La vida es un cuento - Alejandro Jodorowsky - E-Book

La vida es un cuento E-Book

Alejandro Jodorowsky

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Beschreibung

Alejandro Jodorowsky explica que, en su infancia, la lectura de cuentos «le impidió morir», ya que encontró un alimento que reencantó su difícil existencia. Desde entonces le gusta crear cuentos: cortos, largos, sabios o locos.Los cuentos han vertebrado su vida y su trayectoria como escritor. Así, en 2005 publicó El tesoro de la sombra, una antología ahora inencontrable. El afán cuentista de Jodorowsky lo ha llevado a revisar y ampliar aquella compilación hasta prácticamente duplicar el volumen. En La vida es un cuento se cristaliza la inmensa sabiduría de este escritor, que cuestionándose sobre el sentido y lo absurdo de nuestro mundo intenta aportar una divertida y surrealista lección vital.

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Índice

Cubierta

La vida es un cuento

El tesoro de la sombra

Prólogo

Prólogo final

Créditos

La vida es un cuento

Marpa, el cruel instructor del santo tibetano Milarepa, enseñaba el desprendimiento afirmando que todo era ilusión. Un día murió su hijo. Marpa comenzó a lanzar sollozos desgarradores. Sus discípulos, asombrados, le dijeron: «Pero, maestro, ¿por qué llora usted, si todo es una ilusión?». El gurú respondió: «¡Es que mi hijo era la más bella de las ilusiones!».

Modo de empleo

La segunda parte de este libro fue editada por separado como El tesoro de la sombra. Agotada esa edición me di cuenta que había publicado un libro en cierta manera incompleto. No fue eso lo que me hizo pensar así, sino un bonsái que me regalaron. De vez en cuando tenía que cortarle ciertos brotes para que no creciera y guardara su forma enana. Lo vi tan lleno de energía que decidí liberarlo: lo dejé expandirse.

Fue un estallido de ramas y hojas, estirándose con avidez hacia la luz, hasta acariciar el techo de mi salón.

Verlo así tan frondoso me llena de alegría porque sospecho el éxtasis con el que, aparentemente en desorden, ocupa el espacio.

Esta experiencia me hizo ver en forma muy diferente algunas avenidas de París, bordeadas de grandes árboles con sus ramas y hojas cortadas geométricamente, casi como cubos. Los jardineros que los podan tienen una mente matemática, producto de una cultura que eleva la razón al poder absoluto. Me parece infinitamente más hermoso un árbol que, sin ninguna prohibición, crece como debe crecer, en forma orgánica, natural, exhibiendo un caos donde cada hoja tiene un sitio adecuado para recibir al sol.

Estos pensamientos me hicieron recordar un capricho infantil que mi madre tuvo la sabiduría de aceptar: le pedí que me sirviera la comida no en un plato sino en una bandeja, donde todo estuviera al mismo tiempo ante mi vista: cereales, carne, verduras, frutas, pasteles, etcétera.

Gocé comiendo no en un orden lógico, primero lo salado y luego lo dulce, sino mezclando todos los sabores. Podía saltar de masticar un trozo de pescado, a saborear una tajada de dulce de membrillo, para luego sorber unos tallarines. Fue una fiesta.

Asimismo me di cuenta de que las tradiciones culturales habían podado mi imaginación literaria. Cada libro que llegaba a mis manos tenía una unidad de estilo, una gama bien delimitada de temas y, por qué no decirlo, una nacionalidad precisa, con todos los espejismos religiosos y políticos que ella inocula. Vi «podados» tanto mis libros como los de otros, literatura bonsái.

Decidí liberar mi imaginación, sacarme la camisa de fuerza de un estilo único, dejarla vagar hacia todas las direcciones, saltar del minicuento al cuento largo, de la ciencia ficción al koan zen, del terror al humor, de lo grotesco a lo poético, de lo metafísico a la confesión autobiográfica, todo en aparente desorden, como mi bonsái liberado, como mi tutti fruti infantil.

Así nació este libro. Si toda la cultura, la historia, nuestra vida cotidiana está basada en cuentos, aquí ofrezco la nube de mi imaginación deshaciéndose en una lluvia de historias, que pueden tener o no tener relación entre ellas. Es un material para que cada lector, de acuerdo a como su mente ha sido podada, elija los cuentos que le hablan y realice su personal antología.

Eternidad

Queriendo no evaporarse, una gota de agua se lanzó al océano. Queriendo por fin evaporarse, el océano se encerró en cada una de sus gotas.

Ilusión, 1

Un pedazo de vidrio en la basura, porque reflejó un rayo de sol, creyó ser el sol.

Caballero solitario

Durante años se creyó solo, para al fin darse cuenta de que por huir tan rápido nadie lo había alcanzado.

Enjambre

Con heroico entusiasmo se lanzó a correr por el camino dejando profundas huellas. Al cabo de un tiempo se dio cuenta de que había olvidado la meta. Decidió detenerse y mirar hacia atrás. Sus huellas, enjambre ávido, saltaron sobre él y lo devoraron.

Felicidad

Dentro de su cuerpo inmóvil, el esqueleto se puso a danzar.

Psicoanálisis

El enfermo, para demostrarle al psicoanalista que es incapaz de curarlo, quiere hacerle una pregunta que no le pueda responder. Como no se atreve a lanzar tal desafío, su manera de hacerlo es plantearse a sí mismo, con angustia, esa pregunta. En verdad la pregunta no es importante. Lo importante es hacer fracasar al padre.

Fin del mundo

Cuando lograron derribar las puertas del infinito, los sepultó un diluvio de ángeles petrificados.

Sueño

Un grupo de ciegos, lanzando insultos, se golpean con sus bastones. Uno de ellos me quiere atacar. Le digo: «No es necesario que se pelee conmigo. Yo no soy ciego».

Castigo

A cambio de la pobreza, le vendió su alma a un ángel. Fue condenado a la felicidad eterna.

Vida debajo

El hombre tímido decidió vivir bajo un elefante. Entre las cuatro poderosas patas, protegido por el cuerpo gris, se encaminaba a su trabajo. El paquidermo, dominado por la voluntad humana, obedecía como un automóvil. Las cosas transcurrían como de costumbre, en la oficina, en el hogar, en los paseos por el parque. Claro está que nadie osaba acercarse a nuestro hombre. Desviaban su mirada y se hacían los desentendidos. Comenzó a sentirse solo. Sufrió intensamente hasta que encontró a una mujer tímida y solitaria que marchaba bajo una jirafa. Como los dos animales eran incompatibles, comenzaron a vivir juntos bajo una nube a la que durante largos años impidieron disolverse en lluvia.

Ciudadano

Cuando salió de la ciudad de los rascacielos para atravesar el valle desierto, el azul y las nubes le cayeron encima. Se sintió tortuga. Avanzó a cuatro patas llevando el cielo como caparazón. La ciudad de los rascacielos, por falta de firmamento, se fue hundiendo en la tierra.

Padre fiel

El príncipe abandonó el reino pensando que el rey no lo amaba. Galopó sombrío hasta los confines de la tierra, creyendo con dolor que su padre no notaría su ausencia. Si hubiera girado la cabeza, se habría dado cuenta de que el rey lo seguía a una corta distancia, no osando perturbar su carrera.

Discípulos

Toda su vida intentó conocer. Nunca conoció nada. Los que asistieron a su entierro lloraron lamentando haber perdido al único sabio.

Idolatría

A la salida del concierto, las admiradoras del ídolo le arrancaron a pedazos su sombra. El cantor perdió peso. Un fuerte viento se lo llevó.

Delirio

Bañado por la luz del alba, un dragón herido exhala su último suspiro, con la convicción profunda de ser el primer y único amante del sol.

Mutación

Cada uno de mis pasos crea abismos donde se gestan luciérnagas. El amor, después de cambiar en miel la médula de mis huesos, convertido en sangre celeste, inunda la tierra, trepa por los troncos de los árboles y surge en esplendentes gritos florales, flores que se hacen frutos y frutos que devienen pájaros. A través de ellos invado el cielo y más allá de él, hacia los cuatro pliegues del cosmos, viaje abisal que se disuelve en la cegadora luz de la muerte. Limpio de todo límite, sin identificación, sin espectador ni imagen de espejo, convertido en una mano luminosa, abro la tumba de la resurrección.

Intratiempo

Por la escalera del tiempo bajé ciento veinte años. Ahí estaba yo, sentado en un banco de la plaza pública, con un paquete de migas en las manos para pájaros imaginarios, triste de tener como horizonte unos cerros estériles, pueblo a caballo sobre el desierto, sal y rocas, casas descascaradas, nada en la nada, niño solo. Me senté a su lado. «Soy lo que serás. Te enseñaré lo que he aprendido durante mi larga vida». Así fue como crecí acompañado por mi fantasma venido del futuro.

Enfermo grave

—Maestro, tengo una gran enfermedad: me duele cualquier sitio del cuerpo que toco con mi dedo índice.

—Tienes una pequeña enfermedad: lo que te duele es tu dedo índice.

Burro romántico

Porque se enamoró de una perra, un burro quiso aprender a ladrar. Contrató a un perro para que le enseñara. Este hizo lo que pudo pero no logró cambiarle los rebuznos. Solucionó el problema presentándole a una hermosa burra.

Hormiga cobarde

Una hormiguita sale a buscar alimento junto con su mamá. Marchan por un desierto. A un kilómetro de distancia, la pequeña ve un árbol. Dice, angustiada: «¡Está muy lejos, nunca podré llegar! ¡Moriré de hambre!». La madre le responde: «Piensas mal, no desees llegar al árbol, comienza simplemente por caminar, no te propongas llegar, proponte solo avanzar, así llegarás a donde quieras».

Chiste profundo

Un loco está comiendo un plátano sin quitarle la cáscara. Alguien le dice: «¿Por qué lo come sin pelarlo?». El loco le responde: «¡Porque ya sé lo que hay adentro!».

Golpe secreto

Un joven le dice a un profesor de box: «Maestro, enséñeme a pelear». Él le responde: «Para combatir bien hay cuatro golpes esenciales; uno, dos, tres y cuatro»... El discípulo trabaja con ardor hasta que aprende a la perfección esos cuatro golpes. Lleno de vanidad le dice al maestro: «Ya domino los cuatro golpes y soy más joven que usted. Lo desafío. Le voy a ganar». «Acepto», le responde el viejo. Comienza la pelea. El joven lanza el puñetazo uno, luego el dos, luego el tres y luego el cuatro. El maestro, con increíble rapidez le lanza un golpe desconocido. «¡Cinco!». El alumno cae al suelo. Se queja: «Usted me dijo que los golpes principales eran cuatro. El quinto no me lo enseñó. ¿Por qué?». Le responde: «Te enseñé los cuatro golpes que podía enseñarte, el quinto solo lo puedes aprender por ti mismo».

Enseñanza

—Maestro, he vivido robando. No merezco ser su alumno.

—Si en un cáliz de oro anida un buitre, no por eso el cáliz echa plumas. Cesa de despreciarte. Libérate del buitre.

Ego sagrado

El gran gurú exigía que sus discípulos portaran alrededor del cuello una cadena de donde colgaba un medallón con su fotografía. Cuando murió, de los medallones comenzó a emanar un olor pestilente.

Tinieblas

—Maestro, usted que es ciego, no necesita ver el camino. ¿Por qué anda en la noche con una lámpara encendida?

—Yo sé caminar en la oscuridad, tú no. Llevo una lámpara para que me veas y así pueda guiarte.

Pregunta

—Maestro, me gustaría tanto cantar, pero no sé nada de música. ¿Qué puedo hacer?

—¡Los pájaros no saben nada de música pero cantan muy bien!

Confusión

Le ofrecieron una copa de vino. La copa tenía el mismo color que el vino. Atacó a mordiscos la copa, queriendo devorarla.

Dios

—Maestro, ¿por qué cree que existe Dios? —Porque lo necesito. Si existe la sed, existe el agua.

Ilusión, 2

—Maestro, mi cuerpo nunca se pudrirá. —¡Cuidado! En cada una de tus palabras anidan gusanos.

Curiosidad

—Maestro, ¿qué debo hacer para llegar a ser lo que soy?

—Sé un vaso que recoge la última ola de cada océano. Alza en las manos el diamante lúcido que se hace puerto de las naves perdidas. Camina con los pies en el cielo para impedir que el universo se derrumbe. Comprende que cada piedra es un poeta que canta en silencio.

Rocío

—Maestro, soy un océano de conocimientos ocultos en una gota de rocío.

—Vanidoso, eres una gota de rocío atrapada en un océano de conocimientos.

Sufrimiento inútil

—Maestro: debo irme de esta ciudad. Sufro porque ya nunca más iré a visitar el lugar donde está enterrado mi padre.

—Tu padre se ha integrado a la tierra. Anida en cualquier camino donde se apoyen tus plantas. Irse de la ciudad no es alejarse de él, es ir a encontrarlo.

Parecer no es ser

—Maestro, este sitio no vale nada, es un desierto.

—¡No, está sembrado!

Dar

—Maestro, ¿solo podemos dar lo que llevamos dentro?

—Nadie puede dar solo lo que lleva dentro. El pedido del otro lo insemina. El don se crea entre dos.

Dañar

—Maestro, esa persona me quiere dañar. ¡Qué susto!

—No temas a los que te quieren dañar, sino a los que pueden dañarte.

Rezar

—Maestro, si usted y yo rezamos con igual fervor, ¿por qué usted siempre está contento y yo no?

—Es que tú siempre rezas para pedir algo, en cambio yo solo lo hago para agradecer lo que me han dado.

Ser

—Maestro, ¿hay algo que podamos aprender de las rosas?

—Indiferentes al derrumbe, las rosas exhalan su perfume.

Valorar

—Maestro, ¿cuándo podré ser maestro?

—Cuando aprendas a reconocer los valores del otro.

Ir

—Maestro, tengo miedo de no poder llegar.

—No te preocupes de «llegar», sino de «avanzar». Ir avanzando es estar llegando.

Engañarse

—Maestro, ¿por qué a pesar de que doy, nadie parece agradecerlo?

—Porque obligas a recibir para tener la sensación de que das.

Objetivar

—Maestro, analizo su hábito: cada prenda tiene un significado simbólico. ¿Qué dice su cinturón?

—Dice que los pantalones no se me caerán.

Cacarear

—Maestro, ¿por qué no dejo de pensar?

—No piensas: los pensamientos te piensan.

Acción común

—¡Maestro, cada vez que trato de meditar, imagino que un diablo me molesta!

—Pon también ese diablo a meditar.

Interferencias

—Maestro, ¿cuál es el sonido de una mente vacía?

—El sonido de tu voz que no cesa de preguntar.

Unidad

—Maestro, ¿por qué las montañas tienen rocas?

—Las montañas no tienen rocas. Las rocas son también la montaña.

Consejo

—Maestro, si me condenan a la horca, ¿qué debo hacer?

—Pide que te regalen un par de botas de plomo.

Enseñar

—¿Qué me puede enseñar, maestro?

—Solo te puedo enseñar a aprender de ti mismo.

Meditar

—Maestro, ¿para qué sirve meditar?

—Para darte cuenta de que eres lo que crees no ser, y no eres lo que crees ser.

Compensar

—Maestro, me deprime pensar que Dios da nueces a quien no tiene dientes.

—Alégrate pensando que Dios da barbas a quien no tiene quijada.

Vía sin huellas

—Maestro, ¿qué quedará de mí después de que yo muera? Quisiera dejar una huella.

—El pájaro acuático no deja huella, pero jamás pierde su camino.

Abanicar

—Maestro, ¿por qué emplea usted un abanico? ¡El aire está en todas partes!

—¡Tú solo sabes que el aire está en todas partes, pero no sabes que sin acción no se puede engendrar al viento!

Neti neti

—Maestro, cada vez que le pregunto algo importante, usted sin contestarme se abanica. ¿Qué es ese silencio?

—Este silencio no es el pasado, este silencio no es el presente, este silencio no es el futuro.

Semejanza

—Maestro, trato de parecerme a usted, hacer lo que usted hace, no logro iluminarme.

—Para escalarla hay muchos caminos, pero la cima es solo una. Desde ahí nosotros dos vemos la misma luna.

Nada

—Maestro, ¿qué obtuvieron los antiguos sabios al llegar al nivel más alto?

—Compáralos a ladrones penetrando en una casa vacía.

Igualarse

—¡Maestro, usted es superior a mí, nunca lo alcanzaré!

—Si les rasuras los pelos, una piel tigre no es diferente de una piel de perro.

Calmarse

—¡Maestro, con desesperación busco y busco sin lograr iluminarme!

—Cuando el viento no sopla, el árbol no se agita.

Ideal

—¡Maestro, me detesto: nunca llegaré a ser un Buda!

—Cuando no tienes lo mucho que quieres, ama lo poco que tienes.

Esencia

—Maestro, todo lo bueno que aprendo aquí, cuando vaya a la ciudad lo perderé.

—Un verdadero pimiento, a mil metros bajo el agua, sigue siendo picante.

El talento

—Maestro, mi hijo me trajo las notas del colegio: una alta calificación en dibujo y una pésima calificación en matemáticas. ¡Lo pondré de inmediato a tomar clases con un profesor de matemáticas!

—Necio, ponlo de inmediato a tomar clases con un profesor de dibujo.

Revelación

—¿Maestro, dónde está Dios?

—¡Si no está aquí, no está en ninguna parte!

Límites mentales

—Maestro, ¿yo, aquí, ahora?

—Yo y todos. Aquí y en todas partes. Ahora, antes y después.

Zen

—Maestro, ¿quién es usted?

—¿Quién hace la pregunta?

Fe

—Maestro, no creo en Dios.

—¡Qué importa, Dios cree en ti!

Anticiparse

—¿Maestro, qué debo hacer para que usted me perdone mis pecados?

—Peca primero.

Finalidad

—¡Maestro, estoy desesperado, no tengo una finalidad en la vida!

—¡Qué importa que no tengas finalidad si la vida no tiene fin!

Entrega

Rompió todas las amarras para poder, por fin, amarrarse bien a las cosas.

Anuncio

Tuerto del ojo derecho busca tuerta del ojo izquierdo para compartir un par de anteojos.

Ilusión, 3

Una semilla inexistente, desde su centro vacío, hecha raíces en el futuro.

Vanidad

Construyó un templo con puertas abiertas en un país donde no habitaba nadie.

Héroe

Destruyó a cuchillazos al juez implacable que le infectaba el alma.

Fracaso

Como el pantano se negó a podrir, nunca nació la flor sublime.

Problema necesario

Un perro, sintiéndose devorado por las pulgas, se revolcó en el barro. Cuando murieron todas, el perro se esfumó.

Desdoblamiento

Era tan tímido que caminaba detrás de su propia espalda.

Santo

—Maestro, usted que ayuda a todos, ¿por qué tiene el cuerpo lleno de cicatrices?

—Porque los que sufren, muerden.

Ambición

Cuando renunció a cazarla, el ave se le posó en la mano.

Arqueólogo, 1

El silencio en la lengua de la momia le cayó en la frente como una joya, con el peso feroz de lo impensable.

Muerte merecida

Un vegetariano fanático fue devorado por una planta carnívora.

Definiciones

No sé quién soy, pero sé cómo me siento. No sé lo que valgo, pero sé no compararme. No sé dónde estoy, pero sé que estoy en mí. No sé adónde voy, pero sé con quién voy. No sé curar enfermedades, pero sé evitarlas. No sé lo que es el mundo, pero sé que es mío. No sé cómo vencer, pero sé cómo escapar. No sé lo que hago, pero sé que lo que hago me hace. No puedo evitar los golpes, pero puedo resistirlos. No puedo negar la violencia, pero puedo negar la crueldad. No puedo cambiar a los otros, pero puedo cambiarme a mí mismo. No sé lo que es el amor, pero sé que estoy feliz de tu existencia.

La respuesta

Los maestros le dijeron que si encontraba la pregunta esencial, Dios le daría la respuesta que otorga una comprensión absoluta. Durante años que le parecieron interminables, ensayó preguntas pero Dios nunca le respondió. Ya anciano, cuando le llegó el momento de morir, en plena agonía, encontró la pregunta esencial: «¿Cuál es la finalidad de mi vida?». Y Dios por fin le contestó: «¡La finalidad de tu vida es morir escuchando mi voz!».

El collar del tigre

Un joven llega ante un maestro. Este lo mira con ojos tan intensos como los de una fiera. El santón es enorme y tiene tal energía que el discípulo tiembla. «¿Qué haces aquí?». «¡Busco la luz!». «¡Estás en medio del río y te quejas de que tienes sed!». «¡No entiendo, maestro!». «Si resuelves esta adivinanza podrás comprender: En un bosque hay un tigre terrible que tiene un collar. ¿Quién se lo puede quitar?». El estudiante responde: «¡Un hombre más fuerte que él!». El maestro le da un bastonazo en la cabeza. «¡Perezoso! ¡Vete y no vuelvas hasta que estés seguro de la respuesta!». El joven, conteniendo la sangre que corre desde su cuero cabelludo, se interna en un bosque, a meditar. Después de muchos días vislumbra una respuesta. Corre hacia el maestro: «¡Le puede quitar el collar quien lo puso!». Le responden: «¡Intelectual asqueroso!». Y le dan otro palo en la cabeza. Llorando de impotencia, el discípulo vuelve a sus parajes solitarios. Odia al maestro. Sin embargo regresa a verlo: «¡Es el tigre quien se puede quitar el collar porque él mismo se lo puso!». «¡Imbécil romántico!». ¡Zas! ¡Palo! Ensangrentado, el joven se refugia en una caverna. Grita a las sombras: «¡Yo soy el tigre, él es mi animalidad! ¡Un día me apareció un collar en el cuello para revelar mi esclavitud! ¡Tengo que convertirme en un humano para quitarme yo mismo esta ignominia de ser aún una bestia!». Sale. Ve un perro campeón seguido por otros más débiles. Deprimido, se siente perro débil y sigue con dolorosa admiración al jefe de la jauría. Encuentran a una joven perra que por primera vez ha sido madre. El campeón intenta devorar a los cachorros. La perrita, convertida en energúmeno, le salta al cuello, aferrándose a la yugular y de ahí no se desprende hasta que el gran can cae muerto. El joven, en un destello, ve por fin la respuesta. Dando un grito de alegría, corre hacia el maestro. Se quita el cinturón. Lo ata alrededor del cuello del feroz santón y lo jala hasta sacarlo de su sitio. Allí se sienta él. El maestro ríe a carcajadas, lo abraza y le dice: «¡Ya eres tu propio amo; has triunfado!¡Se ha encendido una luz!».

Capricho infantil

El hijo más pequeño, entre las herramientas de trabajo de su padre, encontró un cuchillo y, sin darse cuenta del peligro que eso entrañaba, se puso a jugar con él. Su inocencia no le permitía comprender el uso del arma. Para él era solamente un trozo de metal que emitía resplandores fantásticos. Por milagro lo tomó por el mango y no por la hoja. Cuando su padre lo vio, aterrado trató de quitárselo. Pero el niño cerró sus puños en torno del asa y comenzó a llorar. De nada valieron advertencias, promesas, amenazas de castigo o mimos. El muchachito no estaba dispuesto a entregar su tesoro. Arrebatárselo por la fuerza era peligroso: un movimiento brusco podía cercenarle un dedo. Cuando su abuelo vio esto, cortó un pedazo de madera del largo del cuchillo, le amarró unas cuantas cintas de colores, un par de cascabeles y, agitando y haciendo sonar el juguete, se lo ofreció a su nieto al mismo tiempo que, suavemente, trataba de recuperar el arma. El niño, con alegría renovada, abrió sus dedos, soltó el filoso cuchillo y asió el trozo de madera para seguir jugando.

Campeón

Un emperador quiere conocer al hombre más potente de su país. Convoca a los campeones. Llegan gigantes que pueden levantar una carreta con sus bueyes, desgajar árboles, reventar sacos rellenos de piedras de un solo golpe. Llega el campeón de campeones, vencedor de todos. El emperador lo interroga: «Si estos colosos, más débiles que tú, han hecho tales demostraciones, ¿qué puedes hacer más difícil?». El forzudo responde: «¡Puedo alzar una mariposa por las alas... sin dañarla!».

Retrato del gallo

Un emperador amaba la pintura. Un día se le antojó tener en la sala del trono un retrato de un gallo de combate. Pidió que le enviaran al mejor pintor. Llegó ante él un maestro de maestros. «¿Cuánto demorarás en traerme el cuadro?». «¡Majestad, si usted desea el mejor retrato de tan noble animal, es necesario que me otorgue seis meses!». El emperador accedió y el pintor se encerró en su taller. Apenas cumplido el plazo, el soberano reclamó la obra. El maestro anunció que aún no la había terminado y solicitó otros seis meses. El gobernante, después de un acceso de cólera, accedió al pedido. Esperó obsesionado las veinticuatro semanas y él mismo, con un impresionante séquito, llegó al taller. El artista se excusó y pidió tres meses más. El mandatario, al verse sin su gallo, enrojeció de furia: «¡Sea, pero si para ese entonces no has terminado, haré que te corten la cabeza!». Pasados los noventa días, el regente, seguido por sus verdugos, corrió hacia la casa del pintor. Este los hizo pasar al taller, en donde solo había una gran tela en blanco. «¿Cómo —vociferó el emperador—, aún no has hecho nada? ¡Ordenaré que te corten la cabeza!». El pintor, sin hablar, tomó pinceles y colores, los mezcló rápidamente y con velocidad vertiginosa pintó el gallo más hermoso que se hubiera visto en el Imperio. La belleza del ave era tan intensa que el emperador, arrobado, cayó de rodillas ante la obra maestra. Cuando se repuso de la emoción, volvió a encolerizarse: «¡Reconozco que eres el mejor, sin embargo haré que te degüellen! ¿Por qué me has hecho esperar tanto tiempo si podías haber cumplido mi encargo en unos minutos? ¡Te has burlado de mí!». El maestro invitó al mandatario a visitar su casa. ¡Había miles y miles de dibujos de gallos, estudios anatómicos, aves disecadas, huesos del animal guerrero, innumerables intentos de cuadros, apuntes, libros sobre su crianza y corrales llenos de gallos vivos!

La ladrona

«Trabajo la tierra desde que sale el sol hasta que se pone. Los bueyes que arrastran el arado llevan la misma vida que yo padezco. Nos desgastamos mucho, comemos poco, hacemos fructificar una tierra que no es nuestra. Apenas tengo un momento libre, lo empleo en extender redes, y así de vez en cuando puedo gozar del sabor de una perdiz. Ayer tuve la sorpresa de ver un águila prisionera en mi trampa. ¡Qué dignidad de mirada: ahí estaba, decidida a no rogar, esperando la muerte, inmutable! Sentí tal respeto por su belleza que fui incapaz de enjaularla. ¡La dejé libre! Subió como una flecha hacia el centro del cielo y desapareció entre las nubes. ¡Confieso que le tuve envidia! Hoy, como de costumbre, me senté a masticar un pedazo de pan duro a la sombra de un viejo muro. Vi un punto negro en el cielo que se acercaba a mí con velocidad sospechosa. ¡Era el águila! Antes de que pudiera levantarme, extendió sus garras. “¡Pájaro maldito, ingrato, has venido a sacarme los ojos!”. Se me echó encima. Cubrí mi rostro con los brazos. El animal, graznando terroríficamente, se apoderó del pañuelo que llevaba atado a la frente y huyó a ras de tierra, levantando con su aleteo potente nubes de polvo. Furioso por este robo, lo perseguí agitando mi cayado. Pronto el pájaro vil y cobarde soltó el pañuelo. Mientras lo volvía a amarrar en mi cabeza no cesé de insultar: “¡Sinvergüenza, traidor, hipócrita, ni eres noble ni valiente! ¡Atacas a quien te concedió la libertad!”. Un ruido atronador vino a sacarme de mi cólera. Fui envuelto en una gran polvareda. ¡El muro en cuya sombra yo reposaba se había derrumbado! ¡Si el águila no me saca de ahí, habría muerto aplastado! ¡Claro, el ave no hablaba mi idioma y yo era incapaz de entender el suyo! Me mordí la lengua, rojo de vergüenza. Me estaba ayudando, y yo, por ignorancia, había maldecido a mi benefactor».

Normal locura

Un hombre sabio, versado en Astrología, vio el futuro y descubrió, azorado, que un grupo de enfermos mentales iba a apoderarse de la Televisión, para programar emisiones y comerciales tan abyectos que atacarían el espíritu de los espectadores, contagiándoles la locura. Comenzó a llamar a sus amistades para prevenirlas: «¡Si no quieren atrapar graves deformaciones mentales, dejen de ver la televisión!». ¡Nadie le creyó! ¡No pudieron privarse de encender las peligrosas máquinas! El sabio salió a la calle intentando convencer a los ciudadanos: recibió burlas, insultos y empujones. Trató de escribir denuncias en los periódicos: intereses creados impidieron la aparición de sus advertencias. Internet, en forma solapada, hipócrita, borró sus mensajes. Cansado, se encerró en su casa y esperó el fatídico día. Efectivamente, un grupo de locos, disfrazados de eficientes ejecutivos, apoyados por comerciantes rufianes, se apoderaron de los canales para programar espectáculos de tan mal gusto e imbecilidad, cuajados de malignos comerciales explotando los complejos de la gente, que toda la población cayó en estado de locura. A la bella realidad le sustituyó una mercantilista, llena de egoísmo, competencias, violencia, fealdad. Cuando el sabio salió de su casa, encontró la enfermedad general. Las personas, con la mirada extraviada, muertas del alma, se peleaban por consumir alimentos nocivos y comprar cosas inútiles, guiadas por una moral de pacotilla. El sabio trató de hablar con ellos, razonar. ¡Lo trataron de loco y comenzaron a agredirlo! ¡Fue excomulgado so pretexto de que padecía una enfermedad contagiosa! Muerto de hambre, porque no le vendían comida, desesperado, encendió su televisor. ¡Al cabo de unas horas de ver sandeces, ya estaba loco! Acomplejado, amargado, violento, salió a la calle. ¡Todos lo felicitaron por su mejoría, aplaudieron su cordura y lo aceptaron en el rebaño de voraces consumidores!

La puta y el santo

En una región a la que difícilmente se podía llegar, por lo abrupto del paisaje, un monje alcanzó la iluminación. La fama de su perfección se extendió por todo el país y multitud de alumnos llegaron a ponerse bajo su aura. El santo, inmóvil, mudo, insomne, meditaba incesantemente. Su cena era magra y su pureza inmensa. Sin que él se diera cuenta, un visitante hizo su retrato y, de regreso a la ciudad, comenzó a medrar vendiendo la efigie. Quiso el destino que una mujer pública, al ver ese rostro embebido de misterio, se enamorara perdidamente del santo. Vendió lo que tenía, abandonó a sus clientes y partió hacia el remoto paraje. Después de incontables privaciones, con las ropas carcomidas por lluvias y tormentas de polvo, pero embellecida por la pasión, llegó ante el monje para caer de rodillas. Él, impertérrito, siguió meditando. Ella lo observó largamente: de ese hombre emanaba algo indecible, magnético, tan atractivo que sus ovarios se dilataron en incontenible deseo. Su naturaleza animal surgió como un torrente y, a pesar del frío invernal, despojándose de los harapos que la cubrían, desnuda, le ofreció su cuerpo esplendoroso. Los novatos, ante la carne tersa, incitante, sensual, al no poder contener los frenéticos latidos de sus corazones, se cubrieron los ojos, exclamando: «¡Sacrilegio! ¡Impudicia! ¡Muerte a la cortesana!». Sin embargo el santo, con un ademán, los detuvo, miró abiertamente a la mujer, sonrió y le propuso: «Ven conmigo a pasear». La hembra sintió la voz masculina como una caricia en sus entrañas y, delirante de ansias, accedió. Los novatos, con el ceño fruncido, dudando de su maestro, los vieron alejarse tomados de la mano. Al llegar junto a un lago, rodeado por una pradera suave, la mujer hizo ademán de tenderse. El santo la alzó en brazos y la arrojó en las gélidas aguas. Cuando la rescató, la mujer, azul de frío, había perdido sus ímpetus amorosos. Cuenta la leyenda que fue una monja ejemplar que sirvió a su maestro con una sublime devoción.

Máquina incomprensible

Un rey despertó angustiado: había tenido una pesadilla. Se soñó de siete años, perdido en un jardín donde encontró una máquina pequeña que no supo hacer funcionar. Bruscamente tuvo catorce años: el jardín era un parque y la máquina semejaba una casa. Trató de manejar sus múltiples palancas, pero no pudo. ¡Ya tenía cuarenta años y vagaba por una selva tenebrosa! La máquina era más grande que su palacio, con tantos botones, manivelas y engranajes que le era imposible comprenderla. ¡Se vio sentado en la cima de un monte, convertido en anciano! En el valle brillaba la máquina, extensa como una ciudad. Decidió introducirse en ella. Viajó por kilómetros de tubos, moviendo barras y mandos sin lograr respuesta. ¡Se vio agonizando junto a ruedas más altas que montañas! «¿Para qué servirá esta máquina?». Al terminar su pregunta, estuvo otra vez en el pequeño jardín, al lado del primer y simple mecanismo. «¡Ya sé para qué sirve: basta mover su única palanca (bajó esa varilla) para que surja el estilete (un cuchillo fino emergió del vientre metálico) que debe atravesarme el corazón!». Con frialdad cirujana la hoja hurgó en su pecho hasta quitarle la vida... El rey despertó gritando. Cuando pudo calmar la estampida de latidos, dijo: «¡Así es la vida: una máquina incomprensible que tiene por finalidad asesinarnos! ¡No vale la pena! ¡Esta es la verdad: se nace, se sufre, se muere!». Ofreció una fortuna a quien le rebatiera. Algunos arguyeron que también se gozaba. Contestó: «La alegría es sufrimiento porque la muerte la pulveriza: en el mismo momento del placer, se tiene melancolía por su cese ineludible». Amargado, se encerró en el palacio durante años. Un día vio por su balcón a un monje que meditaba plácidamente. Llegó hasta él y lo sacudió: «¡Si dices algo más cierto que “Se nace, se sufre, se muere”, te doy mi reino!». Sonriendo, el monje le respondió: «¡No se nace, no se muere!». El rey comprendió. Se hizo discípulo del santo y abandonó el trono.

El caso de los niños deshidratados

Nunca me senté frente a mi máquina de escribir con tanta desesperación: sé que este artículo será leído con escepticismo. Y sin embargo todos los datos que doy son verídicos, publicados en periódicos de México, Sudamérica y Europa. Quiero que lo que voy a escribir sea un grito de alerta: ¡Si usted, lector, tiene conexiones con el Gobierno o el Ejército, por favor trate de abrir una investigación!

Todo comenzó con un juego sencillo: recortar diariamente de los periódicos noticias curiosas (ejemplo: «Con una serpiente golpeaba a los asustados peatones», «Furioso combate de 40 cigüeñas y 30 águilas», «Un motociclista chocó con un cisne y murió», etcétera). De pronto, encuentro en Excélsior el siguiente encabezado: «Cien niños muertos por un mal desconocido». «Río de Janeiro. 10 de marzo de 1962. (A. P.): Cien niños fallecieron a causa de una enfermedad desconocida, dice hoy O Globo. El médico que los atendió declaró que todos los niños estaban deshidratados»... Leyendo ese mismo día El Universal, encontré lo siguiente: «Cien niños muertos en Tampico». «Una epidemia ha causado la muerte de cien niños. Se cree que es gastroenteritis. Sin embargo, se supone también que fue a causa del calor porque todos estaban deshidratados. Un portavoz del Gobierno informó que la epidemia fue dominada después de declararse el estado de emergencia»... Decidí recortar noticias referentes a la deshidratación de niños. Le escribí a Adelaida Peters, poetisa brasileña, relatándole mis investigaciones y rogándole leer los periódicos del 10 de marzo en adelante para enviarme las noticias que encontrara sobre la deshidratación de niños. Los recortes que recibí me condujeron a un estado de delirio: Después de los cien niños muertos en Río de Janeiro, cayeron 5 en San Pablo, 10 en Santos, 20 en Curitiba, 40 en Concepción, 80 en Villarrica y ¡100 en Asunción del Paraguay el 20 de marzo!

Lo extraordinario del caso era que había una correspondencia de muertes por deshidratación en cuanto al número —siempre en grupos iguales de 5, 10, 20, 40, 80 y 100—, en cuanto al cambio de ciudades y en cuanto al desplazamiento de la enfermedad, desde el océano hacia el centro del Continente. «Esto no puede ser casualidad», me dije. Y más alerta que nunca continué leyendo los periódicos. ¡Principió la pesadilla!

Al cabo de cinco días de calma, tanto en Sudamérica como en México, comenzaron nuevamente los casos de muerte por deshidratación. Lo expongo paralelamente: 5 niños en San Miguel y Gobe; 10 en La Unión y Corumba; 20 en Reyes y Cuiaba; 40 en Pinos y Mato Grosso; 80 en Salinas y Purus y ¡100 niños deshidratados en Ranchito (San Luis de Potosí) y en Río Tapajoz (Brasil), el 15 de abril!

La relación numérica era de tal exacta matematicidad que decidí no ocuparme de otra cosa que de este fenómeno. Escribí a mis amigos en Francia, relatándoles el caso y pidiéndoles recortes de diarios. Seguí en comunicación con Adelaida. El fenómeno continuó extendiéndose. Llegaron las noticias de Europa; concordaban con las mías: Una epidemia de deshidratación con el exacto número de muertes, comenzado el 10 de marzo, asolaba a Europa desde Wroclaw, pasando por Praga para llegar a Linz, cambiar de dirección (como la epidemia mexicana cambió de dirección en Querétaro y la sudamericana en Asunción) para dirigirse a Estrasburgo, pasando por Baviera.

Mis amigos y yo seguimos el fenómeno durante tres meses. El ciclo se repitió tres veces más. En México, de Ranchito a Torreón a Elota. Interrupción. Enseguida de Jilotán a Sanganguey a Ranchito nuevamente, a Villagrán a Rubio... En Sudamérica pasó por los siguientes centros de cien muertes con las consabidas ciudades intermedias: de Tapajoz a Esquibo a Bogotá. Interrupción. Y más tarde de Arequipa a Río Jurúa a Tapajoz nuevamente, a Teresina a la Isla Marajo... Y en Europa de Nancy a París a Lyon. Interrupción. Y luego de Verona a Berna a Nancy nuevamente, de Hannover a Ámsterdam.

Viendo la repetición sistemática de una ciudad en cada uno de los tres casos (Ranchito, Tapajoz y Nancy), tomé un lápiz y tracé una línea de ciudad a ciudad para darme cuenta de que las muertes por deshidratación dibujaban en cada continente una antigua cruz esvástica.

Esto me pareció tan irreal, tan descabellado, tan demente que volví a revisar mi archivo. Verifiqué las fechas; di por azar con mi sección: «Accidentes aéreos inexplicables y aviones desaparecidos».

El 10 de marzo estalló en el golfo de México un DC-7 B con 42 personas a bordo. Todas perecieron... El 20 de marzo en Irlanda estalló un Superconstelación, en el aire, de la compañía holandesa KLM con 99 personas... El 15 de abril en Bogotá, un avión de un motor estalló en el aire, etcétera. Cada vez que en una ciudad morían cien niños por deshidratación, al día siguiente estallaba un avión en pleno vuelo. ¡La coincidencia era demasiado grande para ser casualidad!

Volví a escribir a mis amigos rogándoles que revisaran los diarios para ver si encontraban algo que les hubiera pasado inadvertido. Recibí dos noticias extraordinarias. De Francia: «Lyon. Extraña muerte de un niño. Al regresar de un cine, los aterrados padres se encontraron con que su bebé de ocho meses había muerto de un mal desconocido. Los médicos diagnosticaron deshidratación. Al mover el lecho del niño encontraron una masa de un metro cúbico de materia desconocida, transparente, flexible, pero tan dura como el acero. Nadie ha podido explicar su origen. Se cree que es gas solidificado que escapó de una cañería. Al transportar la masa para investigar su composición en el Instituto de Química, los camioneros la perdieron en el camino. Nadie ha vuelto a encontrarla. Se cree que se disolvió»... (Yo me pregunté: «¿Cómo es posible que alguien pueda perder en una calle de Lyon, recorrida por cientos de automóviles cada hora, un metro cúbico de materia tan dura como el acero?»).

La segunda noticia: «Brasil. Cuiaba. Tragedia en un hospital de niños. Una enfermera que llevaba, durante la noche, en una bandeja de plata unos medicamentos a la sección infantil, asistió a una enorme explosión que hizo derrumbarse hacia la calle todo un muro. Se encontró una gran cantidad de niños semivivos y otros muertos. Los que aún respiraban tenían algunos miembros secos; ya sea los brazos o las piernas. Los muertos tenían la cabeza deshidratada. Se cree que fue una explosión de un producto químico olvidado que estalló por un chispazo accidental. Se encontraron restos de materia transparente y sólida como el acero. Cuando se quiso analizarla había desaparecido. Se deduce que se volatilizó»... (Artículo enigmático que concordaba con el de Francia en cuanto a la inexplicable desaparición de esa rara materia y también por su presencia en casos de deshidratación infantil. No acepté la absurda explicación de «gas solidificado» o «explosión de materias químicas», porque en el primer caso el bebé no murió de intoxicación por gas, y en el segundo caso los niños no presentaban quemaduras).

Tenía una serie de datos, pero me faltaba un hilo que uniera todo ese material. Lo obtuve por fin en la revista ¡Siempre!, número 467, junio 6, página 15. Hay allí un artículo de Luis Gutiérrez y González que se llama «La cosa en el cielo». Dice así: «Entre los aviadores comerciales circula la versión espeluznante de una sustancia desconocida que flota en el espacio, transparente como el agua pero sólida como el acero, que actúa como imán en la proximidad de los aviones». En ocasión de los desastres aéreos, la prensa en sus informaciones intuye, también, la sospecha que uno a otro se confían los pilotos: «Algo extraño interrumpió el vuelo de la nave que dos minutos antes había reportado un tránsito normal»... «Coinciden los peritos en declarar que el avión se desintegró en el aire, triturado acaso por una tormenta eléctrica o un disturbio atmosférico, todavía no esclarecido»... «Una fuerza irresistible destrozó el avión, que cuando cayó a tierra ya estaba hecho pedazos»... «Muy difícil —los cerebros modernos, de tanto serlo, solamente aceptan lo que se puede ver y tocar— es aceptar la cinematográfica hipótesis de que, suelta en la atmósfera y más pesada que el aire, flota una cosa sobre la que no actúa la fuerza de gravedad».

Bastó este artículo para darme cuenta de que había descubierto un monstruo magnético que se alimentaba con agua de niños. La concordancia de la materia encontrada en Europa y Sudamérica con la descripción de los pilotos era inobjetable. La lenta marcha de una ciudad a otra, absorbiendo agua humana y el estallido de aviones cuando la maligna nube estaba llena y podía, por lo tanto, elevarse venciendo la gravedad, era también inobjetable. Si bajo una cuna apareció un metro cúbico de monstruo, era evidente que la nube se componía de partículas capaces de trabajar por separado. Estas partículas, luego de actuar independientemente, se unían en el aire: eso explicaba la desaparición en Lyon. La materia no cayó ni se perdió sino que escapó volando. En el hospital no hubo explosión, sino que parte de la nube-vampiro huyó por una razón que revelaré más adelante, derribando un muro (por eso cayó hacia la calle, empujando de dentro hacia fuera) dejando su alimento a medio consumir.

Después de tan aterradoras conclusiones me quedaba aún investigar por qué se producía este fenómeno en tres partes del globo al mismo tiempo y por qué dibujaba una esvástica. Recordé haber leído algo acerca de ese símbolo en la historia de la civilización africana de Leo Frobenius. En un capítulo referente al símbolo del León, estudia Frobenius cómo ese animal es una representación solar que se forma en esvástica. Y el León-esvástica es ¡el símbolo de la Gorgona! Dice: «Se puede constatar que en Asia Occidental, el León y el Águila, animales investidos de la misma significación simbólica, se han amalgamado. El motivo serpiente-pájaro participa también de esta fusión, así como un motivo solar específico: la esvástica». (Una nube compuesta de muchas vértebras de un metro cúbico puede unirse en hilera adoptando la forma de una serpiente, lo que daría origen al mito de la serpiente-pájaro).

Entonces, la esvástica era la Gorgona. Investigué en la Mitología griega de Charles Kérenyi.

La Gorgona se componía de tres diosas aladas. (Nubes). Se la comparaba a máscaras parecidas a las que se «suspendían» en honor de Hécate. (Concordancia con las masas suspendidas en el cielo). Hesíodo cuenta que las Gorgonas vivían en la dirección de la noche, más allá del océano, cerca de la Luna. Los discípulos de Orfeo decían que su nombre significaba «parte», así como su número correspondía a las «tres partes de la Luna» o fases. (Estas tres nubes-vampiros son una sola que se divide al llegar a la Tierra. Puede venir desde la Luna. G. Gurdjieff dijo a Ouspensky que la Luna se alimentaba de seres humanos). La Gorgona cambia en piedra al hombre que la mira. (Las nubes deshidratan. Un niño deshidratado se asemeja a la piedra). Este ser triple fue muerto en la Antigüedad por Perseo ayudándose con un escudo de plata y mirando allí el reflejo del monstruo para cortarle la cabeza con una espada de acero. (Esto explicaría la huida de la nube-vampiro del hospital brasileño. La enfermera llevaba una bandeja de plata. Quizá de allí venga el Mito de los vampiros que se exterminan con balas de plata. ¿Será necesario fabricar un avión de plata para despejar el cielo terrestre de estos monstruos?). La Gorgona venía del mar. (La esvástica de las nubes-vampiros comienza en los tres casos en el mar para internarse en el continente). Así como la Gorgona atrajo el acero de la espada de Perseo, así las nubes-vampiros atraen el acero de los aviones...

Estas tres nubes han existido sobre la Tierra desde tiempos inmemorables. Han dado origen al mito solar de la esvástica, de los vampiros, de la serpiente emplumada, de las Moiras, Erinias, Arpías, etcétera. Han vivido alimentándose de agua humana. ¡Es necesario eliminarlas! He dado el grito de alarma. Los datos son suficientes como para que mis lectores organicen un comité y pidan a los mandatarios y al ejército de todos los países la exterminación radical de estas tres nubes-vampiros. Hasta que no tengamos la certeza absoluta de su desaparición no podremos viajar o procrear tranquilos.

La promesa

Un matrimonio que vivía en una apartada región, a pesar de veinte años de vida en común, no había tenido hijos. Sintiendo que la vejez estaba cerca, sin que él lo supiera, ella invocó a Visnú ofreciéndole su vida a cambio de un vástago. Quedó encinta y dio a luz un varón. Apenas tuvo unos segundos para besarlo, luego murió. El marido se hizo cargo del bebé, lo alimentó con leche de cabra, lo cuidó y llegó a amarlo con veneración. Cuando el niño cumplió siete años enfermó gravemente. Al verlo agonizar, el padre, desesperado, invocó a Visnú: «¡Oh, Dios todopoderoso, si lo salvas te prometo hacerlo monje y convertirme en peregrino hasta llegar a las sagradas aguas del Ganges y bañarme en ellas! ¡Si no cumplo mi promesa, precipítame en el infierno!». Su hijo sanó. El hombre lo entregó a un monasterio y partió en busca del río bendito. Caminó durante meses. Al fin divisó un río. Cuando salió de las aguas, feliz de haber cumplido su manda, unos campesinos que lo habían visto estallaron en carcajadas: «¡Iluso, este no es el Ganges! ¡Camina mil leguas hacia el norte y lo encontrarás!». Así lo hizo. Llegó a otro río, que también resultó no ser el Ganges. Ahí le dijeron que lo que buscaba era un lago. Encontró el lago: no era el Ganges. Le indicaron una laguna. Tampoco fue lo que buscaba. Se sumergió, siguiendo las erróneas indicaciones, en pozas, caudales, cataratas, mares, charcas. Nunca dio con el agua sagrada. Envejeció, pero fiel a su promesa, angustiado con el infierno, siguió buscando, hasta que un ataque fulminante acabó con su vida. ¡Para su gran sorpresa despertó en el paraíso! Ante él estaba Visnú, sonriente. Preguntó: «¿Cómo estoy aquí si no cumplí mi promesa?». Le contestó su dios: «La has cumplido. Todas las aguas en que te bañaste eran el Ganges».

La llave

—Maestro, ¿dibujan a san Pedro con tantas llaves porque el paraíso tiene muchas puertas?

—No. El paraíso tiene una sola puerta, y muy estrecha. Todas esas llaves sirven para la misma puerta y no son de san Pedro sino de los que ya entraron. Cada uno de nosotros recibe una llave, solo con ella podemos abrir la puerta del paraíso. ¡No puedes entrar pidiendo llaves prestadas!

—¿Y dónde tengo mi llave, maestro?

—No te lo puedo decir. Tienes toda tu vida para encontrarla dentro de ti mismo.

El arte de escalar montañas

—Maestro, esta montaña es muy alta, nunca podré treparla.

—La montaña entera está en una sola de sus rocas. Si dominas esa roca puedes escalar la montaña, por alta que sea. Si eres capaz de llegar a la perfección en los detalles, realizarás la gran obra. Acaricia la piedra como si fuera humana, siéntela, toma en cuenta cada milímetro, dale tu completa atención. ¡Ahí donde crees que no hay amor, pon amor y obtendrás amor!

—Maestro, no logro hundir un clavo en esta roca tan dura, ¿qué puedo hacer?

—La roca es tu espejo: así como la trates, ella te tratará a ti. En su dureza busca su blandura. Deja que la piedra se abra al clavo como una flor al rocío.

—Maestro, trepo muy lento.

—Cada escalón que talles, te dará derecho a obtener otro. Si lo cavas mal, te deslizarás. Olvida la cima y perfecciona ese peldaño. En un paso te juegas el triunfo.

—¡Maestro, trabajé mal, he resbalado, cuelgo de una cuerda!

—¡No busques apoyo solo en las rocas! ¡Pon un pie en mi cara! ¡No me respetes: úsame! ¡Mi cabeza es un punto de apoyo, no te quedes pegado a mí, sigue hacia la cima!

—¡Maestro, por este camino más fácil logré avanzar!

—¡Ese camino es más fácil, pero no lleva a la cumbre!

Ícaro