La síntesis del yoga - Julián Peragón - E-Book

La síntesis del yoga E-Book

Julián Peragón

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Beschreibung

Este libro es una síntesis del conocimiento esencial del Yoga dirigido a los simpatizantes, estudiantes y profesores de esta ciencia milenaria. Contiene una visión actualizada de los 8 pasos del Yoga clásico que Patanjali describe en los Yoga-sutras y que son una referencia para todo practicante. Profundiza en la necesaria postura ética (yama y niyama); la actitud adecuada en la práctica de posturas, respiraciones y relajación (asana, pranayama y pratyahara) y el cultivo profundo de la concentración, la meditación y la absorción de la mente (dharana, dhyana y samadhi). Se basa en una pedagogía que adapta la práctica del Yoga a cada persona desde la escucha de sus necesidades y desde la observación de sus tensiones.

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JULIÁN PERAGÓN

La SÍNTESIS del YOGA

LOS 8 PASOS DE LA PRÁCTICA

© Julián F. Peragón Casado

www.yogasintesis.com

[email protected]

© 2017, Editorial Acanto S.A.

Barcelona - Tel. 93 572 97 01

www.editorialacanto.com

Primera edición española: mayo 2017

Segunta edición española: junio 2017

ISBN: 978-84-15053-80-4

Depósito legal: B-12062-2017

Diseño: Noe Lavado

Ilustración: Eva Veleta

Foto del autor: Guirostudio

Impresión: QPprint

Todos los derechos reservados.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra www.conlicencia.com; 93 272 04 47 / 91 702 19 70.

Sumario

PRÓLOGO

LA SÍNTESIS DEL YOGA

Punto de partida

INTRODUCCIÓN

YOGA

Hoy en día

CAPÍTULO 1

YOGA

El sentido

CAPÍTULO 2

SĀDHANA

La práctica personal

CAPÍTULO 3

ASTHANGA YOGA

El Yoga de los 8 miembros

CAPÍTULO 4

YAMA

Abstenciones

CAPÍTULO 5

NIYAMA

Observancias

CAPÍTULO 6

ĀSANA

La actitud en la postura

SERIE

La secuencia de āsana

PRÁCTICA

Desarrollo a lo largo del tiempo

CAPÍTULO 7

PRĀNĀYĀMA

La expansión de la energía vital

CAPÍTULO 8

PRATYĀHĀRA

Replegar los sentidos

CAPÍTULO 9

DHĀRANĀ

La concentración

CAPÍTULO 10

DHYĀNA

La meditación

CAPÍTULO 11

SAMĀDHI

La absorción

EPÍLOGO

EL BOSQUE DEL YOGA

Comunidad abierta

GLOSARIO

TÉRMINOS

en sánscrito

Nota sobre la citación y pronunciación del sánscrito

Podemos hablar naturalmente del Yoga sin utilizar el sánscrito, aunque a menudo esta lengua matriz utilizada en la tradición puede ayudarnos a poner orden y anclar muchos significados que en nuestras lenguas maternas acaban por “bailar” demasiado. Aun así, he sido comedido y he intentado usar sólo los conceptos claves que utiliza el Yoga para no saturar el texto de matices filosóficos que nos apartarían del objetivo de esta obra.

Como el sánscrito tiene su propia grafía necesitamos hacer una transliteración aunque para respetar la orientación del libro he optado por una transliteración (muy) simplificada que permitirá que la persona no experta pueda aproximarse a la pronunciación real del término.

Todas las palabras en sánscrito (salvo Yoga, por evidente) se han colocado en cursiva incluso aquellas que nuestro diccionario ya ha aceptado como mandala o mantra, para unificarlas con el resto. He respetado, en la medida de lo posible, el género que la palabra tiene en sánscrito aunque ello choca a menudo con la lógica de nuestra lengua. Tenemos que escribir el āsana y no lo contrario tal como estamos acostumbrados. El neutro en sánscrito lo he convertido en masculino como (el) sūtra. No obstante, he añadido nuestro plural en muchos términos para facilitar la lectura como mudrās o gunās. Palabras como cakra podrían confundirnos y se han castellanizado a chakra. En cuanto a la -s sibilante (más suave que la nuestra) he preferido utilizar la -sh tal como se pronuncia en inglés.

Mantenemos el diacrítico en las vocales cuando son vocales largas como samādhi o prānāyāma. Algunos términos se han separado mediante un guion para remarcar que son dos palabras unidas y facilitar así su comprensión.

PRÓLOGO

LA SÍNTESIS DEL YOGA

punto de partida

Tendría que empezar este libro reconociendo mi profunda deuda con el Yoga. He crecido con él desde la adolescencia y he podido vivir profesionalmente hasta hoy en día; en el trayecto, he conocido a muchas personas entrañables y he accedido a un conocimiento que no pude ni imaginar en los inicios. Todavía hoy no dejo de sorprenderme con su práctica porque aún soy y me siento un aprendiz, y espero que así sea durante mucho tiempo.

Desde esa gratitud escribo y, aunque no pueda nunca condonar esa enorme deuda, espero poder compartir humildemente algunas comprensiones fruto de mi experiencia, tal vez algunas reflexiones y pistas para sortear ciertos obstáculos en la práctica personal y unas pocas señales en el ancho territorio del Yoga para no perderse, al menos no tanto como me he perdido yo durante décadas, aunque aprender implica deambular por lo desconocido necesariamente.

Parto de la idea que el Yoga es una vivencia profunda y no merece la pena cerrarse en posiciones rígidas o razones absolutas. Sólo aspiro a mostrar mi punto de vista, mi experiencia personal, necesariamente limitada y condicionada, pero al fin y al cabo, una perspectiva más que pueda ayudar a unos pocos en su propia trayectoria o posibilitar quizás un nuevo debate sobre lo ya aprendido.

La primera pregunta que vale la pena hacerse es a quién va dirigido este libro. Las librerías están llenas de libros de divulgación del Yoga perfectamente ilustrados, con toda clase de detalles técnicos y de consejos básicos. Ahondando un poco más en nuestra búsqueda, también podemos encontrar libros profundos de filosofía yóguica y otros de exégesis de libros sagrados de la India, libros todos ellos de gran calado y de necesaria lectura. No es la naturaleza de este libro, yo mismo no soy un gran divulgador del Yoga ni pretendo tampoco presentar una obra erudita, mi preferencia es el camino del medio. Quisiera, dentro de mis posibilidades, escribir un libro asequible, de comprensión sencilla y a la vez profundo; me gustaría enfocarme a las miles de personas que ya son practicantes de Yoga y conocen las recetas básicas de su práctica pero que se enredan en las complejidades de la filosofía profunda que el Yoga transmite o no saben adaptar el gran Yoga a la vida cotidiana que todos compartimos. Desearía escribir este libro como si hablara a mis alumnos, a cualquier practicante y a todo profesor que inicia su singladura de dar clases de Yoga, y por supuesto, a cualquier persona que sienta curiosidad hacia el Yoga aunque no lleve muchas horas de vuelo.

Mi intención es centrarme en lo esencial y descartar, de un lado, lo excesivamente técnico y, de otro, reflexiones y datos científicos que excederían el propósito de este libro. Al menos yo como aprendiz siempre he querido tener cuatro cosas claras antes que treinta certezas apenas hilvanadas. No voy a hacer historiografía del Yoga ni tampoco diseñar un nuevo método. Cuarenta años de experiencia me han llevado a ser práctico y a simplificar, en la medida de lo posible, a recuperar también la importancia de la vivencia y a recordar lo esencial.

El mismo título del libro, nombre también de mi escuela formativa (Yoga Síntesis), me obliga a redactar estas páginas con pies y cabeza, es decir, a reflejar la globalidad del Yoga dando una visión de conjunto. En una sociedad (hiper) especializada, intentar una síntesis puede resultar extraño, además de una ardua tarea porque, de toda la ingente cantidad de información que tenemos de cualquier técnica, concepto o símbolo, implica preguntarnos ¿qué es lo realmente relevante?

Disponemos de muchos técnicos en el mundo del Yoga, sabemos, por poner una imagen, pilotar a la perfección un gran barco con sus nudos y poleas, con sus velas y amarres… pero a menudo olvidamos el lugar al que queremos ir con ese barco llamado Yoga. Necesitamos técnicos, es cierto, pero también traductores que nos ayuden a entender bien la tradición y a volcarla después en nuestra vida real; precisamos de guías que nos enseñen a leer el mapa del territorio que estamos transitando, de personas que puedan compartir su experiencia en el Yoga sin necesidad de encaramarse a un pedestal y sin la estrechez de seguir alimentando un mito de perfección o de consecución de una vida extraordinaria. Mi lema es: hagámoslo más sencillo si es posible.

En este sentido, siempre me ha enfadado la letra ilegible de los médicos, el lenguaje enrevesado de los letrados, el circunloquio de los políticos, la complejidad de los apartados de los seguros. ¿Es necesario caer en el Yoga en una jerga apta sólo para iniciados, en un esoterismo más de los nuevos tiempos o en un convencionalismo donde se da por sabido lo que no se sabe explicar? Es momento de hacer un esfuerzo para explicar el Yoga de forma inteligible, de manera sensata, con claves prácticas, filosóficas o simbólicas, y ser muy prudentes allí donde no alcance la razón o no atine el sentido común. Como muestra, la primera definición que me dieron a la pregunta básica sobre el Yoga fue: “el Yoga es la unión del jivātman (alma individual) con el paramātman (alma suprema)”, y… aunque no le falte razón, quizá no es la definición más adecuada para un principiante.

He tenido maestros de cerca y de lejos, jóvenes y mayores, conocidos y desconocidos, santos y perversos. No han sido muchos, pero sí puedo decir que aprendí de todos ellos y que agradezco su presencia y su enseñanza, sin embargo, también me di cuenta de que los aprendizajes, a menudo los más importantes, provienen de fuentes insospechadas. Y es por ello que quiero dedicar este libro a mis alumnos pasados y presentes, a los que están por venir, porque son y han sido ellos los mejores maestros, con la dureza de sus preguntas, con la compasión de su escucha. Ellos son los grandes protagonistas de esta historia.

En breve será evidente que éste no es un libro técnico, con él no podremos conocer los pormenores de un āsana o el ritmo de un prānāyāma. No es momento para ello. Si construimos una casa sin conocer el territorio, sin conocer la dureza del suelo, la orientación del sol o las fuentes de agua construiremos quizá una casa muy bonita pero poco integrada en el espacio y con serios problemas de habitabilidad. Es necesario tener primero una visión de conjunto antes de poner la primera piedra. Esa es mi intención, dar una visión global del Yoga para después construir una práctica con eficacia y poder utilizar las técnicas a nuestro alcance pero dentro de un marco que le dé sentido.

Sin más, valga este libro como una invitación a recorrer juntos las ocho etapas clásicas del Yoga pero poniendo juntos el acento en la realidad de hoy en día, una apuesta para un Yoga del siglo XXI.

OM

INTRODUCCIÓN

YOGA

hoy en día

Una de las primeras comprensiones acerca del Yoga viene, en mi caso, de la antropología. Siempre entendí esta ciencia social como un viaje respetuoso al otro, siendo este otro una cultura ajena, un viaje en el que intentar, aunque fuera difícil, ponerse en una piel distinta y entender otras lógicas, otras miradas de la realidad, otras formas de resolver las mismas necesidades que tenemos todos. Si en este viaje cultural nos quedáramos sólo en la “ida”, sería un viaje pretencioso donde apuntar en el cuaderno de campo las peculiaridades de los pueblos cazadores-recolectores o el sistema de parentesco en las sociedades simples o complejas. Pero, en realidad, algo importante en la etnografía de campo es el viaje de “regreso”. Cuando has nadado en otras lógicas los horizontes se ensanchan. Cuando has comido con las manos o con palillos, orado en diferentes templos, dormido en el suelo o sentado con las piernas cruzadas, aprendes a relativizar muchas cosas que en nuestra cotidianidad dábamos por sentado. Esa nueva flexibilidad nos habla de la pluralidad y variedad de las formas culturales, ya sean propias o ajenas. Precisamente esta plasticidad es la que propongo para acercarse al Yoga hoy en día. Un viaje al interior del Yoga para entender, más allá de sus formas, su lógica en profundidad.

Universalidad

El Yoga nació en India como todos sabemos, y desde allí se expandió en medio siglo por todo el planeta, especialmente en nuestras sociedades occidentales. Si se difundió con tanta velocidad fue porque ofrecía salud y espiritualidad práctica, gestión del estrés y sosiego para nuestra mente en un momento donde el individuo empezaba a comprender la necesidad de regularse en una sociedad polarizada hacia la producción y orientada al consumo.

Por otro lado, el Yoga ha dejado de ser un método exótico, circunscrito a diversas sectas o una moda pasajera, para llegar a todas las capas sociales y formar parte del quehacer cotidiano de muchas personas. Se hace Yoga cada vez más en los gimnasios, en las escuelas, en las prisiones o en las empresas; se hace Yoga para niños, embarazadas, gente mayor o personas con alguna discapacidad tanto física como psíquica. Encontramos cada vez más estudios rigurosos de Yoga para mujeres en la etapa del climaterio, para personas con insomnio o problemas de corazón, entre otros. Hemos visto como actores y actrices famosos hacen Yoga para mantenerse jóvenes y vigorosos. Además tenemos a nuestro alcance Yogas dinámicos y de abandono, acrobáticos y aéreos, con soportes y sin ellos, físicos y devocionales, dentro de una sauna o al aire libre.

La diversificación del Yoga ha sido tan rápida y extensa que muchas veces tendríamos problemas para identificar muchas de sus propuestas si no se presentaran con la palabra Yoga. En todo caso, el Yoga se ha universalizado porque ha intentado dar respuesta a la mayoría de los porqués del ser humano y ha encajado a la perfección en las sociedades del bienestar. Parece que estamos de suerte, hemos marcado recientemente un día en el calendario, el solsticio de verano en el hemisferio norte, para festejar en todos los rincones del globo nuestra pasión por el Yoga. Pero nos queda una pregunta, ¿este árbol del Yoga tan cargado de frutos está ya maduro o todavía su fruto está verde?

Enfoque

Lo que sí es cierto es que el Yoga ha venido para quedarse. Ahora bien, en esta rápida expansión han faltado buenos traductores que pudieran extraer las esencias del Yoga sin la carga ritualista, el peso de una religión o los ejercicios adaptados a una región con un clima y un ritmo de vida determinados.

Es verdad que nos fuimos a oriente en busca de espiritualidad y cruzamos continentes porque nuestra fuente espiritual se estaba secando. Andamos medio mundo para llenar nuestras alforjas de buenos tesoros pero, la mayoría de las veces regresamos, realizando un copia y pega gratuito… sin miramientos, sin reflexión. No nos dimos cuenta de que el siglo XXI tenía una complejidad diferente a la que se vivía en el siglo II, IX o XIX en la misma India. Ha cambiado los ritmos de vida, la tecnología, las relaciones sociales, la mentalidad y las formas de cultura. Las tensiones de un oficinista hoy en día en Barcelona o París difieren de las de un zapatero en Delhi o Benarés hace diez siglos.

El Yoga tiene que actualizarse porque las sociedades y sus individuos cambian constantemente y cada vez de manera más acelerada. Hemos de hacer lo que hace el fotógrafo, sostener la rueda de la cámara y ajustar el objetivo hasta ver con nitidez lo que tenemos delante: las sociedades en las que vivimos, los ritmos cotidianos, las necesidades y expectativas. Tenemos que dar respuesta para encontrar el Yoga que necesitamos cada uno de nosotros aquí y ahora. ¿Cómo hacerlo?

Desmitificar

Para encontrar este Yoga más cercano a nuestras propias necesidades tenemos que hacer un trabajo previo: desmitificar gran parte de las creencias que giran en torno al Yoga.

De momento, no podemos olvidar que el Yoga tiene una tradición milenaria. Las etapas y procesos, avances o retrocesos por los que ha pasado son numerosos y muchos de ellos desconocidos puesto que el Yoga se transmitió a través de la tradición oral, y por tanto, permaneció invisible para los historiadores. Seguramente existen muchos elementos chamánicos en el Yoga arcaico y también un protoyoga que se vislumbra ya en el Rig-Veda, el texto de la India conocido más antiguo escrito en sánscrito. Entre los miles de sellos de terracota encontrados en el valle del Indo (asentamientos de unos 3000 años a.C.) se ha aludido innumerables veces al llamado sello de Pashupati (el señor de las bestias) como referente de la antigüedad milenaria del Yoga. En realidad, en el sello vemos una especie de deidad en una posición sentada con las piernas más o menos entrelazadas, rodeada de un elefante, un rinoceronte, un tigre y un búfalo. Más allá de la belleza de la imagen, inferir que los orígenes del Yoga se remontan a una época tan temprana sólo por unas tablillas donde dicha divinidad está sentada en una postura que identificamos como meditativa puede ser un tanto arriesgado. Tal vez sería más prudente reconocer nuestra limitación en el conocimiento antiguo del Yoga y asumir el desconocimiento de las enormes lagunas que encontramos a lo largo de su historia.

Las leyendas acerca de las proezas de los yoguis no son el legado de un saber que podamos tomar al pie de la letra, ya que la mayor parte de las veces forman parte de residuos de historias que provienen de una mentalidad mágica o mítica, aunque, por descontado, tienen un valor simbólico. Sin embargo, se sigue haciendo alusión en muchos libros de Yoga actuales a los ashta-siddhi, los ocho poderes supranormales de los yoguis que reconocen los textos hinduistas que abarcan desde el poder de hacerse infinitamente pequeño; aumentar de tamaño a voluntad; hacerse cada vez más pesado; volverse tan ligero como el algodón; conseguir cualquier cosa por la fuerza de la voluntad; así como el poder de subyugar y el poder de tener supremacía sobre todo. Incluso, en el Bhāgavata-purana, Krishna, avatar de la divinidad, enumera otros siddhis o poderes de los yoguis como ver desde lejos, transformarse en cualquier forma deseada, participar en las diversiones sexuales de los dioses, escuchar desde la lejanía o morir cuando se desea.

Textos serios y de referencia para el Yoga hablan de poderes mágicos que pueden conseguir los yoguis como superar la muerte o entrar dentro de la mente de otra persona. Y, aunque hoy en día prudentemente hemos interpretado dichos sūtras o aforismos de forma simbólica, a nadie se le escapa que dicen textualmente lo que dicen. Podemos preguntarnos también si los autores clásicos creían en ellos de forma literal o si quizás estaban utilizando una estratagema para retar a los que se inician en la vía del Yoga.

Cierto que Patañjali, del que bien poco se sabe, que compila y sistematiza la filosofía del Yoga, habla en los Yoga-sūtras (siglo II de nuestra era) de los peligros de esos poderes extraordinarios pero, al fin y al cabo, los reconoce y les da un cierto estatus. ¿Cómo es que llegamos a identificar poderes excepcionales con espiritualidad? ¿Qué tiene de espiritual parar el corazón a voluntad? ¿Qué fascinación crea en nuestra alma infantil alguien que ha conseguido dejar de comer o superar el sueño? Hay que desmitificar urgentemente las creencias legendarias en torno al Yoga y reinterpretar lo que entendemos por espiritualidad. Empecemos a indagar por lo más básico.

Escucha

Es posible que la primera pregunta que nos hagamos en el Yoga sea ¿adónde quiero ir? Pero con seguridad, la siguiente pregunta tiene que ser ¿dónde estoy?, al menos para poder trazar con una cierta estabilidad el recorrido a seguir. Es lo que haría cualquier caminante en el mapa, marcar con una cruz el punto de partida y el de llegada, de lo contrario el mapa sirve de bien poco.

Para saber dónde estamos, cuál es nuestro punto de partida, hemos de observar nuestro momento presente, hemos de hacer una escucha en profundidad. Sólo con esa escucha del aquí y ahora nuestra acción puede tener un mínimo de posibilidades de ser adecuada. En esa escucha podríamos descubrir, entre otras cosas, cómo está nuestro mapa de tensiones corporales; si nuestra respiración está alterada por alguna emoción desbocada; si hay dispersión o preocupación en nuestra mente. De esta manera, de todo el amplio y rico abanico de posibilidades que nos ofrece el Yoga, podríamos utilizar aquéllas técnicas o ejercicios que nos puedan ayudar más.

Si esta atención la llevamos a nuestro mundo cotidiano el mapa se vuelve muy claro. Seguramente saldríamos enfadados si nuestro médico nos rellenara una receta sin apenas mirarnos, sin preguntarnos qué síntomas tenemos y sin hacernos las correspondientes pruebas para obtener un buen diagnóstico con el fin de darnos las medicinas adecuadas a nuestra enfermedad.

El buen vivir está basado en la escucha: solemos ir a dormir cuando tenemos sueño y a comer cuando arrecia el apetito. Llamamos a un amigo cuando necesitamos compañía o nos retiramos cuando buscamos la soledad. No obstante, los entresijos de la vida actual impiden a menudo esta regulación natural hasta tal punto que vamos a dormir y a comer simplemente porque es la hora establecida, perdiendo, a la postre, nuestra sensibilidad.

Una de la funciones saludables del Yoga es volver a recuperar esta percepción necesaria para que la vida se reajuste ante los cambios y poder hacer de forma fluida un buen encaje entre nuestro mundo interior y la realidad que nos rodea.

Responder en Yoga, previo a la práctica, a la pregunta ¿qué necesito hacer en este momento? No parece nada fácil, y no resulta fácil ya sea por la ausencia de sensibilidad, por la complejidad del momento presente o la falta de conocimiento. La escucha es lo que reclama el Yoga porque, ¿acaso tendría que hacer el mismo Yoga una persona joven que otra mayor, o cualquiera de nosotros los mismos ejercicios por la mañana que por la tarde, la misma secuencia en verano que en invierno, el mismo ritmo una persona sedentaria que otra deportista? Insistimos, ¿conviene que una persona con cifosis haga los mismos movimientos que otra con escoliosis; una persona vital la misma intensidad que otra mental; la misma orientación una persona con un objetivo de salud que otra con una necesidad mística?

No obstante, la escucha demanda muchos matices. La escucha no está sólo al inicio del camino, en este caso la práctica de Yoga, está también en cada postura y en cada respiración, nos debe alumbrar todo el tiempo. Podríamos decir que la escucha en realidad es una actitud en el viaje, una manera de tener en cuenta aquello que reclama su porción de presencia y una habilidad de hacerle hueco en la realidad. Si insistimos en la atención al inicio de cualquier praxis en Yoga es para evitar, por un lado, la precipitación propia de cualquier persona que se apasiona con su arte y, por otro, para tener tiempo de leer la letra pequeña que se esconde en los dobleces de nuestro interior y que nos da la clave para interpretar mejor lo que vamos a encontrar en los siguientes tramos de ese viaje hacia uno mismo que es en definitiva el Yoga.

El sentido común ya nos avisa de que es una locura un Yoga para todos y para cualquier momento. Y si esto cae por su propio peso, la cuestión es si los profesores que acaban su formación saben adaptar el Yoga a cada persona según su momento y sus necesidades.

Adaptación

Si el saber cómo estamos requiere de una escucha muy fina, adaptar el Yoga implica, además, conocimiento y experiencia. No basta darse cuenta de la tensión del hombro, hay que saber también si nos conviene un movimiento de antepulsión o de retropulsión, de rotación interna o externa, de elevación o descenso del hombro además de encontrar el āsana más adecuado a dicho movimiento. Hay que darse cuenta si lo que nos conviene es tonificar, estirar, movilizar o relajar aquella zona tensionada o bloqueada. Seguramente vamos a necesitar la ayuda de alguien con más experiencia que nos guíe.

Con toda probabilidad la relación tradicional entre maestro y discípulo era personal y, por tanto, adaptada a su momento presente. Con la divulgación masiva del Yoga la relación personal se ha ido perdiendo y las clases se han hecho exclusivamente grupales. Y aunque hay muchos elementos importantes en una clase grupal, es también necesario recuperar el vínculo original en la enseñanza del Yoga.

La adaptación personal requiere de una entrevista previa para informar acerca de los objetivos y técnicas del Yoga, seguida de una ficha de salud para cotejar las contraindicaciones a tener en cuenta en la misma práctica así como de la autorización de su equipo médico si fuera necesario.

Una adaptación necesita de una lectura corporal y de una pequeña serie test para ver dónde están los acortamientos y las asimetrías del cuerpo. Es necesario también tener una percepción de las cualidades corporales desde el equilibrio a la coordinación, desde la flexibilidad a la resistencia, entre otras, así como del grado de calma mental y gestión del estrés que mantenemos como posibles alumnos.

Adaptar el Yoga es proponer una práctica a seguir con unos objetivos claros y mantener sesiones individuales periódicas para supervisar y ajustar tanto la práctica como los objetivos.

Por supuesto, estas sesiones individuales son compatibles con la asistencia a clases grupales donde reforzar el aprendizaje básico del Yoga y ver nuevas posibilidades a incluir en la práctica personal. Planteo estas cuestiones para que se entienda que la disciplina del Yoga no es mero coser y cantar, pero sobretodo para recordar a los instructores la amplitud de esta ciencia del cuerpo y del alma.

Al final, lo realmente importante es ir estableciendo una práctica personal sólida e inteligente, pues sin ella, la posibilidad de un avance a medio o largo plazo se esfuma y sólo nos quedarán los beneficios inmediatos de cualquier práctica yóguica. Es el momento de dar un salto de nivel en la adaptación personal del Yoga.

Lesiones

Si hay alguna ley sagrada en el Yoga ésta es ahimsā, la no violencia, de la que hablaremos en profundidad más adelante. Ahimsā es un respeto profundo por la vida que se expresa fuera en la naturaleza y que nos recorre por dentro, en nuestro cuerpo. Una actitud de pacificación en la relación con los otros y en la relación con nosotros mismos.

Hacer Yoga desde esta consideración ética implicaría un cuidado delicado con el propio equilibrio del cuerpo sin necesidad de violentarlo y de llevarlo a extremos que lo fuerzan y agotan. El número de lesiones que se da en la práctica es mayor del que sería si respetáramos rigurosamente esta ley. Hay tanta fe en el aspecto saludable del Yoga que sus resultados negativos se silencian. Y se silencian porque las lesiones a menudo no son inmediatas a la práctica, pueden parecer difusas al mezclarse con otros síntomas, o quizás de forma deliberada no las queremos reconocer porque cuestionan nuestro hacer en la práctica.

Las lesiones en el deporte son el pan de cada día y no hay que ser muy avispado para comprender que el deporte, sobretodo el de élite, tiene como fondo el espectáculo y está basado en la competitividad y en la mejora continua de resultados. El cuerpo no es ni funciona como una máquina y no siempre puede dar el máximo rendimiento, de ahí la trampa insidiosa del dopaje. El deporte mueve pasiones y, asimismo, puede ser fuente de vida y de vigor, pero (volviendo a lo nuestro) el Yoga no es un deporte y competir por lograr la postura más perfecta, como hacen algunas raras escuelas de Yoga es, cuanto menos, ridículo.

En el Yoga no hay competición porque no es algo objetivable que se pueda medir. No se trata, evidentemente, de correr más rápido, saltar más lejos o levantar más peso como en el deporte, pero tampoco de mantener más tiempo una postura, flexionarse más o mantener el equilibrio con una sola mano; en el Yoga se trata simplemente de ser.

El Yoga es un proceso interno que se apoya en soportes corporales, energéticos o mentales y ese proceso interno no se puede medir como insinuábamos por el grado de apertura de una articulación o por la elasticidad de un músculo. Es mucho más como veremos en su momento. Entonces ¿por qué aparecen tantas lesiones en el Yoga?

En primer lugar por una estrategia de imitación muy primaria que ha quedado en el fondo de nuestro proceso de aprendizaje. Cuando no estamos entendiendo muy bien adónde apuntan los ejercicios del Yoga, nos basta con hacer lo mejor posible lo que se hace en clase. Y esto está reforzado en muchas ocasiones por la poca prudencia del conductor de sesiones de Yoga cuando se pone de modelo y establece una única forma de hacer los ejercicios sin pautas claras de regulación o ajuste.

Y, por supuesto, no podemos olvidar tampoco la falta de escucha del propio alumno que le dificulta reconocer si está preparado para abordar dicho ejercicio con el suficiente dominio y el grado necesario de comodidad.

Nos atreveríamos a plantear que hay un déficit pedagógico en la enseñanza del Yoga en el que se prioriza la técnica por encima de la vivencia y se intenta llegar al objetivo sin tener en cuenta el punto de partida.

Pongamos el ejemplo de la postura sobre la cabeza, sirsāsana. Está claro que, a nivel anatómico, las vértebras cervicales son pequeñas y muy móviles porque su función es sólo la de sostener el peso del cráneo y permitir un amplio movimiento en casi todas las direcciones para controlar el entorno que nos rodea. Además, para recordar la fragilidad de esta zona, hay que señalar que pasa la arteria vertebral y los nervios craneales a través de las apófisis transversas de las vértebras. Podemos entender que la naturaleza no ha preparado estas vértebras cervicales para sostener el peso del cuerpo y, sin embargo, en el Yoga actual y tradicional se habla de este āsana como de la postura reina. Pero ¿para quién?

Seguramente se ha practicado esta postura para activar ciertas glándulas y centros energéticos superiores, sin desestimar el flujo circulatorio sobre el cerebro y los sentidos. A decir verdad podemos encontrar muchos beneficios para practicar esta postura pero… también muchos riesgos.

Si esta postura sobre la cabeza la hace una persona que conoce bien la técnica, domina el equilibrio, tiene fuerza en la musculatura cervical y hombros y prepara convenientemente la postura es posible que se minimicen los riesgos y sea adecuada su ejecución; pero si ocurre lo contrario podemos encontrarnos con lesiones graves a nivel de los discos intervertebrales.

De la misma manera que existen alimentos que nos sientan bien y otros que nos generan intolerancias, no siempre somos aptos para realizar cualquier postura de Yoga, hay que saber cuáles son las contraindicaciones y conocer nuestros límites.

Vivencia interior

Una manera de hacer un Yoga sin lesiones es situando el acento en la práctica. No insistir tanto en la consecución de ciertas posturas, muchas de ellas avanzadas, sino más bien permanecer en ese equilibrio del que hablaremos más adelante, entre comodidad y estabilidad de la postura. No podemos llegar a ese equilibrio si no hay escucha, y es precisamente esa escucha la que abre la puerta a nuestro mundo interior. ¿Y si lo verdaderamente importante de la práctica fuera invisible a los ojos? ¿Y sí, por poner un ejemplo gastronómico, lo importante no fuera el pastel adornado de nata, chocolate y guindas que nos comemos sino el disfrute, el cómo nos sienta, la fluidez de la digestión y la consecuente nutrición, objetivo último de la alimentación?

Acostumbrados a ver libros de posturas de Yoga técnicamente impecables realizadas por personas jóvenes, guapas y flexibles olvidamos que el Yoga, desde las posturas a la meditación, es sobretodo una vivencia, un soporte para la concentración, un despertar de nuestra sensibilidad y un encuentro con lo que realmente somos, con nuestra fuente interior. Algo que se puede vislumbrar pero que no se ve en las fotografías.

Cuando uno se dirige hacia esa vivencia interior se libera de la esclavitud de la imagen y se distancia de la técnica rígida que no tiene en cuenta a la persona. Es como si hiciéramos Yoga en un grupo, todos con con los ojos vendados. Entonces no habría nada que mirar en el exterior y nada que demostrar. Esto es clave en la práctica del Yoga: no tenemos nada que exhibir porque cada uno está en su propio proceso personal, con toda la complejidad de elementos físicos, emocionales o mentales y, por tanto, sin comparación posible con el de otra persona.

Mi primer profesor de Yoga nos solía decir: “aquí no venís a hacer Yoga sino a aprender”. Lamentablemente en la actualidad el aprendiz de Yoga que se comprometía con la disciplina y que acudía a clase con su cuaderno, con sus lecturas y sus preguntas, entusiasmado con el Yoga, está quedando marginado. Hoy se impone el cliente de Yoga, el que paga una cuota para tener unos horarios donde relajarse y estirarse, antes o después del trabajo, pero al que no le interesa descubrir las entrañas del Yoga sino su ejecución y la experiencia que le brinda. Pareciera que es el instructor el que se pliega a su demanda evitando cualquier comentario cuestionador, interiorización que pueda irritar o ejercicio que exceda la intensidad acostumbrada. Se busca en el Yoga una terapia y no tanto un método de autoconocimiento.

Espiritualidad

Ha llegado el momento de apuntar que el Yoga tiene manos y pies, cabeza y entrañas, corazón y arterias, pero también mente y alma. Es un todo indivisible tal como es un organismo vivo, nada en su constitución le es gratuito. Plantear un Yoga integral no implica necesariamente hacerlo más complicado o engorroso, más elitista o esotérico, sino más real.

Estamos señalando desde el inicio que el Yoga se tiene que adaptar y, si somos capaces de proponer una variante de un āsana, hacerla dinámica para su mejor aprendizaje, utilizar elementos exteriores como cintas, bloques o soportes en la pared para que el alumno pueda regularse, también lo podemos hacer con los ejercicios de respiración, la meditación o la filosofía. Podemos hacer juegos para desbloquear la respiración, ejercicios de concentración para preparar la meditación, utilizar algún cuento sabio para explicar conceptos de la filosofía del Yoga. Sólo nos falta claridad en los objetivos y creatividad para encontrar atajos y nuevas formas de aprendizaje. Tenemos mucho que hacer en esta rama de la pedagogía del Yoga.

Sin embargo, el mayor tabú a la hora de implementar un Yoga integral es la espiritualidad. Desde la perspectiva del Yoga, la espiritualidad no implica necesariamente creer en un dios o seguir un cuerpo doctrinal porque el Yoga no es una religión. Uno puede ser hinduista, budista o cristiano y practicar Yoga pero también puede no seguir ninguna religión. La espiritualidad del Yoga tiene que ver con la comprensión profunda de que somos mucho más que estructuras mentales con las que estamos identificados y, por lo tanto, que más allá de ellas podemos encontrar el núcleo profundo del Ser que es fuente de conciencia, de paz y de libertad. El Yoga como disciplina estructurada nos dice que esa fuente de dicha y claridad se puede experimentar si seguimos adecuadamente los pasos a través de una práctica por la que discurre nuestro proceso interior. Espiritualidad puede ser simplemente vivir las experiencias vitales desde un enfoque del que extraer el máximo aprendizaje y percibir así, a lo largo de los años, un sentido interno que nos orienta y nos da coraje. Cuando descubrimos que no estamos aislados sino en íntima conexión con la naturaleza, cuando aprendemos a amar lo que hacemos y a respetar lo que sentimos ante los demás, cuando somos capaces de diluirnos ante la infinitud de lo que nos rodea, podemos decir que empezamos a iluminarnos por dentro.

En todos nosotros hay un anhelo de trascendencia y una búsqueda de sabiduría y sería un error, en la divulgación del Yoga, evitar (por miedo, complejo o estrechez de miras, por el resquemor o la desconfianza que genera todavía la espiritualidad) el abrir pequeños espacios en nuestras clases de Yoga para investigar sobre la profundidad del Ser que somos.

Yoga real

A causa de ese complejo que poseemos sobre la espiritualidad conviene salir de los templos y aterrizar en la vida cotidiana. Hablando de Yoga, necesitamos despejar la confusión que tenemos entre medios y fines. La salita de práctica personal o el centro de Yoga donde acudimos semanalmente sólo son laboratorios donde drenar tensiones, reforzar cualidades, cultivar la atención o aumentar la sensibilidad que después vamos a necesitar en nuestra vida. Podríamos decir que el Yoga real es el Yoga cotidiano, el que hacemos día a día: el Yoga de fregar los platos, peinar a nuestra mascota, enviar el correo electrónico a nuestro cliente o jugar con nuestros hijos. Es ahí, en los entresijos de la vida donde se dan los āsanas más complicados, las técnicas de relajación más insospechadas y el control de la respiración más difícil. Es ahí donde tenemos que insistir.

Mientras estamos en la esterilla con los pies más arriba que la cabeza o manteniendo el equilibrio con un pie no hemos de olvidar que el Yoga empieza con nuestra vida real porque el Yoga es una filosofía de vida, una respuesta al sufrimiento, un dominio de sí mismo y un arte de fluir con la existencia. Y todo esto lo practicamos desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que los cerramos por la noche.

Orientación

Cualquier objetivo en la práctica del Yoga, por pequeño que sea, es lícito y conveniente. Hacer Yoga para perder peso o para dormir mejor pueden ser propósitos totalmente respetables y, quién sabe, quizás generen el deseo de conocer el Yoga en profundidad más adelante. Lo importante en la transmisión del Yoga es tener claro el para qué, de la misma manera que al sostener un martillo sabemos si es para arreglar un mueble o para hacer una escultura. La orientación en el Yoga es clave para no perderse y para ajustar expectativas y resultados. La misma técnica que utilizamos variará en su enfoque e intensidad si la orientación es una u otra, o ambas a la vez.

La primera orientación que contemplamos en la práctica de Yoga es la salud. Hacemos Yoga para sentirnos mejor y para potenciar nuestros recursos fisiológicos. Qué duda cabe que la práctica asidua del Yoga ayuda al tránsito intestinal, favorece el retorno venoso, oxigena mejor nuestros tejidos, equilibra la presión arterial, relaja la musculatura, endereza la columna, calma el sistema nervioso y fortalece el inmunológico, entre muchos otros beneficios. No hay que insistir más en esto que se ha difundido a los cuatro vientos, pero lo que me parece más importante de esta orientación es que constituye un recurso más que la persona puede utilizar de forma independiente en su vida.

Acostumbramos a ser pasivos en la enfermedad cuando nos vivimos como “pacientes”, valga la idoneidad de la palabra, de un tipo de terapia u otro, o cuando recibimos pastillas, agujas de acupuntura, bolitas homeopáticas, infusiones naturales o masajes terapéuticos. Es evidente que son necesarios y la práctica del Yoga no implica renunciar a ellos, pero sí es importante destacar, desde esta orientación, que el Yoga no es algo que recibimos sino algo que hacemos. Es una técnica que nos da libertad porque aporta conocimiento para profundizar en nuestras tensiones. Conformamos así un Yoga para una gestión activa de nuestra salud.

La segunda orientación tiene que ver con el conocimiento de uno mismo. Cuando hacemos un āsana, por ejemplo, podemos notar con facilidad nuestras tensiones corporales, por otro lado nada extraordinario, pues vivir comporta desgaste y tensión. Pero esas tensiones, cada uno con las suyas, se tornan significativas. La tensión en los hombros, las cervicales o las lumbares nos pueden señalar, a menudo dolorosamente, que hay demasiada tensión en nuestros actos, una sobrecarga de responsabilidad en el trabajo o excesivo control en nuestras relaciones. Un ejercicio de respiración nos puede indicar un posible desequilibrio entre el dar o el recibir, y unos minutos en el silencio de la meditación la capacidad o no de estar con uno mismo sin angustia. Es decir, el Yoga nos sirve de espejo donde mirarnos y nos ayuda a comprendernos un poco más y, a ser posible, a aceptarnos.

La tercera orientación posible en nuestra práctica reside en un impulso de trascendencia tal y como comentábamos unos párrafos más arriba. El Yoga nos ayuda a comprender que todo está profundamente interrelacionado y que nosotros, por muy insignificantes que nos sintamos, formamos parte de una cadena infinita de vida que va desde las partículas subatómicas a los grandes cúmulos de las galaxias. Como los antiguos, podemos decir que el microcosmos que nos habita se refleja en el macrocosmos que nos sostiene, y viceversa. Esa íntima relación es la que buscamos en Yoga, una progresiva detención de las oscilaciones ordinarias de nuestra mente para encontrar una quietud intensa donde lo sutil de la existencia halle su propia voz.

Resumiendo: la dimensión terapéutica del Yoga nos ayuda a tener salud y vigor; la parte de crecimiento personal es una invitación a reconocernos y a (desde la aceptación de la realidad que percibimos) transformar los elementos disfuncionales de nuestra personalidad. Es desde esta salud y maduración interior desde donde podremos dar un salto inmenso hacia las profundidades de nuestro Ser. Ello implica, evidentemente, un cierto compromiso y una responsabilidad personal de integración, cada vez mayor, del Yoga en nuestra vida.

Yoga creativo

La tradición no es un esquema anclado en el pasado al cual nos hemos de ceñir, más bien hemos de entenderla como una sabiduría que se abre camino a lo largo de los siglos; en una transmisión directa o escrita, que se adapta a las circunstancias y a las mentalidades donde logra germinar. En este sentido toda tradición debería ser lo suficien temente flexible para captar el espíritu de los tiempos y ajustarse a ellos, pero ¿cómo hacerlo?

El Yoga, insistimos, necesita renovarse. Hace tiempo que salió de la cueva, del bosque y del ashram, hace ya mucho que está en la calle y llama a la puerta de la gente. Hoy en día el Yoga tiene que ayudar a la educación en las escuelas y también mejorar la autonomía de nuestros mayores. El Yoga, ahora mismo, ha de formar parte del equipo de salud, haciendo lo que sabe hacer, ayudando a movilizarnos, a relajarnos, a respirar y a encontrar momentos de quietud. El Yoga puede ser un complemento ideal dentro de la empresa, de la fábrica o de la oficina para gestionar los elementos que generan estrés; puede reforzar en los jóvenes la capacidad para concentrarse en el estudio y evitar lesiones innecesarias en el deporte; puede ayudar mucho en todo tipo de discapacidades e incluso a favorecer la mejora personal en los periodos prolongados de falta de libertad que supone la prisión. El Yoga tiene un gran potencial pero necesita ser creativo.

La creatividad no es más que inteligencia aplicada a una situación dada. Debemos seguir fielmente la brújula del Yoga, pero hemos de tener también la suficiente habilidad para encontrar el trayecto más adecuado a nuestros gustos y necesidades. Cada vez más, el Yoga se parece a un self service con infinitas posibilidades; depende de nosotros hacer un buen uso y, si tuviéramos que dar un consejo, diríamos que más vale servirse aquello que podamos digerir bien, masticando lentamente. El Yoga de este siglo tiene que apoyarse en la escucha respetuosa de lo que somos y dar una respuesta creativa a lo que nos dice.

Yoga integral

Cuando Patañjali (del que hableremos en profundidad más adelante) estructura lo que denominamos hoy en día Yoga clásico nos está insinuando, a su manera, que hay un yo físico pero también otro emocional, nos dice que no nos podemos olvidar del yo ético y tampoco del intelectual, que hay un yo místico y que, en definitiva, nos interesa conectar con esa dimensión espiritual.

Lamentablemente, una de las disfunciones en la divulgación del Yoga es haberlo fragmentado demasiado. Clases de Yoga sin hablar de ética; sesiones donde salimos extenuados de hacer posturas pero en las que no ha habido lugar para la meditación; secuencias de posturas enlazadas sin un trabajo de respiración en profundidad… La demanda es la demanda, dirán muchos. Una gran mayoría de personas quieren unas clases para soltar su estrés, dinamizar el cuerpo y relajarse un poco, nada más. Totalmente respetable aunque, en el fondo, dudo de que no deseen nada más. La experiencia me lo demuestra.

Sin embargo, el Yoga, en su integridad, podría ser un buen revulsivo para transformar un estilo de vida insano, cuestionar creencias limitadoras y fortalecer una ética débil o desorientada. No podemos limitarnos a poner paños de agua caliente, necesitamos una palanca para mover las piedras enormes que obstaculizan nuestro desarrollo, tanto individual como colectivo.

El mercado del Yoga

En la actualidad hay un par de centenares de millones de personas que practican o simpatizan con el Yoga en todo el mundo y, sin duda, somos muchos los que consumimos camisetas, pantalones, esterillas y cintas, además de libros, revistas, viajes, alimentos sanos y productos para la higiene personal. No hay nada de malo en ello. Sin embargo, la delicada línea entre la transmisión sincera de una ciencia del conocimiento y el escaparate mercantilista del Yoga tiende a diluirse.

La publicidad de muchos centros de Yoga no se ha quedado atrás. Prometemos en nuestros folletos promocionales relax, bienestar, realización personal y felicidad. Las imágenes de nuestros carteles muestran personas jóvenes y sanas en paraísos naturales, o bien yoguis haciendo posturas acrobáticas sin perder la sonrisa. Hay gurus que han patentado su serie de Yoga y existen numerosos pleitos en la justicia por la utilización de una marca o de una técnica. Podríamos decir que es el mundo real donde confluyen (y chocan) los intereses de cada uno. Pero ya no tengo tan claro si es el Yoga el que ha venido para transformar la sociedad, o es la lógica neoliberal imperante la que está cambiando al Yoga. Seguramente no hay mala intención en la publicidad del Yoga pero, a todas luces, prometemos cosas increíbles que seguramente son restos de mitos que rodean al Yoga y no resultados reales que podamos constatar en nosotros mismos, ya sea como profesores o como alumnos.

A menudo tengo dificultades para responder a la pregunta sobre qué estilo de Yoga practico e imparto en mis clases. Si hiciéramos un listado exhaustivo de los tipos de Yoga que podemos encontrar en toda la oferta existente, seguramente quedaríamos anonadados. Parece que unos cuantos han tenido más éxito y, sin embargo, una mirada externa no apreciaría demasiadas diferencias entre todos ellos, a no ser, tal vez en la intensidad o en las secuencias… pero al fin y al cabo imparten clases de hatha-yoga en la gran mayoría de ellos, todas respetables, por supuesto.

Asimismo me sorprende que un conocimiento que ha pasado de mano en mano desde tiempos inmemoriales tenga que ser bautizado con nuestro nombre o apellido y ponerle barreras a su expansión. Me extraña que nos seduzcan tanto los estilos de Yoga y no tanto las personas reales que los transmiten que, al fin y al cabo, son los que difunden esta enseñanza. Seguramente nos identificamos todavía con aquellas marcas que nos dan confianza y prestigio. Pero, ¿acaso hemos caído en otra forma de mercantilización del Yoga? ¿Hemos cedido a una modalidad superficial de esta ciencia del cuerpo y del alma tan profunda? O quizá ¿es que estamos todavía en la fase adolescente de dicha divulgación y nos toca madurar? Pero antes de seguir adelante, asegurémonos que sabemos bien lo que es el Yoga.

CAPÍTULO 1

YOGA

el sentido

Antes de iniciar un largo viaje, vale la pena pararse para revisar el mapa y comprobar que la brújula efectivamente marca el norte del territorio. Un pequeño error de grado al inicio puede ser catastrófico a medio o largo plazo. Asimismo, adoptar una práctica de Yoga sin saber qué es lo que podemos desplegar, y qué no, puede llevarnos a una cierta incoherencia o a un elevado desorden en la práctica. No en vano, la tradición más profunda del Yoga, antes de proponer ninguna técnica, habla del sentido del Yoga, de los objetivos deseables, de las bases de una práctica sólida y de los obstáculos que podemos encontrar en el camino. Nos alecciona acerca de lo que es el Yoga y de lo que podemos esperar de él, por si acaso decidiéramos no emprender camino alguno.

La elección de un camino debería implicar (metafóricamente hablando) cerebro, corazón y entrañas; es decir, una implicación total de la globalidad que somos. O dicho de otra forma, en el caso en que nos sintamos impelidos a recorrer este camino necesitaremos una brújula en el Yoga para estar bien orientados y no perdernos aunque los caminos serpenteen por territorios, en principio, desconcertantes. La aguja magnetizada nos asegurará llegar a buen puerto. Veamos pues adonde puede apuntar la aguja de la brújula del Yoga y cuál es su más profundo sentido.

Visión

Definir el Yoga es un poco arriesgado porque lleva a sus espaldas varios milenios de vida, muchas culturas que han convivido con él y otras tantas filosofías (a veces divergentes) que han crecido en el mismo suelo estableciendo una suerte de simbiosis inseparable. No obstante, sí podemos destilar los puntos que tienen en común, apartar aquello que parece anecdótico o que responde a formas culturales muy particulares y extraer el núcleo de una sabiduría contrastada por gran número de sabios a lo largo de los tiempos. Habremos, por tanto, de definir el Yoga no sólo en base a la tradición (que es necesario no perderla de vista), definirlo también desde nuestra perspectiva actual, desde el punto común donde ahora nos encontramos. Es la tarea del caminante: interpretar la brújula desde el preciso recodo del camino donde se encuentra y no meramente desde un lugar ya recorrido.

El Yoga es uno de los seis darshanas o sistemas filosóficos ortodoxos hindúes, muy relacionado con el Sāmkhya. Juntos conjugan metafísica y práctica, indagación sobre la realidad y mística en la contemplación. La función de estos sistemas es la de apoyarnos para que podamos ver con más nitidez la realidad. Nos proveen de una perspectiva no convencional y de gran calado acerca de lo que nos rodea y de lo que vivimos en cada situación de nuestra existencia.

Todo este entramado filosófico nos sirve como una especie de espejo que nos da muchos más detalles de la realidad cuando nos miramos detenidamente en él, espejo yóguico que nos permite contemplarnos en profundidad. Cuando practicamos un āsana (postura), cuando hacemos un prānāyāma (respiración) o cuando hacemos dhyāna (meditación), nos damos cuenta de la tensión del músculo, de la ansiedad emocional o de la dispersión mental. El Yoga es como una lupa que amplifica a través de sus conocimientos el momento presente pero también son unos prismáticos para ver con mayor amplitud nuestro horizonte vital.

Es necesario ir más allá de la información que nos dan nuestros sentidos y más allá del corsé de nuestra moral aunque también hay que andar con pies de plomo para no caer a su vez en otro corsé, pretendidamente yóguico, cuando su estructura filosófica se vuelve rígida y cuando su práctica deja de ajustarse al momento presente. En definitiva, el Yoga rompe con aquella visión estrecha y nos acerca, aunque todavía tengamos los ojos vendados, a percibir el olor de lo sagrado. Y con ello nos preguntamos ¿qué hay dentro de esa visión?

Unión

Una manera de entender otro significado de la palabra Yoga es a través de una metáfora tradicional muy fecunda: la imagen del carromato. La función de un carromato es la de transportarnos o llevar nuestros enseres, pero para que cumpla dicha función las ruedas tienen que estar insertadas en los ejes del carromato, y éste a los caballos o bueyes a través de un enganche; los bueyes atados entre sí y ambos sujetos a unas riendas que maneja el cochero. Basta que una de las piezas esté ausente o mal colocada para que el carromato quede inmóvil indefinidamente. Para que nuestro medio de transporte esté a punto, las ruedas tienen que estar bien engrasadas, los ejes alineados, los bueyes alimentados y el equipaje bien sujeto.

La imagen que utilizamos es adecuada en tanto que podemos identificarla con la globalidad de la que formamos parte. El carromato podría ser nuestro cuerpo mientras que los bueyes la parte instintiva a la que a menudo hay que ponerle unas anteojeras porque fácilmente es tentada por los sentidos. Las riendas son nuestra mente que tiene capacidad para dirigir esa fuerza instintiva y el cochero, el yo, el pequeño yo que organiza y dirige el camino a emprender. No nos olvidemos que en el interior del carruaje vamos nosotros mismos, nuestro Ser profundo, sin el cual no tendría sentido ni carromato ni viaje alguno.

Es evidente que si el carromato tiene el freno echado, los bueyes desenganchados, el cochero no encuentra las riendas y nosotros estamos confusos, la posibilidad de hacer un viaje queda descartada. El Yoga nos ayuda a transformar el caos inicial en orden y a dialogar con los elementos opuestos para crear una nueva armonía.

Una de las raíces de la palabra Yoga viene de yug que significa, entre otros: atar, uncir, unión, medio, magia y un largo etcétera, y también está emparentada con la palabra yugo, precisamente el yugo que hay que poner a los bueyes para que sigan unidos por el camino. Yoga, en este sentido, significa unión.

Buscamos unión pero parece ser que, en ese mismo camino de vida que recorremos, nos encontramos, sin quererlo, mucha disgregación. Les pasa a las parejas que aunque se quieran no se entienden, a los grupos religiosos que aunque persigan un mismo objetivo se ignoran, a muchas naciones vecinas que, aunque compartan gran parte de su historia, se odian. La desunión se da entre la humanidad y la naturaleza, a la cual necesitamos pero a la que no dejamos sorprendentemente de explotar y de aniquilar; desunión que habita incluso entre hombres y mujeres que, aunque seamos compañeros de vida, no cejamos en el control y a veces en el maltrato. Maltrato que también se da con los animales, con los niños o con las personas mayores, es decir, con los más débiles. Esta escisión se agrava cuando permanecemos insensibles ante el sufrimiento ajeno, cuando desconfiamos del vecino, cuando marginamos a un otro simplemente por ser diferente a nosotros. Esa fragmentación que reside en el mundo nos afecta, nos envenena y nos aliena, y no se sabe bien si es el mundo el que nos disecciona a su imagen y semejanza o somos nosotros mismos los que sembramos las semillas que después vemos crecer allá fuera.

En todo caso, la desunión más palpable la sufrimos en nuestras propias carnes. El cuerpo pierde sensibilidad y nuestra mente la capacidad de atención; decimos por la boca lo que después nuestro cuerpo desmiente, somatizamos en un plano lo que no es integrado en otro. En definitiva, nuestras corazas corporales, nuestras emocio nes desbocadas y nuestros complejos insidiosos nos hablan de aquella falta de armonía y de la necesidad de la unión que propone el Yoga.

La capacidad de trabajar globalmente, en cuerpo, mente y alma utilizando herramientas posturales, respiratorias y energéticas, favoreciendo la concentración, la meditación y la relajación, posibilita un mejor encaje de todo lo que somos y profundiza en una mayor armonía. Qué duda cabe de la urgencia en buscar esta unión.

Trascendencia

A veces es útil utilizar el simbolismo para clarificar muchas de las situaciones que vivimos. El símbolo de la cruz puede ser muy fecundo para hablar de trascendencia; si pudiéramos representar mediante líneas simples nuestra trayectoria de vida, diríamos que las experiencias que vivimos transcurren a lo largo de una línea horizontal hilvanando circunstancia tras circunstancia desde el nacimiento hasta la muerte. Sobre este horizonte sería necesario elevarnos para alcanzar con la mirada toda su extensión. La línea vertical nos daría profundidad sobre el eje de la experiencia, nos enseñaría el dibujo ondulado o rectilíneo, sólido o endeble que los innumerables actos han dejado sobre el terreno vital, y con ello, comprenderíamos mejor las cicatrices que han dejado nuestras acciones.

Si pusiéramos voz a esta cruz de la vida, seguramente el enfoque horizontal vendría a decir: “la mesa está servida. Hay que vivir, y hay que vivir con intensidad. Tenemos un cuerpo y una mente aptos para experimentar y retirarse de la vida, vivir a medio gas o de forma temeraria es una especie de locura”. Sin embargo, el enfoque vertical añadiría: “no basta con expe-rimentar. Es vano estar atado a la rueda de la vida que gira sin parar buscando las experiencias placenteras o huyendo de las dolorosas. No basta con dejar una huella indeleble a través de la vivencia, hay que saber adónde apunta lo vivido. Hay que exprimir la experiencia y sacar el jugo de la sabiduría para que el vivir sea un arte, una oportunidad de crecimiento y un espacio de asombro”.

Alzarse sobre la contundencia de lo vivido como el águila que divisa la globalidad del horizonte, no parece fácil de entrada. Requiere de un esfuerzo, demanda reflexión, discriminación y ecuanimidad. Necesita de una cierta distancia y de un desapego de aquello que nos ata, al menos para no sucumbir bajo el peso de lo experimentado.

Volviendo a la imagen del carro, de poco serviría todo el esfuerzo de poner a punto el carruaje sólo para dar vueltas alrededor de nuestro jardín. Con el carromato pretendemos hacer un largo viaje. Este largo viaje se llama en Yoga samādhi (absorción), es el octavo miembro que enumera Patañjali e implica un cultivo de la atención extraordinario para ver nítidamente la realidad. Tal vez podríamos sintetizar lo que significa el Yoga como un aterrizaje en la realidad y no, como muchos piensan, un despegar de la realidad hacia mundos

“insondables”. Es evidente que el Yoga no cimenta su filosofía sobre el posible desierto de lo humano sino sobre un anhelo, que a menudo pasa desapercibido, de trascendencia. Trascendencia entendida como la capacidad de vivir e integrar dimensiones de vida que nos abren a nuevas capacidades más sutiles y más globales, menos lastradas por la simple supervivencia o la subjetividad.

Resumiendo: el Yoga es unión de todo lo que nos habita para impulsarnos como un trampolín hacia las profundidades del Ser.

Transformación

Señalar en el mapa la cumbre a la que queremos llegar es relativamente fácil, más difícil será escalar la montaña con nuestros pies y nuestras manos. El yogui (y la yoguini) es ante todo un caminante. No carga con los libros eruditos, prefiere conocer la realidad de primera mano, saber lo que es caer y levantarse, perderse y reencontrarse, pasar frío y desesperanza por los caminos.