Las aventuras de Arsène Lupin, ladrón y caballero - Maurice Leblanc - E-Book

Las aventuras de Arsène Lupin, ladrón y caballero E-Book

Leblanc Maurice

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Beschreibung

Adaptación de las peripecias de Arsène Lupin, el ladrón más elegante de todos los tiempos. El más peligroso ladrón de toda Francia ha sido atrapado por la policía, pero estar entre rejas no es un impedimento para que el caballero ladrón siga con sus aventuras. Encandilar a ricas herederas, asaltar un castillo inexpugnable, vengar una infamia del pasado, o enfrentarse al mismísimo Sherlock Holmes serán solo algunas de las peripecias en las que se verá envuelto el celebre Arsène Lupin. En este tomo están recogidas nueve de sus primeras narraciones, que ayudarán a conocer al personaje que creó Maurice Leblanc y que tanta fama le proporcionó.

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Seitenzahl: 210

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Índice

Introducción

La detención de Arsène Lupin

Arsène Lupin en la cárcel

La evasión de Arsène Lupin

El viajero misterioso

El collar de la reina

El siete de corazones

La caja fuerte de la señora Imbert

La perla negra

Sherlock Holmes llega demasiado tarde

Apéndice

Créditos

Arsène Lupin, un personaje mítico

El mes de julio de 1905, la revista Je sais tout, de reciente creación, publica la primera historia de Arsène Lupin («La detención de Arsène Lupin»). Parece ser que el nombre de su personaje le fue inspirado al autor, Maurice Leblanc, por el de un antiguo consejero municipal de París, Arsène Lopin. El éxito de la historia provoca que el editor de la revista, Pierre Laffitte, pida a Maurice Leblanc más historias protagonizadas por el mismo personaje.

«¡Pero si está en la cárcel!», objetó Leblanc. «¡Pues que se fugue!», dijo resueltamente el editor.

Y así empezaron las aventuras del famoso caballero y ladrón. Je sais tout publicó varias narraciones protagonizadas por él hasta 1907, cuando fueron recogidas en un primer volumen.

Arsène Lupin es un hombre elegante, de una gran inteligencia y sagacidad, excelente luchador y deportista, rey del disfraz… y un ladrón de una habilidad extraordinaria. Ayudado por un carácter seductor, alegre e incluso infantil, pero también misterioso y torturado, Arsène Lupin pronto conquistó el corazón de los lectores, y Maurice Leblanc no dejó de proporcionarle aventuras hasta su muerte, acaecida en 1941. En total: dieciocho novelas, treinta y nueve historias cortas y cinco obras de teatro.

Sus aventuras tienen lugar principalmente en la Francia de la belle époque —el período comprendido entre el final de la guerra franco-prusiana, en 1871, y el estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914— y de les années folles —los años 20—. Con el paso del tiempo, las ideas del personaje siguen la evolución de las de su creador. Al comienzo, Lupin siente una cierta simpatía por los ideales anarquistas, pero durante la Primera Guerra Mundial actúa como un patriota y, poco a poco, abandona sus actividades delictivas hasta convertirse en una especie de detective. Leblanc construye la vida de Lupin de manera coherente, llenándola de fechas y de hechos que interrelacionan las historias entre sí, aunque la gran extensión de la obra de Leblanc hace inevitables algunas contradicciones que impiden establecer una cronología completa y coherente por lo que respecta a la vida de su personaje.

Una biografía ficticia

Arsène Lupin nace en 1874, seguramente en el país de Caux (Normandía), hijo de Henriette d’Andrésy y Théofraste Lupin. La familia de su madre no aprueba la boda de su hija con un hombre sin patrimonio que se gana la vida como profesor de gimnasia, esgrima y boxeo. Henriette abandona a su marido al descubrir que es un estafador. Théofraste acabará encarcelado en los Estados Unidos, donde probablemente muere.

En 1880 Arsène y su madre, rechazada por su familia, viven en París, en casa de un primo lejano, el conde de Dreux-Soubise, y Henriette se vio reducida al papel de sirvienta de la mujer de este. A los seis años (ver la narración «El collar de la reina»), Arsène roba la valiosa joya, propiedad del matrimonio. Henriette, sospechosa del robo, es expulsada, y ella y su hijo se refugian en Normandía, en casa de una mujer, Victoria, que acabará siendo una importante protectora y cómplice de Arsène. Pocos años más tarde, Arsène queda huérfano. Entonces se lanza a la delincuencia, pero es engañado por los Imbert (ver «La caja fuerte de la señora Imbert»). Aprenderá pronto de este fracaso.

Durante su recorrido, recibe una formación clásica y también realiza estudios de medicina, de derecho, de bellas artes… Es actor y profesor de lucha japonesa, y aprende prestidigitación con el mago Dickson —se hace llamar entonces Rostat— para más tarde trabajar durante seis meses con el ilusionista Pickmann. En 1893, en la Costa Azul, tiene una aventura con una joven, de la que un año más tarde nacerá su hija Geneviève.

Tiene veinte años cuando conoce a Clarisse d’Étigues y, haciéndose llamar Raoul d’Andrésy, pide en vano su mano a su padre, el barón Godefroy d’Étigues. Más tarde, salva la vida a Joséphine Pellegrini, condesa de Cagliostro, cuando el barón y sus hombres intentaban ahogarla. Abandona a Clarisse y vive un mes de amor apasionado con la Cagliostro, que pretende ser descendiente del mago del mismo nombre y poseer el secreto de la inmortalidad. La mujer conduce a Lupin por los senderos del crimen, y este acaba superando a su maestra, pero mantiene siempre —a diferencia de ella— una conducta ética que le impide asesinar y perjudicar a gente inocente. Después, vuelve con Clarisse como Raoul d’Andrésy y lleva una doble vida, sin que ella lo sepa, durante cinco años. Clarisse muere al dar a luz a un hijo, Jean, que será secuestrado por la condesa de Cagliostro para vengarse de su antiguo amante. Para olvidar su pena, Lupin se lanza de lleno al robo y consigue una enorme reputación: las masas siguen con pasión sus hazañas a través de los periódicos.

En 1901 es detenido al llegar a Nueva York por el inspector Ganimard (ver «La detención de Arsène Lupin» y las narraciones siguientes). Su estancia en la cárcel, los robos que comete estando preso y su fuga acaban de convertirlo en una figura mítica. En esa época, Lupin simpatiza con Maurice Leblanc (ver «El siete de corazones») y le pide que explique sus hazañas. Leblanc se convertirá así en el equivalente para Lupin del doctor Watson para Sherlock Holmes.

No podemos explicar aquí las muchísimas aventuras de Lupin: sus enfrentamientos con Sherlock Holmes (convertido por Leblanc en Herlock Sholmes; ver más abajo), sus múltiples identidades, sus amores (a veces trágicos), el secreto del tesoro que contiene la aguja hueca de Étretat (y que es descubierto por el joven detective aficionado Isidore Beautrelet en la novela La aguja hueca, una de las mejores de Leblanc), sus proyectos políticos, su carrera en la Legión Extranjera, el imperio que crea en África, su enfrentamiento con Jean, el hijo que le fue arrebatado y que la condesa de Cagliostro convierte en un criminal… A los cincuenta años, lo encontramos en París, bajo el nombre de Horace Velmont y, después de unas últimas aventuras, ejerce de profesor para los niños pobres de los barrios desfavorecidos, mientras que, bajo la identidad de André de Savery, trabaja como arqueólogo para el Ministerio del Interior.

¿Cómo es Arsène Lupin?

El universo de Lupin es básicamente el de la burguesía de comienzos del siglo XX, una burguesía que tiene acceso a residencias secundarias, a automóviles y a bienes de consumo cada vez más numerosos. Él actúa como caballero y ladrón: de día lleva una vida mundana y respetable, y de noche desarrolla sus actividades ilícitas, pero siempre con elegancia. Rechaza la violencia, es galante y educado; tiene una moralidad notable: roba sobre todo a individuos que se han enriquecido de manera ilegal o inmoral y, dejándose llevar por el narcisismo, le gusta dar a sus hazañas una dimensión teatral que sorprenda al público. Además, le encanta ridiculizar a la policía; gracias a su habilidad para adoptar múltiples identidades, en la novela 813 llega a hacerse pasar por el comisario Lenormand, asumiendo la dirección de la Sûreté y dirigiendo a los policías que tienen como misión capturarlo.

La personalidad de Lupin es ambivalente: hombre del pueblo por el lado paterno y aristócrata por el materno. Se burla de la aristocracia, pero al mismo tiempo guarda la cicatriz de la humillación sufrida cuando los Dreux-Soubise explotaban a su madre, convertida en su criada. Tal vez por eso, a menudo sus seudónimos presentan una partícula nobiliaria (como Raoul d’Andrézy). Sus actitudes anarquistas (roba a los ricos que no tienen piedad con los pobres) no intentan sin embargo destruir el sistema, sino que lo utiliza en beneficio propio. De hecho, no se considera diferente de sus víctimas («Yo robo en las casas, tú en la Bolsa; viene a ser lo mismo», dice en una ocasión). Y su vestimenta habitual (sombrero de copa, bastón y monóculo) le emparenta con los dandis de su época. Con el tiempo, Lupin actuará por ambición de poder, incluso política, y su evolución, como hemos dicho antes, será paralela a la de Maurice Leblanc, que se va volviendo conservador: las veleidades anarquistas desaparecen durante la Gran Guerra, y Lupin actúa como un nacionalista francés y un germanófobo (los alemanes son descritos como vulgares y brutales; los franceses, como elegantes y distinguidos). Lupin se aburguesa y acabará abandonando su oficio de ladrón para actuar sobre todo como detective cuando sus servicios son requeridos.

Las influencias de Maurice Leblanc

Maurice Leblanc afirma que su principal influencia literaria es la de Edgar Allan Poe —no olvidemos que, aunque Poe es conocido sobre todo por historias macabras como El gato negro, fue el creador de la narración detectivesca con Los crímenes de la calle Morgue, y que su personaje Auguste Dupin fue el precedente de Sherlock Holmes. Otros personaje de ficción que pudieron inspirar a Leblanc son el ladrón inglés Arthur J. Raffles, creado en 1898 por Ernest William Hornung (sus aventuras son publicadas en Francia en 1905, el año de la creación de Arsène Lupin) y Rocambole, creado por Ponson du Terrail en 1857, un personaje que al principio se presenta como malvado pero que, a partir de la cuarta novela que protagoniza, evadido de la cárcel y arrepentido de sus crímenes, se convierte en un ladrón ingenioso y caballeresco que firma sus delitos dejando siempre una sota de corazones en el lugar de los hechos.

Para la creación de Lupin, es posible que Leblanc tuviera también en cuenta a un personaje real, Marius Jacob, un ingenioso ladrón dotado de un gran sentido del humor y capaz de ser generoso con sus víctimas. Jacob fue detenido en 1905 y condenado a trabajos forzados a perpetuidad por haber realizado más de seiscientos robos. Su juicio tuvo un gran eco mediático.

¿Sherlock Holmes o Herlock Sholmes?

Hay un detalle sobre el cual debemos extendernos un poco: en una de las primeras narraciones, se nombra al célebre detective Sherlock Holmes, creado por Arthur Conan Doyle en 1887. Holmes aparece como personaje importante en la última narración de este volumen y reaparece como antagonista de Lupin en la novela Arsène Lupin contra Sherlock Holmes. Conan Doyle protestó, al creer que su personaje era ridiculizado por Lupin, y Maurice Leblanc se vio obligado a cambiar el nombre del detective por el de Herlock Sholmes (también en el cuento citado, que pasó a llamarse «Herlock Sholmes llega demasiado tarde»), cosa que, evidentemente, no engañaba a nadie. El tiempo ha pasado, y hemos preferido restablecer el nombre auténtico del personaje. Hay que reconocer que Leblanc trata a Holmes con respeto y admiración (respeto y admiración que, en el fondo, los dos personajes sienten el uno por el otro) y que este demuestra ser muy capaz de sacar a la luz las supercherías de Lupin. Su enfrentamiento dura varios años, y podríamos decir que acaba en tablas (en un caso concreto, Lupin roba un hotel a pesar de la presencia de Holmes, pero este consigue recuperar los objetos robados). La capacidad de deducción y la lógica implacable de Holmes choca contra la intuición y la capacidad de improvisación de Lupin. De hecho, Lupin es presentado como alguien mucho más simpático que el detective inglés, tan rígido como analítico, y es capaz de algunas bromas que Holmes considera humillantes (como el hecho de robarle, y devolverle, el reloj, como se puede ver en la última narración de este volumen). Suponemos que esta visión de su personaje es la que no debía encontrar aceptable Conan Doyle, hasta el punto de obligar a Leblanc a convertir a Sherlock Holmes en Herlock Sholmes, para evitar problemas legales.

Nuestra edición

Este libro está formado por las nueve primeras narraciones protagonizadas por Arsène Lupin, que fueron recogidas en el libro Arsène Lupin, caballero y ladrón. Están unidas argumentalmente, siguiendo la tradición folletinesca propia de la época (ver el apéndice) y, a través de ellas, se nos va presentando el personaje, su manera de pensar y de actuar. En el futuro, Leblanc incluirá cronológicamente algunas aventuras de Lupin entre estas narraciones e irá añadiendo datos sobre su infancia y juventud, no sin incurrir en algunas contradicciones: en «La caja fuerte de la señora Imbert» se nos dice que Arsène Lupin es un nombre inventado, pero, más tarde, Leblanc explicará que Arsène es hijo de Théofraste Lupin, profesor de gimnasia y de esgrima, y estafador. Por lo tanto, el nombre de Arsène podía ser falso, pero no así el apellido Lupin.

Hemos adaptado el texto, reduciendo algunos diálogos, simplificando algunos pasajes y haciendo que el lenguaje sea lo más asequible posible para el público actual, pero sin eliminar ningún aspecto esencial de las historias. Hay que tener en cuenta que a veces la comprensión de la trama depende de detalles aparentemente insignificantes.

La detención de Arsène Lupin

El Provence era un transatlántico cómodo y rápido y su capitán, un hombre amable y competente. A bordo se encontraba la flor y la nata de la sociedad y, al sentirnos separados del mundo, como si nos encontráramos en una isla desconocida, tendíamos a acercarnos los unos a los otros. Éramos un grupo de personas que el día anterior no se conocían y que durante unos días desafiarían juntos la cólera del océano y la calma engañosa del agua dormida. En nuestra pequeña isla flotante, nos sentíamos unidos al resto del mundo únicamente a través del telégrafo sin hilos, que nos transmitía mensajes que parecían llegar de otro universo. En las primeras horas de nuestro viaje, muchos amigos nos enviaron sus despedidas tristes o sonrientes. Sin embargo, al segundo día, a quinientas millas de la costa francesa, y en una tarde tormentosa, el telégrafo nos transmitió este mensaje: «Arsène Lupin a bordo, primera clase, cabello rubio, herida en antebrazo derecho, viaja solo bajo el nombre de R…».

En ese preciso momento, un violento trueno estalló y las ondas eléctricas quedaron interrumpidas, de manera que ya no nos llegó el resto del mensaje, y del nombre bajo el cual se ocultaba Arsène Lupin solo supimos la inicial. Los empleados de la estación radiotelegráfica, así como el comisario de a bordo y el capitán, suelen guardar en secreto las noticias recibidas, pero muy pronto todos sabíamos que el famoso Arsène Lupin se encontraba entre nosotros. Arsène Lupin, el ladrón cuyas hazañas llenaban las páginas de los periódicos desde hacía meses. El hombre que solamente actuaba en castillos y salones y que una noche había marchado de la residencia del barón Schormann con las manos vacías, dejando su tarjeta con esta nota: «Arsène Lupin, ladrón y caballero, volverá cuando los muebles de esta casa sean auténticos». Arsène Lupin, el rey de los disfraces, que tan pronto aparecía como chófer, como tenor, como anciano, como adolescente, como médico ruso… Y pensar que un hombre como él se estaba moviendo entre nosotros, en el espacio restringido de la primera clase de un transatlántico, donde las personas se cruzan a cada momento… ¡Podía ser aquel señor, o aquel otro, o mi vecino de mesa, o mi compañero de camarote!

—¡Y pensar que esta situación puede durar aún cinco días! —exclamó a la mañana siguiente miss Nelly Underdown—. ¡Es intolerable! ¡Espero que lo detengan pronto! Dígame, señor d’Andrézy —añadió, dirigiéndose a mí—, ¿sabe usted algo, ya que habla a menudo con el capitán?

Ya me hubiera gustado saber algo, aunque solo hubiera sido para agradar a aquella joven deliciosa, tan rica como bella. Educada en París de madre francesa, iba a reunirse con su padre, el señor Underdown, uno de los hombres más ricos de Chicago, y viajaba acompañada por una amiga, lady Jerland. Yo la encontraba muy atractiva y había intentado flirtear con ella, con un cierto éxito: reía con mis frases ingeniosas y demostraba interés por las anécdotas que explicaba. Solamente me inquietaba un posible rival: un joven guapo, elegante y poco hablador. Ella parecía preferir su carácter taciturno a mis maneras extrovertidas, demasiado parisinas. Precisamente, el joven en cuestión formaba parte del grupo de admiradores que rodeaba a miss Nelly cuando ella me hizo la pregunta. Estábamos en el puente, instalados cómodamente en unas mecedoras. La tormenta del día anterior había dejado paso a un cielo claro y límpido.

—No sé nada con certeza —respondí—, pero podríamos investigar, como lo haría el viejo Ganimard, el enemigo personal de Arsène Lupin.

—Oh, el problema es muy complicado para nosotros.

—No lo crea… Disponemos de elementos para resolverlo. Veamos: Lupin se hace llamar señor R, viaja solo y es rubio.

—¿Y de qué nos sirve eso?

—Es evidente: solo tenemos que consultar la lista de pasajeros y actuar por eliminación.

Tenía precisamente la lista en el bolsillo. Así que la saqué y procedí a examinarla.

—Solo hay trece personas cuya inicial nos interese.

—¿Solo trece?

—En primera clase, sí. Y nueve de ellas viajan acompañadas de esposas, niños o criados. Quedan cuatro personas sospechosas: el marqués de Raverdan…

—Es secretario de embajada. Lo conozco —me interrumpió miss Nelly.

—El comandante Rawson…

—Es mi tío —dijo alguien.

—El señor Rivolta…

—Soy yo —exclamó un italiano de espesa barba negra.

—Entonces nuestro hombre es el último de la lista, el señor Rozaine. ¿Alguien de ustedes lo conoce?

—Y bien, señor Rozaine, ¿por qué no contesta usted?—dijo miss Nelly, interpelando al joven taciturno. Todos volvimos la mirada hacia él: era rubio.

—¿Por qué? Porque su análisis ha sido tan lógico que he llegado al mismo resultado que usted. Opino, por lo tanto, que me tendrían que detener.

Sin duda bromeaba, pero su actitud nos impresionó. Miss Nelly preguntó ingenuamente:

—¿También tiene usted una herida?

—¡Es verdad, falta la herida! —dijo él, y se subió la manga con un gesto nervioso.

No tenía ninguna herida, pero entonces me di cuenta de que aquel hombre nos estaba mostrando el brazo izquierdo. Iba a comentarlo cuando se produjo un incidente: lady Jerland, la amiga de miss Nelly, llegó corriendo hasta nosotros y gritó:

—¡Mis joyas! ¡Mis perlas! ¡Se lo han llevado todo!

Pero no se lo habían llevado todo, como pudimos comprobar más tarde: el ladrón había tomado solo las piedras más valiosas y pequeñas, abandonando las monturas con las otras piedras sobre una mesa. Para llevar a cabo un trabajo tan complejo en pleno día, mientras lady Jerland tomaba el té, había sido preciso forzar la puerta del camarote en un pasillo muy concurrido, encontrar la pequeña bolsa de las joyas, que estaba disimulada en el fondo de una caja de sombreros, abrirla, seleccionar las piezas y arrancarlas de su soporte.

—¡Ha sido Arsène Lupin! —gritó alguien.

Efectivamente, aquella era su manera de actuar, complicada, misteriosa… y, sin embargo, lógica, porque llevarse todas las joyas hubiera sido engorroso, pero no había ningún problema para ocultar pequeñas piezas independientes: perlas, zafiros, esmeraldas… A la hora de la cena, supimos que Rozaine había sido convocado por el capitán. Su detención alivió a todo el mundo. Aquella noche bailamos y miss Nelly, que parecía haber olvidado su interés por Rozaine, acabó de conquistarme y, hacia la medianoche, a la luz de la luna, le declaré mi afecto. Pero al día siguiente, ante la estupefacción general, se supo que Rozaine había sido puesto en libertad porque los cargos presentados contra él eran insuficientes. Era el hijo de un importante comerciante de Burdeos, tenía los papeles en regla y no presentaba heridas en ninguno de los dos brazos. Muchos no quedaron convencidos:

—¿Documentos? ¡Arsène Lupin puede obtener tantos como quiera!

—¿La herida? Debía de ser una información falsa. O ha sabido borrar su rastro.

—Pero está demostrado que a la hora del robo Rozaine paseaba por el puente —se atrevía a puntualizar alguien.

—¿Es que acaso alguien como Lupin necesita asistir al robo que él mismo comete? Además, ¿quién más viaja solo, es rubio y tiene un nombre que empieza por R?

Cuando, poco antes del desayuno, Rozaine se dirigió audazmente hacia nuestro grupo, miss Nelly y lady Jerland se levantaron de sus asientos y se alejaron, temerosas. Pero, una hora más tarde, una circular escrita a mano pasaba de mano en mano entre los viajeros, los marineros y todos los empleados del barco: el señor Louis Rozaine prometía diez mil francos a quien desenmascarase a Arsène Lupin o encontrase a la persona que estuviera en posesión de las joyas robadas. «Y si nadie me ayuda contra ese bandido, yo mismo me las veré con él», concluía. Durante dos días y sus noches, se vio a Rozaine ir de un lado a otro, mezclándose con el personal y husmeando por doquier. Por su parte, el capitán desplegó una gran energía e hizo registrar a conciencia el Provence, camarote por camarote.

—Así se acabará por descubrir algo, ¿no? —me dijo miss Nelly—. Por muy brujo que sea, no puede hacer invisibles los diamantes y las perlas.

—En efecto, o será preciso registrar nuestros sombreros, el forro de las americanas y todo lo que llevamos puesto, incluyendo esto —le respondí, mostrándole mi cámara, con la cual no dejaba de fotografiarla—. Aquí dentro podría esconder todas las joyas de lady Jerland.

—He oído decir que todos los ladrones dejan alguna huella tras de sí.

—Todos menos Arsène Lupin. Él no piensa solamente en el robo que lleva a cabo, sino en todas las circunstancias que podrían incriminarle. Estamos perdiendo el tiempo.

Y, efectivamente, las investigaciones no dieron resultado alguno. Con una excepción: al capitán le robaron su reloj. Furioso, vigiló más de cerca a Rozaine y redobló sus esfuerzos. A la mañana siguiente, el reloj desaparecido fue hallado entre los cuellos postizos del segundo oficial. Arsène Lupin no era solamente un ladrón: tenía sentido del humor. Trabajaba por gusto y por vocación, pero también para divertirse. Era un artista en su género.

La antepenúltima noche, el oficial de guardia oyó unos lamentos que procedían del rincón más oscuro del puente. Se acercó y encontró a un hombre con la cabeza envuelta en una espesa tela gris y con las manos atadas. El hombre era Rozaine, quien había sido asaltado en el curso de una de sus expediciones y despojado del dinero que llevaba encima. Sujeta a su americana con un alfiler había una tarjeta de visita donde se leía: «Arsène Lupin acepta agradecido los diez mil francos del señor Rozaine». Hay que decir que en realidad la cartera contenía veinte billetes de mil francos. Naturalmente, se acusó a Rozaine de haber simulado aquel ataque contra sí mismo. Pero se comprobó que le hubiera sido imposible atarse tal como lo encontraron y que la caligrafía de la tarjeta era totalmente diferente de la de Rozaine. Es más, era idéntica a la de Arsène Lupin, conforme la reproducía un viejo periódico hallado a bordo. Así pues, Rozaine no era Arsène Lupin, sino el hijo de un comerciante de Burdeos.

El terror se extendió. Ya nadie se atrevía a permanecer a solas en su camarote ni a aventurarse sin compañía por las partes más alejadas del barco. Todos buscaban la seguridad del grupo, pero al mismo tiempo todo el mundo desconfiaba de todo el mundo. Y es que Arsène Lupin ahora era… todo el mundo. Nuestra imaginación le atribuía poderes ilimitados, la capacidad de disfrazarse como cualquiera de nosotros. Y ya no reducíamos las sospechas a los viajeros solitarios o a los que tenían un nombre empezado por R. Los primeros mensajes telegráficos no trajeron noticias, y aquel silencio no ayudaba a tranquilizarnos.

El último día pareció interminable. Esperábamos una desgracia inminente. Lupin era el amo del barco, las autoridades habían quedado reducidas a la impotencia y él disponía libremente de nuestros bienes y nuestras vidas. Aquellas horas para mí fueron deliciosas, pues me valieron la confianza de miss Nelly, que buscaba a mi lado una protección que me sentía feliz de poderle ofrecer. En el fondo, bendecía a Arsène Lupin. ¿No era acaso él quien nos hacía intimar y me permitía abandonarme a mis sueños? Sueños de amor y sueños menos quiméricos, debo confesarlo: los Andrézy son de buena familia, pero su blasón ha perdido brillo, y no me parecía indigno de un gentilhombre intentar recuperarlo. Y esos sueños me eran autorizados, lo podía sentir, por la mirada de Nelly. Hasta el último momento, acodados a la baranda, permanecimos juntos, mientras la costa americana desfilaba ante nosotros. Desde las primeras clases hasta el entrepuente donde hormigueaban los emigrantes, todos esperaban el momento supremo, la resolución del enigma. ¿Bajo qué nombre, bajo qué máscara se escondía Arsène Lupin?

Y el momento supremo llegó. Aunque viva cien años, nunca olvidaré ni el más ínfimo detalle. Me dirigí a mi compañera, que se apoyaba en mi brazo:

—La veo muy pálida.

—Y a usted lo veo tan cambiado…

—Es que este minuto es apasionante, y me siento feliz de vivirlo a su lado.

Pero ella no escuchaba, nerviosa y febril. Bajaron la pasarela, pero, antes de que se nos permitiera acceder a ella, un grupo de personas subió a bordo: aduaneros, hombres de uniforme… Miss Nelly murmuró:

—No me extrañaría que descubriesen que Arsène Lupin ha huido durante la travesía.

—Tal vez ha preferido la muerte al deshonor y se ha lanzado al océano antes de ser detenido.

—¡No se lo tome a broma! —dijo, molesta.

De repente, me estremecí y, al preguntarme ella la causa, respondí:

—¿Ve usted aquel hombre pequeño y de edad avanzada que está de pie en el extremo de la pasarela? Es Ganimard, el célebre policía que ha jurado detener a Arsène Lupin. Ahora comprendo que no haya habido informes desde este lado del océano. Ganimard estaba aquí, y le gusta que nadie meta la nariz en sus asuntos.

—¿Entonces Arsène Lupin será detenido?

—¿Quién sabe? Dicen que Ganimard solo lo ha visto disfrazado. A menos que conozca el nombre falso que utiliza…