primera vez que vi, entre las cosas que atesoraba mi viejo, el libro de tapa dura, con sus hojas amarillentas, con la foto de esa mujer rubia de pelo estirado en un rodete apretado y ojos encendidos. Esa imagen, que podía ser tanto dulce y angelada, como brava y desafiante. ¿Cómo no recordar aquellos fríos 26 de julio en mi querida Avellaneda obrera y conurbanense, en los que, con tantos compañeros y compañeras, nos juntábamos —y lo seguimos haciendo— para homenajear a quien tuvo el cargo más sublime al que se puede aspirar: “Abanderada de los humildes”?

Evita pueblo, Evita combatiente, Evita hada buena, Evita Compañera, ¡Santa Evita! ¡De cuántas maneras podemos recordarte!

Tengo en mis manos La razón de mi vida… lo leo y no dejo de maravillarme por el milagro de poder hacerlo hoy, en el siglo XXI, en el siglo de las mujeres empoderadas, que transitan y batallan por la ampliación de derechos todos los días.

¡Si Evita viviera!

Es posible que algunas de ellas no sepan siquiera que antes de ella las mujeres en nuestro país no tenían documento de identidad; ni hablar de la ausencia total de cualquier otro derecho político.

Pero eso no importa. Lo que de verdad importa es que sigamos el camino que Evita inauguró de una vez y para siempre en nuestra Patria. La mujer protagonista y artífice de su propio destino, como diría el General refiriéndose al pueblo. Y ahí, justo ahí, es donde Eva pone a las mujeres. Por primera vez, a la par de los varones, compartiendo ese destino de grandeza que imaginó el justicialismo para todas y todos los argentinos.

Es para mí un gran honor y una oportunidad inigualable expresar las emociones, los sentimientos y las ideas que este libro despertó y despierta en mi propia vida de mujer militante peronista, que pretendió —y pretende aún— con toda humildad, comprometerse con la búsqueda de una sociedad más justa donde las y los argentinos podamos ser un poquito más felices.

LAS CAUSAS DE MISIÓN. LOS OBREROS Y MI MISIÓN. LAS MUJERES Y MI MISIÓN

Estas son las tres partes que componen esta pieza única. En ellas, Evita desgrana a corazón abierto, toda su pasión y su cosmovisión desde el justicialismo.

Pero pongamos en sus propias palabras cómo es que surgen estas tres partes del libro:

Cuando un pibe me nombra Evita me siento madre de todos los pibes y de todos los débiles y humildes de mi tierra.

Cuando un obrero me llamaEvita me siento con gusto compañera de todos los hombres que trabajan en mi país y aun en el mundo entero.

Cuando una mujer de mi Patria me dice Evita yo me imagino ser hermana de ella y de todas las mujeres de la humanidad.

Y así, sin casi darme cuenta, he clasificado, con tres ejemplos, las actividades principales de Evita en relación con los humildes, los trabajadores y la mujer.

Quizá para las nuevas generaciones resulten extrañas algunas aseveraciones o reflexiones. Evita escribió este libro en 1951. Y desde entonces mucha agua ha corrido bajo el puente. Sobre todo, en lo que se refiere a conquistas de derechos para las mujeres. Es imprescindible hacer un ejercicio de memoria para ubicarnos en aquel siglo XX —al mismo tiempo próximo y lejano— y tratar de imaginar el contexto en el que se desarrolló el accionar de Evita. Tener dimensión y perspectiva para comprender el significado de la puesta en marcha de la Fundación Eva Perón y la creación del Partido Peronista Femenino. Imaginemos, por un momento, a aquellas pioneras censistas que salieron a recorrer el país llevando la voz de la mujer a todas aquellas hermanas de género que habían estado invisibilizadas y calladas hasta ese momento. Evita las estaba convocando a entrar, por primera vez, a las grandes ligas de la política nacional. A la historia. Pasar de existir, a ser. Tener identidad, poder participar de la vida institucional, elegir, ¡ser elegida!

Hoy quizás estas cosas las hayamos naturalizado. Sin embargo, fueron realmente revolucionarias. Un punto de inflexión. Un quiebre. Un antes y un después para las mujeres de nuestro país. Ya nunca más la Argentina sería lo que fue. Así como el 17 de octubre de 1945 marcó el nacimiento de la Patria allí donde antes había una colonia, la irrupción de Evita marcó para las mujeres el nacimiento de una nueva institucionalidad.

Este libro —que recomiendo profundamente— nos revela a una joven muchacha que fue puesta por el destino (¿o fue ella la forjadora de su propio destino, y, de alguna manera, también del nuestro?) en un lugar desde donde podía ser y hacer… ¡Y lo hizo! ¡Y tanto fue, que es y sigue siendo!

Creo, sinceramente, que si Evita viviera sería parte indisoluble del signo de estos tiempos. Su contribución sería decisiva para redimensionar el feminismo, por cuanto su lucha actual se inscribe en la denuncia de injusticias y en el propósito innegociable de construir equidad. ¿O qué otra cosa es, si no, el peronismo, que la lucha por la justicia, por la igualdad, por la inclusión de quienes no están incluidos/as y por el reconocimiento de quienes no son reconocidos/as?

Evita nació en 1919. El destino de (casi) todas las mujeres de las primeras décadas del siglo XX de (casi) todos los sectores sociales —y con pocos matices de clase— era el casamiento. Todas enfrentaban, además, un clima muy poco favorable (para ser prudentes) al trabajo femenino remunerado.

Las muchachas de familias humildes no tenían muchas más oportunidades que las de trabajar en talleres de costura o en fábricas, en pésimas condiciones, igual que las de los compañeros varones, a lo que debían sumar peores salarios, el acoso de jefes y patrones y la ausencia absoluta de protección del embarazo y la crianza. Más el trabajo no pago del cuidado.

Por otra parte, muchas chicas que pertenecían a las clases en ascenso, como las hijas de familias de comerciantes o de dueños de pequeñas fábricas, eran redireccionadas hacia la docencia, que se feminiza rápidamente desde fines del siglo XIX. La altísima presencia de mujeres en el magisterio respondió a un Estado que necesitaba incorporar docentes de manera intensiva y barata. El magisterio era un trabajo apropiado para las mujeres, aun cuando escondía —poco y mal— muchas contradicciones. Aunque muy mal remunerado, les permitía tener algún dinero propio, mientras reforzaba el estereotipo de “lo femenino”. Recordemos que, en aquellos momentos, se había empezado a entender a la infancia desde otro punto de vista, incorporando mejor trato con menos violencia y mayor contención. Es precisamente allí donde las mujeres podían desplegar las habilidades “naturalmente” maternales, de paciencia y afectividad en las que quedaban cristalizadas. El trabajo femenino se desarrollaba en un espacio físico y simbólico restringido, pero, a la vez, protegido de las amenazas del mundo público y con cierto reconocimiento social de grandes sectores analfabetos de la población. Un “muy buen proyecto”, en esa época, para las jóvenes de los sectores más acomodados y de la nueva burguesía vernácula.

La razón de mi vida nace a la luz de la injusticia que Eva percibe —y siente en lo más profundo de su sensibilidad— en el ensombrecido destino que aguardaba “naturalmente” a las mujeres. Y se rebela. No se resigna, como no habría de resignarse jamás. Algo semejante dispara en ella la situación de los trabajadores, de los niños y de los ancianos, que, junto a las mujeres, conformaron históricamente el grupo más vulnerable de la sociedad. Y en este grupo es precisamente donde ella pone su objetivo de reivindicación.

En el libro, proyecta las condiciones de trabajo que el pueblo merece y hace referencia al capitalismo internacional, que haría lo imposible para mantener al pueblo sojuzgado y a la nación, dependiente.

¿Es posible que una palabra alcance para sintetizar el contenido de esta larga, conmovedora, profunda, indispensable, conversación de Eva con su pueblo? Si me viera en el aprieto de pronunciar solo una, diría que el libro habla de pasiones: el trabajo incesante, el dolor por la injusticia que conmueve, la alegría del agradecimiento.

Pero, sobre todo, habla del amor de Evita por Perón, que se confunde con el amor por la causa de Perón; es decir, la causa del pueblo.

Un día me dijeron que era demasiado peronista para que pudiese encabezar un movimiento de las mujeres de mi Patria. Pensé muchas veces en eso y aunque de inmediato sentí que no era verdad, traté durante algún tiempo de llegar a saber por qué no era ni lógico ni razonable. Ahora creo que puedo dar mis conclusiones. Sí, soy peronista, fanáticamente peronista. Demasiado no, demasiado sería si el peronismo no fuese como es, la causa de un hombre que por identificarse con la causa de todo un pueblo tiene un valor infinito. Y ante una cosa infinita no puede levantarse la palabra demasiado.

Leer o releer este libro es, sin duda, siempre, una buena idea.

La razón de mi vida es una proclama del amor más sublime, unido a una clara concepción sobre el poder. Es una de las muchas expresiones de un legado inagotable. El de Evita pueblo, Evita combatiente, Evita compañera, ¡Santa Evita!

Un destello hacia el refulgente esplendor de la eternidad.

PRÓLOGO

Este libro ha brotado de lo más íntimo de mi corazón. Por más que, a través de sus páginas, hablo de mis sentimientos, de mis pensamientos y de mi propia vida, en todo lo que he escrito, el menos advertido de mis lectores no encontrará otra cosa que la figura, el alma y la vida del general Perón y mi entrañable amor por su persona y por su causa.

Muchos me reprocharán que haya escrito todo esto pensando solamente en él; yo me adelanto a confesar que es cierto, totalmente cierto.

Y yo tengo mis razones, mis poderosas razones que nadie podrá discutir ni poner en duda: yo no era ni soy nada más que una humilde mujer... un gorrión en una inmensa bandada de gorriones ... Y él era y es el cóndor gigante que vuela alto y seguro entre las cumbres y cerca de Dios.

Si no fuese por él que descendió hasta mí y me enseñó a volar de otra manera, yo no hubiese sabido nunca lo que es un cóndor, ni hubiese podido contemplar jamás la maravillosa y magnífica inmensidad de mi pueblo.

Por eso, ni mi vida ni mi corazón me pertenecen, y nada de todo lo que soy o tengo es mío. Todo lo que soy, todo lo que tengo, todo lo que pienso y todo lo que siento es de Perón.

Pero yo no me olvido, ni me olvidaré nunca, de que fui gorrión ni de que sigo siéndolo. Si vuelo más alto es por él. Si ando entre las cumbres, es por él. Si a veces toco casi el cielo con mis alas, es por él. Si veo claramente lo que es mi pueblo y lo quiero y siento su cariño acariciando mi nombre, es solamente por él.

Por eso le dedico a él, íntegramente, este canto que, como el de los gorriones, no tiene ninguna belleza, pero es humilde y sincero, y tiene todo el amor de mi corazón.

Eva Perón

PRIMERA PARTE LAS CAUSAS DE MI MISIÓN

I

UN CASO DE AZAR

Mucha gente no se puede explicar el caso que me toca vivir.

Yo misma, muchas veces, me he quedado pensando en todo esto que ahora es mi vida.

Algunos de mis contemporáneos lo atribuyen todo al azar... ¡esa cosa rara e inexplicable que no explica tampoco nada!

No. no es el azar lo que me ha traído a este lugar que ocupo, a esta vida que llevo.

Claro que todo esto sería absurdo como es el azar, si fuese cierto lo que mis supercríticos afirman cuando dicen que de buenas a primeras yo, “una mujer superficial, escasa de preparación, vulgar, ajena a los intereses de mi Patria, extraña a los dolores de mi pueblo, indiferente a la justicia social y sin nada serio en la cabeza, me hice de pronto fanática en la lucha por la causa del pueblo y que haciendo mía esa causa me decidí a vivir una vida de incomprensible sacrificio”.

Yo misma quiero explicarme aquí.

Para eso he decidido escribir estos apuntes.

Confieso que no lo hago para contradecir o refutar a nadie.

¡Quiero más bien que los hombres y mujeres de mi pueblo sepan cómo siento y cómo pienso...!

Quiero que sienta conmigo las cosas grandes que mi corazón experimenta.

Seguramente, muchas de las cosas que diré son enseñanzas que yo recibí gratuitamente de Perón y no tengo tampoco derecho a guardar como un secreto.

II

UN GRAN SENTIMIENTO

He tenido que remontarme hacia atrás en el curso de mi vida para hallar la primera razón de todo lo que ahora me está ocurriendo.

Tal vez haya dicho mal diciendo “la primera razón”; porque la verdad es que siempre he actuado en mi vida más bien impulsada y guiada por mis sentimientos.

Hoy mismo, en este torrente de cosas que debo realizar, me dejo conducir muchas veces, casi siempre, más por lo que siento que por otros motivos.

En mí, la razón tiene que explicar, a menudo, lo que siento; y por eso, para explicar mi vida de hoy, es decir lo que hago, de acuerdo con lo que mi alma siente, tuve que ir a buscar, en mis primeros años, los primeros sentimientos que hacen razonable, o por lo menos explicable, todo lo que es para mis supercríticos un “incomprensible sacrificio” que, para mí, ni es sacrificio, ni es incomprensible.

He hallado en mi corazón, un sentimiento fundamental que domina desde allí, en forma total, mi espíritu y mi vida: ese sentimiento es mi indignación frente a la injusticia.

Desde que yo me acuerdo, cada injusticia me hace doler el alma como si me clavase algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente.

Recuerdo muy bien que estuve muchos días tristes cuando me enteré que en el mundo había pobres y había ricos; y lo extraño es que no me doliese tanto la existencia de los pobres como el saber que al mismo tiempo había ricos.

III

LA CAUSA DEL “SACRIFICIO INCOMPRENSIBLE”

El tema de los ricos y de los pobres fue, desde entonces, el tema de mis soledades. Creo que nunca lo comenté con otras personas, ni siquiera con mi madre, pero pensaba en él frecuentemente.

Me faltaba, sin embargo, todavía, dar un paso más en el camino de mis descubrimientos.

Yo sabía que había pobres y que había ricos; y sabía que los pobres eran más que los ricos y estaban en todas partes.

Me faltaba conocer todavía la tercera dimensión de la injusticia.

Hasta los once años creí que había pobres como había pasto y que había ricos como había árboles.

Un día oí, por primera vez de labios de un hombre de trabajo, que había pobres porque los ricos eran demasiados ricos; y aquella revelación me produjo una impresión muy fuerte.

Relacioné aquella opinión con todas las cosas que había pensado sobre el tema... y casi de golpe me di cuenta que aquel hombre tenía razón. Más que creerlo por un razonamiento, “sentí”, que era verdad.

Por otra parte, ya en aquellos tiempos creía más en lo que decían los pobres que los ricos porque me parecían más sinceros, más francos y también más buenos. Con aquel último paso había llegado a conocer la tercera dimensión de la justicia social.

Este último paso del descubrimiento de la vida y del problema social lo da indudablemente mucha gente. La mayoría de los hombres y mujeres saben que hay pobres porque hay ricos, pero lo aprende insensiblemente y, tal vez por eso, les parece natural y lógico.

Yo reconozco que lo supe casi de golpe y que lo supe sufriendo y declaro que nunca me pareció ni lógico ni natural.

Sentí, ya entonces, en lo íntimo de mi corazón algo que ahora reconozco como sentimiento de indignación. No comprendía que habiendo pobres hubiese ricos y que el afán de estos por la riqueza fuese la causa de la pobreza de tanta gente.

Nunca pude pensar, desde entonces, en esa injusticia sin indignarme, y pensar en ella me produjo siempre una rara sensación de asfixia, como si no pudiendo remediar el mal que yo veía, me faltase el aire necesario para respirar.

Ahora pienso que la gente se acostumbra a la injusticia social en los primeros años de la vida. Hasta los pobres, que la miseria que padecen es natural y lógica. Se acostumbra a verla o sufrirla, como es posible acostumbrarse a un veneno poderoso.

Yo no pude acostumbrarme al veneno y nunca, desde los once años, me pareció natural y lógica la injusticia social.

Esto es tal vez lo único inexplicable de mi vida; lo único que ciertamente aparece en mí sin causa alguna.

Creo que, así como algunas personas tienen una especial disposición del espíritu para sentir la belleza como no la sienten todos, más intensamente que los demás, y son por eso poetas o pintores o músicos, yo tengo, y ha nacido conmigo, una particular disposición del espíritu que me hace sentir la injusticia de manera especial, con una rara y dolorosa intensidad.

¿Puede un pintor decir por qué él ve y siente los colores? ¿Puede un poeta explicar por qué es poeta?

Tal vez por eso yo no pueda decir jamás por qué “siento” la injusticia con dolor y por qué no terminé nunca de aceptarla como cosa natural, como lo acepta la mayoría de los hombres.

Pero, aunque no pueda explicarse a sí mismo, lo cierto es que mi sentimiento de indignación por la injusticia social, es la fuerza que me ha llevado de la mano, desde mis primeros recuerdos, hasta aquí... y que esa es la causa última que explica cómo una mujer que apareció alguna vez a la mirada de algunos como “superficial, vulgar e indiferente”, pueda decidirse a realizar una vida de “incomprensible sacrificio”.

IV

ALGÚN DÍA TODO CAMBIARÁ

Nunca pensé, sin embargo, que me iba a tocar una participación tan directa en la lucha de mi pueblo por la justicia social.

Débil mujer al fin, yo nunca me imaginé que el grave problema de los pobres y de los ricos iba a golpear un día tan directamente a las puertas de mi corazón, reclamando mi humilde esfuerzo para una solución en mi Patria.

A medida que avanzaba en la vida, eso sí, el problema me rodeaba cada día más. Tal vez por eso intenté evadirme de mí misma, olvidarme de mi único tema: y me entregué intensamente a mi extraña y profunda vocación artística.

Recuerdo que, siendo una chiquilla, siempre deseaba declamar. Era como si quisiese decir siempre algo a los demás, algo grande, que yo sentía en lo más hondo de mi corazón.

¡Cuando ahora hablo a los hombres y mujeres de mi pueblo siento que estoy expresando “aquello” que intentaba decir cuando declamaba en las fiestas de mi escuela!

Mi vocación artística me hizo conocer otros paisajes: dejé de ver las injusticias vulgares de todos los días y empecé a vislumbrar, primero, y a conocer, después, las grandes injusticias; y no solamente las vi en la ficción que representaba, sino que también en la realidad de mi nueva vida.

Quería no ver, no darme cuenta, no mirar la desgracia, el infortunio, la miseria; pero más quería olvidarme y más me rodeaba la injusticia.

Los síntomas de la injusticia social en que vivía nuestra Patria se me aparecían entonces a cada paso; en cada recodo del camino; y me acorralaban en cualquier parte y todos los días.

Poco a poco, mi sentimiento fundamental de indignación por la injusticia llenó la copa de mi alma hasta el borde de mi silencio, y empecé a intervenir en algunos conflictos...

Personalmente nada me iba en ellos, y nada ganaba con meterme a querer tratar de arreglarlos; lo único que conseguía era malquistarme con todos los que, a mi modo de ver, explotaban sin misericordia la debilidad ajena. Es que eso iba resultando progresivamente superior a mis fuerzas, y mis mejores propósitos de callarme y de “no meterme” se me venían abajo en la primera ocasión.

Empezaba a manifestarse así mi rebeldía íntima.

Reconozco que, algunas veces, mis reacciones no fueron adecuadas y que mis palabras y mis actos resultaron exagerados en relación con la injusticia provocadora.

¡Pero es que yo reaccionaba más que contra “esa” injusticia, contra toda injusticia!

Era mi desahogo, mi liberación, y el desahogo, lo mismo que la liberación, suelen ser a menudo exagerados, sobre todo cuando es muy grande la fuerza que oprime.

Alguna vez, en una de esas razones mías, recuerdo haber dicho: —Algún día todo esto cambiará...—, y no sé si eso era ruego o maldición o las dos cosas juntas.

Aunque la frase es común en toda rebeldía, yo me reconfortaba en ella como si creyese firmemente en lo que decía. Tal vez ya entonces creía de verdad que, algún día, todo sería distinto; pero lógicamente no sabía cómo ni cuándo; y menos aún que el destino me daría un lugar, muy humilde, pero lugar al fin, en la hazaña redentora.

En el lugar donde pasé mi infancia, los pobres eran muchos más que los ricos, pero yo traté de convencerme de que debía de haber otros lugares de mi país y del mundo en que las cosas ocurriesen de otra manera y fuesen más bien al revés.

Me figuraba, por ejemplo, que las grandes ciudades eran lugares maravillosos donde no se daba otra cosa que la riqueza; y todo lo que oía yo decir a la gente confirmaba esa creencia mía. Hablaban de la gran ciudad como de un paraíso maravilloso donde todo era lindo y extraordinario y hasta me parecía entender, de lo que decían, que incluso las personas eran allá “más personas” que las de mi pueblo.

Un día —habría cumplido ya los siete años— visité la ciudad por vez primera. Llegando a ella descubrí que no era cuanto yo había imaginado. De entrada, vi sus barrios de “miseria”, y por sus calles y sus casas supe que en la ciudad también había pobres y que había ricos.

Aquella comprobación debió dolerme hondamente porque cada vez que regreso de mis viajes al interior del país y llego a la ciudad, me acuerdo de aquel primer encuentro con su grandeza y su miseria; y vuelvo a experimentar la sensación de íntima tristeza que tuve entonces.

Solamente una vez en mi vida he tenido una tristeza igual a la de aquella desilusión; fue cuando supe que los Reyes Magos no pasaban de verdad con sus camellos y con sus regalos.

Así, mi descubrimiento de que también en la ciudad había pobres y que, por lo tanto, estaban en todas partes, en todo el mundo, me dejó una marca dolorosa en el corazón. Aquel mismo día descubrí también que los pobres eran indudablemente más que los ricos y no solo en mi pueblo sino en todas partes.

V

ME RESIGNÉ A SER VÍCTIMA

Un día me asomé, por la curiosidad que derivaba de mi inclinación, a la prensa que se decía del pueblo.