La venganza de la oruga - Millie Toulet - E-Book

La venganza de la oruga E-Book

Millie Toulet

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Beschreibung

¿El amor propio transforma? ¿Transformarse requiere aceptarse? ¿Hasta qué límites llega nuestra transformación? La venganza de la oruga reflexiona sobre la venganza, no como un acto de represalia, sino como un proceso de transformación interna y crecimiento personal. En una narración íntima que explora "la metamorfosis", Millie Toulet simboliza el viaje del autoconocimiento y la reivindicación de su identidad más allá de los entornos que transita y que resulta en un relato conmovedor sobre la resiliencia, el amor propio y la fuerza que emerge de las batallas más profundas del ser, que nos enfrentamos a diario.

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Seitenzahl: 96

Veröffentlichungsjahr: 2024

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MILLIE TOULET

La venganza de la oruga

Millie TouletLa venganza de la oruga / Millie Toulet. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5433-8

1. Narrativa. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenido

Introducción

Primera parte

1 Sapo de otro pozo

El crimen de ser diferente

El deseo de pertenecer

El otro pozo

2 El legado de Caín

3 El otro

Segunda parte

4 La metamorfosis

5 Aleph

6 Magnum Opus

Una despedida

Para mis mariposas

Introducción

Hay muchas formas de tomar venganza. Del latín vindicare, esta palabra refiere al acto de tomar justicia ante un daño recibido, reprendiendo al causante del mismo. Está presente desde que los humanos podemos percibir y diferenciar lo que nos parece justo, o no, y aunque su rol en las leyes ha cambiado, hay algo que nunca cambia: mientras más dolorosa sea la razón tras ella, más se convierte en una necesidad. Ojo por ojo, diente por diente, necesitamos remediar las injusticias jugando su mismo juego; curamos lastimando; sanamos hiriendo; en lo más profundo de nuestro ser, lo que más deseamos es provocar el mismo dolor que atravesamos, para que sea “justo”.

Quienes primero se vengan son a quienes primero rechazan, porque cargan las ansias de justicia con mayor antigüedad: conocen la angustia antes que la aceptación. Es especialmente complejo para aquellos que “no son como el resto”, porque tanto como somos seres sociales que necesitan de la interacción para subsistir, somos individuos irrepetibles donde ninguna persona es idéntica a la anterior. Por esta misma contradicción, estos diferenciales que nos hacen únicos también nos agrupan con quienes los comparten: nos hace similares lo que nos hace diferentes, y celebramos nuestras semejanzas porque nos sentimos identificados. Necesitamos pertenecer, y de estas conexiones surgen los lugares para hacerlo. El dichoso lugar de pertenencia. ¿Para qué escribo esto? Existen las excepciones a esta regla, quienes nunca terminan de encontrarlo, y en el proceso de intentarlo, se pierden. Ahí es cuando nace el primer pensamiento de venganza. Este libro no es una promesa de que aquel paraíso social existe y de que solo es cuestión de encontrarlo: lo cierto es que nunca lo hice. Lo que sí es este libro, es un llamamiento a pensar la venganza no como una acción contra quién, sino contra qué. Un replanteamiento de un concepto demonizado: una rebeldía ante esta definición.

Este libro es sobre la mía.

Primera parte

1

Sapo de otro pozo

Ni cuando tenía cinco años y me sentía sola en el patio del jardín ni ahora mientras escribo esto, no puedo afirmar que haya habido un periodo de mi vida donde verdaderamente me haya sentido perteneciente a un grupo social por completo. Es decir, nunca tuve un “pozo”. “Sapo de otro pozo”: venir de otra parte, ser raro, distinto, desigual. Peor es cuando te sentís así en el pozo que siempre estuviste, al que supuestamente pertenecés, pero en realidad, no te sentís así. No tenés ese sentimiento de pertenencia que tiene todo el mundo: te divertís, compartís, socializas e incluso disfrutas con los otros sapos y mientras tu boca se mueve para reírse tenés ese sentimiento de que sos una pieza en el rompecabezas equivocado. En el fondo, no sentís que lo disfrutas de la forma que el resto lo hace, es más, a veces te sentís un tercero o un espectador del grupo, porque no sos parte. Te podes jurar que lo sos pero en el fondo sabés que no. Ahí, en esa parte reside lo que te hace diferente: en el fondo.

No procesas las cosas como el resto, no te afectan los hechos ni en la misma magnitud ni en la misma forma, no le das la misma trascendencia o relevancia a ciertos eventos como otros: lo que te parece una tontería a ellos les parece maravilloso, y viceversa. El interior de nuestro ser es distinto al de ellos. No tiene que ser mejor o peor, solo es diferente.

Pero la gran problemática no está en encontrar el pozo: es en cómo vivir en el pozo equivocado, como hacer propia una partecita de una ciudad que no te pertenece. Desde los azulejos del baño de tu mejor amiga hasta el cemento que constituye cada edificio que pasas, todo se te siente ajeno.

Un extranjero en la patria propia. Un alíen en su galaxia natal. No es solo una cuestión geográfica, es ese innegable desequilibrio entre vos y el lugar, el pozo, que te hace sentir como un turista: como si estuvieras siempre de visita, de paseo, de paso, pero nunca en tu casa. Nunca en tu hogar. Es una parte innegable de la naturaleza el concepto de pertenencia: todos en algún momento quisimos pertenecer, y muchos lo logran. Otros ni lo intentan y ya se le es innato. Y muchos nacimos ya en otro pozo.

El crimen de ser diferente

Desde que solté el cordón umbilical me enfrenté con un constante sentimiento de no pertenencia: nací con eso metido entre las células, corriendo en mi sangre, impregnado dentro de mis arterias, colmando cada espacio de mi cuerpo y de mi mente. Quizás mi familia es y fue el único lugar donde me siento parte (y tengo mucha suerte de decirlo), porque mis padres también lo tienen dentro suyo, porque crecieron de la misma forma que yo lo hice: tal vez si un científico nos toma una muestra de ADN alguno de nuestros genes es el de ser la oveja negra y mi familia entera es un rebaño de ellas. Genéticamente predispuestos a ser diferentes. ¿Será así? ¿Será algo hereditario, genético, inherente? ¿Es un condicionante que ya tenemos al nacer el ser distintos? ¿O es algo que se desarrolla conforme la edad? ¿Qué me hace diferente?

Fue el interrogante más grande de mi vida por mucho tiempo. ¿Cuál es la parte de mi identidad que difiere de la del resto de personas con las que comparto? ¿Qué es lo que me hace ser yo? ¿Y por qué eso me condena a ser un sapo de otro pozo? Con el tiempo lo descubrí. Soy intensa. Qué palabra mal gastada y mal usada por el léxico cotidiano: inherentemente no es negativa, y molesta que las personas lo usen con esa connotación. Descubrí que no eran meras superficialidades eso que me hacía diferente: No soy diferente por la música que me gustaba a los trece, por mi gusto por la moda, por mis intereses, por mi forma de hablar o mi apariencia incluso. No estaba en el plano físico ni mental: lo que me hace distinta es algo relacionado con mi esencia. Es lo que me hace ser yo. Y es lo que a muchos nos hace ser nosotros: el pensarlo todo demasiado. No poder dormir por quedarte pensando en el significado de cualquier mínima cosa que pasó en el día, y ese minúsculo acontecimiento desencadena un espiral infinito de pensamientos, donde terminás contemplando toda y cada cosa que te pasó alguna vez en la vida. No te tomás nada a la ligera. Hablás mucho o no hablás nada, pero nunca hablás lo suficiente como para que nadie no te haga un comentario sobre eso. Estás sentado en un lugar pero tu cabeza esta en otro. Tu imaginación es un motor que te motiva e incluso a veces te destruye. Maquinás tanto dentro de tu mente que lo chiquito parece gigante y lo gigante parece minúsculo. Tus sentimientos te invaden, no solo por la profundidad o fuerza con la que los sentís, sino por la complejidad que tienen. Es como que nunca sentís en la misma medida que el resto: siempre de más o siempre de menos. No conoces de grises ni de intermedios, es más, te molestan. Nada es “un poquito”, “más o menos”, “medio medio”: o te importa o no te importa. Esperás algo o no esperás nada. Querés o no querés.

Se define intenso como algo vehemente, vivo, activo. Entonces, según mis propias conclusiones, caigo bajo esa definición; por lo tanto, pareciera ser que el crimen que cometí es estar demasiado viva; es por tanta vehemencia al vivir que no termino de encajar. Ahora me doy cuenta que soy un “sapo de otro pozo” convicta, delincuente, malhechora, forajida, criminal. Criminalmente diferente. No es el color de mi sangre lo que es innatamente distinto al resto, es su espesor.

Esa es la historia de mi vida. Las hojas donde escribo siempre están marcadas por el grosor de mi trazo. “Todo lo que he dejado ir tiene marcas de garras” escribió el autor americano David Foster Wallace, y desde que lo leí, nunca lo olvidé. Todo lo que suelto lleva rastros de mis manos que suplicaban que se quede a mi lado, todo lo que abandona mi vida tiene signos de mi lucha por evitar que lo hagan: nunca dejo nada ir sin una guerra de por medio. Trato ferozmente de aferrar a mi vida cosas, personas y momentos que no me pertenecen, pero siempre se me escapan entre los dedos como cuando recojo arena de la playa y el viento se la lleva. El viento se lleva todo en esta parte del pozo. Este pozo equivocado en el que nada es mío, y cuando pienso que lo es, veo el tornado avecinarse por mi ventana. Nada es mío, pero yo soy de todo. Tengo en mi cada lugar que visito, a cada persona con la que hablo. Piso con fuerza todos los pisos tratando de siempre dejar una huella, tanto que a veces sentí un asfalto en mi corazón. Como si fuera un mosaico de todo lo que dejo recuerdos en mi vida, un collage de todas las veces que me pisaron. No sé cómo tomarme nada a la ligera. Nada atraviesa con tanto filo mi alma como pensar en todas las veces que entregué todo de mí y me devolvieron con dolor. Cuando gentilmente me entregué y extendí mi mano, y me la torcieron. Cada vez que amé, y no me amaron. Cada vez que sentí que perdí mi tiempo, que sentí dolor. Cuando intente aliviar y me hicieron sufrir. Cada caricia que entregué y me dieron una mordida.

Cada cosa que tuve que renunciar a la que no quise. Todo lo que perdí y lo que me obligaron a perder.

El deseo de pertenecer

He peleado, desde antes que tenga uso de la razón incluso, por hacerme un lugar propio a donde sea que voy. Ya nací con tanta impronta que me tuvieron que cortar la ropa porque era demasiado larga para caber en ella. Y estaba furiosa, como es propio de mí: mis emociones siempre son terremotos. Furiosa no solo por el mero hecho de no pertenecer, furiosa por darme cuenta de esto. Verdaderamente, la felicidad está en la ignorancia: deseé con tanto, pero tanto ímpetu que mis sentimientos se hicieran más superficiales y mi habilidad de pensar con profundidad se esfumara para poder disfrutar más de mi vida social. Anhelaba, con todo mi ser, ser un poco más superficial.