La salud a tus pies - Jesús Serrano - E-Book

La salud a tus pies E-Book

Jesús Serrano

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Beschreibung

¿SABÍAS QUE MUCHOS PROBLEMAS DE SALUD VIENEN POR UN MAL ESTADO DE NUESTROS PIES? ¿QUE EXISTE UNA ESTRECHA CONEXIÓN ENTRE ELLOS Y LA SALUD MENTAL Y EMOCIONAL? ¿QUE CAMINAR DESCALZO TIENE MÚLTIPLES BENEFICIOS PARA NUESTRO ORGANISMO? Los pies son una parte fundamental de nuestra salud y los responsables de muchas de las patologías que se ven en las consultas de traumatología y fisioterapia. Dolores de espalda, bruxismo, problemas de rodilla, posturales o deformaciones se deben a un incorrecto cuidado. En La salud a tus pies, el fisioterapeuta Jesús Serrano, que ha cambiado la vida de muchos de sus pacientes, desmonta mitos sobre estos grandes olvidados y propone un amplio abanico de hábitos saludables y ejercicios para entrenarlos con el sano propósito de prevenir enfermedades y mimar tu cuerpo y tu mente a través de ellos. CUIDA TUS PIES, CAMBIARÁ TU VIDA.

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Seitenzahl: 262

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Índice

Portada

Créditos

Prólogo, por Cristina Pedroche

Introducción. Los pies: una extensión de nuestra identidad

1. Descubriendo el pie descalzo

2. La causa: la relación con el resto del cuerpo

3. Sembrando pasos saludables

4. ¡Me duele el pie!

5. L os pies no son los tontos del cuerpo: se entrenan

6. El general: el dedo gordo

7. Todo pie es entrenable. Patologías más frecuentes.

8. Practica el descalcism

9. El pie en situaciones especiales

10. Las mejores herramientas para entrenar tus pies

11. El calzado descalzo

12. Mens sana en pie sano

13. Puesta en marcha

14. La verdadera salud está en los hábitos

Epílogo

Agradecimientos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

La salud a tus pies. Cómo cuidarlos y entrenarlos para evitar enfermedades y vivir sin dolor

© 2024, Jesús Serrano

© 2024, del prólogo, Cristina Pedroche

© 2024, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Diseño de cubierta: Pedro Viejo

Imagen de cubierta: Shutterstock

Ilustraciones de interiores: Carmen Serrano Cuevas Foto de solapa: Diego Mateo

ISBN: 978-84-1064-055-9

Composición digital: www,acatia.es

A mi mujer: mi ayuda adecuada.

PRÓLOGO

Cuando Chus me contó que iba a escribir un libro, no le dejé ni terminar la frase. Le dije: «Yo te firmo el prólogo, lo que necesites, cuenta conmigo». No solo porque le quiero un montón como amigo, como persona y como profesional, sino porque creo que su mensaje es muy potente. Uso mi altavoz para que sea su altavoz; por eso en Instagram, en los programas de televisión y en las entrevistas hablo tanto de él, y de Neus y Rubens. Están haciendo mucho bien por la sociedad, porque cuando pisas mejor, como debería ser, y le devuelves a tu pie su forma natural, «pisas más fuerte», es decir, tienes otra actitud ante la vida.

Conocí a Chus en 2014 y desde el primer momento supe que era una persona especial. Soy muy deportista y siempre he intentado cuidarme muchísimo; en esa época practicaba crossfit y corría muchísimas carreras. Fue un amigo nutricionista que tenemos en común, Javi, quien, al ver que me lesionaba bastante, me recomendó acudir a Chus. Y me encantó; me enamoró su filosofía, su paciencia, su sonrisa, su saber estar, su profesionalidad...

Lo gracioso es que fue Chus quien me sugirió mis primeras plantillas. Los dos estábamos en Matrix, como él dice; eran unas plantillas para correr, y después de un tiempo con ellas, el resultado fue sin más, ni a mejor ni a peor. Hablé de ello con él, que ya empezaba con la idea del calzado barefoot y de caminar descalzos. Al principio no me convenció; había oído que el zapato plano no es bueno, que hay que llevar un poquito de cuña y de amortiguación... ¡Madre mía, qué engañados estábamos!

Comencé a abanderar la causa de Chus porque creía firmemente en su mensaje, pero más adelante también por mi hija: ahora tiene once meses y no ha usado zapatos ni una sola vez; si le hago la gracia de ponerle unas zapatillitas, se las quita al instante, ¡las odia! Habrá un momento en el que necesite ir calzada, y entonces buscaremos los zapatos que nos recomienden Chus o Neus.

Me motiva pensar que si los adultos cambiamos nuestra mentalidad y todos utilizamos barefoot, los niños también los usarán y mi hija nunca me dirá al volver del cole: «Es que los demás llevan tales zapatillas y yo ando con estas que me dicen que son de payaso». A mí, a estas alturas de la vida, esos comentarios ya me dan lo mismo, la salud está por encima de la estética y de las tonterías que diga la gente, pero mi hija quizá no pueda entender tan claramente que un calzado estrecho le arrugará los dedos y le provocará juanetes.

Mi historia con el barefoot nace de una forma tan simple como que un día me di un golpe en el pie y, de repente, me salió un principio de juanete. No era una cosa exagerada, pero me dolía muchísimo. Mi primera reacción fue acercarme a ver a Chus:

—Pues sí, esto es un principio de juanete —confirmó.

Empecé a asustarme: «Van a tener que operarme, qué horror, voy a tener que estar parada un tiempo sin poder hacer deporte...». Con la urgencia, decidí encargarme en una clínica muy famosa otras plantillas que había oído que eran buenísimas, a pesar de que mi cabeza ya había hecho clic con el tema barefoot. Como soy una persona superdisciplinada, que va a muerte cuando le dicen que haga una cosa, no me quité las plantillas ni un segundo durante dos o tres meses. Entonces volví a la clínica para una revisión:

—Me gustaría saber si he mejorado aunque el dolor no se me quita —les expliqué.

—Bueno, pero es que esto de las plantillas ya es para siempre...

—¡¿Cómo que para siempre?! No, no, mándame deberes, dime algunos ejercicios que me puedan venir bien...

—A ver, tarde o temprano te tendremos que operar.

He enseñado alguna vez mi pie y, francamente, no está para operarlo. Se trata solo de un principio de juanete, como que el huesecito se marca un poco. Así que, claro, regresé a Chus. Le conté lo que había pasado, lo de la operación; su respuesta fue: «Prueba estas zapatillas». Primero, diez minutos al día; luego, media hora; más adelante, una hora entera. Acabé incorporándolas incluso a mi rutina de correr —porque entonces corría; ahora estoy cuidándome bastante el suelo pélvico porque todavía no está recuperado del todo tras el parto y aún no he vuelto a practicar—. Era maravilloso.

Debo reconocer que soy una apasionada de la moda y que me encantan los tacones. He sido superconsumidora de zapatos estrechos y una loca de la idea de que «cuanto más pequeño y fino se vea el pie, mejor». ¡Todavía tengo en casa unas botas de la talla 36 de la época en la que mi pie era del 37 o el 38! A las mujeres nos han colado esta tontería porque vivimos en un mundo machista. No conozco a ningún chico que piense: «Ay, no, yo uso un 43, pero voy a comprarme un 41, que me queda más mono».

Con el calzado ocurre como con la comida: lo fundamental es hacer las cosas bien la mayor parte del tiempo. No pasa nada porque una tarde te comas un helado o un bollo, de la misma manera que no pasa nada porque un día te pongas zapatos estrechos media hora; luego te dolerán los pies, igual que te dolerá la tripa si comes guarrerías. Lo importante es que, al llegar a casa, vuelvas a tu vida normal y te descalces.

Me gustaría que las firmas de moda viesen que la estética no es incompatible con la salud. Cuando empecé con el barefoot, le comentaba a Chus: «Madre mía, dónde nos estamos metiendo, qué es esto tan feo». Y ahora me flipa, me parecen preciosas. No siento vergüenza cuando la gente me pregunta por mis zapatillas minimalistas con fingers, al contrario, les respondo orgullosa: «Porque una vez que lo haces y observas que se acabó el dolor de rodilla o de espalda no quieres otra cosa».

Ya he comentado que antes usaba un 37 o un 38. ¡Ahora uso un 40! ¿No es absurdo que me empeñara en usar una talla que no era la mía?

No me arrepiento de nada en la vida porque creo que todo te enseña y te ayuda a construirte como persona, pero me da rabia no haber descubierto antes este mundo. Por eso insisto tanto con sus beneficios; la gente los nota rapidísimo.

Hoy solo siento dolor si estoy con calzado estrecho o tacones más de la cuenta, y eso significa más de diez o quince minutos. Me los pongo en la tele, para los bailes en el pasillo de Zapeando, en sesiones de fotos o para un story, pero me bajo enseguida. De hecho, me los quito cuando estoy sentada, con lo que no los llevo casi nada de tiempo en el trabajo. Y en mi vida privada siempre con calzado respetuoso o descalza.

Me gusta haber podido participar en este libro contando mi historia para que quizás otros se animen a salir de Matrix.

Eso sí, una vez lo pruebes, tendrás que tirar todo tu calzado antiguo, porque ya no habrá vuelta atrás.

CRISTINA PEDROCHE

INTRODUCCIÓN LOS PIES: UNA EXTENSIÓN DE NUESTRA IDENTIDAD

He tenido la suerte en mi vida de poder asistir a cuatro de los cinco partos que ha tenido mi mujer. Momentos ilusionantes, a la vez que tensos y emocionalmente arrolladores. Ver asomar la cabeza de tu hijo es maravilloso, y no puedes ocultar la inmensa alegría que sientes al descubrirle por fin la carita tras casi diez meses de espera. El paso siguiente es que aparezca uno de sus hombros, y, en cuanto sale parte del tronco, el bebé se precipita fuera del cuerpo de su madre en uno o dos segundos como mucho... ¡Impresionante! Y la alegría plena llega cuando, después de tres o cuatro palmaditas y empujones, se oye el más que esperado llanto, que no es otra cosa que un grito que significa: «Aquí estoy, sano y fuerte».

La carita es lo primero que nos quedamos mirando los padres ensimismados: los ojos, la nariz, la boca, las orejillas —a veces un poco plegadas y llenas de lanugo—. Y la lengua, que asoma tímidamente entre los labios… Todo esto, acompañado de un color de piel un poco amoratado que deja paso al tono rojizo de la sangre oxigenada conforme esta riega su fina piel.

Y nos vamos a las manos. Arrugaditas y un poco cerradas en cuanto el bebé se queda dormido encima del pecho de su madre. Se aprecian las uñas, un poco largas, pero blanditas tras muchos meses sumergidas en agua... Después de las manos, siempre me han llamado la atención los pies. Los pies de los recién nacidos son verdaderas maravillas de la naturaleza, pequeñas joyas que nos recuerdan la grandeza de la vida en su forma más pura. Cuando observamos esos diminutos pies, de apenas unos centímetros de longitud, no podemos evitar sentir una profunda admiración por su delicadeza y, a la vez, su increíble capacidad para llevar a cabo la tarea que les ha sido encomendada. Muy afiladitos en el talón y con una movilidad de dedos pocas veces vista: los cierra del todo en un segundo o los abre con fuerza tras el leve roce de una esquinita de la sábana...

Esos pies, suaves y arrugados, aún sin experimentar el peso del mundo, representan un comienzo, un punto de partida en el viaje de una vida. Son la promesa de aventuras por descubrir, de pasos que se darán por caminos inexplorados y huellas que dejarán una marca única. La pureza y la simplicidad de los pies de un recién nacido nos conectan con la esencia misma de la existencia.

¿Sabías que el arco de los pies de los recién nacidos está sin formar? ¡Todos los bebés tienen pie plano! ¿Significa esto que vienen defectuosos de fábrica? ¿Necesitan algo para que se desarrolle correctamente? Una parte del estudio que hacen los pediatras a los bebés es en el pie: poseen una gran sensibilidad, y de su salud van a depender su movilidad, su crecimiento y su autonomía. El reflejo de Babinski y el reflejo plantar son dos test importantísimos que deben darse en los primeros meses de vida y que tienen que desaparecer en el momento adecuado. Si no es así, indican que hay un grave problema en el sistema nervioso central. ¡Desde el pie se evalúa el cerebro! Existen importantes conexiones neurológicas que deben permanecer sanas toda la vida.

Y llega ese momento en el que un bebé se pone de pie por primera vez. Cada paso que da es un logro, una conquista que abre un mundo de posibilidades. Los pies son los cimientos sobre los que se construye todo el edificio de la vida humana. ¿Tiene sentido encerrarlos y aislarlos del mundo? ¿Cuántas plantas enferman porque la maceta en la que se las ha puesto es demasiado pequeña? Las raíces necesitan profundizar y expandirse. Si no es así, el viento o la escasez de agua matarán la planta. ¿Unos pies encerrados en un calzado pueden desempeñar al cien por cien la función para la que han sido creados?

A medida que crecemos, los pies se convierten en una parte esencial de nuestra postura y nuestro equilibrio. Mantienen el cuerpo en posición vertical, lo que nos permite explorar el mundo que nos rodea de manera activa y enriquecedora. La forma en que caminamos, corremos y nos movemos está intrínsecamente relacionada con la salud y la funcionalidad de nuestros pies. Incluso las emociones a menudo se reflejan en la forma en que pisamos: la confianza, la alegría, la determinación o la timidez se manifiestan en nuestros movimientos.

El pie humano es una estructura compleja compuesta por veintiséis huesos, treinta y tres articulaciones y más de cien músculos, tendones y ligamentos que trabajan en conjunto para proporcionar soporte, movilidad y equilibrio. Los arcos plantares —los longitudinales y el transversal— contribuyen a la elasticidad y la absorción de impactos. Los músculos intrínsecos y extrínsecos permiten la flexión, la extensión y el movimiento lateral del pie. La planta presenta almohadillas que proporcionan amortiguación y protección. Las uñas de los dedos protegen las puntas, y las terminaciones nerviosas del pie son esenciales para la sensación y la coordinación. La compleja anatomía del pie no solo desempeña un papel fundamental en la locomoción y el mantenimiento del equilibrio, sino que también es crucial para la capacidad sensorial, lo que nos permite sentir y adaptarnos al entorno.

A lo largo de este libro, exploraremos cómo la importancia de los pies trasciende su función puramente física. Son una extensión de nuestra identidad y una herramienta para comunicar nuestro estado emocional. Descubriremos que su cuidado es esencial para mantener una postura saludable y prevenir problemas musculares y óseos y observaremos que los pies están vinculados a la salud mental y emocional, ya que influyen en la forma en que experimentamos el mundo y expresamos lo que sentimos.

Quiero resaltar, antes de entrar en materia, el enfoque del presente libro. Todos los lectores tendrán en la cabeza que, por tradición, las patologías del pie se tratan con plantillas, siliconas y otras correcciones dentro de zapatos convencionales: si el pie os duele, os colocan elementos para modificar apoyos y eliminar las molestias. Es una opción válida con la que dejé de comulgar hace tiempo. Ya iréis observando, capítulo a capítulo, mi concepción acerca del pie, muy distinta de esta visión más comúnmente aceptada. La libertad y el entrenamiento se acercan mucho más a mi postura y a mi forma de entender y trabajar las lesiones en general y las del pie en particular. El pie es una parte del cuerpo entrenable y así debe ser tratada, ¡como el resto del cuerpo! De hecho, resulta casi más importante, pues es el punto de contacto con el suelo. Si dicho contacto está débil y enfermo, toda la maquinaria se ve afectada. Vamos a desarrollar esta maravillosa forma de afrontar las patologías del pie y el calzado que debemos usar.

Por último, al final de cada capítulo encontraremos un Podocheck, es decir, un ejercicio que podréis practicar en cualquier parte y que os ayudará a evaluar la salud de vuestros pies y a activarlos, moverlos y ponerlos en forma. Porque, aunque seguramente no os lo hayan contado nunca, los pies se entrenan. Espero que disfrutéis en el proceso y que, poco a poco, seamos cada vez más quienes abracemos el descalcismo.

¡Descalzaos y empezad a leer! ¡Comenzamos!

1

DESCUBRIENDO EL PIE DESCALZO

Desde muy pequeño me gusta el deporte. Tengo recuerdos de las pruebas del equipo de fútbol sala del colegio. ¡Me hizo una ilusión tremenda que me seleccionaran! Hasta entonces era uno más de los treinta niños que perseguían el balón como pollo sin cabeza por el campo de futbito. Vestir la elástica del colegio Aldovea era lo máximo. Jugábamos en canchas municipales de Alcobendas todos los sábados con aquellas zapatillas con puntera estrecha y redondeada, con protecciones específicas para pegarle con las uñas de los dedos y que la diminuta pelota saliera como un misil:

—¡No vale trallonar! —decíamos.

Porque, si la enganchabas bien, esa bola dolía.

Yo corría como un demonio. Era de los más rápidos de mi clase, si no el más rápido. Esas eran mis principales cualidades en el fútbol: la explosividad y la velocidad punta. Estaba deseando que el delantero del equipo contrario echase a correr para salir con él y ganarle en el esprint. De hecho, gané las primeras carreras del cross de mi colegio porque eran de distancias cortas. La cosa se complicaba cuando había que aguantar varios kilómetros; no se me daba mal pero no arrasaba. También jugaba al tenis, pues mis padres me obligaban a recibir clases con mi hermano mayor. Me moría de la pereza al salir en invierno, con el frío, pero luego lo agradecí: apareció el pádel en España y los que jugábamos al tenis sabíamos algo de darle a la pelota. ¡Era como jugar a las palas con paredes!

A mi colegio se iba con uniforme. Los últimos cursos, con castellanos negros. Los primeros días llevábamos un paquete de tiritas porque los zapatos estaban duros como una piedra. ¡Era lo que tocaba! Nadie se planteaba otra cosa: había que sufrir, ¡punto! Qué gustazo ponerse zapatillas para salir al recreo. Ese cambio era glorioso. Pasábamos a un calzado más flexible y más ancho. Y a jugar al fútbol, al baloncesto o a perseguirse por el amplio patio del cole.

Luego llegó la universidad. Empecé Ingeniería Industrial porque me apasionaban los coches en esa época: corría 1998, tenía dieciocho años y no se me escapaba la cilindrada de ningún coche del mercado. ¡Me encantaban! Pero el tercer día de clase, tras varios coincidiendo con un amigo matriculado en Educación Física, vi claro que me había equivocado. Que los coches estaban muy bien, pero que el deporte era lo que me llenaba de verdad. Así que estudié durante ese curso una ingeniería muy difícil sin ninguna intención de continuar. ¡Hasta perdí el pelo del mal trago! Obviamente, la genética paterna ayudó, pero los mechones en la almohada eran diarios. Así que, a mitad de curso, comencé a prepararme las pruebas de acceso al Instituto Nacional de Educación Física, el INEF. Suspendí todas las asignaturas de ingeniería, pero pasé con creces las pruebas físicas. ¡Menudo cambio de carrera! ¡Todo el día haciendo deporte! Bueno, casi todo el día, pues también teníamos materias teóricas: Anatomía, Fisiología, Psicología... Fueron cinco años muy divertidos. Rodeado de buena gente. Íbamos en chándal a clase, siempre con calzado deportivo ancho. Las zapatillas de running se llevaban para casi todo. Eran ligeras, cómodas, amortiguadas. Eso sí, nadie nos habló del calzado en toda la carrera.

Una de las asignaturas era Biomecánica. Me encantó, conservo muy buen recuerdo. Aprendimos mucho gracias al profesor y aún más gracias a los manuales que seguíamos, sobre todo, el Kapandji. ¡Una maravilla de libro! Lo llamábamos así por el apellido de su autor, pero en realidad eran tres tomos titulados Fisiología articular (I, II y III). Una pasada de conocimiento con imágenes muy gráficas y detalladas. Mostraba las estructuras que tiene el cuerpo humano perfectamente diseñadas para el movimiento: bailarinas saltando en las que resaltaban los ángulos de movilidad de las caderas, corredores donde se analizaba la postura... En concreto, recuerdo que el pie lo asemejaban a las bóvedas de una iglesia, con dos arcos longitudinales y uno transversal. Al mismo tiempo, en el atlas de anatomía estudiábamos los dedos de los pies perfectamente alineados a continuación de los metatarsos.

Existen muchas mentes que cambiar aún y muchos planes de estudio que modificar

en las carreras que tocan el pie.

Al terminar INEF, quise dedicarme al mundo de la recuperación de lesiones, pero haber estudiado solo Educación Física me limitaba demasiado, pues ni siquiera era considerado personal sanitario. Tenía que hacer Fisioterapia. Y allá que fui: otros tres años de clases con mucha práctica. En estas se utilizaban los famosos zuecos blancos con puntitos —jamás he entendido la razón de los mismos—. Lo mejor era la transpiración y que te los quitabas rápido, pero resultaban duros como una piedra, con suelas gordísimas, y tampoco eran tan anchos. De hecho, en los hospitales cada vez se ven menos y se observan más zapatillas de deporte. Alguien hizo un buen negocio en esa época con los zuecos.

En la carrera de Fisioterapia, se habló en alguna ocasión de lesiones en los pies: algo de fascitis, tendinitis de Aquiles y esguinces. Sin embargo, las lesiones posturales o estructurales se las dejábamos por entero a los podólogos. Siendo nosotros los expertos en tratamiento con el movimiento, pensábamos que ahí no podíamos hacer nada. Es como si se asumiera que la gente es pronadora o supinadora y solo una plantilla dentro de un zapato convencional pudiera ser la solución. La gran pena es que esto, a día de hoy, sigue igual. Nos hemos creído a fondo que los zapatos son así y que no pueden ser de otra manera, que no es posible actuar sobre los pies. Existen muchas mentes que cambiar aún y muchos planes de estudio que modificar en las carreras que tocan el pie.

Tuve la oportunidad de trabajar en la clínica que había en el antiguo estadio Vicente Calderón. La ubicación y el prestigio del Atlético de Madrid eran para mí muy ilusionantes. Aunque estaba ligada al club, no se trataba allí directamente a los jugadores, era una clínica para todos los públicos. Había médicos, fisioterapeutas, podólogos, nutricionistas, dentistas... Yo entré a montar el departamento de Readaptación de Lesionados de la mano del doctor José María Villalón, que era el jefe de los Servicios Médicos del equipo. Pasaba consulta con él todas las semanas y me derivaba pacientes para que los entrenara en el gimnasio. La verdad es que empecé poco a poco y acabé con la agenda llena en unos meses. Se trabajaba bien, había buen ambiente y mucha afluencia de público. También contábamos con podólogo, así que cualquier alteración de la marcha iba para él, como el estudio de la pisada y las plantillas dentro de las zapatillas buenas convencionales. Yo ahí no me metía: entrenaba a mis pacientes con las zapatillas que trajeran.

Tras esa época, ya con la carrera de Fisioterapia acabada, me desempeñé en varios centros. Mi forma de trabajar era la misma: algo de camilla, mucha fisioterapia ecoguiada e invasiva y trabajo físico. En aquellos años hice el máster de Fisioterapia Invasiva: te vuelves un poco loco de las agujas, ¡todo lo pinchas! Y es cierto que van muy bien para muchas cosas, pero creo que todavía se abusa de pretender curar todo con agujas y distintos tipos de corrientes.

Mi formación en actividad física y mis primeros pasos en este mundo tratándolo todo con ejercicio terapéutico siempre me han llevado a afrontar mi trabajo desde el movimiento: el ser humano necesita estímulos dinámicos. ¡En todas las partes del cuerpo! Por eso me quedaba pendiente la asignatura de mover más los pies de los pacientes. De ver la importancia real del pie y su relación con el resto de las estructuras. Entrenaba mucho con ellos, pero siempre calzados o con calcetines convencionales, que tienen el gran defecto de limitar en parte el movimiento de los dedos.

En mi vida he llevado dos pares de plantillas. Recuerdo que mi pie derecho pronaba demasiado y sufría un dolor muy agudo que me impedía casi hasta andar después de jugar al fútbol (pronar el pie es lo que ocurre cuando tu pie hace un giro hacia dentro al caminar o al correr, de modo que el interior del pie se inclina hacia abajo y el exterior se eleva. Se hunde el puente, por así decirlo). Las primeras plantillas —para el fútbol y la vida diaria— fueron mano de santo; eran durísimas y corregían el problema. Sin embargo, al cabo de unas semanas empecé con una fascitis tremenda. Con el tiempo he entendido la razón de esta: me eliminó radicalmente la cualidad de pronar. Y pronar es bueno. Es una de las formas que tiene el cuerpo de absorber los impactos, y la plantilla tan rígida lo impedía. Eso sí, al menos me permitía jugar con dolor en el talón y sin dolor en el maléolo tibial.

Las segundas plantillas comencé a usarlas el año en que me dio por correr, y, claro, a los pocos meses o incluso semanas empecé con dolor en los metatarsos y con el antiguo dolor de mi época de futbolero. ¡Otra vez debajo del maléolo tibial de mi pierna derecha! Ya se veía que había algo que funcionaba mal en mi pie derecho. Me puse las plantillas y, otra vez, mano de santo:

—¡Ningún dolor en el pie! Esto de las plantillas es maravilloso —pensaba yo.

EL CALZADO RESPETUOSO MINIMALISTA

Como he dicho antes, siempre me ha gustado entrenar las cosas que duelen. Y empezaba a entender que, si mi pie dolía al correr, era porque algo funcionaba mal: la movilidad del tobillo o los dedos, algún músculo estabilizador... Al mismo tiempo, comencé a leer mucho acerca del calzado respetuoso, minimalista o barefoot. Calzado con forma de pie, plano y blando. Tenía sentido entrenar el pie y no encerrarlo en un zapato no anatómico, ya que esto solo serviría para atrofiarlo de nuevo, al igual que, si entreno un bíceps del brazo, no conviene después encerrarlo dentro de una escayola, pues va a volver a debilitarse. ¡Parecía la combinación perfecta! Entreno el pie y lo sigo moviendo dentro de un calzado que permita su máximo estímulo —sentir el suelo, el relieve, las piedrecitas, un pequeño obstáculo...— y que sea mi musculatura la que trabaje en todo momento, adaptando, estabilizando y controlando el movimiento. Como hace el pie desnudo de un bebé cuando empieza a caminar por casa: aprende a adaptarse a la nueva situación.

—¡Me voy a comprar un calzado barefoot! —dije. Y me lo compré de una marca china barata con la que empieza mucha gente en este mundo. ¡Qué comodidad! ¡Era como ir en calcetines todo el día!

De aquella época recuerdo la sensación de salir a la calle con el nuevo calzado. Sentir la dureza de la acera y del asfalto y pensar que se iba a romper algo en mi pie. ¡Qué raro!, a la par que cómodo. Y otra cosa que recuerdo es el dolor de talones los primeros días: doce horas de consulta en suelo firme te hacía acabar con ellos muy doloridos. Entendí que era normal. Trabajaba con ellas, practicaba crossfit con ellas y el fin de semana lo pasaba con un calzado convencional que cada vez toleraba menos. Comprendí que toda la fuerza, amplitud y movilidad adquiridas de lunes a viernes las perdía con los calzados tradicionales. Así que empecé a comprarme calzado de calle. Y, cuando decides eso, ya no hay vuelta atrás: ya no quieres que nada te apriete. Que nada te roce. No quieres el drop (la diferencia de altura entre el talón y la punta) y solo piensas en descalzarte y sentirte cómodo y libre. De hecho, dejas de tener la necesidad de descalzarte al llegar a casa porque... ¡ya vas descalzo!

En casa mi mujer lo fue encajando con buenos ojos, pues es un poco shock ver a tu marido con pies de pato todo el tiempo. El canon de estética hoy en día es de puntera estrecha, y, si no acaba en punta, es porque hablamos de una bota de invierno tosca. A todo esto, la familia solía ir descalza en casa, y fueron entrando algunos modelos barefoot para sus integrantes. El resto acabó normalizando la nueva frikada de Chus (así me llama casi todo el mundo) y mis amigos no tardaron en interesarse por esta corriente. Soy el sanitario del grupo, algo de razón debo de tener...

Quiero destacar lo que fue ocurriendo en las sesiones de crossfit con una enorme normalidad. El crossfit es un programa de acondicionamiento físico que combina levantamiento de pesas, ejercicios cardiovasculares, gimnasia y otros elementos. Está basado en un modelo de entrenamiento de los marines estadounidenses. Vamos, es un tipo de entrenamiento muy exigente. Pues bien, empecé a entrenarme con las zapatillas chinas, que a nadie dejan indiferente: se trata de un calzado tres veces más barato que el que venden para crossfit, y, además, el fisio del box decía que es mejor para entrenar toda la musculatura del pie. Completaba así los entrenos e incluso los pequeños tramos de carrera entre ejercicio y ejercicio. La cuerda comencé a subirla sin usar las piernas, ya que el calzado es como un calcetín y la soga hace mucho daño, y los saltos de comba y a cajón los realizaba sin amortiguación alguna, ¡y cada vez mejor! Los compañeros me miraban y me preguntaban:

—¿No te rompes nada, así, sin amortiguación?

Y se fueron contagiando... Cada vez se veía a más gente con esas zapatillas baratas que conseguían que los pies estuviesen más sanos y fuertes. Yo mismo regalaba algunos modelos a los profesores y a los compañeros, y la gente se acabó enganchando. Ya es raro que no haya nadie con barefoot en mi box.

A los pocos meses comencé a correr distancias más largas. Primero, acompañando a mis hijas —ellas, en bici— y, luego, por mi cuenta. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que hay que entrenar descalzo y con separadores en los dedos para separarlos un poco más. Así que me encontré descalzo en casa y en los entrenamientos, corriendo y trabajando con las chinas y viviendo con barefoot el resto de mi vida. Es decir, con mi pie 24/7 trabajando descalzo. ¡Qué maravilla! Sin plantillas, sin drop, sin amortiguación y, sobre todo, sin puntera estrecha.

Debo destacar que, tiempo antes del crossfit, había dejado el fútbol porque me dolía mucho la cadera derecha. Desesperado, me hicieron una resonancia con contraste y me diagnosticaron artrosis incipiente de cadera y observaron que el menisco (se llama labrum en la cadera) de la misma estaba roto. Acababa cojo perdido los partidos, y eso me tenía limitado el resto de la semana. Poco antes me había roto el ligamento cruzado anterior de la misma pierna. Vamos, que mi pierna derecha era un auténtico cuadro. Qué curioso que fuera la que siempre había necesitado sujeción con plantilla. El traumatólogo que me llevaba era el jefe de la Unidad de Cadera de un importante hospital de Madrid, y me dijo que me olvidara de todo deporte de impacto. Que musculara e hiciera bici. Como les pasa a muchos pacientes, me vine un poco abajo: ¡me encantaban el fútbol y el pádel!, correr y saltar, en definitiva, porque siempre he sido movidito. Me quedé con la sensación de ser anciano a los treinta años. ¡Un bajonazo! Así que me aficioné al gimnasio y a la bici. Con eso, la verdad es que la cadera casi no me molestaba. A los pocos meses, vino mi profesor de crossfit a presentarme el box que estaba abriendo entonces. Me lo contó y le dije que igual iba más adelante. Que no me atrevía con mi pierna maltrecha. Pero, al poco, fui, pues el gimnasio se me hacía duro. Probé y repetí. Más bien, me vicié, y no tardé en pasar por allí cinco o seis días a la semana. ¡Me encontraba de maravilla! Eso sí, la cadera me molestaba cuando había más carrera de lo normal, aunque cada vez menos, he de decir: bajé algo de grasa, pero aumenté entre 7 y 8 kilos de masa muscular. ¡Me puse hecho un bicho!