La sombra de la culpa - Abby Green - E-Book
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La sombra de la culpa E-Book

Abby Green

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Beschreibung

Los Corretti. 3º de la saga. Saga completa 8 títulos. Se había tragado su orgullo para pedirle ayuda, pero no sabía si iba a poder resistirse a la tentación… Valentina Ferranti siempre le había echado la culpa al imprudente Gio Corretti de la muerte de su hermano. Sus caminos no se habían cruzado desde el entierro de Mario, cuando le dijo que no quería volver a verlo nunca más. Con esa despedida ponía fin, además, a lo que había sido su amor platónico y juvenil. Después de siete años, arruinada y con su prestigio por los suelos por culpa de la infame Carmela Corretti, Valentina necesitaba pedir ayuda a alguien. Y solo había una persona en Sicilia a la que podía acudir, a ese hombre de su pasado que había vuelto a aparecer en su vida con una mirada llena de culpabilidad, arrepentimiento y deseo hacia ella.

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Seitenzahl: 235

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

La sombra de la culpa, n.º 91 - abril 2014

Título original: A Shadow of Guilt

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de pareja utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados. Imagen de paisaje utilizada con permiso de Dreamstime.com

I.S.B.N.: 978-84-687-4307-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Giacomo Corretti no podía dejar de pensar en que era él quien debía estar en ese ataúd y no su impetuoso amigo. Miró desde la sombra de un árbol cómo bajaban la caja poco a poco en el agujero excavado en la tierra. El nudo de dolor que se había instalado en sus entrañas fue extendiéndose poco a poco por el resto de su cuerpo. Nunca se había sentido tan cobarde como en esos momentos.

Podía oír el desgarrador llanto de la madre de Mario. La pobre mujer no podía dejar de llorar mientras se apoyaba en su anciano marido. El sonido lo partió en dos. Creía que él nunca tendría a nadie llorando de manera tan sentida en su funeral. Estaba seguro de ello, pero no se compadecía de sí mismo.

Contrastaba con ellos su hija, Valentina, que tenía la cabeza erguida y la espalda muy recta. Se había recogido su largo cabello castaño en una trenza y se había cubierto la cabeza con un velo. El traje de chaqueta negro que llevaba le quedaba demasiado grande. A sus diecisiete años, aún no tenía las curvas necesarias para llenarlo.

Aunque no veía su rostro desde donde estaba, la podría haber dibujado de memoria. Podía imaginar su pálida piel de oliva, tan suave como los pétalos de una rosa, la exuberante curva de su boca y sus bellos y femeninos labios. Tenía los ojos de un color extraordinario, brillante y cálido como el ámbar, eran ojos de tigresa. Recordaba bien su mirada de rabia, enfado y algo de miedo cuando su querido hermano mayor y Gio coqueteaban con el peligro. Algo que les había gustado hacer a menudo.

Como si la intensidad de su mirada y sus pensamientos la hubieran tocado, Valentina Ferranti se dio la vuelta y lo miró con sus ojos almendrados. Vio cómo se estrechaban amenazadoramente al reconocerlo.

Era demasiado tarde, no podía salir corriendo. Valentina se quedó mirándolo. Estaba pálida y tenía su hermoso rostro algo hinchado de tanto llorar. Sus ojos reflejaban un dolor muy profundo. Había tenido que enfrentarse a algo demasiado duro para una joven de su edad. Sabía que él era el culpable de que se viera en esa situación. Había causado daños irreparables.

Recordó en ese instante lo que le había dicho de manera muy despreocupada aquella noche.

–No te preocupes, lo traeré de vuelta a sus libros antes de la medianoche, como si fuera Cenicienta –le había dicho Gio.

Se le hizo un nudo en el estómago al verla tan desolada. Y contuvo el aliento cuando Valentina fue caminando hacia él con sus largas y delgadas piernas. Vio que sus manos eran puños y que lo miraba con el rostro desencajado. Parecía furiosa.

Se detuvo a pocos centímetros de distancia. Estaba tan cerca que podía oler su dulce y fresco aroma. Le pareció un olor que no encajaba con ese momento de tanto dolor.

–No eres bienvenido, Corretti –le dijo con la voz ronca de tanto llorar.

A Gio se le contrajeron las entrañas al oírlo. No podía respirar.

Trató de calmarse y respiró profundamente antes de contestar.

–Lo... lo sé –repuso.

Le parecía casi un milagro que hubiera sido capaz de pronunciar esas palabras casi del tirón. Mario, que había sido su mejor amigo y casi su hermano, le había ayudado con mucha paciencia a superar su tartamudez, de la que no había podido librarse del todo hasta su adolescencia.

A los veintidós, seguía avergonzándose cada vez que le pasaba, aunque no le solía ocurrir. Era como si aún tuviera esa cicatriz.

Pero, en esos momentos, no le habría importado volver a sentir la humillación para que Valentina pudiera reírse de él.

Aunque sabía que ella no haría algo así, nunca lo había hecho. Siempre había sido dulce y tímida. Y, cuando Gio había tartamudeado frente a ella, nunca lo había utilizado contra él para hacerle daño, como habían hecho los demás, sobre todo su propia familia.

De repente, Valentina le dio un puñetazo que lo pilló por sorpresa. Le golpeó en el pecho con la suficiente fuerza como para hacer que se tambaleara.

–¡Él era todo para nosotros y, por tu culpa, ya no está! ¡Se ha ido para siempre! –exclamó ella con mucho dolor–. ¡Iba a terminar la carrera el próximo año y sé que habría tenido mucho éxito! Tú, en cambio... –agregó mofándose de él–. ¿Qué puedes hacer por nosotros ahora? ¡Nada! ¡Fuera de aquí, Corretti! Ensucias este lugar con tu mera presencia. Si no lo hubieras animado a salir... –agregó con voz temblorosa.

Gio sintió que se quedaba pálido.

–Lo siento... Lo siento –le dijo con un hilo de voz.

Vio cómo Valentina recuperaba la compostura y volvía a levantar la cabeza para mirarlo con dureza.

–La culpa es tuya y solo tuya. Te odio, Corretti. Siempre te voy a odiar porque tú estás vivo y él, no.

Esas palabras se clavaron en su corazón. Lo estaba mirando como si quisiera llevarlo hasta el precipicio más cercano para empujarlo y ver con una sonrisa en la cara cómo se mataba.

–Vamos, Valentina, tenemos que irnos.

Los dos reaccionaron con sorpresa al volver a la realidad cuando se les acercó el padre de Valentina y la tomó del brazo. Su voz parecía muy débil y cansada.

–Este no es el momento ni el lugar.

Valentina, sin mirar a Gio, dejó que su padre la alejara de allí. Pero, después de un par de metros, el padre de Mario se detuvo. Miró de nuevo a Gio con ojos muy tristes y se limitó a sacudir la cabeza con pesar. Le daba la impresión de que el hombre había envejecido diez años en solo unos días. Casi habría preferido que lo hubiera escupido o que lo hubiera golpeado como había hecho Valentina.

La verdad era muy dura. Si Mario no hubiera sido su amigo y si no lo hubiera convencido para que saliera con él aquella fatídica noche, nunca habría sucedido.

En ese momento, Gio quería morirse, deseaba que se lo tragara la tierra. Lo quería más que a nada en el mundo. Todo lo bueno que había tenido en su vida, todo lo que había querido, se había ido para siempre.

Todo lo bueno, prometedor y esperanzador que había tenido lo había echado a perder.

Pero sabía que suicidarse habría sido demasiado fácil y cobarde.

Mucho más fácil que vivir con ese dolor todos los días. Vivir con el dolor de saber que había destrozado a toda una familia con una pérdida tan dolorosa. Esa era la herencia con la que iba a tener que vivir el resto de su vida.

Siete años más tarde...

Era la boda de la década. Dos de las familias más poderosas de Sicilia se iban a unir en santo matrimonio. Valentina hizo una mueca llena de cinismo. Todo el mundo sabía también que la boda de Alessandro Corretti y Alessia Battaglia no era por amor. Era una jugada más, una gran apuesta para conseguir hacerse con el poder, la mejor manera de que la familia Corretti se asegurara el futuro para generaciones venideras. Y, si para ello uno de sus miembros tenía que casarse con alguien de la familia rival, eso era lo que iban a hacer.

Valentina dejó lo que estaba haciendo por un momento y se llevó una mano al pecho. Le bastaba con pensar en la familia Corretti para que se le encogiera el corazón y le costara no perder los nervios. Para colmo de males, estaba trabajando en esos momentos para ellos.

Le habría encantado poder decirle a Carmela Corretti, la madre del novio, que se negaba a aceptar su encargo, pero no podía permitirse ese lujo. Era la dueña de una pequeña empresa de catering y le había costado mucho ponerla en marcha y tratar de mantenerla a flote con ayuda de su personal.

Además, suponía el único apoyo económico que tenían sus ancianos y enfermos padres.

Carmela tenía la reputación, a pesar de la riqueza de los Corretti, de ser bastante tacaña con el dinero. Y Valentina sabía que parte de la razón por la que había tenido la suerte de conseguir ese trabajo había sido por sus más que razonables precios. De hecho, apenas iba a sacar beneficio alguno de ese encargo, pero creía que le iba a valer de mucho haber sido contratada para ese evento. A largo plazo, esa experiencia iba a suponer una gran ventaja frente a sus competidores.

Mientras terminaba de decorar unos canapés de caviar beluga, recordó la cara de Carmela Corretti y sus palabras cuando se reunió con ella unas semanas antes.

–Tiene que ser el evento más sofisticado de la década –le había dicho la mujer–. Si mete la pata, señorita Ferranti, no va a poder volver a trabajar en esta isla. Lo sabe, ¿no?

Valentina se había esforzado por no parecer tan aterrorizada como se había sentido. No podía permitirse la opción de dejar Sicilia sin sus padres. Y sabía que Carmela estaba en lo cierto. Si algo salía mal con la comida de la boda, sería el fin de su empresa.

–Por supuesto, señora Corretti, sé lo importante que es esta boda –le había dicho ella con suma humildad.

Por eso su personal y ella estaban cobrando una miseria por crear delicados aperitivos con el caviar más caro del mundo. Previamente, le había ofrecido a Carmela una degustación del menú que había preparado para la boda y había sido la hora más tensa de su vida. Después de probarlo todo, se había limitado a aprobar el menú con un simple gesto de su mano y con una desdeñosa mueca.

Valentina se había quedado mirándola completamente conmocionada hasta que la otra mujer la devolvió a la realidad.

–¿A qué estás esperando? ¡Tienes trabajo que hacer! –le había dicho la señora.

En cuanto tuvo el visto bueno, se encargó de que le sirvieran huevas de salmón real desde Escocia y también salmón ahumado. La carne para el almuerzo principal procedía de Irlanda. El caviar de beluga, como no podría haber sido de otro modo, había llegado de Rusia. El champán que había reservado para la mesa principal era del año 1907 y prefería no pensar en el precio que tenía cada botella.

El dinero no era un impedimento. Para esa familia, lo importante era que el resto de los invitados pudieran ver y saborear en todo momento la riqueza de los Corretti. En lo que no les importaba escatimar era en el dinero que pagaban al personal que contrataban para esas ocasiones.

Se sopló un mechón que se le había escapado y dio un paso atrás. Sus propios empleados se le acercaron para mirar las bandejas de entremeses.

–Son como obras de arte, Valentina –le dijo Franco–. Esta vez, te has superado.

Ella sonrió con tristeza.

–Aunque es muy importante que la primera impresión sea buena, lo esencial es que terminen por comérselos –les recordó ella.

Pero estaba casi segura de que iba a conseguirlo. El caviar del salmón real, con su distintivo color naranja, envuelto en salmón ahumado y en una tartaleta, tenía un aspecto muy tentador. Sintió que le rugía el estómago. Miró el reloj y soltó un chillido mientras se arrancaba el delantal.

Se puso a dar órdenes a sus empleados mientras sacaba de su bolsa el uniforme para ese día.

–Franco, asegúrate de que los chefs estén preparados para servir la comida principal a tiempo. Y, Sara, tú encárgate de que todo el personal de servicio esté vestido y listo para sacar las bandejas de aperitivos. Tenemos que sacar el resto de los canapés de los frigoríficos. Avisad a Tomasso para que compruebe que todas las botellas de champán están en sus respectivos cubos con hielo.

El banquete se iba a celebrar en el suntuoso Hotel Corretti, el buque insignia del grupo hotelero familiar. Estaba justo enfrente de la hermosa basílica medieval donde se celebraba la ceremonia de la boda. Y a ella le habían concedido pleno acceso a las estupendas instalaciones del hotel, a sus cocineros y personal. El restaurante del hotel se encontraba entre los mejores del país, no podría haber pedido más. Le bastaba con supervisarlo todo, ya que era, en última instancia, la responsable del menú.

Fue hasta la zona de vestuarios y se quitó deprisa los pantalones vaqueros y la camiseta. Se puso entonces el elegante traje negro y camisa blanca que usaba para esas ocasiones. Estaba muy nerviosa. Sabía que Carmela era lo bastante sibilina como para echarle a ella la culpa de cualquier cosa si algo salía mal. Tenía muy claro que querría siempre salvar el buen nombre de los Corretti. A pesar de todo, Valentina sabía que aquella era la oportunidad de su vida y todo lo que tenía que hacer era asegurarse de que nada saliera mal.

Un par de minutos después, se miró en el espejo. Hizo una mueca al ver sus mejillas sonrojadas y las ojeras que tenía bajo los ojos. Buscó su bolsa de maquillaje y se arregló un poco con manos temblorosas. Llevaba muchas noches sin poder dormir.

Había tenido pesadillas de todo tipo. En algunas, alguien se atragantaba con un canapé. En otras, los invitados enfermaban por culpa de una intoxicación alimentaria.

La mera posibilidad de que algo saliera mal y pudiera hacer que enfermaran las familias Corretti y Battaglia había sido suficiente para mantenerla insomne durante días.

Sacudió desesperada la cabeza. Sabía que tenía una imaginación demasiado vívida. Se recogió el pelo en un moño alto y se miró de arriba abajo cuando terminó. No llevaba joyas y solo un maquillaje muy ligero. Se trataba de no llamar la atención y poder desaparecer entre los invitados.

Cuando volvía a la zona de preparación del banquete, un pensamiento se deslizó en su mente, casi a escondidas.

«¿Y si está aquí?», se dijo. Pero sabía que era muy improbable. Todo el mundo sabía que se había ido de casa a los dieciséis años y que se había independizado por completo de su familia. Y el hecho de que se hubiera labrado una estupenda carrera criando y domando caballos de pura sangre no había hecho sino alejarlo más de los negocios de la familia y de su legado.

«No va a estar aquí», se aseguró a sí misma.

Porque no podía siquiera aceptar la idea de pudiera estar en la boda. Su mente se quedó inmóvil por la pena, el dolor y la ira que sentía cada vez que pensaba en él. Junto con otro sentimientos mucho más inquietantes y difícil de definir.

No, creía que no iba a estar allí, que no era posible. Y ella ya estaba lo bastante nerviosa ese día como para tener que enfrentarse a Giacomo Corretti.

Esperaba poder mantenerlo alejado de ese lugar con la mera fuerza del odio que sentía por él.

Aun así, no pudo pensar en otra cosa mientras seguía organizándolo todo ni consiguió que su corazón volviera a latir con normalidad.

Gio metió un dedo entre su cuello y la camisa. Llevaba una pajarita que le apretaba demasiado. Le costaba respirar.

Aunque creía que, en realidad, era la presión que sentía en su pecho la que hacía que se sintiera tan incómodo. No tenía nada que ver con la pajarita. Maldijo entre dientes. Le habría encantado estar en el otro lado de la isla, con su uniforme habitual de camiseta, pantalones vaqueros y botas. Y con sus caballos.

Podía ver a la gente pululando frente al hotel y en la plaza ajardinada que había entre la enorme iglesia y el Hotel Corretti. Era evidente que la boda había terminado, pero supuso que la comida aún no habría comenzado.

Maldijo de nuevo. Había tenido la esperanza de que fuera demasiado tarde y se lo hubiera perdido todo. Solo había accedido a ir porque su madre se lo había suplicado.

–Gio, nunca ves a tus hermanos ni a nadie. No puedes aislarte de esta manera. Por favor, ven –le había pedido.

Había tenido que contenerse para no decirle lo que pensaba. Había elegido ese tipo de vida y nunca se paraba a compadecerse de su aislada existencia. Además, nunca había tenido muy buena relación con su madre.

De niño había sido testigo de la volátil relación de sus padres y había visto cómo su madre se había vuelto cada vez más insegura. Nunca había entendido por qué no se había cansado nunca de tratar de mantener la atención de su marido, el difunto padre de Gio. Desafortunadamente, la creciente inestabilidad y el ensimismamiento de su madre habían coincidido en el tiempo con un momento muy duro en su vida. Y, aunque seguía sintiendo cariño por ella, no había conseguido nunca conectar con su madre.

Pero las cosas habían cambiado. Era un adulto y asumía la responsabilidad de sus propias acciones. Si para su madre era tan importante ver a todos sus hijos reunidos bajo un mismo techo para asistir a la boda de un primo, estaba dispuesto a ceder un poco y a hacer al menos acto de presencia.

Por eso estaba en esos momentos allí, observando la escena desde un lado de la plaza. Sonrió tristemente al ver a los invitados. Llevaba toda su vida rondando alrededor de su familia, sin formar realmente parte de ella. Era el varón más joven de la dinastía Corretti y el más joven también de su propia familia. Dominado por dos hermanos mayores que competían por la supremacía y un padre que había sido demasiado exigente con todos sus hijos. Sabía que él era el que más lo había decepcionado y en todos los niveles posibles. Tenía debilidades que eran inaceptables en un varón de la familia Corretti.

Pero no quería pensar en esas cosas ni volver a un pasado que lo ahogaba. Y no quería ni pensar en recuerdos aún más dolorosos que había tratado de mantener enterrados durante los últimos años. Impaciente, se pasó la mano por la cara. Sabía que no estaba tan impoluto, acicalado ni afeitado como esperaría la gente de él, pero hacía mucho tiempo que esas cosas habían dejado de importarle. Maldijo en voz baja de nuevo y fue hacia el imponente edificio del Hotel Corretti.

Valentina miró fijamente la carrera que se había hecho en la media. Le había ocurrido cuando Alessandro Corretti, el novio, había irrumpido él solo en la sala del banquete como un auténtico tornado que arrasaba todo a su paso. Por su culpa, habían acabado por los aires tanto ella como la bandeja de delicados canapés que había estado sosteniendo en ese momento.

Alessandro había ignorado por completo la carnicería que había dejado en su estela. Y, mientras tanto, ella se había apresurado a recoger los restos de la comida antes de que alguien más lo viera. Afortunadamente, su asistente Sara había aparecido en ese momento y se había agachado para ayudarla.

–Se ha cancelado la boda –le había susurrado entonces Sara sin dejar de recoger los restos de canapés–. La novia lo ha dejado plantado allí mismo, en la iglesia.

Valentina la miró entonces a los ojos mientras una sensación de malestar aparecía en su vientre. Poco después, fueron llegando algunos invitados atónitos y sorprendidos, que no dejaban de susurrar entre dientes.

Antes de que tuviera tiempo para averiguar lo que había pasado y cómo le afectaba a ella, apareció de repente Carmela Corretti en la sala donde iba a celebrarse el banquete y se había acercado a ella para mirarla con el ceño fruncido.

–Puede que la boda se haya cancelado, pero seguirás adelante con la comida para quien decida hacer acto de presencia, ¿me entiendes? –le ordenó con un despectivo gesto–. Pero como no tendrás que encargarte del número de invitados previstos, sino de muchos menos, no pienso pagarte por servicios que no vas a prestar.

Tardó un par de segundos en entender el significado de lo que acababa de decirle.

–Pero... Pero eso es... –tartamudeó.

Carmela aprovechó que la había dejado atónita para insistir.

–No voy a hablar más de esto. Ahora, dile a tu personal que atienda a los invitados que se decidan a venir. No quiero que nadie pueda decir después que vinieron al banquete y nadie los atendió.

Valentina estaba tan conmocionada que hizo lo que le decía. Era muy consciente de la influencia que tenía Carmela Corretti y de lo poco que iba a conseguir si se atrevía a desafiarla. Miró a su alrededor, los camareros del hotel iban prestos de un lado a otro para atender a los invitados que iban llegando al banquete con gesto preocupado. A pesar de eso, el cóctel se fue desarrollando como si nada hubiera pasado y ella no sabía qué pensar.

Por muy conmocionada que estuviera, no podía permitirse el lujo de derramar champán en un vestido de alta costura ni dejar caer una bandeja en el regazo de alguien. Así que decidió apartarse durante unos minutos y esconderse en un rincón tranquilo para tratar de calmar sus nervios y procesar lo que Carmela Corretti le había dicho.

No podía creerse que no quisiera pagarle. La carrera en sus medias había pasado en un par de minutos a ser la menor de su preocupaciones. Creía que, después de aquello, nadie iba a querer contratar a la empresa de catering que todo el mundo iba a asociar con el escándalo que había terminado por ser la supuesta boda del año.

Gio tomó otra copa de champán de la bandeja de un camarero que pasaba por su lado. Había perdido la cuenta de las que había bebido, pero el alcohol le estaba ayudando mucho a sobrellevar esa boda que estaba resultando ser la gran debacle del siglo. Había esperado encontrar a la familia de su primo feliz con la boda que iba a suponer una nueva fusión que les diera más poder aún, pero todo se había ido al traste y los invitados que decidieron no irse y acercarse al salón donde iba a celebrarse el banquete no dejaban de susurrar y comentar lo que acababa de pasar en la iglesia.

Se trataba de un escándalo tan inesperado que se le pasó en parte el desagrado que le producía tener que enfrentarse a su familia. Había visto de pasada a su hermanastra mayor, Lia, pero no se había acercado a saludarla. Nunca había sabido cómo relacionarse con ella. Se había convertido en una mujer muy seria y lo cierto era que apenas había tenido contacto con ella. Había sido educada en casa de sus abuelos después de que su madre, la primera esposa de su padre, muriera.

Tal y como se estaba desarrollando el evento, pensó que ya había cumplido con creces y que nadie podría echarle en cara que se fuera. Se terminó de un trago la copa de champán y la dejó en una mesa. Salió del salón a un pasillo. Pasó al lado de una sala donde la banda de música se estaba preparando para tocar. Sacudió la cabeza con incredulidad, se dio cuenta de que nadie les había dicho que la boda no se había producido. O pensó que quizás su tía Carmela, una mujer muy temperamental, no estuviera dispuesta a permitir que una novia fugitiva impidiera que sus invitados no pudieran pasar toda la noche bailando y divirtiéndose.

De repente, algo atrajo su atención y se detuvo en seco. Acababa de pasar junto a otra habitación que tenía la puerta abierta. Parecía una especie de trastero y distinguió allí la figura de una mujer sentada en una silla en medio de esa sala. Estaba rodeada de cajas y otras sillas apiladas. Tenía la cabeza inclinada hacia delante y su pelo castaño y brillante recogido en un moño. Se fijó en sus piernas bien proporcionadas bajo una falda negra. Llevaba además una camisa blanca y chaqueta negra. Tenía sus pálidas manos entrelazadas sobre el regazo.

Como si pudiera sentir el peso de su mirada en ella, su cabeza comenzó a girar hacia él. La sensación de déjà vu fue tan inmediata como fuerte. Tanto que Gio se quedó sin aliento.

«No, no puede ser ella. No aquí, no ahora», pensó.

Ella habitaba en sus sueños y pesadillas. Junto con el fantasma de su hermano.

Pero podía ver su cara y se fijó en sus ojos de tigresa. Se abrieron mucho al verlo y se dio cuenta de que ella también lo había reconocido.

Sintió que algo se abría en su interior al verla. Era algo que había detenido en el tiempo durante siete años. Vio cómo palidecía su rostro. Era más angular de lo que recordaba. Había perdido la redondez y se había convertido en una mujer mucho más hermosa.

Ella se puso en pie. Era también más alta de lo que recordaba, muy esbelta, pero con femeninas curvas. A los diecisiete años, había sido una belleza en ciernes y no había hecho sino mejorar con los años. Eran tantas las sensaciones que estaba teniendo en esos instantes que no sabía cómo reaccionar.

Durante mucho tiempo, había ansiado y temido al mismo tiempo la posibilidad de volver a encontrarse en esa situación. Pero, por doloroso que fuera, no podía derrumbarse frente a ella. No podía permitirse ese lujo.

Se acercó a la entrada de la habitación.

–Valentina –le dijo con un hilo de voz–. Me alegra volver a verte.

Valentina estaba conmocionada.

–No deberías estar aquí –susurró ella sin ser consciente de que se lo estaba diciendo en voz alta.

Era casi como si le extrañara que no hubiera conseguido mantenerlo alejado de la boda solo porque ella no deseaba verlo.

Gio le dedicó media sonrisa.

–Bueno, mi primo es, o era, el novio, así que tengo derecho a estar aquí, ¿no? –repuso él frunciendo ligeramente el ceño–. Lo que no entiendo es lo que haces tú aquí.

Le estaba costando pensar con claridad, pero se esforzó por contestar con un mínimo de coherencia.

–Mi empresa es la que se ha encargado de preparar el banquete –le explicó ella.

Gio era mucho más alto y fuerte de lo que recordaba. Ya no quedaba en él nada del niño que había sido. Su rostro era mucho más anguloso y masculino.

El traje que llevaba le sentaba como un guante y podía adivinar su musculoso cuerpo bajo la ropa. La camisa y pajarita blancas hacían que su piel pareciera aún más oscura.

El pelo, en cambio, lo seguía llevando bastante despeinado y había algo en él que le hacía parecer muy despreocupado y relajado. Así había sido siempre.

Se fijó en sus ojos, recordaba también muy bien ese marrón claro que a veces, con ciertas luces, podían parecer verdes.

Se había pasado gran parte de su adolescencia observándolo mientras pasaba el tiempo con su hermano. Los dos jóvenes habían sido amantes de las aventuras y de todo tipo de acrobacias temerarias, ya fuera a caballo o con las bicicletas de montaña. Después llegaron las motocicletas y tanto su hermano como él habían disfrutado mucho con sus carreras. Recordaba muy bien ver a Gio riendo a carcajadas con la cabeza inclinada hacia atrás. Había algo en él lleno de vida, algo también muy masculino.

Tampoco había podido olvidar lo que había sentido a los quince. Cuando volvió a verlo por primera vez en cuatro años, después de que él hubiera estado viviendo en Francia, donde había lanzado su negocio equino. Había regresado a Sicilia como un héroe, un hombre de éxito que había conseguido un gran éxito por sí mismo con un grupo de caballos de pura sangre que no dejaba de cosechar premios. Pero, para ella, ese momento había estado marcado por las sensaciones tan nuevas que había despertado en su ser. Recordaba muy bien cómo se había quedado sin aliento al verlo y las mariposas en su estómago. Muy a pesar suyo, no había podido dejar de admirarlo. El joven Gio consiguió encandilarla por completo.

Su hermano y ella lo habían visitado cada verano en su nuevo hogar cerca de Siracusa, cuando Mario estaba de vacaciones. Gio se había comprado un antiguo castillo que tenía al lado una granja que había reformado para que sus caballos tuvieran establos con las mayores comodidades. Con el tiempo, había construido además una pista de carreras que había adquirido fama mundial durante los últimos años. Allí se celebraba la internacionalmente reconocida Copa Corretti.