Las dos caras de la moneda. Luces y sombras en la vida de un actor de ,cine para adultos en la era de OnlyFans - Daniel Robles García - E-Book

Las dos caras de la moneda. Luces y sombras en la vida de un actor de ,cine para adultos en la era de OnlyFans E-Book

Daniel Robles García

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Beschreibung

Daniel es un chico común y corriente. Vive en León, va al gimnasio, sale con sus amigos y, a simple vista, lleva una vida sin sobresaltos. Pero para cientos de miles de personas en redes sociales, Daniel no es Daniel: es Zeus Ray, un actor porno y creador de contenidos XXX.
Nacido en el seno de una familia muy religiosa, Daniel supo desde pequeño que era un niño particular: era tan tímido como independiente. Podía pasarse horas jugando solo, pero lo aterrorizaba el hecho de hablar con personas desconocidas. Hasta que se cansó de su timidez y decidió que ya era momento de salir del cascarón, de tomar las riendas de sus miedos y caminar siempre a su ritmo, siguiendo su senda de autenticidad sin temor al qué dirán. Ni él nisu familia, se imaginaron que el niño curioso, el joven deportista y el chico común y corriente que era se transformaría, de adulto, en una sensación de la pornografía en redes sociales.
En este libro, Daniel nos cuenta su historia, su carrera y responde a las preguntas, los prejuicios y las posiciones comunes que tiene la sociedad sobre la pornografía, con el fin de desafiar las nociones y los preconceptos sobre esos temas, y sobre cómo elegimos nuestras propias decisiones en la vida. ¿Decidimos aquello que realmente deseamos o lo que la sociedad nos impone que es lo correcto, simplemente, «porque así se ha hecho siempre»?

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CHRONOS

 

Daniel Robles García

 

 

 

Las dos caras de la moneda

 

Luces y sombras en la vida de un actor de cine para adultos en la era de OnlyFans

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ayrton Zazo Girod (Curador)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© 2023 Europa Ediciones | Madrid

www.grupoeditorialeuropa.es

 

ISBN 9791220135603

I edición: Junio del 2023

Distribuidor para las librerías: CAL Málaga S.L.

 

Impreso para Italia por Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)

Stampato in Italia presso Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las dos caras de la moneda

 

 

A mis padres, por haberme dado lo que

consideraban que era la mejor educación;

 

A mis amigos por haberme apoyado en los buenos y malos momentos;

 

A mis exparejas, por haberme enseñado lo que

debía de aprender para ser una persona mejor;

 

A Bel Gris, por abrirme el camino como

actor en la industria;

 

A Magic Javi, por haber confiado en mí

desde el primer momento.

Sentado frente a la cámara y mirando fijo mi propio reflejo en la oscuridad de la lente, me detuve a reflexionar en lo que estaba por hacer. Era una apuesta ambiciosa, pero me sentía listo. Era el momento justo para hacerlo. Me había propuesto grabar un par de escenas como nunca antes y tenía que improvisar sobre nuevos terrenos: me iba a desnudar —algo natural para mi profesión—, pero de una forma en la que nunca antes lo había hecho.

Tomé aire, y empecé.

 

1. Un niño curioso

Lo primero que tienes que saber de mí es que no he venido a este mundo para gustarte a ti, ni a nadie: he venido para ser yo mismo, y lo más auténtico posible. Estas palabras definen mi identidad por completo porque desde que tengo uso de razón, siempre marché por el mundo a mi propio ritmo, aun cuando no era del todo consciente de ello. Era y sigo siendo una persona muy particular.

Lo segundo, es que el proceso para llegar a aceptar y amigarme con esa particularidad y sus consecuencias no fue de un día para otro. Hacer las paces con mi propia autenticidad fue un proceso largo. Hace ya cuatro años que ingresé en la industria del cine para adultos, un camino de vida que nunca me hubiera imaginado que iba a transitar. «Qué guay, debe ser increíble, te pagan por follar», piensan tus amigos. Pero no todo es tan fácil, ni tan increíble como parece. Ese es uno de los motivos por los cuales quería empezar a grabar este tipo de videos. Detrás de la industria, de lo erótico, de la fantasía… ¡hay una persona común y corriente!

Nací en Ponferrada, León, en 1989, provincia donde también nació mi padre. Mi madre es de un pueblo de la provincia de Soria, pero juntos vivieron en una población cercana a Barcelona por algunos años, donde nació la primera de mis hermanas. Fui el tercero de cuatro hermanos: podríamos haber sido cinco, pero el destino se llevó a quien hubiera sido mi hermano mayor (varón) al mes de haber nacido. La pérdida de un hijo fue un golpe muy fuerte para mi madre y creo que, de una forma u otra, entre todos lo seguimos manteniendo presente. Fue algo que sucedió cinco años antes de mi nacimiento, murió por muerte súbita, algo mucho más común de lo que parece, pero que se debe sentir como un dolor único e imposible de describir para los padres, porque para mi madre fue un antes y un después en su vida. Algo de ese dolor nos debe haber trasmitido nuestra madre, porque tanto mis hermanas y hermano, como yo, siempre hemos sentido una extraña conexión con ese hermano, como si hubiera estado presente siempre en nuestras vidas, aun en su ausencia. Puede que la conexión que siento con él también se haya generado por el hecho de que al momento de nacer, yo también estuve al borde de la muerte.

Soy una persona inquieta incluso desde antes de nacer, desde la gestación misma. Mi madre me dijo que sentía que yo daba vueltas, iba y venía en su útero todo el tiempo, como si no hubiera forma de quedarme quieto ni un segundo. Al momento de nacer, cuando me vio la cara, casi se desmaya del susto: tenía el tono azulado propio de una persona que no estaba logrando respirar. Había nacido con varias vueltas al cuello de mi propio cordón umbilical y podría haber muerto incluso antes de mi primera bocanada de aire, pero por suerte, la matrona —profesional y acostumbrada a ver cosas así— desenredó el cordón de mi cuello en una rápida maniobra, me dio una palmada e hizo que abriera los pulmones en un llanto que se escuchó en todo el hospital. Esa primera bocanada de aire y ese primer alarido tranquilizó a mis padres: todo estaba bien. El miedo a perder un recién nacido persiguió a mi madre incluso hasta con mi hermano menor, su cuarto y último hijo: durante los primeros años de vida, tanto míos como de mis hermanos, no dejaba de vigilar todo el tiempo que estuviéramos bien en la cuna. Incluso se despertaba a mitad de la noche, aun cuando ya éramos un poco más grandes, para comprobar que estuviéramos respirando y durmiendo bien.

No tengo muchos recuerdos de mi infancia. Pero sí me acuerdo muy bien de mi primer día de escuela: era el único entre una veintena de niños que no lloraba. Estábamos todos en un pasillo y prácticamente todos estaban abrazados firmemente a las piernas de sus madres en total desacuerdo con la idea de tener que separarse de la figura materna. Yo no tuve ningún problema con ello, ni mi madre tuvo que lidiar conmigo respecto al desapego: había visto la pila de juguetes dentro del aula, los pupitres ordenados, la pizarra… y todo me llamaba la atención. No veía la hora de empezar y no entendía por qué el resto de los niños lloraba: estábamos por entrar a todo un mundo nuevo y estaba más que contento de explorarlo. Mi madre iba a estar en mi casa cuando regresara de la escuela, un par de horas sin ella no iban a ser el fin del mundo. Esos fueron los primeros indicios de una independencia que siempre llevé muy a flor de piel.

Los primeros tiempos en la escuela, de todas formas, no fueron tan felices. Si bien no me había resultado difícil separarme de mi madre, lo que sí me había costado era integrarme con mis otros compañeros de la escuela. Yo era un chaval un poco… diferente al resto. Marchaba hacia un rumbo propio, sin importar para qué lado fuera la corriente. En los recreos —teníamos varios en cada jornada—, corría por todos lados, como un poseso. No recuerdo a qué jugaba o porqué lo hacía, simplemente daba vueltas por todo el patio, iba y venía a toda velocidad esquivando a los otros niños. Algo de eso les llamó la atención a mis compañeros, porque a los pocos días me rodearon frente a una pared y me dieron una paliza que me quitó todas las ganas de seguir corriendo. Más allá de ese momento particular, no tengo malos recuerdos de la escuela en general. No tardé mucho tiempo en integrarme en el aula, pero aun así era un niño muy tímido que hablaba poco y nada con el resto. Tenía un par de amigos, pero no me abría mucho. Vivía en mi mundo y lo disfrutaba. La sola idea de hablar con un desconocido me daba pánico. No sabía qué decir, qué hacer, cómo establecer un vínculo. Era un niño socialmente “funcional”, no tenía una dificultad real para relacionarme, sino más bien una timidez que se manifestaba con las personas desconocidas. De todas formas, eso hacía que me costara muchísimo interactuar con otras personas porque tenía miedo a hacer el ridículo o a caerle mal a los demás.

Con el paso de los años, me di cuenta de que no quería seguir siendo así. No quería perderme nada en la vida por esa timidez recalcitrante. Alrededor de los diez años, decidí que tenía que cambiar. Mis compañeros, mis amigos, el resto de los niños en general eran mucho más alegres que yo: jugaban con otros niños, a veces sin siquiera saber el nombre de la otra persona, se reían, peleaban y se volvían a amigar como si nada hubiera pasado. Yo, por otro lado, era reservado, serio, tenía miedo de hablar con nuevas personas y mucho más de molestar a aquellas personas que ya conocía. Observando a los demás llegué a la conclusión de que me estaba perdiendo muchas cosas por dejarme llevar por el miedo. ¿Qué es lo peor que podía pasar por hablar con otra persona? A lo sumo, me rechazarían, pero si no lo intentaba… tampoco lo iba a saber.

Cuando me cruzaba con alguien, me empujaba a mí mismo, me decía “Venga, habla con esa persona, ¡Vamos!”. Poco a poco, empecé a atreverme a empezar a entablar conversaciones con otras personas y fui perdiendo el miedo: no pasaba nada, podía tener conversaciones agradables con personas que no conociera y así, empezar a conocerlas. Incluso, hasta hice nuevos amigos. No era tan difícil como parecía. Simplemente tenía que ser yo mismo, una clave que fui reforzando a lo largo de los años y que sigo ratificando.

Si hay algo que me caracteriza como persona es que siempre estuve en la búsqueda de algo. Cuando era niño, estaba enfocado en conocer el mundo. Todo me sorprendía, todo me llamaba la atención y mi curiosidad era un motor que me permitió vencer mi propia timidez. Quería saberlo todo. Había tantos detalles, tanta información que aprender sobre el mundo, que estaba ávido por llenarme la cabeza de conocimientos. Siempre preguntaba un poco más, quería ir más lejos, saber más, entender… usualmente, mientras mi familia veía la televisión, yo prefería leer libros enciclopédicos, incluso ojear el diccionario. Muchas veces únicamente me fijaba en las fotografías o ilustraciones y leía el pie de foto, pero desde luego que eso hizo que adquiriera una serie de conocimientos que no podía aprender en la escuela porque eran demasiado avanzados para mi edad. Por esta razón, todavía a día de hoy recuerdo mucha de la información que aprendí durante los primeros años de mi vida.

Con el paso del tiempo, esa búsqueda se fue trasladando lentamente a una más relacionada con el conocimiento interior, con mi propia identidad, con quién soy como persona y en relación con los demás. El punto es que sin importar hacia donde estuviera dirigida, nací con curiosidad y probablemente vaya a morir con curiosidad. Esta necesidad de conocer, de explorar, de buscar siempre nuevos destinos es una característica que, con el correr del tiempo, me abrió nuevas puertas y me llevó por caminos impensados a lo largo de vida.