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Maxi, el protagonista de La vida es para los que se animan, comparte su inspiradora historia de vida, desde una infancia marcada por la enfermedad y la pobreza, hasta convertirse en un exitoso emprendedor. A través de momentos difíciles, fracasos y retos personales, Maxi aprende que la verdadera fortaleza radica en nunca rendirse y abrazar el miedo como un aliado. Con reflexiones profundas sobre la vida, el amor y el trabajo, este libro ofrece al lector una mirada íntima a la resiliencia humana y la importancia de encontrar la pasión en lo que hacemos.
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Seitenzahl: 50
Veröffentlichungsjahr: 2024
MAXIMILIANO VERA
Vera, Maximiliano La vida es para los que se animan / Maximiliano Vera. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5710-0
1. Biografías. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINAwww.autoresdeargentina.cominfo@autoresdeargentina.com
Capítulo 1 - Maxi, un niño adulto
Capítulo 2 - Zapatillas prestadas
Capítulo 3 - La puerta de salida
Capítulo 4 - Despertando
Capítulo 5 - Despertando a mi pasión
Capítulo 6 - ¿Sueño o capricho?
Capítulo 7 - Primera parte de la entrevista
Capítulo 8 - Segunda parte de la entrevista
Capítulo 9 - Pensamientos acerca de Maxi de diferentes personas que lo conocieron
Palabras finales
Emprendimiento del autor en la actualidad
Yo nací el 6 de julio de 1983, en el hospital Fiorito de Avellaneda. Tuve una infancia en la cual mis padres se separaron de muy chico. A temprana edad, a los cuatro años, me enfermé de meningitis y estuve un año en silla de ruedas, inválido por completo. Evidentemente, muchos recuerdos de esa etapa se me borraron, pero lo que sí recuerdo es que mi familia era muy humilde. El golpe más duro fue cuando en ese momento mi papá Julio se borró de mi vida, no se hizo cargo de la situación. Mi mamá Alicia se quedó sola. Recuerdo que mi mamá estuvo llevándome a todos los hospitales públicos para ver cómo solucionaba mi problema de salud. Nos encontramos con malas noticias, la mayoría de los médicos nos decían que no había solución, que las secuelas de la meningitis iban a estar de por vida y me iban a afectar mucho. Las estadísticas que nos daban no eran alentadoras; era la meningitis más complicada que había.
Recuerdo que llegamos al hospital de niños (ex Casa Cuna) y ahí recuerdo que había un médico que me hacía rehabilitación para que volviera a caminar, yo era “como un trapo de piso”, no tenía estabilidad. Él fue perseverante, me decía “tigre vos podés, vamos que vos podés”. Me hacía ejercicios de rehabilitación en un pasamanos, me sostenía de los hombros y los brazos. Luego se paraba en la punta puesta y me estimulaba para que pudiera caminar.
Los recuerdos se me hacen confusos, pero se me viene a la mente un momento, en la casa de mi abuelo. Yo estaba sentado en el piso y ya era un chico normal, estaba por cumplir 6 años.
Mi viejo no apareció durante ese momento, desapareció de mi vida, la verdad es que desconozco los motivos.
Tengo dos hermanos más grandes, me llevan a mí nueve y seis años, sus nombres son Daniel y Sergio.
Siempre sentí que fui distinto a los demás, una vida que no era la tradicional, me sentía “grande desde chico”.
Desde chico, aproximadamente a los ocho años, salía a vender cosas a la calle para ayudar a mi mamá y mi familia.
Mi mamá me hizo sentir la responsabilidad de que yo era su par y tenía que proveer para la familia.
Me convertí en un proveedor de la familia, no así mis hermanos que eran mayores que yo.
Vendíamos cosas en los trenes, trapo de piso, rejillas, medias, tortas fritas.
Hasta ese entonces vivíamos en Quilmes como toda mi vida. Fui a la escuela 59 de San Francisco Solano.
Mi mamá volvió a hacer pareja y cuando yo cumplí los doce años tuvo un hijo llamado Mauro con su nueva pareja y nos fuimos a vivir a Fuerte Apache.
Yo pasaba mucho tiempo en el barrio, no dejé la escuela, pero no iba frecuentemente.
Él era vendedor de flores, pero nosotros igualmente nos teníamos que rebuscar de la manera que podíamos, siempre vendiendo cosas en la calle. Desde chico pensaba como una persona grande yo decía “no quiero esto para mi vida, quiero otra cosa”.
Planteos que un chico que está jugando no tiene, yo, en cambio, trabajaba. Tenía la meta de conseguir cosas, siempre decía que a cierta edad iba a ser empresario. Juntaba diarios viejos y hacía como que vendía diarios, jugaba a ser un comerciante.
Todo eso me fue llevando a ser adulto desde muy chico.
El dinero me generaba el deseo de construir o lograr tal cosa, lo veía como un vehículo para alcanzar metas.
Recuerdo que andaba mucho en la calle, en el barrio me decían “piraña” porque pasábamos tanta hambre y a veces comíamos lo que podíamos, hasta he llegado a comer pan que estaba en la calle. Mi mamá no estaba en todo el día, comíamos lo que podíamos, les pedíamos a los vecinos. Iba a la escuela para comer en el comedor y eso me ayudaba.
Nunca me dio vergüenza esa situación, quizá cuando fui creciendo un poco más sí.
Siempre estuve alegre más allá de las situaciones que vivía, no pasé momentos de tristeza, quizá de chico uno lo toma de otra manera, nunca me quitó la alegría.
Esa fue la infancia que he caminado, nunca jugué, soñaba con que mi viejo me viniera a visitar para mi cumpleaños. Tener una torta, festejar con mis padres juntos cantándome el feliz cumpleaños.
Siempre deseé ser querido, acobijado, sentía la necesidad de ser querido, no de cosas materiales.
Mi mayor anhelo era que me cuiden, que me abracen.
Mi mamá y abuelos no eran cariñosos, ya que venían de Europa escapando de la guerra. Se llamaba Juan y mi abuela Irma. Una personalidad muy fría y dedicados al trabajo.
Yo siempre les hacía travesuras para llamarles la atención en ese aspecto.
Siempre de chico fui de dar, tenía un corazón generoso, pero la falta de contención siempre estuvo presente en mí, la ausencia de una mesa armada para comer con mi familia siempre fue algo que imaginé y deseé con todo mi corazón.
Mis hermanos estaban con sus vidas, no tenía tanta relación en ese entonces, ellos también me veían como un proveedor, no me incluían como niño sino como adulto.
Con los años me di cuenta de eso, estaba sumergido en un mundo adulto siendo aún un niño.
De chico tenía que proveer y ser responsable desde ese lugar.
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