Las 50 leyes del poder en El Padrino - Alberto Mayol - E-Book

Las 50 leyes del poder en El Padrino E-Book

Alberto Mayol

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Beschreibung

Una lectura adictiva sobre el poder en la sociedad actual. Lo más cercano a contar con Vito Corleone susurrándote al oído unas cuantas lecciones de vida. El poder está en la política... pero mucho menos de lo que parece. «La posición es más importante que las piezas», reza la ley 48 de El Padrino. La partida del poder se juega a diario en el trabajo, con los amigos, en el amor, en la relaciones con nuestros hijos o con nuestros padres. Si no sabes de poder, si eres analfabeto en la materia —nos advierte el autor— tu desgracia está cerca, pues el poder es la piedra filosofal de la vida en sociedad. Pero vivimos una época que denosta el poder como gesto ético y que cree que el bien puede prosperar al margen del poder. Podemos seguir la senda de ese error o apostar por conocer las leyes que rigen esta fuerza ubicua, universal y sublime. El Príncipe de Maquiavelo ilustró con incomparable maestría las leyes del poder en el Renacimiento. Mario Puzo y Francis F. Coppola han hecho otro tanto en nuestro tiempo presente. Las leyes del poder están en El Padrino, en la novela y las películas. Solo hay que organizar lo que está en estas obras y una claridad sorprendente nos ayudará a iniciar el camino de comprender las leyes del poder: reveladas como las de Moisés, inequívocas como las de Newton, crudas como las de Hammurabi.

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Alberto Mayol

LAS 50 LEYES DEL PODEREN EL PADRINO

 

 

© del texto: Alberto Mayol, 2020, 2023

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Primera edición: abril de 2023

ISBN: 978-84-19558-12-1

Diseño de colección: Enric Jardí

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Maquetación: Àngel Daniel

Producción del ePub: booqlab

Arpa

Manila, 65

08034 Barcelona

arpaeditores.com

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

SUMARIO

INSTRUCCIONES PARA CRUZAR EL INFIERNO

PRIMERA PARTE. LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE EL PADRINO

La cabeza de caballo

Vito Corleone, el motor inmóvil

En el origen fue Agátocles

La Cosa Nostra

¿Qué es el poder?

¿Por qué 50 leyes? Razones y arbitrios

SEGUNDA PARTE. 50 LEYES DEL PODER EN EL PADRINO

Decisiones y negociaciones

Ley n.º 1

    Todas las situaciones, condiciones y vicisitudes pueden ser una oportunidad y, por ello, cada circunstancia y lugar deben ser estudiados en detalle

Ley n.º 2

    La pasión es enemiga del poder

Ley n.º 3

    Todas las misiones que han merecido tal carácter son igualmente relevantes

Ley n.º 4

    Las decisiones relevantes solo se discuten con quienes toman parte en la decisión

Ley n.º 5

    Si hay que elegir entre la eficacia y la eficiencia de una decisión, elige la eficacia

Ley n.º 6

    No toda acción debe responder a una estrategia, pero toda acción debe ser coherente con la estrategia

Ley n.º 7

    Si un estúpido controla un imperio, tú puedes tomar ese imperio. A menos que seas más estúpido que aquel que controla el imperio (y no lo sepas)

Ley n.º 8

    Un gran táctico puede ser un pésimo estratega

Ley n.º 9

    En una negociación nadie debe salir humillado

Ley n.º 10

    Piensa como tus enemigos…

Ley n.º 11

    …Y que nadie sepa lo que estás pensando

Ley n.º 12

    Desconfía de los mediadores, suelen tener un bando

Ley n.º 13

    No hay nada, nunca, que sea más importante que la razón

Ley n.º 14

    Nunca sabemos si el enemigo explícito es el enemigo último

Ley n.º 15

    Los recursos deben ser usados en proporcionalidad a su relevancia

Ley n.º 16

    Que tus actos sean predecibles en tiempos de paz e impredecibles en tiempos de guerra

Ley n.º 17

    El culpable debe ser del tamaño del problema.Si no lo es, entonces no lo has encontrado

Ley n.º 18

    Cualquier característica personal puede ser susceptible de convertirse en un recurso para acumular más poder

Ley n.° 19

    Cuando un accidente se repite, es mejor ser supersticioso

Vicios y virtudes del gobernante

Ley n.° 20

    La prudencia es la mayor virtud del gobernante

Ley n.° 21

    La arrogancia es el mayor pecado del que administra poder

Ley n.° 22

    Hay cosas que simplemente se hacen y luego se olvidan

Ley n.° 23

    Mucha de la información que recibes son mitos. Tener información propia es esencial

Ley n.° 24

    En momentos difíciles, gana tiempo

Ley n.° 25

    Todo grupo que aspira a acumular poder debe estructurarse con un carácter monolítico

Ley n.° 26

    Es imperativo cuidar del propio mundo

Ley n.° 27

    El respeto no es la mejor arma, pero es el mejor escudo

Ley n.° 28

    La permisividad es una fuente de grandes problemas

Ley n.° 29

    Quien perdona una traición siempre estará en peligro

Ley n.° 30

    Nunca aceptes una humillación, salvo que tengas posición dominante

El poder es más grande que tú

Ley n.° 31

    Nadie es inmune a la transformación del poder y si eres inmune, sencillamente morirás

Ley n.° 32

    Todo hombre tiene su destino

Ley n.° 33

    El crecimiento de tu poder no se ha consolidado si la sociedad no se ha enterado. Pero no se pueden enterar por ti

Ley n.° 34

    Nada es personal en el juego de los intereses. Pero al observar el panorama comprenderás que todo es personal

El orden importa

Ley n.° 35

    No se debe resentir el darwinismo radical del poder

Ley n.° 36

    Hay hombres para tiempos de paz y hombres para tiempos de guerra

Ley n.° 37

    No se debe abusar de los recursos

Ley n.° 38

    Cultiva el secreto y el poder crecerá estable

Ley n.° 39

    Nunca se debe ostentar una negación y menos decir simplemente «no» a quienes se aprecia

Ley n.° 40

    Un escenario de aparente debilidad puede convertirse en un problema real

Ley n.° 41

    Desconfía de las situaciones extrañas

Ley n.° 42

    Las historias verosímiles son un poder relevante

Ley n.° 43

    El ejercicio del poder debe desplegarse con la mayor sutileza posible

Ley n.° 44

    Todos los recursos son armas

TERCERA PARTE. LA IMPORTANCIA DEL ORDEN

Ley n.° 45

    Hasta lo ilegítimo debe ser institucional

Ley n.° 46

    El caos es el poder del lumpen

Ley n.° 47

    Los favores articulan poder

Ley n.° 48

    La posición es más importante que las piezas

Ley n.° 49

    Abogados, abogados, abogados

Ley n.° 50

    No hay poder en la mentira

Ley n.° 50 bis

    La lealtad del pueblo es tan frágil o tan intensa como es la categoría del líder

CODA

 

 

 

«Un abogado con su maleta puede robarmás que cien hombres armados».

El Padrino

INSTRUCCIONESPARA CRUZAR EL INFIERNO

Todos habitamos el poder, por fortuna o desventura.

El poder es un sol nocturno. Posee la energía del astro rey y la oscuridad de la noche.

El poder es el príncipe de este mundo.

Es indispensable haber digerido este saber. La mayor parte de las veces vivimos en el mundo sin conciencia de estas breves sentencias. No imaginamos la relevancia de sus consecuencias. El poder puede estar en la dirección de la llamada telefónica, en la veloz respuesta silente de una mirada, en la risa burlona ante una presunta amenaza, en un pescado envuelto, en el título de un correo electrónico, en una cabeza de caballo en tu cama.

Y es que normalmente pasamos nuestros días sin prestar atención a la más incómoda y menos simpática de las variables: el poder. Preferimos la ingenuidad, la risa, el juego, el delirio metafísico o el frenesí de la carne. Pero en cada acción, como un submundo réplica de nuestro mundo, el poder sube o baja, como un gráfico para cada humano, como el aroma de un barrio, como el destino de una familia. El poder. Podemos disfrutar livianamente de la vida y, sin embargo, se mueve. El poder se mueve.

Incautos arribamos a nuestros destinos de cada día sin pensar siquiera cuánto poder hemos perdido, cuánto hemos ganado y cuánto podemos perder. Y todavía menos comprendemos que habitar el poder es compartir tu cuarto con Satanás. Siempre. Todos habitamos el poder y, por ello, en nuestro cuarto cada noche duerme Satanás, con gran calma, con la certeza absoluta de que no importa de cuántos valores nos blindemos, siempre podrá arrastrarnos al pecado en el preciso momento en que el poder exija nuestro pronunciamiento.

No es lo mismo saber que tomar conciencia. Sabemos que el poder se expresa como una montaña, con una cima radicalmente más angosta que su base. Sabemos que acumular más poder, que ir más arriba en la montaña, es difícil. Lo sabemos. Pero no tenemos conciencia. Nos imaginamos que el camino de su acumulación será un grato paseo por un parque. El poder, sin embargo, es tanto una necesidad como una maldición. Cuando ganamos en su juego, nuestros días se tornarán más difíciles. Cuando perdemos, nuestros días serán horribles. El poder no es un grato compañero. Pero sin su compañía la vida es un espanto.

Todos habitamos el poder. Él estuvo antes que el verbo.

La sombra del poder viaja por el mundo a mayor velocidad que la luz. Pero normalmente no nos enteramos. Los hombres de buena voluntad avanzan por las calles redondeando meticulosamente su odio a los poderosos. Buscan que su odio sea puro y perfecto. Suele acontecer en ciertas épocas. Y suele ser una buena noticia. Ese odio, con un poco de suerte, eliminará algo del moho que habita en los pasillos del poder. Los hombres de buena voluntad, con algo de suerte, habrán hecho quizás un aporte. Pero no siempre la suerte acompaña a las almas nobles. Y en esos casos, frecuentes a decir verdad, los buenos oficios tienen la eficacia de la pólvora mojada.

Vivimos en una era que pretende quitarle poder a la autoridad. Si la historia de la humanidad había sido intentar darle autoridad al poder, ahora sencillamente la sospecha inunda la sala de operaciones. Pero no es solo eso. También es una época donde prevalece el desconocimiento del poder. Todo se reduce a decir: el poder es malvado. Este analfabetismo es un mal compañero para la aventura de sociedades que buscan afrontar los mayores desafíos de su historia. Para cruzar el infierno no basta la buena voluntad, no basta la energía. Se requiere más. Y la historia intelectual de quienes han puesto su mente y sus manos en la cuestión del poder lo saben.

En el siglo XVI, Nicolás Maquiavelo escribió El Príncipe, un tratado para enseñar a administrar el poder al que lo tiene. En el siglo XX, Mario Puzo y Francis Ford Coppola crearon El Padrino, una saga literaria y cinematográfica, un opus que enseña a construir el poder al que no lo tiene. Pero esta no es solo una historia sobre la mafia, no es solo la historia del crimen. Es una historia que enseña que el poder importa.

La lección del poder no es hermosa, no es delicada. Su problema no es lo bello, es lo sublime. Su potencia estética radica en la grandeza, y la grandeza no se puede rechazar. Tampoco se puede ir tras ella, pues no reside en un sitio ni está a la espera de su cazador. La grandeza se produce, se construye y se conquista en cada empresa mayor, arriesgando siempre hasta lo inimaginable.

Cuando quedamos de cara al poder estamos ante lo incomprensible, normalmente por deliberada ceguera o por insuficiente precaución. El poder es una habitación oscura que nadie nos querrá mostrar. Y si deseamos no saber nada, fácilmente lo lograremos, porque darnos ojos ante el poder no es una misión habitual. Este libro (y el proyecto que lo sustenta) nace como un ejercicio para iluminar ese territorio oscuro. Pero no tendremos jamás una luz brillante. Así es la historia, con un poco de suerte forjaremos una tiniebla más tenue.

¿Por qué visitar ese sitio en penumbra?

Porque, para protegerse de los horrores, es preciso cruzar el infierno.

Decidí escribir este libro sin las formalidades académicas, a pesar de lo que considero su profundidad, porque en este libro conservador subyace una rebeldía cuya fuerza (espero) nunca se agota. Y esa rebeldía no es meramente intelectual. Nace de dolores estomacales, de quebrantos, de soledades infames, de delicadas u obscenas traiciones. Las razones intelectuales de este libro han sido solo una parte de su génesis. Se combinaron, hace tiempo ya, con un sentido de supervivencia.

Cuando las leyes que se exponen en este libro estaban en su etapa primigenia, recurrí a ellas inquieto por mi futuro. Eran momentos en los que era fácil imaginar un destino amargo. Mi derrota parecía inevitable (y lo era). Un frío invierno de estepa rusa se vislumbraba en mi horizonte. Y no estaba yo en la estepa. Y no era Rusia la que pisaban mis pies. Seguía en la misma ciudad que me vio nacer. Observando la estepa imaginaria reflexioné y comprendí que esa derrota era por falta de poder y, peor aún, por mi dilapidación sistemática de él en cada conducta. Esto no ocurrió solo una vez. Fueron varias las ocasiones donde la penumbra arribó a una radical oscuridad y donde el frío fue la temperatura de la desolación.

En los distintos episodios mi instinto me llevó a recordar que alguna vez había detectado algo así como «las leyes del poder» en el opus de El Padrino. La necesidad tiene cara de hereje, por lo que emprendí un camino (tímidamente al principio) en el que formalizar y cumplir estas leyes era el desafío. Pero las leyes del poder, el sentido práctico de ellas, no podían existir sin una reflexión sobre el poder en sí mismo. Fue en ese proceso que me concentré en la fisura entre la política y el poder, pues ambos son, en rigor, antípodas. Cuando la política desaparece solo queda el poder. Ante nuestros ojos aparece una entidad que no ha fijado sus límites, que no conoce fronteras. Y con ella aparece también la necesidad de pensar e investigar el objeto «poder», puro y simple, como una línea recta en medio de un cuadro de Kandinsky, como la pregunta por la luz y su carácter ondulatorio o particular. En ese juego, en ese navegar sin instrumentos precisos, me alejé de Max Weber (el gran clásico de la sociología, mi faro) y volví a tomar aquella novela leída de adolescente luego de la fascinación por ver la película El Padrino. Volví a Puzo una vez más. Y volví a Coppola. Ahora buscaba afinar los detalles, ahora quería lograr penetrar en ese universo cuyas leyes debía enunciar. Ávido de una verdad que me fuera útil, fatigué las noches y los días. Sí, vaya desafío, una verdad útil.

Aún recuerdo el estremecimiento que sentí cuando comprendí, como en medio de un misterio que nos ha revelado su secreto, que El Padrino (la novela) no era sobre la mafia, no era sobre la familia, no era sobre Italia ni sobre los sicilianos en Nueva York. Comprendí que no era sobre los crímenes, que no era sobre el dolor y la necesidad de matar a un hermano, que no hablaba acerca de la tragedia de huir de lo ominoso para caer en el Banco del Vaticano (Banco Ambrosiano). O mejor dicho, que sí era todo eso, pero que había algo más, algo que en realidad estaba debajo (y siempre lo que está debajo es más importante). Y eso que estaba debajo era Maquiavelo, la Italia de poder sin política, su grandeza y su pequeñez. Y que todo ello era un símbolo de lo humano.

Mario Puzo había reescrito El Príncipe de Maquiavelo, pero lo hacía en 1969 (450 años después de su origen), inspirándose en una historia que abarcaba (en la novela) hasta 1955 (desde 1900, aproximadamente). Luego, en la versión cinematográfica tanto Mario Puzo como Francis Ford Coppola avanzaron más décadas, escribiendo un último libreto que excede las fechas originales, abriéndose a una nueva generación (los nietos de Vito Corleone, el padrino), construyéndose un relato que llega hasta la década de los ochenta, involucrando un radical esfuerzo por mostrar las entrañas del poder en ese lugar donde el misterio se apuesta a sí mismo, el lugar donde el poder no necesita armas porque su única arma está en aquel que concentra el poder, que, con razones más o menos comprensibles, recibe la fortuna de la potencia. El vilipendiado El Padrino III es, en realidad, una obra mayor. Los remilgos de los críticos de cine, influenciados formidablemente para no darle el Óscar (y hacer ganar una película que a nadie le importó nunca), son irrelevantes: la obra es, además de formidable, una oda a la valentía política. Juan Pablo II, el socio ideológico de Reagan y Thatcher, era el papa. La película venía a decir cómo Juan Pablo II había llegado a ser papa. Y la historia era ominosa.

Puzo no se centró en la mafia, no estuvo fundamentalmente enfocado en investigar el funcionamiento de las familias italianas dedicadas a los negocios ilegales en Nueva York o en Chicago. En cambio, Puzo reconstruyó narrativamente la teoría del poder de Maquiavelo y la puso en escena en forma de novela, mezclando el juego de Dostoyevski con el perfilamiento de los muy distintos hijos de Los hermanos Karamazov (además del asesinato interno en la familia), con la muy evidente filosofía del poder del autor de El Príncipe. Y luego Coppola logró que la imagen transformara la metafísica del poder en una física del poder. Antiguo y Nuevo, Puzo y Coppola, surge así el testamento, la clave del poder justo antes de que el mundo dejara de comprenderlo con radical disfrute y para su propio mal.

Pasó el tiempo desde esos años atrás, casi de juventud, en que la lectura de Puzo me reveló un maquiavelismo fino y profundo. Por entonces comencé a trabajar el problema del poder, pero no fui capaz de ir lejos, no tuve la osadía de cruzar las fronteras disciplinarias y los moldes impuestos para vociferar los nombres prohibidos de un novelista y un cineasta como dos teóricos del poder al nivel de los grandes. Esa falta de valentía fue un cierre cognitivo. Hoy me avergüenza: había aceptado las leyes que me hacían débil. No pude reconocer lo que veía ni expresar lo que sentía. La juventud es temeraria, pero no osada. Los investigadores queremos el reconocimiento de los pares sin comprender que esa es una extraordinaria manera de no innovar, de convertirse en funcionario sin necesidad (nadie puede criticar a un funcionario que debe funcionar, pero un intelectual que debe pensar no debiera impregnarse del alma funcionaria). Lo cierto es que coleccioné algunas observaciones del libro en algún archivo del ordenador, algún apunte en la copia de mi libro y alguna observación se quedó pegada exitosamente en mi memoria.

La ruta de comprensión del poder es una ruta oscura. Pero no duele. La vida personal, en cambio, tiene al poder como una daga constante, un cuchillo que vuelve siempre a abrir la misma herida y que, a veces para abundar en la desgracia, abre otra. Culpamos a personas, a situaciones. Y es correcto. Pero detrás de cada herida hay una asimetría, un acto de poder. Fue así que, siendo yo un joven académico, mis rápidos progresos en la vida universitaria terminaron donde debían: en la derrota total. Yo pensaba que mi talento servía para ser aceptado y promovido. Renuncié a todo poder ofrecido, solo quería investigar y dar clases. Tarde comprendí que si no eres relevante solo puedes temer que una guerra entre terceros pueda afectar a tu posición. Y también entendí que, si eres mínimamente relevante, debes tener el poder para sustentar esa importancia. No era mi caso. Mi asesinato fue sencillo y dejé la academia. Me fui a trabajar a un banco. Tarde había comprendido que acumular progresos y no tener poder era una combinación pavorosa. Y lo peor es que es lógico. Si entras a una habitación y hay un cocodrilo, huyes. ¿Por qué? Porque puede matarte y no puedes matarlo. Pero si entras a la habitación y hay una araña venenosa, buscas veneno y la matas. ¿Por qué? Porque puede matarte, pero tú también a ella (y con ventaja para ti).

Otro momento donde me vi obligado a avanzar en la comprensión del poder fue cuando intempestivamente entré en política. Y mi primera misión era ser candidato presidencial en las primarias nacionales del naciente Frente Amplio en Chile (2017). A pocos días de iniciar la aventura pude notar que los jóvenes líderes de esta coalición tenían un plan (ir lento con el proyecto político) y que no les gustaba mi presencia (quizá porque quería ir rápido o quizá por otros asuntos). Pero mi capacidad de incidir, que era razonablemente alta, no se correspondía con la fuerza administrativa y política para protegerme y proteger a quienes estaban cerca. Lo concreto es que fui un candidato presidencial pletórico de fuego amigo. Y fue así que, a punta de victorias pírricas, logré una derrota electoral honrosa sin errores relevantes y con algún acierto. Pero yo era una araña en la habitación. Y me expulsaron dos veces de la coalición política en juicios sumarios. Siempre sobreviví, sin embargo.

En estos dos momentos (y en otros más), las leyes que presento en este libro fueron útiles a tal punto de reducir los daños cuando estos eran inapelables y de generar modestas victorias en medio de un escenario muy difícil. Este ejercicio intelectual se ha hecho carne en varias ocasiones y ha tenido que batirse en duelo con ese desafiante ente llamado realidad. Pero estos eventos no fueron solo la aplicación de un saber, sino que fueron también el escenario donde se perfeccionaron. Estos dos momentos se convirtieron en un laboratorio para aprender a gestionar poder. Fue así que las leyes que fui construyendo desde hace más de una década, al principio como un juego, un día me rescataron del abismo. Comprendí que una mirada profunda de la obra de Puzo-Coppola (y no quedarse solo en el goce estético) radica en asumir que en las normas hay siempre un poder y que, si quieres avanzar en un ambiente que no expresa un deseo recíproco, no puedes aceptar las leyes de otros, pues en ellas morirás. Y claro, formar leyes propias se dice rápido, pero no es fácil. ¿Ir y montar las leyes propias? Hay que ganar guerras. Y es necesario gozar de una claridad de escenario muy intensa. Y, por supuesto, debes saber que, de salir mal, la derrota será obscena.

De esta experiencia personal que condujo a la creación del libro solo debo destacar algo sobre Vito Corleone. El Príncipe de Maquiavelo es un libro escrito para un poderoso que debe conservar su poder. El Padrino es la historia de Vito Andolini (conocido como Vito Corleone), quien no tenía nada, que se había tenido que parar sobre la necesidad o sobre la vergüenza. Estaba solo, huérfano, niño, en otro país. Y entendía, con Marx, que las reglas de los poderosos a ellos servían. Y pensaba, ya sin Marx, que él podía hacer nuevas reglas hasta que tuvieran que incorporarlo a la élite. Era la historia de construir poder desde cero, de crear, de convertir cualquier cosa en un recurso. Por eso en una ocasión que recordé a Vito Andolini, luego de un día difícil, llegué a mi casa y saqué de la biblioteca El Padrino. Era tarde. Había hablado con mi esposa y nuestro balance no era auspicioso. Era casi medianoche y me acomodé en un sillón a leer a Puzo. Era un libro que ya tenía algunos años. Y encontré dos o tres subrayados, algunas páginas dobladas para marcar algo. Eran los inicios de esta sistematización. Busqué en mis archivos del ordenador lo que tenía sobre El Padrino. Algo había escrito otrora, pero era disperso, provisorio, vagamente inútil. Preferí leer a Puzo, volver al inicio. Como dije antes, era medianoche cuando comencé a leer la novela nuevamente. Lo terminé alrededor de la misma hora en la que hoy escribo esto, las 4:40 de la madrugada.

El libro, puesto en un contexto como el que vivía, era una revelación. Decidí inspirarme en la sabiduría proverbial de la obra y volví a sistematizar, mientras me encontraba en el campo de batalla. Era una escena absurda, profundamente evasiva, neurótica. Las preparaciones para la televisión, los eventos masivos y las reuniones dejaron de ser mi foco. Todo era Puzo. Y Coppola. Comprendí que llegar al final del desafío presidencial era imprescindible, que la derrota más grande era detenerse. En esa noche de aparente absurdo, donde elegí leer El Padrino y no prepararme para un día de candidatura presidencial, comenzó la formalización de las leyes y, perdonen la voluptuosidad, un pequeño renacimiento luego de mis tiempos medievales.

Así nacieron estas leyes del poder.

¿Por qué se llaman leyes? Porque lo son, a la manera de Moisés, pero también a la manera de Newton. Hay pecadores que creen que se trata de una metáfora, de un juego, de un negocio o de un ejercicio. Hay quienes vislumbran una mera recomendación genérica. Puedo decir que no es así. Son leyes. Y el que quiere incumplir alguna ley puede hacerlo (lo he hecho), pero habrá de saber padecer las consecuencias. Peor aún. Son leyes para las que no existen los abogados. Debes saberlo. Ante el poder siempre estarás solo, arrojado al mundo, con la enorme probabilidad de que el poder se olvide de ti dejándote en un lugar hostil o, peor, que se acuerde de ti para esperar al siguiente callejón oscuro y clavar un cuchillo en tu espalda.

El poder es el único veleidoso que siempre triunfa. No es poco. Normalmente le llamamos Dios, pero es solo para pronunciar el incómodo verbo que es su nombre.

PRIMERA PARTE

LA CONSTITUCIÓN POLÍTICADE EL PADRINO

LA CABEZA DE CABALLO

Jack Woltz, un todopoderoso productor de Hollywood, se despierta una mañana luego de un sueño intranquilo. En lo más profundo de su cama, las sábanas y su pijama están inusualmente húmedos. Woltz percibe unas misteriosas secreciones corporales amenazando su despertar. Los segundos se agolpan mientras intenta comprender lo que ha ocurrido.

Jack Woltz, nos cuenta la obra de El Padrino, es un personaje relevante para los políticos. Se rumorea que es amigo personal y quizás asesor del primer director del FBI, Edgar Hoover. El productor es miembro oficial de la sección cinematográfica del Gabinete Asesor de Información Bélica del presidente de Estados Unidos, lo cual significaba que colaboraba en la realización de películas de propaganda. Estamos en el año 1945, Hollywood ha nacido hace poco más de quince años y los productores van demostrando que derrotarán a los directores en la disputa del poder. Woltz es el símbolo de ese poder, junto con otros dos productores. Pero este hombre poderoso ahora está despertando en una cama ensangrentada y fría.

Al borde de la histeria, Jack Woltz busca una respuesta a sus preguntas, pero al mismo tiempo no desea respuesta alguna. No obstante su vida disipada, tiene perfecta claridad de que no se trata de los fluidos corporales que son habituales para él y que son contingentes a sus placeres, no muy admirables, por cierto. No, no, no. Sabe que hay algo que no cuadra. La seda de su pijama y la seda de sus sábanas, ostensiblemente bellas y de precios sobrenaturales, han sido manchadas por un líquido oscuro no exento de una sutil viscosidad. Por supuesto, lo ha comprendido sin aceptarlo del todo, porque la sangre intempestiva siempre se presenta con el pesar del espíritu. Intentando entender qué le pasa, pues el productor parece temer algo sobre sí mismo, mueve repentinamente las mantas y sábanas que lo cubren buscando una explicación. No será una explicación lo que encontrará.

Sobre su cama, la violencia se ha convertido en arquetipo. Lo que encuentra solo aumenta su escándalo, su histeria, su horror: la cabeza de su caballo favorito ha sido cortada y yace en su lujosa cama, recostada junto a él, ensangrentando su despertar. Se trata de la hermosa cabeza de Khartoum, su más valioso bien, cuyo nombre refiere a la zona profunda del centro de África donde el Nilo, mucho antes de los largos vericuetos que describe antes de llegar al Mediterráneo, entrega su vital aporte a los desiertos. Es la zona donde el Nilo «blanco» se une con el Nilo «azul» (uno proviene de Etiopía, el otro, de Burundi).

El exótico y valioso caballo ha sido decapitado e inunda la mañana de su propietario, que grita desaforado. Pocos días antes había lucido su caballo ante el enviado de Vito Corleone, el abogado y consigliere debutante Tom Hagen, quien, demostrando una aguda sensibilidad, había comprendido que lo más importante para el empresario del cine era ese animal, comprado por seiscientos mil dólares, según la película. Dado que la obra está ambientada en los años cuarenta, el valor del caballo es sideral, cerca de los diez millones de dólares de hoy en día.

El productor ha debido de comprender que su capacidad de inferencia y comprensión de las palabras de Hagen había sido insuficiente y cede a los requerimientos, muy simples por lo demás, del líder de la mafia neoyorquina: debe incorporar como protagonista de su siguiente película a Johnny Fontane, el exitoso cantante a quien Woltz tanto odia y quien, al aparecer en la película, logrará revitalizar su carrera antes de que sea evidente que su voz ha caído en desgracia y que su vida licenciosa y sin rumbo ha cobrado su cuenta.

El productor, que se vanagloria de ser el asesor en asuntos de cine y propaganda de importantes autoridades del pujante imperio norteamericano, debe dejar de lado su odio por Fontane, el hombre que malogró a su amada y prometida, una actriz que el productor había construido y tallado con sus manos, en cuerpo y alma, para verla caer rendida a los pies del cantante, quien sobre ella hizo uso y abuso hasta dejarla denigrada y mustia en un costado del camino. Woltz no puede volver a estar con ella, ya no es la misma. Y él tampoco es el mismo. Llena sus días y placeres con oscuros contratos que le procuran acceso a pequeñas muchachas de la más tierna edad, vendidas por sus propias madres. El informe repugna a Vito Corleone: Woltz es un hombre con afinidades por la licencia sexual, un incontinente. Y es, además, un imbécil. Tiene un imperio que no se merece. De alguna manera el padrino comprende que ya no se trata solamente de conseguir el papel de su ahijado Johnny. Ahora hay algo más.

La cabeza del caballo, desde que la película de Coppola la hiciera célebre, será un arquetipo de la amenaza radical, de la evidencia de que al frente hay alguien capaz de los más salvajes y atroces actos, es una carta sin palabras capaz de explicarlo todo. Es un símbolo que se desenrolla y configura un significado. La cabeza de caballo marca la fractura temporal de todo protagonista. La sangre pegada en su cama es la persecución de la desgracia, es la maldición, la garantía ineludible del mal. Es su propio y reluciente año cero. La cabeza del caballo representa el nacimiento de un Cristo que luego del parto sin dolor de María queda en claro que está muerto. Es el día cero del horror. Woltz lo comprende. Y grita.

La escena en la cama de Woltz es también un punto de anudación ficticio de una historia aparentemente cierta. Johnny Fontane, el meloso cantante ahijado de Vito Corleone, representa la figura de quien conocemos como «la voz», Frank Sinatra, el prototipo de los crooner, el tipo de intérprete baladista de voz profunda que se acompaña de una orquesta o big band. El crooner es un subgénero que busca dar una versión pop a las obras de fuerza melódica y potencia emotiva típicas del bel canto en la ópera. Pues bien, la leyenda (con bastante evidencia histórica) da cuenta de una situación muy semejante a la que experimenta Fontane, pero en la piel de Sinatra.

El resumen puede ser ejecutivo. Frank Sinatra comienza su carrera con éxito, es un cantante de izquierdas bien valorado en circuitos artísticos y bastante arriesgado: está ostensible y efusivamente a favor de la causa negra. Por esa razón, en plena época del macartismo, Sinatra pasa a ser parte de la lista negra de los posibles comunistas. Por lo demás, en pleno imperio de MacArthur (la era más intensa fue 1950 a 1956), Sinatra es uno de los artistas relevantes que eleva la voz en contra de las persecuciones, que se habían hecho frecuentes en Hollywood. Otros actores, por el contrario, se suman a la caza de brujas: el más célebre de ellos, Ronald Reagan. Esta afinidad con la causa negra se desnuda en la novela de Puzo al situar a Fontane conversando amistosamente con su sirviente doméstico afroamericano, con quien sostiene una amistad sin las distancias habituales del propietario de la casa y el sirviente. Luego vemos a Fontane yendo a ver a su padrino, Vito Corleone, para pedir un favor. Esta vinculación con la mafia es cierta en Sinatra, quien es invitado por un amigo de infancia, cuñado de Al Capone, para cantar en una reunión de altos mandos de la mafia en Cuba, en el hotel La Habana, en 1947. Sinatra tendrá desde entonces una relación de confianza con el carismático Lucky Luciano, primer promotor de la llamada «Comisión», esto es, la junta directiva, el directorio de las principales familias que, organizadas en conjunto, más allá de sus rencillas (o con ellas por dentro), generarán una acción coordinada para mantener su poder.

Luciano fue un genio político y es claramente uno de los nombres que Puzo convoca para construir el personaje de Vito Corleone. De hecho, Lucky Luciano llega a Nueva York casi a la misma edad en que Puzo y Coppola sitúan la llegada de Vito Andolini (Corleone) a la Gran Manzana. De todos modos, es indispensable aclararlo, Luciano no es Corleone, pues más bien tiene un estilo de negocio muchísimo más parecido al de su rival Sollozzo, por el mercadeo ilícito de drogas y por pertenecer a un tipo no tradicionalista de mafioso. Esta distinción, entre mafiosos a la antigua y su versión moderna (los apodados «turcos»), es una clave para entender la época.

Lo cierto es que Sinatra se acercó a la mafia. Se habla de que tuvo algunos derechos de juego en Las Vegas, que en 1941 comenzaba a convertirse en la ciudad del juego. En la época de la persecución política Sinatra perdería estos derechos y su relación con la mafia habría sido también parte de la presión que recibía, con amenazas de juicio mediante. Durante todo ese proceso, su compromiso político no mermó, pues apoyó decididamente las campañas demócratas y fue muy cercano a Kennedy. Sin embargo, esa relación se habría roto cuando el presidente de Estados Unidos rechazó (luego de haber aceptado) quedarse en casa del cantante por los rumores de su proximidad con el crimen organizado. Hay otras versiones que hablan de su alejamiento del mundo más liberal o socialista por el creciente chantaje que supuestamente recibía. Sea cual sea la causa, desde 1970 Sinatra comienza a acercarse al mundo republicano, apoyando a Nixon y luego fuertemente a Reagan, con quien hizo una intensa campaña e incluso donó cuatro millones de dólares de la época. Era un apoyo que él legitimaba porque decía haberse tornado muy conservador, aunque seguía siendo un gran defensor de la igualdad racial, donde había destacado hasta la radicalidad en su juventud. Coincidencia o no, la era republicana le propició mucho éxito y pasó del impacto musical y cinematográfico a ese sitial, tan distinto y metafísico, que es el mito.

¿Por qué recordar la historia de Fontane y sus paralelismos con Sinatra? Es muy simple. Nos permitirá comprender el hilo conductor, la fuerza primigenia, el espíritu de las cuatro obras de El Padrino (la novela y las tres películas). Es mi convicción que la clave del entronque Puzo-Coppola radica en el realismo. Y ese realismo no es solo artístico, es también político. La premisa central de esta obra es que la construcción de El Padrino como obra tiene un tercer autor, uno de hace quinientos años.

El Padrino es la continuación de El Príncipe de Maquiavelo, pero por otros medios. El opus llamado El Padrino es una obra sobre el poder, sobre su acumulación y sobre su administración. La forma que tiene es una tragedia griega; el estilo es el naturalismo.

La cabeza del caballo es la debilidad, es tu debilidad, la mía, la de Woltz. Significa que no sabes defender ni a tu mujer, malograda por Fontane; ni a tu caballo, muerto para la mayor gloria de Fontane. Pronto el cantante volverá al éxito, pronto se ganará el Óscar, pronto se convertirá él mismo en productor de cine con el dinero de su padrino y con el apoyo de los sindicatos que le habían hecho la vida imposible. Esa es la vida de Woltz. Una porquería. Y todo porque declaró una guerra para la cual no tenía armas.

VITO CORLEONE,EL MOTOR INMÓVIL

Estamos en el año 1901. A sus 9 años de edad, el pequeño Vito Andolini ya ha visto morir a su hermano y a su padre a manos de Ciccio, un hombre violento cuyas acciones atormentan al pueblo de Corleone, en Sicilia. El asesino sabe que Vito buscará venganza y querrá matarlo apenas pueda. Previendo la eventualidad de su futuro ataque, porque le resulta lógico que así sea, Ciccio decide matar a Vito siendo todavía un crío.

En estas circunstancias, las virtudes del niño se convierten en defectos: Vito demuestra habilidades físicas, Vito es un buen cazador de aves, Vito tiene carácter. No cabe duda para Ciccio: el jovencito debe morir tal y como murió su padre primero, tal y como lo hizo su hermano inmediatamente después (precisamente durante el funeral de su padre). Ambos, padre y hermano, Antonio y Paolo, confrontaron al mafioso. Ese fue su pecado.

La madre de Vito, cuyo nombre desconocemos, comprende que el mafioso matará al hijo que le queda y ha tomado la decisión de pedir clemencia a Ciccio. La mujer se acerca con Vito a sus espaldas y le pide que lo perdone. Esta escena es muy importante. La signora Andolini nada les ha hecho, Vito nada les ha hecho, más aún, Ciccio ha destruido su familia. Pero la madre y el hijo deben pedir clemencia. Su poder es tan reducido que deben pedir perdón no por algo que han hecho, sino por lo que no han hecho, por el daño que han recibido, por ser un peligro hipotético al poder vigente. Deben pedir perdón. Si no lo hacen, morirán. Y si lo hacen, también. La genial narración de la debilidad se consolida con la escena donde el requerimiento de clemencia no es aceptado. Ciccio es enfático: el niño debe morir. Se lo dice a la madre, lo dice en presencia del hijo. Ella, desesperada, juega su última carta, intenta matarlo abordándolo con un cuchillo y Ciccio la asesina. Vito ha visto morir a su padre, a su hermano y a su madre en cosa de días.

Antes de morir, mientras trata de asesinar (o hacer perder tiempo) al mafioso que destruyó su vida, la madre le pide al pequeño que huya. Vito correrá hasta el puerto y comenzará su aventura, viajando en solitario a Nueva York. Perseguido siendo un niño de 9 años, Vito se embarca solo a Estados Unidos, a vivir el hambre y la miseria en un barrio de italianos pobres. El niño conquistará el sueño americano gracias a su artístico desprecio de la ley, pero esta historia de infancia lo acompañará toda su vida.

Cuatro décadas más tarde, en la clínica donde se encuentra recuperándose del intento de asesinato cursado por su rival Sollozzo, Vito recibirá la visita de su hijo Michael. De inmediato, el joven se da cuenta de que está todo listo para terminar la tarea iniciada por Ciccio: no hay protección, todos los soldados de la familia están fuera y su padre yace solo con una única enfermera de turno. Vito tiene en ese instante 53 años y está al borde de la muerte. Hasta allí el joven ha ido, contra la voluntad de su padre, a pelear por Estados Unidos a la guerra. Hasta ahí Michael es un norteamericano más, un abogado que prefiere ir con el uniforme militar al matrimonio de su hermana y que se niega a salir en la foto de la familia, arruinando el momento. Pero algo cambia cuando Michael se acerca a su padre en la clínica y lo ve en peligro. Es la iniciación espiritual del hijo en la mafia.

Michael convence a la enfermera y decide sacar a su padre de ese cuarto, minutos antes de que lleguen los asesinos, para esconderlo en otro sitio. Y para aclarar a su padre las razones de tanto jaleo, se acerca a su oído y le explica: «—Soy Mike. No temas. Ahora escucha: no hagas menor ruido ni digas nada, sobre todo si alguien pronuncia tu nombre. Quieren matarte, ¿comprendes? Pero no te preocupes; yo estoy aquí».1

En este punto el relato de Puzo es estremecedor. El padre mira al hijo con una calma capaz de iluminar el mundo, con la mirada del padre que puede tranquilizar a su hijo en medio de cualquier batalla. Con sus ojos le señala que no hay problema, que don Corleone no podría sentirse amenazado en ese escenario. ¿Por qué debería tener miedo alguien a quien han querido matar desde su más tierna infancia? Ese gesto de Marlon Brando interpretando a Vito marca el espíritu de la obra. No es la forma convexa la que construye la película, no es el grito imponente del líder. Vito Corleone es silencio, es la profunda paz de las armas en movimiento. Vito Corleone está inmóvil y el mundo gira. Como el dios medieval, Vito tiene su centro en todas partes y su circunferencia, en ninguna.

Vito Corleone es el motor inmóvil de la obra El Padrino. El concepto de motor inmóvil es aristotélico y tiene una gran tradición tanto en la teoría de la causalidad como en la metafísica. Por asociación se usa a veces en las referencias críticas a obras tratadas literariamente (para fines literarios o para otros fines, como ópera o cine). En esos casos se hace alusión al planteamiento de una obra que gira en torno a un personaje sin necesidad de que este tenga presencia permanente o incluso sin que tenga ninguna presencia. El clásico tema del personaje secuestrado o desaparecido que vierte toda la narración en su órbita.

En el caso de El Padrino esta situación se da con claridad. La obra gira sobre la sabiduría esencial de don Corleone, sobre su imperio, sobre su historia. Pero de las extensas horas de duración de las películas, Vito Corleone solo está frente a nosotros en cuanto que jefe imperial alrededor de una hora, de las más de doce que constituyen la trilogía. Es cierto que en la segunda película hay largos pasajes que recrean su origen. En ese proceso la historia más bien se concentra en las peripecias de Vito, en el acontecer de su vida, en su ascenso, en la historia infantil, en el dolor en Sicilia, en la conquista de Nueva York, en la venganza final matando a Ciccio. Pero de ninguna manera podemos decir que esa aparición se relaciona con lo central de la obra: la sabiduría del maestro que busca denodadamente quién será el depositario de su sagacidad, encontrándolo finalmente en una persona inesperada: Mike, su hijo rebelde.

Vito Corleone, el padrino, cuenta con alrededor de una hora en la pantalla para poder construir su fabulosa fama. Y si vamos a la novela, veremos que la palabra Vito aparece 157 veces, cuatro menos que Tessio y solo dieciocho más que Connie, un personaje evidentemente fuera del listado principal. De hecho, Carlo, el esposo de Connie, es referido más veces. Y Michael, indudablemente, tiene más apariciones, con 828 menciones a su nombre. Es cierto que la novela juega en diversas ocasiones a mencionar a Vito como don Corleone o como el padrino. Y, por tanto, ello puede esconder el nombre de Vito. Pero el uso del concepto «padrino» no llega siquiera a las cien apariciones —la suma de ambas palabras otorga, aun así, menos menciones que el nombre de Clemenza—. Casi el doble de menciones, respecto a su padre, recibe Sonny, su hijo que muere tempranamente en la novela y la película. En fin, ya está claro el punto.

El motor inmóvil es ese elemento que Aristóteles define como metafísico y eterno, que es la sustancia que domina todo lo material desde lo inmaterial. Es, a la vez, forma pura y acto puro, es una existencia completa, es la manera por excelencia de ser. Y ese ser es contemplativo, reflexivo, sumido en su interioridad, que es a la vez externa. El sentido último del motor inmóvil radica en su carácter divino. Es por estos rasgos que consideramos que la propuesta artística y filosófica de la obra dialoga con todas las manifestaciones de «motor inmóvil», desde las estrictamente metafísicas hasta las políticas. No hay espacio para matices.

¿La forma ideal del mercado? El monopolio.

¿La forma ideal de gobierno? El imperio.

¿La forma ideal de la moral? Dios.

No hay otra forma, no hay otro medicamento, no hay otra receta: el poder total, la concentración, la articulación de lo diverso en la misma cosa. Pero Aristóteles sigue allí. Y es que el filósofo señaló en su Metafísica que no era bueno el gobierno de muchos, que uno solo debía ser el jefe.

El Padrino no es solo una obra italiana y, por cierto, romana. No es solo una obra florentina en el sentido de Maquiavelo. Es también una obra griega que busca al mismo tiempo la mónada filosófica y la tragedia narrativa. La mónada es el ideal del ser, de la existencia, pero es también la realidad de la totalidad, pues nada está realmente fuera de la totalidad. La mónada es la unidad. Está por todos lados. Tú, que lees esta página, eres un ente completo, una mónada. Lo cierto es que este opus de cuatro obras (tres películas y una novela, que pronto serán cuatro películas) es una unidad. La tragedia es, en realidad, un derivado de este carácter unitario. Porque, si la historia no durara todo lo que dura, no podríamos ver la decadencia de Michael, no podríamos comprender la fuerza narrativa de haber logrado el objetivo final más importante: que la familia sea poderosísima, que sea legal su ejercicio empresarial y que sea respetable; pero que al mismo tiempo su imperio parezca tan quebradizo que Michael no pueda cuidar a los suyos (a su primera esposa, a su hija), que el exitoso debut de su hijo como cantante de ópera haya estado bañado en sangre y que finalmente deba pasarle el poder de la familia al hijo de Sonny, poseedor de todos los defectos de su padre.

La mónada es por definición continua, cerrada en sí misma y, por ello, atávica. Nunca se puede salir. Toda la idea de la obra de El Padrino es que la mafia es un refugio genial que permitirá un día escapar de sus dinámicas. Pero no es cierto. Atrapados en la epopeya, todos seguirán la ruta de la muerte dolorosa, propia o ajena. La mónada griega, en paz en su contemplación, es un mundo en guerra.

Vito nos enseñará una doctrina, será Moisés con sus tablas de la ley y Cristo con su ética y su sacrificio. El poder del personaje de don Corleone radica en esa articulación de la totalidad en un solo ser. Es el padre freudiano y darwiniano, pero es también el padre católico; es el padre de una época y luego la simiente de la siguiente, ya sin él. Es el camino completo. Su poder, como todo poder que nace, comienza en la materialidad. Es la idea kantiana: el poder es la fuerza que subyuga a otra fuerza. Pero luego esa materialidad militar y económica (las dos grandes herramientas de lo material) debe convertirse en la primera sofisticación del poder: las instituciones, las normas y los valores. De seguro Marx lo dijo mejor que muchos otros: las ideas de una sociedad son las ideas de su clase dominante. Pero la verdad es que hace dos mil quinientos años ya lo había dicho el filósofo y estratega militar Sun Tzu cuando se refería a la importancia de la doctrina, que era la unidad del pueblo con la persona que manda. Ese mismo concepto sería transformado por el sociólogo Gaetano Mosca en la llamada «fórmula política», que roza, de una manera delicada y colateral, pero con parentesco obvio, con la idea de hegemonía del filósofo Gramsci y que se resume, en la existencia de principios abstractos a los que la élite recurrirá para fundamentar su poder y que son capaces, por diversas razones, de penetrar en la sociedad que se busca dominar, generando un enorme rendimiento político.

El segundo movimiento de El Padrino demuestra que ese poder que nace en lo material se convierte en elementos que se expresan de modo concreto, pero que son en definitiva, inmateriales, como las instituciones, leyes, normas sociales y valores. ¿En qué crees cuando crees en Dios? ¿En qué crees cuando crees en las leyes? Detrás de Dios, de las leyes, de las instituciones, hay personas, intereses. Y en ellos crees sin saber que crees cuando crees en lo que crees. Es un trabalenguas, pero es cierto.

La gran complejidad de la obra —que quizá constituya uno de los aspectos esenciales de su comprensión del poder— radica en haber contemplado que la mayor manifestación del poder es, al mismo tiempo, la más inmanente, la más sutil, la más invisible: el poder total es metafísico.

El poder total reside en el instante en el que la fuerza del poderoso no debe doblegar la del débil, pues la conciencia del poderoso y la voluntad del poderoso tienen la forma, la materia y la dirección del actuar del dominado, quien considera que en pleno ejercicio de su libertad ha decidido actuar de una determinada manera. La mayor parte de las personas defiende el orden social que muchas veces le oprime por el solo hecho de sentir la incomodidad de ver sus costumbres cambiar. Temen la modificación de sus rutinas más simples o temen las épocas turbulentas, aun cuando ello involucre la opción de contar con más poder para decidir la vida futura. Y esto es normal. De hecho, la mafia, que es todo lo contrario, porque se rebela a las leyes, en realidad, nace de la misma búsqueda de sometimiento y pasividad, porque se trata simplemente del cansancio de una isla donde gobernaron tantos que no gobernó nadie. Y, de cambio en cambio, la sociedad aprendió a mandarse sola, fuera de la ley. Pero no fue rebeldía, fue simple necesidad.

Como dice Michael sobre su padre, «tal y como hace Dios».

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1 Para hacer honor a los principios fundamentales de la obra, este libro no cumplirá algunas de las leyes formales que son más requeridas editorialmente. Una de ellas es que las citas no irán acompañadas de la referencia que hace de su revisión un ejercicio posible y viable. Me comprometo a no mentir con las citas, pero también me comprometo a guardar silencio.

EN EL ORIGEN FUE AGÁTOCLES