Cartas desde Rusia Tomo I - Juan Valera - E-Book

Cartas desde Rusia Tomo I E-Book

Juan Valera

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Beschreibung

Primer volumen de la colección epistolar del literato Juan Valera. Recoge sus escritos en la época en que vivió en Rusia como parte de su carrera política. En estos textos el autor aborda temas como la cultura, la diplomacia, la crítica y, en resumen, una honda reflexión sobre su época y su condición.-

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Juan Valera

Cartas desde Rusia Tomo I

 

Saga

Cartas desde Rusia Tomo I

 

Copyright © 1950, 2023 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726661705

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Berlín, 26 de noviembre de 1856.

 

Sr. D. Leopoldo Augusto de Cueto:

 

Mi querido amigo y jefe: Su amabilísima carta del 17, que de manos del señor Oliver recibí tres días ha, apenas hube llegado a esta ciudad magnífica, me lisonjea en extremo y me pone en la precisa y agradable obligación de contarle circunstanciadamente todas aquellas cosas que puedan interesarle o divertirle y que nos hayan ocurrido durante nuestra peregrinación desde París hasta aquí.

A Jove principium, Musœ, Jovis omnia plena. Empecemos, pues, por el duque, nuestra providencia y nuestro Jove, y digamos de él que es la más excelente persona y el más generoso gran señor que he conocido en mi vida. Viajamos a lo príncipe. Paramos en las mejores y más elegantes fondas y tenemos coches, criados, palco en los teatros y cuanto hay que desear. Los miramientos, las delicadas atenciones y la noble bondad con que nos trata, así al ayudante como a mí, exceden a todo encarecimiento. A él, por otra parte, le atienden y agasajan sobremanera en los puntos donde nos detenemos, y harto claro se ve que su nombre suena bien en los oídos de esta gente del Norte, mucho más aristocrática que nosotros, o por lo menos no tan envidiosa y sí mejor educada. Aquí hay cierto género de justicia distributiva que es parte, y muy principal, de la buena educación, y que en España raros son los que la conocen, considerándose esta falta como una prueba de nuestro noble orgullo y carácter elevado e independiente.

El duque tiene, además, esparcidos por toda Europa infinidad de parientes, que se jactan de serlo, y de los cuales está él también muy satisfecho, complaciéndose en visitarlos y ellos en obsequiarle durante su permanencia en las ciudades donde viven. Por esto nos detuvimos en Bruselas, y por esto nos hemos detenido igualmente en Münster, donde los príncipes de Groy-Dülmen han estado finísimos, no sólo con el duque, sino con Quiñones y conmigo.

La casa de los príncipes me hizo recordar la del famoso barón de Thurdenthumtrock, así por ser ambas casas de las mejores y más antiguas de Westfalia como por la majestad y afable decoro con que nos recibieron en la de los príncipes y por las tres princesitas solteras que allí se anidan y que me parecieron otras tantas Cunegundas inocentes y frescachonas. Un Cándido y un doctor Pangloss faltaban; pero en Alemania no hay la malicia y la hiel de nuestra tierra y todos son optimistas y Cándidos. Y en cuanto al aya de las princesas, no pude menos de reconocer en ella a la doncella de ojos negros que puso, a su pesar, al doctor Pangloss en el estado lastimoso en que se lo encontró Cándido en Holanda. Porque es de advertir que, si bien en Alemania tienen las damas costumbres bastante arregladas, más por el respeto que se deben a sí mismas y por orgullo de raza que por escrúpulos de conciencia, todavía las mujeres de la plebe, careciendo por fortuna del mencionado orgullo y no creyendo que sea muy terrible pecado la fornicación, lo cometen todas con la mayor sencillez y naturalidad imaginables, asimismo reciben muy naturalmente el dinero o los regalillos que uno les da, si uno es más rico que ellas, para lo cual se necesita poco. En cualquiera de estas ciudades está uno seguro de ser bien recibido de la primera bonita muchacha que se encuentre en la calle y a quien le dirija la palabra, convidándola a cenar o echándola un requiebro. Las chicas, por lo general, viven con sus padres, y para no dar escándalo en su casa se viene a la de uno, o de cualquier bodegoncillo o coche de alquiler hacen templo de Cupido. Estas Margaritas no tienen ya mal espíritu que las atormente en la Iglesia, ni hermano Valentín a quien tenga uno que despachar al otro mundo con ayuda del diablo. Anoche, Florentín Sanz y yo, hicimos de Fausto y de Mefistófeles con dos modistillas muy guapas y nos regocijamos en grande en una taberna, donde todo el gasto de vino del Rhin y comida no pasó de un duro de nuestra moneda. Allí las introdujimos en la cámara del vino, in cellam vinariam y el nardo dió su olor. ¡Ojalá que orégano sea y no alcaravea!

Esto, en otro país se debería considerar como una prueba de la mayor corrupción, pero aquí se hace con una buena fe y una inocencia tan grandes, que el moralista más rígido no tendría por qué fruncir el ceño si lo considerase atentamente. Todas estas muchachas se casan luego con artesanos honrados y son tan excelentes y ejemplares madres de familia como la que Schiller describe en sus admirables versos de La campana. Yo entiendo que esta nación es pagana aún y que nunca fué cristianizada perfectamente. Así me explico lo de las modistillas y otras mil cosas más altas y harto difíciles de explicar por otro medio. El cristianismo, dicen los modernos filósofos alemanes que les diabolizó la naturaleza que ellos habían divinizado; pero el caso es que en la rica imaginación de esta gente y en sus apasionados corazones, siempre tuvo la naturaleza mucho de sobrenatural y de divino, y las pasiones algo de fatal y de santo, en consonancia con ella. ¿No ha dicho el mismo Lutero, a pesar de ser un reformador y un teólogo, que el que no ama las mujeres, el vino y la música es un mentecato toda su vida?

Wer liebt nicht Wein, Weib und Gesang.

Der bleibt ein Narr sein Lebenslang.

Anteanoche oímos en el Gran Teatro Real una ópera de Wagner, fundada sobre una antigua leyenda que viene a confirmar cuanto llevo dicho. El landgraf de Thuringia era gran protector de los Minnesänger o cantores de amor, y tenía en su corte a los mejores y más famosos de ellos. Tanhäuser descollaba entre todos, y Venus misma, que ya en el siglo xiii no podía menos de ser una diabla, y de las más peligrosas, se enamora de él y le lleva a su infierno o subterráneo encantado, verdadero paraíso, en cuya comparación es una solemne porquería el jardín en que estuvo Rinaldo. Allí me las den todas. Tanhäuser está allí más a gusto que nosotros con el duque; pero el majadero empieza a tener saudades del canto del ruiseñor y de la luz de la luna y de otras insignificantes menudencias que faltaban por allá abajo, donde le trataban a qué quieres boca y a cuerpo de rey, y comete la necedad de abandonar a la archidiabla y a toda su corte de ninfas bailadoras, y de subirse a la tierra. En la corte del landgraf se sabe que Isabel, su sobrina, está derretida por él de amor y él se ablanda también por ella. El landgraf reúne entonces a todos sus caballeros y poetas, y hay un certamen en el cual ha de describirse en verso cuál sea la esencia del amor. Los trovadores todos se andan con tiquismiquis platónicos para explicar su esencia, y se esfuerzan con esta gimnasia metafísica, para ganar la mano de Isabel, que será el premio del vencedor. Pero Tanhäuser se va al grano y declara terminantemente que el amor es el deleite supremo de poseer el objeto amado. Los otros trovadores se enfurecen y contradicen su aserto, y, en el calor de la improvisación, se le escapa a Tanhäuser que todas aquellas doctrinas se las ha enseñade Venus misma, y que las sabe por experiencia. Todos le condenan y se escandalizan. Acoquinado entonces, aquel infeliz se va a Roma (es año de jubileo), se echa a los pies del Padre Santo, y le pide la absolución. Pero Su Santidad, que sabe del pie que cojea, no quiere dársela y le dice que está excomulgado y maldito hasta que su báculo de peregrino reverdezca y dé flores. En fin, para abreviar y no fastidiarle a usted, el báculo reverdece, a pesar del Papa y de las leyes físicas, y gracias a las oraciones de Isabel, con la cual en buen amor y compañía se va Tanhäuser al cielo, después de haberse divertido a sus anchas en la tierra y debajo de la tierra. La música es profundísima y no por eso fastidiosa para los profanos. Las decoraciones maravillosas, y los trajes de una riqueza y una exactitud singulares. Ni en París ni en Londres se representa nada mejor. Yo estaba con la boca abierta. La Wagner, sobrina del compositor, hacía de princesa salvadora, y es tan linda y bien plantada, que el más melindroso penitente la tomaría por escala de Jacob con que subir al cielo. Su tío anda errante por esos mundos, por haberse metido demasiado en las jaranas del 48.

Dejo de contar a usted los primores y curiosidades que he visto en museos, palacios, etc. Sólo quiero hablar, por ser cosa nueva y de que no hablan mucho aún los libros del viajero, de los frescos de Kaulbach que se están pintando en la gran escalera del Museo Nuevo, y que estoy por decir que son o serán mejores que los que Cornelius pintó en el otro Museo. Representan los tres ya concluídos: la dispersión de las gentes y torre de Babel; la eflorescencia de la Grecia, y la destrucción de Jerusalén. Al ver la eflorescencia de la Grecia, aquella luz serena y divina que baña el ambiente, aquellas divinidades olímpicas que se sostienen con majestad graciosa sobre el Iris; aquellos templos elegantes que se levantan en el aire azul y diáfano; aquel Homero, que en un barco misterioso y guiado por la sibila de Oriente, viene a civilizar a los griegos, y otras mil fábulas y delicadas alegorías tan divinamente representadas, le dan a uno tentaciones de hacerse pagano. La destrucción de Jerusalén es también un cuadro pasmoso. El templo se hunde, los ángeles tocan las trompetas; Ashavero empieza a caminar para nunca pararse; el gran sacerdote y los levitas se dan de puñaladas por no adornar el triunfo de Tito; éste se adelanta vencedor con sus legiones; los judíos están desesperados o huyen temerosos; los altos edificios arden; la congregación cristiana sale tranquilamente de la ciudad bajo la custodia de ángeles hermosísimos y más simpáticos casi que el general Serrano; y sobre todo este estruendo, confusión y tumulto, están, entre nubes en lo alto y con gran prosopopeya y serenidad, los cuatro profetas que han vaticinado más o menos claramente tantas peripecias. Gran corrección de dibujo, valiente fantasía y muy filosóficos pensamientos me parece que hay en estos cuadros. Pero ¿cómo explicar a usted en una carta las impresiones que me han causado? Pasemos a otra cosa.

El caballero Leal, ministro de Portugal en ésta, nos ha dado un día muy bien de comer; pero ayer comimos mejor; ayer comimos en Palacio, para Oliver terrible pena y argomento di sogni e di sospiri.

Estaban a comer en Palacio, además de las personas de la servidumbre, entre las cuales algunas damas de no malos bigotes que nos miraban con curiosidad, y especialmente a Quiñones, que se parece al Otelo que sale aquí en el teatro, estaban, digo, y Dios me perdone el modo de escribir, el barón de Manteufel; el de Humboldt, que nos habló muy bien en español; la gran duquesa de Mecklemburgo; un príncipe de Hesse; otro ídem de Wurtemberg; otro ídem de Ipsilanti, hijo del celebre poeta y vestido con el airoso traje de su nación; el conde de Raczinski, y otra gente, o muy menuda o que yo tomé por tal porque no la conocí de nombre. El rey es un sabio bobalicón, lleno de la más candorosa pedantería. Habla mucho, pero habla con dificultad el francés, y cuando no encuentra alguna palabra la suelta en alemán y el que está a su lado se la traduce. El la repite y sigue adelante con su discurso. Su majestad tiene la manía de ser omniscio o poco menos y la más incómoda de examinar a todo bicho viviente. Muy apurado se vió el duque para responder a todas las preguntas del rey sobre los títulos de la casa de Osuna y la historia de estos títulos, sobre la Virgen de Guadalupe y sobre los carneros merinos y quién sabe sobre cuántas cosas más. El rey quedó muy satisfecho porque tuvo ocasión de lucir sus conocimientos, de los cuales me mostré yo espantado y absorto con los cortesanos. Su majestad no pudo estar más amable y sólo faltó que nos diera un apretón de manos. Nos llamó mon cher y nos rogó que volviésemos por aquí. Quiso saber de qué tierra era yo, y habiendo yo respondido que de la provincia de Córdoba, me habló de la célebre mezquita, y como el conde Raczinski, que estaba a mi lado, la describiese mal y tratase de denigrarla, yo salí a la defensa de aquel gran monumento y le pinté como estaba en tiempo de los Abdel Rahmanes, siguiendo lo que he leído en Conde y poniendo algo de mi cosecha, con lo cual quedaron convencidos de que debió ser obra estupenda y asombrados de que un español supiese algo. Pero más se asombró el cortesano que estaba a mi lado en la mesa cuando, al servirnos el caviar, quiso explicarme lo que aquello era, como manjar para mí desconocido, y yo le dije que en España se comía y se sabía lo que era el caviar, por lo menos desde el siglo xvii o fines del xviii , y que Cervantes habla del caviar en el Don Quijote sin explicar lo que sea, prueba de que todos los españoles debían conocerle entonces. En efecto, Ricote y Sancho Panza almuerzan caviar cuando se encuentran una mañana muy cerca de la ínsula Barataria.

El rey también me habló de política; me dijo que las cosas de Francia se van poniendo feas, y que era menester que don Ramón estuviese con cuidado. A esto contesté que los españoles no seguíamos tanto como generalmente se cree el movimiento de la Francia, y di por ejemplo el del año 1848, cuando la Europa toda estuvo agitada hasta en sus cimientos y la España tranquila, bajo el gobierno de este mismo don Ramón

A Osuna le pilló la reina aparte y le echó un sermón de moral casamentera, aconsejándole que tomase por esposa a una de las princesitas de Croy-Dülmen. Ya he dicho a usted que los alemanes, y más aún las alemanas, tienen una sencillez y una buena pasta maravillosa, por lo cual no debe extrañarse nada de esto. Todos aquellos señores nos hablaron, nos interrogaron, nos dieron la mano hasta sin previa presentación y estuvieron lo más amigos y cariñosos que es posible estar, no en la primera entrevista, sino después de haberse conocido durante algunos meses. Acaso, o sin acaso, tendrían notable influencia en estos milagros de bondad las veintitantas grandezas del duque, sus infinitos castillos y títulos y lo sonoro y conocido de su nombre. Pero de todos modos se ha de confesar que esta gente es amable por todo extremo. En fin, y sea la causa la que se quiera, ello es que debemos estar y estamos contentísimos de lo bien que aquí nos han tratado.

Pero, amigo mío, no hay rosa sin espinas y el placer y el lamento andan juntos, según ha dicho el sabio. También hemos tenido nosotros nuestros disgustos durante el viaje, y uno grande de veras. Desde Bruselas a Münster, o no sé si en la fonda misma de Bruselas, robaron o se perdió una cartera del duque, que afortunadamente no contenía más que tres cartas de recomendación para Petersburgo. Difícil es de pintar y más difícil de imaginar la desesperación del duque por este accidente, y sobre todo el terror pánico que le entró de que pudiera suceder lo mismo con las cartas reales. Decidido ha estado estos días, y no sé si habrá cambiado de aviso, a suicidarse si las cartas reales se perdían. Por dicha están aún en nuestro poder. Si se pierden, ya sabe usted que nos quedamos huérfanos del duque.

El criado que perdió la cartera ha hallado medio de que el duque le premie su descuido dándole 500 francos. El, por su parte, ha dicho, en cambio, al duque que no le perdonará nunca (palabras textuales) el que le haya llamado canalla. En efecto, el duque se atrevió a calificarle de este modo en el momento de mayor furia. Desde Münster mandó el duque a Bruselas a su criado para que buscase la cartera. La cartera no pareció, y a la vuelta del criado, que nos le encontramos en Hamm, fué cuando éste tuvo la ocurrencia de decir que le habían robado a él 500 francos, que sin duda no echó de menos hasta entonces, y que el duque le ha dado. No creo necesario advertir que el «noperdonaré nunca que vuecencia me haya llamado canalla»demuestra que el criado es español e hidalgo, y que la ocurrencia de los 500 francos demuestra que es un soldado licenciado.

Entre varias cosas notables que aquí hemos visto nada ha llamado tanto la atención de Quiñones como cierto paso gimnástico que hacen los soldados y que más parece danza de teatro que marcha militar. La música, al compás de la cual caminan de una manera tan graciosa y rara, es también rara y graciosa. Ya haré que me la copien para que a mi vuelta la tararee Ferraz en esa primera secretaría y yo haga el paso delante de ustedes. Creo haberle aprendido muy bien, al menos así lo asegura Quiñones, y ya verán ustedes una cosa bonita cuando lo haga. Por de pronto excede a mi capacidad el describirle; baste decir que ha de tener algo de la antigua y celebérrima danza pírrica de los espartanos. En España hubo también en otro tiempo danzas militares y de espadas, si la memoria no me engaña.

Pero mi carta va siendo tan larga que acaso no tenga usted paciencia para leerla y se arrepienta de haberme animado a que le escriba. La precipitación con que lo hago y el deseo de referirlo todo en pocas palabras hará sin duda que mi estilo sea confuso y desaliñado por demás.

Adiós. Expresiones a todos y no dude que le quiere mucho su amigo y servidor,

Juan Valera.

* * *

Varsovia, 30 de noviembre de 1856.

 

Sr. D. Leopoldo Augusto de Cueto:

 

Tres noches ha, mi querido amigo, que salimos de Berlín, y de un solo vuelo (más de treinta horas en un detestable ferrocarril), nos hemos puesto en la capital del antiguo reino de Polonia. En este viaje hemos sentido ya bastante el frío, y calculado el que tendremos que pasar en adelante. El termómetro estuvo anteayer a 14 bajo cero Réamur; pero se soporta tan baja temperatura, porque vamos bien provistos de pieles. El secretario particular del duque, llamado el señor Benjumea, natural de Sevilla, aunque por lo bobo parece de Coria, va tan empellejado y tan raro, que en una estación del camino por poco se le comen unos perros, tomándole por alimaña de los bosques. Yo he hecho un cambio con la pelliza que usaba en Dresde, y, dando encima 50 thalers, he tomado en Berlín una magnífica de piel de oso de no sé dónde. El duque, para él y sus criados, ha gastado cerca de 3.000 francos en pieles. Todos los de la expedición llevamos, además, sendas gorras de nutria en la cabeza, y se diría que andamos en busca de Sir John Francklin.

Mas, a pesar de la esplendidez y magnificencia del duque, nos faltan coches de gala, como quería Oliver que trajésemos. El pobre lo dijo por necedad y no por malicia; pero el caso es que dijo al duque que por qué no llevaba los tales coches. El duque se cargó con esto y estuvo, a su vez, por preguntar al ministro plenipotenciario que por qué no vivía en una casa decente y no en una fonda tan sucia y tan mala, que más que fonda parece pocilga.

Durante nuestra permanencia en Berlín, para nada nos ha servido Oliver; mas no tiene él la culpa, sino aquellos malditos prusianos que no hacen de él caso ninguno. En general, se puede asegurar que la Legación de España en Berlín no está tenida en olor de santidad, y si algún olor se le atribuye, no es muy bueno. Oubril, encargado de Negocios de Rusia, y Leal, representante de S. M. Fidelísima, nos han revelado con gran misterio, y con misterio mayor se lo revelo yo a usted, que a Oliver le apesta la boca como si tuviera un perro muerto en cada pulmón, y que el agregado Cortina tiene sarna. De Florentino Sanz también hablaron mal, y peor hubieran hablado si yo no hubiese dado a entender que soy su amigo. Lo singular es que contra el alcornoque de Llorente no se ensangrentaron. Esto me disgusta de la diplomacia y del mundo. Esto prueba que la tontería y la insignificancia no matan, y mata cierta falta de forma. Harto sé yo que el tener sarna o la boca apestosa no implica el estar mejor o peor educado; pero sé también que Leal ha estado siempre constipado al acercarse al conde de Galen, y que sólo tiene olfato para los plebeyos y cursis como Oliver. No es esto decir que el conde de Galen no sea cursi, sino que a Leal no le parece cursi, porque es conde.

La consideración de que goza la aristocracia es grande en estos países, y ya he dicho que el nombre del duque de Osuna hace buen efecto, y por eso, sin duda, nos agasajan más dondequiera que llegamos. En Granitza, al entrar en el territorio del Imperio ruso, vino a abrirnos la portezuela del vagón, y a ponerse a las órdenes del duque, para acompañarle hasta Petersburgo, un correo imperial tan emplumado, áureo y relumbrante, tan majestuoso, tan inmenso y tan barbudo, que yo imaginé que era el emperador mismo, que no pudiendo moderar la impaciencia de vernos había salido a nuestro encuentro hasta la frontera. Al cabo, al ver su humildad, me convencí de que era un correo. También se puso a nuestras órdenes un empleado del ferrocarril.

Desde aquel momento no éramos ya como los demás mortales, y todo el público polaco nos miraba con asombro y respeto. El correo había sido portador de una carta del príncipe Miguel Gortchakoff para el duque, en que le decía que uno de los palacios imperiales de Varsovia estaba destinado para nuestro alojamiento, porque los hoteles no eran buenos. En Petrikoff nos tenían preparada una comida en las habitaciones imperiales de la estación; porque aquí hay por todas partes habitaciones imperiales,