La secuestrada de Poitiers - André Gide - E-Book

La secuestrada de Poitiers E-Book

André Gide

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Beschreibung

En 1901 el caso de la secuestrada de Poitiers estremeció toda Francia. En esta fascinante crónica, André Gide, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1947, narra la historia de Mélanie Bastian (nombre ficticio en la narración), hija de una prestigiosa familia de la alta sociedad. Desaparecida durante veinticinco años, fue finalmente hallada por la policía encerrada en condiciones infrahumanas en una habitación oculta del altillo familiar: sucia, desnutrida y con signos de deterioro mental. La obra, junto con El caso Redureau, constituye un retrato de época y una crónica criminal concisa y precisa, considerada una de las primeras manifestaciones del género true crime.

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Seitenzahl: 147

Veröffentlichungsjahr: 2025

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La secuestrada Poitiers seguido deEl caso Redureau

André Gide

Titulo original: La séquestrée de Poitiers, suivi de L’affaire Redureau, publicado en francés por Éditions Gallimard en 1930.

Primera edición en esta colección: junio de 2025

© André Gide, 2025

© de la traducción: Paula Espinosa, 2025

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2025

Con permiso de la Fondation Catherine Gide, 46 rue de Vouillé, 75 015 Paris

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99 – Fax: (+34) 93 419 23 14

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 979-13-87568-83-2

Diseño de cubierta: Antonio F. López

Fotocomposición: Grafime S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

André Gide

La secuestrada de Poitiers

Prólogo

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

El caso Redureau

Prefacio

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III. Informe de los médicos forenses

Capítulo IV

Capítulo V

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Comenzar a leer

Notas

Colofón

La presente edición traduce del francés al castellano la publicación original de La secuestrada de Poitiers, realizada por Gallimard en 1930. Incluye la nota biográfica con la que se abría aquella edición y conserva los nombres ficticios que el autor empleó para mantener el anonimato de los protagonistas, pese a que hoy son de conocimiento público. También se han traducido las notas a pie de página originales: la mayoría fueron escritas por André Gide, salvo un par añadidas por el editor de Gallimard y otro par incorporadas por la traductora de esta edición para Plataforma Editorial, todas ellas debidamente señaladas.

André Gide (1869-1951), premio nobel de literatura en 1947, se interesó toda la vida por el problema de la justicia y la verdad. En 1912 le nombraron jurado, y del 13 al 25 de mayo se reunió en el Tribunal de lo Penal de Rouen. Expuso sus impresiones en los Souvenirs de la cour d’assises.

En 1930 funda en la Nouvelle Révoue Française (NRF) una colección de título elocuente: «No juzguéis». Se propone exponer una documentación «lo más auténtica posible» sobre casos que se escapan de las reglas de la psicología tradicional y que desconciertan a la justicia.

La primera crónica que presenta André Gide es la de La secuestrada de Poitiers: el 22 de mayo de 1901, el fiscal general de Poitiers se entera por una carta anónima de que la señorita Mélanie Bastian, de cincuenta y dos años, llevaba veinticinco años encerrada en casa de su madre (viuda del antiguo decano de la Facultad de Letras de Poitiers) en una habitación sórdida, donde vivía entre desechos en total oscuridad. ¿Cómo este caso, en el que la culpabilidad de la señora Bastian y de su hijo parecía evidente, pudo acabar con la absolución de los acusados? La exposición de André Gide permite entender la decisión y aclara con maestría este suceso, que terminó siendo legendario. ¿Quién no ha oído más de una vez aquella expresión que inventó la secuestrada: el «rinconcito Malempia»?1

La segunda crónica es la de El caso Redureau: el 13 de septiembre de 1913 el joven Marcel Redureau, un chico de quince años y empleado doméstico del matrimonio Mabit, agricultores en la Charenta Inferior, asesinó a toda la familia Mabit y a su sirvienta: en total, siete personas. ¿Por qué aquel niño dócil y tierno, que parecía estar bien física y mentalmente, que tenía unos padres cuerdos y honrados, cometió aquellos crímenes?

la secuestrada de poitiers

«He descubierto que toda la maldad de los hombres viene de una sola cosa, que es no saber vivir en paz, dentro de una habitación».

Pascal, Pensées

«Muy a menudo basta la suma de una cantidad de pequeños hechos muy simples y muy naturales, cada uno tomado aparte, para obtener un todo monstruoso».

André Gide,Les Faux-Monnayeurs

Blanche Monnier (que, en la narración de Gide, es Mélanie Bastian) antes de ser secuestrada.

prólogo

Suscribo esta singular historia con algo de escrúpulo. En la exposición completamente impersonal que voy a hacer de los hechos, tan solo he procurado presentar en orden los documentos que he podido recabar, y hacerme a un lado.

Así es como La Vie illustrée presentaba a sus lectores, en 1901, el extraño caso que nos va a ocupar:

Dramas ocultos: la secuestrada de Poitiers

«En Poitiers, en una calle tranquila y apacible de nombre monacal, la calle de la Visitation, vivía una familia de la alta burguesía, respetada por toda la región. La señora viuda de Bastian,2 de soltera de Chartreux, descendía de un importante linaje aristocrático potevino y residía ahí con su hijo, el señor Pierre Bastian, antiguo subprefecto de Puget-Théniers, en el Seize-Mai. La señora Bastian de Chartreux, de setenta y cinco años, permanecía en la casa en la que había vivido con su marido, antiguo decano de la Facultad de Letras de la vieja ciudad provincial. Su hijo, casado con una española, de temperamento menos sosegado que el suyo, había vuelto solo a Poitiers. Vivía en el edificio de enfrente del de su madre. Un tercer personaje pertenecía a esta familia, una chica, Mélanie, a quien habían visto alegre y risueña hasta los veinticinco años, y que, de repente, había desaparecido. Un trastorno mental, decían. La señora Bastian de Chartreux la internó desde el principio en un centro de salud, y, después, por benevolencia, por caridad cristiana, por abnegación, la volvió a acoger y la cuidó con la ayuda de una criada veterana, al otro lado de las contraventanas cerradas de una casa afligida, cuya entrada ya nadie cruzaba. Incluso la vieja criada, la señora Renard, que llevaba cuarenta años en casa de los señores, seis años antes obtuvo una medalla de la Sociedad del Fomento del Bien,3 por petición del señor Pierre Bastian, que también, por respeto a su media sangre azul, se hacía llamar de Chartreux. Fue un premio de virtud que honró a la criada y a la vez a sus tres honorables señores. Pero la venerable señora Renard murió, y entraron nuevas sirvientas en la casa, aquella extraña casa donde había una ventana con los postigos encadenados por fuera, y desde donde, a veces, se oían gritos de ahogo a lo lejos. No obstante, no es que una de las criadas de esta severa residencia desdeñase recibir, cuando caía la noche, a un soldado robusto a las órdenes de un teniente de la guarnición. Este soldado, más apto para el manejo del plumero y del cepillo que el de la bayoneta y del fusil, no tenía la discreción de la señora Renard, y no ignoraba que las cartas anónimas comprometen poco a sus autores. Escribió una. Y de ahí, el ministerio público, que tenía una policía poco curiosa en Poitiers, supo: 1.º que la señorita Mélanie Bastian no estaba loca; 2.º que llevaba en estado de reclusión veinticuatro años, en una habitación sórdida —la habitación quejumbrosa con cadenas en los postigos— de la que nunca salía y donde vivía entre desechos, bichos, gusanos y ratas, en total oscuridad y sin apenas comida. Estos señores de la Magistratura, que respetaban profundamente a los Bastian, familia de bien —como, de hecho, todo el mundo los respetaba—, debieron de conmocionarse algo tarde. Intervinieron, forzaron la puerta y encontraron, tirada en un tugurio indescriptible, a la pobre criatura.

»¿Cuáles eran las razones…? Esto es lo que cuentan en Poitiers: la señorita Mélanie Bastian, hacia sus veinticinco años, se entregó al amor. Se piensa que nació un hijo, fruto de ese amor. Se cree incluso que pusieron fin a la vida del hijo. Y para castigar a la pobre chica por lo que el mundo considera un error, y sobre todo para que ella no hablase, la pura, la honorable, la excelente señora Bastian de Chartreux encerró para siempre, ayudándose del silencio de su digno hijo, a la pobre Mélanie en el tugurio en el que ella se negó a morir y donde la acababan de encontrar, veinticuatro años después.

»Es una tragedia espantosa, una tragedia de prejuicios, de decoro, de una moral exacerbada —una moral basada en horribles convenciones—, pero lo que es todavía más abominable es la cobardía de los testimonios que se alzan hoy en masa, y quienes, durante un cuarto de siglo, cuando hablar no parecía tan banal, callaron ferozmente.

»Es verdad, la discreción aún es una virtud, y esa virtud, exasperante y ruin, también fue, durante veinticuatro años, la cómplice criminal de los crueles valores de la señora viuda Bastian de Chartreux y de su hijo, el subprefecto biempensante».

Ya se puede ver, en el tono del artículo, un reflejo de la indignación que en seguida alzó la opinión pública en aquella época. ¿Cómo este caso tan monstruoso en el que la culpabilidad de la señora Bastian y de su hijo parecía evidente desde un principio, pudo llevar a la absolución de los acusados? Es lo que sin duda se entenderá al leer lo que viene a continuación.

capítulo i

El 22 de mayo de 1901, pues, el fiscal general de Poitiers recibió una carta anónima, con fecha del 19 de mayo, que comenzaba así:

Ilustrísimo fiscal general:

Tengo el honor de denunciar ante usted un hecho de excepcional gravedad. Se trata de una señorita que está encerrada en casa de la señora Bastian, privada en parte de comida y viviendo en un camastro infecto, desde hace veinticinco años; en pocas palabras, entre podredumbre.

Al recibir esta carta anónima, el comisario central de policía de Poitiers, bajo las órdenes del fiscal y siguiendo sus instrucciones, se dirigió al número 21 de la calle de la Visitation, el 23 de mayo, a las dos y media de la tarde.

Una de las dos criadas que la señora Bastian contrató, la chica Dupuis, contestó cuando llamaron a la puerta:

—¿Señora Bastian?

—La señora no recibe visitas, está guardando reposo.

—¿Podría decirle a la señora viuda Bastian, por favor, que soy el comisario central y que quiero hablar con ella?

La sirvienta subió al primer piso y volvió al cabo de poco, diciendo:

—Señor, la señora le pide que hable con su hijo que vive aquí enfrente.

El señor comisario central fue a llamar a la puerta del señor Pierre Bastian, pero le dijeron que el señor Bastian también se encontraba indispuesto.

—Qué extraño —insistió el señor comisario— que todos estén indispuestos en las dos casas. Dígale al señor que soy el comisario central y que tengo que comunicarle algo importante.

El señor comisario fue atendido por el señor Pierre Bastian, y le dijo:

—Una carta anónima denuncia a su madre por haber secuestrado a su hija Mélanie, quien estaría desde hace veinticinco años en la cama, en medio de una infecta podredumbre. La carta dice, además, que la ventana de la habitación está encadenada. En efecto, mientras estaba llegando a la vivienda, he visto en el segundo piso una ventana con las persianas cerradas. ¿Podría ver a su hermana?

—¿Quién ha dicho que era, usted? —preguntó el señor Bastian.

—Soy el comisario central, su empleada se lo habrá dicho.

—Lo que le han contado —siguió Bastian— es una calumnia espantosa. No tengo nada que ver con esta historia; por lo demás, mi madre y mi hermana viven juntas en una casa que no es la mía. Por respeto a la voluntad de mi madre, que es la dueña de su casa, yo no me meto en sus asuntos.

—Sea como fuere —interrumpió el comisario—, debo verlo con mis propios ojos. La mejor forma de justificarse, señor, es dejándome ver a su hermana, hablar con ella.

—No puedo dejar que la vea sin llamar antes al doctor. Solo él podrá decir si usted puede entrar en su habitación. Mi hermana padece, desde hace diez años, una fiebre muy dolorosa y no debe recibir a nadie.

Respondiendo a las preguntas del comisario, el señor Pierre Bastian reveló su edad, cincuenta y tres años, y otros datos personales: doctor en Derecho y antiguo subprefecto. También la edad de su hermana: cincuenta y dos. La señora Bastian no tenía más hijos. Pierre Bastian añadió que su hermana no estaba abandonada en absoluto: él mismo iba a verla varias veces al día. Protestó por la denuncia contra su madre y dijo que informaría de ello al fiscal de la República.

El comisario le hizo ver que la mejor manera de desmentir esa calumnia era dejándole pasar sin más demora a la habitación de la señorita Bastian. Pudo fijarse desde fuera en que los postigos de una habitación del segundo piso estaban cerrados con una cadena, lo que daba credibilidad a las denuncias de la carta anónima.

Parecía que Pierre Bastian iba a ceder, pero primero necesitaba la autorización de su madre, quien tomaba las decisiones en la casa.

Acompañado del comisario, se presentó allí. La señora Bastian vaciló un buen rato y al final, tras la insistencia del comisario, aceptó.

«El señor Pierre Bastian —dijo el comisario— nos lleva al segundo piso, a una habitación en la que solo entra luz por una ventana que da al patio. Estamos medio a oscuras y el aire es viciado al punto de tener que salir enseguida de la habitación, no sin haber constatado, sin embargo, que las persianas de la ventana están cerradas con una cadena alrededor que lleva candado, y que la misma ventana está cerrada herméticamente y tiene burletes en cada junta.

»Volvemos a entrar en la habitación e intentamos abrir la ventana para que entre aire, pero el señor Bastian nos lo impide diciendo que aquello iba a contrariar a su hermana.

»También constatamos que su pobre hermana, a quien no se puede distinguir, está tumbada en un camastro en malas condiciones y con una manta cubierta de una suciedad repugnante; que por ese mismo colchón, hay insectos y bichos alimentándose de sus excrementos, en la cama de esta desgraciada. Tratamos de verle la cara, pero se agarra a la manta, que la cubre entera, mientras chilla como una salvaje.

»Al no aguantar más en la habitación, que es de un desaseo repulsivo, nos retiramos e interrogamos a las dos criadas…».

Ese mismo día, a las cinco, vino el señor juez de instrucción Du Fresnel a ver la habitación. Tras las primeras constataciones, que coinciden con las del comisario, añade:

«Damos la orden de abrir inmediatamente la ventana. Esta operación se efectúa con dificultad, las viejas cortinas de color oscuro caen y levantan una considerable cantidad de polvo. Para abrir las persianas hay que quitar las bisagras de la derecha.

»Desde que entra luz en la habitación, se percibe al fondo, tumbada en una cama, el cuerpo y la cabeza tapados con una manta de una repugnante suciedad, de una mujer que Pierre Bastian nos dice que es Mélanie Bastian, su hermana… La pobre está estirada completamente desnuda sobre un jergón podrido. A su alrededor, se ha formado una especie de costra hecha de excrementos, de restos de carne, de verdura, de pescado y de pan en estado de putrefacción. Vemos también conchas de ostras e insectos moviéndose por la cama de la señorita Bastian. Esta última está cubierta de bichos. Le hablamos; da gritos, se agarra a la cama, tratando de taparse el cuerpo todo el rato. La delgadez de la señorita Bastian es escalofriante, su cabello forma una trenza espesa que no se ha peinado ni desenredado desde hace mucho tiempo.

»No se puede casi respirar, el olor que se desprende del piso es tan fétido que nos resulta imposible permanecer más tiempo para hacer otras constataciones».

El señor juez de instrucción decidió enviar a la señorita Mélanie Bastian de inmediato al hospital del Hôtel-Dieu. Como no tenía ni ropa interior, ni con qué vestirse, hizo que la cubrieran con una manta, y después ordenó que se desinfectase la habitación, en la medida de lo posible. A las seis, precintaron la puerta.

«Antes de irnos de la casa —añade el juez de instrucción—, procedemos a inspeccionar las habitaciones en uso. El comedor está bien amueblado, la cocina está bien atendida, las escaleras están limpias. La habitación de la viuda Bastian está desordenada, pero vemos que no está sucia; los muebles están en buen estado, la cama es cómoda, los cojines, las sábanas y las mantas están muy limpios. La señora Bastian madre, que tiene setenta y cinco años, lleva una bata de cuadros pequeños negros y blancos, y lleva un gorro blanco encañonado. En general se la ve aseada; está bien peinada; en pocas palabras, tiene el aspecto de una mujer que no desatiende su higiene personal».

El señor juez de instrucción volvió al día siguiente a las tres de la tarde, a la habitación casi desinfectada, a pesar de que el mal olor aún era fuerte, para proceder a hacer comprobaciones que la peste de la habitación no le había permitido llevar a cabo el primer día:

La habitación mide 5,40 m por 3,40 m; la ventana, 1,60 m por 0,98 m. El mobiliario consta de:

1.º a la derecha, cerca de la puerta, una cómoda sin cajón;

2.º dos estanterías de madera blanca, a la derecha y a la izquierda de la chimenea de mármol negro. En la de la derecha hay cuatro botellas vacías, tres latas de conserva, un juego de lotería y dos tuercas. En la de la izquierda, tapada con recortes de tela de colchón, no hay nada, pero en las esquinas hay telarañas densas; encima de la chimenea, una estatuilla de la Virgen;