La última gauchada - VV.AA - E-Book

La última gauchada E-Book

VV. AA.

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La última gauchada no presenta un conjunto armónico de textos ni apuesta a una bienintencionada homogeneidad. Podría haber más o menos escritores. Más o menos hombres. Lo cierto es que la totalidad es atonal y así pueden convivir, en un mismo hotel de paso, en el desierto pampeano y en cuartos separados, como vecinos que a la vez mantienen entre sí una relación amigable de extranjeridad. Quizás sólo así puedan relacionarse ocho autores, ocho pares, ocho hermanos: a través de un noveno, un antologador que planeó la coreografía de una última gauchada para traficar una selección necesaria, nada más y nada menos que del otro lado de la cordillera. Ambas orillas convencidas de que en este favor no hay contingencia ni complicidad, sino literatura impar.Esta antología reúne a ocho autores contemporáneos: Hernán Ronsino, Leandro Ávalos, María Sonia Cristoff, Ariel Idez, Selva Almada, Matías Capelli, Federico Levín, Pablo Katchadjian.

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VV.AA.

La última gauchada

Narrativa argentina contemporánea

ISBN: 978-956-9974-09-0
Este libro se ha creado con StreetLib Write (http://write.streetlib.com).

La última gauchada

Narrativa argentina contemporánea

Selección y prólogo de Gonzalo León

La última gauchada

Edición, selección y prólogo: Gonzalo León

De los textos: © los autores.

De esta edición © Alquimia Ediciones 2014. Colección: Bolsa de gatos rabiosos.

Edición General: Guido Arroyo González.

Corrección: Patricio Alvarado Barría.

Diseño editorial: Estudio Navaja

“En el contexto de la literatura argentina, cada movimiento estético supone

necesariamente dos pasos: ignorar el escritor canónico y volver a la gauchesca.

Borges escribe como si no hubiera existido Lugones, pero vuelve a la gauchesca.

Lamborghini y Zelarrayán escriben como si no hubiera existido Borges,

pero vuelven a la gauchesca; Copi escribe como si no hubiera existido Borges,

pero vuelve a la gauchesca”. *

Daniel Link

*Artículo “Cerca de la revolución”. Suplemento Radar Libros. Página 12, junio de 2002.

Hacia una gauchesca del siglo XXI

1. La producción literaria de cción y poesía en Argentina vive un auge que se puede ver en las innumerables revistas, editoriales independientes, encuentros literarios y lecturas que se organizan no sólo en Buenos Aires, sino en Rosario, Córdoba, Mar del Plata. Como consecuencia, además de los autores consagrados (Alan Pauls, Sergio Chefjec, Sergio Bizzio o Daniel Guebel), han surgido otros más jóvenes, entre treinta y cuarenta y pico de años que, al amparo de esas editoriales independientes y encuentros literarios, han suscitado no sólo el interés de los lectores, sino el de los suplementos culturales y el de sus pares.

2. Es la primera generación que logra sistematizar y reelaborar lo que fue el contracanon de los 80 que, como consigna Damián Tabarovsky en Literatura de izquierda1, “implicó un antes y un después, un corte epistemológico que incluso sirvió para erosionar (ya que es imposible derrocar) al Gran Canon Nacional: Puig sirvió para cargar contra Borges, Lamborghini contra la derecha literaria y Néstor Sánchez para crear una nueva tradición urbana post-arltiana”. Este contracanon convirtió a César Aira en referencia casi imprescindible para una parte de los narradores de la generación de los 80, la denominada Grupo Shanghái o Babel, surgida alrededor de la Revista Babel (Martín Caparrós, Sergio Bizzio, Daniel Guebel, entre otros). Esta generación quizá estuvo muy encima para procesar este contracanon y especialmente a Aira.

3. A grandes rasgos hoy puede hablarse de aireanos, anti-aireanos, post-aireanos (en elaboración aún) y, por qué no, ultra-aireanos. Pero hay críticos que no coinciden con esta visión, como la académica de la UBA Elsa Drucaro , quien le resta importancia a Aira y pre ere abordar la última producción narrativa como un todo, esto es desde los 80 hasta mediados de los 2000; ella cree que existe una sola generación y la llama Nueva Narrativa Argentina (NNA). Drucaro se re ere a esto en su ensayo Los prisioneros de la torre, en donde detecta una temática recurrente: los desaparecidos durante la dictadura, pero no en un sentido lineal, sino como mancha temática, es decir fantasmas, personajes que se van, que son asesinados, todo eso Elsa Drucaro lo analiza y escribe que “en la NNA se lee hasta qué punto aquella historia de espanto y muerte, tan lejos en la experiencia vital de sus autores, está sin embargo viva y cómo opera. No se trata necesariamente de alusiones referenciales o temáticas, sino de su presencia sutil y connotada en una super cie significante”. Para Drucaro la influencia que predomina hasta hoy es la Generación Planeta (Juan Forn, Rodrigo Fresán, Marcelo Figueras), que era la contraparte del Grupo Shanghái en los 80.

4. Otro punto de vista aporta la académica de la Universidad San Andrés, Luz Horne, quien en su libro Literaturas reales, da cuenta de un cambio de paradigma en la narrativa latinoamericana, a través del análisis de la obra de algunos autores como Aira y Chejfec, en donde realismo y delirio no se oponen, sino que se complementan. Para ella, la importancia de Aira es innegable, pero pre ere darle una vuelta a su obra y decir –citando a San- dra Contreras que realizó un minucioso estudio de este autor a principios del 20002– que él podría ser catalogado como un autor realista, al modo balzaciano, ya que hace “un salto hacia lo inverosímil”. Según Horne, el realismo entendido como querer representar el propio presente, debería ir mutando si el presente lo hace. El propio Aira en una entrevista reciente dijo que no le gustaba que los escritores actuales escribieran en presente. Tal vez esta actitud la pueda explicar Beatriz Sarlo cuando señala que si la literatura argentina de los 80 estuvo “articulada alrededor del problema de la relación entre cción e historia”, la literatura argentina de los 90 estuvo marcada por “una tendencia ‘etnográ ca’”, en la cual se percibe “una voluntad de mostrar el presente”.

5. A estos libros habría que sumar la recopilación de treinta y tres breves ensayos literarios de Beatriz Sarlo bajo el título Ficciones argentinas, que reúne sus textos críticos publicados mayormente en la prensa trasandina sobre la última producción narrativa, desde Chejfec y Guebel hasta Matías Capelli y Hernán Ronsino. Estos ensayos podrían explicar este regreso a la gauchesca, que señala Daniel Link en el epígrafe, porque es imposible romper con la tradición sin volver al origen. Por eso hablar de una gauchesca del siglo XXI implicaría recrear un lenguaje propio, contar su manera de vivir (el presente del que habla Sarlo y se queja Aira), describir y exaltar los personajes campesinos y sociales (devenidos en otras formas de marginación social), una cierta cultura nómade o de paso (que bien podría situarse en el relato urbano).

6. Cucurto es quizá quien más cumple con esta hipótesis de regreso a la gauchesca; en sus libros, los negros (estos nuevos “indios” o marginados a los bene cios de la civilización=sistema) encarnados en el personaje Cucu deambulan por la Barrio Once, por Constitución, tal como en su último libro de relatos El amor es más que una novela de 500 páginas que recopila su paso por Alemania. Aquí es evidente su condición de marginado, y ese aire tragicómico, acompañado por un delirio aireano, se vuelve su carta de presentación. Sin embargo su trabajo valdría más que unas líneas; en su primera novela negra de una trilogía lleva “lo negro” incluso al género, a la forma.

7. Lucha armada, militancia, Plaza de Mayo, pugnas de poder, son términos que, por otra parte, han aparecido en la narrativa argentina de la mano de los cambios sociales y políticos que ha vivido el país, y quienes los han puesto en papel han sido mayoritariamente novelistas, cuya edad está en torno a los treinta años. Es así como el relato peronista se ha reinstalado o instalado de otra forma, ya no vinculado a un realismo con línea directa a lo que sucede (realidad), sino más bien a un trabajo del lenguaje donde la palabra por sobre la trama busca conectarse con los fenómenos políticos del último tiempo y en donde el kirchnerismo y el resurgimiento de la militancia en los jóvenes (La Cámpora es quizá la organización de este tipo más emblemática) han tenido mucho que ver.

7.1 Damián Selci, en Canción de la descon anza, aaborda el tema de la mi- litancia y la pedagogía: cómo enseñar y educarse políticamente. Selci, que no llega aún a los treinta años, ha confesado que su novela surgió a partir de lo que se conoció como el con icto del campo, en los inicios del primer mandato de Cristina Fernández. Canción de la con anza no es una novela realista que pretenda contar la historia del con icto del campo, sino una novela de cción, que traslada el con icto del campo rural hacia el campo cultural y a la retórica a través de un monólogo interior. Aquí el elemento político está en un lenguaje que se resiste a la simpleza y al modo tradicional de relatar una historia.

7.2 En este regreso del relato peronista habría que nombrar a Ricardo Strafacce, escritor de culto y autor además de la voluminosa biografía de Osvaldo Lamborghini, y al joven Sebastián Pandolfelli que publicó una novela delirante (Choripán social), en la que un líder sindical choripanero eemparejado con una suerte de Florencia de la V se alía con una especie de rey de la soja para llegar al poder. El argumento es un pretexto para hablar del poder que ha regido a la Argentina en el último tiempo: el peronismo. Y para ello se vale de las claves del movimiento: el sindicalismo, la unidad básica, las pugnas intestinas de sus líderes por el poder. Por otro lado, en El parnaso argentino, Strafacce empieza con el secuestro de un Presidente argentino en un megaprostíbulo, hasta donde van políticos y empresarios a satisfacer sus deseos con niños, mujeres y hombres. Hay cierta similitud en los héroes de ambas novelas, ya que provienen de una unidad básica, en el caso de Pandolfelli de una barrial y en el caso de Strafacce de una organizada alrededor de una imprenta. Aquí el relato político huye hacia a lo inverosímil.

8. El delirio, heredado de Copi y de todo el contracanon, tiene su expresión en la narrativa argentina. Aparte de Pandolfelli y Strafacce, podría nombrarse a Leandro Ávalos Blacha, quien con la novela Berazachussetts se dio a conocer hace unos años gracias al Premio Indio Rico, cuyo jurado estuvo compuesto por Daniel Link, César Aira y Alan Pauls. El relato parte con un grupo de amigas que encuentra a una obesa casi moribunda, suponen que ha sido violada y la llevan a su departamento. Pero la obesa es una zombie que se alimenta de carne humana. Una de las amigas la proveerá de alimento sin querer, luego de llevar al departamento el cadáver de un falso gurú que intentó sobrepasarse con ella. El delirio en este caso huye hacia el exceso.

9. Lo “experimental” se abre paso en este campo y Pablo Katchadjian es quizá su mejor exponente, o al menos con más obra publicada hasta el momento. El escritor y editor Luis Chitarroni dijo que sus obras anteriores, especialmente de El Martín Fierro ordenado alfabéticamente y El aleph engor- dado, garantizaban “nuevas posibilidades formales”. Aquí resulta evidente la referencia al regreso de la gauchesca. Aunque en su caso esto tuvo su precio, como la demanda que María Kodama entabló en su contra el año pasado. Los libros mencionados están agotados, ya que eran ediciones pe- queñas de la propia editorial de Katchadjian, Imprenta Argentina de Poesía (IAP), pero sus novelas, igual de “experimentales” están en librerías. Es, como diría Damián Ríos, editor de Blatt & Ríos, “un post-aireano”. Para él, Pablo Katchadjian “forma parte de la generación junto a Dalia Rosetti y Ariel Idez que pudo procesar y hacer algo original y potente después de César Aira. En este sentido la literatura de Pablo sería imposible sin la obra de Aira, no es un epígono. Él tiene muy presente la tradición argentina y a la vez, al igual que Aira, va a las fuentes de las vanguardias del siglo veinte, cierta literatura surrealista por ejemplo. Podría decirse que es experimental, pero en el sentido borgeano del término, y en Gracias agarra el relato de aventuras y le da una vuelta”.

9.1 Como contrapartida María Sonia Cristo propone una experimentación donde se borran las fronteras de la cción y a la vez una lectura de la tradi- ción desde todos los formatos: crónica, cuaderno de notas, los manuales. En Inclúyanme afuera, sin ir más lejos, se narra la historia de una mujer, una ex traductora, que decide irse a trabajar de guardia a un museo en la provincia de Buenos Aires para cambiar su vida, abandonando de una u otra manera el lazo de comunicación con el mundo que implicaba su anterior trabajo y reemplazarlo por un vínculo de expresión del mundo; de este modo Cristo va construyendo una novela en donde la historia tiene menos importancia que lo que ésta expresa: desencanto hacia los seres humanos y por otro lado un encanto por la naturaleza; desencanto hacia la novelística y encanto por los géneros menores, como los manuales de todo tipo.

10. La ciudad o mejor dicho Buenos Aires sigue siendo tema para los na- rradores argentinos. En la primera parte de la obra de Borges (Fervor en Buenos Aires y Evaristo Carriego, por ejemplo) está presente, por eso quizá hay una tradición al respecto. Jose na Ludmer en El género gauchesco analiza Evaristo Carriego para advertir que “el Palermo de Carriego es para Borges una zona de mezcla, provisoria y doble, llanura y calle. Y a esa mezcla se le añade la mezcla de hombres: en Palermo vive el orillaje malevo y también lo que Borges llama la cosa decentita y infeliz”. Para esta crítica tanto en la obra de Carriego como en la de Borges está presente la tradición gauchesca y aclara que ésta “puede cambiarse cada vez: se le dan o quitan sentidos, se la politiza o despolitiza, se la desvía; la tradición es histórica y funciona como material literario blando, trabajable”. Oliverio Coelho en Ida trabaja la ciudad a través del abandono que sufre su protagonista, Eneas Morosi, a quien su mujer lo deja, pero él de inmediato encuentra consuelo en la ciudad, como si Buenos Aires fuese una amante siempre dispuesta. En su momento Beatriz Sarlo comparó esta novela con El aire, de Sergio Chejfec: “Las aventuras urbanas de Eneas Morosi son las de este tiempo; las de Barroso [protagonista de Chejfec] transcurren en una ciudad leve e hipotéticamente futura, que expone todas las consecuencias de una crisis. Ambas novelas decantan una relación entre desventura sentimental, desolación y paisaje urbano”. Esta línea in uenció a Matías Capelli en Trampa de luz, quien no ha escondido su admiración por Ida: aquí si bien el protagonista no es abandonado por una mujer, se siente exiliado por su familia de buena alcurnia en un barrio de clase media porteño y la distancia que lo separa de ella es descrito por un largo interminable recorrido en bus. Pero lo que une a Coelho y a Capelli es el cariño que tienen al contar aquellos personajes raros y populares que hay en Buenos Aires. Pero también hay otros autores, aún más jóvenes que Capelli y Coelho, que en el último año trabajaron con la ciudad desde otro punto de vista:es el caso de Emilio Jurado Naón que en Arebato,su libro debut, la aborda desde una curiosa mezcla de surrealismo y objetivismo.

11. El interior o lo “periférico” es otro tema que se ha venido escribiendo, no desde ahora, sino desde mucho antes, asociado con ese viejo paradigma de “civilización y barbarie”. Escribir el interior (la provincia) es algo que al menos dos escritoras han plasmado en sus obras: primero, Selva Almada, en su novela El viento que arrasa, narra la historia de un reverendo y su hija que viajan por el Chaco, cuando de pronto su vehículo falla y entonces aparece el mecánico y su hijo; el reverendo aprovechando la oportunidad tratará de evangelizar a ambos, aunque pronto desistirá y concentrará sus fuerzas en el hijo. Este movimiento de evangelización recuerda a lo que hicieron los conquistadores españoles con los indios; vale decir valiéndose de la intimidación, del concepto de in erno, se llegará a la conversión. La crítica Beatriz Sarlo alabó este libro cali cándolo de “sorprendente”: “El relato tiene materialidad: las botellas de bebida helada, la chatarra, los re- sortes de un asiento roto, la grasa de un motor, el ruido de unos platos sobre la mesa, el olor de la pobreza en el campo, mugre, combustible quemado, calor, una tormenta en la noche, insectos, perros, polvo y barro. Seguimos esas referencias materiales con atención, como si ellas tuvieran una clave de lo que fue y de lo que podrá suceder”.

11.1 Pero la periferia también es el conurbano bonaerense, un espacio que está entre la provincia y la ciudad. Aquí hay escritores que, como Juan Diego Incardona, se han dedicado a escribirla; de hecho para Incardona Villa Ce- lina, un barrio del conurbano del partido de La Matanza, ha sido un tema para cuatro de sus libros, entre ellos uno de cuentos que le da nombre: Villa Celina. Sarlo, en una entrevista concedida a una revista académica, opinó sobre este autor: “No digo que sea un escritor genial, pero habla del aguante de una manera mucho más compleja que todo lo que he leído en la etnografía argentina. Se lo ve funcionando, lo toma en su barrio Villa Celina, lo toma en la banda de rock de su barrio, cuenta cómo el aguante es la constitución de la comunidad misma ahí en la inmediatez de la experiencia”.

11.2 Por otra parte el eje centro/periferia/centro se rompe, se vuelve obsoleto por así decirlo6, en cierta narrativa que indaga en las modi caciones que ha provocado las nuevas tecnologías, como los videojuegos, Internet y los nuevos formatos en general. Autores como J.P. Zooey y Nicolás Mavrakis son un ejemplo de esto. Zooey en Sol arti cial usa los géneros menores (entrevista, carta, paper académico) para exponer la realidad de sí mismo, quien en el comienzo recibe una carta de una persona para recordarle lo que pudo ser; ésta es la entrada para distintos textos, agrupados aparentemente al azar, pero pensados y repletos de reinterpretaciones, como que la creación de pacman en 1980 “educó a la humanidad mucho más que la escuela, las ciencias o el psicoanálisis”. Otra reinterpretación es el n de la humanidad, evento del que no hemos sido conscientes, pero tal vez el descubrimiento más importante del libro está en una cita casi al final: “Ya no hay un mundo imaginario separado del mundo real”. Esto habla de cómo nos ha cambiado la vida con las redes sociales, y en No alimenten al troll, de Mavrakis, esto queda aún más patente; en el cuento que da nombre al libro un moderador de comentarios de un portal de noticias se va abriendo paso página tras página, como la irrupción de lo digital en el papel. Todas estas historias que rompen el eje centro/periferia/centro podían ser consideradas literatura “marginal”, ya que no transcurren ni en la provincia (interior) ni en la conurbano que rodea inmediatamente a la capital, pero esta consideración hubiera implicado una de nición clara de lo marginal y, como plantea Juan José Saer7, no es tan simple, porque se es marginal a algo, y no a secas.

12. Omar Genovese, editor del sitio Nación Apache y colaborador de varios suplementos culturales, vislumbra un quiebre en este nuevo canon; suce- dió hace un par de años con la publicación de Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued. Para él, a partir de ahí “el tan afamado ‘procedimiento’ aireano queda perimido, aislado y marchito por efecto del mismo sol tre- mendo, que es símbolo de un nuevo manejo del tiempo en la novela, algo que hasta ahora quedaba en manos del había una vez con final delirante (reiterado hasta el cansancio) o de la progresión simétrica con ambición de calendario verosímil”. Para Genovese la narrativa de Busqued junto a la de C.E. Feiling y Gabriel Báñez son “el chorro de arena en alta presión que deforma la imagen del espejo ególatra, tan autosuficiente y baricéntrico, con el que Aira se repite una, otra, y otras veces, al punto que aparenta carecer existencia”. Por otro lado, según el crítico, hay algunos escritores que están construyendo una obra interesante, como Federico Levín, Oliverio Coelho, Matías Capelli y Hernán Ronsino, mientras que los debutantes Damián Selci y Natalia Moret prometen mucho.

De todo este panorama, en las siguientes páginas podrán leer a ocho de estos narradores: Selva Almada, Leandro Ávalos Blacha, Matías Capelli, Ariel Idez, María Sonia Cristo , Pablo Katchadjian, Federico Levín y Hernán Ronsino. Todos ellos, autores entre los treinta y los cuarenta y tantos años y publicados por editoriales pequeñas, medianas y en algunos casos grandes, conocidos gracias a antologías y traducciones de sus libros en otras partes del mundo, son una muestra representativa de esta nueva gauchesca de la narrativa argentina. Esta nueva gauchesca implica una visión personal de la narrativa argentina, una lectura, que desde luego algunos no compartirán, por lo que para ellos más que una muestra de narrativa argentina actual esto sería una muestra de narradores argentinos que han venido publicando en una escena, por lo demás, mucho más amplia. En cualquier caso La última gauchada es un punto de partida, y no una clau- sura, para empezar a discutir, principalmente, en Chile, sin descartar por supuesto el efecto que podría causar en Argentina.

Para la selección leí varios libros partiendo desde septiembre de 2011, por lo que algunos quedaron fuera, ya sea porque no tenían su ciente material o por decisión curatorial; en cualquier caso todos pudieron haber estado en el libro. En cuanto al material seleccionado en esta oportunidad, tomé varios modelos: Volveré y seré la misma: panorama de nuevas narradoras argentinas, compilado por Francisco Garamona (La Calabaza del Diablo, 2010), La tendencia materialista: antología crítica de la poesía de los 90, compilado por Kesselman/Mazzoni/Selci (Paradiso, 2012), 25 cuentos argentinos del siglo XX (una antología de nitiva), compilado por Héctor Libertella (Editorial Per l, 1997), de todas ellas obtuve un modelo, pero añadí el criterio de que en lo posible los textos fueran inéditos o que hayan tenido una circulación relativamente escasa.

Finalmente agradezco la decisión y el interés que tuvo Editorial Alquimia 19 por publicar esta selección así como a las siguientes editoriales argentinas que sin saberlo ayudaron en este trabajo de casi tres años: Blatt & Ríos, Eterna Cadencia, Santiago Arcos, Pánico el pánico, Mansalva, Aquilina, Mardulce, Entropía, Paradiso, Wu Wei, así como a los diversos ciclos de lectura: Carne Argentina, Humbert Humbert, No lo intenten en sus casas, entre otros. Vayan también mis agradecimientos personales a los escritores Oliverio Coelho, Sebastián Pandolfelli y Ricardo Strafacce. Y ¡salud!

Buenos Aires, julio del 2014.

Gonzalo León

HERNÁN RONSINO nació en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires, en 1975. Es sociólogo, docente y escritor. Coedita la revista cultural En ciernes epistolarias. Ha publicado el libro de relatos Te vomitaré de mi boca (Libris, 2003), premiado por el fondo nacional de las artes, y las novelas La descomposición (Interzona, 2007; Eterna Cadencia, 2014), Glaxo (Eterna Cadencia, 2009) y Lumbre (Eterna Cadencia, 2013). Ha sido traducido al francés, italiano y alemán. En 2016 Editorial Gallimard publicará la edición francesa de Lumbre.

Y a los perros también

¿Qué otra cosa es el polvo de los caminos sino la ceniza de los muertos?

Apollinaire

Y LOS PERROS van a ladrar, después, en la puerta de la casa, enfurecidos. 21 El zaguán está abierto y, atrás de la cancel, la tía Amalia espera, rodeada por las primas, de negro; espera que una mejilla se apoye sobre su mejilla pálida, fría; y que esa mejilla visitante se someta al dolor, a su dolor, y después resbale como un pescado bien muerto en su cara —para seguir imponiendo respeto la tía—; más muerto que el tío Evaristo, ahí nomás, atravesando la puerta que lleva a lo que siempre fue la pieza de los tíos.

Ahora tenemos los pies llenos de tierra. Si hace un montón de tiempo que no cae una gota de agua, allá, en la quinta. ¿Quién le avisa a mami? El Ovidio, a eso de las diez y pico, más o menos, en el almacén. Y mami se viene con la noticia. Triste porque, es claro, era el tío. Pero también distinta. Yo estaba remojando una ropa al lado del bombeador y la veo venir. Los perros seguían echados abajo del acacio bola, enroscados, como se ponen ellos. Y cuando entra mami, medio rengueando, medio apurada, los perros se paran, lentos, como demostrándole delidad a mami. Y así es que empieza a hablar desde lejos. Y cuando mami habla desde lejos es cuando pasa algo. Yo me imaginé que algo había pasado. Por eso grité: “Qué pasó con el Fabián”. No sé por qué diablos dije el Fabián. Y mami dice: “Nada, con el Fabián nada”. Espera un poco, espera llegar, respirar más tranquila, y dice: “El tío”. Y mira la ropa que yo estaba remojando. Y se sienta en el borde de la pileta del bombeador: la cadera de mami no entra en el borde. “Se murió el tío Evaristo”, dice agitada, mientras el sol le enceguece los ojos. “Y hay que ir”, dice, con una voz distinta.

El Fabián estaba en Henry Bell, pero venía a las doce, a comer. Por eso salimos después de comer, después de que se bañó el Fabián. Porque nosotras nos limpiamos un poco, antes de que él llegara, para dejarle libre el baño y salir enseguida. El Fabián tenía que volver, esa tarde, a buscar a los muchachos. Ahora el Fabián maneja la camioneta y le dieron un teléfono portátil. Dice que puede hablar desde cualquier lugar. Por eso puede avisar el Fabián. Los llama a los muchachos, desde el patio, dando vueltas alrededor del acacio bola, con la camisa que le planché puesta y el pelo mojado, y les dice que se tiene que ir al pueblo, que se le murió un tío, así lo dice. Cuando salimos, cambiados, a esa hora de la tarde, el sol estaba bien arriba, y a mí los zapatos me apretaban.

En el camino de tierra, a la altura del campo de Alvarado, nos cruzamos con el hombre de Indacochea, que pasa siempre como un reloj a la misma hora, y me agarra, más o menos, cuando yo termino de lavar los platos y estoy en la pileta de afuera, secándolos; es por eso que se nos hizo la costumbre de saludarnos. Primero fue el hombre el que empezó a saludar. Un día pasa pedaleando, cinchando con ese viento de agosto, porque la primera vez fue más o menos en agosto; yo escucho los perros que lo ladran y miro, y el hombre me mira, yo no le veo bien la cara, porque tiene una gorra, él me mueve la cabeza, y yo le digo “adió”. Y después al otro día, y todos los días lo mismo; el hombre dice “adió señorita”, y yo también, “chau”, o “adió”. Un día aparece con la bicicleta de tiro, y ese día se me pone a charlar, de lejos siempre, el hombre desde la calle, y yo desde la pileta, con los brazos en la cintura, donde me empieza el delantal. Y ahí me dice que tiene la bicicleta en llanta, que va a Indacochea, que es cobrador de rifas del hospital, y que me quiere ofrecer una. Yo le digo que le voy a decir al Fabián porque es él el que decide. Y después se va el hombre. Nunca más hablamos, otros días, nada más nos saludamos. Y el hombre no me dice nada de la rifa. Yo lo espero, espero a que pase para después irme adentro; espero a que pase para saludarlo, para saber más o menos que son cerca de las dos. Ahora lo veo venir en un rincón del camino. Pedalea. No mira a la camioneta cuando lo cruzamos. Más bien trata de cubrirse del polvo. Le va a parecer raro no verme, pienso, al lado de la pileta, con los brazos en la cintura, donde me empieza el delantal, esperándolo.

—Ahí va tu amigo —dice el Fabián. Y yo me sonrío, y miro para atrás, pero no lo veo porque la nube de tierra se lo traga. Lo que empiezo a ver, un poco nublado, y de a ratos, es a los dos perros con las lenguas afuera, pegadas a los costados, oscuros y sucios, que corren.

Hace rato que no voy para el pueblo. La última vez fuimos con mami en La Con anza, a las cuatro de la mañana, un domingo, a llevarle ores a papá. Pero de eso hace como seis o siete meses. Salir de pronto, sin pla- nearlo, es un poco divertido. Pero nada más que un poco. Porque yo me había hecho un plan para la tarde. Para esta hora más o menos. Si hasta mami me había comprado todo en lo del Ovidio: iba a hacer una torta. Y de golpe, ahora estoy con el Fabián, de un lado —la mirada ja en el camino, preocupado—; y con mami del otro —triste, con una tristeza vieja—; zarandeándonos, por los pozos, con los perros que nos siguen atrás.

El Fabián se distrae con los perros. Dice que son como chicos, que lo único que les falta es la palabra. Es de lo único que habla, mayormente. Ahora también. Si no es del trabajo es de los perros. Cuando vuelve del campo se va a caminar, a despejar un rato hasta el horno de Gregario, con los dos. Y de vuelta, cuando se sienta en la mesa, se pone a contar las hazañas de los perros.

—Les va a venir bien que corran —dice ahora, en el viaje—, están gordos.

A los primeros perros los trajo una noche papá. Se vino del campo de Orleán con una pareja de cachorritos: el Negro y la Batata, les pusieron. Y ellos después fueron los padres de los dos que tenemos ahora. Dice mami que cuando los vio llegar se puso a llorar como una tonta. Pero ahora mami, desde hace un tiempo, llora de tristeza. Desde el otoño que parece una planta pelada. Los domingos ni si quiera se levanta para ir a misa. Son quejidos los que salen de la pieza, quejidos feos, de enferma. Y eso lo vengo sospechando y escuchando desde que el señor Pasini, el que venía en la moto, los jueves, dejó de aparecer y de traerle el ramo de calas y una or del pájaro en el medio para que mami las pusiera en el orerito de loza, que también le regaló Pasini, y que está en la cómoda de su pieza. Cuando le viene la tristeza es como la crecida de un río: a mami la angustia le sube, y la cubre toda. No hay manera de animarla. Y con la marea de angustia le suben los dolores: el primero que debe aparecer es papá. Si es que alguna vez se pudo distraer de su recuerdo. Yo hace rato que no sueño con papá. Un tiempo me daba por soñarlo, por verlo, casi siempre vestido con una camisa a cuadros; será porque lo veo todos los días en esa foto, en la repisa, ordeñando una vaca y guiñándome un ojo. Dicen que en esa foto papá está más joven. Además hay una luz que lo rodea, una luz amarilla que lo vuelve, como quien dice, inmaculado.

Desde la camioneta, recostada a un lado del camino, no vemos otra cosa que los campos secos, los girasoles mirando el suelo, como animales con los cogotes degollados.

—Y así está en todos lados —dice el Fabián—: sequía que le llaman.

Los perros corren atrás nuestro, con esta calor, con esta tierra que levan- tamos y los oscurece por momentos. Ellos corren en medio de la nube, ciegos, sin rumbo aparente. Pero un perro no se pierde nunca. Dice el Fabián que si a un perro lo largas bien lejos, y que si ese perro de verdad es un buen perro, el; ese perro, a la nal, si es de verdad un buen perro, vuelve, solito, como puede, pero vuelve; uno, dos, cuarenta días, años, pueden pasar, dice el Fabián, pero si es buen perro, vuelve, no se pierde.

Cerca de las tres de la tarde pasamos por la estación de Wagner. Dos gallinas caminan mansas por el medio de la calle principal. Y después el sol cubriendo el puñado de casas. Y es claro, quién va a andar por la calle a esta hora. Si yo también estoy adentro, o, si salgo, nomás bajo la sombra de los aleros y las chapas. Pero no me alejo para las quintas, ni para los hornos. A esta hora me siento en la mesa. A esta hora tengo todo limpio.

Los platos, las ollas. Ya regué los almácigos que están al reparo. Porque a las otras plantas las riego con la fresca, o a la tardecita, si no se queman. Para esta hora ya pasó el hombre de Indacochea. Y tengo todo listo, el repasador extendido sobre la mesada. Y cuando estoy con fuerza, y además me queda tiempo, repaso la ropa que dejé en remojo a la mañana, en el balde de plástico, abajo del corredor. Puedo limpiar el galpón o levantar la ropa que está colgada del día anterior en la soga. Mami duerme la siesta hasta las cuatro menos diez. Para esa hora pongo la pava, preparo el mate, la llamo, le pego un grito: “Mami”, le digo. Y cuando mami con esa voz pegajosa, como la del arroz con leche, dice: “¿Qué hora son?”; entonces yo rompo la calma, la calma con la que limpio y barro y corro los muebles, porque a mami hay que dejarla dormir. Y es por eso que después me animo a prender la televisión (porque a las cuatro empieza El amor y la siesta). Y me animo, incluso, a levantar la voz, a moverme con mayor soltura: ya no me importa si la silla se arrastra y hace ruido.

Cruzamos el puente viejo. Por abajo pasa un hilo de agua. La cañada está seca. Después del puente empiezan los primeros rastros del pueblo. Un almacén en una esquina. Una esquina sin ochava. Y encima de la puerta, escrito con cal, Lo del Turco. Atrás de una cortina de tiritas de plástico, hombres que mueven las cabezas para ver quién pasa. El Fabián dice siempre que el Turco era muy amigo de papá, que jugaban juntos a las bochas. Pero ahora el Turco no es más el dueño del almacén. Ahora lo maneja un tipo de Navarro, le dice el Fabián a mami, porque mami siempre que pasamos por adelante del almacén del Turco pregunta por la vida del Turco. Antes de cruzar las vías la camioneta empieza a trepar por el terraplén. Se levanta, lenta, fuerte. Estiramos las cabezas para ver si viene el tren (aunque sabemos que el tren pasa de noche). Nos sacudimos cuando cruzamos los rieles. Después el envión de la caída. Y otra vez, la camioneta buscando el costado, medio inclinada sobre la derecha. A pocos metros de llegar adonde paran los circos el Fabián no aguanta y frena para hacer pis entre los yuyos. Y yo veo, desde ahí, parados con la camioneta en marcha que vibra, la parte de atrás del circo. Veo, también, que los perros se meten por un monte y se pierden. Cuando avanzamos empezamos a ver las jaulas, los animales encerrados. Leemos: Papelito. Hay hombres disfrazados que dan vueltas entre los camiones y nos miran. Chicos, afuera, que quieren ver a los animales. Y la carpa, en el medio, es una gigante lona azul. Yo nunca fui a un circo.

Recién cuando tomamos la avenida nos parece que llegamos de verdad al pueblo, aunque el pueblo haya empezado en Lo del Turco. Y entonces nace eso que me sucede siempre que llego. Cada vez que vengo al doctor o a comprar cosas al mercado de Urrutia. Esa cosquilla en la panza que no se parece para nada a la que me da con el Paco. Es otra. Es distinta. Es lo contrario, diría yo. Ésta es una cosquilla de miedo, de encierro, de falta de aire. Pero es un instante. Después me acomodo, me arrincono como la camioneta en un costado y empiezo a mirar a todos y a todo desde ese rincón. Hay dos cosas que me llaman la atención: las columnas de luz, encorvadas, y en la; y los carteles, los carteles que se repiten. Ahora están los del circo. Pasacalles que dicen: Vengan al circo Papelito, funciones todos los días. Y cuando paramos en el semáforo de la Moreno, algo (el color furioso de unas ores en la plaza), me hace acordar al Paco. “La distancia trae a la nostalgia”, dijo una vez el Paco en una picada, repitiendo, porque esa frase, me parece, la escuchó en alguna canción. Me acuerdo como si fuera hoy, esas cosas que una retiene y que no entiende muy bien. Pero cuando paramos en el semáforo de la Moreno, me viene la imagen del Paco mordiendo una rebanada de chorizo seco, diciendo la frase (en cuero, rodeado de ores y de risas), creyendo, el Paco, por ahí, que nadie iba a guardar lo que dijo. Y en una de ésas será por eso que lo registré, para llevarle la contra al Paco, a sus labios engrasados por los chorizos. O, por ahí, para llevarle la contra al pequeño olvido de cada día.

—Mirá —dice el Fabián cuando entramos a la Sarmiento—, voltearon el Hotel de Cabrera.

—No, ése no era —dice mami. —Sí, es ése. ¡Qué pecado, che! Desde ahí se ve la estatua de San Martín, en el fondo, cortando la Sarmiento, rodeada por las plantas de la plaza. Pero nosotros doblamos antes, en la Almafuerte. La casa está a dos cuadras de la avenida. Ya se ven algunos autos estacionados enfrente. Y mami que empieza a estar tensa.

A los perros los perdimos de vista cuando pasamos por el circo.