La viuda silenciosa - Sara Blædel - E-Book

La viuda silenciosa E-Book

Sara Blædel

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Beschreibung

 Tras una larga excedencia, Louise Rick vuelve al trabajo como jefa de la recién creada Unidad Móvil de Investigación. La Policía de Fionia les ha pedido ayuda tras el asesinato de una posadera en Tåsinge, y es allí donde Louise conoce a su nuevo equipo por primera vez.  La policía no tiene muchas pistas sobre el asesinato, pero cuando Louise inicia un registro minucioso del primer piso de la posada, donde residía la víctima, encuentran algo que no encaja con el caso.   A Louise no le entusiasma, pero tiene que ponerse en contacto con Eik Nordstrøm, del Departamento de Búsqueda y Rescate. La última vez que se vieron fue en una playa de Tailandia cuando terminó su relación. Pero ella necesita su ayuda.   Louise le pide consejo a su amiga Camilla Lind, quien no parece especialmente interesada en el caso. Pero la muerte de un joven seis meses antes en Tåsinge despierta la curiosidad de Camilla y, gracias a su enfoque periodístico de la historia, llega a sus manos información relacionada con el caso de Louise que tanto ella como la policía desconocen.   Louise y Camilla se implican a fondo en el caso, y cuando acaban en una situación complicada y vulnerable, se dan cuenta de lo bueno que es hacer las cosas en equipo…  ---  « Una trama muy bien construida… un buen entretenimiento » . Fyens Stiftstidende   « Un thriller absolutamente fantástico ». Krimiormen   « Lo mejor de Sara Blædel en años » . Bogfidusen   « Una de las tramas más sólidas de la serie de Louise Rick » . Sidses Bogreol   « Un libro maravillosamente escrito » . Cats, books and coffee 

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La viuda silenciosa

La viuda silenciosa

Título original: Den tavse enke

© 2020 Sara Blædel. Reservados todos los derechos.

© 2024 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

Traducción Alexander Páez García,

© Traducción, Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

ISBN 978-87-428-1297-6

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Para Lars y Andreas.

Di un paso atrás, aturdida, e intenté darle sentido en silencio a lo que acababa de ocurrir. Paralizada, observé cómo la sangre fluía a cámara lenta por el suelo y se derramaba por las grietas de los tablones desgastados. El silencio zumbaba en mis oídos mientras observaba las motas de polvo parpadear suavemente con la luz que se filtraba por las ventanas.

Mi día había empezado temprano; el sol estaba bajo en el cielo cuando me senté a tomar mi café matutino y repasar las tareas del día. Había días buenos. Y también malos. Tenía el presentimiento de que este iba a ser bueno.

Incluso antes de los primeros golpes, ya sabía que estaba inconsciente. La adrenalina de la discusión palpitaba en mi cuerpo y me hormigueaban los músculos de los brazos, pero seguí golpeando.

Fue un ruido procedente de algún lugar lejano lo que me trajo de vuelta. Recogí a toda prisa la pesada tabla de cortar del suelo, al mismo tiempo que pensaba en lo impresionante que era que manara tanta sangre del pelo cobrizo, ya que la herida en la parte posterior del cráneo no era gran cosa.

Fuera, oí pasar un coche. Los sonidos normales de la vida cotidiana volvieron poco a poco y me di cuenta de que tenía que escapar. Rápido. Ni siquiera pensé en eliminar mis huellas. En realidad, no me importaba. Con la tabla de cortar bajo el brazo, salí del lugar. Pensé que todo había terminado. Ahora, por fin podría estar en paz.

1

—No reconozco ni un solo nombre de esta lista —masculló Louise Rick, y le tiró el papel a Søren Velin—. Llevamos mes y medio con esto de la nueva Unidad Móvil de Investigación. Hemos planificado, hemos discutido hasta la saciedad y nos hemos puesto de acuerdo. Pero ¿para qué narices sirve toda esa preparación si, de todos modos, vas a recoger los restos de varios distritos policiales y los vas a convertir en mi nuevo equipo?

Estaba tan enfadada que estuvo a punto de marcharse, pero se recompuso y le explicó con calma:

—Ninguno nos conocemos. No hemos trabajado juntos antes. No tenemos las bases para aprovechar los puntos fuertes de los demás. Acordamos que esto no pasaría.

El primer compañero que tuvo en Homicidios se encogió de hombros. Søren Velin llevaba muchos años en la Policía Nacional danesa. Entre otras cosas, era el responsable de la iniciativa de crear una nueva Unidad Móvil de Investigación para sustituir al ya extinto antiguo Equipo Móvil de Investigación. Tras el fracaso de la investigación del asesinato de un adolescente en Korsør, la responsabilidad de resolver el caso había recaído sobre los hombros de Velin, que había recibido apoyo y autorización para crear una unidad especial, un grupo de élite de investigación que pudiera desplegarse para ayudar a los doce distritos policiales del país en casos especialmente exigentes. La Unidad Móvil de Investigación era conocida coloquialmente como P13. Y Louise había sido seleccionada para dirigir la unidad que ayudaría a resolver casos de delitos violentos en todo el país.

—Sabes tan bien como yo que el Gobierno ha reducido a la mitad la Policía Nacional. Las cosas han cambiado.

—Vete al diablo —dijo Louise—. Renuncié a mi puesto de jefa de Homicidios para dirigir tu nueva Unidad Móvil de Investigación, y ahora que P13 por fin es una realidad y estamos a punto de intervenir, nos das la espalda y te retractas de todo lo que prometiste.

—Basta ya —le dijo, con las manos extendidas hacia ella con un gesto de súplica.

—Búscate a otra —respondió Louise, y se dirigió a la puerta.

—Te esperan en Odense.

—¡Te voy a decir una cosa! —Giró sobre sus talones y en un par de zancadas estaba justo frente a él—. No he aceptado este puesto para fracasar ni para tener una excusa para no estar en casa con mi hijo y las personas que me importan. Acepté el trabajo porque creo que puedo marcar la diferencia y contribuir a aumentar la tasa de detección. Ayudar a las comisarías atascadas en una investigación. Pero, maldita sea, no es algo que pueda hacer yo sola. Siempre hemos estado de acuerdo en formar un pequeño equipo con los mejores. El antiguo Equipo Móvil de Investigación era diez veces más grande que el que me has ofrecido, y el presupuesto era mucho mayor. Y he aceptado trabajar con los forenses y patólogos forenses locales, y que aún es demasiado pronto para vincular a un fiscal permanente a nuestra unidad. Pero joder, quiero a los mejores. A los mejores detectives, no a los tristes restos de los que las comisarías de todo el país quieren deshacerse.

—Te encontrarás con Grube en Odense; él te pondrá al tanto de los puntos fuertes y débiles de los miembros del equipo —dijo Velin con calma.

Louise negó con la cabeza mientras lo miraba.

—Llevamos mes y medio hablando de esto —repitió en voz baja—, hemos planeado cuidadosamente cómo podemos lograr que esto funcione para que esta Unidad Móvil de Investigación acabe siendo permanente. Para que creemos un departamento nacional de investigación del que podamos estar orgullosas. Y ahora que estamos tan cerca de lograrlo te echas atrás.

No tuvo tiempo de responder antes de que saliera de su despacho. Tenía razón en que nadie podía saber que la Policía Nacional se vería afectada por los recortes políticos cuando sentaron las bases de la nueva Unidad Móvil de Investigación. Tampoco podían saber si seguiría formando parte de la Policía Nacional a largo plazo. Todo dependía de hacia dónde soplara el viento con las decisiones presupuestarias que la policía esperaba que le concedieran. Pero la realidad era que no se había cancelado. Y Louise seguía al mando, así que fue directamente del despacho de Velin al garaje a recoger el coche de policía civil asignado a la nueva unidad de investigación.

Louise estaba sentada en el despacho de Velin cuando entró la llamada de emergencia aquella mañana. La víctima era la propietaria de treinta y ocho años de una posada en Tåsinge. La mujer había aparecido muerta en el suelo del comedor un día antes. Fue un vecino de la zona quien llamó a emergencias a las 10:48.

Louise no sabía mucho más, ya que aún no se había presentado ningún testigo. La Policía de Fionia, en Odense y Svendborg, trabajaba con la hipótesis de que podría tratarse de un asesinato por robo, pero aún no habían conseguido averiguar qué habían sustraído de la posada.

—¿Estás en casa? —preguntó cuando Jonas contestó al instante a su teléfono móvil.

—Todavía no —dijo su hijo adoptivo—. Pero he hablado con Eik para quedarme con él mientras estés fuera.

Louise le había dejado un mensaje cuando se enteró de que tenía que irse a Tåsinge.

—No —masculló—, no puedes. Quédate en el piso y cuida de Dina.

En cuanto lo dijo se dio cuenta de la dureza de sus palabras. A su perra labrador sorda le encantaba que Melvin cuidara de ella, pero el vecino del piso de abajo estaba muy ocupado con su novia, Grete Milling, que estaba en cama con una grave neumonía. La anciana estaba muy enferma; seguía con todos los síntomas y había estado hospitalizada unos días, pero la habían vuelto a enviar a casa, a pesar de que todo el mundo tenía claro que seguía muy mal. El vecino de Louise, de setenta y nueve años, tenía dificultades para cuidar de ella, aunque intentaba que no se notara.

—Pero me llevaré a Dina a casa de Eik, ya lo he hecho antes —protestó Jonas—. Ella y Charlie se llevan bien.

Sí, Louise se lo imaginaba. Menudo panorama con el pastor alemán de Eik, un perro policía jubilado de tamaño considerable, su perra Dina y luego Jonas, Steph —la hija de Eik— y el propio Eik en su diminuto apartamento de una habitación en Sydhavnen. Una vertiginosa sensación de desgana se agolpó en el pecho de Louise. No había visto a Eik desde que volvió de viaje.

La excedencia de seis meses que se habían tomado juntos. El viaje de ensueño con sus dos hijos adolescentes, que debería haber unido a la nueva familia, había roto el corazón de Louise. Había sentido tristeza y rabia a la vez cuando Eik le dijo que, a pesar de haberle propuesto matrimonio, no se sentía preparado para casarse.

—Quédate en casa —decidió Louise—. Melvin necesita tu ayuda, no tiene fuerzas para cuidar él solo de Grete mientras ella está en la cama.

Silencio en la línea.

—Será agradable —continuó Louise, conciliadora—. Podrás hacer puzles y leer historias. Siempre os lo pasáis bien juntos.

—Mamá, ¡tengo diecisiete años! —interrumpió.

—Bueno, ¿por qué no compones algo de esa música que tanto te apasionaba? —sugirió en su lugar. Todavía se le derretía el corazón cuando la llamaba mamá. Jonas vivía con ella desde los doce años y se habían convertido en un fuerte núcleo. Se había convertido en su familia, pero Melvin, que vivía en el piso de abajo, también formaba parte de ese núcleo, y ella sabía que Jonas lo consideraba su abuelo, así que sabía que podía presionar para que se quedara en casa.

—Dejé de hacer música hace mucho tiempo —respondió en voz baja.

Hubo una pausa, pero Louise no se dio por vencida. No soportaba el hecho de que él prefiriera irse con Eik.

—Encontraréis algo que hacer —dijo—, podéis pasar el rato juntos, por ejemplo. Te echó mucho de menos mientras estabas de viaje.

—Está bien —dijo Jonas finalmente—. Me quedaré aquí con Dina y ayudaré a Melvin, tal vez pida algo de comida y veamos una película.

—Genial —dijo Louise, sintiendo que le había ganado una batalla a Eik—, voy de camino a casa a hacer la maleta, pero no tendré tiempo de pasear a Dina. Me esperan en Odense y me quedaré atascada en el tráfico de la tarde, así que tengo que irme rápido.

—Yo la sacaré —dijo sin dudarlo, y de nuevo se sintió conmovida. Era una de esas batallas que nunca habían tenido que librar. Desde que la hembra de labrador de color claro entró en sus vidas, Jonas había cumplido su promesa de que pasearía con ella.

—Tendrás a un especialista en telecomunicaciones de mi comisaría —dijo el subinspector Grube mientras se sentaba frente a ella en el despacho impersonal de Hans Mules Gade.

Era la primera vez que Louise lo veía, y lo primero que pensó fue que no impresionaba demasiado. Era como si la Policía de Fionia estuviera a punto de hacer a P13 un regalo de valor incalculable en forma de un detective de treinta y un años.

Cuando Louise llegó a la comisaría de Odense, resultó que era la única que había llegado del equipo que Søren Velin había reunido para ella.

Estaba tan irritada que empujó con fuerza la silla contra la mesa. La primera del equipo era una joven sueca que se encargaría de toda la información digital, de telecomunicaciones, de las bases de datos y de la vigilancia, si es que había una sola cámara en todo Tåsinge, cosa que Grube no supo decirle.

—¿Qué experiencia tiene? —preguntó Louise, mirándole las sienes canosas y los ojos cansados mientras intentaba sonar neutral.

—Lisa Lindén es una de las mejores. Es de la Policía Central de Jutlandia, conseguí ficharla hace año y medio. No es ningún secreto que tenemos problemas de bandas y de drogas aquí, en la ciudad.

«No, no es ningún secreto», pensó Louise. Era una de las cosas por las que Odense tenía mala fama en los círculos policiales.

—¿Habla danés o solo sueco? —preguntó Louise, temiendo ya lo que podía perderse si Lindén se encargaba de las escuchas.

La miró con incredulidad antes de asentir despacio.

—Claro que habla danés, es de Holstebro. Creció en Herning, pero vivía en Holstebro cuando la convencí para que se trasladara a Odense. Ahora vive en Ringe con su pareja. Que también es danés, si tanto te importa.

«Touché», pensó Louise. Habían empezado con mal pie, y en gran parte era culpa suya. Se recompuso. Pero la decepción de que todo lo que le habían prometido se convirtiera ahora en un grupo de personas que ella tenía que hacer que funcionaran juntas eclipsó la alegría que acababa de sentir cuando llamaron a la Unidad Móvil de Investigación y le pidieron ayuda. Y se conocía lo suficiente como para saber que la decepción se debía principalmente a una cosa: le asustaba fracasar, no tener éxito y no resolver su primer caso. Tenía miedo de no estar a la altura.

Se dio cuenta de que Grube le hablaba mientras ella mantenía un diálogo consigo misma.

—Lange —repitió, paciente—. Viene de Hjørring. Erling llamó justo antes de que llegaras y preguntó si debía venir aquí o si debía reunirse contigo en Tåsinge.

—¿Y cuál es el perfil de Lange? —preguntó Louise, inclinándose ligeramente hacia delante en su silla, decidida a dejar atrás su actitud negativa.

Grube entrelazó los dedos y miró los papeles que tenía delante, pero no parecía que necesitara leer en voz alta, más bien quería que le salieran las palabras correctas.

—Es bueno con los detalles. Lo ve todo y entiende lo que encuentra el equipo forense. También recuerda lo que le dice la gente.

Louise asintió. Tenía que admitir que eso valía su peso en oro. La única vez que ella misma había estado destinada en el antiguo Equipo Móvil de Investigación, además del especialista en telecomunicaciones, había un agente de oficina que llevaba el control de todos los informes y, en general, supervisaba todo el caso. También había un detective que se ocupaba de los interrogatorios y las entrevistas, y otro que se centraba en la familia, así como un equipo de técnicos. Además de una persona que se enfocaba en la escena del crimen.

—Así que Velin y tú pensáis que él debe encargarse de los interrogatorios y de la escena del crimen —concluyó—. ¿Quién se ocupa de la familia?

—Tú —respondió de un modo que parecía natural—, y contarás con los técnicos forenses de Fredericia.

Se quedaron un rato en silencio mientras Louise esperaba a que continuara, pero no dijo nada más.

—Y, por supuesto, nos ocuparemos de las llamadas que recibamos —dijo, haciendo que volviera a sonar como un regalo.

Ella asintió. Era necesario que hubiera alguien allí para atender las consultas relacionadas con el caso. Alguien que tuviera una visión general y fuera capaz de evaluar qué pistas debían tomarse en serio y actuar en consecuencia. Y tenía que ser una sola persona y no diez diferentes.

—¿Significa esto que no habrá un agente de oficina en la unidad, sino que se gestionarán todos los informes desde aquí? —preguntó Louise, mirándolo.

Grube asintió con la cabeza.

—Es lo más fácil para todos.

—¿Y me informarán a mí a diario, o cómo crees que debemos coordinarlo para que no se pierda información?

—Me informan directamente a mí, y luego yo clasificaré la información y te transmitiré a ti la relevante —respondió.

Louise estuvo a punto de protestar, pero se contuvo.

—¿Quién más forma parte del equipo? —pregunto—. ¿El resto de los detectives son de aquí o también los traen de otras comisarías?

Al principio no pareció entender lo que quería decir, pero luego negó con la cabeza.

Louise sabía que la Policía de Fionia estaba falta de personal y que a menudo se veían obligados a cederlo a los otras comisarías. También sabía que Grube era conocido por decir una cosa y hacer otra, y que no defendía a sus agentes, por lo que, cuando se enteró de que iba a ayudar a la Policía de Fionia, ya había decidido que quería tener la menor relación posible con él.

—No habrá más de aquí, pero también estarán dos detectives de Svendborg, que estuvieron ayer en la escena. Ya han hablado con los huéspedes que se alojaron en la posada antes del asesinato.

Louise empezó a hacer cuentas. Además de ella, la nueva Unidad Móvil de Investigación estaba formada por una joven de nombre sueco, el tal Lange de Hjørring y los técnicos forenses de Fredericia. Y los dos policías de Svendborg.

—Tendrás una oficina aquí, en la comisaría, y creo que será más fácil para todos si yo me encargo de la prensa.

Louise se enderezó en su silla y se inclinó sobre la mesa.

—Eso no va a ocurrir —dijo con firmeza—. Mi gente y yo tendremos una oficina en la comisaría de Svendborg. No deberíamos perder el tiempo yendo y viniendo cuando hay una comisaría allí. Si tienes algún problema, no deberías haber pedido nuestra ayuda.

Ella lo miró a los ojos durante un rato, y al final él asintió.

Louise volvió a inclinarse hacia atrás.

—¿Puedes ponerte en contacto con Lindén para que empecemos con una sesión informativa? —preguntó—. Supongo que serás tú quien nos pondrá al día antes de que nos vayamos a Tåsinge.

—Lindén no se incorporará hasta mañana —dijo con pesar—. Su hijo está enfermo y se ha tomado el día de permiso, pero vendrá a trabajar mañana.

Louise se lo quedó mirando sin hablar.

—Entonces, supongo que encontrarás a alguien más que pueda empezar hoy. Ya llevamos un día de retraso. —«No voy a mencionar que las primeras veinticuatro horas son las más importantes en la investigación de un asesinato, porque él ya lo sabe», pensó irritada.

—No tengo a nadie más —dijo, mirando hacia la puerta como si fuera a aparecer alguien, pero no fue el caso.

Así que Lisa Lindén no había sido la primera opción. Tan solo podía prescindir de ella porque no se podía contar con la madre de un niño pequeño.

—¿Me hacéis un resumen? —repitió Louise—. ¿Quién me va a decir lo que tenemos hasta ahora? ¿O prefieres que esperemos a empezar la investigación hasta que tu gente esté lista para trabajar?

—Es mejor que hables con la Policía de Svendborg —dijo—. Solo sé que es la mujer que regenta la posada desde la muerte de su marido el año pasado. Vive sola en un apartamento encima del local. Murió a consecuencia de una hemorragia tras recibir uno o varios golpes en la cabeza. Es posible que fuera con un objeto pesado y de borde afilado. Tiene un corte curvo de diez centímetros de largo en la parte posterior de la cabeza que llega hasta el hueso del cráneo. Durante la autopsia se reveló que la víctima había tardado unos quince minutos en desangrarse. La fallecida tomaba anticoagulantes debido a un trombo en la pierna, que se produjo tras un vuelo de regreso de Tailandia hace dos años. Los técnicos siguen trabajando en la posada, pero aún no me han comunicado sus conclusiones.

Louise negó con la cabeza. ¿De qué mierda servía saber cuánto había tardado en morir la mujer si no podían decirle cuándo había muerto?

—¿Nombres? —preguntó Louise.

—Dorthe Hyllested.

—De tus detectives —dijo ella—. Con los que tengo que hablar. ¿Dónde me reúno con ellos, en la comisaría o en Tåsinge? ¿Dónde hay alojamiento disponible? ¿Alguien se ha encargado de reservar un lugar donde podamos quedarnos? No creo que Lange vuelva a Hjørring para pasar la noche.

—Os alojaréis en el hotel de Troense —dijo—. Las habitaciones ya están reservadas. Lindén se irá a su casa.

—Asegúrate de que tenemos una oficina disponible en Svendborg, y luego convoca a los agentes de policía con los que voy a trabajar para que podamos organizar una reunión informativa conjunta —dijo.

—Ten en cuenta que están bajo mucha presión en Svendborg —respondió—. Hay muchos problemas en la ciudad, y no es solo en la calle de los bares. No hay suficiente policía, y estamos hablando de peleas, violencia y drogas. Los jóvenes inmigrantes están causando estragos en la ciudad; vienen de Odense y hacen todo lo posible para entrar en el mercado de la droga, ya que es un negocio creciente. Svendborg puede sonar idílico, pero nada más lejos de la realidad. Esto es a lo que nos estamos enfrentando. La gente está asustada, y se queja de que no somos lo bastante visibles y de que no ponemos más policías en las calles, así que, para serte sincero, os he pedido ayuda porque, sencillamente, no tengo personal suficiente para investigar un asesinato.

Louise lo miró incrédula. Así que no se trataba de utilizar sus habilidades especiales de investigación. Tan solo se trataba de conseguir mano de obra extra para no tener que renunciar a un equipo para una investigación y, por lo tanto, sobrecargar aún más el trabajo diario de la comisaría.

—No creo que esto lleve mucho tiempo —continuó Grube, impertérrito—. Probablemente se trate de un caso de robo con violencia; si ha desaparecido algo de la posada, no tardará en aparecer en webs de segunda mano, y si no, es obvio que hay que investigar las relaciones de la víctima, quizá sea tan simple como un tema de celos. Es probable que su círculo social esté en el barrio. Ha vivido en la posada durante los últimos ocho años, desde que ella y su marido se hicieron cargo del lugar.

Louise se había levantado. Es probable que tuviera razón, la inmensa mayoría de los homicidios se clasificaban como homicidios en los que la víctima y el autor se conocían.

—¿Tienes la dirección de la posada? —preguntó, dándose cuenta ahora de que no sacaría nada de él. Lo único que sabía con certeza era que las cruciales primeras veinticuatro horas de la investigación se habían perdido.

—Al llegar a Bregninge, conduce hacia Vornæs y luego coge el desvío en Strammelse. La posada no está lejos de la carretera principal, no tiene pérdida.

Se preguntó si el GPS habría llegado a la Policía de Fionia, pero supo que él no se molestaría en buscar la dirección y que sería más rápido guiarla.

—¿Y tu equipo me esperará allí? —preguntó Louise. Eran las tres de la tarde, así que a Lange aún le quedaban un par de horas para llegar.

Por primera vez, Grube la miró con pesar.

—No estoy seguro de que haya nadie allí ahora mismo. Si los técnicos han terminado, se habrán ido.

—Pero ¿qué pasa con los detectives? —preguntó—. ¿Tienen a gente para interrogar en comisaría o siguen por el barrio haciendo preguntas?

—Le pediré a Niklas y a Lene que se reúnan contigo allí y que te pongan al día. Tal vez quieras ir al hotel antes de acudir a la escena del crimen, en cuyo caso coincidirás con Lange. Y así aprovecháis para hacer una sesión informativa conjunta.

Louise recogió su bolsa de fin de semana del suelo y negó con la cabeza.

—No —dijo—. No voy a registrarme primero. Prefiero ir y ver lo que ha pasado. Ver el lugar y conseguir una lista de las personas con las que han hablado tus hombres. Por favor, haz que tus detectives se reúnan conmigo allí. Yo me encargaré de la investigación a partir de aquí.

Le sostuvo la mirada hasta que él asintió lentamente.

2

Strammelse Kro era una casa encalada de dos plantas con tejado de tejas rojas y una extensión de una sola planta que parecía albergar una serie de habitaciones. La posada estaba situada junto a una pequeña carretera con anchas zanjas a lo largo de los campos. Louise se había desviado por un corto camino de tierra para llegar al aparcamiento, que estaba al borde de una gran zona boscosa. Frente a la posada, los campos se extendían en un idílica escena campestre que hizo que Louise se detuviera a disfrutar de la vista un momento antes de cerrar el coche y caminar hacia el edificio.

Tras dar un paseo por el lugar, se dio cuenta de que estaba desierto. Ni rastro del trabajo de los técnicos. No había barreras en la puerta ni en el aparcamiento.

—Aficionados de mierda —murmuró, con ganas de llamar a Søren Velin y decirle que el subinspector Grube los había engañado y había utilizado el P13 para conseguir más personal.

En ese momento, un coche de policía se detuvo a su lado. Un hombre de unos treinta años y una mujer que parecía algo mayor que Louise se bajaron y se acercaron a ella.

—¡Louise Rick! Soy Lene Borre, y este es mi colega Niklas Sindal —dijo la mujer con energía, y le tendió la mano—. Estamos contentos de que nos hayan enviado la ayuda, pero pensábamos que tardaría unos días en llegar. Así que es estupendo que ya estés aquí.

«Sí, para que puedas volver a tu escritorio», pensó Louise, que estrechaba su mano cuando la palmada en la espalda de Niklas la pilló desprevenida. Había cerrado el coche y estaba junto a ellas.

—Conozco a Kim Rasmussen, que ahora es subinspector en Holbæk, y fuimos juntos a un curso de formación en interrogatorios cognitivos. Así que ya he oído hablar de ti.

Louise lo miró fijamente, intentando parecer neutral. Una cosa era que él supiera lo de su expareja, pero no le entusiasmaba que hubieran hablado de ella.

—No habéis acordonado la zona —declaró ella, ignorando su consabido arrebato.

Lene y Niklas intercambiaron una mirada fugaz y comenzaron a caminar hacia la puerta trasera de la posada.

—Llevamos aquí todo el día —dijo Lene. El tono de su voz se había ensombrecido, era menos amistoso—. Los técnicos seguían aquí cuando llegué hace treinta minutos para recoger a Niklas. No pusieron cinta porque les dije que quería volver. Y nos dijeron que estabas de camino.

—Lo siento, no quería decirlo así —dijo Louise, aunque era exactamente lo que había querido decir. «Un desperdicio de recursos», pero la forma en que Lene los defendió le hizo pensar que en realidad no sonaba como una vaga excusa, sino más bien como una explicación real.

—Esperaba que pudiéramos empezar con una reunión informativa para ponerme al día, pero Lange no llegará hasta dentro de una hora, así que quizá podríais enseñarme la escena del crimen. ¿Han terminado los técnicos o tenemos que ponernos trajes antes de entrar?

—Ya han acabado —respondió Niklas, y abrió la puerta.

Entraron a un amplio pasillo en el que, a un lado, una puerta daba a la cocina de la posada y, en el lado opuesto, a un comedor más grande, con manteles, servilletas y velas en los estantes más cercanos al pasillo. Más adentro, había tronas apiladas y adornos de mesa secos. Louise siguió a los dos detectives hasta la cocina.

Niklas llevaba un maletín negro bajo el brazo y se dirigía hacia una puerta batiente que daba al comedor cuando Louise lo detuvo. Las ventanas de la cocina de la posada daban al aparcamiento y a la linde del bosque. La cocina estaba ordenada y el lavavajillas industrial, apagado. Había una pila arrugada de paños de cocina sobre la mesa de acero brillante, junto a los dos grandes frigoríficos, y Louise se dio cuenta de que no habían vaciado el cubo de la basura. Pero, a pesar de las superficies limpias, era evidente que el equipo forense había estado trabajando. Todavía había marcas en el suelo, donde habían tomado huellas de zapatos, y también habían buscado huellas dactilares, sobre todo en la puerta batiente.

—¿Me resumís lo que sabemos hasta ahora? —preguntó—. Solo en términos generales, y luego entramos en más detalles cuando Lange se una a nosotros.

Niklas se dio la vuelta cuando Lene cerró la puerta tras ellos.

—Ella estaba allí —dijo, señalando hacia el comedor.

—¿Quién es el hombre que la encontró? —preguntó Louise, y se dirigió hacia la puerta. La siguieron hasta el comedor en penumbra. Louise miró las vigas vistas del techo y las acuarelas enmarcadas de las paredes; en las mesas había farolillos con velas de té y jarrones con flores secas. «Muy femenino», pensó.

—Jack Skovby, treinta y nueve años. Vive en Nørre Vornæs y nació aquí, en Tåsinge. Cuando hablamos con él, nos dijo que tenía una empresa llamada Skovby Enterprise. Viene dos veces por semana a cortar el césped y, desde que murió Nils, el marido de la víctima, ayudaba a Dorthe con los trabajos ocasionales. Cuando vino ayer, fue para cortar el césped y hacer algo en el jardín, pero antes de empezar pasó a ver si había algo más de lo que tuviera que ocuparse.

—Y entonces encontró a Dorthe Hyllested en el suelo —concluyó Louise.

Niklas asintió.

—Comprobamos su coartada; venía directamente de una gran granja de Bjernemark, donde estaba reparando un invernadero. Así lo confirmó la propietaria de la granja, Helene Funch. Dice que se fue sobre las 10:40.

Louise asintió.

—Eso no lo descarta, ¿verdad? —dijo, mirándolos.

Lene negó con la cabeza.

—Supongo que no, pero tengo que añadir que no parecía alguien que se hubiera inventado algo cuando llegamos. Parecía sorprendido de verdad. Es más, la sangre ya había empezado a secarse. Supusimos que llevaba muerta al menos media hora cuando la encontró. Pasaron otros veinte minutos desde que llegamos hasta que vinieron los técnicos. Y la evaluación del forense fue que llevaba muerta al menos una hora.

—¿Qué sabemos de Jack Skovby? —preguntó Louise. Volvió de la puerta hacia la recepción, que era un pequeño espacio con un mostrador.

—Parece que todo el mundo conoce a Jack. Era un buen amigo de Nils y, como ya he dicho, ayudaba a Dorthe a mantener la posada tras la muerte de su marido.

—¿Y qué sabemos de ella? —Louise se sentó con los otros dos en una de las mesas de la ventana. La pequeña carretera rural que pasaba por delante de la posada parecía desierta.

Lene empezó a hablar.

—Dorthe Hyllested era de Thisted. Era la propietaria y regentaba la posada con su marido, Nils, hasta que este falleció tras una caída a principios de año.

Guardó silencio un momento y miró a Niklas.

—Su marido estaba encalando la chimenea aquí, en el edificio principal —continuó, señalando el techo por encima de ellos—. Perdió el equilibrio en la escalera y cayó.

—Desde la muerte de su marido, Dorthe llevaba sola la posada. No tenemos constancia de ningún problema aquí; la mayoría de los huéspedes son turistas que visitan la zona. Ahora estamos entrando en la temporada más tranquila, pero hasta las vacaciones de otoño la posada suele tener un buen número de visitantes.

—¿Habéis tenido tiempo de hablar con todos los huéspedes que se alojaron en la posada del lunes al martes? —preguntó Louise. Ambos asintieron. Lene Borre preguntó si Louise quería subir a ver las habitaciones.

Los tres se levantaron y se dirigieron hacia las escaleras situadas frente a la recepción.

—Hemos localizado y hablado con todos ellos —dijo Lene mientras subían los escalones enmoquetados. En la pared colgaban varias de las acuarelas que Louise había visto en el comedor; también había ramos de lavanda seca que alguna vez podrían haber sido fragantes, pero ahora tan solo colgaban allí.

Louise se detuvo un momento y miró a su alrededor al llegar arriba. Las paredes estaban pintadas de un verde apagado, y sobre la escalera había un jarrón alto con juncos, y de nuevo había acuarelas enmarcadas.

—Ocho de las habitaciones estaban alquiladas la noche anterior al asesinato —explicó Lene mientras caminaban por el pasillo—. Hay que admitir que es una buena cifra para los primeros días de la semana y fuera de temporada.

Hubo algo en el tono del detective que hizo que Louise se diera cuenta de que no estaba en una posada de poca monta.

Louise se detuvo y miró dentro de una de las habitaciones. Una cama con una colcha de flores sobre los pies y un par de cojines naranjas sobre las almohadas. Acogedor de una manera que era elegante en los noventa; aquí aún funcionaba, incluso el gran abanico decorativo que colgaba sobre el cabecero de la cama.

Varias de las puertas de las habitaciones estaban abiertas. Los colores de las paredes variaban, pero el estilo era el mismo. No era del todo anticuado, pero tampoco contemporáneo. Louise pensó que podría ser un reflejo de los dueños de la posada. Si es ellos fueron los que renovaron la posada después de hacerse cargo. En realidad, era refrescante que las habitaciones tuvieran personalidad, a diferencia de los hoteles que intentaban ser lujosos, pero acababan siendo fríos e insulsos.

Acuarelas y adornos; Dorthe Hyllested no había sido indiferente a la decoración, pero tampoco había intentado que fuera elegante, austera y moderna.

—Dos de las habitaciones las reservó un albañil de Svendborg —continuó Lene. Se había detenido mientras Louise echaba un vistazo a las habitaciones—. Su empresa está haciendo grandes renovaciones en una granja cerca del castillo de Valdemar.

Louise se detuvo un momento.

—¿No es igual de rápido ir en coche de Svendborg al castillo de Valdemar que desde aquí? —preguntó.

Niklas asintió.

—Pero es más barato alojarse aquí que en un hotel de Svendborg —respondió.

—¿Asumo que utiliza mano de obra extranjera y no obreros locales? —preguntó Louise.

Ambos detectives asintieron.

Algunas de las habitaciones del fondo eran individuales. Eran estrechas y no tenían adornos. Louise se fijó en que no todas las habitaciones tenían baño. Los huéspedes de las habitaciones sin baño habrían estado más tiempo en el pasillo que los de las otras habitaciones, por lo que era más probable que hubieran notado algo.

Pidió a Niklas que examinara detenidamente los testimonios de los albañiles y tal vez incluso volviera a hablar con ellos si no habían dado la debida importancia a lo que podrían haber notado mientras pasaban por el pasillo hacia el baño compartido.

Frente a las habitaciones individuales había una puerta que daba a un cuarto de baño grande y anticuado. Una cabina de ducha y un lavabo con una alfombrilla de baño debajo. El asiento del inodoro estaba cubierto con una funda a juego con la alfombrilla. Hacía mucho tiempo que Louise no veía ese estilo; había una toalla en el suelo y estaba claro que no se había limpiado desde que los huéspedes habían dejado la posada.

—Los albañiles se marcharon antes de que se sirviera el desayuno —le recordó Niklas—, y la noche anterior al asesinato no volvieron a sus habitaciones hasta tarde. Ninguno de ellos parece haber estado en contacto con los otros huéspedes.

—Inténtalo de todos modos —respondió brevemente—. Averigua si conocían a alguien más en la posada. Si venían aquí con regularidad, es posible que reconocieran a alguien. —Pensó que algunos de los huéspedes habituales podrían haberse dado cuenta si hubiera habido problemas internos o con algunos de los otros huéspedes.

—Conocían a Dorthe, por supuesto —respondió—. Llevan viviendo aquí algo menos de dos semanas. Pero no sé si conocían a alguno de los otros huéspedes. Lo averiguaré.

—¿Estaba alguno de los otros huéspedes en la posada cuando ocurrió el asesinato? —preguntó Louise. Habían llegado a las escaleras y empezaron a bajarlas.

—No, todas las habitaciones estaban vacías. Los albañiles que se alojaban durante la semana ya se habían marchado y había dos parejas de ancianos que habían reservado dos habitaciones hasta el jueves, mientras que el resto de los huéspedes habían vuelto a marcharse. Los ancianos viajan juntos y fueron a Tåsinge para participar en una de esas guías históricas que siguen los pasos de Elvira Madigan y Sixten Sparre. Salieron de la posada a las 9:30 de la mañana y no regresaron hasta última hora de la tarde, cuando les informaron de lo ocurrido.

—¿Así que el asesinato ocurrió entre las 9:30 y las 10:48, cuando se hizo la llamada a emergencias?

Niklas negó con la cabeza. Ya abajo, se sentaron de nuevo alrededor de la mesa.

—La habitación cinco no salió de la posada hasta alrededor de las diez de la mañana, y en ese momento Dorthe estaba en la recepción —dijo.

«Cuarenta y cinco minutos antes de que Jack Skovby llamara a emergencias», anotó mentalmente Louise.

—¿Todos los huéspedes tienen coartada para la hora del asesinato? —preguntó.

No contestaron enseguida, pero Lene asintió.

—De hecho, creemos que sí. Por desgracia, debo decir. Una de las tres habitaciones restantes estaba ocupada por una pareja joven que iba a visitar a los padres de ella en Langeland; se habían marchado un día antes para pasar la noche en la carretera, divertirse un poco y reponer fuerzas para la visita, como dijo el joven. Los suegros confirmaron que llegaron sobre las 10:30 de la mañana. La habitación ocho estaba ocupada por un hombre de negocios con domicilio en Hørsholm. Llegó el día anterior y solo se quedó una noche. Salió de la posada hacia las 9:20 y su matrícula quedó registrada por el peaje del puente del Gran Belt, por donde pasó una hora más tarde. Los últimos huéspedes son una pareja alemana que viajaba a Odense. Aún no lo hemos confirmado, pero sabemos que llegaron al Hotel Grand a las dos de la tarde y hemos hablado con ellos. Dicen que pasaron por el castillo de Egeskov de camino y almorzaron en Odense antes de llegar al hotel, y estamos en vías de confirmarlo.

Louise asintió, parecía que tenían a los huéspedes bajo control.

—¿Cuántos empleados hay aquí?

Lene fue quien contestó.

—Dos —dijo—. Eva Nørgaard es la encargada de las habitaciones. Cuando Nils murió, Dorthe se hizo cargo ella misma del desayuno; antes, solo se encargaba de la recepción y de servir en el comedor. Y luego está Jon, que es el cocinero. No llega hasta la una de la tarde, cuando empieza a preparar el menú.

—No abren para comer, pero Dorthe sirve café y pasteles por la tarde —añadió Niklas.

—¿No necesitan más de un cocinero para mantener el restaurante? —preguntó Louise.

Lene negó con la cabeza.

—El restaurante cierra los domingos y los lunes, así que Jon se ocupa del resto de la semana. Era propietario de un restaurante en Svendborg hasta que sufrió estrés hace unos años. Así que estar aquí en las afuera le viene bien; fui yo quien habló con él ayer. Está destrozado y al principio no quería creer que hubiera le pasado nada a Dorthe. Parece que todos los trabajadores la apreciaban y querían mucho.

—Así que el restaurante estaba cerrado la noche anterior al asesinato —afirmó Louise. Asintieron y le explicaron que Dorthe solía remitir a sus huéspedes al hotel de Troense, donde se alojarían Louise y Lange. «Si es que Lange aparece», pensó ella, mirando el reloj.

—Allí el restaurante abre los siete días de la semana, incluso para el almuerzo. Y tienen un menú delicioso —añadió Niklas, ya que él mismo había comido allí hacía unas semanas—. El hotel está situado junto al puerto deportivo. La estancia será placentera.

Louise ignoró el último comentario y preguntó si los empleados estaban en la posada cuando ocurrió el asesinato.

—No —respondió Lene—, Eva solo viene por la mañana, y cuando no hay huéspedes, decide su horario. Solo es necesario que las habitaciones estén listas a partir de las dos de la tarde. Por supuesto, se sorprendió mucho cuando se enteró de lo ocurrido.

—¿Eva viene todos los días?

—Tiene dos días libres a la semana, pero suelen organizar sus días libres en función de la carga de trabajo —respondió Lene—. En verano contrataron a una ayudante extra para limpiar las habitaciones, pero la joven renunció a mediados de agosto.

—Y los días que Eva no está, ¿quién se encarga de las habitaciones? —preguntó Louise.

—Dorthe —respondió Lene.

—¿Por qué no huelo a café? —se oyó de repente desde la cocina, y un tipo grande y canoso entró por la puerta giratoria.

Louise no había oído llegar el coche ni la puerta trasera abrirse. Lange se acercó a ellos con la mano tendida y una expresión de curiosidad puesta en el trío.

—Lange —dijo, saludando por turnos y asintiendo con la cabeza mientras cada uno se presentaba.

Lo primero que notó Louise fue que no parecía ser de los que intentan destacar. Y no notó diferencia alguna en su actitud al saludar a Niklas y a las dos mujeres. «Hasta aquí todo bien», pensó, y le dio la bienvenida.

—Hay una cafetera junto al pequeño cubículo con la vajilla —dijo Lene, y añadió que ella también quería una taza.

—De hecho —dijo Niklas, cuando los cuatro se habían sentado a tomar una taza de café—, parece que no tenemos demasiado. No tenemos testigos que estuvieran en o cerca de la posada cuando ocurrió el asesinato. Nadie vio a nadie llegar o salir del lugar durante esa franja de tiempo. Sin contar a Jack Skovby, que encontró a la víctima.

Levantó las manos en señal de disculpa, como si fuera él quien hubiera cometido el error.

—Y aún no hemos averiguado si se han llevado algo. Según las personas con las que hemos hablado hasta ahora, no hay un motivo evidente para el asesinato. Los técnicos están trabajando con los indicios recogidos. Sobre todo buscan sangre de alguien que no sea la víctima y, por supuesto, están buscando ADN ajeno en la sangre de Dorthe. Aún no se ha encontrado el arma del crimen. Esta es, en pocas palabras, nuestra situación.

Niklas abrió su maletín y sacó un ordenador portátil. Los cuatro se inclinaron sobre la mesa para ver las imágenes de la escena del crimen en la pantalla.

Dorthe Hyllested estaba tumbada bocabajo, con los dos brazos estirados hacia arriba, como si la hubieran tirado y hubiera intentado recuperar el equilibrio con los brazos. Tenía la cara girada hacia la pared del fondo del comedor. En los primeros planos, Louise vio cómo el pelo le tapaba los ojos y se le pegaba al cuero cabelludo. En la siguiente imagen, un forense con un dedo envuelto en un guante de látex le levanta el labio superior para revelar una hilera de dientes destrozados.

—«Dorthe Hyllested, treinta y ocho años. De complexión delgada, pelo cobrizo y un pequeño tatuaje de un corazón en la muñeca izquierda» —leyó Lene en voz alta—. Por lo demás, ninguna característica especial según dice el informe. El lugar del hallazgo coincide con la escena del crimen —continuó, señalando el enorme charco de sangre bajo la cabeza de Dorthe—. Todavía estamos esperando el informe forense, pero durante la autopsia no parecía haber ninguna duda de que había muerto desangrada a consecuencia de los golpes en la cabeza, que le causaron una profunda herida lacerante. Por supuesto, esto debe confirmarse antes de que pueda registrarse como la causa final de la muerte.

Louise se levantó y se acercó al lugar marcado, donde una mancha oscura, ya seca, mostraba dónde había estado la cabeza de la víctima. El informe no aclaraba si Dorthe Hyllested iba desde el comedor a la recepción cuando la golpearon por detrás o si iba de la recepción al comedor. Tampoco estaba claro si había signos de lucha. El informe solo indicaba que las mesas y las sillas no se habían movido ni dañado. «Así que no parece que se peleara con su atacante», pensó Louise, que especuló que la habían cogido desprevenida y no estaba preparada para el ataque.

Además del golpe o golpes en la nuca, que probablemente la derribaron, era posible que después hubiera recibido otro golpe que le dañó los dientes mientras estaba en el suelo. O podría haber ocurrido como consecuencia de la caída. Pero, de nuevo, era una suposición. Tenían que esperar al informe final del forense.

3

Louise miró la hilera de mesas cubiertas con manteles verde oliva; solo estaban puestas las de atrás. Las demás habían sido retiradas y unos cuantos manteles limpios estaban apilados en la mesa cerca del lugar donde Dorthe había caído al suelo.

—Estaba poniendo las mesas después del desayuno —dijo, aunque era un comentario innecesario. Era probable que los demás también se hubieran dado cuenta. Pero intentó visualizarlo. Los huéspedes se habían marchado, el desayuno se había retirado de la mesa alargada que bordeaba la pared, que debía ser el bufé del desayuno. La cocina estaba ordenada. Dorthe lo había guardado todo y había empezado a preparar de nuevo el comedor.

—¿Y la familia? Supongo que todos han sido informados.

Niklas asintió.

El día anterior, el asesinato había sido la gran noticia en los periódicos digitales. Como solía decir su antiguo jefe de Homicidios, se podía leer sobre un asesinato antes de que el cuerpo se hubiera enfriado. Y en este caso casi era cierto. El caso de asesinato estaba en portada. No era un titular llamativo, pero estaba ahí. A Louise le pareció bien que Grube informara a la prensa. Por su bien, podía seguir manteniendo este contacto hasta que ella misma se hubiera familiarizado debidamente con el caso.

—No tenían hijos —dijo Lene Borre—. Tiene una hermana en Thisted y sus padres viven a las afueras de Holstebro, pero no tiene más parientes. Los suegros viven en Herning, al igual que un cuñado, mientras que el otro vive en algún lugar de Copenhague. Ayer hablamos con los padres y la hermana de Dorthe, y anoche estuvimos en contacto con sus suegros.

—¿Sabía alguno de ellos si había comenzado una nueva relación tras la muerte de su marido?

—No —respondió Lene—. Parece que es sobre todo su hermana la que mantenía contacto, y no sabía nada de que Dorthe hubiera encontrado novio o hubiera empezado a salir con un hombre. La hermana cree que no se había recuperado del todo de la muerte de su marido. Se había vuelto más retraída —dijo—, y no se habían visto mucho. Dorthe invitó a la familia a una comida de Pascua en la posada, y luego ella misma viajó a Holstebro cuando su madre cumplió setenta y cinco años en julio, pero su hermana no la ha vuelto a ver desde entonces. Se enviaban mensajes de texto y se daban me gusta mutuamente en Facebook e Instagram.

Louise tomó nota de que Lise Lindén tendría que rebuscar en las redes sociales de Dorthe cuando empezara a indagar en la vida digital de la víctima.

—¿Y no se ha encontrado nada en la posada que pudiera estar relacionado con el asesinato? —preguntó Lange, sacándola de sus pensamientos. La reticencia inicial que Louise había sentido al serle asignado un tipo mayor de Jutlandia del Norte ya se había evaporado. Había observado a Lene con mirada intensa mientras se encargaba de la sesión informativa que Louise había iniciado. Y asentía despacio, tomando notas en una libreta que había sacado sobre la mesa. Además, le llamó la atención que no hubiera comentado que se le había asignado el caso junto con la recién creada Unidad Móvil de Investigación. No se había quejado de tener que salir de casa sin saber cuánto duraría el caso. O que sin duda implicaría largas jornadas de trabajo sin fines de semana libres. Se había presentado con una actitud positiva y se había entregado a fondo.

Habían acabado de ver las fotos de la escena del crimen en el ordenador, que ahora estaba en el centro de la mesa con una imagen congelada de la víctima, que había sido puesta bocarriba y miraba fijamente a la nada. Desagradable, brutal. Louise volvió a sentarse.

—¿Han registrado toda la posada y todas las habitaciones? —preguntó, mirando a Lene y Niklas.

Ambos asintieron.

—¿Se ha interrogado a los vecinos de la zona?

Lene volvió a asentir y dijo que habían hablado con los pocos habitantes de Strammelse; todos conocían a Dorthe, por supuesto.

—Si hay alguien con quien no hayamos hablado, podemos suponer sin temor a equivocarnos que ha sido entrevistado por los periodistas. Durante toda la tarde y hasta la noche de ayer, pulularon por los alrededores.

—Pero es como si hubieran perdido las ganas ahora que está claro que no hay duelo, hijos afligidos o drama de celos en el que ahondar. Tampoco parece que hayan conseguido más de lo que ya sabemos, que Dorthe Hyllested era muy querida y dirigía su negocio con entusiasmo.

—Como has mencionado antes, también nos hemos centrado en si podría tratarse de un tema sentimental —continuó Niklas—, pero no hay indicios, y no parece que ninguno de los vecinos haya visto u oído que ella estuviera con alguien nuevo después de Nils. Nadie ha visto cambios en la posada. O que alguien de fuera haya empezado a venir por aquí. Hay un club de la tercera edad en la ciudad; suelen venir a tomar café y tarta el primer domingo de cada mes. Estuvieron aquí el domingo y todos conocen a Dorthe, pero aún no hemos hablado con ellos.

Louise los miró.

—¿En qué estáis pensando? —preguntó.

—Creo que tenemos que interrogarlos a todos —se apresuró a decir Lange—. Tenemos que hablar con ellos una vez más para averiguar si tenía alguna relación con alguien. O si alguien pudo haberse sentido ofendido. ¿Quizá debía dinero?

—Y tenemos que analizar a fondo las finanzas de la posada —dijo Lene.

Louise asintió; estaban de acuerdo en que lo primero que había que hacer era encontrar a las personas con las que Dorthe había tenido alguna relación.

—De acuerdo. Lo más probable es que sea alguien de su círculo cercano —admitió. Les habló de Lisa Lindén, a quien resultó que los tres conocían.

—Grube ya ha conseguido una orden judicial. Mañana haré que Lindén obtenga información del teléfono de Dorthe Hyllested, busque en sus redes sociales y consiga acceso a las cuentas bancarias privadas de la víctima. Y luego tendrá que revisar las finanzas de la posada y toda la correspondencia electrónica.

Louise se levantó.

—Si no encontramos pistas que seguir, habrá que ponerse manos a la obra y buscar un motivo personal. Lo dejamos por hoy —dijo, y se volvió hacia Niklas—. Envíanos todos los informes, las declaraciones de los testigos y las fotos de los técnicos. Sin omitir nada. Los cuatro tenemos que releer todos los informes para que, cuando nos volvamos a reunir mañana, no se nos haya escapado ni un solo detalle. Envíaselos también a Lindén.

—A sus órdenes, jefa —exclamó Niklas, y Louise lo miró molesta.

—Nos reuniremos aquí mañana a las ocho y veremos todo lo que tenemos hasta ahora.

Los demás asintieron y Niklas permaneció en silencio.

Lange vació su taza de café y sugirió a Louise que volviera con él al hotel, de modo que solo usaran un coche. Iba a protestar, pero se dio cuenta de que tenía sentido.

—¿Quieres que cierren la posada? —preguntó Niklas mientras estaban en el aparcamiento.

Louise asintió, satisfecha de que pareciera un caso por el que los medios de comunicación perdían interés con relativa rapidez. La dueña de casi cuarenta años de una posada en una pequeña población no vendía periódicos.

—A las ocho en punto —repitió. Estaba a punto de subir al asiento del copiloto del Volvo de Lange cuando sonó su móvil, y Jonas apareció en la pantalla.

—Hola —contestó, alegre.

—Grete está otra vez ingresada —explicó con voz cansada—. Melvin está muy disgustado, pero dice que es mejor que me vaya a casa a dar de comer a Dina en vez de quedarme aquí con ellos mientras esperamos a que venga un médico a verla.

Louise sintió una punzada de culpabilidad e involuntariamente miró el reloj. Podía estar en el hospital en dos horas y media si no había tráfico. Pero entonces no le daría tiempo a leer nada sobre el caso y no dormiría mucho antes de tener que estar lista para poner en marcha a su equipo de investigación al día siguiente.

—¿Qué dicen en el hospital? —preguntó, preocupada.

—Ni siquiera la han examinado todavía. Está tumbada en una cama aquí, en el pasillo, y no saben cuánto tiempo tardarán. Estábamos a punto de comer cuando apareció el médico de urgencias. Melvin lo había llamado justo antes de que yo llegara a casa del instituto. Lo único que dijo el médico fue que parecía que había empeorado bastante, y luego se la llevaron en ambulancia. Melvin y yo cogimos un taxi hasta aquí.

Hablaba deprisa y su voz era varios tonos más aguda que de costumbre. Louise sabía que no habría cambiado nada si Jonas la hubiera llamado por la tarde, ella no habría vuelto a casa. Y tampoco podía hacerlo ahora.

—Creo que Melvin tiene razón —dijo en tono tranquilizador—, vete a casa y lleva a Dina a dar un paseo. Ahora mismo no podemos hacer más que esperar a ver qué dicen los médicos. Está en buenas manos, y eso es lo más importante. Hablaré con Melvin para saber qué está pasando. Pero asegúrate de comer algo, puedo mandarte dinero. Y confía en que la tratarán y todo volverá a ir bien. Es una neumonía, pero puede pasar factura a las personas mayores.

—¿Se va a morir?

—No, por supuesto que no se va a morir —exclamó Louise—, probablemente tendrá que someterse a un tratamiento intensivo con penicilina, que puede cansarla y quizá dejarla aturdida, pero eso reducirá la infección. Así que lo más importante ahora mismo es que reciba tratamiento y descanse. Todo irá bien, te lo prometo.

Se hizo el silencio por un momento.

—¿Crees que debería comprar algo para Melvin? Algo de comida. No le dio tiempo a comer nada, ya que todo pasó muy deprisa.

—Pregúntale si hay algo que le apetezca —respondió ella, reconfortada por la atención.

Había subido al coche de Lange y no se había dado cuenta de que habían salido de la posada. Conducían por delante de un pequeño puerto deportivo y el Hotel Troense apareció por detrás; allí era donde se alojaban. La había dejado tranquila mientras hablaba con Jonas, ni siquiera parecía que estuviera escuchando. Cuando dejó el móvil y él apagó el motor, le preguntó si estaba bien.

Louise asintió antes de bajarse y coger su bolsa de fin de semana, que él sacó del asiento trasero.

—Es mi vecino de abajo —explicó—. Somos como una familia. Su pareja ha sido hospitalizada y no es fácil para él. Tiene casi ochenta años.

—Puedes volver a casa y pasar tiempo con ellos —dijo—, los demás sabemos lo que tenemos que hacer.

Louise negó con la cabeza.

—De todas formas, no puedo hacer nada por ellos —dijo, y lo siguió hasta la recepción. Al entrar, sonó una campanilla sobre la puerta y los recibió un abrumador olor a cebollas fritas que provenía del restaurante.

Se acercó a la entrada del comedor y miró dentro. Casi todas las mesas estaban ocupadas y sintió una punzada de hambre en el estómago. Volvió al mostrador de recepción y saludó a una joven que apareció en la puerta para registrarlos. Fue Lange quien habló, y poco después les entregó unas llaves.

—No quiero ser descortés ni maleducado —dijo mientras se incorporaba con su bolsa de viaje en la mano—, pero, si no te importa, voy a pedir algo de comida para llevarme a la habitación y a sumergirme en el caso mientras ceno. Ha sido un día largo.

—Por supuesto —dijo Louise, y asintió conforme. Nada le apetecía menos que sentarse frente a un desconocido y entablar una conversación por cortesía.

Empezó a subir las escaleras que había junto a los estantes de folletos turísticos y ella lo siguió. Cuando llegaron al pasillo y estaban a punto de separarse, se volvió hacia ella.

—¿Seguro que estás bien? —volvió a preguntar, mirándola.

Se recompuso y sonrió.

—Sí —le aseguró. Un pastel de carne picada y una copa de vino tinto en su habitación y aguantaría fácilmente unas cuantas horas más. Pero, primero, una llamada telefónica.

4

Camilla estaba recogiendo la mesa cuando sonó su teléfono móvil. Dejó los platos en el fregadero y cerró la puerta del salón, donde había empezado a acumularse el humo del cigarro.

—Hola —contestó, vertiendo el resto de la cerveza en su vaso.

—¿Qué sabes del asesinato de Tåsinge? —preguntó Louise, sin molestarse en devolverle el saludo.

—Nada —respondió Camilla, y bebió un largo sorbo—. Absolutamente nada.

Se hizo el silencio al otro lado y sintió con claridad el desconcierto de Louise.

—Seguro que Jakob es el que tiene la historia —continuó, servicial, y abrió el grifo y empezó a enjuagar los platos.

—Jakob, ¿te refieres el becario? —preguntó Louise. Camilla había mencionado al joven becario que se había convertido en empleado permanente de la sección de delitos del periódico Morgenavisen.

—Sí —respondió ella—, creo que fue él quien publicó un artículo en el periódico digital.

Sujetó el móvil entre la oreja y el hombro mientras se agachaba y sacaba una palangana del armario que había bajo el fregadero.

—Pero ¿no has estado siguiendo el caso del asesinato? —preguntó Louise, extrañada.

—No, la verdad es que no —admitió Camilla, mientras llenaba la palangana de agua y detergente para lavar platos.

—Está en todas las noticias —continuó Louise—. La mujer tenía treinta y ocho años, la mataron en el comedor. No en el comedor de una taberna, sino en el del restaurante de la posada. Y la noticia está en todos los medios.

Camilla sintió que la irritación le recorría el cuerpo.

—Sí, sí, ya lo sé, no soy tonta, es que no me he puesto al día, no sé nada de eso —dijo, y empezó a fregar los platos, todavía con el móvil apretado contra el hombro y la cabeza ladeada.

Se hizo el silencio entre ellas.

—¿Pasa algo? —preguntó Louise.

—No —respondió rápidamente Camilla—, acabo de tomarme unos días libres.

De nuevo, se hizo el silencio.

—¿Unos días libres? —repitió asombrada su amiga—. ¿Ha sucedido algo?

—No —le aseguró Camilla, y comenzó a secar los vasos.

—¿Es Markus? ¿Ha vuelto con Julia?

—No, ¡maldita sea! —exclamó Camilla en voz alta, y casi dejó caer el vaso. A principios de verano, su hijo de diecisiete años le dijo que iba a ser padre, pero poco después se derrumbó al comprobar que era algo que le había dicho su novia para ver hasta dónde estaba dispuesto a llegar por ella. Cuando resultó que Markus estaba dispuesto a asumir la responsabilidad e ir hasta el final, ella admitió que, después de todo, no estaba embarazada.

—Markus está bien —continuó con tranquilidad Camilla, vaciando el agua de la palangana en el fregadero—, tan solo me cuesta llevar la cuenta de todas sus novias. Pero sube fotos de cada una de ellas en Instagram, para estar seguro de que la adorable Julia las ve.

Camilla quería a su hijo. Mucho. Pero le había tenido que dar la charla unas cuantas veces para asegurarse de que trataba bien a las chicas que se enamoraban de él.

Apenas había estado en casa durante todo el año que pasó en el internado, pero la realidad ahora era, por decirlo suavemente, completamente distinta. Su hijo traía amigos a casa todos los días, y los fines de semana había todo tipo de fiestas, y luego sus amigos se quedaban a dormir. Se estaba volviendo loca, aunque se esforzaba por convertirse en una de esas personas a las que les encantaba la juventud y el ruido. Por suerte, Frederik era mucho mejor en ese tipo de cosas.

—¿Sabes con quién ha estado hablando el becario Jakob en Tåsinge? —preguntó Louise, como si se negara a aceptar que Camilla tuviera unos días libres—. ¿Hay algún cotilleo por allí o alguien que hable de cosas que no hayan salido en la prensa?

Camilla encendió el altavoz y colocó el móvil sobre la mesa de la cocina mientras empezaba a colocar la vajilla.

—Sinceramente —dijo desde el armario de la cocina—, no sé nada, no he hablado con nadie de la redacción. ¿Por qué quieres saber lo que yo sé? Tú eres la que lleva el caso.