La venganza de Atahualpa - Juan Valera - E-Book

La venganza de Atahualpa E-Book

Juan Valera

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Beschreibung

Divertida ficción teatral de corte histórico y humorístico del literato Juan Valera. Presenta una historia de enredos amorosos y malentendidos alrededor de un botín traído a España desde las Indias.-

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JUAN VALERA Y ALCALÁ GALIANO

La venganza de Atahualpa

 

Saga

La venganza de Atahualpa

 

Copyright © 1878, 2023 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726661507

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

PERSONAJES:

Sala en casa de DOÑA BRIANDA.

Escena I

LAURA, JUANILLA

JUANILLA. LAURA. FRANCISCO DE CUÉLLAR. RIVERA. EL PADRE. CIPRIANO. DOÑA BRIANDA. DOÑA IRENE. ESCUDERO. DON FERNANDO. GARCÉS.

No hay que reprender a los que le mataron, pues el tiempo y sus pecados los castigaron después, ca todos ellos acabaron mal. –(GÓMARA, Historia de las Indias.)

La escena pasa en un lugar de Extremadura, por los años de 1542.

JORNADA I

JUANILLA. Ya que tan poco cuidas del adorno de tu persona, deja que te coloque bien el manto. (Procura arreglársele bien.) ¡Qué flojera! ¡Si se te cae! ¿Por qué quieres ir tan desgarbada? Es un contra Dios que, siendo tan linda, no hagas valer la belleza que Dios te ha dado. ¡En toda Extremadura no hay más gallarda moza que tú! ¡Pertinaz melancolía

es la tuya! Pues no... ahora no tienes motivo. Nos faltaba dinero. Hoy nadamos en oro. Tu hermano ha traído de Indias el rescate de Atahualpa y el botín de Caxamalca, Jauja y el Cuzco. ¿Qué más quieres?

LAURA. Si yo no quiero nada.

JUANILLA. Y luego, para que la ventura sea cumplida, no contento tu hermano con traerte tantas riquezas, te trae la fama de su nombre, el brillo de sus hazañas, y te trae, por último, lo que más anhelan las niñas de nuestra edad... un marido que ni mandado hacer de encargo... con treinta años apenas, recio, brioso, bello como Adonis, y con mucha hacienda, ganada también en ese imperio que acaba de conquistar Pizarro. No comprendo tus penas; debieras estar alegre como unas sonajas.

LAURA. Y lo estoy: ¿Por qué supones que no estoy alegre?

JUANILLA. No lo supongo; lo veo. Tu hermano lo ve también. Y lo ve y lo lamenta el Sr. Francisco de Cuéllar, a cuyo amor no correspondes.

LAURA. ¡Ay, Juana! Yo no puedo mandar en mi corazón. Cuéllar es digno, por mil razones, de ser amado. Su gentil apostura, su valor, la misma vehemencia del afecto que me muestra, y sobre todo, el imperio y la osadía con que su ánimo se impone y señorea a los otros, son prendas que deben avasallar y rendir el corazón de una mujer; pero el mío está muerto para los amores del mundo. Apenas ha latido y ya está fatigado. Sólo ansío el reposo. La inesperada vuelta de mi hermano, y este repentino cambio de nuestra fortuna, de adversa en próspera, no bastan a hacerme variar de resolución. Sigo en mi propósito de cuando estaba pobre y desvalida. Quiero retirarme a un convento.

JUANILLA. ¿Qué motivos hay para tomar esa resolución, cuando todo debiera sonreírte? Tú me ocultas algo. Secreto dolor contrista tu espíritu. ¿Por qué no amas a Cuéllar? ¿Amas quizá a otro hombre?

LAURA. No es menester acudir a la suposición de otro amor, ni es menester imaginar pena muy honda y misteriosa para explicar mi inclinación al claustro y mi despego de las cosas mundanales. Aunque sea yo indigna, ¿no puedo sentir la vocación?

JUANILLA. Puedes... pero ya te apartará de ella tu hermano. Tu hermano ama a Cuéllar y le debe mucho; Cuéllar te idolatra; su dicha pende de que le des un sí; y tu hermano, que anhela hacer la dicha de su amigo, te persuadirá al fin a que no le dejes desairado.

LAURA. No me hables más en eso, Juana. Me aflige y cansa el oírte. ¿Lo ves? Hasta es material mi cansancio. Casi no puedo tenerme en pie.

(LAURA se deja caer como desfallecida en un sillón de brazos.)

JUANILLA. Descansa un momento, y prepárate a recibir al Sr. Francisco de Cuéllar. (Mirando por un balcón que hay en el fondo.) Asómate con disimulo. Ahora aparece por el extremo de la calle. Aunque no sea más que por curiosidad, asómate. Verás qué galán viene a visitarte. Fulgura sobre su frente, cual penacho de fuego, la esmeralda que trae en la gorra, y que, según dice el indio Cipriano, adornaba la cabeza de la principal o superiora de las vírgenes consagradas a ese mismo sol que en este instante ilumina la joya

con sus rayos. La cadena de oro que pende de su cuello, debe de pesar unas cuantas libras. Y el vestido ¡qué pulcro y qué lujoso!, de raso, y velludo todo él... ¡Si parece tu novio un emperador! El jubón y los gregüescos son morados, con pespuntes de oro; los puños y la gorguera de primorosas randas; las calzas ceñidas, de punto, dejan lucir la bien formada pierna; y el lindo gabán, con mangas perdidas, está aforrado de marta. Vamos, señora, no seas de cal y canto. Mírale... ¡qué airoso viene! ¡Qué barba negra tan bien peinada y lustrosa! ¡Qué bonitos rizos! Pero... ya entra en el zaguán... Ya entró. Voy a abrirle.

(Sale JUANILLA. LAURA, al verse sola, exhala un hondo suspiro y exclama):

LAURA. ¡Madre Santísima de los Dolores! ¡Jesús mío de mi alma! ¡Tened piedad de mí!

Escena II

Entra JUANILLA acompañando a FRANCISCO DE CUÉLLAR. JUANILLA se va, y deja al hidalgo con su señora.

CUÉLLAR. Vengo, hermosa Laura, a despedirme de vos para una ausencia, que espero sea corta. Vuestro hermano y yo tenemos negocios en Sevilla, y hemos convenido en que yo sea quien vaya a ponerlos en orden. Mucho me cuesta separarme de vuestro lado: os amo más cada día; pero conozco que esta separación es conveniente. Libre así del asiduo ahínco con que os visito, sirvo y pretendo, podréis meditar mejor en lo que os está bien hacer; y luego no seréis acaso tan dura conmigo.

LAURA. Creedme, Sr. Francisco de Cuéllar, yo no puedo ser dura con vos, porque no soy ingrata. Grande es la honra que me hacéis en ofrecerme vuestra mano: yo os la agradezco...

CUÉLLAR. Pero no lo aceptáis. ¿Amáis a otro, Laura?

LAURA. No, Cuéllar. Si mi alma fuese capaz de amar, os amaría.

CUÉLLAR. Las mujeres tenéis mil melindres y os forjáis mil dificultades fantásticas que los hombres no entendemos. ¿Por qué no ha de ser capaz de amar vuestra alma? Yo he oído decir que el ángel de las tinieblas es el único ser incapaz de amar. Vos, que sois lo contrario, vos, que sois un ángel de luz, antes que al desamor, debéis sentiros propensa a enamoraros. Y la gratitud, Laura, que confesáis deberme, es excelente preparación de amor. Poco os falta ya para amarme, si es que me estáis agradecida. Poned buen talante y me amaréis al cabo. ¿Calláis? ¿Nada me respondéis?

LAURA. ¿Qué he de responderos que os plazca? Sois discreto y valiente, estáis rico, volvéis de Indias cubierto de laureles; mi hermano quiere que yo sea vuestra; si yo me sintiera inclinada a amar, a nadie amaría mejor que a vos; pero ¿qué queréis? Me duele decíroslo. Os pediré perdón de rodillas si os agravio diciéndooslo. No os amo.

CUÉLLAR. Repito que amáis a otro hombre. Tenéis miedo por él, y por eso no me lo confesáis. Yo sabré quién es mi rival. Yo me vengaré de quien me roba vuestro afecto.

LAURA. Sosegaos, Cuéllar. No dudéis de mi sinceridad. No amo a criatura alguna con ese amor exclusivo. No tenéis rival de quien vengaros.

CUÉLLAR. ¿Cómo, por qué destruir entonces todas mis esperanzas, por tantos años y en medio de tantos peligros alimentadas y acariciadas? Erais muy niña, apenas erais mujer, cuando os vi por vez primera y os amé ciegamente. ¿No me recordáis de entonces? ¿Ni siquiera me recordáis?

LAURA. Sí, Cuéllar; recuerdo cuando vinisteis con mi hermano desde Salamanca. Estuvisteis aquí cuatro días y os fuisteis a Sanlúcar a embarcaros para las Indias. ¿Cómo no recordar aquellos tan amargos instantes en que mi hermano me abandonaba, quizá para siempre, yendo a través de los mares a tierras desconocidas y remotas, entre gentiles, a buscar fortuna y a hallar acaso la muerte?