Las niñas olvidadas - Sara Blædel - E-Book

Las niñas olvidadas E-Book

Sara Blædel

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Beschreibung

El cadáver de una mujer ha aparecido en un bosque. No será difícil de identificar, gracias a la gran cicatriz que le cubre un lado de la cara... Pero nadie ha reportado su desaparición. Louise Rick, la nueva encargada del Departamento de Personas Desaparecidas, ha dejado transcurrir cuatro largos días antes de hacer un movimiento atrevido: publicar en los medios una fotografía de la víctima. Si bien esto podría poner en riesgo la integridad de la operación, parece ser la única esperanza de encontrar a alguien que la conozca. La apuesta resulta ganadora: una mujer ha reconocido a la víctima como Lisemette, una niña a quien cuidaba, años atrás, en una institución mental del Gobierno. Lisemette era una «niña olvidada», una niña desatendida por su familia y abandonada en la institución. Pero, pronto, Louise descubre algo más perturbador aun: Lisemette tenía una gemela, y, hace treinta y un años, ambas niñas habían sido registradas como muertas. La investigación de Louise toma un giro sorprendente cuando todo lleva a los parajes de su infancia. Mientras descubre más crímenes que fueron cometidos —y escondidos— en el bosque, se ve obligada a confrontar un vínculo terrible con su propio pasado, algo que había querido mantener cuidadosamente oculto. Ambientada en un paisaje temperamental y evocador, Las niñas olvidadas es una novela tortuosa, intrigante y emocionalmente intensa que asegura a Sara Blædel un lugar de honor entre los grandes escritores de suspenso.

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Las niñas olvidadas

Las niñas olvidadas

Título original: De glemte piger

© 2011 Sara Blædel. Reservados todos los derechos.

© 2021 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

ISBN 978-87-428-1193-1

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Esta es una historia ficticia. Los nombres, personajes, lugares e incidentes se deben a la imaginación de la autora. Cualquier semejanza con hechos, lugares o personas vivas o muertas es mera coincidencias.

–––

Mi propia y querida madre

Te echo de menos

Si tan solo supieras

Qué mal me tratan

Confinada en una cama

Atada con cinturón y guantes

Madre querida

Te echo de menos

Solborg Ruth Kristensen (Solborgs bog)

Prólogo

¡Ahí viene el Coco, ahí viene el Coco! Las palabras retumbaban en sus oídos mientras las piedras y las ramas del bosque le desgarraban los pies y las espinillas. La cabeza le daba vueltas. El terror le oprimía el corazón.

Se dirigía hacia las únicas luces que alcanzaba a ver. Como un boquete en la oscuridad, el blanco resplandor la impulsaba bosque adentro, cada vez más profundo. Confundida y aterrada, tropezó entre los árboles, jadeando por un poco de aire.

Su miedo a la oscuridad era como un estrangulamiento. Así había sido desde que era niña, cuando le daban la orden de apagar la luz y dormirse... O el Coco se la llevaría.

El Coco, el Coco, el Coco... Las palabras eran rítmicas, y ella, demasiado lenta para evitar que una rama le rajara la mejilla.

Conteniendo la respiración, hizo un alto y se quedó como congelada, sumergida por completo en la saturada oscuridad que los altísimos árboles aprisionaban. Las piernas le temblaban por la extenuación. Atemorizada por el sonido de su propio llanto, lentamente dio un paso adelante con los ojos puestos en la luz. La cegaba cada vez que la miraba fijamente.

No sabía cómo se había perdido. La puerta estaba entreabierta y nadie la había visto parada en el umbral. Extasiada de gozo, sentía que el sol la calentaba y la llamaba; pero eso había sido horas atrás, antes de que todo se volviera frío y perturbador.

En un momento dado, el hambre la hizo darse por vencida. Se sentó. La penumbra la envolvió, mientras se desplomaban en su cabeza fragmentos confusos de imágenes; hasta que, finalmente, incapaz de tranquilizarse, sin saber siquiera cuánto tiempo había pasado sentada, volvió a levantarse. No estaba habituada a las rutinas interrumpidas, y estar sola no era bueno; especialmente para la persona que había quedado atrás.

Aceleró el paso, acercándose cada vez más a la luz blanca. Esa luz la estaba atrayendo con una fuerza irresistible, y ella ahogó el dolor y los sonidos —una habilidad que ya dominaba—. Sin embargo, nunca había aprendido a controlar el miedo. Necesitaba escapar de la oscuridad o el Coco vendría para llevársela.

Se estaba acercando. Solo un poco, un poco más allá de los últimos árboles. Vislumbró un lago iluminado por la luna y bajaron las pulsaciones de su corazón. Justo cuando estaba a punto de dejar de correr, el suelo desapareció repentinamente.

1

Cuatro días. Todo ese tiempo había transcurrido desde que el cuerpo de la mujer fuera descubierto en los bosques, y la policía aún no lo había identificado. No tenían ni la menor idea de por dónde avanzar. Louise Rick sentía una gran frustración, el lunes al mediodía, mientras aparcaba en el Departamento de Medicina Forense.

La autopsia había comenzado a las diez de la mañana. Un poco después de eso, Ragner Rønholt, el jefe del Departamento de Personas Desaparecidas, había entrado en el despacho de Louise para pedirle que fuera a ayudar a su colega Eik Nordstrøm. Medicina Forense había anunciado, poco antes, su decisión de actualizar la autopsia para incluir pruebas de homicidio mediante el estudio del ADN.

Era la segunda semana de Louise como directora técnica de la Agencia Especial de Búsqueda, una recientemente constituida unidad del departamento. En Dinamarca, cada año se reportaba la desaparición de entre mil seiscientas y mil setecientas personas. Muchas regresaban, otras aparecían muertas; pero, de acuerdo con los diagnósticos de la Policía Nacional, había un crimen detrás de uno de cada cinco de los reportes de personas desaparecidas que se habían quedado sin resolver.

Su agencia estaba a cargo de investigar esos casos.

Louise salió del coche y lo cerró. No terminaba de entender por qué la necesitaban en la autopsia, si Eik Nordstrøm ya estaba ahí. Él se había tomado las últimas cuatro semanas de vacaciones, así que era la única persona de todo el departamento a quien aún no había conocido.

El viernes anterior, la propia Louise había revisado la lista de personas desaparecidas. Descubrió que ninguna de las mujeres ahí anotadas coincidía en su descripción con la que había sido encontrada en el bosque. Quizás Rønholt sintió que Louise también debía estar presente durante el examen del cadáver. O, quizás, simplemente consideró que, como ella provenía del Departamento de Homicidios, tenía más experiencia que sus nuevos colegas en materia de autopsias. Ese movimiento era un descenso, sin duda, impulsado por la complicada decisión que Louise se había sentido obligada a tomar. Haría su mejor esfuerzo, pero no sentía la menor ilusión de estar ahí.

En realidad, la sensación de que la hubieran enviado a navegar en aguas conocidas, después de una semana de territorios ignotos, era agradable. Louise no había previsto la sensación de desesperanza que suscita comenzar un trabajo nuevo, olvidando los nombres de las personas y sin saber dónde está la fotocopiadora. Había pasado la primera semana organizando la Ratonera. Vaya nombre, pensó, con la esperanza de que no se eternizara. Ya empezaba a cansarse de los comentarios ingeniosos de sus colegas con respecto a los espacios que habían permanecido desocupados en el fondo del pasillo. El despacho para dos personas estaba sobre la cocina. No se había ocupado desde la primavera anterior, cuando los de Control de Plagas se enfrentaron a una importante cantidad de roedores. Pero las ratas ya se habían ido y nadie las había visto desde entonces, según aseguraba su nuevo jefe.

Ragner Rønholt había hecho todo de su parte para poner en orden el nuevo departamento, comprando sillas ejecutivas y tablones de anuncios, junto con cierta cantidad de plantas. El comisario jefe tenía una preferencia personal por las orquídeas y, por lo visto, sentía que, para traer vida a los espacios desocupados, había que ponerles algo de verdor. Eso estaba muy bien, pensaba Louise; pero lo que realmente le importaba era sentirlo comprometido. Ragner Rønholt estaba, sin duda, determinado a conseguir que esta nueva subunidad echara a andar y funcionara. Les habían dado un año para demostrar que la unidad especial era necesaria, y Louise tenía todo que ganar. Si este nuevo trabajo no se volvía permanente, se arriesgaba a terminar como detective local en algún lugar del distrito.

«Tú decides a quién pones en tu equipo», le había dicho Rønholt, generosamente, al hablarle por primera vez de la idea de que ella estuviera al mando de la Agencia Especial de Búsqueda.

Desde entonces, había pensado detenidamente en quiénes podrían ser los candidatos más adecuados. Los prospectos de su lista final eran personas con quienes ya había trabajado: experimentados y competentes.

El primero era Søren Velin, de la Unidad Móvil de Fuerzas Especiales. Estaba acostumbrado a trabajar por todo el país y tenía contactos en muchas comisarías. Pero le gustaba mucho su puesto actual, así que Louise no sabía cuán fácil sería transferirlo. Otra cuestión era que Rønholt pudiera igualarle el salario.

En la lista seguía Sejr Gylling, del Departamento de Fraude. Tenía un genial pensamiento creativo, pero era albino, muy sensible a la luz brillante del día, y ella no estaba segura de poder trabajar todo el tiempo tras las cortinas cerradas.

Al final estaba Lars Jørgensen, su compañero más reciente en el Departamento de Homicidios. Se conocían por dentro y por fuera, y ella se sentía muy cómoda trabajando con él. Tampoco había ninguna duda de que este tipo de trabajo se ajustaba a su temperamento, así como a su estado de padre soltero con dos niños que había traído de Bolivia.

De modo que había varios candidatos prometedores. Louise simplemente no había decidido a quién trataría de enredar primero.

* * *

Antes de cruzar la puerta de la unidad de autopsias, alcanzó a ver a Åse, del Centro de Servicios Forenses. La esbelta mujer estaba agachada junto a su maletín, pero se puso de pie, sonriendo, mientras Louise se le acercaba.

—Le hemos hecho un par de fotos para ti antes de empezar —le dijo a Louise después de los saludos—. Solo del rostro, en caso de que decidas pedirle al público que te ayude a identificarla.

—Sí, parece que será necesario —accedió Louise, a pesar de que ese tipo de fotografías siempre provocaban agitación. Algunas personas pensaban que mostrar los rostros de los cadáveres era demasiado morboso.

La agente forense señaló las salas de autopsia con un gesto, mientras sus ojos verdes permanecían serios.

—La mujer que tenemos ahí no sería difícil de reconocer; quiero decir, si tuviera algún familiar cercano —dijo—. El lado derecho de su rostro está completamente cubierto por una gran cicatriz. Por lo visto, es producto de una quemadura. Baja hasta el hombro. Así que, si aún no la han reportado como desaparecida, la foto será, probablemente, lo mejor que tengas para descubrir quién es.

Louise asintió, pero no tuvo ninguna oportunidad de comentar nada, puesto que, en ese mismo instante, vio a Flemming Larsen acercarse acompañado por dos técnicos del laboratorio. El larguirucho médico forense sonrió al ver a Louise.

—Mira, nada más. ¡Supongo que, después de todo, no te habíamos visto por última vez! —dijo, y le dio un abrazo—. Estaba preocupado de que tus intenciones, al cambiarte de departamento tan de improviso, fueran deshacerte de mí.

—Nunca creíste eso —respondió ella sonriendo y moviendo la cabeza de un lado al otro.

Louise había conocido a Flemming Larsen durante los ocho años que trabajó para el Departamento de Homicidios. Estaba contenta con aquel trabajo y contaba con que le duraría hasta el momento de la jubilación, pero, con Willumsen muerto y Michael Stig designado nuevo jefe del grupo, no tuvo que pensárselo mucho antes de aceptar la oferta de Rønholt.

—¿Está aquí Eik Nordstrøm? —preguntó Louise, señalando con la barbilla las puertas de las salas de autopsia.

—¿Qué Eik? —Flemming la miró confundido.

—Eik Nordstrøm, del Departamento de Personas Desaparecidas.

—Nunca he oído hablar de él —dijo Flemming—. Pero vayamos. Ya terminamos la parte externa de la autopsia, así que te puedo hacer un breve resumen.

Louise estaba intrigada por la ausencia de su colega. Sostuvo la puerta abierta para Åse antes de entrar en la esclusa, donde se alineaban las batas y las botas de hule.

—¿Qué se sabe de esta mujer? —preguntó mientras se ponía una bata de laboratorio y una redecilla.

—Por el momento, no mucho, excepto que un trabajador forestal fue quien la encontró el jueves por la mañana. Estaba en el lago Avnsø, en Selandia Central —contestó Flemming, mientras le entregaba una mascarilla quirúrgica verde—. Según el examen del forense, murió entre el miércoles y la madrugada del jueves.

»La policía cree que se cayó o se resbaló unos cinco metros por una pendiente empinada y aterrizó mal —continuó—. El forense la examinó el viernes, en Holbæk, y el agente médico y la policía local decidieron que se hiciera la autopsia. Porque murió sola, desde luego, pero también porque no tenemos ni idea de quién podría ser esta mujer. Decidí perfeccionar la autopsia para obtener el ADN».

Louise mostró su conformidad asintiendo con la cabeza. Los registros dentales y de ADN eran siempre los primeros pasos hacia una identificación. Qué estupendo habría sido que Eik Nordstrom se hubiera molestado en presentarse, pensó, para que uno de los dos pudiera presenciar, en ese momento, los trabajos del dentista forense.

—Puedo decir, casi con certeza, que no estamos ante una mujer común —continuó Flemming, y explicó que eso era evidente a partir tanto de la ropa que le habían quitado como de las condiciones del cadáver—; o, por lo menos, no es una mujer que hubiera vivido una vida ordinaria —se corrigió.

—Hemos revisado sus huellas digitales en el sistema, pero no hay coincidencias —añadió Åse—. Creo que podría ser extranjera.

Flemming Larsen estuvo de acuerdo en que esa era una posibilidad.

—Es evidente que, por muchos años, no tuvo ninguna vida social —detalló—. Verás por qué lo digo.

El médico forense abrió el camino por el pasillo de baldosas blancas, a cuya derecha había una hilera de salas de autopsias. En cada una había forenses encorvados sobre cadáveres que yacían en mesas de acero. Louise rápidamente desvió la mirada cuando en una de esas mesas vio el cuerpo de un bebé.

—Al explorar con el escáner la cabeza de la difunta, antes de empezar la autopsia, notamos que tenía surcos profundos en el cerebro. Eran muy evidentes —explicó Flemming—. En pocas palabras, tenía un gran sistema de cavidades, así que seguramente no ocurrían muchas cosas por ahí.

—¿Quieres decir que tenía alguna discapacidad mental? —preguntó Louise.

—No habría sido la próxima Einstein. De eso estoy seguro.

2

El cuarto de los homicidios estaba al final del pasillo. Esa sala, la última, era el doble de grande que las otras, puesto que debían caber los agentes policíacos y los forenses, pero estaba equipada igual que las demás: una mesa de acero, un ancho fregadero y lámparas de luz brillante.

Louise sacó su dictáfono y lo puso donde pudiera grabar lo que Flemming revelara durante el examen del cuerpo. El proceso entero era registrado fotográficamente por Åse, quien se encargaba de recopilar los materiales para la investigación en el Centro de Servicios Forenses. Las muestras que Flemming recogía en el proceso se llevarían a los genetistas forenses, en el piso de arriba.

Si bien Louise no hubiera podido afirmar que la mujer que yacía sobre la mesa, a media sala, estuviera sucia, tampoco hubiera podido decir que estuviera bien arreglada. Tenía el cabello demasiado largo y enredado; las uñas, crecidas e irregulares. Lo más impresionante era la extensa cicatriz que le cubría una mejilla y tiraba de su ojo un poco hacia abajo, dando al rostro una expresión triste.

—El dentista estaba asombrado, cuando menos, cuando terminó el examen —comentó Åse mientras levantaba la cámara—. Dijo que es extremadamente raro ver una dentadura en semejante estado de abandono. Los dientes estaban arruinados por las caries y muy torcidos.

Flemming asintió.

—Aparentemente, nunca tuvo cuidados ortodónticos. Había una grave enfermedad periodontal en la parte superior de la boca —añadió—. Ya había perdido varios dientes.

Louise cogió un taburete alto y lo acercó a la mesa, mientras Flemming comenzaba los exámenes internos. Los órganos ya habían sido retirados y estaban en una charola de acero junto al fregadero.

—Estamos tratando con una mujer adulta, pero me resulta difícil calcular su edad. —Se inclinó sobre el cuerpo.— En lo que respecta a la cicatriz característica, tengo la certeza de que la lesión nunca recibió tratamiento. Es una herida violenta de tiempo atrás. También pudo haber sido una quemadura por corrosión —dijo pensativo—. No le pusieron ningún injerto. Cuando esto sucedió, debe de haberle dolido terriblemente.

Louise asintió. Había tenido la misma idea desde el principio.

»También tiene una vieja cicatriz que fácilmente puede remontarse a su infancia. En cierto momento, se fracturó un hueso del antebrazo izquierdo; nunca recibió tratamiento.

El médico forense miró a todos mientras expresaba su primera conclusión.

»Todo esto me dice que fue profundamente descuidada durante toda su vida y que probablemente vivió muy aislada.

Louise vio las arruinadas plantas de los pies y los cortes en los tobillos. Mostraban que, evidentemente, había recorrido una gran distancia descalza.

Flemming volvió sus ojos al cadáver de la mujer. Durante un rato, continuó en silencio con la autopsia, hasta que notó que, en la caída por la pendiente, la occisa se había roto siete costillas del lado izquierdo.

»Hay alrededor de dos litros y medio de sangre en la cavidad pulmonar izquierda —anunció sin levantar la vista— y el pulmón está colapsado.

Después de enjuagar los órganos internos y de examinarlos uno por uno, se enderezó y le dijo a Åse que había terminado.

»Aparte de las costillas rotas y de la sangre en la cavidad pulmonar, no hay indicios de violencia —dijo, y se quitó los ceñidos guantes para tirarlos a la basura—. Mi hipótesis inmediata es que el derrame fue lo que le provocó la muerte.

Hizo una pausa y pensó un momento antes de añadir:

»Un detalle que podría ser de interés, es que estoy bastante convencido de que la mujer tuvo relaciones sexuales poco antes de morir.

Louise lo miró sorprendida.

»Creo que hay residuos de semen en su vagina y en la parte interior de ambos muslos —explicó—, pero necesitaría confirmarlo, por supuesto, así que tendré que esperar a tener los resultados clínicos antes de afirmarlo con toda certeza. Eso podría llevar una semana.

Ella asintió. Bien podía ser así, puesto que no había indicios de que la muerte hubiera sido el resultado de un crimen. Se levantó y fue a observar el rostro desfigurado de la mujer.

»Si yo tuviera razón, esto podría significar que, después de todo, no estaba tan sola».

—Pero sí lo suficientemente sola como para que nadie se sintiera motivado a informar de su desaparición, a pesar de que lleva casi una semana muerta —dijo Louise.

Esperó a que Åse guardara su equipo. Ambas se despidieron de Flemming, que había ido al ordenador del rincón a dictar los detalles del informe.

Salieron de la sala de autopsias haciendo un gesto de asentimiento a los dos técnicos forenses, quienes tenían el encargo de cerrar el cuerpo antes de llevarlo de regreso a la cámara frigorífica del sótano.

3

Molesta, Louise llamó a Ragner Rønholt, casi golpeando con los dedos las teclas del móvil.

—No había ningún Eik Nordstrøm cuando llegué al Departamento de Medicina Forense —comenzó en cuanto Rønholt le cogió la llamada—. No sé cómo hacéis las cosas regularmente, pero es una total pérdida de tiempo del médico forense que la policía no esté ahí desde el principio. El médico tuvo que repetir para mí todos los hallazgos de la fase externa de la autopsia.

—Oh, qué coño... —gruñó Rønholt—. ¿No apareció?

—No. Al menos, donde estuvimos todos los demás —contestó Louise, y añadió que ya iba de regreso.

—Aguarda un minuto —dijo su jefe—. Solo quédate ahí. Ahora mismo te vuelvo a llamar.

Cuando él colgó, Louise bajó las escaleras hasta el vestíbulo y se quedó ahí por un momento, esperando la llamada. Finalmente, se impacientó y cruzó la calle hasta su coche.

Acababa de sentarse en el asiento del conductor cuando el nombre de Rønholt comenzó a parpadear en su móvil.

—¿Ya te fuiste?

—Estoy a punto —contestó, sin hacer el menor esfuerzo por ocultar lo molesta que estaba de que él la hubiera hecho esperar.

—¿Podrías hacerme un favor y recoger a Eik en el Ulla’s de Sydhavnen? —preguntó él—. Parece que le está costando algo de trabajo recuperar el ritmo de las cosas después de sus vacaciones.

Louise suspiró y preguntó dónde era eso. Sin poner la menor atención en los agradecimientos de Rønholt, introdujo el nombre de la calle en el GPS.

No había firmado un contrato para esto. No era una novata ávida de complacer a nadie ni se sentía cómoda de que le pidieran recoger a un colega borracho de algún sórdido pub.

Número 67. Louise no podía encontrar el lugar. Solo el 65 y el 69. Entre ambos números había un bar cerrado y destartalado. La puerta estaba oculta tras una reja oxidada.

En cuanto emprendió el camino de regreso al coche, un camión de cervezas se detuvo en la acera, tocando la bocina. Louise se giró para ver al conductor, que ya había descendido de su asiento y comenzaba a bajar la gran puerta trasera.

Ella hubiera podido jurar que el bar con el anuncio de Carlsberg descascarado en la ventana había estado muerto por años, pero, en ese momento, apareció en la puerta una mujer rechoncha y mocetona de pelo negro azabache que hacía esfuerzos por abrir los dos candados de la reja herrumbrosa.

—Disculpe —comenzó a decirle Louise en cuanto la mujer los hubo quitado—, ¿sabe usted si el número sesenta y siete está en el patio trasero?

La mujer arrastró la reja hasta ponerla detrás de la puerta y se hizo a un lado para que los camioneros comenzaran a meter las cajas.

—Este es el sesenta y siete —respondió ella, y un tufo a viejos humos y cerveza derramada flotó detrás de ella.

—He venido a recoger a Eik Nordstrøm en el Ulla’s. ¿Conoce el lugar?

La mujer de mediana edad miró a Louise por un momento. Hizo un gesto para señalar el espacio que tenía detrás.

—Yo soy Ulla. Ulla’s es mi bar y él está aquí.

Los hombres estaban reemplazando los barriles de cerveza cuando Louise se dirigía al fondo del establecimiento, donde dos máquinas de juego colgaban de la pared. Bajo sus pies, la alfombra estaba pegajosa en varios lugares. Aún había ceniceros repletos sobre las mesas. Ulla estaba trabajando en lo que había que limpiar después de una noche de tragos.

Nordstrøm estaba tendido sobre cuatro sillas que había colocado en fila, pegadas a la pared. Alguien lo había tapado con una pequeña manta de lana. Roncaba suavemente, con la boca abierta. Su pelo largo y grasiento le cubría la frente y caía sobre su nariz.

—Cariño, alguien ha venido a por ti —le dijo Ulla. Puso una mano sobre su chaqueta de piel y comenzó a zarandearlo.

Louise retrocedió unos pasos, maldiciendo a Rønholt.

—No se preocupe.

Estaba a punto de irse cuando Ulla la detuvo.

—Solo dele dos minutos y estará listo.

Louise se detuvo y vio que Ulla iba detrás del mostrador y sacaba un vaso de chupito y una botella de licor. Los puso sobre la mesa antes de zarandear a Eik un poco más.

Él gruñó sonoramente y, por fin, se sentó con grandes dificultades. Aceptó el vaso que Ulla le estaba ofreciendo. Cerró los ojos, echó atrás la cabeza, apuró el chupito de un solo golpe de garganta y aceptó otro rápidamente.

Enseguida, redirigió la vista y trató de enfocarla en Louise.

—¿Quién coño eres tú? —preguntó, y su voz sonaba como si surgiera de una tubería vieja y oxidada.

—Rønholt me ha pedido que venga a buscarte —contestó—. Tus vacaciones terminaron.

—Dile que se vaya al infierno —refunfuñó mientras sacaba un cigarrillo de un paquete aplastado que tenía sobre la mesa.

Louise se lo quedó mirando por un momento antes de darse la vuelta y salir. Fuera, los camioneros estaban a punto de cerrar la puerta trasera del camión, mientras Ulla volvía a colocar la reja.

—¡Espera! —La voz salió del interior como una sacudida.

El tipo salió a la calle dando traspiés y parpadeando para protegerse de la brillante luz solar. Se iba acomodando el pelo con las manos. Por un momento, pareció que se iría de bruces, pero enseguida comenzó a seguirla hacia el coche.

—¿Te conozco? —preguntó, y arrojó el cigarrillo en la acera.

Louise negó con la cabeza y se presentó:

—Supuestamente, tendrías que haber estado en el Departamento de Medicina Forense hace tres horas, así que tuve que cubrirte.

Abrió la puerta del pasajero y maniobró para que Nordstrøm subiera al coche. Apenas había terminado de darle la vuelta al coche cuando él ya había recargado la cabeza y dormitaba.

En el viaje de regreso al Departamento de Personas Desaparecidas iba acompañada de los suaves ronquidos del hombre, pero Louise pudo excluirlos enfocándose en la mujer no identificada. Había algo vulnerable, casi infantil, en el lado de la cara no desfigurado por la gran cicatriz. Debió de haber sido bonita alguna vez. Pero la pregunta seguía ahí: ¿cuándo habría sido eso?

* * *

Louise dejó a Eik Nordstrøm en el aparcamiento. Todavía estaba en el auto, con los ojos cerrados, cuando ella cerró la puerta de golpe. Se dirigió a su despacho, con la mirada fija en el suelo gris de linóleo para que no se le notara la rabia que le bullía por dentro.

Dejó caer el bolso en el suelo y cerró la puerta. Las paredes todavía estaban desnudas, pero Louise notó que habían instalado persianas venecianas durante su ausencia.

El sol brillaba con intensidad dentro de la habitación, así que se levantó a ajustar las persianas antes de sentarse al escritorio y encender el ordenador. Encontró el archivo donde estaban los currículos —y sus propias notas— de las tres personas que, según su criterio, serían las más capaces para acompañarla en la dirección del departamento, mientras consideraba si, tal vez, Henny Heilmann también sería una buena candidata.

Su jefa de grupo anterior, quien había sido asignada a Radiocomunicaciones, tenía una extensa trayectoria en el Departamento de Homicidios. Era una de las investigadoras más experimentadas que Louise había conocido, pero quizás Heilmann no tenía lo necesario para volver al redil, pensó, si bien reconocía que era un comodín. Podría mostrar el mismo increíble compromiso y la misma eficiencia, como en los viejos tiempos, o bien, tener dificultades para recuperar el ritmo.

Alguien golpeó la puerta. Cuando se abrió por completo, un segundo más tarde, Eik Nordstrøm irrumpió con una silla ejecutiva y un par de cajas apiladas encima. Venía empujándola con un pie.

—Muy bien, aquí ya había una silla —notó, y se detuvo en la entrada.

—¿Qué pasa? —exclamó Louise, recogiendo rápidamente sus apuntes. Notó que Nordstrøm se había puesto algo de agua en el cabello y se lo había peinado hacia atrás. Se preguntaba si tenía una camiseta limpia en su despacho y si se había lavado rápidamente en el vestuario.

—Me estoy mudando aquí —le dijo, señalando con la barbilla el asiento disponible en el lado opuesto de la ventana—. Siempre quise tener una mujer por compañera.

Estupefacta, Louise se puso de pie.

—Tú y yo no trabajaremos juntos, directamente —le espetó—. La Agencia Especial de Búsqueda es algo así como una unidad paralela a la tuya.

—Sí —accedió, mientras descargaba las cajas sobre el escritorio—, y esa agencia seremos tú y yo. Me acaban de ordenar que empacara mis cosas y me mudara aquí, contigo.

—Entonces debe de haber un malentendido. ¿Quién te dijo eso?

Eik dejó caer su chaqueta de cuero al suelo y comenzó a desempacar las cajas.

—Rønholt. Él me puso en el caso de la mujer que encontraron en el bosque.

Louise se lo quedó mirando, incrédula.

—Muy bien, pero no hay necesidad de que estés aquí para trabajar en ese asunto, ¿o sí? —probó.

—Sí, porque voy a trabajar contigo —dijo, y tosió como si sus pulmones apenas estuvieran despertando.

Se quedó quieta por un momento, mientras esas palabras terminaban por asentarse. Cogió entonces la carpeta que tenía sobre el escritorio y la empujó hacia Eik, mientras él comenzaba a maniobrar con la silla sobrante una vez más.

* * *

—¿Está Ronholt ahí dentro? —preguntó en cuanto estuvo frente a la secretaria de su jefe. Hanne Munk también había trabajado en el Departamento de Homicidios años atrás, aunque por poco tiempo. Su pelazo rojo, las ropas multicolores y las tendencias espirituales no habían sido, precisamente, el plato favorito del comisario detective Willumsen, así que, a los pocos meses, él ya se había encargado de ahuyentarla.

—¡No puedes pasar en este momento! —dijo Hanne—. Rønholt se está preparando para una reunión con el comisionado nacional.

—Necesito hablar con él. Solo le quitaré cinco minutos. —Louise siguió avanzando hacia el despacho principal.

Hanne se levantó de un salto y llegó a la puerta antes de que Louise pudiera levantar la mano para golpear.

—No puedes simplemente llegar e interrumpir. —Bloqueó la puerta y propinó a Louise una mirada furiosa.— Y no tendrá más tiempo durante el resto del día. Pero, por supuesto, si quieres agendar una cita para más adelante esta semana, eres bienvenida.

—¡Oh, para ya! —dijo Louise, y se quedó cara a cara con Hanne sin la menor intención de rendirse.

En ese momento, justamente, se abrió la puerta y Ragner Rønholt estuvo a punto de tropezarse con su secretaria, que seguía bloqueando el umbral.

—Bueno, bueno, hola —dijo él, sujetando a Hanne por los hombros para recuperar el equilibrio, mientras dedicaba a Louise una sonrisa—. Qué gusto que hubieras sido capaz de sacar a Eik de la cama. Es un buen tipo, una vez que termina por desconectarse del modo vacaciones.

—Sí, y, hablando de eso... —Louise se deslizó a un lado de Hanne, empujó a Rønholt de vuelta a su despacho y cerró la puerta—. Nuestro arreglo era clarísimo: quedamos en que yo elegiría a la persona con quien trabajaré en el nuevo departamento. —Le entregó los papeles.— Aquí hay una lista de la gente que considero calificada.

Mientras le daba los papeles, recordó las pequeñas notas que había puesto, destinadas para su uso personal, y se los arrebató de las manos.

»Nadie dijo nunca que podrías echarme encima a un borrachín».

—¿Quién habló de echarte encima cualquier cosa? —Rønholt parecía estar a la defensiva, y por su frente apareció un profundo pliegue.— Eik es mi mejor chico, y estoy seguro de que vosotros dos combinados seréis de calidad internacional.

—¿Calidad internacional? —Louise se quedó atónita, tanto por esa selección de palabras como por la facilidad con que él le había endilgado al colega.

—Lo encontré durmiendo la mona en un bar. Cuando finalmente se recuperó, se echó dos chupitos entre pecho y espalda incluso antes de ponerse de pie. Eso no es calidad internacional. Olvídalo. Quiero a Lars Jørgensen. Estoy segura de que podrán transferirlo rápidamente.

Rønholt ya estaba detrás de su escritorio. La vio.

—Tienes razón. Eik está luchando contra sus propios impulsos, que llegan a ser más fuertes que él. Pero, a veces, las debilidades de las personas también pueden convertirse en fortalezas —dijo—. Lars Jørgensen es una posibilidad, pero dale una oportunidad a Eik. Para empezar, te sugiero que vosotros dos averigüéis la identidad de la mujer, investiguéis si tiene algún pariente cercano a quien pudiéramos notificar y cerremos este caso entre todos.

Esa no era la reacción que Louise había esperado. Respiró hondo y exhaló. Esto no iba a terminar así.

Él miró su reloj y descolgó su abrigo del perchero.

—Se me hace un poco tarde. Hoy es noche de bridge y me toca llevar la tabla de quesos, así que no creo que me dé tiempo de regresar aquí después de mi reunión.

Louise lo siguió, pero se detuvo junto a la puerta. Eik Nordstrøm estaba en la recepción conversando con Hanne, quien asentía y sonreía con cada una de las palabras que él decía.

—¿Así que qué tal si nos ponemos a averiguar la identidad de nuestra desconocida? —preguntó Louise—. Vaya, en caso de que no estés demasiado ocupado.

Atravesó la recepción del despacho principal, muy consciente del tono ácido de su voz. Oyó que Eik susurraba algo al oído de Hanne, algo que la hizo reír, antes de él se apartara de ahí para reunirse con Louise en el pasillo.

—¿Quieres una taza de café? —preguntó él, dirigiéndose a la cocina.

—No, gracias, bebo té. —Se detuvo sorprendida a la puerta de la Ratonera. El despacho se había transformado. Daba la impresión de que alguien se hubiera ido a vivir ahí dentro. Tal vez los carteles de música no eran precisamente de su agrado, pero, al menos, ya no daba la impresión de ser un desierto.

—Bueno, estaré... —exclamó.

—Puedo deshacerme de todo esto, si te molesta —oyó la voz atrás, desde donde Eik la miraba con una taza de café y dos sándwiches de queso en las manos.

—No, está bien —respondió enseguida. A decir verdad, estaba contenta de dejar las decoraciones a cargo de alguien más. Era agradable tener algunas cosas en el despacho, pero ella no tenía ningún interés personal en los detalles.

Fue a su escritorio, puso sus cosas encima y se dejó caer en la silla.

4

Puse una marca negra en el caso, así que la mujer está ahora categorizada como muerta en el registro de la Interpol —dijo Louise. Miró a Eik, que estaba encargándose de su segundo sándwich—. Pero, antes de que soltemos la fotografía a los medios, ¿no sería bueno enviarla a los distritos policíacos y a la Interpol?

Aguardó, insegura de cuál sería el procedimiento adecuado. El caso había sido transferido al Departamento de Personas Desaparecidas en cuanto la policía de Holbæk notó que ellos no iban a ser capaces de identificar a la mujer por sí solos.

—No es que a los otros distritos les sirva de mucho, ya que no le hemos puesto nombre —añadió ella.

Él negó con la cabeza mientras rápidamente terminaba de masticar.

—Si nos sentamos por ahí simplemente a esperar a que alguien la reconozca por casualidad, estaremos perdiendo el tiempo. Cuando lidiamos con cadáveres no identificados, solemos comenzar concentrándonos en el área donde los encontramos.

—Muy bien —dijo Louise—. Fue un trabajador forestal quien la encontró el jueves por la mañana, junto al lago Avnsø, en el centro de Selandia. ¿Eso tiene algún sentido para ti? —Él movió la cabeza negativamente mientras ella recitaba lugares—: Hvalsø, Skov Hastrup, Særløse, Ny Tolstrup. Ahí hay un centro de refugiados.

—¿Está cerca de Køge? —preguntó él, sacudiéndose las migajas de su camiseta negra.

—No, no está cerca de Køge —suspiró ella—. Está entre Roskilde y Holbæk. El trabajador forestal estaba limpiando la orilla del lago cuando la vio. No sabe nada de la occisa ni tenía noticias de que nadie estuviera viviendo en el bosque.

Empezó a relatarle lo que sabía por la autopsia, pero guardó silencio en cuanto él levantó la mano para detenerla.

—Necesito una recarga. —Cogió su taza y salió. En cuanto estuvo de regreso, preguntó—: ¿Sabemos si la policía local revisó el área alrededor de donde cayó?

—El informe del departamento de policía de Holbæk dice que había marcas de deslizamiento muy claras en el suelo húmedo de la parte de arriba —confirmó Louise—. Llovió ligeramente durante la noche, pero las de ella fueron las únicas huellas de pisadas que encontraron.

—Quizás vivía en el bosque —sugirió él—. ¿Habrá sido una sintecho?

Louise puso sobre la mesa el breve informe de la policía en cuanto oyó que alguien llamaba a la puerta. Hanne se asomó. Las comisuras de su boca se volvieron hacia abajo para recordarle a Louise que aún no había puesto su nombre en el cubículo.

—Sería estupendo que las cosas no se quedaran en mi escritorio. Se están acumulando.

—¿Ha llegado algo para mí? —preguntó Louise. Podía tratarse de correo que le hubieran reenviado del Departamento de Homicidios. El jefe del Grupo de Negociación le ahorraría nuevas asignaciones mientras ella se las arreglaba para poner en marcha su nueva unidad, así que, en realidad, no esperaba recibir nada.

—Hay una invitación para la barbacoa de verano y un directorio telefónico que he impreso para ti.

—¿Y por qué no los trajiste contigo, si de todos modos ibas a venir?

—No puedo andar por ahí repartiendo el correo de todos en este departamento —respondió Hanne enfáticamente.

—Ah, pero, por lo general, no sueles tener problemas con eso —intervino Eik, guiñándole el ojo.

—Tú eres diferente —dijo Hanne como en un arrullo.

Cuando Hanne se fue y cerró el despacho, Louise se quedó mirando la puerta por unos segundos. Sacudió entonces la cabeza.

—No está acostumbrada a la competencia —dijo Eik, mientras se echaba atrás en la silla para sacar del bolsillo un paquete de cigarrillos arrugado—. Hanne es la reina del departamento, es a quien todos cortejamos—. Sacó del paquete un cigarrillo aplanado y se lo puso en la boca, mientras echaba un vistazo alrededor en busca de un mechero.

—No se fuma aquí —dijo Louise cuando vio que él estaba a punto de encender el cigarrillo, después de haber encontrado el mechero en el cajón del escritorio.

Enarcó una ceja y se la quedó mirando por un momento antes de dejar caer el mechero.

Louise puso el informe policíaco sobre el escritorio.

—En cuanto a la lista de personas desaparecidas —continuó ella—, al principio solo revisé el último mes. Pero eso no me dio más que una mujer del norte de Jutlandia y un joven de Næstved. Así que eché atrás todo un año, pero en ese período no hubo mujeres dentro del grupo de edad. Finalmente, revisé cinco años.

Louise tenía las listas de la policía frente a ella, apiladas sobre el escritorio.

—Ninguna coincide con la descripción. Sin duda, la gran cicatriz estaría señalada entre las características físicas distintivas. Por lo tanto, no figura como desaparecida.

Eik todavía llevaba el cigarrillo colgando entre los labios y parecía inquieto.

—Dame las listas y les echaré un vistazo —dijo de salida, mechero en mano.

—Solo ve a fumarte tu maldito cigarrillo para que te concentres y podamos avanzar —estalló irritada y se sentó a esperar.

Él regresó a los siete minutos.

—Envíame la fotografía del rostro de la mujer, ¿puedes? —Después de examinar la imagen, declaró—: Si es danesa, alguien habrá que pueda reconocerla. La cicatriz es tan llamativa que nadie tendría dudas si la hubiera visto antes.

Louise asintió.

—¿Quieres que escriba una descripción y envíe la fotografía a la prensa? Tengo una lista de contactos que usamos para los avisos de personas desaparecidas.

—Sí, por favor —exclamó ella, al ver que finalmente él mostraba un poco de vida. Miró el reloj—. Tengo una cita en Roskilde, así que hoy saldré un poco más temprano.

Todavía trataba de acostumbrarse al hecho de que su querida amiga Camilla Lind se hubiera mudado a la mansión de su futuro suegro, en Boserup, justo a las afueras de Roskilde. El novio de Camilla, Frederik, después de que su hermano muriera y su hermana renunciara al puesto de directora general del negocio de la familia, había decidido dejar los Estados Unidos y volver a Dinamarca para hacerse cargo de la gestión de Termo-Lux.

Que Camilla se convirtiera en el «ama de la mansión» era algo que Louise nunca se habría imaginado. Sabía que el pequeño apartamento de su amiga, justo a un lado de las piscinas de Frederiksberg, ya estaba en venta; y sabía, también, que Markus se había cambiado de colegio hacía más o menos un mes, después de que Frederik Sachs-Smith lo inscribiera en un colegio privado de Roskilde. Todo había sucedido muy rápido, y ahora también estaban a punto de casarse. Louise había pasado por una tienda de manualidades a comprar perlas para las invitaciones, que Camilla insistía en hacer con sus propias manos. Louise sabía cuán importante era todo esto para su vieja amiga y confidente, así que había prometido llevárselas después del trabajo, a pesar de que todo eso le parecía una pérdida de tiempo.

Suspiró ante la idea, cansada ya de verse arrastrada en los preparativos de la boda. Era como ver a su amiga montada en el coche del romanticismo, encantada de encajar el directo.

* * *

¡Hecho! —Eik Nordstrøm rompió el silencio un momento después.— La descripción y la fotografía ya fueron enviadas con una petición de ponerse en contacto con la Agencia Especial de Búsqueda, si alguien reconociera a la mujer o tuviera una idea de quién podría ser.

Miró a Louise con ojos de expectación.

—Estupendo —lo felicitó ella—. ¿Has visto las fotografías que se tomaron del sitio donde fue encontrada?

Él negó con la cabeza.

Louise las subió a su pantalla y se las envió.

Mientras Eik se inclinaba a estudiar las fotografías, su rostro fruncido fue poniéndose serio.

—Mi mamá tenía delantales de flores como este. Se cerraban por el frente con un montón de ganchitos —dijo—. Creo que fue en los años sesenta, pero uno podría pensar que, para aquel entonces, no se habían inventado las cremalleras. No sabía que todavía existían estas cosas.

Louise contempló la fotografía y asintió. Por la ropa, daba la impresión de que el tiempo se hubiera detenido para ella.

—¿Qué te parecería que nosotros mismos fuéramos allá a hablar con el tipo que la encontró? —siguió diciendo—. Podríamos presionarlo un poquillo.

—Tenía planes de ir mañana —dijo Louise. Por un momento se preguntó si su compañero temporal pensaba presentarse al día siguiente por su propio pie o si tendría que ir a recogerlo otra vez.

—Adelántate y ve a Roskilde —dijo. Apagó su ordenador y se puso la chaqueta de cuero—. Puedo hablar con él. De cualquier modo, no tengo ninguna otra cosa que hacer.

Louise apartó los ojos de la pantalla y lo vio sacar el último cigarrillo del paquete, el cual arrugó y lanzó a la papelera.

—No es un caso de alta prioridad que exija tiempo extraordinario, precisamente —objetó ella. Louise suponía que era como esas personas que llegan tarde, pero que añaden horas a su cartilla cuando terminan quedándose después de las cuatro. Esa no se la iban a colar—. ¡Ni siquiera sabes dónde está el lago Avnsø!

—Tengo un GPS.

—Desde luego, hallarás el camino al bosque, pero no llegarás más lejos. No hay cobertura una vez que entras.

Por lo general, era ella quien insistía en que las cosas se hicieran enseguida, reflexionó. Se preguntaba si este era un signo de que estaba envejeciendo y volviéndose complaciente. De ninguna manera, decidió, y cogió su bolso. Si bien iba entrando en los cuarenta, no estaba lista para declararse «gorda y acabada», como rezaba el viejo dicho danés.

—Está bien, de acuerdo. Vamos de una vez. —A la salida, pasaron por el despacho de Hanne. Louise dejó que Eik cogiera las llaves de uno de los dos coches del departamento. Cuando llegaron a la planta baja, ella se las arrebató de la mano.— Yo conduzco —lo informó.

5

Viajaron en silencio. Louise se giró varias veces a ver si Eik se había quedado dormido, pero él seguía muy atento, con sus anchas manos entrelazadas sobre el regazo. Seguía viendo todo, mientras ella daba vuelta a la izquierda y pasaban junto a un aserradero abandonado y con las ventanas rotas. Las olvidadas estructuras de madera daban al lugar un aire de vacío fantasmal.

Justo en el borde del bosque había una casa de campo con techo de paja y tres alas casi oscurecidas por las densas copas de los árboles. Estaba rodeada por una verja blanca y tenía una gran puerta. La vieja casa del Guardabosques había sido su sueño por muchos años.

—Hay una cabaña para acampar en la parte más alta de la pradera, donde empieza la pendiente que lleva al lago —explicó Louise mientras recorrían el camino de Bukkeskov—. Pero, si subimos hasta la cabaña, tendremos que aparcar lejos de donde ella se cayó, así que seguiré hasta el lago Avnsø. Luego caminaremos por el sendero. Es más rápido.

Es como si conocieras muy bien estos parajes —observó él, mirándola con curiosidad.

—Soy de aquí —admitió ella, mientras se esforzaba por esquivar los baches más profundos de la carretera—. Bueno, no exactamente de aquí, sino de Lerbjerg, al otro lado del bosque. Pasé la mayor parte de mi niñez por estos caminos. Cuando éramos un poco mayores, nos reuníamos junto al lago y encendíamos hogueras.

Se contuvo de contarle que esas reuniones usualmente implicaban mucha cerveza, así como algunos porros que pasaban de mano en mano. No es que ella fumara, pero sí que le gustaba tumbarse en la hierba con los demás a ver las estrellas.

—¿Sigues viniendo por aquí?

—Mis padres viven aquí —respondió con brevedad—. Pero hace muchos años que no venía al lago.

¡Mentira! Louise venía aquí con frecuencia, cada vez que necesitaba poner orden en sus pensamientos. Para ella, el lago Avnsø siempre había sido el lugar más hermoso y pacífico sobre la tierra. Durante el crepúsculo, le encantaba sentarse contra un árbol a ver el atardecer, la luz del sol que parecía inflamar la oscura superficie del agua. Era la forma más elevada de meditación.

También había recuerdos dolorosos, por supuesto, y una pesadilla que se había esforzado mucho en dejar atrás. Pero nada de eso tenía que ver con Eik. Como el hecho de que había traído a Jonas, su hijo adoptivo, en su última visita. A fin de cuentas, nada de lo que ella hubiera hecho aquí tenía nada que ver con él.

—Ahí —dijo, deteniendo el coche—. Aparcaremos ahí.

Podía ver la luz reflejándose en el agua al pie de la colina. Una estrecha senda iba justo en esa dirección. Por aquí solía venir en la bicicleta cuando era niña. También era un buen sendero para montar, especialmente a la hora de volver al galope.

Apuntó hacia delante para mostrarle que también podrían ir un poco más allá y tomar el camino del bosque, que era ligeramente menos empinado.

—¿Es un buen sitio para pescar? —preguntó él cuando se bajó del coche.

Louise asintió y, de pronto, recordó alguna vez haber atrapado un rutilo pequeño con una caña de pescar casera. Le pareció recordar algo sobre lucios y percas.

—Hay una senda junto al agua por donde puedes dar toda la vuelta al lago. —Señaló la espesura a la derecha.— Tenemos que ir a aquel lado.

Tenían que dar un cuarto de vuelta al lago para llegar al lugar donde el trabajador forestal había encontrado a la mujer.

—¡Sh! —Eik calló de repente y puso una mano en el brazo de Louise.

Ella dejó de hablar y oyó el chillido de un niño. El sonido era desgarrador, según llegaba a ellos a través de los árboles.

—La gente viene aquí de día de campo —le dijo ella, hablando en voz baja—. Hay mesas de pícnic por ahí.

Mucha gente visitaba el lago Avnsø cuando hacía bueno. En los tiempos en que Louise estaba en el cole, en Hvalsø, también había venido de excursión con su clase en varias ocasiones. Las niñas solían sentarse en la pradera a hacer guirnaldas, mientras los chicos grababan sus iniciales en los troncos o se balanceaban sobre el lago con una cuerda que colgaba de uno de los grandes árboles. Al menos, así era como ella lo recordaba.

Sus pensamientos fueron súbitamente interrumpidos por el sonido del niño. La criatura lloraba tan fuerte ahora que Louise, por un momento, se preocupó de que no pudiera respirar.

—¿Por qué no hay nadie consolándolo? —gruñó Eik. Ya se dirigía hacia el sendero empinado, agarrándose de las ramas de algunos arbustos para no resbalarse.

Ella cerró el coche y lo siguió.

* * *

En el tramo plano junto al lago, donde el columpio colgaba de un gran árbol, tal como Louise lo recordaba, vieron tres niños pequeños. El que lloraba era uno de impermeable a rayas y vaqueros. Estaba sentado en el suelo, chillando tan violentamente que tenía toda la cara roja como una remolacha y los ojos bien apretados. Junto a él, el segundo, un niño rubio, estaba echado boca abajo. Se arrastraba por el suelo como una oruga mientras emitía una serie de sonidos fuertes y calamitosos que amenazaban con convertirse en llanto.

Louise se detuvo y vio a la tercera criatura, una niña de ropa roja muy suelta. Estaba sentada peligrosamente cerca del agua, con los dedos en la boca y lodo por toda la cara.

Dos, tres años, a lo sumo, les calculó Louise. ¿Quién habría dejado niños tan pequeños solos en el bosque, tan cerca del lago? Aceleró el paso cuando vio a la niña levantarse para ir tambaleándose cerca del agua, donde se dejó caer al suelo y se inclinó hacia delante, como queriendo atrapar las olitas que lamían la orilla.

Antes de que Louise pudiera llegar, Eik ya estaba a un lado de la niña. Rápidamente la cargó y se la llevó a la banca, junto al columpio.

—¡Hola! —gritó Louise, mirando alrededor. Pero era evidente que no había adultos en las cercanías.

Eik estaba de regreso, agachado junto al siguiente niño, que no paraba de llorar mientras su pequeño cuerpo se convulsionaba. Lo alzó en brazos con delicadeza y comenzó a mecerlo.

—¡Debe de haber alguien por aquí! —exclamó ella, con los ojos explorando el área.

Eik ya había puesto a los niños bajo seguro junto a la banca. Ahora caminaba por los alrededores, llevando en brazos al niño que lloraba, mientras los otros dos gateaban por el suelo.

—¡Hola! —volvió a gritar Louise—. ¿Podrías quedarte con ellos mientras voy a echar un vistazo?

Sin esperar respuesta, comenzó a correr hacia el cobertizo de botes. Después siguió el sendero que rodeaba el lago. En varias ocasiones, tuvo que pasar agachada bajo las ramas que se extendían sobre el angosto camino. La ira le pulsaba en las sienes. Podía imaginarse bien la escena: una pareja joven mucho más interesada en sí mismos que en cuidar a los niños que habían traído de excursión. Ella había cuidado niños cuando estaba en el cole y también, una o dos veces, había venido con el novio, y era fácil olvidarse de los niños cuando estaban por ahí, jugando sentados.