La saga del narcotráfico en Cali, 1950-2018. - Gildardo Vanegas Muñoz - E-Book

La saga del narcotráfico en Cali, 1950-2018. E-Book

Gildardo Vanegas Muñoz

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Beschreibung

El texto ofrece un análisis particularmente original y detallado de la dinámica tanto urbana como rural de las redes del narcotráfico. Las grandes mutaciones están claramente resaltadas: de la marihuana a la cocaína, de la importación de la materia prima proveniente de Perú y Bolivia al control de la producción nacional, de los laboratorios a la organización de circuitos de exportación, del manejo de los mercados exteriores, el mercado norteamericano en primer lugar, a la progresiva dependencia con respecto a organizaciones mexicanas que no solamente se apoderan del acceso a los Estados Unidos sino que también se inmiscuyen en las otras fases del transporte. Como señala el autor, la relación de Cali con el narcotráfico no es nueva ni única, pero si tiene algo de singular si se compara con otras ciudades. En estas organizaciones se destaca el poco uso de la violencia, la ausencia de grandes ejércitos de sicarios, la nula vinculación de los primeros narcotraficantes con los sectores más pobres de la ciudad y su interés por integrarse al orden social local a través de la relación con las élites políticas, sociales y económicas. Estos rasgos no dejan de ser llamativo, como quiera que Cali ha sido por muchos años uno de los focos más importantes del narcotráfico en Colombia. Daniel Pécaut

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Vanegas Muñoz, Gildardo

La saga del narcotráfico en Cali, 1950 - 2018 / Gildardo Vanegas Muñoz.

Cali : Programa Editorial Universidad del Valle, 2021.

366 páginas ; 24 cm. -- (Colección: Ciencias Sociales)

1. Narcotráfico - 2. Narcotraficantes - 3. Violencia y narcotráfico - 4. Violencia - 5. Cali (Valle del Cauca)

364.157 cd 22 ed.

V252

Universidad del Valle - Biblioteca Mario Carvajal

Universidad del VallePrograma Editorial

Título: La saga del narcotráfico en Cali, 1950-2018

Autor: Gildardo Vanegas Muñoz

ISBN: 978-628-7500-39-6

ISBN-PDF: 978-628-7500-41-9

ISBN-EPUB: 978-628-7500-40-2

DOI: 10.25100/PEU.7500396

Colección: Ciencias Sociales-Investigación

Primera edición

Rector de la Universidad del Valle: Édgar Varela Barrios

Vicerrector de Investigaciones: Héctor Cadavid Ramírez

Director del Programa Editorial: Francísco Ramírez Potes

© Universidad del Valle

© Gildardo Vanegas Muñoz

Diseño de carátula: Jacobo Vanegas

Diagramación: Alejandro Soto Perez

Corrección de estilo: Luz Stella Grisales Herrera

_______

Este libro, o parte de él, no puede ser reproducido por ningún medio sin autorización escrita de la Universidad del Valle.

El contenido de esta obra corresponde al derecho de expresión del autor y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad del Valle, ni genera responsabilidad frente a terceros. El autor es el responsable del respeto a los derechos de autor y del material contenido en la publicación, razón por la cual la Universidad no puede asumir ninguna responsabilidad en caso de omisiones o errores.

Cali, Colombia, octubre de 2021

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

CONTENIDO

PRÓLOGO

AGRADECIMIENTOS

LA SAGA DEL NARCOTRÁFICO EN CALI, 1950-2018

Introducción

Objeto y contenido de este trabajo

CAPÍTULO 1ILEGALIDAD, DROGAS ILÍCITAS, PROHIBICIÓN Y CRIMEN ORGANIZADO

De lo inmoral a lo ilegal

De ciertas plantas a las drogas de uso ilícito: amapola, marihuana y coca

El prohibicionismo

Crimen organizado, narcotráfico y la zona gris

CAPÍTULO 2CONDICIONES GEOPOLÍTICAS

Condiciones geopolíticas regionales: un antecedente necesario

Condiciones políticas, sociales y económicas de Colombia

Cali, el escenario

CAPÍTULO 3¿QUÉ SE SABE SOBRE EL NARCOTRÁFICO Y CÓMO SE HA LLEGADO A SABER?

La primera vertiente: la narcoliteratura

La segunda vertiente: el anovelamiento periodístico

La tercera vertiente: los diarios y las publicaciones periódicas

La cuarta vertiente: la literatura

La quinta vertiente: el rumor

La sexta vertiente: los expedientes judiciales

La séptima vertiente: la producción académica

Ideas estereotipadas sobre el narcotráfico

CAPÍTULO 4LA SAGA DEL NARCOTRÁFICO Y SUS GENERACIONES EN CALI, 1950-2018

Las generaciones del narcotráfico

La primera generación: los pioneros (1950-1965)

La segunda generación: los forjadores (1960-1977)

La tercera generación: los señores, empresarios e ilegales (1970-1987)

La cuarta generación: el Cartel de Cali (1970-1995)

La quinta generación: el Cartel del Norte del Valle (1975-1998)

La sexta generación: los herederos (1995-2008)

La séptima generación: los gatilleros, los nuevos narcotraficantes (2008-2018)

CAPÍTULO 5LAS GENERACIONES DEL NARCOTRÁFICO Y SUS VIOLENCIAS

Violencia y vida urbana

Cali y sus violencias

Tipos y modalidades de las violencias asociadas al narcotráfico

Otro camino posible para entender las violencias

Un intento por concluir

CAPÍTULO 6DE CÓMO HACERLO A CÓMO SE HIZO

Aprender de los que ya lo hicieron

Tras la saga del narcotráfico en Cali y sus generaciones

Los métodos y los materiales

La realización de las entrevistas: viajes y recorridos inesperados

Diez recomendaciones imprescriptibles para un trabajo de campo con riesgos

REFERENCIAS

Textos académicos sobre narcotráfico, violencia y conflicto

Textos no académicos sobre narcotráfico

Textos de referencia general

Textos de referencia histórica

Normativa

Otras fuentes

ANEXO

Nombres de la antigua picaresca local

NOTAS AL PIE

Apología a la locura… el pasado, una burla constante;el presente, una mentira a la conciencia; yel futuro, una caprichosa negación del olvido.

Roxann Agonz, 2002

PRÓLOGO1

Daniel Pécaut

Con el título La saga del narcotráfico en Cali, 1960-2018, Gildardo Vanegas presenta una sólida investigación que constituye un notable aporte, tanto al conocimiento de las sucesivas modalidades de acción utilizadas por los protagonistas directos e indirectos de esta actividad como a la descripción de las transformaciones sociales que de allí resultan. La originalidad del trabajo reside también en la diversidad de aproximaciones utilizadas por el autor: interpretaciones de conjunto, descripción precisa de las redes concernidas, evocación a la vez sociológica y etnográfica de los participantes y, finalmente, entrevistas con algunos de ellos. De allí proviene la importancia de esta investigación.

El libro comprende seis capítulos. El primero presenta generalidades sobre las economías «ilegales» y subraya especialmente el rol jugado en su auge por las medidas de prohibición. El segundo evoca las condiciones geopolíticas que favorecieron su expansión en Colombia y, de manera más particular, en el Valle del Cauca, sobre todo las tradiciones de contrabando, los rastros de la Violencia y la precariedad del Estado. El tercero hace un balance de los estudios anteriores y de las diversas fuentes, periodísticas, ensayísticas, literarias y jurídicas existentes sobre el tema y subraya la insuficiencia de las teorizaciones en términos de «subculturas» y de «valores». El cuarto, en muchos aspectos central, analiza las diversas «generaciones» de las redes de narcotraficantes. Con base en la lista de estas generaciones y las referencias a la sucesión de los personajes clave, el autor pone el acento sobre las continuidades y las discontinuidades de la actividad. La enumeración de las generaciones no impide hacer referencia a las intersecciones entre ellas y permite también poner el acento sobre sus diferencias. El quinto concierne a las modalidades de violencia promovidas por las diferentes redes: el autor subraya el contraste entre la generación llamada del «Cartel de Cali», que solo usa de manera moderada medios de violencia (salvo cuando debe hacer frente al «Cartel de Medellín») y las generaciones siguientes, en particular las del «Norte del Valle». El último capítulo es más metodológico: trata de las modalidades de investigación sobre un tema tan difícil, incluso peligroso.

El conjunto constituye un análisis particularmente original y detallado de la dinámica tanto urbana como rural de las redes del narcotráfico. Las grandes mutaciones están claramente resaltadas: de la marihuana a la cocaína, de la importación de la materia prima proveniente de Perú y Bolivia al control de la producción nacional, de los laboratorios a la organización de circuitos de exportación, del manejo de los mercados exteriores, el mercado norteamericano en primer lugar, a la progresiva dependencia con respecto a organizaciones mexicanas que no solamente se apoderan del acceso a los Estados Unidos sino que también se inmiscuyen en las otras fases del transporte.

¿Cuáles son los aportes más importantes de este texto? A riesgo de simplificar quiero solamente enumerar algunos de los que me han parecido más notables.

Para comenzar, la descripción precisa de las redes de las diversas generaciones. Sin duda diversos trabajos habían tratado de llevar a cabo esta descripción, pero nunca se había dibujado un cuadro tan preciso. Para lograrlo eran necesarias informaciones de primera mano basadas en múltiples fuentes, pero también en contactos personales. Tablas y gráficos permiten visualizar con una gran claridad la complejidad de estas redes y las interacciones entre ellas. Los grandes y los pequeños jefes aparecen allí mencionados.

En seguida el texto hace claridad sobre aspectos más generales. Inicialmente, sobre las interferencias permanentes entre «legalidad» e «ilegalidad». El narcotráfico no hubiera podido prosperar sin su permanente asociación. Las mismas élites regionales provienen muchas veces de procesos de acumulación de riqueza que descansan en el uso de la fuerza. Algunas se vanaglorian de recurrir a la filantropía para asegurar su hegemonía, pero esto no logra borrar la otra vertiente. No es pues sorprendente que no se inquieten por el incremento del poderío de la nueva actividad. Además, estas mismas élites, directa o indirectamente, son beneficiarias y se cuidan por consiguiente de denunciarlo.

Los narcotraficantes, por su parte, salidos en su gran mayoría de los ámbitos de la pequeña delincuencia, han tratado de manera permanente de inscribirse en la medida de lo posible en las actividades legales que satisfacen su deseo de reconocimiento por parte de las élites. Su consumo ostentoso, su instalación en los barrios chics, su apropiación de inmensas superficies, su control sobre actividades del disfrute y del entretenimiento son manifestaciones de esta pretensión. El éxito más evidente es el del «Cartel de Cali» de los hermanos Rodríguez Orejuela con todas sus ramificaciones en la esfera legal: cadena de farmacias, emisoras de radio, etc.

Pero la corrupción es precisamente el principal medio de esta «integración» en las estructuras institucionales. El trabajo describe con detalle sus modalidades. La corrupción pasa, obviamente, por el dominio de los recursos económicos; pero también se impone sobre todo en el campo político y se expande de abajo hacia arriba. Compromete, ciertamente, a la clase política regional, pero la generación del Cartel de Cali logra imponer su influencia sobre algunos de los más altos dirigentes del país. El autor vuelve sobre las relaciones entre narcotráfico y política. Sin embargo, eso no es todo: la corrupción concierne también a las instituciones jurídicas. A este respecto son mencionadas, entre otras, la Fiscalía y la justicia local. En las generaciones siguientes, en particular en las del Norte del Valle, se vuelve insuficiente hablar de corrupción: el dominio sobre municipios enteros implica una capacidad de control de las sociedades locales.

Uno de los méritos del trabajo consiste también en mostrar, como no se había hecho nunca, la colusión incesante entre gran parte de los policías, algunos activos otros retirados, pertenecientes a los servicios de inteligencia (F-2 y otros) y los narcotraficantes. Esta colusión alcanza su apogeo a finales de la década de 1980: la colaboración oficial con las redes de Cali se convierte en esencial en la guerra contra Pablo Escobar y es aprobada por todos los organismos, desde el DAS hasta la DEA. La cooperación dura, sin embargo, mucho más tiempo. Ilustrativo a este respecto es el ejemplo del coronel (r) Danilo González, pieza central del dispositivo durante un largo periodo. De coyunturales, las prácticas de corrupción se banalizan y se convierten en regla.

La distinción entre generaciones permite identificar mejor las transformaciones en el funcionamiento de las redes. La de los hermanos Rodríguez Orejuela puede dar la sensación de ser una organización más o menos coherente. No ocurre lo mismo con lo que es conocido como las redes del «Norte del Valle», que se vieron arrastradas en innumerables guerras intestinas. Y, menos aún, con las últimas generaciones en las cuales intervienen las organizaciones paramilitares.

Masacres y atrocidades se convierten en la cuota de todos los días. También en este caso el autor toma distancia con los habituales lugares comunes. Si los conflictos por el control de la ruta de exportación juegan un papel, el recurso a las formas de extrema violencia está ligado cada vez más a arreglos de cuentas que obedecen a motivos eventualmente más benignos: las venganzas personales, las traiciones reales o supuestas, etcétera. El trabajo evoca sobre todo los arreglos de cuentas consecuencia de las revelaciones hechas ante la justicia norteamericana por los narcotraficantes extraditados, como contrapartida a las rebajas de penas. Estas revelaciones terminan en represalias sin límite.

El autor afirma también que las prácticas de violencia utilizadas en el norte del Valle se inscriben en la continuidad con las de la época de la Violencia. Con mucha frecuencia los municipios donde ellos hacen estragos son aquellos que fueron arrasados por los antiguos enfrentamientos partidistas y donde algunos de los protagonistas aún están marcados por esos hechos. No obstante, las violencias rurales tienen repercusiones de manera simultánea en las violencias en la capital del Valle. Para el autor este hecho se convierte en la ocasión para poner en duda la autonomía de la delincuencia urbana y la interpretación de las operaciones de «limpieza social» que tuvieron lugar a finales de los años 1980.

La investigación esclarece también una de las razones por las cuales los horrores se han banalizado: la complicidad de los «investigadores». Con mucha frecuencia estos últimos se limitan, y los periódicos los siguen, a hacer la cuenta de los cadáveres sin buscar las causas y, por lo demás, muchos de los cadáveres son escondidos o arrojados en las corrientes de agua. Sobra decir que eso termina en el terreno propio de la sección de los «hechos del día». A este respecto los capítulos sobre estas violencias «ordinarias» son ejemplares, ya que logran reconstruir las tramas y las lógicas en las cuales se inscriben. Estos relatos y otros similares se leen como verdaderas novelas policíacas.

Para resaltar la complementariedad entre lo «legal» y lo «ilegal», el autor recurre con frecuencia a la noción de «zona gris». El término es un poco vago, pero es una forma de dar cuenta de un sistema generalizado de interferencias o de interacciones entre actores comprometidos en los dos registros.

Queda pendiente la pregunta por la articulación entre el universo de los narcotraficantes y el de los demás actores de la violencia armada. Después de todo, estos últimos también están directamente implicados en el narcotráfico tanto en lo que concierne con los cultivos como con la comercialización. Si bien los litigios con el M-19 son mencionados, los contactos con las FARC solo son analizados accidentalmente. Las alusiones al caso de José Santacruz Londoño son tan rápidas que no alcanzan a mostrar su importancia. Las colusiones con los paramilitares desde finales de los años 1990 son, por el contrario, ampliamente presentadas, en particular la conformación del Bloque Calima y sus divisiones posteriores. Queda pendiente el interés por saber qué es lo que predomina en las estrategias paramilitares del momento: ¿las disputas alrededor del narcotráfico o los objetivos contra las guerrillas?

La referencia a las generaciones tiene en todo caso el mérito de indicar cómo se transforman las relaciones entre las redes de narcotraficantes con respecto a la temporalidad y al espacio: la temporalidad se vuelve cada vez más rápida y discontinua, el espacio es cada vez más diversificado, fluctuante y circunscrito.

Más allá de los aportes descriptivos y analíticos de este trabajo, tengo que decir que soy muy sensible al hecho de que el autor da muestras de una verdadera cultura teórica y literaria: numerosas son las referencias a los escritores, filósofos, ensayistas que han tratado fenómenos mafiosos y de la delincuencia; estas referencias no son decorativas sino que contribuyen a apoyar el razonamiento. La escritura y la composición de esta obra me parecen perfectamente adecuadas.

Formularé solamente algunos interrogantes. En primer lugar, tengo algunas dudas sobre la continuidad entre las ilegalidades del pasado y las de este período: ¿no hay allí un salto cualitativo significativo? Entre los horrores de la Violencia y los orquestados por los narcotraficantes es necesario subrayar el contraste: por un lado, el carácter ampliamente identitario y societal de los enfrentamientos; por el otro, su carácter estratégico. En segundo lugar, me pregunto también sobre la continuidad o discontinuidad de las prácticas de corrupción: entre la «ordinaria» anterior al narcotráfico y la que invade todas las instituciones regionales y nacionales, ¿no sería conveniente subrayar mejor la ruptura? Finalmente, ¿no sería necesario subrayar mucho más que la ilegalidad y las desigualdades contribuyen a la definición de los rasgos del acceso de Colombia a la modernidad, al trastornar las distinciones de clase y los criterios de la moralidad? Los conflictos sociales tan intensos en el Valle del Cauca al comienzo del Frente al Nacional desaparecen a medida que se imponen los nuevos actores. La «filantropía», por su parte, cede su lugar a la fuerza en todos sus aspectos.

Estas observaciones están destinadas solamente a mostrar hasta qué punto este trabajo renueva el conocimiento de los fenómenos que describe. Debo confesar, como conclusión, el interés que he tenido para leerlo y todo lo que me ha enseñado. El libro constituye la culminación de una investigación innovadora que será una referencia esencial para los trabajos sobre la historia del narcotráfico. Merece todas las felicitaciones.

AGRADECIMIENTOS

A la Universidad del Cauca, institución en la que trabajo como profesor, por brindarme el tiempo para adelantar mis investigaciones. A Marisol Muñoz, directora del Centro de Educación Continua, Abierta y Virtual, CECAV.

En la Universidad del Valle a José Fernando Sánchez, Pedro Quintín, María del Carmen Castrillón, María Gertrudis Roa y Carlos Mejía. A Jaime Escobar, por su amistad y sus acertados comentarios; a Boris Salazar mi reconocimiento por las muchas horas de instructivas conversaciones. A Esther Julia Villa y Claudia Johanna Grisales, por su colaboración. A Jesús Darío González con quien he tenido durante años un interés compartido por la ciudad, sus violencias y sus desafíos.

De manera especial, quiero manifestar mi gratitud, admiración y aprecio a Alberto Valencia, por sus calidades académicas y personales. Sus recomendaciones me ayudaron más de lo que con estas líneas puedo agradecer.

A Jhonny Jiménez, Diana Pineda, Andrés Vélez, Wilmar Reyes y Julián Arteaga, por el tiempo compartido, las complicidades y el apoyo. Siempre los recordaré con aprecio. A Hansel Mera y Apolinar Ruíz. A Alexander Montoya, Alexander Castillo, William Darío Chará y Nicolás López por su compañía, su solidaridad siempre incondicional en los momentos más difíciles que he tenido que afrontar y por recibirme con generosidad en sus casas y dispensarme inmerecidas atenciones. A Ana María Saavedra por compartir sus conocimientos sobre el papel del narcotráfico en la sociedad vallecaucana. A Mario Hernando Orozco «Mheo» y a Pily su esposa, que me abrieron las puertas de su casa y me ayudaron a conocer algunas referencias de Pereira y parte de lo que tiene que ver esa bella ciudad con esta historia.

A Daniel Pécaut por sus críticas y aportes; a Gerard Martin por llamar la atención sobre algunas ligerezas, y a Luis Carlos Castillo, por su perspicaz lectura. A Minor Mora y Pierre Gaussens en El Colegio de México, por facilitarme todas las condiciones para desarrollar la parte final de mi trabajo en esa excelente institución. La estancia en El Colegio me permitió acceder a bibliografía sobre narcotráfico poco conocida en nuestro medio y a comprender los cruces históricos que se han presentado en distintos momentos entre las organizaciones ilegales de Colombia y de México. Unas y otras han antagonizado, se han complementado y se han relevado en el lugar prominente de este particular negocio.

Como se entenderá, dada la naturaleza del asunto del que aquí me ocupo, solo me resta agradecer a las personas que me ayudaron con sus relatos e historias y me mostraron desde otros horizontes las trayectorias que he querido reconstruir. Cada encuentro fue singular y buena parte de las ideas que tenía en mente se redefinieron, matizaron o cambiaron cuando me adentré en su compañía en este singular mundo.

Debo tiempo valioso a Yolanda, mi esposa; a Joshua Jacobo y Jessi Jocabed, mis amados hijos. Espero compensar de alguna manera lo que no les he dado durante largo tiempo. Abandonarme por completo a la investigación, no es posible sin su infinita comprensión, para ellos mi amor. En medio de la escritura de este texto falleció mi padre Gildardo Vanegas. La violencia y el conflicto trazaron su trayectoria biográfica y lo desplazaron, junto con mi madre, de las montañas del departamento del Quindío a las laderas del barrio Siloé, situado al suroccidente de Cali. Allí vivimos algunos años y experimentamos lo que significaba para una familia campesina vivir en una zona marginal y pobre en una ciudad que empezaba sus procesos de modernización. Sin temor a equivocarme, debo señalar que mi interés académico por la violencia y el conflicto está unido a estas circunstancias. Este texto es un pequeño homenaje a su memoria y una muestra de mi amor y gratitud. Por último, pero no por ello menos importante, a mí mamá, Nubia Muñoz, y a mis hermanos, William, Arlés, Harold y Duver, quienes de distintas maneras siempre me han brindado su apoyo.

LA SAGA DEL NARCOTRÁFICO EN CALI, 1950-2018

INTRODUCCIÓN

Toda ciudad tiene un monstruo perpetuo.

ELECTRA GARRIGÓ

VIRGILIO PIÑERA (1948, citado por ESPINOSA DOMÍNGUEZ, 1992, p. 143)

¿Por qué hacer un nuevo trabajo sobre narcotráfico en Colombia y ocuparse de Cali? Las respuestas son varias y algunas tienen carácter personal relacionadas con el hecho de que el autor nació y creció en una ciudad permeada por el narcotráfico; más aún, con haber vivido en un barrio de la ciudad que fue un pequeño escenario por el que desfilaron muchos de los personajes que aquí interesan. En aquel barrio, había una gran pesebrera. Allí se reunían los narcotraficantes más célebres de la región para visitar y exhibir sus caballos de paso fino. La pesebrera ofrecía trabajo a hombres y a mujeres del barrio. Varios vecinos y amigos «guaniaban», como se denominaba al oficio de limpiar la boñiga de los caballos y mantener en óptimas condiciones los establos; también trabajaban en oficios domésticos. Con el tiempo, Juan se hizo montador de caballos, Wilson y Vladimir fueron guardaespaldas, David chofer al servicio de los señores y sus mujeres, Hernando y Martha trabajaron en laboratorios clandestinos para el procesamiento de cocaína, Alfonso se hizo piloto de avión y se dedicó a transportar droga hacia Centroamérica, cuando quiso independizarse de su jefe fue asesinado. Raúl, Mario, Hernando y Jesús murieron en medio de diferentes atentados. Gerardo y Jorge en similares circunstancias quedaron discapacitados de por vida. Elias, Gabriel, Gladys y Julián se dedicaron a llevar cocaína como «mulas» a otros países y pasaron largas temporadas en cárceles del exterior. Diego Fernando fue desaparecido. Jorge, Humberto, Édison y Fernando entraron y salieron del negocio y solo alcanzaron a acumular extravagantes historias que aún aderezan ocasionales reuniones. Alfredo «coronó»2 y es en la actualidad un respetable comerciante.

Los habitantes del barrio encontraban trabajo y gozaban del mecenazgo de los señores. Las épocas de Navidad y Año Nuevo llegaban con regalos para los niños y niñas, junto con actividades lúdicas y mercados para cada familia. Al tiempo, disfrutaban al observar magníficos caballos, automóviles de lujo y mujeres hermosas. Como se entenderá las reuniones con los amigos, luego del fútbol, se acompañaban con múltiples relatos de ese particular mundo.

Otras respuestas al por qué hacer este trabajo tienen que ver con algunos rasgos que distinguen a la ciudad. Si bien la relación de Cali con el narcotráfico no es nueva ni única, si tiene algo de excepcional si se compara con las experiencias vividas en otras ciudades. Valga mencionar el poco uso de la violencia, la ausencia de grandes ejércitos de sicarios, la nula vinculación de los primeros narcotraficantes con los sectores más pobres de la ciudad y su decidida intención de integrarse al orden social local a través de la relación con las élites políticas, sociales y económicas. Además, aunque ha habido un número significativo de textos tanto académicos como no académicos sobre narcotráfico, escasa atención ha tenido el caso específico de esta ciudad, que parece agotarse en el denominado Cartel de Cali. Este hecho no deja de ser llamativo, como quiera que esta ciudad ha sido por muchos años uno de los focos más importantes del narcotráfico en el país. A este rasgo hay que sumar el hecho de que la literatura sobre narcotráfico, incluso la sorprendentemente escasa referida a Cali, es en general ahistórica y de reprochable calidad, pero no por ello del todo inútil, como se constatará luego.

Santiago de Cali o Cali, como se conoce por propios y extraños, ha tenido a lo largo de su historia distintas referencias que con muy pocas palabras parecen sintetizar lo que esta ciudad es y representa. Se le denomina capital deportiva de Colombia, ciudad de mujeres hermosas, ciudad cívica, ciudad Caribe lejos del Caribe, capital de la alegría, capital mundial de la salsa, entre otras. Del mismo modo se le han compuesto más de cien canciones que permiten identificar algunos de los rasgos más destacados de la ciudad: Cali Pachanguero (Grupo Niche), Torero (Guayacán Orquesta), Cali calor (Orquesta Matecaña), Cali capital salsera (Hermanos Lebrón), A Cali (Sonora Ponceña), Fiestón en Cali (Ray Pérez), El Cartel de Cali (Los Tigres del Norte), por mencionar algunas. Cali es una gran desconocida porque ni la prolijidad de los calificativos ni la cantidad de canciones que se le han compuesto se corresponden con la producción académica que debiera dar cuenta de la persistencia del crimen organizado en su modalidad de narcotráfico, de los mecanismos de inserción social que han usado los ilegales y del correlato irrevocable de sus negocios, la violencia.

En la ciudad, la ilegalidad, la intimidación, el amedrentamiento y la violencia se instalaron como dispositivos por excelencia para resolver cualquier diferencia; el dinero hizo lo propio como valor supremo; la apariencia, la ostentación sin medida, el consumo suntuoso y ciertas estéticas presentes en hombres y mujeres complicaron el cuadro; la ilegalidad y sus particulares formas de control definieron una sociedad en la que estos rasgos tuvieron mayor peso al estimado. Si bien estas improntas se le imputan al narcotráfico, varias de ellas ya se habían emplazado por otros ilegales en la sociedad local desde los albores mismos de la ciudad. No obstante, en los últimos cincuenta años el narcotráfico se ha constituido en uno de los atributos más significativos de la sociedad local. No solo es uno de los ejes articuladores, quizás el principal, de la violencia en la ciudad, si no que ha favorecido procesos de cambio social, se ha establecido en un mecanismo de movilidad social y ha definido nuevos valores.

Además, una de las peculiaridades que ha acompañado el negocio de las drogas ilegales desde su aparición en esta parte del país, es su pretensión de vestirse con los venerables ropajes de las iniciativas empresariales al llevar sus lógicas a los negocios legales. Así, al seguir algunas de las elaboraciones de Joseph Schumpeter (1957) en su Teoría del desenvolvimiento económico, se puede entender a los narcotraficantes locales como empresarios que, con éxito, lograron producir cocaína de forma ilegal a escalas nunca antes vistas, abrieron nuevos mercados y robustecieron los ya existentes; fortalecieron su intervención en distintas fases de la producción y procesamiento de la droga, controlaron las rutas de exportación y distribución en las calles de las más importantes ciudades estadounidenses (p. 77). En otras palabras, realizaron nuevas combinaciones de un conjunto de factores ya existentes, propiciaron profundos cambios y, de paso, jugaron un importante papel en la configuración del orden local. Contrario a la pobre consideración que sobre este aspecto tiene Salvatore Lupo (2009) al revisar la experiencia italiana, las trayectorias de algunas de las generaciones del narcotráfico de esta parte de Colombia son un buen ejemplo de «capacidades empresariales complejas» (p. 37).

Cabe preguntar, si este proceso siguió un camino inverso, es decir, si las acciones empresariales han utilizado lógicas criminales y han apropiado los sistemas de acción del narcotráfico; o qué tan extendidas fueron las colusiones entre los universos de los legales y los ilegales y en qué ámbitos se establecieron. Hay que recordar que el logro de muchas respetables fortunas en Colombia fue posible gracias a «la tradición histórica de contrabando, evasión fiscal, fuga de capitales y operaciones en mercados negros» (Palacios, 1995, p. 280); los narcotraficantes son en ese sentido una nueva versión de viejas prácticas que a partir de la ilegalidad permite a los «establecidos» consolidar el lugar de reconocimiento que ya tienen en la sociedad y a los «marginados» alcanzar alguno.

En Cali, los pioneros y capitanes de estas empresas ilegales eran auténticos señores, al parecer de férreas convicciones, que son resaltadas al realizar las inevitables comparaciones entre los ilegales de antes y los de hoy; o al compararlas con la «versión paisa» (Medellín) del mismo fenómeno. Los de aquí no fueron tan violentos, no desataron guerras contra el Estado, sus violencias eran muy asépticas y de ningún modo indiscriminadas, relacionadas en la mayoría de las veces con los ajustes dentro de los propios negocios ilegales. Sostiene Guy Gugliotta (1992) que «a diferencia de los traficantes de Medellín, el Cartel de Cali siempre buscó un perfil bajo, administrando sus operaciones de manera silenciosa y buscando maximizar sus negocios legítimos. En este sentido fue similar a la mafia de Estados Unidos» (p. 111). A los de Cali los caracterizaba un «discreto encanto» gracias a que, como lo señala Alain Labrousse (1993), los narcotraficantes caleños «corrompían, pero no rompían» (p. 328). Si bien esto será objeto de discusión, llama la atención lo extendido de este lugar común, tanto que el de Cali llegó a ser denominado «el cartel bueno» (Sauloy y Le Bonniec, 1994, p. 69) o también se les denominó «criminales respetables» (Tullis, 1995, p. 68); y así lo refrenda Ron Chepesiuk (2003) cuando dice que

nunca los estilos de dos grandes organizaciones criminales que operaban en el mismo espacio fueron tan diferentes. Mientras que el Cartel de Medellín trató de intimidar y doblegar al Estado, el Cartel de Cali trabajó silenciosamente tras bambalinas para corromperlo. (p. 62)

En el mismo sentido señala Petrit Baquero (2012) que mientras los de Cali sobornaban, los de Medellín asesinaban (p. 216). Al explorar un poco, como se verá más adelante, se constata que la supuesta repulsa del uso de la violencia por parte de los narcotraficantes de esta zona del país es un mito convenientemente impugnado por la realidad3.

OBJETO Y CONTENIDO DE ESTE TRABAJO

El objeto de este trabajo es pensar el narcotráfico, entender cómo surgió y se afianzó; para lograrlo es necesario considerar un cúmulo de condiciones políticas, sociales y económicas que trascienden las fronteras, que se producen en marcos más amplios, que permiten precisar cómo ciertas plantas y sus aplicaciones, ancladas en milenarias tradiciones en distantes lugares, fueron transformadas y llevadas de un sitio a otro acompañando las interconexiones que gradualmente se establecieron entre los más diversos puntos del planeta. Dice Eric Hobsbawm (1994) que

La historia de la economía mundial desde la revolución industrial se había caracterizado por una aceleración del progreso tecnológico, por el continuo crecimiento económico desigual y por una creciente «globalización»; es decir, por una división mundial del trabajo cada vez más elaborada e intrincada, una red cada vez más densa de flujos e intercambios que unía a todas las partes de la economía mundial al sistema global. (p. 87)

Es cierto, de manera todavía reciente, una nueva palabra entró en uso para nombrar un viejo proceso de origen incierto que, a pesar de sus logros, aún hoy sigue siendo incompleto, mundial sí, pero no global. Este proceso está en el nervio mismo de la historia de la humanidad. Ha avanzado sin pausa, con no pocas dificultades, a través del espesor de los tiempos. En ocasiones, al parecer cayó en una especie de letargo; en otras, avanzó con premura. Hechos sociales fortuitos, curiosidad, deseos de aventura, necesidad, iniciativas deliberadas, intereses, bloqueos de diferente tenor e incluso desastres naturales, han contribuido a su inexorable marcha. Hoy el producto está casi terminado y sería necio no reconocer que ha sido una construcción histórica de larga duración. Poco a poco, hombres y mujeres dispersos por todas las latitudes de la tierra se han reconocido y vinculado, no siempre a voluntad, en una compleja red de dependencias múltiples cada vez más amplia y densa. Este proceso se denomina globalización.

En una esclarecedora introducción al Manifiesto comunista de Marx y Engels, Eric Hobsbawm (1998) señala, como uno de los aciertos de estos pensadores en aquel pequeño texto, el papel transformador del capitalismo que llevó la producción y el consumo a una escala global (p. 22). Al parecer, se trata de un proceso cuyo impulso más potente se puede rastrear en el siglo XV4.

Es, pues, la globalización «la perceptible pérdida de fronteras del quehacer cotidiano en las distintas dimensiones de la economía, la información, la ecología, la técnica, los conflictos transculturales y la sociedad civil» (Beck, 2008, p. 56), la que ha permitido los más diversos y sorprendentes intercambios desde dispersos puntos de la geografía mundial. En esa dirección, uno de los aspectos más importantes en este mundo globalizado es que cualquier perturbación en un sitio específico, puede favorecer cambios en regiones en las que no tendrían por qué producirse. La célebre pregunta sobre la previsibilidad de Lorenz que luego se convirtió en afirmación, según la cual the flap of a butterfly’s wings in Brazil set off a tornado in Texas, ilustra bien como distintos acontecimientos se pueden encadenar de manera azarosa para precipitar cambios de magnitud variable de un sitio a otro.

Las pistas y evidencias de estas conexiones globales son cada vez más evidentes gracias a los desarrollos de la informática y la comunicación. A manera de ejemplo se pueden mencionar las amenazas y ataques a los sistemas informáticos tal como los ha ejecutado la clandestina organización de hackers denominada Anonymous; el deshielo de los glaciales por el calentamiento global; los movimientos de protesta que se articulan gracias a los alcances de la Internet, que permiten protestar contra los cazadores furtivos en África, la insaciable industria pesquera japonesa o las ablaciones en Irak; el riesgo hoy real de la pérdida de los suministros de agua en ciudades enteras, gracias al desorden climático provocado aquí y allá; la fragilidad del sistema financiero mundial, que puede ser afectado por cualquier ladino especulador; el consumo cultural, que hace que se baile por igual los vallenatos colombianos, los norteños mexicanos, las cumbias peruanas; o se disfruten las canciones francesas, puertorriqueñas, coreanas, estadounidenses y brasileras; hasta las plagas (caracol gigante, pez león, ranas toro, avispón gigante asiático), vectores (mosquitos transmisores de chikunguña, dengue y zika). De manera reciente y dramática se ha podido constatar como el SARS-Cov-2 de la familia de los coronavirus, responsable de la enfermedad Covid-19, identificado por primera vez a finales del año 2019 en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei en China, ha viajado a través de este pequeño mundo de fronteras cada vez más abiertas infectando a millones y matando a miles de personas en cada país de este mundo. Todo está conectado.

La globalización al mismo tiempo que integra y relaciona, desintegra y descarta, profundiza la exclusión, descompone pautas y formas locales, introduce desequilibrios regionales, genera desigualdades entre países y, en el interior de estos, crea dependencias no favorables, erosiona la soberanía, disminuye y especializa las funciones del Estado, expone las economías locales a variables externas, define pautas de consumo en ocasiones negativas y estrecha el poder de los actores locales. Existe, pues, un lado oscuro de la globalización.

Por supuesto, el delito también está sometido a la inexorable interconexión que este mundo globalizado impone. Sin embargo, hay que distinguir entre la presencia de la ilegalidad y el crimen en el ámbito local, el establecimiento de complejas relaciones alrededor de negocios ilegales que involucra operaciones en varios países y la existencia de una red global de negocios ilegales. Estos tres ámbitos que van de lo local, a lo regional y de allí a lo global, se han ido consolidado con el paso de los años, se han valido de los logros de la globalización y, algunas veces, los han propiciado. Las organizaciones ilegales, a decir de Manuel Castells (1999), enlazaron de manera flexible y versátil las «zonas agrícolas de producción, los laboratorios químicos, las instalaciones de almacenamiento y los sistemas de transporte para la exportación a los mercados ricos» (p. 200). A estos enlaces hay que agregar las redes para el tráfico de armas, las relaciones con el sistema financiero para el blanqueo de dinero y la participación de autoridades civiles y policiales en las iniciativas ilegales. Las colusiones entre legalidad e ilegalidad en este contexto de globalización, como se verá más adelante, amplían los márgenes de las zonas grises y, a la vez, dificultan el control y el descubrimiento de las interconexiones de estas redes y de sus formas de operación.

Juan Gabriel Tokatlian (2000) señala que en el orden económico local la globalización exigió cambios estructurales, abrió e internacionalizó la economía y, a su vez, permitió el ingreso de capitales, alentó la privatización, suavizó el régimen arancelario, eliminó controles financieros y aduaneros. «Todo ello operó como un catalizador a favor de un sector dotado y capacitado para afrontar este esquema dadas su ventajas comparativas y competitivas: el narcotráfico» (p. 38).

En este marco, lo que sigue es mostrar cómo el surgimiento y desarrollo del narcotráfico en Colombia en general y en Cali en particular, responde entre muchos otros aspectos a encadenamientos de condiciones globales, regionales y locales, impredecibles hechos históricos, movimientos geopolíticos e individuos oportunistas que lograron un lugar prominente en complejos escenarios. Además, se deben sumar los aprendizajes acumulados de viejas redes de contrabando, las conexiones con narcotraficantes de distintas nacionalidades —no solo estadounidenses—, la experiencia de la violencia política desde los años 1940, un entorno institucional precario, una pobre contención política, la exclusión de amplios sectores de la población de los procesos productivos legales, la difusión de ciertas ideas que exaltan el logro económico por el camino que sea, las ingentes ganancias que desde el principio generaron los negocios ilegales y la venalidad en todos los órdenes.

Se trata de advertir y comprender los procesos, mecanismos y eslabones de estos encadenamientos, en procura de no escamotear una historia que es mucho más larga y enrevesada de lo que se cree. No se pretende complicar lo que de por sí ya lo es, sino renunciar a una brutal tendencia simplificadora que adjudica el surgimiento del narcotráfico a una cierta propensión genética, que haría proclives a los colombianos a la ilegalidad, el crimen y la violencia. Ideas que terminan por naturalizar los hechos ilegales y el crimen y evita, de manera consecuente, elaborar cualquier otra explicación.

Estos procesos no son estáticos; por el contrario, siguen sus derivas y el panorama de hoy se transformará gracias a los acomodos y reacomodos que se van presentando. Nada es definitivo y los cambios son impredecibles, como impredecibles sus impactos en los ámbitos locales, nacionales, regionales y globales. Las inercias desatadas, si bien son poderosas, no son perennes como la hierba. Los ejercicios predictivos sobre lo que será, aun con todos los escenarios posibles, terminan en especulaciones, falsas esperanzas o, las más de las veces, en charlatanería. Las grandes tendencias políticas, sociales y económicas, junto con las decisiones de hombres y mujeres y una buena dosis de azar, gobiernan los recorridos de los procesos históricos.

Es necesario entonces preguntarse a la manera de Álvaro Camacho (2014) cómo el narcotráfico permeó con sus acciones e improntas todo el entramado social; favoreció cambios en la estructura de clases, propició la aparición de nuevos actores sociales, contribuyó a la transformación económica en el campo y la ciudad; estableció mecanismos de dominación formales e informales en lo político, ayudó a desmantelar la justicia y a corromper la fuerza pública; debilitó las fuentes tradicionales del prestigio y el poder, envileció tradiciones e implantó el uso la violencia y la brutalidad como mecanismos para resolver desde pequeñas disputas hasta antagonismos más grandes (p. 330).

En procura de tener una mirada más amplia se apela a la historia para dar cuenta de varios procesos que, como se señaló en líneas precedentes, son fundamentales para comprender la presencia del narcotráfico en Colombia y, de manera particular, en Cali. Este libro se organiza en seis capítulos, un anexo y la bibliografía. El capítulo primero, «Ilegalidad, globalización, drogas ilícitas, prohibición y crimen organizado», comienza con una discusión sobre una suerte de taxonomía que precisa el lugar que ocupa en la sociedad el tráfico de cocaína. De ninguna manera se pretende dar cuenta de cada uno de los taxones, si tal actividad se pudiera realizar, pero sí se establecen algunos parámetros para entender de qué se está hablando. Propone, además, una serie de elementos para empezar a pensar en el narcotráfico más allá de Colombia y reconoce que hay situaciones que trascienden las fronteras del país. De lo que se trata es de dar cuenta de las interconexiones que han permitido hacer redonda la tierra y darle sentido a aquella idea de la existencia de la «aldea global», pero en clave de crimen organizado. Se explora la manera como unas plantas y sus derivados se transformaron y pasaron de ser patrimonio de culturas milenarias a convertirse primero en medicamentos y luego en «remedios nocivos».

Se incorporan en este capítulo dos versiones de la prohibición de las drogas. Por un lado, la versión estadounidense, que es necesario conocer, como quiera que se convirtió en la punta de lanza de una cruzada en contra de las drogas que aún no termina y que logró imponerse en distintos países bajo su órbita, un buen ejemplo de un «localismo globalizado»; por otro, la versión nacional en la que se detallan las caminos que ha seguido la prohibición de las drogas en el caso colombiano que, aun con todas las discusiones, sigue siendo un elemento central de la política antidrogas; tanto que muchos investigadores consideran el prohibicionismo como una de las condiciones fundamentales que ha favorecido e incentivado el crimen organizado y la violencia alrededor del tráfico de drogas5.

El capítulo segundo, «Condiciones geopolíticas», recoge elementos de contexto que se presentaron en América Latina, que resultaron definitivos para entender las maneras en que hechos y circunstancias se organizaron como piezas de un gran rompecabezas, que definieron el lugar que en un momento de la historia ocuparon los colombianos en el tráfico de drogas. Se incluyen, por supuesto, referencias a Colombia. Además, se presenta a Cali como el escenario y se explora cómo la ciudad se construye en relación con una cantidad de sinergias que también las actividades ilegales han desatado. Se trata de un terreno que no ha sido explorado de manera suficiente, porque en lo que a narcotráfico se refiere se han privilegiado otros aspectos. El narcotráfico termina por definir en la ciudad asuntos tan impensables como el uso de los espacios, el ritmo de los tiempos, la sensación de seguridad, el riesgo, la confianza. Genera maneras de vivir la ciudad, influye en sus estéticas, sus consumos culturales y sus rasgos idiosincráticos. Dice Jane Jacobs (1961) en su clásico y olvidado libro Death and Life of Great American Cities, que es posible entender a una ciudad como una gran matriz que produce y dinamiza y al mismo tiempo es producida y dinamizada (p. 428). En el caso de Cali, el narcotráfico es uno de los fenómenos que ha dinamizado la vida citadina y la ciudad ha dinamizado el narcotráfico con improntas propias del quehacer caleño y valluno. El dinero del narcotráfico que inundó la ciudad se puede entender, según esta autora, como dinero del mundo tenebroso que, «es al mercado hipotecario lo que los usureros son a las finanzas personales» (p. 331). No es un dinero gradual sino cataclísmico, que capitalizó y transformó la ciudad con consecuencias no siempre indeseables.

En el capítulo tercero, «Qué se sabe del narcotráfico y cómo se ha llegado a saberlo», se revisa una amplia bibliografía sobre el tema, en la que se advierte la escasa producción académica sobre el crimen organizado en Cali y la dudosa calidad de mucho de lo que se ha escrito. La ingente producción de textos que aquí se presenta fueron organizados en siete vertientes, las cuales han establecido un amplio conjunto de ideas estereotipadas sobre el narcotráfico que, en cierto sentido, trunca la posibilidad de ensayar otras rutas para su comprensión. Al parecer, ya se sabe todo lo que se debería saber sobre este asunto.

Unas vertientes son más fecundas que otras. Las cinco primeras son las más populares y las dos últimas, producto del rigor investigativo, son menos consultadas y conocidas. Todas brindan elementos para comprender cómo surgió, se estableció y arraigó la saga del narcotráfico. Si bien en muchos casos las menciones a Cali no son tan amplias como se quisiera, son de obligada referencia porque dan pistas para entender los recorridos de las organizaciones ilegales de esta parte de Colombia. Hay que indicar de paso que son numerosos los trabajos de naturaleza académica producidos por extranjeros en encuentros organizados a expensas de organismos de cooperación internacional, elaborados en su mayoría con los materiales reseñados en las siete vertientes. A pesar de que no se presentan en la vertiente académica, se citan a través del texto cuando la argumentación así lo amerita; con una consideración no menor y es que, en general, se ocupan solo del Cartel de Cali.

El capítulo cuarto, «La saga del narcotráfico y sus generaciones en Cali, 1950-2018», reconstruye las trayectorias de las generaciones que conforman la saga del narcotráfico en la ciudad y devela sus múltiples dispositivos, sus colusiones con el mundo legal en la zona gris y las convenciones sociales que se empezaron a instalar desde los primeros años de la década de 1950. Este capítulo tiene un acento en las personalidades y en las rutas que siguieron, pero menos para exaltar una condición individual extraordinaria y más como estrategia para recuperar los procesos y cambios que estos hombres anunciaron. El énfasis en las generaciones permite eludir una cierta tendencia que ha dominado los estudios sobre narcotráfico y buena parte de la producción no académica (estos últimos, por supuesto, están exentos de crítica dado su carácter), relacionada con el papel de ciertas personas que por voluntad propia desencadenarían las derivas que ha seguido el narcotráfico. Por supuesto existen personas fácilmente identificables, pero hay que ir más allá dando cuenta de sus marcos relacionales más amplios. De ahí que resulte de la mayor pertinencia retomar las sugestivas palabras de Norbert Elias (1990) según las cuales

los actos de voluntad y las intenciones de personas desempeñan un papel integral en todos los planos: en el proceso continuo de una persona, en el proceso de relación del hombre con la naturaleza no humana, en el proceso de relaciones interpersonales dentro del ámbito de la tribu o Estado y en el proceso de relaciones humanas en el plano intertribal o interestatal. Pero, como la actuación voluntaria de las personas ocurre dentro de un marco de interdependencias funcionales que no se producen voluntariamente, las explicaciones voluntaristas de estos procesos son insuficientes. Es evidente que los planes y las opiniones de las personas desempeñan un papel decisivo en las luchas entre Estados. Lo que debe corregirse es la idea de que éstas sean la única causa de la lucha misma o de su desarrollo. (p. 111)

Además, en la prosapia del narcotráfico hay más que ilegalidad, droga y violencia. El recurso de las generaciones ofrece la posibilidad de ver cómo el narcotráfico de manera simultánea permanece en el tiempo y cambia de contenido, orientación y disposiciones según la generación que se observe.

Si bien, en el caso colombiano se usan varias fechas para señalar el origen del narcotráfico, tales como 1965, 1970, 1971, 1980, su historia es más larga, más extendida y, para su cabal comprensión, es necesario recabar un poco más atrás en el tiempo. El lugar prominente que alcanzaron las organizaciones ilegales de Cali se debió a una serie de circunstancias históricas, que hunde sus raíces en el tiempo y que va más allá de las fronteras nacionales, con nexos insospechados con hechos y situaciones que se cruzaron al azar para este particular resultado. Conviene subrayar que los colombianos no descubrieron las drogas, no inventaron el narcotráfico ni han sido los únicos que han incurrido en estas prácticas. Por decirlo de alguna manera, la historia y una buena dosis de casualidad los colocó aquí6. No sin razón, Manuel Castells (1999) en un capítulo denominado «La conexión perversa: la economía criminal global» (pp. 193-233), de su libro La era de la información, considera que Colombia tiene un papel destacado en el tráfico de droga, pero en modo alguno único; Juan Gabriel Tokatlian (2000) escribe siete ensayos sobre Colombia, Globalización, Narcotráfico y violencia, y James Henderson (2012) titula su libro sobre la historia del narcotráfico en Colombia, Víctima de la globalización. Estos tres autores colocan con acierto el protagonismo de los colombianos en un marco más amplio, para sugerir unos encadenamientos más vastos en los que Colombia es apenas un eslabón de una historia que aún sigue su inexorable marcha. Por eso es importante precisar dicha historia.

Así como se intentó marcar el comienzo de la historia del narcotráfico, algo semejante ha ocurrido con la idea de fechar su cierre. Se habla de 1995, cuando se desmanteló el llamado Cartel de Cali; de 2005, cuando al parecer el narcotráfico mutó gracias a su relación con el paramilitarismo y aparecieron las llamadas bandas criminales, el eufemismo que se acuñó para determinar por la vía semántica el fin de lo que quedaba de los carteles, y de 2010, cuando las organizaciones criminales de mexicanos al parecer tomaron el control de los mercados ilegales de la droga, desplazaron a los colombianos y, en consecuencia, el negocio se volcó hacia el mercado interno. Si bien ahora las organizaciones ilegales colombianas se dedican cada vez más a proveer a los carteles mexicanos, es un proceso que se había iniciado desde finales del siglo XX (Bagley, 2003). Así haya cambiado el lugar de las organizaciones ilegales colombianas, las ganancias siguen siendo grandes y no solo se orientan al consumo ostentoso, sino también al llamado préstamo gota a gota7 y a estructurar la venta coactiva de seguridad privada; también logran cooptar formas criminales y delincuenciales más pequeñas como bandas de atracadores y miembros de pandillas juveniles para mantener sus negocios ilegales. Al apelar al recurso de las generaciones, se supera el árido debate sobre su cierre o final, se entiende la persistencia del narcotráfico en la región y se precisa la sucesión de sus diferencias en el tiempo.

El capítulo quinto, «Las generaciones del narcotráfico y las violencias», presenta otra mirada a la violencia en la ciudad, más allá de las formas establecidas y reconocidas de hacerlo, que han estado animadas por la inquietante estabilidad de la violencia homicida. Se pretende, a partir del examen de varios tipos de violencia, reconstruir desde distintas narrativas los procesos de violencia ligados al narcotráfico. Como se sabe, hay una versión pública de los homicidios registrados en la prensa local y un acopio y conciliación de datos de homicidios adelantado por distintas instancias del gobierno municipal, que opera como la fuente de información más frecuente de las aproximaciones académicas. Estas dejan de lado las relaciones densas que anteceden y preceden a los homicidios, no consideran los distintos vínculos que a estos subyacen, olvidan los actores que hay detrás de los autores materiales de las acciones y no ven las motivaciones e intereses que determinan las violencias. En concreto, lo que se quiere es arriesgar otra versión, en la que algunos de estos elementos se logren evidenciar al mostrar como las variables formas de violencia, que pueden incluir o no un homicidio, se anudan para definir un complejo panorama en la ciudad. Los homicidios son importantes como punto de partida, pero una explicación de la violencia no se puede reducir a estos y menos a las generalidades que ofrecen las fuentes secundarias.

Esto es mucho más cierto para los hechos de violencia relacionados con el narcotráfico, porque involucran diversos tipos de violencia, complicadas redes de actores, intereses, alianzas y disputas que no se pueden desentrañar de los lesionados o inertes cuerpos. No sin razón, una de las personas entrevistadas en esta investigación señaló que «todo homicidio es una novela», para indicar que cada homicidio ofrece una trama relacional que no se agota en la pareja víctima-victimario. Así, se propone la noción de proceso de violencia como unidad de análisis que incluye, pero no se agota en los homicidios. Para caracterizar los procesos de violencia que se presentan en este capítulo, se utilizaron entrevistas y se revisaron libros, publicaciones periódicas, prensa local y nacional. De este modo se estableció una tensión, un cruce, un contraste, entre los registros provenientes de estas fuentes y la versión de los perpetradores y se estructuraron seis procesos de violencia enriquecidos con diferentes narrativas; así se reconoció su complejidad y se señaló otro derrotero para la comprensión sociológica de la violencia, distinto de los que a menudo se difunden.

El capítulo sexto, «De cómo hacerlo a cómo se hizo», presenta unas referencias metodológicas para ilustrar la forma como se desarrolló esta pesquisa. El problema de investigación aquí propuesto exigió asumir ciertos riesgos en el trabajo de campo, pues el narcotráfico es un fenómeno activo, en plena operación y referido a acciones criminales. Con el agravante de que algunos de los entrevistados con quienes se tuvo la oportunidad de trabajar, aún participan de actividades ilegales.

Este capítulo sugiere una serie de consideraciones metodológicas que pueden ser útiles a la hora de administrar una investigación cuyo objeto se puede ubicar en la ilegalidad o deslizarse hacia ella. Se trata de reflexiones de orden procedimental, pero también se añaden consideraciones éticas debido a la cantidad de situaciones ilegales que se conocen. Por último, y es importante decirlo, en general los procesos académicos no preparan a los noveles investigadores cuando se lanzan tras ciertos objetos de investigación que pueden incorporar situaciones inesperadas.

CAPÍTULO 1

ILEGALIDAD, DROGAS ILÍCITAS, PROHIBICIÓN Y CRIMEN ORGANIZADO

Aquí se presenta una breve discusión en la que se ensayan unas referencias para pensar y entender el lugar que ocupa el tráfico ilegal de cocaína. Esta discusión es útil para marcar la identidad y la diferencia, superar las frecuentes confusiones y establecer, a la manera de Foucault, el orden de las cosas. Así, el tráfico ilegal de cocaína es una especie del género narcotráfico, que incluye el tráfico de marihuana, heroína, anfetaminas y un largo etcétera que se amplía, conforme pasan los años, gracias a los avances científicos y a las frenéticas búsquedas de los consumidores. Si se quiere señalar la disposición completa de estos niveles hay que decir que el tráfico de cocaína es la especie, el narcotráfico el género, el crimen organizado la familia, la ilegalidad el orden, la inmoralidad el tipo, las prácticas sociales el reino y la sociedad el dominio.

Al tiempo, en este capítulo se señalan los procesos y circunstancias históricas por las que ciertas plantas y sus derivados se proscribieron. Además, hay un acápite sobre la prohibición que comprende en principio la prohibición del alcohol y luego la de algunas drogas en Estados Unidos y, más adelante, en los países bajo su órbita, que favoreció el desarrollo de un conjunto de prácticas ilegales para proveer tanto alcohol como drogas. El narcotráfico y su auge, puede entenderse como una consecuencia imprevista o como un efecto perverso del prohibicionismo. Se trataría, según Robert K. Merton (1980), de una consecuencia inesperada en la que «la preocupación básica del actor por las consecuencias inmediatamente previstas excluye la consideración de las posteriores o de otras consecuencias del mismo acto» (p. 182)8. Como dice el popular refrán, «la cura resultó peor que la enfermedad».

Tanto la globalización como la prohibición son fenómenos que dan cuenta de procesos de larga duración, cuyas referencias, si bien están más allá de las fronteras nacionales y locales, encontraron en las propias condiciones nacionales pábulo para marcar los caminos por los que han discurrido las economías ilegales. Develar la relación entre estos procesos transnacionales y locales, resulta de la mayor importancia para precisar que ha sido la confluencia fortuita de una serie condiciones históricas las que definieron el lugar que hoy ocupa Colombia en relación con el tráfico de drogas. Aclararlas contribuye, como diría Pierre Bourdieu (2014), a desnaturalizar y desbanalizar la transparencia con la que se aborda el narcotráfico y ensayar lo que este autor denomina pensamiento genético9.

DE LO INMORAL A LO ILEGAL

¿La sabiduría, la sensatez, el valor, la justicia y la piedad, qué son, cinco nombres para una sola cosa, o a cada uno de los nombres subyace una esencia particular y cada objeto tiene su propia facultad, que no es igual la una a la otra?

Diálogos I, ProtágorasPLATÓN (1985, p. 569)

Inmoral es todo lo contrario a la moral. «Se aplica a las acciones en que hay fraude, en que se negocia o se obtiene lucro de cosas que no son para negociar o en que se falta a los deberes que impone un cargo, así como a las personas que las cometen o son capaces de cometerlas» (Molinere, 1997, p. 138). Como se advierte, se trata de un amplio y variable universo en el que cabe todo aquello que es contrario a lo que se define en un momento como buenas costumbres, buenas maneras. Lo inmoral es un denso entramado que impide alcanzar la virtud, la tranquilidad o la santidad, según el lugar desde donde se defina y el momento histórico que se observe. Dentro de lo inmoral es posible localizar un subconjunto, si bien amplio, un poco más preciso: el de la ilegalidad.

Desde que se vive en esa «contextura interhumana en la cual todos dependen de todos; en la cual el todo solo subsiste gracias a la unidad de las funciones asumidas por los copartícipes» (Adorno y Horkheimer, 1969, p. 23) llamada sociedad, ha sido necesario regular las relaciones entre los individuos mediante reglas, normas y leyes. Dicha regulación obedece al tipo de autoridad, su fortaleza y alcance. A medida que este tipo de autoridad cambia, también cambia el contenido de la regulación; al tiempo, cambia lo permitido, lo prohibido y la jerarquía de su gravedad. Por ejemplo, hubo un momento en el que los duelos a muerte, la piratería, el asalto en los caminos, el aprovechamiento de tierras baldías y el contrabando, no se consideraban delitos; mientras que la blasfemia se sancionaba incluso con la muerte.

Thomas Hobbes ([1651]1894, p. 101) y Cesare Beccaria ([1764]1879, p. 34) coinciden en señalar que la renuncia, en favor de una entidad supraindividual, a una parte de la libertad que cada uno poseía permitió a hombres y mujeres superar el estado de guerra continuo en que vivían. Pero más importante aún, permitió establecer leyes. Estas son, como afirma Hobbes, ataduras artificiales; o según Beccaria, condiciones necesarias para el disfrute de la libertad restante. Así, cuando se constituyeron los Estados y el poder religioso se redujo a los muros de las cada vez menos frecuentadas iglesias, la blasfemia perdió su estatus de delito; los duelos siguieron siendo honorables, pero fueron prohibidos; se persiguió a los piratas, se encarceló a los asaltantes, se legisló para defender la propiedad y se sancionó como ilícito el contrabando. Desde entonces la ley determinó las divisiones fundamentales entre lo legal y lo ilegal, lo justo y lo injusto, lo lícito y lo vedado, lo enaltecido y lo reprochable10. Pero la ley no resuelve todos los problemas, en muchos casos los produce. Bien lo dice Pablo en el libro a los Romanos (5:20), «la ley se introdujo para que el pecado abundase».

En todo orden social, es decir en el conjunto de convenciones sociales que orientan los sistemas de acción de los miembros de una sociedad que se sustenta en las normas, las relaciones sociales y los arreglos culturales compartidos y aceptados (Melucci, 2002, p. 123), prosperan las más variadas expresiones ilegales. Estas se presentan en medio de las más disímiles circunstancias y, en muchas ocasiones, son amparadas por quienes ejercen el poder, a los cuales la ilegalidad les es funcional. De estas, buen ejemplo da Fernand Braudel (1987) al señalar a los corsarios que delinquían gracias a patentes, favores, connivencias y complicidades. «Todos, miserables y poderosos, ricos y pobres, ciudades, nobles, Estados… están enredados en las mallas de una red tendida de extremo a extremo del Mediterráneo» (p. 287). La línea que separaba a unos y otros era muy tenue.

La ilegalidad también se instala como una auténtica estrategia de resistencia y contención de sectores sociales de la última fila del orden social. Hobsbawm (2001), afirma que la mayoría de la gente del campo (y esto se puede extender a los sectores más pobres de cualquier sociedad), se ve a sí misma como un grupo inferior al grupo de los ricos y los poderosos y, aunque dependan de ellos, el resentimiento implícito en esta relación hace que se apele a prácticas ilegales, entre ellas el bandolerismo y el contrabando (p. 20). Las versiones contemporáneas de lo que hoy se llama piratería que, sin duda, en estos momentos están más extendidas, son evidencia de que no se trata de una práctica del pasado.

El bandido viene de la noche de los tiempos medievales, con el asaltante de los bosques, el rebelde primitivo, el bandolero social, los piratas de todos los mares. Los criminales de alta jerarquía social acompañan como prototipo humano toda la historia de la sociedad de propietarios. (Sánchez, 1994, p. 109)