Solo una vida - Sara Blædel - E-Book

Solo una vida E-Book

Sara Blædel

0,0

Beschreibung

Era solo una vida, ¿pero era de ella? Los celos, las obsesiones y el honor familiar tienen consecuencias letales para una comunidad de inmigrantes en la periferia de la aparentemente idílica sociedad danesa. No ha sido un ahogamiento ordinario, y eso es evidente. La inspectora Louise Rick ha sido llamada al estrecho de Holbæk después de que apareciera muerta una joven inmigrante. Un pescador la ha encontrado hundida en las aguas, atada por la cintura a una pieza de hormigón, y sin más pistas, prácticamente, que dos misteriosas manchas circulares en el cuello. Muy pronto, Louise se enterará de lo trágica que ha sido la corta vida de Samra, la hija de un hombre irascible que ya ha tenido que enfrentar cargos por violencia familiar. La madre de la chica, Sada, revela que su marido, por restaurar el honor de la familia, sería capaz de acabar con la vida de una hija. ¡Pero Sada sostiene que Samra no ha hecho nada vergonzoso! ¿Por qué, entonces, tenían planes de enviarla de vuelta a Jordania? Dicta, la mejor amiga de Samra, que se ha convertido en un testigo clave, muere apaleada furiosamente, y pocos días después, la pequeña hermana de Samra desaparecerá. Navegando por complejas redes familiares en el denso tejido de las comunidades étnicas de Dinamarca, y antes de que sea demasiado tarde, Louise debe encontrar al implacable depredador; o, tal vez, a los implacables depredadores.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 489

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Solo una vida

Solo una vida

Título original: Kun ét liv

© 2007 Sara Blædel. Reservados todos los derechos.

© 2021 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

ISBN 978-87-428-1187-0

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Dedicatoria

Para Leif y Annegrethe

Nota de la autora

Cuando a las mujeres se las considera portadoras del honor de la familia, se vuelven vulnerables a agresiones que implican violencia, mutilación y hasta el asesinato. Por lo general, el agresor es el pariente «ofendido» y actúa, a menudo, con el consentimiento tácito o explícito de los propios parientes de la víctima.

Navi Pillay, Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos: «Editorial sobre el Día Internacional de la Mujer: Crimen de honor y violencia doméstica».

Marzo del 2010

Un crimen de honor es el asesinato de un miembro de la familia inducido por la creencia de que la víctima ha traído deshonra a la familia o a la comunidad.

El Fondo de Población de las Naciones Unidas considera que, probablemente, unas cinco mil mujeres y niñas son asesinadas cada año por miembros de sus propias familias. Entre muchos grupos de mujeres de Oriente Próximo y el suroeste de Asia se sospecha que el número de víctimas es cuatro veces mayor.

Tales deshonras pueden ser el resultado de vestir de una manera inadmisible para la familia o la comunidad, del deseo de evitar o terminar un matrimonio arreglado, de participar en actos sexuales fuera del matrimonio o de intervenir en actos homosexuales, entre otras cosas.

En Dinamarca, el caso más sonado fue el asesinato de Ghazala Khan, una mujer de diecinueve años ultimada a balazos a la salida de una estación de tren, en Slagese, al oeste de Copenhague. Aquello sucedió en el 2005. El motivo fue la disconformidad de la familia con el hombre que Ghazala había elegido para casarse. El caso concluyó con la condena por homicidio o colaboración de nueve personas; entre ellas, el padre, el hermano, tres tíos, una tía y dos amigos de la familia.

1

Podía percibir los destellos de luz azul entre los corpulentos troncos de los árboles, pero no alcanzaba a contar los coches patrulla que había en el lugar del crimen. El camino forestal estaba lleno de baches, y grandes pilas de leños bloqueaban, a cada lado, la brillante luz matutina.

Søren Vellin aceleró. El auto iba dando leves patinazos en cada curva mientras las piedritas golpeaban el chasis. Le hicieron señas para que atravesara el cerco policial y aparcó al lado de uno de los coches patrulla.

Louise Rick salió del auto. El camino terminaba en un risco desde donde un sendero llevaba finalmente al agua. La mar se extendía tersa y calma a lo largo del estrecho hasta la costa de la isla de Orø, que se veía a la distancia, bordeada de árboles. Desde ahí, Louise no reconoció a ninguno de los hombres agrupados en lo alto del risco, así que cogió su chaqueta del asiento trasero y aguardó a que Søren le abriera el camino.

—La encontró un pescador —les explicó el fornido hombre de pelo oscuro que vino a saludarlos. Pasó a un lado de Søren y extendió la mano a Louise.— Storm —añadió—. Qué gusto que hubieseis estado dispuestos a venir en nuestra ayuda.

Louise le estrechó la mano y le sonrió. Storm era el capitán de la Primera Unidad Móvil de las Fuerzas Especiales de la Policía Nacional Danesa. Sabía, al igual que ella, que su presencia en la costa del estrecho, justo al norte de Holbæk y una hora al oeste de Copenhague, no era precisamente un asunto de voluntades. Los superiores habían tomado la decisión incluso antes de preguntarle, y simplemente habían tenido la suerte de que ella, de hecho, estuviera bien dispuesta a ayudar.

—Aún no sabemos por cuánto tiempo estuvo en el agua —siguió Storm, mientras los tres se dirigían al risco—. El pescador avisó a la policía de Holbæk esta mañana, a las 8:35. Les dijo que había visto una figura inmóvil en el agua. La chica tenía un pesado bloque de hormigón atado al torso. Eso mantenía su cuerpo sumergido en metro y medio de agua, más o menos, atrapado en una especie de tela metálica. El pescador renunció a desengancharla con el remo y prefirió hacer la llamada. La policía llegó aquí con una ambulancia. El escuadrón Falck justo acaba de recuperar el cuerpo.

Louise advirtió la presencia de la furgoneta de búsqueda y rescate y el remolque para la balsa de goma que se había usado en el rescate de la chica. Un buzo se había sumergido para cortar los alambres, liberar el cuerpo y pasarlo a otro nadador, y este segundo lo había subido a la balsa. Ahora estaban poniendo la embarcación otra vez en el remolque. Louise caminó hasta el borde del acantilado. Podía ver la sábana blanca que cubría el cuerpo de la joven y a los técnicos de criminalística, en sus monos, peinando la orilla en busca de pruebas.

—La policía local ha acordonado el área y, como podéis ver, los técnicos del CSI ya están trabajando —continuó Storm—; pero aún estamos a la espera de que aparezcan otro par de autos.

Cuando llegaron a donde estaban los demás, interrumpió el sumario e hizo las presentaciones:

—Este es Bengtsen. Ha estado en la división criminal de Holbæk desde antes de lo que cualquiera de nosotros pudiera recordar —dijo con un incuestionable respeto—. Sabe todo lo que hay que saber de Holbæk y sus habitantes.

Bengtsen la saludó con un movimiento de cabeza, aunque sin sacar las manos de los bolsillos de sus pantalones de tweed.

Storm se acercó a un hombre de tez aceitunada.

—Dean Vukić —dijo, y el hombre estrechó la mano de Louise. Había algo de hipercorrección en el gran estilo de vestir de este hombre. La camisa y la corbata bajo la chaqueta de piel le daban un aspecto más de banquero que de asistente de detective.

Llegó uno más a saludar a Louise.

—Mik Rasmussen —dijo.

Al igual que Vukić y la propia Louise, Mik andaba a la mitad de sus treinta.

—Louise Rick —dijo ella. Por costumbre, estuvo a punto de añadir «Unidad A», pero se contuvo. Echó un rápido vistazo a su alrededor, a todas esas caras nuevas. Era un grupo bastante pequeño. Por su cabeza pasó fugazmente la pregunta de cómo iba a tratar de encontrar su lugar entre esta manada.

* * *

Tras la reunión de la división A —su unidad de investigación en homicidios—, aquella misma mañana, en los cuarteles de la Policía de Copenhague, el capitán Hans Suhr había abierto la puerta del despacho que Louise compartía con su compañero, Lars Jørgensen. Louise acababa de poner la taza de café sobre su escritorio, poco antes de preguntar a su compañero por la salud de sus gemelos adoptados —ambos en casa, con resfriado—. En dos breves y sentenciosas frases, Suhr había dicho que el excompañero de Louise, Søren Velin, venía a recogerla, que ya estaba en camino.

—A partir de hoy, has sido temporalmente reasignada a la Primera Unidad Móvil de las Fuerzas Especiales de la Policía Nacional Danesa —le dijo, mientras salía de nuevo al corredor.

Louise se levantó de un salto y salió a detenerlo, con la intención de saber qué estaba pasando. La respuesta de Suhr fue concisa y clara: ella estaba familiarizada con este tipo de casos. Enseguida, el jefe se alejó apresuradamente.

Louise volvió a su despacho y dio un sorbo a su café. Ante las cejas levantadas de su compañero, movía la cabeza de un lado al otro, como diciendo que Suhr no le había dado ninguna explicación.

—Violación, supongo —expresó mientras se dirigía a la puerta, con el bolso al hombro. Le dijo a Lars que deseaba que se mejoraran sus gemelos. Y, ya bajando la escalera trasera, que da a la salida de Otto Mønstedsgade, se le ocurrió que, si la policía local había pedido ayuda, tenía que tratarse de un caso de violación de cierto calibre. No fue hasta que estuvo sentada en el auto, a un lado de Søren Velin, ya de camino a cabo Tuse —o, más específicamente, a una reserva natural que lleva el insólito nombre de Hønsehalsen, ‘cabeza de pollo’—, cuando se dio cuenta de que había malinterpretado a su jefe.

—No tengo ni idea de si esto tiene que ver con violaciones —le respondió su excompañero en cuanto ella comenzó a hacerle preguntas acerca del caso, en preparación para lo que tenían por delante—; pero, al parecer, la chica tiene algún trasfondo de inmigración en su pasado, y, por lo que entiendo, ese es el verdadero motivo de que Storm quiera que participes en este caso.

Louise suspiró. Acababa de desembarazarse de un asunto como este y seguía enfrentando tantas dificultades en sus intentos de distanciarse que, para evitar traumas permanentes, consideraba la idea de ver a uno de los psicólogos de la Unidad de Servicios de Orientación. Mientras fue una joven oficial, siempre tuvo dificultades para afrontar las tragedias personales, así que trabajó hasta aprender a manejarlas. Aun así, en ocasiones volvía a encontrarse consigo misma sucumbiendo, y exactamente eso había sucedido con su último caso: una tentativa de crimen de honor. El asunto había concluido con cargos por agresión agravada, aunque Louise y el resto de su equipo de investigación no tenían ninguna duda, absolutamente ninguna, de que ciertos miembros de la familia habían intentado matar a la niña de dieciséis años. Habían hecho un trabajo tan chapucero que la hija mayor de la familia era hoy un vegetal en el departamento de neurología del Hospital Nacional, en el centro de Copenhague.

* * *

—Yacía sobre el vientre —explicó Storm, al tiempo en que señalaba cierto punto del estrecho, hacia la derecha, no muy lejos—. No sabemos quién es, pero creemos que debe tener entre catorce y dieciséis años, podrían ser más o menos. No llevaba bolso ni ninguna clase de identificación.

—La unidad canina viene en camino. A ver si son capaces de encontrar con qué identificarla —interrumpió Bengtsen, que se acercaba hasta ponerse a un lado del capitán de la Unidad Móvil de las Fuerzas Especiales—. Podríamos inferir que la lanzaron a la mar desde un bote —continuó, con las manos todavía metidas en los bolsillos y los ojos examinando el agua—. Aquí está muy hondo como para que alguien la hubiera llevado a cuestas. Un bloque de hormigón como ese pesa demasiado.

Louise oyó puertas de auto que se cerraban y notó que ahora había una furgoneta azul aparcada junto a los otros vehículos. Dos hombres se ponían sus ropas de trabajo. Reconoció a uno de ellos como Frandsen, jefe de la antigua División Forense de Copenhague, que acababa de ser rebautizada como Centro Forense. Se acercó a saludarlo. Frandsen acababa de cumplir sesenta años y el Centro Forense le había ofrecido una gran recepción en sus oficinas de Slotsherrensvej, en el distrito Vanløse de Copenhague. Louise le había regalado un pequeño portapipas de caoba labrada para poner la pipa que siempre llevaba con él, un objeto que, en todos los años que ella llevaba de conocerlo, jamás había visto encendido. Cada vez que Frandsen la sacaba del bolsillo y se la ponía en la boca, ella sabía que el gesto tenía un solo significado: se estaba concentrando.

—Por lo que veo, estamos de vuelta en el negocio —dijo Frandsen, sacando de la parte trasera del vehículo una gran caja de madera—. Y apenas les estaba cogiendo el gusto a los años dorados.

En vez de ofrecer una gran fiesta para sus familiares, Frandsen y su esposa habían elegido pasar dos semanas de vacaciones en Tailandia. «Seguramente acaba de regresar», pensó Louise. Y sonrió, porque Frandsen no había dedicado uno solo de sus pensamientos a preguntarse qué hacía ella en una escena criminal tan lejos de Copenhague, señal inequívoca de que ya estaba totalmente concentrado en la tarea que tenía por delante.

Cuando terminó de reunir sus instrumentos, fue al risco, detrás de los otros miembros de su equipo. Louise se acercó a la gente con quienes estaban Dean y Mik. Venían de interrogar a una mujer que había salido a caminar con su perro.

—Nada —dijo Dean—. La mujer vive en una granja, cerca de aquí, y trae al perro a caminar por estos bosques dos veces al día.

Apareció un gran Citroën negro.

—Es Skipper —dijo Søren, saludando hacia el auto.

Louise había oído de él por años. Era miembro permanente de la Unidad Móvil de Fuerzas Especiales y la Policía Nacional y tenía la reputación de ser incomparablemente hábil en la investigación de escenarios criminales y sus detalles. La otra cosa que había oído de Skipper quedaba confirmada con el ruido amortiguado de la música que retumbaba entre las ventanillas cerradas de su auto. De camino al lugar, Søren le había contado de la tremenda pasión que Skipper sentía por el jazz fusión, algo que en absoluto hacía juego con el sobrio jersey, el muy propio nudo Windsor y una apariencia de otra suerte reservada y circunspecta; incluyendo el pelo entrecano peinado hacia atrás en una suave onda.

Louise se presentó a Skipper. Søren añadió que, antes de incorporarse a la Unidad Móvil de las Fuerzas Especiales, ella había sido su compañera.

—Muy bien. Eso me da la certeza de que no podría haber nadie mejor —dijo Skipper con una cálida sonrisa—. Me alegro de tenerte con nosotros.

—Gracias —dijo ella, preguntándose qué más habría dicho Søren, quien ya estaba hablando con dos de los uniformados locales. En los tiempos en que a Louise le habían ofrecido el puesto, Søren ya tenía experiencia acumulada en la Unidad A de homicidios del Departamento de Policía de Copenhague. Ella y él tuvieron una relación laboral realmente buena durante un par de años, antes de que a él lo trasladaran a un nuevo encargo.

Los técnicos del CSI estaban trabajando en el risco y en la orilla del agua. No era probable que hubieran quedado huellas de ADN en la chica, por el tiempo en que había estado sumergida en el agua, pero los técnicos tomaban fotografías del cuerpo y del sitio y recolectaban objetos a lo largo de la orilla. Había dos de ellos concentrados exclusivamente en encontrar huellas de pies y de neumáticos. También había aparecido el jefe de la morgue de Copenhague. Era imposible no advertir el larguirucho cuerpo de Flemming Larsen, con sus dos metros de estatura, por más que estuviera de espaldas y hurgando una bolsa que balanceaba en la rodilla. Cuando se dio la vuelta y cruzó su mirada con la de Louise, dejó la bolsa en el suelo y vino a ella con una gran sonrisa en el rostro.

—¿El hecho de que estés aquí significa que la chica era de Copenhague? —preguntó, sorprendido y dándole a Louise un abrazo un poco más largo de lo que ella hubiera querido. Louise había trabajado con Flemming en muchos casos, y últimamente habían comenzado a verse un poco fuera del horario laboral, pero eso no tenía por qué saberlo nadie más.

—Me enviaron a apoyar a la Unidad Móvil de las Fuerzas Especiales —contestó ella, dándose cuenta de que sonaba un poco raro.

—Que me aspen —dijo él, sonriendo—. Nunca creí que Suhr ni el resto de la Unidad A estuvieran dispuestos a prescindir de ti. ¿Es para siempre?

—Solo para este caso, y creo que podrán arreglárselas sin mí —contestó, pensando en que Michael Stig era la única persona del Departamento de Policía de Copenhague a quien podría incomodarle que ella estuviera trabajando con la Unidad Móvil de las Fuerzas Especiales. Pero, si acaso, esa molestia se debía a que, en opinión del propio Michael Stig, él tenía que haber sido el elegido.

—Buena suerte. Y llámame una de estas noches, cuando tengas tiempo para ir a tomar una copa de vino. —Se volvió para recoger su maletín, al mismo tiempo en que Frandsen volvía de la orilla del agua con el anuncio de que el forense podía comenzar con el estudio in situ del cadáver.

Louise lo siguió al acantilado y vio cómo, un poco más abajo, Flemming retiraba la sábana y se ponía en cuclillas a un lado del cuerpo. La chica yacía de espaldas sobre la orilla negra y húmeda del estrecho, con los ojos cerrados y la losa de hormigón aún atada a la cintura.

Tenía ligeramente subidas la camiseta de manga larga y la chaqueta ligera de color beis, dejando a la vista cómo la cuerda se había hundido en la piel. El forense despejó el rostro apartando con cuidado los cabellos largos y oscuros, que se habían pegado como hebras. Comenzó entonces a examinar el cuerpo.

El forense se inclinó para darle noticias a Skipper, quien había aparecido con una libreta para tomar notas. Louise se puso a escuchar.

—Mujer encontrada hace poco tiempo, no identificada —comenzó Flemming, concentrándose inicialmente en el rostro—. No hay petequias en la conjuntiva ni alrededor de los ojos. En torno a la región abdominal —estudió la cuerda por un momento antes de continuar— se observa una cuerda azul de nailon de un metro a metro y medio de longitud, aproximadamente, con un nudo marinero. Uno de los extremos está atado a la cintura del sujeto y, el otro, a un peldaño de hormigón que mide cincuenta por cincuenta centímetros. Se observa lividez cadavérica en el abdomen, la cual no desaparece bajo presión. Eso sugiere que la víctima ha estado muerta por, al menos, cuatro o cinco horas. La temperatura rectal es de 27 grados Celsius, y la del agua, de 17 grados Celsius —dijo, y levantó la vista hacia Skipper.

—¿Cuál crees que haya sido la causa de la muerte? ¿Ahogamiento? ¿Cuánto tiempo ha estado aquí? —añadió Skipper, adelantándose un paso.

Flemming se levantó, cruzó los brazos y contempló a la chica en el suelo. Movió entonces la cabeza.

—No podría decir de qué murió. No hay señales de violencia y no creo que hubiera inhalado agua. De haberlo hecho, tendría espuma tanto en la boca como alrededor. Pero, obviamente, la espuma pudo haberse disuelto. Las petequias son escasas y rojizas. Tiene piel de gallina por todo el cuerpo, y eso lo vemos a menudo en individuos que han estado sumergidos en agua. Hay arrugas pronunciadas en los dedos y las palmas de las manos, así como en los dedos y las plantas de los pies, pero son señales que se manifiestan a las pocas horas.

Concluyó diciendo que, a juzgar por la rigidez cadavérica, las petequias y la temperatura del cuerpo, podía calcular, en forma provisional, que la chica llevaba muerta entre nueve y quince horas.

—¿Cuándo podría hacérsele la autopsia? —preguntó Skipper, haciendo una seña a Storm como pidiéndole que aprobara el procedimiento y ejerciera presión sobre el forense, en caso de que este dijera que todas las salas estaban ocupadas.

Flemming echó un vistazo a su reloj y, después, a los dos hombres.

—Podemos comenzar a la una en punto, siempre y cuando usted consiga que Rescate Falck nos envíe el autobús de los huesos lo más pronto posible —dijo sombríamente.

El autobús de los huesos. Louise movió la cabeza de un lado al otro. El mote salía a relucir cada vez que se hablaba de transportar cadáveres. Era totalmente preciso en algunos casos, pero parecía muy discordante en otros. Como ahora. Pusieron a la niña en una bolsa de plástico blanco, con lo que quedó lista para ser transportada a los laboratorios forenses en una ambulancia de ventanillas cegadas. Algo impersonal y frío para una chica tan joven, cuya identidad ni siquiera se conocía.

Por un momento, Louise sintió el apremio de acompañarla, para que la niña no tuviera que hacer ese penoso recorrido tan sola, pero el vehículo no era como las ambulancias ordinarias, con un asiento para un miembro de la familia. Este era descarnado, con espacio únicamente para un par de camillas y un gran extractor de aire en el techo. Apartó la idea de su mente.

En cuanto el forense se hubo marchado, Storm emprendió el camino hacia los autos para dirigirse a los cuarteles del Departamento de Policía de Holbæk.

—Eso quiere decir que ha estado en el agua desde la medianoche —dijo Storm, poco antes de abrir la puerta de su auto—. Vámonos.

Louise echó un último vistazo al lugar antes de subirse al coche, a un lado de Søren. Condujeron de vuelta a través del camino forestal.

2

Los cuarteles del Departamento de Policía de Holbæk estaban en un edificio elegante y de estilo antiguo, acabado en ladrillo rojo y con ventanas ribeteadas en blanco. Lucía portentoso y muy bien conservado. Storm abrió el camino, con Louise detrás de él, por un pasillo y luego por otro antes de llegar a la División de Investigaciones Criminales. Los despachos estaban dispuestos en fila; algunos detectives compartían sus espacios, pero otros los tenían privados. Tal era el caso del de Bengtsen. Su despacho ocupaba una esquina, con ventanas tanto al frente del cuartel como al amplio jardín y al estanque que había en un extremo del edificio. En contraste, Mik Rasmussen y Dean Vukić compartían un despacho más pequeño y oscuro, donde no había espacio para muchas cosas, con excepción de los escritorios y las estanterías.

A Louise le costaba imaginar cómo harían para encontrarles espacio a los ayudantes adicionales. Antes, Søren le había hablado sobre un detective a quien habían tenido que estrujar, con un pequeño pupitre de escuela, en uno de los pasillos, así como el caso de otro al que iban moviendo de lugar en lugar. Sin embargo, la cosa ahora no estaría tan mal, puesto que su excompañera acababa de dejar vacío uno de los espacios. Søren se pasó la mano por el pelo largo y rubio mientras veía su valija de fin de semana y los dos maletines con ordenadores que había puesto enfrente, en el suelo.

—¿Estás de mudanza? —le preguntó ella, acercándosele.

—Lo más sensato sería, probablemente, esperar a que nos digan con quién vamos a trabajar, pero sería muy agradable tener un buen lugar para sentarnos —dijo. En ese momento, Storm asomó la cabeza por una puerta en el extremo del corredor.

—Todos estamos aquí reunidos —gritó, haciéndoles señas con las manos para que se incorporaran.

Entraron en lo que debía ser una sala de conferencias, y Louise supuso que, seguramente, este era el sitio en que la División de Investigaciones Criminales celebraba sus reuniones matutinas. El color de las paredes era una evocación de dibujos infantiles en amarillo cálido, con el sol un poco pasado de intensidad y saturación. Algo excesivo para una habitación pequeña, pero la luz de las ventanas altas compensaba la sensación de encogimiento. Frente a una de las ventanas había una gran pizarra blanca parecida a la de la sala de reuniones del Departamento de Policía de Copenhague, con trazas de líneas azules y verdes que habían eludido el borrador. En otra de las paredes había un gran calendario de borrado en seco junto a un mapa ampliado de los alrededores de Holbæk. Tenían un Matisse impreso que alguien había pegado para decorar la pared opuesta, y en una esquina, detrás de la puerta, un retroproyector. Louise se sentó junto a Søren y cogió uno de los cuadernos de notas que estaban apilados sobre la mesa, junto con unos cuantos bolígrafos. Pensó que, seguramente, habían sobrado de la reunión anterior.

—Supongo que separarán a Mik y Dean y que te pondrán de compañera con uno de ellos —le murmuró Søren.

Louise vio a ambos. Uno podía ser tan bueno como el otro. Esto de formar equipos mezclando oficiales locales con los de refuerzo era un procedimiento corriente, así que ella no se haría expectativas sobre ninguna de las soluciones. También se había dado cuenta, muy rápidamente, de que era la única mujer en el grupo, por lo que bien podía ser que los chicos locales estuvieran ahí sentados calculando sus propias posibilidades de terminar asociados con ella. Había oído de oficiales de policía que se reportaron enfermos tras haberse sentido invadidos por algún refuerzo que, súbitamente, llegó de la Unidad Móvil de las Fuerzas Especiales a trastornar sus rutinas. El hilo de sus pensamientos se rompió cuando Storm comenzó a hablar.

—Nadie ha denunciado la desaparición de la niña, así que hemos dado aviso del descubrimiento a todos los distritos policíacos. Llevaremos a la prensa un informe de desaparición —dijo a modo de apertura—. Sin fotografía, por ahora —añadió—. Nos limitaremos a describir la ropa que llevaba puesta. Si eso no nos conduce a nada, tendremos que publicar alguna de las fotografías forenses. Lo que no querríamos es que los padres se enteraran de esa manera —dijo, y varias cabezas se agitaron en el salón de reuniones—. Haremos tres equipos...

En ese momento, la puerta se abrió y entró una mujer de elegante cabello anaranjado y labios rojos, con bolso al hombro y ordenador portátil bajo el brazo.

—Hola —dijo, y sonrió.

—Ruth Lange —dijo Storm, señalándola. Ruth será nuestra secretaria administrativa.

La sala se llenó de saludos afectuosos.

—Ruth y yo estaremos a cargo del centro de mando que montaremos en esta misma habitación —dijo Storm, señalando las paredes amarillas.

»Los grupos serán como sigue —continuó, una vez que Ruth estuvo sentada, y sus cosas, puestas sobre la mesa. Los oficiales locales se habían sentado juntos. Louise estaba a un lado de Søren Velin, quien destacaba por sus pantalones de cargo y su jersey negro de cuello de tortuga. Skipper estaba a su izquierda.

»Skipper y Dean —dijo Storm— se responsabilizarán del sitio donde el cuerpo fue hallado. Se encargarán, en otras, palabras, de todos los indicios técnicos.»

Los dos hombres sonrieron y se miraron mutuamente.

—Louise Rick y —echó un vistazo a sus papeles— Mik Rasmussen harán equipo para identificar a la familia y el círculo social. Tenemos que averiguar cuál pudo ser el motivo. Rick tiene alguna experiencia trabajando con minorías étnicas —siguió. Louise frunció el entrecejo. Ella no lo hubiera puesto de esa manera, pero no estaba por la labor de corregir a Storm en ese preciso instante.

»Bengtsen: tú y Søren Velin se encargarán de las telecomunicaciones y de interrogar a testigos potenciales en la zona.»

Bengtsen puso su libreta sobre la mesa y asintió con la cabeza en señal de satisfacción.

Louise supuso que la complacencia se debía más a las telecomunicaciones e intervenciones telefónicas que a trabajar con Søren, puesto que, según había notado, su excompañero ya estaba pasando por el barrido de Bengtsen. El tweed y la pana de Bengtsen harían una pareja extraña con el estilo desenfadado de Søren.

Los asistentes comenzaron a hablar entre sí, especialmente Skipper y Dean, que daban la impresión de estar muy contentos. Louise sonrió al nuevo compañero que le habían asignado, quien de inmediato bajó la vista después de hacerle un breve asentimiento con la cabeza.

Storm pidió a todos que guardaran silencio y retomó el control de la reunión.

—No sabemos nada de la víctima. Flemming cree que ya estaba muerta cuando la pusieron en el agua, pero no ha podido asegurarlo, así que tendremos que esperar a la autopsia.

Storm se levantó y apuntó en dirección de Louise y Mik.

»Y vosotros dos asistiréis a la autopsia. Acabo de hablar por teléfono con Frandsen, que es el jefe del Centro Forense de Copenhague— añadió, por si alguno en la sala no supiera de quién estaba hablando—. Él se asegurará de que uno de los miembros de su equipo esté preparado alrededor de la una para que la autopsia pueda comenzar a tiempo.»

Bengtsen soltó un gruñido para demostrar que estaba muy familiarizado con la cabeza del Centro Forense. Conocía, también, a un técnico de la DIC, la Dirección de Investigaciones Criminales, quien de igual modo estaría presente en la autopsia.

Louise se levantó cuando Storm hizo el gesto de salir.

—He solicitado un auto oficial para ti —le dijo a Louise—. Podrás recogerlo en cuanto hayas terminado con lo de la autopsia. Y Ruth se asegurará de que tus ordenadores portátiles queden configurados.

Ella le dirigió una mirada de perplejidad por el uso del plural.

»Uno es para nuestras redes privadas y la intranet; el otro es para la internet general» —explicó.

«Por supuesto que trabajan con dos ordenadores», pensó rápidamente. La Unidad Móvil de las Fuerzas Especiales utilizaba una red policial segura con fibrosos cortafuegos, pero, naturalmente, también tenía acceso a la internet y al correo electrónico abierto. Los portátiles serían algunos de los nuevos equipos que, de pronto, ella tendría a su disposición.

—También te daremos uno de nuestros teléfonos móviles, pero no dejes el tuyo, para que el nuestro no esté ocupado cuando tengamos que localizarte.

«Como si eso fuera un problema», pensó, pero simplemente movió la cabeza en señal de asentimiento.

—Nos alojaremos en el hotel Station, que está por esta calle, un poco más arriba, frente a la estación del ferrocarril —dijo, señalando por la ventana—. Espero que podáis regresar de Copenhague a la hora de la cena. Después, volveremos a tocar base aquí para seguir trabajando.

—Me parece muy bien —dijo Louise detrás de Storm, mientras él avanzaba explicándole que habían despejado un despacho para que ella y Mik pudieran instalarse. Se detuvieron frente a un espacio vacío, donde Søren estaba parado con sus cosas. A él le habían asignado un rincón en el despacho de Bengtsen. Cuando Søren pasó junto a ella por el pasillo, Louise pudo adivinar en su mirada que estaba muy satisfecho con el desenlace.

Trabajaría en una habitación pequeña y sobria. El color de las paredes era como de cáscara de huevo apagado. Los escritorios y las dos sillas ejecutivas recordaban la decoración de un viejo instituto, con nombres y esvásticas grabados en las cubiertas. Mik Rasmussen ya había traído algunas de sus cosas, pero el área de Louise estaba completamente vacía. Entró y se acomodó en su silla, desde donde observaba a Mik llenar su propio escritorio con papeles y poner lápices en una taza sin asas de un equipo local de fútbol.

—¿Juegas? —preguntó ella.

Él la vio con una expresión de desconcierto y siguió sus ojos hasta la taza.

—Solía jugar —respondió cortante. Como ella siguiera viéndolo, le explicó que había jugado fútbol durante varios años en la Asociación de Pelota y Deportes de Holbæk—. Pero nunca pudimos pasar de la fase final de Selandia.

—¿Pero ya no juegas? —siguió pinchando ella, tratando de mantener vivo el interrogatorio.

Él negó con la cabeza.

—No, ahora practico el kayak y enseño piragüismo en el Club de Remo.

Louise le sonrió. En ningún momento, durante ese breve encuentro, ella hubiera sospechado que él fuera particularmente deportista. Era, simplemente, demasiado desgarbado y reservado como para asociarlo con cualquier actividad recreativa al aire libre.

—¿Sabes cuándo darán la noticia a los medios? —preguntó ella. Bengtsen se estaba encargando de eso.

—Dudo que sea de inmediato, pero, en cuanto lo hagan, estoy seguro de que los medios le dedicarán mucha antena —respondió él mientras se ponía el rompevientos.

Su acento tenía el tono característico de Selandia, algo que ella, que había crecido en el centro de la isla, reconocía en su propia pronunciación. Louise había hecho grandes esfuerzos por deshacerse de su acento, pero, en ocasiones, aún asomaba la cabeza.

Vio el reloj y, al descubrir que era casi mediodía, se levantó, cogió su bolso y se lo puso al hombro. Tenían que marcharse.

—¿Hora de irnos? —preguntó él, y ella lo dejó guiar el camino hasta la entrada trasera, donde aparcaban los autos del escuadrón.

Condujeron en silencio, y era, para ella, bueno que ninguno de los dos sintiera la necesidad de entretener al otro. Gradualmente, sin embargo, el silencio se le hizo demasiado pesado, así que lo rompió mientras iban por Roskilde.

—¿Ya habías trabajado para la UMFE? —La Unidad Móvil de las Fuerzas Especiales era una unidad selecta de la Policía Nacional. La enviaban por toda Dinamarca para ayudar a los departamentos policíacos locales en la investigación de crímenes graves.

Él asintió, y Louise le explicó que su encargo no era permanente y que este era su primer caso con ellos.

El sol de septiembre los cegaba, así que bajaron los tapasoles y los acomodaron con cuidado antes de que él finalmente comenzara a hablar.

—Tuvimos un asesinato aquí hace unos cuantos años. A las pocas semanas, terminaron llamando a la UMFE. Eso fue mientras estaba nuestro antiguo jefe, y, para ese caso en particular, seguramente hubiera sido mejor pedirles ayuda antes, porque nunca encontramos al criminal. Las cosas ya no funcionan así. Ahora, la ayuda se solicita en el momento mismo en que se descubre el homicidio.

No había el menor trazo de ironía en su voz.

—¿Desde cuándo eres detective? —le preguntó ella con genuino interés.

Hizo las cuentas en su cabeza antes de responder.

—Ocho años, pero he estado aquí por once años. Me uniformaron en cuanto salí de la academia de la policía.

Eso era, para Louise, una confirmación de que él andaría en sus treinta. De hecho, tenía treinta y seis, un año menos que ella.

—Supongo que vives en Holbæk —dijo, viéndose a sí misma como una reportera que estuviera haciendo una larga entrevista, pero él no daba la impresión de aburrirse.

—En una granja, apenas a las afueras de la ciudad. ¿Conoces Holbæek?

Ella asintió y le dijo que sus padres vivían no lejos de ahí y que, en su adolescencia, solía pasar todo su tiempo libre en el Alley, uno de los centros nocturnos de Holbæk.

Él volteó a verla, como inspeccionándola, y ella sdupo que él se preguntaba si no la habría visto antes.

—Tal vez hemos bailado juntos —bromeó, contento por que la conversación comenzaba a ablandarse y a adquirir un tono menos formal.

Sus ojos estaban de vuelta en el camino, concentrados en una pareja de ciclistas. Cortésmente, murmuró que, de haber sido así, seguramente lo recordaría.

Ella estuvo a punto de hacer un nuevo intento, justo cuando él dio la vuelta en la avenida Frederik V y aparcó a un lado del parque Fælled, frente al Laboratorio de Patología. Cuando entraron, Flemming Larsen ya los estaba esperando.

—Åse ya está aquí, así que vayamos a su encuentro —dijo, dirigiéndose al ascensor.

Louise sonrió. Åse era una de sus favoritas del equipo de patología forense. No porque Louise fuera feminista, sino porque la menuda mujer, a quien Louise inicialmente tomara por una novata recién graduada, era, de hecho, extremadamente competente y minuciosa. Åse tenía su muy particular y silencioso estilo cuando se ponía a fotografiar un cadáver, yendo de un lado al otro entre las lesiones corporales y los órganos internos, y era evidente que consideraba relevantes todos los detalles. Ahora estaba lista para comenzar, aguardando por ellos en el pequeño corredor que llevaba a la sección de autopsias, con su uniforme y botines médicos de color azul cubriendo cuidadosamente los zapatos.

—Bueno, nos encontramos otra vez —dijo Louise.

Mik fue directamente a la última sala de autopsias, comúnmente conocida como la sala de los homicidios. Era el doble de grande que las otras, puesto que tenía que dar cabida a cualquier agente del orden que tuviera que aparecer como observador. Louise y Åse se quedaron charlando fuera, mientras el experto en huellas dactilares llamado para el caso terminaba de tomar las impresiones del cadáver, con la débil esperanza de identificar a la chica haciendo comparaciones. Cuando Flemming las llamó para que entraran, caminaron a lo largo de la fila de salas más pequeñas, donde estaban trabajando otros patólogos forenses. Continuaron hasta la sala de los homicidios y se unieron al equipo, que ya estaba preparando el cuerpo. Ahí estaba Mik Rasmussen, ocupando un banco en un rincón, con una libreta sobre las rodillas y listo para tomar notas en cuanto comenzaran los exámenes.

Louise cogió otro taburete y se sentó junto a él. Se mantuvieron apartados mientras Åse sacaba la cámara de su mochila y comenzaba a tomar fotografías del cuerpo completamente vestido. Cambiaba de ángulos mientras charlaba con Flemming en voz baja. Cuando ella hubo terminado, los otros técnicos forenses dieron un paso adelante y le quitaron la ropa a la niña. Åse fotografió cada una de las prendas por separado, con lo que, finalmente, estuvieron listos para comenzar el examen externo.

Durante un breve descanso, Louise se levantó y avanzó un poco para observar de cerca a la chica desnuda. Parecía demasiado joven. Su cabello, largo y oscuro, se extendía sobre la mesa. Llevaba en el cuello una fina cadena de oro con un pequeño corazón. No estaba maquillada. Obviamente, el agua pudo haber lavado cualquier rastro, pensó Louise, pero no había ningún residuo oscuro alrededor de los ojos.

Volvió a retroceder cuando Flemming y Åse estuvieron listos para seguir adelante. El jefe de los servicios médicos forenses reiteró lo que había comentado en la escena del crimen: «No hay señales evidentes de violencia, no hay signos patológicos ni marcas específicas que conduzcan a su identificación».

Mik acercó su taburete al alféizar de la ventana trasera para apoyar ahí su libreta. Se puso a escribir extensamente, mientras los demás hablaban a sus espaldas. Flemming Larsen también repitió que había petequias dentro y alrededor de los ojos. Los técnicos comenzaron a examinar cada centímetro del cuerpo de la niña y a tomar muestras con un arsenal de hisopos de algodón, antes de darle la vuelta al cuerpo.

Åse seguía tomando fotografías de cada detalle, todo el tiempo. Cuando Flemming terminó con los exámenes de la parte trasera del cuerpo, se enderezó.

—En la parte superior izquierda del cuello hay dos pequeñas abrasiones amarillas, ligeramente redondeadas —anunció. Åse dio un paso adelante y, juntos, volvieron a inclinarse sobre el cadáver.

»Esto es muy inusual y se ha producido después de la muerte. No podría excluir la posibilidad de que hubiera sucedido durante su transporte aquí», dijo, y, enseguida, pidió a los hombres que estaban en una esquina, junto a la puerta, que abrieran el cuerpo.

Louise salió junto con los demás, mientras los técnicos forenses hacían su trabajo. Pudo terminarse media taza de café en el despacho de Flemming antes de que los llamaran de nuevo a la sala de autopsias.

El cuerpo había sido abierto con un corte largo y recto. Habían extraído el bloque visceral y enjuagado los órganos internos. Ahora podían seguir adelante con la última parte de la autopsia. La lámpara de trabajo de Flemming, que colgaba del techo en el extremo de un largo brazo, arrojaba una luz intensa. El resplandor inundaba la habitación cada vez que se reflejaba en las baldosas blancas de la pared del fondo o en las superficies brillantes de las mesas de acero inoxidable. Una larga manguera colgaba del fregadero profundo donde estaba el bloque visceral. Se producían ruidos chillones cada vez que las gotas caían a intervalos regulares en el fondo del fregadero.

—Es una joven saludable —dijo Flemming, dirigiendo sus comentarios a Mik y sus notas, principalmente. Flemming anunció que la última comida de la víctima había sido arroz y frijoles.

Trabajó en silencio un poco más hasta que continuó:

—No hay agua en los pulmones ni en los senos esfenoidales, así que nada indica que se hubiera ahogado, aunque estuvo bajo el agua por algunas horas. Tiene una hiperinsuflación aguda, los pulmones están pálidos y elongados, lo que puede deberse a dificultades para respirar, pero no podría daros la causa de la muerte —dijo a modo de cierre de la autopsia.

Se dieron las gracias unos a otros, salieron de la sala y se quitaron los cubrebocas y los monos blancos. Louise se quedó a charlar un momento con Flemming. Después siguió a Mik a los ascensores para dirigirse al auto. Quedaron en que Mik la dejaría en el Polititorvet, el gran edificio neoclásico de ladrillo rojo que albergaba los cuarteles de la Policía Nacional Danesa. Ella recogería ahí el auto que le habían asignado. Tenía planes de ir más tarde a su apartamento, en Frederiksberg, el barrio copenhagués, para hacer una maleta.

3

Después de empacar algunas cosas, Louise dio una vuelta por su piso con la maleta de fin de semana en la mano. Aunque ya estaban a mediados de septiembre, los días eran todavía tan calurosos que incluso los pantalones cortos y las camisetas parecían un exceso.

La luz de la contestadora estaba parpadeando. Presionó la tecla de avance y fue al alféizar de la ventana para coger el jarrón de flores que había comprado el día anterior. Sería muy fácil envolver las flores en papel periódico y llevárselas a su habitación del hotel Station, en Holbæek.

—... puedes llamar hoy a cualquier hora. ¡Se supone que vamos a reunirnos mañana y sería estupendo saber si todo sigue en pie o si debo quedarme esperando hasta que te dé la gana de llamarme! Piiii.

La voz de Camilla Lind fue interrumpida por el pitido agudo del contestador automático.

—Vale, vale, vale —dijo Louise a la máquina, de camino al teléfono.

—Hola. Lo siento —comenzó, haciendo poco caso a los reproches de Camilla sobre la laxitud con que le devolvía las llamadas—. Tengo que cancelar lo de mañana.

—Bueno, pongamos otra fecha para reunirnos —dijo Camilla.

La mejor amiga de Louise trabajaba en la redacción de sucesos del Morgenavisen y estaba acostumbrada a que Louise le cancelara los compromisos si tenía que concentrarse en algún caso. A cambio, Camilla podía esperar que le pasara algo de información. Sus trabajos estaban conectados de algún modo, a pesar de que abordaban los homicidios desde ángulos muy diferentes.

Aun así, Louise se sintió sorprendida de que Camilla no protestara más enérgicamente, y eso la dejó con algún sentimiento de culpa. Sabía que, en ese momento, podía ser un buen apoyo para su amiga, y también habría querido estar a su disposición. Solo que el momento no era el adecuado.

—Te llamaré en un par de días —le prometió, explicándole que ya iba de camino a la salida.

Colgó y cambió el saludo del contestador: «Soy Louise. No estoy revisando mis mensajes, así que llámame al móvil. Adiós».

* * *

Camilla Lind aceleró el paso para llegar a tiempo al internado independiente sonde estudiaba Markus, su hijo, y poder llevarlo en el metro al Centro Comunitario de Frederiksberg. No quería llegar tarde una vez más al Hot Stepper para el ensayo de break dance. Tenía planes de comprarle en el camino una botella de agua y algo de fruta, pero desechó la idea cuando vio su reloj en la estación de Nørreport. En vez de eso, bajó las escaleras a trompicones y se lanzó dentro del tren con un rápido salto.

Le daba pena que su cita con Louise se hubiera frustrado. Camilla estaba ansiosa por desplomarse en el sofá de su amiga y desahogar todos los pensamientos y sentimientos que la colmaban. Sin embargo, después de la charla con Louise, había llamado al Departamento de Policía de Copenhague para averiguar qué estaba sucediendo, dado que la Unidad A, aparentemente, estaba enrollada en algo. Camilla tuvo la sensación de que le estaban mareando la perdiz cuando el oficial de turno le dijo que no estaba al tanto de ningún asunto nuevo. Molesta, rápidamente empacó sus cosas y apagó el ordenador para salir por la puerta. A la salida se encontró con su editor, Terkel Høyer, que venía a verla con un informe de persona desaparecida. El documento provenía del Departamento de Policía de Holbæk y tenía que ver con el cadáver de una adolescente inmigrante.

De inmediato, Camilla se dio cuenta de que, después de todo, su día laboral no había concluido. Sus dos colegas ya estaban fuera: Kvist estaba disfrutando de unos días de vacaciones adicionales que se había ganado, mientras que su becario, Jacob, pasaría con su novia todo el mes de septiembre en Australia; así que el total de la carga estaba sobre Camilla. Su editor simplemente asintió en silencio cuando ella le dijo que estaría de vuelta en cuanto hubiera dejado a su hijo en casa. Ya llevaba el móvil en la mano para llamar a Christina, la irremplazable canguro, y pedirle que se hiciera cargo de Markus después de la sesión de break dance.

—Regresa tan pronto como puedas —le gritó Terkel.

Sin volver la espalda, levantó un brazo en señal de asentimiento. Conocía la posición de su jefe: el periódico debía hacerse con la historia desde el principio. Así que estaba de acuerdo. El relato de Ghazala Khan, la chica de diecinueve años que había sido asesinada por su hermano en la plaza, frente a la estación de Slagelse, en septiembre del año anterior, y el de Sonay Mohammad, una niña más joven aún, sacrificada por su padre y lanzada al mar en el muelle de Præstø, en febrero del 2002, habían llenado un montón de páginas y cosechado mucha atención de los medios durante las investigaciones y los ulteriores juicios. Así que, obviamente, tendrían que apresurarse también con esta historia.

Markus la esperaba en la acera, frente a la escuela, con sus mochilas a la espalda, y Camilla se dio cuenta de que el niño ya la estaba buscando. Empezó a correr y, en cuanto él la vio, lo saludó agitando el brazo. De prisa, cogidos de las manos, se fueron corriendo. Alcanzaron a llegar justo antes de que comenzara el ensayo. Markus se cambió rápidamente los zapatos y se puso la sudadera de caperuza y la gorra de béisbol; entre tanto, Camilla fue al patio de comidas a comprarle una botella de agua y un plátano, que pudo entregarle en el último momento. La puerta se cerró, separando a Camilla de la música fuerte y palpitante y de los quince rudos niños de ocho años —catorce niños y una niña— que pasarían la siguiente hora practicando el baby freeze y muchos otros movimientos. Se tomó un momento para sentarse en una banca del vestíbulo.

Christina le había prometido llegar al centro comunitario tres cuartos de hora después, para tomar el relevo antes de que terminara el ensayo. De ahí, la canguro y Markus irían a casa y cenarían algo juntos. Camilla ya se estaba preparando para pasar una noche bastante larga antes de poder volver a casa.

Apenas se había levantado cuando lo vio. Volvió a sentarse, pesadamente, como si dos poderosas manos la hubieran impulsado enérgicamente por el pecho. Supo en ese instante que la habían estado observando, y su estómago se revolvió en cuanto él se acercó. No podía levantarse. Simplemente se quedó sentada, viéndolo mientras él hablaba.

—Por el amor de Dios, tienes que dejar de llamarme y enviarme correos electrónicos —dijo él—. Deberías respetar mis límites y dejar de buscarme.

Y se fue. Cruzó la puerta y se alejó por la acera. Camilla sintió como si todo aquello hubiera sucedido a cámara lenta. Aun así, no había tenido tiempo de reaccionar ni de decir nada.

Se quedó en el banco, congelada. Llena de furia y dolor, con un sentimiento luchando por sobreponerse a otro. Quiso correr tras él para hacerlo entender, para decirle que ella necesitaba mantener el contacto. Que lo necesitaba a él y que juntos habían estado bien. Pero no podía levantarse. Sentía los músculos débiles e inútiles. Él hacía caso omiso de sus llamadas y no respondía sus correos electrónicos. No la quería. Era el fin, algo insoportable.

Así que simplemente se quedó ahí, tratando de recomponerse, con fuertes dolores abdominales convergiendo en su vientre. Finalmente, se levantó y comenzó a caminar de regreso al metro.

4

Esta mañana, en la ensenada de Udby, en el cabo Tuse, al norte de Holbæk, apareció el cuerpo de una adolescente no identificada. Se trata de una chica de catorce a dieciséis años, de origen aparentemente árabe. Tiene el cabello negro y largo y vestía una chaqueta beis de verano encima de una camiseta azul oscuro de manga larga, tejanos descoloridos de la marca Miss Sixty y zapatos Kawasaki. En caso de que tenga cualquier información acerca de esta chica, comuníquese, por favor, con la policía de Holbæk.

Louise escuchó el informe de personas desaparecidas en el noticiario de la estación local P3 mientras conducía de vuelta a Holbæk. Eran casi las cinco cuando aparcó detrás de la comisaría. Escaleras arriba, en el pasillo, saludó con un movimiento de cabeza a Mik Rasmussen, quien estaba hablando con un colega.

Dentro del centro de mando amarillo sol, alguien había instalado un pequeño televisor de catorce pulgadas que sonaba de fondo, a bajo volumen. También habían puesto una jarra de café. Ruth, la secretaria administrativa, y Storm estaban charlando con Bengtsen sobre la coordinación de las primeras entrevistas con testigos que hubieran podido conocer a la niña. Un tipo del área de comunicaciones iba de un lado al otro y casi había terminado de conectar unas cuantas líneas telefónicas adicionales. Ruth, por su parte, acababa de instalar y poner en marcha una gran base de datos.

—¿Has echado un vistazo por los alrededores del hotel Station? —preguntó Ruth.

Louise negó con la cabeza y le dijo que llevaría sus cosas cuando salieran a comer algo.

—¿Ha habido alguna pista después de que se publicara el informe de personas desaparecidas? —preguntó con interés.

—Hemos recibido algunas sugerencias, aunque nada útil, a decir verdad —contestó Ruth.

—Pero tenemos a diez hombres haciendo circular la descripción de la niña por toda la ciudad, así que no creo que nos tome mucho tiempo averiguar algo —añadió Storm y se puso de pie—. Vayamos al hotel a buscar algo que comer.

Ruth cerró su ordenador portátil y puso a un lado las pilas de carpetas, bolígrafos y libretas de apuntes que había solicitado con celeridad antes de que la investigación empezara de veras. Una vez que el caso estuviera en marcha, ¿quién tendría tiempo de ponerse a llenar solicitudes para la compra de materiales? El centro de mando móvil ya estaba casi listo.

En ese momento, uno de los cuatro teléfonos del despacho comenzó a sonar.

—PND, Primera Unidad Móvil de las Fuerzas Especiales. Habla Ruth Lange —dijo, echándose atrás su voluminoso cabello—. Muy bien. Envíela. Saldremos a buscarla. —Colgó y volteó a ver a Louise.— Hay una jovencita que cree que la víctima que encontramos podría ser su amiga. ¿Hablarías con ella? A tu compañero le acabo de decir que podía ir a casa por unos minutos antes de la cena.

Louise asintió y se sirvió una taza de café de la jarra térmica que había en el centro de la mesa. Cogió entonces una libreta y un bolígrafo, por si su ordenador todavía no estuviera listo. El café se escurrió por el borde y de la taza y le quemó los dedos, mientras caminaba por el corredor. Maldiciendo, puso la taza de plástico sobre el escritorio con un poco más de fuerza que la normal, provocando que se escurriera más café. Rápidamente se limpió la mano en los pantalones y salió a encontrarse con la testigo.

Una adolescente jovencísima, alta, rubia, muy bonita, venía entrando con los ojos llenos de incertidumbre.

Louise se le acercó con la mano extendida y una sonrisa de bienvenida.

—Hola, me llamo Louise. Ven, vamos allá dentro. —Se dirigieron al despacho, que todavía parecía desocupado y desordenado, a pesar de que Mik ya había guardado sus cosas.— ¿Quieres un vaso de agua? —le preguntó en cuanto estuvieron dentro.

La chica negó con la cabeza y se sentó en el borde de la dura silla de madera que Louise puso para ella en un extremo del escritorio.

Las mochilas con los ordenadores portátiles seguían tal como las había dejado, pero se tomó su tiempo para sacar una libreta de una de ellas, con la esperanza de que una plática un tanto informal ayudara a la niña a relajarse.

—¿Cómo te llamas? —comenzó Louise, recargándose ligeramente en el respaldo de la silla ejecutiva.

—Benedicta, aunque me llaman Dicta... —La chica carraspeó y repitió su nombre en voz un poco más alta—: Dicta Møller. Estoy en noveno en la escuela de Højmark, continuó.

—¿Y te preocupa que la chica que encontramos en Hønsehalsen sea alguien que tú conoces?

No era tan raro que las chicas se preocuparan por sus amigas y se pusieran en contacto con la policía cada vez que los medios informaban de una desaparición.

—Hay una chica que está en noveno, conmigo, pero en otro salón, y hoy no fue a la escuela —comenzó Dicta.

Louise no la apresuró.

—Nos íbamos a ver esta tarde, pero no he podido comunicarme con ella. No está contestando el móvil y nadie responde cuando llamo a su casa. —Louise asintió y esperó otra vez sin decir nada.— La he llamado toda la tarde.

—¿No crees que sus padres pudieron habérsela llevado a algún lado? Tal vez se olvidó de los planes que tenía para esta tarde. Pudo haber sucedido algo inesperado.

Dicta lo pensó por un momento, como si la posibilidad no se le hubiera ocurrido antes, pero luego negó con la cabeza.

—No se habría olvidado de esto. Íbamos a revisar las fotos —dijo, ahora con una voz más firme—. Ayer vino a mi casa, después de la escuela, y hablamos de eso. Una de las fotos se va a publicar este fin de semana en el periódico.

Louise le pidió que le explicara de qué clase de fotos estaba hablando y a qué periódico se refería.

—Soy modelo —expresó la chica—. Modelo para unas cuantas tiendas, incluyendo Boutique Aube, y el periódico, supuestamente, iba a publicar un anuncio grande este sábado. Las fotos están listas y la idea era que Samra fuera a la casa del fotógrafo para verlas. No se habría escabullido así.

Empezaron a rodar lágrimas por las mejillas de Dicta, pero siguió adelante:

—Ella nunca lo hubiera hecho. Siempre cumple...

Las emociones la abrumaban y echaba fuera una maraña de palabras totalmente incomprensible. Louise la cogió de la mano para interrumpir ese flujo.

—¿Qué aspecto tiene tu amiga? —le preguntó en cuanto la chica se hubo calmado un poco.

Dicta se enderezó y enjugó sus lágrimas con cuidado, para que no le arruinaran el maquillaje, como si apenas hubiera descubierto que estaba llorando.

—Tiene el pelo largo y oscuro.

Louise se sentó y cogió su libreta.

—¿Tu amiga es danesa, étnicamente? —le preguntó, a la espera de la siguiente respuesta crucial.

—No —respondió vacilante, como temerosa de que esa no fuera la respuesta correcta—, es de Jordania.

—¿Tiene marcas distintivas, algo de lo que te acuerdes? ¿O cosas que suela usar?

Dicta se quedó callada, imaginando a su amiga, como si la tuviera enfrente.

—Suele llevar un reloj, una imitación de Dolce & Gabbana. Yo se lo compré en Tailandia. Y tiene, además, una tonelada de pulseras. Ya sabe: brazaletes, de esos que son delgados si se ponen uno por uno, pero que puedes usar un montón al mismo tiempo.

Hizo un gesto con el índice y el pulgar para indicar cierto grosor, al que Louise calculó unos diez centímetros.

—¿Algo más?

—Nada que use regularmente, pero sí que tiene joyas.

—¿Qué me dices de su ropa? —preguntó Louise, cambiando de tema.

—Lo ordinario: vaqueros y camisetas... Un montón de veces se pone un top con una pequeña blusa encima. Y tiene una chaqueta beis como la que mencionaron en las noticias de la radio.

Louise bajó la vista a los pies de la niña y vio que llevaba un par de Kawasaki negros. Se los señaló.

—¿También tiene un par de esos? —preguntó a sabiendas de que, con toda probabilidad, muchas de las amigas de las chicas los tendrían. No podía entender cómo las zapatillas deportivas blandas se las arreglaban para seguir a la moda. Ya eran populares cuando ella tenía la edad de estas niñas.

Dicta asintió.

—Los compramos juntas. Los suyos son blancos.

La chica se detuvo, incapaz de pensar en nada más. Louise no la presionó; en vez de eso, le dijo:

—Muy bien, tengo toda esta información aquí anotada. Lo último que necesito es el nombre completo y la dirección de tu amiga, así como tus propios datos para localizarte en caso de que tengamos que hablar contigo otra vez.

—Casi siempre contesta los mensajes de texto en su móvil. También he tratado de mandarle textos, pero no contesta —dijo Dicta, en vez de darle a Louise la información que acababa de pedirle.

—¿Me puedes repetir su nombre? —preguntó Louise antes de que Dicta comenzara a hablar de nuevo.

—Samra al-Abd. Vive en Disseparken, apartamento 16B —dijo la chica. Pareció sopesar las palabras antes de continuar—. Viene mucho a mi casa cuando sus padres le dan permiso, pero el padre puede ser muy estricto. Ella le tiene miedo. A veces. Y, ahora, de repente, ha desaparecido...

Louise trató de tranquilizarla repitiéndole que podría haber un buen número de motivos por los que su amiga hubiera faltado a la escuela o frustrado sus planes de reunirse.

—No hay por qué presumir lo peor —le dijo. Louise sabía que mucha gente es capaz de ver fantasmas a plena luz del día cuando se trata de niñas inmigrantes perseguidas y sus padres. Aun así, tenía que admitir que muchas de las cosas que Dicta le había dicho bien podrían indicar que sí se trataba de la chica que estaban tratando de identificar.

—¿Me puedes dar el número de móvil de tu amiga? —preguntó Louise, viendo cómo Dicta sacaba su teléfono y revisaba sus contactos. Louise anotó el dato y le preguntó también por el número de la casa de su amiga en Dysseparken.

La chica volvió a presionar algunos botones y le dio a Louise el número de los padres.

Después de escribir ambos teléfonos, además del de Dicta, Louise señaló con el mentón el móvil de la chica y le preguntó si, de casualidad, tendría por ahí alguna foto de su amiga.

Un momento después, la niña le pasó el teléfono por encima del escritorio y le dijo a Louise que había tomado la foto una semana antes, a la salida de la escuela.

Louise se inclinó rápidamente a coger el móvil, pero la fotografía había sido tomada desde muy lejos y no podía distinguirse más que el pelo negro y un rostro difuminado. Había algún parecido entre la amiga de Dicta y la chica muerta, pero era imposible saber con certeza si se trataba de la misma persona.

—Desgraciadamente, esta foto la tomaron desde demasiado lejos como para que yo pueda reconocerla bien —le dijo Louise, devolviéndole el aparato—. ¿Crees que podrías tener una mejor?

La chica negó con la cabeza y le explicó que tenía más fotos en su viejo móvil, pero que lo había perdido.

—Quizás podría encontrar alguna en casa —ofreció, y dijo que estaría encantada de traerla al día siguiente.