Las cadenas del demonio - Pedro Calderón de la Barca - E-Book

Las cadenas del demonio E-Book

Pedro Calderón de la Barca

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Beschreibung

Las cadenas del demonio de Pedro Calderón de la Barca nos narra la historia de Irene, hija del rey de Armenia, Polemón. Irene vive desterrada por mandato de su padre. Este trata de evitar así el cumplimiento de los vaticinios que auguraban desgracias al reino tras su nacimiento. La única presencia humana que conoce es la de sus servidoras Silvia y Flora, a través de las cuales tiene noticias del mundo exterior. Su ánimo se desploma cuando le informan de que su padre ha decidido que le suceda en el trono uno de sus sobrinos, a los que ha llamado a su presencia. Éstos son Ceusis, ambicioso, soberbio y cruel, y Licanoro, de carácter débil y humilde. Desesperada, Irene ofrece su alma al demonio a cambio de conseguir la libertad y su regreso al reino que le corresponde. El pacto queda sellado y el demonio consigue deslumbrar a la joven haciendo alarde de sus poderes mágicos. La aparición de la figura de San Bartolomé va a cambiar el rumbo de los acontecimientos. Finalmente, el santo libera a Irene de los tormentos que la afligen, devolviendo a Irene la libertad de su alma, tras expulsar al demonio con la ayuda de la gracia divina.

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Seitenzahl: 76

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Pedro Calderón de la Barca

Las cadenas del demonio

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Las cadenas del demonio.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN rústica: 978-84-9816-439-8.

ISBN ebook: 978-84-9953-278-3.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 47

Jornada tercera 85

Libros a la carta 121

Brevísima presentación

La vida

Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.

Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.

Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.

Lope de Vega elogió sus obras, pero en 1629 dejaron de ser amigos tras un extraño incidente: un hermano de Calderón fue agredido y, éste al perseguir al atacante, entró en un convento donde vivía como monja la hija de Lope. Nadie sabe qué pasó.

Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.

Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermano José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.

Personajes

San Bartolomé

El Rey Polemón

Licanoro, príncipe

Ceusis, príncipe

El Demonio

Un Sacerdote de Astarot

Lirón, villano

Irene, hija del rey

Silvia, dama

Flora, dama

Lesbia, villana

Criado

Músicos

Criados

Gente

Jornada primera

(Salen Irene, y Flora y Silvia deteniéndola.)

Irene Dejadme las dos.

Flora Señora,

mira...

Silvia Oye...

Flora Advierte...

Irene ¿Qué tengo

de oír, advertir y mirar,

cuando miro, oigo y advierto

cuán desdichada he nacido,

solo para ser ejemplo

del rencor de la Fortuna

y de la saña del tiempo?

Dejad, pues, que con mis manos,

ya que otras armas no tengo,

pedazos del corazón

arranque, o que de mi cuello,

sirviéndome ellas de lazo,

ataje el último aliento;

si ya es que, porque no queden

de tan mísero sujeto

ni aun cenizas que ser puedan

leves átomos del viento,

no queráis que al mar me arroje

desde ese altivo soberbio

homenaje, en fatal ruina

de la prisión que padezco.

Silvia ¡Sosiega!

Flora ¡Descansa!

Silvia ¡Espera!

Irene ¿Qué descanso, qué sosiego

ha de tener quien no tiene

ni esperanza de tenerlo?

Silvia El entendimiento sabe

moderar los sentimientos.

Irene Ésa es opinión errada;

que antes el entendimiento

aflige más cuanto más

discurre y piensa en los riesgos.

Flora Es verdad, pero también...

Irene No prosigas; que no quiero

desaprovechar mis iras

ahora en tus argumentos.

Dejadme sola, dejadme,

idos, idos de aquí presto.

Flora Dejémosla sola, pues

sabes que solo es el medio

de su furor el dejarla.

(Vanse Flora y Silvia.)

Irene Ya se han ido. Ahora, cielos,

han de entrar con vuestras luces

en cuenta mis sentimientos.

¿Qué delito cometí

contra vosotros naciendo,

que fue de un sepulcro a otro

pasar no más, cuando veo

que la fiera, el pez y el ave

gozan de los privilegios

del nacer, siendo su estancia

la tierra, el agua y el viento?

¿A qué fin, dioses, echasteis

a mal en mi nacimiento

un alma con sus potencias

y sus sentidos, haciendo

nueva enigma de la vida

gozarla y perderla, puesto

que la tengo y no la gozo,

o la gozo y no la tengo?

O son justas o injustas

vuestras deidades, es cierto;

si justas, ¿cómo no os mueve

la lástima de mis ruegos?

Y si son injustas, ¿cómo

las da adoración el pueblo?

Ved que por entrambas partes

os concluye el argumento.

Responded a él... pero no

respondáis; porque no quiero

deberos esa piedad,

por no llegar a deberos

nada que esté en vuestra mano,

y de vosotros apelo

a los infernales dioses,

a quien vida y alma ofrezco,

dando por la libertad

alma y vida.

(Sale el Demonio.)

Demonio Yo [la] acepto.

Irene ¿Quién eres, gallardo joven,

que, si las noticias creo

de pintados simulacros

que en algunos cuadros tengo,

viva copia eres de aquel

ídolo que en nuestro templo,

con el nombre de Astarot,

adora todo este reino,

cuya opinión acredita

haber penetrado el centro

de esta ignorada prisión

sobre las alas del viento?

Demonio ¿Qué mucho que a él me parezca,

Irene, si soy el mesmo,

pues las doy a sus estatuas

alma, vida, voz y aliento?

Yo soy el dios de Astarot,

aquél a cuyo precepto

ilumina el Sol, la Luna

alumbra, los astros bellos

influyen, el cielo todo

se mueve y los elementos

en lid se conservan, siempre

amigos y siempre opuestos.

Yo soy el que en toda el Asia,

por los extraños portentos

de mis milagros, estoy

adorado, hallando a un tiempo

su amparo en mí el afligido

y su salud el enfermo.

Compadecido a tu llanto

y enternecido a tu ruego,

concurriendo a tus conjuros,

a darte libertad vengo.

Y aunque yo sepa la causa,

oírla de tu boca quiero,

porque caiga nuestro pacto

sobre mejor fundamento.

Dime, ¿qué quieres de mí?

Irene Tanto a tu voz me estremezco,

tanto a tu vista me asombro,

tanto a tu semblante tiemblo

que no sé si formar pueda

razones; mas oye atento.

Esta provincia de Asia,

a quien los que dividieron

el mundo dieron por nombre

inferior Armenia, imperio

es del grande Polemón,

de cuya corona y cetro

hija heredera nací,

si hubiese querido el cielo

que se midieran iguales

fortuna y merecimiento.

Quiso mi padre que hiciesen

juicio de mi nacimiento

sus sabios y en él hallaron

—¡de imaginarlo reviento!—

que había de ser mi vida

el más extraño, el más nuevo

prodigio de cuantos dio

la fama a guardar al tiempo;

pues de ella resultarían

para todo aqueste imperio

robos, muertes, disensiones,

bandos, tragedias, incendios,

lides, traiciones, insultos,

ruinas y escándalos, siendo

en oprobio de los dioses

el principal instrumento

de otra nueva ley de un dios

superior a todos ellos.

Con estos temores, dando,

entre tan raros sucesos,

crédito a los vaticinios

y opinión a los agüeros,

equivocando los nombres

de piadoso y de severo,

dispuso mi padre el rey

que yo muriese en naciendo.

¿Quién vio más cruel, tirano,

injusto y torpe decreto

que hacer los delitos él

porque yo no llegue a hacerlos?

De esta sentencia apelando

de su ira a su consejo,

él mismo mudó intención,

tomando —¡ay de mí!— por medio

que en esta torre, fundada

en los ásperos desiertos

de Armenia, viva, si acaso

vive quien vive muriendo.

Aquí con solas mujeres

me ha criado, de quien tengo,

por su relación, remotas

noticias del universo.

No sé hasta ahora cómo son

sus repúblicas, sus pueblos,

sus políticas, sus leyes,

sus tratos y sus comercios.

El primer hombre que he visto,

si no me miente el objeto

tuyo aparente, eres tú;

tan cerca —¡ay de mí!— y tan lejos

vivo de lo racional.

Y aun ya pasara por esto,

si hoy no me hubiera una dama

dicho que mi padre —¡ay cielos!—

a dos hijos de Astiages,

su hermano, trajo a su reino;

cuya desesperación

me hizo —¡de cólera tiemblo!—

salir de mí —¡de ira rabio!—

hasta —¡ahógame mi aliento!—

decir que en muerte y en vida

el alma le daré en precio

a cualquiera que me dé

la libertad que apetezco.

Y así, si tú, enternecido

de mi llanto y de mis ruegos,

de mi pena y de mi agravio,

de mi voz y mi tormento,

me la das, otra vez y otras

mil veces a decir vuelvo

que soy tuya, y lo seré

en vida y en muerte, haciendo

libre donación en vida

y muerte de alma y de cuerpo,

para ver si así me libro

de esta prisión que padezco,

de esta esclavitud que lloro,

de esta sujeción que tengo,

de esta envidia que publico

y de esta rabia que siento.

Demonio La lástima, hermosa Irene,

de tus extraños sucesos

me ha obligado a tomar hoy

esta forma, concurriendo,

como dije, a tus conjuros;

y aunque puedan mis portentos

no solo de aquí sacarte,

pero todo este soberbio

edificio trasladar,

arrancado de su asiento,

a los más remotos climas

de todo el orbe, no quiero

que hoy en tu favor me ayuden

tantos prodigiosos medios.

De medios más naturales

(Aparte.) me he de valer. (Y es que tengo

limitada la licencia

de Dios, y así no me atrevo

a más de lo que permiten

sus soberanos decretos.)

Yo te pondré en libertad,