Cartas desde Rusia Tomo II - Juan Valera - E-Book

Cartas desde Rusia Tomo II E-Book

Juan Valera

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Beschreibung

Segundo volumen de la colección epistolar del literato Juan Valera. Recoge sus escritos en la época en que vivió en Rusia como parte de su carrera política. En estos textos el autor aborda temas como la cultura, la diplomacia, la crítica y, en resumen, una honda reflexión sobre su época y su condición.-

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Juan Valera

Cartas desde Rusia Tomo II

 

Saga

Cartas desde Rusia Tomo II

 

Copyright © 1950, 2023 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726661699

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

San Petersburgo, 5 de febrero de 1857.

 

Cada día, mi querido amigo ( 1 ), siento mayor deseo de volver a la patria, y cada día hallo más difícil el salir de aquí. Esta sociedad tan amable y tan aristocrática, y estas mujeres tan elegantes y tan hermosas, le tienen a uno como embelesado y suspenso, y no hay modo de dejarlas sin hacer un esfuerzo inaudito. Esto me sucede sin que ellas me quieran y sin que se fatiguen en lo más mínimo por agradarme: imagínese usted lo que sucedería si me quisiesen.

También me detienen aquí la curiosidad y el interés vivísimo que las cosas de este país me inspiran. No sé qué daría yo por saber el idioma ruso y poder tratar a la gente menuda de por aquí, y enterarme a fondo de sus costumbres, de sus creencias, y de sus pensamientos y aspiraciones. Pero cuando llegue yo a aprender el ruso, porque he hecho propósito de aprenderle, ya no estaré en Rusia, ni acaso tendré probabilidad de volver a Rusia en mi vida. Mis nuevos conocimientos filológicos me servirían, sin embargo, para estudiar una literatura que, aunque casi ignorada en toda la Europa occidental, no por eso deja de ser rica y promete ser grande con el tiempo. Aquí se nota en el día cierto movimiento literario. Se publican varias revistas (de las que muchas militares y de los diferentes ministerios), y otras obras periódicas literarias y científicas, cuyo número se eleva a ochenta. Hay, además, cerca de cuarenta diarios políticos oficiales y extraoficiales. De las publicaciones periódicas de más entidad, salen algunas en francés, como, por ejemplo, las Memorias de la Academia de Ciencias de San Petersburgo, y muchas en alemán, principalmente en Esthonia y Curlandia, donde hay sociedades de historiógrafos, de arqueólogos y de naturalistas, que dan luz periódicamente sus elucubraciones y descubrimientos. Las literaturas de los pueblos sujetos a este Imperio, aunque no estén tan comprimidas y ahogadas como algunos dicen, no creo que estén muy protegidas tampoco. En Polonia, si bien no hay un digno sucesor de Mickiewicz, descuellan en el día algunos escritores notables, y entre ellos un novelista ingenioso y fecundo, de cuyo nombre no me puedo acordar ahora. Hasta en Georgia se publican dos periódicos literarios en la lengua del país. Finlandia, que se gloria de su antigua y dilatadísima epopeya, que contiene cincuenta runas o cantos, y en ellos toda la cosmogonía y la teogonía, y las hazañas de los dioses y de los héroes, y la historia fabulosa de aquel pueblo, imaginada y cantada acaso antes de que se separase aquel pueblo de sus hermanos los húngaros y los turcos, y de que inmigrase del fondo del Asia; Finlandia, con su famosa Universidad de Helsingfors, fundada por Cristina de Suecia, y con una docta Academia de lengua y literatura patria, dicen que está ahora muda. El emperador Nicolás, con el intento, a lo que aseguran, de separar completamente a los finlandeses de los suecos, animó a los sabios del país a que escribiesen en lengua fínica y publicasen los antiguos libros; mas cuando vió, en 1848 y 1849, la revolución y levantamiento de los húngaros, y las simpatías que los húngaros inspiraban a los finlandeses, dicen que se arrepintió de haber dejado tomar tanto vuelo a la nacionalidad fínica; que receló que pudiese llegar un día en que los ostiacos, los vostiacos, los tscheremises, los samoyedos y otras muchas tribus y gentes, que habitan este imperio, conociesen que eran de la misma raza y se unieran con sus hermanos de Finlandia, contra los rusos; y que entonces ahogó, o comprimió al menos enérgicamente, el desarrollo que iba tomando aquella literatura. Sobre lo que hay de ella publicado discurre largamente Léonzon Le Duc, en su obra sobre la Finlandia y en otro librillo titulado Alejandro II. Yo he buscado en vano en estas librerías otros libros sobre la literaura fínica, ya en alemán, ya en francés. Hasta ahora sólo he encontrado y comprado el gran poema del Kalewala, puesto en verso alemán por Schiefner, impreso en Helsingfors en 1852.

En ruso sí que hay libros en abundancia; mas para mí están sellados con siete sellos. Sólo puedo conocer los nombres de los autores y de sus obras, y formar de ellas una ligera idea, por un compendioso diccionario de los escritores rusos, que ha compuesto en alemán el doctor Federico Otto, y que contiene más de seiscientos artículos sobre ctros tantos autores. Otro alemán llamado Koenig ha escrito también una obra muy apreciable sobre la literatura rusa; mas no he podido dar con ella. Dicen que aquí está prohibida. Por lo general se cree que la literatura rusa comienza ahora; pero si este asunto se considera con más detención, se ve que cuenta siglos de antigüedad y obras notables, escritas en los tiempos en que muchas otras literaturas de Europa no habían nacido aún, y ni siquiera tenían lengua propia formada en que manifestarse. Esta temprana aparición de la cultura y del ingenio rusos se debe principalmente al cristianismo y a una de las dos gloriosas naciones, maestras de las gentes, que han tenido, más que ninguna otra, la misión de propagarle por el mundo y de enseñar al mismo tiempo las ciencias, las artes, eogni virtú che del saper deriva. Los hermanos Metodio y Constantino, griegos de nación, inventaron el alfabeto, perfeccionaron la lengua eslava y tradujeron en esta lengua, de la griega, los salmos, los evangelios y los cantos sagrados de San Juan Damasceno. Después se escribieron y tradujeron en antiguo eslavón otros muchos libros, principalmente espirituales y devotos. Aquella lengua rica y bella murió, sin embargo, como lengua vulgar, y quedó y queda aún como idioma sacerdotal y de la Iglesia. La lengua vernácula se fué, entretanto, formando, no sin contribuir mucho para ello la perfección y elegancia que había llegado a tener el antiguo eslavón. La invasión y dominación de los tártaros atajó el progreso de los rusos. La soberana y maravillosa luz de la civilización griega siguió, no obstante, difundiendo sus rayos sobre Moscú y Kiew, y alumbrando la tormentosa lucha de los rusos contra los tártaros. Vencidos éstos, tomó nuevo brío no sólo la nacionalidad rusa, sino la literatura también; y al cabo, los cuatro grandes emperadores de la casa de Romanoff, Pedro el Grande, Catalina II, Alejandro I y Nicolás I, dieron, tanto a la nacionalidad como a la literatura, un impulso, un vigor y unas aspiraciones que nunca antes habían tenido. La mejor y la mayor parte de los autores rusos son contemporáneos o posteriores a Pedro el Grande. Tienen, sin embargo, gran cantidad de libros escritos en la Edad Media, como, por ejemplo, Latopissas o Crónicas y un poema épico escrito en el siglo xii , sobre la expedición del poderoso príncipe Igor Sviatoslawitch contra los Polovtses. De estecurioso poema hay traducción alemana, hecha por Sederholm en 1825, e impresa en Leipzig y Moscú. De los demás autores rusos, antiguos y modernos, y de las canciones o baladas populares que hay aquí, y que corresponden a nuestros romances, espero saber el ruso para hablar con conciencia. Por ahora sólo puedo hablar sin escrúpulo de Pouchkine y de Lermontoff. Bodenstedt los ha traducido tan bien en verso alemán, que vale tanto como leerlos en ruso. Aquí se cuenta que este Bodenstedt era un tenderillo que estuvo largo tiempo establecido en Moscú y que viajó luego por la Georgia y la Armenia. Pero, sea como quiera, y aun suponiendo que Bodenstedt fuese tenderillo, la verdad es que ha salido de su tienda transformado en un valiente poeta y en un escritor desenfadado e ingenioso. De ello dan claro testimonio, no sólo las mencionadas traducciones, sino sus Mil y un días en Oriente, su descripción de los pueblos del Cáucaso y sus Cantos de Mirza Schaffy, en los cuales parece que reviven Hafiz y Saadí para celebrar, con la pompa asiática que se merecen, la majestad del Ararat, los jardines de Tiflis, las orillas floridas del Kyros, el vino primogénito que allí se bebe, y la encantadora hermosura de las compatriotas de Medea, de la sabia reina Tamar y de otras hembras de empuje por el estilo.

De noticias políticas importantes poco o nada puedo decir a usted, porque aquí se guarda un sigilo incomprensible para nosotros, que estamos acostumbrados a que todo se sepa. Aquí sólo lo que quieren que se sepa es lo que se sabe. Los noticieros tienen que atenerse a menudo a lo que dicen los periódicos de otros países, y sobre todo El Norte, de Bruselas, órgano de este Gobierno.

De ferrocarriles se habla algo, aunque no ha sido aún publicado el ukase que determina en qué forma se hacen o se han hecho las concesiones. Parece que el primer ferrocarril de grande importancia que estará concluído es el que unirá esta capital con la del antiguo reino de Polonia. Hasta Dinaburgo está ya terraplenado el suelo y apenas falta más que poner los rails. Desde Dinaburgo en adelante no hay nada hecho; pero el terreno es llano, y salvo los tres puentes sobre el Dwina, el Niemen y el Vístula, poco hay que hacer. Este Gobierno garantiza, sin embargo, a los señores Pereire, de París; Hope, de Amsterdam; Baring, de Londres, y Steglitz, de Petersburgo, el 4 y ½ por 100 de interés y ½ por 100 de amortización sobre un capital de 72 millones de rublos de plata, que supone que gastarán en la empresa. Desde aquí a Moscú ya sabe usted que hay ferrocarril, del que yo pienso aprovecharme dentro de poco. Desde Moscú a Teodosia le tienen ya contratado los mismos mencionados señores. Se habla asimismo de que otros capitalistas tratan de hacer un camino de hierro de Dinaburgo a Saratow, pasando por Moscú. Cuando este camino esté hecho, quisiera yo andarle, tomar en Saratow asiento en un barco de vapor, bajar al Caspio y visitar las regiones que caen al otro lado del Cáucaso, a ver si se me ocurrían versos como los de Mirza Schaffy.

En estos días hemos ido a ver la ciudadela de San Petersburgo; mas después de haber visto los seis mil cañones de Kronstandt y sus ciclópeos muros de granito, esta ciudadela, aunque fuerte y capaz, parece un juego de cartas. Hay, sin embargo, dentro de su recinto mil curiosidades que mostrar al viajero. La iglesia de la ciudadela es muy bonita, y casi todos los emperadores, emperatrices y príncipes, desde Pedro el Grande hasta Nicolás I, están allí sepultados. Las tumbas son harto modestas para encerrar tan grandes personajes. Verdad es que duermen, sirviéndoles de pabellon y de velo multitud de banderas enemigas, tomadas por los rusos, y que adornan los muros del templo. Allí duermen el último sueño entre los glorias militares de la Rusia. En la ciudadela vimos también una gran lancha, en la cual solía pasearse el zar Pedro el Grande por el lago Ladoga, y algunos objetos de marfil y un marco de madera tallada, obras todas del mismo zar. En la ciudadela se halla, por último, la casa de moneda, y esto es, sin duda, lo más notable que hay que ver allí. La plata del Altai, que contiene en sí algún oro, y el oro del Altai y del Ural, que contiene en sí mucha plata, se mezclan y funden allí en un horno. Esta mezcla líquida se vierte poco a poco en grandes vasijas llenas de agua fría, la cual, agitada por un hombre con una pala, separa y coagula el metal en granos menudos. Por medio de reactivos químicos se segrega después completamente el oro de la plata, y por último, el precipitado que resulta de la operación se funde y combina de nuevo con la liga que ha de entrar en la moneda según la ley. De este último procedimiento salen ya las barras prontas para la acuñación. La parte mecánica de esta gran fábrica de moneda está muy bien montada. Una fuerza motriz de 60 caballos, producida por el vapor, lo pone todo en movimiento. Poderosos cilindros de acero extienden las barras y las transforman en láminas del grueso que debe tener la moneda. Otros artificios ingeniosos sacan los discos de estas láminas, graban en el canto de cada disco las letras o leyenda que lleva y pesan cada disco, echando a un lado los que tienen más de lo justo, a otro los que tienen menos y en medio los que tienen el peso debido. Para la acuñación hay, por último, infinidad de prensas monetarias, las más, fabricadas en Colonia, con muy sutil y moderna invención. Lo que es por falta de trigo no se parará este molino. Las minas de oro de Siberia dicen que un año con otro dan 140 millones de reales vellón de nuestra moneda. En los veinticinco años que corren de 1825 a 1851 parece que el Gobierno ruso ha entregado a esta casa para la fabricación por valor de 1.160 millones de reales en oro.

En esta casa de moneda se fabrican también y se han fabricado muchas medallas de oro, de cobre y de plata. Unas sirven de premio a los que se han distinguido en los colegios y universidades; otras de recompensa a los servicios prestados a la patria, ya en Crimea, ya en Hungría, ya en Persia, ya en el Cáucaso, ya en otras guerras. Estas medallas se llevan con orgullo sobre el pecho. Otras grandes medallas, primorosamente modeladas, se acuñan también en conmemoración de gloriosos acontecimientos. La que recuerda la construcción de este hermoso puente que hay en frente de casa, sobre el Neva, es bellísima. La de la coronación de Alejandro II no me gusta tanto. Las que verdaderamente roban mi atención por la traza ingeniosísima y perfecto buril con que están hechas, son las veinte o veinticinco que inmortalizarían, si la historia no las hubiese dejado consignadas, las grandes guerras contra el emperador Napoleón I.

Usted que ha peregrinado tanto o más que yo por tierras extrañas habrá notado, como yo noto, que en todas se celebran más que en la nuestra las glorias nacionales. Por donde quiera que voy veo, no sólo medallas, sino arcos de triunfo, columnas, obeliscos y estatuas de héroes, de sabios, de poetas y de artistas; pero en España se diría que no hubo nunca artistas, ni héroes, ni sabios, ni poetas, porque no se ven ni las medallas, ni las estatuas, ni los obeliscos, ni las columnas que los tienen vivos y encumbrados como faro luminoso en la memoria de los hombres. Moncada dijo ya que los españoles habían sido largos en hazañas, cortos en escribirlas, y yo me temo que si no se ponen esas hazañas a los ojos del vulgo, no sólo en papeles, que pocos leen, sino en monumentos que hieran y levanten la imaginación de los más rudos, acabarán los españoles, a pesar del gran ser que Dios les ha dado, por perder la afición a todo lo grande.

Aquí, por el contrario, la emulación y el orgullo nacional suben de punto y se extienden más cada día con el estímulo de los bien ordenados premios. No sólo hay inscripciones y monumentos para Ios generales y repúblicos, sino hasta para los chicos de la escuela. En muchos colegios se plantifican en el comedor y en el salón de exámenes lápidas que, en letras de oro, rezan el nombre y los merecimientos de los alumnos que más se han distinguido, lo cual es dar en un extremo opuesto, aunque menos criticable. Verdad es que los españoles, como de un natural más despierto que el de los rusos, no han menester para obrar de tantos incentivos honoríficos.

Adiós, amigo mío. Esta carta tiene algo de cajón de sastre, que está llena de retazos de todas telas. En otra procuraré guardar mejor la ley de la unidad, que recomiendan los preceptistas. Suyo afectísimo,

 

J. Valera.

Reservado:

Acabo de recibir la carta de usted de 24 de enero, en que me dice que quiere saber más sobre lo de Don Juan el Infante. Allá veremos lo que averiguo.

Este Gortschakoff es un tártaro astuto y trapalón, como los lugareños de España.

* * *

San Petersburgo, 12 de febrero de 1857.

 

Mi muy querido amigo ( 2 ): Fuerza es que hoy implore yo de usted atención y paciencia; porque voy a ser más difuso que lo que tengo de costumbre, y voy a tratar de cosas importantísimas y demasiado altas para mí.

Días ha que ando con el empeño de leer el Catecismo ruso de Philaretes, metropolitano de Moscú. Sé que este catecismo está traducido en alemán; mas no puedo hallarle en parte alguna. Deseando, con todo, saber algo de la religión de este pueblo, ya que otros viajeros se han ocupado más del ejército y demás instituciones, dejando a un lado la religión, como cosa indiferente, eché mano, cuando no de obra más fundamental y científica, de un librito de oraciones de esta Iglesia, traducido en francés del eslavón y del griego. Estas oraciones compuestas las más por los Crisóstomos, Damascenos, Basilios y otros Santos Padres del Oriente, son de tanta devoción y hermosura que, naturalmente, me hicieron pensar que ha de ser muy cristiano y piadoso, aunque, por desgracia, cismático, el pueblo que las reza; y pusieron en mi alma nuevo y más ferviente deseo de conocer a fondo en qué se apartan sus creencias y su culto del culto y las creencias de la Iglesia Católica Romana.

Las frecuentes conversiones de rusos al catolicismo han dado ocasión a algunos escritos de polémica religiosa, entre los aquí considerados como apóstatas y los fieles y celosos defensores de la llamada ortodoxia.