Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Las armas de la hermosura es una obra de teatro de Pedro Calderón de la Barca, una figura central del Siglo de Oro de la literatura española. En este texto, Calderón realiza una crítica punzante del concepto tradicional de honor que predominaba en la sociedad de su tiempo, particularmente en lo que respecta a las diferencias de género. El honor, en la España del Siglo de Oro, era considerado una cualidad intrínsecamente masculina, ligada a la valentía, la castidad de la mujer de la familia y la reputación social. Este valor cultural solía emplearse para justificar conductas machistas y violentas, y relegaba a las mujeres a un papel secundario y pasivo. En Las armas de la hermosura, Calderón desafía estas convenciones y presenta a sus personajes femeninos como seres dotados de las mismas capacidades y potencialidades que los hombres. A través de la trama y las acciones de sus personajes, Calderón demuestra que las mujeres también pueden ejercer la violencia y defender su honor, cuestionando así las limitaciones impuestas por el concepto tradicional de honor. Esta visión progresista y crítica de Calderón es una de las razones por las que su obra sigue siendo relevante y estudiada en la actualidad. A pesar de que fue escrita hace varios siglos, Las armas de la hermosura plantea cuestiones sobre la igualdad de género y los roles de género que siguen siendo pertinentes en el mundo contemporáneo. En este sentido, Las armas de la hermosura puede considerarse un antecedente temprano del feminismo y una contribución valiosa al debate sobre la igualdad de género. A través de su dramaturgia, Calderón nos invita a reflexionar sobre la construcción social del género y las formas en que nuestras ideas sobre el honor y la virtud pueden ser utilizadas para perpetuar la desigualdad y la violencia.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 107
Veröffentlichungsjahr: 2010
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Pedro Calderón de la Barca
Las armas de la hermosura
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Las armas de la hermosura.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-324-5.
ISBN rústica: 978-84-9816-438-1.
ISBN ebook: 978-84-9953-275-2.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 61
Jornada tercera 115
Libros a la carta 163
Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.
Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.
Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.
Lope de Vega elogió sus obras, pero en 1629 dejaron de ser amigos tras un extraño incidente: un hermano de Calderón fue agredido y, éste al perseguir al atacante, entró en un convento donde vivía como monja la hija de Lope. Nadie sabe qué pasó.
Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.
Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermano José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.
Coriolano, galán
Lelio, galán
Enio, galán
Aurelio, viejo
Flavio, viejo
Sabinio, rey
Emilio, soldado
Pasquín, gracioso
Veturia, dama
Libia, criada
Astrea, reina
Relator
Cuatro damas
Soldados romanos
Soldados sabinos
Criados
Músicos
(Córrese la cortina, y vense todos los bastidores del teatro trasmutados en aparadores de piezas de plata, y en medio una mesa llena de vasos y viandas, y sentados a ella hombres y mujeres, y en su principal asiento Coriolano y Veturia, y los músicos detrás, arrimados al foro, y Pasquín y otros criados sirviendo a la mesa.)
Coro I No puede amor
hacer mi dicha mayor.
Coro II Ni mi deseo
pasar del bien que [poseo].
Coroliano Sin duda, Veturia bella,
esta canción se escribió
por mí, pues solo fui yo
feliz influjo de aquella
de Venus brillante estrella;
pues benigna en mi favor...
Los dos coros No puede amor
hacer mi dicha mayor.
Veturia Mejor debo yo entender
su benévolo influir;
pues, dándome que sentir,
me deja que agradecer;
y más el día que a ser
llegue la ventura mía
tu esposa, pues ese día
no podrán mi fe, mi empleo...
Veturia y
Coro II Ni mi deseo
pasar del bien que poseo.
Hombre I A tanta solemnidad
desde ahora será bien
que todos en parabién
brindemos.
Hombre II A que su edad
viva eterna.
Hombre III Y su beldad
en fecunda sucesión
a Roma ilustre.
Pasquín Éstos son
convidados que me placen,
que a un tiempo la razón hacen
y deshacen la razón.
Músicos No puede amor
hacer mi dicha mayor,
ni mi deseo
pasar del bien que poseo.
Mujer I Todas, ya que la fortuna
trocó el pesar en placer,
esa salva hemos de hacer.
Libia ¿Cómo se podrá ninguna
excusar, si cada una,
de cuantas hoy Roma encierra,
feliz el susto destierra
de aquel pasado temor?
Mujer I y
Músicos Y no puede amor
hacer su dicha...
(Dentro.)
Voces ¡Arma, guerra!
(Cajas y trompetas dentro, y alborótanse todos.)
Hombre ¡Qué asombro!
Mujer I ¡Qué confusión!
Coroliano ¿Qué novedad será ésta,
que dentro de Roma forman
voces, cajas y trompetas?
Todos ¿Quién causa este estruendo?
(Salen Aurelio y Enio de soldado.)
Aurelio Yo.
Coroliano ¿Tú, señor?
Aurelio Sí.
Coroliano Pues ¿qué intentas?
Aurelio Despertar tu torpe olvido,
porque, al ver que en mi hijo empieza
la reprehensión, sepan todos
que, anticipada la queja,
antes que a mí su pregunta,
llegó a ellos mi respuesta.
Quitad, romped, arrojad
aparadores y mesas,
nocivos faustos de Flora
y Baco, cuando es bien sean
pompas de Marte y Belona.
(Ocúltanse los aparadores y mesas.)
Y porque la causa sepan,
Enio, dile a Coriolano
y a cuantos con él celebran,
bastardos hijos del ocio,
cultos al Amor, las nuevas
que traes de Sabinia...
Veturia (Aparte.) (¡Cielos!
¿Qué nuevas pueden ser éstas?)
Libia (Aparte.) (Oye y disimula.)
Aurelio ...en tanto
que a toda Roma las cuentan
públicos edictos que,
para freno y para rienda
de tan locos devaneos,
dispone el Senado.
Enio Fuerza,
como a primer senador,
es, señor, que te obedezca,
y fuerza también que haya,
para que mejor se atiendan,
de enlazar con su principio
el nuevo motivo.
Aurelio Sea,
no como quien le refiere,
sino como quien le acuerda.
Enio Sabinio, rey de Sabinia,
mal ofendido de aquella
fingida amistad con que
Rómulo, atento a que fuera
eterna la población
de su gran fábrica inmensa
que, émula a Jerusalén,
también en montes se asienta,
y que no pudiera serlo,
sin que de su descendencia
la sucesión se propague,
viendo cuánto para ella
buscar consortes debía,
convidó para unas fiestas
los comarcanos sabinos
con sus familias, en muestra
de firmar con ellos paces.
Aurelio Si lo fueron o no, deja
al silencio esas memorias,
pues nadie hay que no las sepa,
según en su gran teatro
al mundo las representan
el tiempo en veloces plumas,
la fama en no tardas lenguas;
y así, dejando asentada
aquella parte primera
del robo de las sabinas,
ve a la segunda.
Veturia (Aparte.) (¡Oh inmensas
deidades! ¿Qué nuevas pueden
ser que de pesar no sean?)
Enio Sabinio, rey de Sabinia,
mal ofendido de aquella
fingida amistad, trató
hacer a Rómulo guerra,
y Rómulo resistirla,
careando injuria y ofensa,
el uno por castigarla,
y el otro por mantenerla;
persuadido el uno a que
satisface el que se venga
y el otro a que nunca tuvo
lo no bien hecho otra enmienda
del arrojo que lo obró,
que el valor que lo sustenta.
Dos veces, pues, el sabino
a Roma asaltó, y en ella
dos veces le obligó a que,
rechazada su soberbia,
levantase el sitio, dando
a la dominante estrella
de Rómulo por vencida
de la suya la influencia.
En este intermedio Roma,
ufana, alegre y contenta,
vencedora de sus armas,
vencida de sus bellezas,
procurando reducir
a cariño la violencia,
toda era festines, toda
agasajos y finezas,
bien como toda Sabinia
llantos, suspiros y quejas;
que entre ofensor y ofendido
tan neutral vive la ofensa
que a uno el gozo se la olvida
y a otro el dolor se la acuerda.
En esta desigualdad,
ambas fortunas suspensas,
viendo Sabinio que, muerto
Rómulo, la suya adversa
sin dominante enemigo
quedaba y que a Numa, que era
a quien nombrado dejó
por su sucesor, resuelta
en ser república Roma,
no solo le dio obediencia,
pero echándole de sí,
eligió en plebe y nobleza
senadores y tribunos,
que en libertad la mantengan.
Sabinio, pues —porque el hilo
en la digresión no pierda—,
procurando aprovechar
aquella vulgar sentencia
de ser sin cabeza un pueblo
monstruo de muchas cabezas,
en una parte y en otra
viendo también cuán ajena
Roma de sus altos triunfos
deleitosamente deja
de ser campaña de Marte
por ser de Cupido selva,
a repetidas instancias
de la soberana Astrea
—que, celtíbera española,
desde el día que, deshechas
sus gentes, volvió su esposo,
ni él ni nadie llegó a verla
o sin lágrimas los ojos
o el semblante sin tristeza—,
secretas levas dispuso;
pero como esto de levas
es mina que por el más
breve resquicio revienta,
al Senado sus vislumbres
llegaron en humo envueltas;
de suerte que, al inquirirse,
si eran ciertas o no ciertas,
a mí, que por más servicios
nombró en la elección primera
del pueblo primer tribuno,
me dio orden de que fuera
a informarme, disfrazado
en nombre, en traje y en lengua,
del estado y del designio;
con que a poca diligencia
pudo informarme mejor
la vista que la cautela;
que enmudecen los ardides
donde hablan las evidencias.
A toda Sabinia hallé,
sin recato de que sea
contra Roma la jornada,
no tan solo en arma puesta,
pero en marcha; a cuyo efecto
estaban pasando muestra
de militares pertrechos
todas las campañas llenas.
Numerosas huestes son
las que alistadas se asientan,
según supe, voluntarias;
porque —como dije— Astrea,
que adquirir de vengadora
de las mujeres intenta
el alto nombre, en persona
las conduce y las alienta
con tan gran jactancia, que
sus tremoladas banderas,
jeroglíficos del aire,
componen en cuatro letras
el vanaglorioso enigma
de ser su victoria cierta.
Una S, una P, una Q
y una R son, cuya empresa
descifrada decir quiere
—según todos la interpretan—:
«Al Sabino Pueblo ¿Quién
Resistirá?» Y con tal priesa
a lento paso la marcha
disponen, que me fue fuerza,
según su vecina línea
confinante es de la nuestra,
por llegar antes, valerme
de toda la diligencia
que pude. Pero por más
que lo intenté, la sospecha
o nota de desmandado
me detuvo; y así llegan
a ser de mis voces ecos
sus cajas y sus trompetas,
cuando lejanos repiten
al viento, que se las lleva,
y al eco, que nos las trae:
(Cajas y voces [dentro] a lo lejos.)
Voces ¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra!
Veturia (Aparte.) (Bien temí que había de ser
segunda desdicha nuestra.)
Aurelio Mira, con estas noticias,
si ha sido prevención cuerda
que otras trompetas y cajas
despertador tuyo sean,
y de cuantos hoy en Roma
divertidos no se acuerdan
de aquellos primeros héroes,
que de apagadas pavesas
fueron incendio de Europa,
hasta coronarla reina
del orbe. Y, dejando aparte
abandonadas proezas,
que en Africa y en España
Rómulo dejó dispuestas,
y hoy yacen en el infame
sepulcro de la pereza
¿a qué más puede llegar
el baldón de la honra nuestra
que a pensar el enemigo
que ya Roma no es la que era,
pues se promete en sus timbres
que no ha de hallar resistencia?
Demás desto, ¿es bien que yo
a un noble ofendido tenga
y no tenga mira a que
es desproporción muy ciega
que él desvelado maquine
y yo descuidado duerma,
mayormente al blando sueño
de tan contrarias sirenas
que, si otras cantando matan,
ellas llorando deleitan?
¡Oh, nunca hubierais...!
Coroliano Perdona,
señor, y dame licencia
para suplicarte que,
no enojado las ofendas,
ni a ellas ni a cuantos conmigo
a mi ruego las festejan;
y más en este jardín,
donde Veturia se alberga,
noble matrona, a quien todas
reconocen preeminencia
por su real sangre; que no
es culpa suya ni nuestra
el que en ellas sea agasajo
lo que en nosotros es deuda.
La culpa fue del primero
que robadas las violenta,
no de los que, ya robadas,
procuran que estén contentas;
que, para tenerlas tristes,
mejor fuera no tenerlas.
Si hacerlas nuestras quisimos,
¿cómo habían de ser nuestras
si, en nuestro poder quejosas,
siempre quedaban ajenas?
Que desde el odio al cariño
no es fácil de hallar la senda
si no es que la facilite
la caricia, la fineza,
el obsequio, el rendimiento,
la atención y la asistencia,
que son las que solo saben
hacer voluntad la fuerza.
Decir que esto del valor
nos ha olvidado, es propuesta
tan vana, que el mismo Marte
el primero es que la niega,
puesto que, amante de Venus,
al mundo puso en sospecha
de que él y Cupido habían
trocado dardos y flechas;
viendo cuánto ventajoso,
porque su dama lo sepa,
pelea el soldado que
con armas de amor pelea,
juzgando que son de Marte.
Y para que mejor veas
que ser galán en la paz
no es ser cobarde en la guerra,
el primero seré yo
que, de la patria en defensa,
al opósito le salga.
Y así, para disponerla,
iré por plazas y calles,
diciendo en voces diversas:
(Dentro.)
Unos ¡Viva Coriolano!
Otros ¡Viva!
Aurelio Oye, hasta averiguar éstas.
(Salen Flavio, Lelio y Soldados.)
Flavio Yo lo diré, que en tu busca
vengo, para que lo sepas.
Proponiéndole al tumulto
de la plebe y la nobleza
cuánto conviene salir
a impedir el paso desa
no impensada invasión, antes
que pise la línea nuestra,
ocupando los estrechos
pasos y las eminencias,
a fin de que, ya que entren,
entren peleando, en que es fuerza
que pierdan gente, y quizá
que gente y jactancia pierdan,
dije que presto el Senado
nombraría a quien convenga
que vaya por general;
a que dieron por respuesta,
reduciéndose a una voz,
de varias voces compuesta:...
(Dentro.)
Unos