Las mujeres en Austen - Catalina León - E-Book

Las mujeres en Austen E-Book

Catalina León

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Beschreibung

Si ha habido una novelista que haya amado a sus personajes, esa es Jane Austen. No les ahorra defectos ni debilidades, pero todo lo desvela desde el amor que todos ellos merecen. Sus personajes femeninos no son solo hermosas jóvenes casaderas, llenas de luz y de futuro, sino también madres entrometidas, vecinas chismosas, amigas fieles y amigas traidoras, muchachas atolondradas, institutrices, solteronas, aristócratas engreídas, etc. A través de sus confidencias, bailes, paseos o amoríos, muestran su interioridad con una hondura sorprendente. Austen fue una escritora precoz, que entra en la gran literatura de todos los tiempos por su modo de presentarnos los problemas, sinsabores y emociones de sus contemporáneas y, en cierto sentido, de las mujeres en general. Pero no es "literatura para mujeres", como bien sabe Catalina León, sino para todo corazón humano, que aprende mucho más de las historias que de los conceptos.

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CATALINA LEÓN

Las mujeres en Austen

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2023 by Catalina León

© 2023 by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15 - 28033 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-6424-8

ISBN (versión digital): 978-84-321-6425-5

ISBN (versión bajo demanda): 978-84-321-6426-2

Para Antonio, en su cielo

¡Qué dolor me provocaba en aquel entonces haber nacido mujer y saberme privada de la vida y la posición que habría disfrutado de haber sido hombre! Pero ahora estoy resignada y en paz. No diré nada más al respecto.

[Mary Berry, escritora, 1763-1852]

En sus libros no pasa gran cosa y, sin embargo, cuando uno llega al final de la página, quiere seguir leyendo con avidez para saber qué va a ocurrir. Otra vez, no pasa casi nada, pero uno sigue leyendo con curiosidad. El novelista que logra eso posee el don más preciado de cuantos se pueden poseer.

[William Somerset Maugham, escritor, 1874-1965]

ÍNDICE

Prólogo. La educación sentimental

1. Austenismos

2. A propósito de Jane

3. Una escritora nada romántica

4. La vida no es una novela

La trilogía de Steventon

Sentido y sensibilidad

(

Sense and Sensibility

)

Orgullo y Prejuicio

(

Pride and Prejudice

)

La abadía de Northanger

(

Northanger Abbey

)

La trilogía de Chawton

Mansfield Park

(

Mansfield Park

)

Emma

(

Emma

)

Persuasión

(

Persuasion

)

Una novela epistolar:

Lady Susan

Una novela inacabada:

Los Watson

La última novela:

Sanditon

Los escritos de juventud:

Juvenilia

5. Madres ausentes

6. Una institutriz con suerte

7. Juego de damas

8. Vida social

9. Casarse por amor

10. Imperfectas heroínas

11. Ella misma

Bibliografía

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Dedicatoria

Epígrafe

Comenzar a leer

Bibliografía

PRÓLOGOLa educación sentimental

Lo solíamos llamar «educación del carácter» y «educación sentimental», dos nombres para la misma cosa: la construcción interior que contribuye a que sintamos lo debido, porque resulta que el corazón tanto acierta como se equivoca, y para que nuestra vida sea buena es decisivo que ocurra más lo primero. Con todo, «educación sentimental» es un sintagma que sorprendentemente cuenta con muy pocos defensores, pese a ser capital para nuestro desarrollo. Nosotros estamos en cambio en la era de la «educación emocional», que es fundamentalmente la era de las palabras-sortilegio («empatía», «tolerancia», «resiliencia»): un mundo plagado de imágenes y patologías y hashtags que no tiene tiempo para el corazón y sus sutilezas. Y por eso hay tiempo para muchos cursitos, charlas TED y webinars, pero apenas para los grandes ensayos y las grandes novelas.

Los efectos de esta deriva —del abandono progresivo de la filosofía y la literatura como hitos esenciales de la madurez de la personas libres, juiciosas e íntegras— están a la vista de todos. Tal vez sorprenda a la lectora o lector saber que en una época que ha sido descrita como «intensamente emocional» haya tantas personas jóvenes y no tan jóvenes pobremente pertrechadas para la vida social, y que la causa principal es un déficit de comprensión lectora de los corazones ajenos y propios. Como seguramente sorprenda saber que nuestros principales problemas éticos no provienen de una disminuida razón respecto a lo que es justo y bueno, sino a un paulatino abandono de los sentimientos morales.

En una novela de Jane Austen hay tantas capas de profundidad sentimental como le faltan a la inmensa mayoría de nuestras actuales películas y series, no digamos a lo que pulula por las redes sociales. Estamos enviando a gran velocidad comandantes Spock de ambos sexos hacia el ciberespacio, lo cual está llevando a arrumbar comportamientos y hábitos esenciales que están en las heroínas de Austen —«el sacrificio, la entrega, la generosidad, el silencio», escribe Catalina León— y nosotros necesitamos. Decía David Hume en su Tratado de la naturaleza humana que «la razón es y solo debe ser esclava de las pasiones». Eso es lo que nos explica Austen, y cómo esas pasiones son las que sustentan nuestros sentidos vitales. «¡Con qué presteza acude la razón a aprobar lo que nos gusta!», leemos en Persuasión; lo que hacemos, cuando estamos lúcidos, es seguir los dictados de nuestro corazón, para lo cual conviene haberlo previamente entrenado.

Sentido, persuasión, prejuicio, sensibilidad, orgullo: desde los títulos, Jane Austen nos invita a la gravedad, esto es, a las cuestiones que tienen un peso diferencial en nuestras vidas. Lo hace, para mayor mérito, desde lo que son en esencia comedias, mostrando así una amabilidad infinita para con el ser humano. Quien haya vivido lo suficiente sabe lo mal que respondemos a las homilías adustas, y cuán de par en par nos abre el entendimiento la risa cordial e inteligente. Austen bien lo sabía: el premio del buen humor es una humanización casi inmediata. Como escribe el también novelista Martin Amis, «el primer desafío al que te enfrentas cuando escribes sobre Orgullo y prejuicio es terminar tus primeras oraciones sin decir: “Es una verdad universalmente reconocida...”».

Si ha habido una o un novelista que haya amado a sus personajes, esa es Jane Austen. No les ahorra ni un solo defecto, no oculta ni una sola de sus debilidades: pero todo lo desvela desde el amor que al prójimo le debemos. Como dice C. S. Lewis en su ensayo A note to Jane Austen, es abordar las cuestiones morales lo que posibilita que pueda trazarse una gran comedia, y eso implica que, a diferencia de muchas de las actuales parodias sin gracia, tiene que haber un fondo de verdad desde el que se mira, pues «a menos que haya algo sobre lo que el autor nunca ironice, no puede haber verdadera ironía en la obra». Las heroínas de Austen se esfuerzan por ver el mundo como realmente es, y, como explica León, «argumentos y personajes tienen un poderoso lazo con la verdad».

«Leemos a Austen —sostiene Harold Bloom— porque parece conocernos mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos, y parece conocernos tan íntimamente por la sencilla razón de que ayudó a determinar quiénes somos como lectores y como seres humanos». Esta es seguramente la razón de la extraordinaria salud artística de Jane Austen, plasmada en interminables reediciones, nuevas traducciones y ahora en este delicioso ensayo de León, pleno de gusto literario y de una rarísima capacidad para acercar las muchas delicadezas de Austen al público corriente. Lo logra incluso, según he podido comprobar, con quienes aún no han empezado a leer a la novelista nacida en Steventon; este texto que a continuación sigue es por tanto un estupendo protréptico.

Austen no es «literatura para mujeres», como bien sabe León, que es una consumada experta en lo otro, la literatura escrita por mujeres; es literatura para todos. Es gran literatura, en definitiva, letra imperecedera que mejora el alma humana. De su obra se han hecho innumerables lecturas —neoclásicas, románticas y hasta políticas—, pero ninguna que yo conozca que esté más cercana a la sabia consideración de la vida y al meollo vital del lector que esta.

El mundo cada vez está más conectado y menos vinculado: cada vez hay más soledad y más ruido. Uno de los principales antídotos a nuestro alcance es apagar nuestros dispositivos móviles y tomar entre las manos algunos de los mejores libros que jamás se han escrito, entre los que sin duda se encuentran las novelas de Jane Austen. Después, nada mejor que conversarlos, y eso es justo lo que nos ofrece Catalina León con su precioso ensayo: una honda conversación acerca de algunos de los personajes más complejos e interesantes —valga la redundancia— que la imaginación humana haya concebido. Ese mismo es el camino para la educación moral de nuestros corazones, que aprenden mucho más de las historias que de los conceptos. Después, por supuesto, tocará salir al mundo a refrendar lo aprendido, pues como leemos en Sentido y sensibilidad «no es lo que decimos o pensamos lo que nos define, sino lo que hacemos».

David Cerdá

1.Austenismos

Al cumplirse, el 18 de julio de 2020, el 203 aniversario de su muerte, la RAE lanzó a través de su cuenta de Twitter una pregunta sobre qué obra de Jane Austen era la favorita de los lectores. Hubo más de trescientas respuestas y ganó abrumadoramente Orgullo y prejuicio, pero Persuasión también fue muy mencionada. Además, apareció el nombre de Sanditon, su última novela que quedó inacabada, de actualidad en ese momento por la serie de televisión que acababa de estrenarse. La serie, de la que solo el primer capítulo contiene lo que Austen escribió, supuso volver a convertir a Jane en un tema de actualidad. Lo mismo que ha sucedido con otra versión de Emma para el cine, dirigida por Autumn de Wilde y estrenada el mismo año. Los comentarios que se suscitaron con la pregunta de la RAE eran interesantes y una única persona entre las que respondieron dijo que no conocía su obra.

Otro comentario curioso afirmaba que ningún libro de Austen podía calificarse como “bueno” porque ese adjetivo lo reservaba para las “verdaderas” escritoras de la época, que eran, a su juicio, las hermanas Brontë. Considerar contemporáneas a las Brontë y a Jane Austen es un error frecuente. Y no solo no es así por cronología (Charlotte nació en 1816, Emily en 1818 y Anne en 1820, mientras que Jane vino al mundo en 1775) sino porque sus trayectorias se insertan en dos momentos históricos tan diferentes (la era georgiana de Austen, la victoriana de las hermanas Brontë) que, por fuerza, ellas también han de serlo. Pero hay quien asume el desprecio que Charlotte Brontë, por ejemplo, la única Brontë que leyó a Jane Austen, sintió por la obra de su predecesora, al considerarla poco interesante y llena de un detallismo frívolo. Está claro que la mayor de las Brontë no entendió que la aparente superficialidad de Austen es, sobre todo, una estrategia literaria.

Jane Austen es una escritora leída sobre todo por mujeres, pero no solamente, lo que no deja de ser importante y positivo porque las mujeres formamos el grueso de los lectores de novelas. Las lectoras de Austen son mujeres de todas las edades, lectoras avanzadas y también lectoras noveles. La presencia de Jane Austen en las bibliotecas de las chicas jóvenes es muy destacada. No solo leen sus obras sino también los derivados. Manga, ediciones ilustradas, inventos varios (como buscar otros desenlaces o imaginarse otros personajes), secuelas más o menos imaginativas, recreaciones, sagas, todo eso la ha convertido en una escritora popular y algunos de sus protagonistas son iconos del pensamiento femenino. Incluso lectoras jovencísimas, en fase de iniciación, leen las historietas ilustradas de Orgullo y prejuicio.

Una característica de este enorme ejército es que cada una de sus lectoras tenemos en la cabeza una Austen diferente, propia, nuestra, y no queremos que nadie nos la toque. Las disputas son frecuentes entre las austenitas aunque tengamos algunas coincidencias de apreciación entre todas: nos hemos enamorado del señor Darcy, y, llegando a la edad madura, hemos convenido en que el señor Knightley nos interesa mucho más, porque tiene esa mezcla de conocimiento y encanto que engatusa, además de mucho menos orgullo, dónde va a parar. Darcy está bien para la efervescencia juvenil y quizá para la primera madurez, pero el remanso de paz que todas deseamos conseguir algún día está en Knightley y su visión de la vida. Siempre he pensado que era el favorito de la propia autora, aunque esté más escondido a los ojos del público y sea más discreto. Al fin y al cabo, ella misma permaneció oculta mucho más tiempo del que le hubiera gustado y del que era conveniente para alguien que escribe.

El mercado de las adaptaciones

A la lectura de sus novelas hay que sumar el gran número de espectadores que han visto alguna de las adaptaciones de esas obras al cine o a la televisión. Entonces comienza el curioso fenómeno por el cual identificamos a Colin Firth con el señor Darcy. El personaje se ha superpuesto al actor así que ha dado lo mismo que luego haya hecho de rey tartamudo o de navegante solitario o de soltero angustiado. Es Darcy y punto. Todo lo más, hacemos una concesión a su papel en El Diario de Bridget Jones y lo convertimos en Mark Darcy. Es el yerno que todas las madres desean para sus hijas (eso lo tuvo claro la señora Bennet pasados los primeros disgustos) y el hombre indomable al que todas las chicas quieren convertir a su religión. Un tipo tan estirado, orgulloso y lleno de seguridad en sí mismo siempre es un reto y la educación sentimental de las muchachas de estas últimas décadas tiene mucho que ver con esa mezcla de atracción irresistible y de noble esgrima de caracteres que se establece entre él y Elizabeth Bennet.

Haré aquí un pequeño paréntesis para referirme a las adaptaciones austenianas. La mayoría de ellas son incapaces de evocar ese “espíritu Austen” que las debería distinguir. No se trata solamente de recrear las casas, los vestidos, ni siquiera los diálogos, es algo más. Un aire especial, una forma diferente de presentar la vida cotidiana. Tampoco basta con que haya bailes, vestidos Imperio o lugares emblemáticos. Sobre ese telón de fondo que, en apariencia, solo es la espuma de los días, están los grandes problemas sociales y personales que la escritora abordó desde el punto de vista de la vida cotidiana. Y hay que decir que el “punto de vista” no es nada desdeñable en su literatura.

De todas esas adaptaciones hay varias dignas, bastantes que están faltas de interés y alguna obra maestra. En el cine, esto último es, sin dudarlo, Sentido y sensibilidad de Ang Lee (1995). El director coreano fue capaz de captar la atmósfera de uno de los libros más complejos y difíciles. Y lo logró con creces auxiliado por un elemento fundamental, el guion de Emma Thompson, excelente actriz inglesa, conocedora de la obra de Austen (y de la de Shakespeare) que supo obtener lo esencial y destacar lo sublime. La historia de ese guion, contada por ella misma, merece conocerse. Fue un trabajo hecho entre pañuelos de papel, lágrimas y pijamas, porque se encontraba “convaleciente” por el abandono de su entonces marido, Kenneth Branagh, actor y director, que había decidido romancear con la también actriz Helena Bonham-Carter. El dolor de la pérdida le dio a Thompson la cobertura emocional precisa para recrear en su guion el espíritu de la historia que inventó Austen. Aunque la Thompson interpretaba en la película el papel de la sensata Elinor, en la vida real era una Marianne desconsolada.

Además de esta película, la serie de la BBC de 1995 sobre Orgullo y prejuicio es considerada por muchos como la mejor adaptación audiovisual de una obra de Austen. Es aquí donde el señor Darcy se convierte en el hombre ideal, y la ambientación, la vestimenta, los diálogos, el paisaje, todo se conjuga para hacer de esta producción el principal motivo por el que los lectores se han acercado a Austen desde los años noventa hasta la actualidad. No es muy conocido el hecho de que Colin Firth mantuviera entonces un romance con la Elizabeth Bennet de la película, la actriz Jennifer Ehle, lo que le daba a la historia mucha más verosimilitud. Como esto del cine tiene siempre conejos guardados en la chistera, años más tarde, cuando Colin Firth interpretó el papel del rey George VI, el padre de la reina Isabel II de Inglaterra, en “El discurso del rey”, volvió a trabajar con Ehle, ella desempeñando el corto pero bonito rol de esposa de Lionel Logue, el logopeda australiano que ayuda al duque de York, antes y después de ser proclamado rey, a superar su problema con el habla.

En cuanto a Emma, hay dos adaptaciones interesantes y bien hechas. Una serie de la BBC, de cuatro capítulos, que se rodó en 2009, con Romola Garai y Jonny Lee Miller en los papeles principales, y una película de 1996, con Gwyneth Paltrow y Jeremy Northam como Emma y el señor Knightley respectivamente. En la película se echa de menos un mejor acierto en el casting, pues Toni Colette no da para nada el tipo de Harriet Smith ni Ewan McGregor el de Frank Churchill. La última adaptación, que he citado antes, la de Autumn de Wilde, tiene demasiado colorido en los vestidos y unos personajes dudosamente adecuados. Se realiza en clave de comedia burlesca, lo que no logra captar matices delicados como la ironía, la compasión, la transformación de la propia Emma y el cruce de diálogos ingeniosos. Sin embargo, resulta interesante la aparición de un nuevo concepto del señor Elton, el clérigo ridículo y trepa de la novela, que aquí es interpretado por el joven y prometedor Josh O’Connor, quien, en una entrevista dio las claves de su representación: considera a Elton un arribista, que intenta salir a través del matrimonio de su propio estrato social para subir unos peldaños. De este modo y gracias al actor, nos hacemos una visión más amable y comprendemos mejor la frustración de Elton por no alcanzar el favor de Emma Woodhouse. Pero la película no tiene el “toque Austen” y Emma aquí es fría, dura e impersonal. Una especie de Scarlet O’Hara trasplantada desde Georgia, pero sin la épica de la guerra y sin la belleza de Vivian Leigh.

Es interesante la versión cinematográfica de Lady Susan, una novela epistolar y corta que estaba entre sus papeles y que se publicó años después de su muerte, junto con la pequeña biografía que de ella hizo su sobrino James Edward Austen-Leigh. La película se estrenó en 2016 y lleva un nombre, erróneo, Amor y amistad, que corresponde a otra obra de Austen y que nos da alguna pista de la escasa labor de documentación que se hizo para rodarla, pero, a pesar de los errores, la protagonista estaba muy bien elegida. Kate Beckinsale le proporcionaba el toque adecuado y mostraba ese tipo de mujer fatal, tan ambicioso y atractivo al mismo tiempo, que es una rara avis en las obras de Austen.

No son estas las únicas adaptaciones. Hay un gran número de ellas que pretenden captar el espíritu Austen y que han tenido desigual fortuna entre los espectadores. La novela inacabada Sanditon, apareció en forma de serie en Netflix, basada en los doce capítulos que quedaron escritos antes de morir. Hasta el momento se le ha añadido ya otra temporada. Y en julio de 2022 se estrena una nueva versión de Persuasión, con Dakota Johnson como Anne Elliot, que ha suscitado toda clase de comentarios en las redes sociales acerca de su pertinencia, fiabilidad y forma de acercamiento al mundo Austen. Las opiniones, casi unánimes en esta ocasión, son de franca repulsa.

Vigencia de Jane Austen

A pesar de que el señor Darcy es el personaje más archifamoso de Austen, son sus “mujeres”, las chicas de sus novelas, las damas, las amigas, las vecinas, las arpías o las madres, quienes llevan el peso de las tramas. Las novelas de Austen son para todos, hombres y mujeres, pero son novelas, sobre todo “de mujeres”. La psicología femenina ha recibido de ellas más aportaciones que cien tratados sesudos escritos por afamados expertos sentados en sus sillones de orejeras. De cualquier modo, lo que no podemos negar es que la “vulgarización” de su obra a través del formato audiovisual ha contribuido a aumentar el número de sus lectores.

Puede ser que encontremos a alguien que no ha leído a Austen, pero lo que no hallaremos es una persona que no haya “oído hablar” de Austen. Entre los que no la han leído hay mayoría de hombres porque, y esto es otra evidencia no científica, las mujeres leen muchas más novelas y entre esas novelas ocupan un lugar privilegiado las suyas. Algunos hombres inteligentes a los que trato argumentan para no leerla que “no les interesan los temas específicamente femeninos”, lo que no deja de ser una toma de postura radical y bastante pretenciosa, pues, de esa forma, se pierden al menos el cincuenta por ciento de los asuntos que atañen a la humanidad entera. Los despistados dirán que escribía “novelas románticas” o que ella misma lo era. Dirán que es cosa de chicas o que les suena muy blandengue todo. El caso es que les suena.

En un primer momento resulta difícil entender la permanencia de su obra si consideramos cuándo se escribió y cómo ha cambiado nuestra vida desde entonces. Pero esto cambia cuando la leemos. Las novelas Austen no son reliquias del pasado, ni se leen en plan arqueología, sino que permanecen tan vivas como entonces y nos dicen las cosas que hoy, todavía, pueblan nuestras conversaciones y nuestros anhelos. Nos reconocemos en ellas. Están de nuestro lado. Alguna amiga es como Caroline Bingley y otra se parece a la mosquita muerta de Lucy Steele. También hay por ahí demasiados presumidos como Collins o Elton y señoras escasamente despiertas como Augusta Hawkins. Y vecinas encantadoras como las Bates. Y madres atolondradas y padres dispersos. Y malos casamientos y muchos, muchísimos amores apasionados.

La escritora colombiana Pilar Quintana, una de las voces más destacadas de la literatura hispanoamericana, pone el énfasis en esa consideración de Jane Austen como escritora influyente:

«Yo leía a Jane Austen cuando estaba en el colegio. Leía sus historias como si fueran novelas sentimentales. Cuando revisité estas lecturas descubrí una mirada absolutamente sarcástica sobre la sociedad en que le había tocado vivir. Es una autora inteligente con dominio del sarcasmo y la burla. Eso me encanta».

¿Por qué? ¿Dónde está el gran misterio de esta mujer? Es un caso muy parecido al de William Shakespeare. Sus sentimientos son intemporales y universales, da igual cómo se vistan sus protagonistas. Y la sorprendente modernidad de sus diálogos se puede incluso trasplantar a nuestra época casi sin modificaciones. Es curioso observar que en las adaptaciones audiovisuales los diálogos se mantienen tal cual, porque resisten el paso del tiempo con fortaleza y cordura. Y, en cuanto a las emociones que representan, siguen siendo las de los seres humanos. Por eso nos seguimos identificando con sus tramas y sus personajes. Esa identificación actúa como motor de la lectura, como elemento propulsor del interés hacia lo que escribe y hacia las soluciones que le da a los conflictos. Hablamos de amor, de interés, de engaño, de familia, de conveniencias sociales, de prejuicios, de dobles intenciones, de dependencias emocionales, de costumbres cotidianas, de relaciones humanas, de hijos y padres…hablamos de poder y dinero, de pobreza y sumisión, de nobleza y de mezquindad, de sentimientos puros y de mentiras e invenciones. De todo ello hablamos cuando leemos a Austen. No se nos ocurriría sentirnos cerca de las heroínas góticas, ni del sufrimiento intenso de las victorianas, de las románticas, pero estas mujeres de Austen, tan sencillas, sensatas, tiernas, directas, ingeniosas y prácticas, sí nos hacen tilín aunque no queramos.

Como todos los buenos libros, su lectura tiene muchas capas, asequibles a todo tipo de lector. Es una hermosa y redonda cebolla de esas que pican y te hacen llorar, en la que han de separarse una a una las capas para llegar al centro. Pero, incluso en las capas sueltas, desgajadas, siempre hay detalles que nos llaman la atención. Vemos una lectura superficial para los que quieren quedarse con muchas bodas y chicas que van de un lado a otro asistiendo a todos los bailes que se les ponen por delante. Hay otra lectura intermedia para quienes piensan en la época que les tocó vivir y en las imposiciones que esta suponía en sus vidas. Hay una lectura feminista, que pone el acento en la enorme diferencia de vida y de trato que había entre hombres y mujeres. Hay una lectura histórica, una lectura romántica, una lectura sociológica, una lectura literaria, una lectura irónica y humorística, una lectura emocional. Hay tantas lecturas como lectores y de todas ellas puede sacarse algún beneficio. La lectura global, que también existe, pone al lector avanzado en la privilegiada posición de entender lo más posible a la autora, con su contexto, su biografía y su talento propio.

No solo es una escritora muy leída y versionada, sino que, además, es muy discutida. Esa discusión también ha favorecido su vigencia. Todos pretendemos saber de Austen, entenderla más que los demás. Es “mi” Austen, decimos. Es mía y no vas a cambiármela por mucho que lo intentes, añadimos. Las redes sociales, sobre todo Twitter, arden de vez en cuando con alguna de sus referencias. Se montan discusiones épicas sobre tal o cual versión, personaje o idea. Se habla de ella como si hubiera muerto ayer por la tarde. Es, en este sentido, una obra inacabada, a la que el lector puede añadirle los matices que quiera. Jane Austen levanta pasiones y disputas, lo que es un índice de permanencia y de actualidad, algo que no se puede decir de muchos grandes escritores. Lo que en su época era novedoso, sigue siéndolo.

A modo de inspiración

No sería exacto decir únicamente que de Jane Austen se ha escrito mucho. Más bien lo correcto es afirmar que Jane Austen ha inspirado mucha literatura. No toda ella buena literatura, no toda literatura, en realidad. Ha inspirado películas, series, novelas de todo signo, adaptaciones de sus obras en las que el contenido y los personajes aparecen en otro tiempo y lugar, cómics, libros ilustrados, adaptaciones para niños, guías de viajes, y toda suerte de merchandising: cojines, tazas para el té, sombreros, lapiceros, almohadas, bolígrafos. Todo lo de Jane Austen es un negocio.

Los lugares en los que vivió o en los que estuvo de forma temporal tienen en ella un reclamo seguro. Con esa tradición de señalizar y poner en valor el mínimo detalle de la historia o de sus protagonistas, de los personajes importantes tanto literarios como reales, el sur de Inglaterra está lleno de testigos materiales de la vida de Jane. Hay posadas en las que paró, casas alquiladas, museos, bibliotecas que frecuentó, Chawton Cottage, la casa grande o Chawton Hall, la casa de su hermano en Kent (Godmersham Park), la vicaría de su padre en Steventon (aunque trasladada de ubicación), el espigón de Lyme Regis (el Cobb), todo Bath, que es un escaparate preciso de su estancia allí, un negocio lucrativo en torno a su vida y su obra, incluida la catedral de Winchester donde reposa bajo una lápida en la que no se habla de ella, salvo para decir que era piadosa y humilde e hija de su padre. También se comentan los libros que leía, los autores a los que admiraba, las posibles influencias, la literatura que detestaba. Es como si hubiéramos colocado sobre ella una enorme lupa para conocer todo el detalle. Sin embargo, como contrapartida a lo anterior, todavía hay muchos errores, prevenciones y perspectivas equívocas acerca de la autora y del significado de su obra.

¿Quiere esto decir que ya se ha dicho todo de Jane Austen? No. Porque hay un lugar en el que cabe excavar hasta el fondo para hallar más explicaciones. Y ese lugar son sus obras. El vivero básico, el fundamental, la fuente de todo. Y todos tenemos algo que contar de ella y de sus novelas. Y cada lector tiene derecho a verla a su manera. Verla y tratar de acercarse a su mirada femenina sobre un mundo eminentemente femenino. El mundo masculino de entonces, el de la guerra contra el francés, el de la política de los Georges, queda orillado, al margen, solo entrevisto por una rendija. Así, la historia de la época georgiana en la que vivió aparece en sus libros teniendo en cuenta la vida doméstica de cierta clase social. No la de los criados ni la de la aristocracia, sino la de la gente mediana, la clase media de entonces, el inicio de la burguesía comercial, los profesionales liberales emergentes y, sobre todo, la landed gentry, la pequeña aristocracia rural, la que poseía tierras, una casa solariega y, a veces, un título, la que tenía dificultades para cuadrar las cuentas y debía, por fuerza, usar el gran instrumento de aquellos años para sobrevivir (a veces, solo a veces, para progresar): el matrimonio.

Es el matrimonio el centro de todas las tramas de Austen porque era el centro de aquellas vidas. Un buen matrimonio te aseguraba la vejez y la subsistencia de los tuyos. El matrimonio era un buen plan de pensiones. Un mal matrimonio o la soltería eran la muerte social y la aparición de un fenómeno increíblemente importante entonces, terriblemente doloroso: la dependencia. Casi siempre, de la mujer al hombre. Mejor dicho, de la mujer pobre al hombre con posibles. Como en tantas otras cuestiones sociales, el dinero marca la diferencia. No es ninguna frivolidad, pues, eso de que la señora Bennet quiera casar bien a algunas de sus cinco hijas. Es, sobre todo, una obligación y, por desgracia, una necesidad. De igual modo que ahora todos los padres queremos que nuestros hijos vayan a la universidad y estudien una carrera, entonces era prioritario casarse bien. Y no tanto por el prurito de dar un heredero a la casa sino por asegurar el bienestar de la familia. Por el presente y no solo por el futuro.

En ese mundo de luces y sombras, las luces de las velas de los bailes a los que acudían las hermosas jovencitas casaderas vestidas de muselina, y las sombras de los pretendientes forzados y de los parientes pobres, se desarrollan las historias de Austen.

Su obra es una estampa de la vida doméstica a veces desde dentro y, otras veces, entrevista desde una ventana. Todo muy sencillo. Pero no simple. Al contrario: una afilada observación es la base de sus argumentos, que desmenuzan con sumo cuidado y fineza de bisturí lo que ocurría en esas tres o cuatro familias que vivían en el campo y que bastaban para escribir una novela, como afirmó la autora a una de sus sobrinas. Ella se olvidó de los fantasmas, de los castillos, de las damas desesperadas y los caballeros audaces, de la literatura gótica que había leído y conocía bien. Desdeñó el coetáneo romanticismo, que hacía bellas a todas las heroínas y valientes a todos los hombres, para centrarse en la sencillez (aparente) de una vida llena de asperezas que solo la conversación, el cotilleo entre amigas o la solidaridad entre mujeres podía hacer más llevadera. Ese fue el camino elegido y lo defendió cada vez que se puso en cuestión de una manera firme y convencida. Esa convicción se parece mucho al orgullo del artista, al papel del escritor que asume su obra y considera que eso es, exactamente, lo que debe y puede hacer.

A Jane Austen le costó publicar, tuvo guardados sus manuscritos en los cajones del escritorio durante años, pagó de su bolsillo a los “avispados” editores y no vivió para ver su éxito. Solo por eso, merece conocerse bien a partir de lo que mejor la define: su propia obra. El mayor motivo, no obstante, para leerla no es tan noble ni tan elevado. Simplemente se trata de disfrute y diversión, de risas y sonrisas. Lo que es la lectura. Un placer.

2.A propósito de Jane

«Steventon, 17 de diciembre de 1775

Querida cuñada,

Sin duda estarás esperando desde hace tiempo noticias de Hampshire y quizá te sorprenda que a nuestra edad nos hayamos vuelto incapaces de contar, pero así ha sido, pues Cassy esperaba dar a luz hace un mes; sin embargo, ayer por la tarde llegó el momento y, sin muchos preámbulos, todo concluyó felizmente. Ahora tenemos otra niña, de momento un juguete para su hermana Cassy y una compañera para el futuro. Se llamará Jenny, y creemos que se parece a Henry, así como Cassy se parece a Neddy».

(Extracto de una carta del reverendo Austen a su cuñada Susannah Walter (1716-1811), esposa del hermanastro William-Hampson Walter (1721-1798), hijo del primer matrimonio de su madre, Rebecca Hampson, anunciando el nacimiento de Jane Austen, acontecido el día 16).

Aunque esto no es una biografía puede ser conveniente recordar algunos detalles de la vida de Jane. Los detalles son sustantivos y explican en gran medida su obra como ocurre con cualquier escritor. Interesan porque centran la vida familiar en su justo término y también la época en que le tocó vivir, un tiempo escaso porque murió con solo cuarenta y un años. Nos ayudan a entenderla mejor, despejan algunas de nuestras dudas y nos sitúan en el lugar exacto. Pero están elegidos por mí y no tienen por qué significar lo mismo para otras personas. Del gran mosaico que es su obra y su vida, escojo las teselas que me ayudan a componer mi propia imagen de ella. Austen escribió de su tiempo en todos los sentidos, ni de un tiempo anterior, ni del futuro. Fijó sus argumentos en tiempo real, de modo que, lo que narraba, podía estar sucediendo en el mismo momento en que ella lo contaba. Eso le da una cualidad indudable de realidad, de foto-fija de una vida que existía y que ella convirtió en personajes y trasladó a sus historias.

Argumentos y personajes tienen un poderoso lazo con la verdad y a ella se añade la imaginación como elemento que convierte lo que ve y lo que vive y lo que sabe en una historia que merece contarse. Sus historias no son toda la realidad, pero son realidad. Es una realidad seleccionada y pasada por el tamiz de la creación literaria, narrada desde el punto de vista de una aguda observadora que interviene cuando lo considera oportuno y que deja a los personajes expresarse en otras ocasiones. Lo que su vida aportó a su escritura puede ser objeto de controversia, pero, en todo caso, todas las biografías contextualizan a los escritores y les otorgan la posibilidad de adoptar su propio punto de vista.

Nacimiento y familia

Jane Austen nació en la rectoría de la aldea de Steventon, Hampshire, el 16 de diciembre de 1775. En ese momento su madre (de soltera, Cassandra Leigh) tenía treinta y seis años y su padre, George Austen, pastor anglicano, cuarenta y cuatro. Jane fue la séptima hija y la segunda niña. James, George, Edward, Henry, Cassandra, Francis, Jane y Charles fueron los ocho hijos de los señores Austen. La familia Austen era extensa y llena de ramificaciones. De los ocho hijos, solo de cuatro hubo descendencia. Cassandra y Jane no se casaron nunca, al igual que George, enfermo desde niño, el hermano casi invisible. Henry se casó dos veces pero no tuvo hijos. Sin embargo, Cassandra y George Austen tuvieron un número considerable de nietos de sus hijos James, Edward, Francis y Charles. Hay una actriz inglesa de porte aristocrático, Anna Chancellor, nacida en 1965, que es, al mismo tiempo, descendiente del primer ministro H. H. Asquit y de Jane Austen. Chancellor interpretó a Caroline Bingley, una de las mujeres más antipáticas entre las creadas por Jane, en la versión de la BBC de Orgullo y prejuicio (1995). Tiene una nariz aristocrática y un aire exquisito, quizá producto de tan excelente parentela.

El hermano mayor, James (1765-1819), también dedicado a la iglesia y heredero de la rectoría de Deane, primero y de Steventon después una vez que el padre se jubiló, se casó dos veces. La primera, con Anne Matthew, de cuyo matrimonio nació su hija Anna (1793-1872) una de las sobrinas preferidas de Jane con la que compartía consejos literarios y cartas. Del segundo matrimonio, con Mary Lloyd (una amiga de la familia que no gustaba demasiado a ninguno de ellos porque tenía un carácter muy arisco, hermana, a su vez, de Martha Lloyd, también amiga) nacieron James Edward Austen-Leigh (1798-1874) que heredó la parroquia de su padre y abuelo y fue el autor de un libro biográfico sobre su tía (Recuerdos de mi tía Jane Austen, título original A Memoir of Jane Austen, 1870) y Caroline (1805-1880). Si observamos las fechas de nacimiento de estos niños podemos concluir que cuando su tía falleció en 1817 ya habían tenido ocasión de conocerla bien, sobre todo los dos primeros. De los treinta y tres sobrinos de Jane Austen, veinticuatro la conocieron en vida y algunos de ellos la trataron con asiduidad.

El tercer hijo de los Austen, Edward, que tomó el apellido Knight por adopción, tuvo diez hijos de su boda con una señorita de buena familia con antepasados baronet, Elizabeth Bridges. Edward era un niño cariñoso, un muchacho agradable y un hijo generoso. En su infancia pasó mucho tiempo con Thomas y Catherine Knight, primos lejanos y poseedores de fortuna, que, llegado un momento, lo adoptaron, le dieron su apellido y su herencia. Cuando hubo ocasión de ayudar a su madre y hermanas no lo dudó y por eso la adopción fue una bendición para todos. No lo separó de su familia y lo puso en situación de ayudarla. De todos sus hijos la más querida por Jane Austen fue la mayor, Fanny (1793-1882), con la que tuvo una grandísima relación de complicidad. Los hijos de los Austen-Knight tuvieron una larga vida. La que murió más joven se llamaba, precisamente, Cassandra Jane y falleció a los 36 años.

La siguiente hija fue precisamente una niña, la primera, y se llamó como su madre, Cassandra (1773-1845). No se casó nunca, aunque estuvo prometida, y fue la mejor compañera para su hermana. Tenía también aptitudes artísticas, aunque, en su caso, para la pintura y el dibujo.

Francis Willian Austen (Frank) (1774-1865), graduado en la Real Academia Naval de Portsmouth, llegó a alcanzar el título de sir y el grado de almirante y fue el que más vivió de todos los hermanos, pues alcanzó la edad de noventa y un años. De su boda con Mary Gibson tuvo once hijos, la mayor Mary Jane nacida en 1807. Tanto ella como Francis William, Henry Edgar, George, Cassandra Eliza, Herbert Gray y Elizabeth, nacieron antes de que su tía muriera. No así el resto de su prole. Cuando enviudó se casó con Martha Lloyd, la amiga de la familia que compartió casa con Jane, su hermana y su madre en Chawton Cottage y hermana de la segunda mujer de James, Mary Lloyd. Francis Austen tuvo una larga carrera militar y participó en el bloqueo de Cádiz y en otras misiones navales de gran importancia. Su casamiento en segundas nupcias era algo normal. Los viudos permanecían poco tiempo en este estado, había muchas solteras donde elegir (los hombres escaseaban por las guerras) y necesitaban tener una madre para sus hijos que quedaban huérfanos. La maraña de relaciones personales incluía muchos hermanos casados con hermanas y muchos segundos casamientos. Además, como la mayoría de militares, Francis Austen pasaba la mayor parte del tiempo embarcado, con lo que la necesidad de tener una madre para sus hijos era acuciante.

Por su parte, el otro marino de la familia, Charles (1779-1852), el hijo más pequeño de los Austen, se casó dos veces, con dos hermanas, algo que también era muy frecuente. La primera boda con Frances Palmer tuvo como consecuencia cuatro hijos y la segunda, con Harriet Palmer, otros cuatro. Jane Austen solo llegó a conocer a los tres primeros (Cassandra, Harriet Jane y Frances) y no vivía cuando la segunda boda de su hermano. La longevidad de sus sobrinos y el hecho de que solo tres murieran antes del año de vida indica que era una familia de buena genética y costumbres sanas. La temprana muerte de la autora en este panorama de longevos no deja de ser una cuestión llamativa.

Además de sus hijos y nietos hubo otro niño en la vida de los esposos Austen. Recién casados, cuando llegaron a la rectoría de Deane para vivir allí acompañados de la madre de Cassandra, también estaba con ellos el hijo de Warren Hastings, gobernador general de Bengala, llamado George, que tenía, en ese año de 1764, unos siete años. Era una costumbre muy usual que, debido a que los padres habían fallecido, los dos o uno de ellos, o que estaban fuera del país por algún motivo, por ejemplo, en la India como en este caso, los niños se quedaran a cargo de amigos íntimos, tutores o familiares que los cuidaban. Este fue el caso del pequeño George Hastings, que murió ese mismo año causando un gran dolor a los señores Austen.

Algunos de los nombres de sus sobrinos y hermanos aparecen reflejados en sus novelas: George, Henry, Elizabeth, Marianne, Louisa, Charles, Fanny, Anna, Caroline, Catherine, Harriet, Jane, Mary… El nombre de George, que era también el de su padre, lo usó con el personaje masculino que ella consideraba más perfecto, el señor Knightley, de Emma. Por su parte, ahí están las heroínas Elizabeth Bennet, Marianne Dashwood, Fanny Price, Catherine Morland, Anne Elliot y las menos destacadas Caroline Bingley, Harriet Smith…En realidad ella usó nombres corrientes para sus personajes, dejando atrás toda esa legión de Camilas, Griseldas, Belindas, Elvinas, de las novelas góticas. Esta circunstancia, en la que se repara poco, es ya una declaración de intenciones que merece señalarse. No quería damas exhaustas, jóvenes transidas de amor y virtudes, chicas enfermizas a causa del desamor, ni toda esa clase de estereotipos de la novela en su tiempo, sino personas de carne y hueso, con sus defectos y sus virtudes. Ninguna de sus heroínas es, por tanto, perfecta y alguna borda la imperfección.

Los primeros años

Ese diciembre de 1775, cuando nació Jane Austen, fue un tiempo de heladas y fríos muy intensos, como recordaba la madre en ocasiones. Además, el parto se retrasó casi un mes y, por eso mismo, la niña nació muy grande. Su padre, que era un hombre cariñoso con sus hijos, la llamó Jenny desde el principio, de igual modo que a Cassandra la llamaba Cassy. Siendo las dos únicas niñas en una casa llena de chicos estaba claro que la unión entre ambas iba a ser inquebrantable. No obstante, faltan datos de esa relación porque las cartas más íntimas de las muchas que se cruzaron entre ellas no han sobrevivido y este es un terreno que admitiría más investigaciones. La figura de Cassandra tiene un importante peso en la biografía de la autora, no solo por ser la hermana con la que compartía más cosas sino porque fueron las únicas que quedaron en la casa familiar cuando todos los demás hermanos se fueron y permanecieron juntas hasta el final de la vida de la autora. Ninguna de las dos se casó ni tuvo hijos, aunque ambas vivieron el significado de la atracción y de la pasión amorosa.

Después de bautizar a la pequeña Jane y de que la señora Austen terminara de darle el pecho, la niña fue enviada a los seis meses con Elizabeth Litteworth, un ama que vivía en Cheesedown Farm y que la mantuvo en su casa por un estipendio junto a sus hijas Nanny y Bet, que serían grandes amigas de Jane toda la vida. Esto mismo hizo Cassandra Austen con todos sus hijos. No se trataba de un abandono sino de una costumbre, porque la familia visitaba a la niña todos los días. Hay mucha literatura sobre si era buena o mala esta separación prematura y, desde luego, hoy nadie recomendaría a una madre que se deshiciera de sus hijos de esta forma. Sin embargo, entonces solo era una forma de crianza aceptada entre determinadas clases sociales.

De este modo, y añadiendo el escaso tiempo de estancia en colegios, durante los primeros once años de vida la niña Jane pasó casi cinco fuera de su casa, lejos de su hogar y de su familia. Esto pudo haber dado lugar a un apego escaso con respecto a su madre, que estaba, por otra parte, muy ocupada con toda la prole y el trabajo en la rectoría. Quizá también significó una unión especial con su hermana, con la que formaría un tándem en todos los aspectos. ¿Afectó esto a la personalidad de Jane? La relación madre-hija y la de la hija con el núcleo familiar se han revelado como fundamentales a la hora de asegurar un carácter equilibrado. Pero entonces las cosas no se veían igual que ahora y todos los hijos de los Austen pasaron por este protocolo y, no solo sobrevivieron, sino que tuvieron una vida larga y aceptable. Esto no deja de ser un aspecto muy interesante de esta familia. Conocemos otras familias “literarias” que están salpicadas de desgraciadas enfermedades, pérdidas continuas y llamativos problemas mentales o de adicciones. Los Austen, en cambio, fueron una familia muy normal, equilibrada, tranquila y sin apenas sobresaltos. Más que sobresaltos tenían “situaciones”, esto es, chismes que adornaban la existencia, como ocurre en todas partes, y que se trataban con la debida seriedad y prudencia. El problema de salud de George, el segundo hijo, fue una excepción, si no contamos un tío en la misma situación. Pero da la impresión de que todo se sobrellevaba con gran entereza.

Jane era una niña tímida, muy inteligente, que se relacionaba mejor con gente más mayor, precisamente por esto. Hoy podría superar uno de esos tests que indican la sobredotación intelectual, porque tanto sus cualidades como su creatividad tenían que estar muy por encima de la media. Basta leer sus escritos de adolescencia para comprobarlo. Poseía una gran facilidad para observar y para sacar conclusiones irónicas de las cosas. No había en su carácter nada de ese fatalismo que se achaca a otras personalidades atormentadas que hicieron de la escritura su forma de expresión. Más bien es el humor uno de sus rasgos distintivos y la risa un aditamento sustancial. Su mayor afecto siempre fue para su hermana, Cassandra, en realidad una segunda madre, aunque solo se llevaban tres años. La carta que Cassandra escribe a su sobrina Fanny después de morir Jane es enternecedora. Jane era su ángel, la persona con la que se entendía sin hablar, con solo mirarse. La inteligencia de Cassandra y su sentido común se ven reflejados en la carta, en la forma de expresar su profundo dolor sin caer en aspavientos. Da la impresión de que Cassandra era sensata, seria y poco dada a las exageraciones, aunque no hay duda de su cariño por sus hermanos y, muy en especial, por Jane.

A Jane se le daba bien la costura y hacía labores de fantasía y bordados satinados. La habilidad con la aguja era algo que se apreciaba mucho en las jóvenes de entonces. No eran trabajos burdos, sino finos y que formaban parte luego del arreglo de las casas a modo de tapetes, pañitos, mantas…La música era otra de sus pasiones. Tocaba el pianoforte con soltura y era una excelente bailarina. Sin embargo, desde un momento determinado, su mayor pasión tuvo que ver con la lectura y con la escritura. Este era su gran talento. En todos los días de su vida la escritura, presente o ausente, era un foco de atención para ella. Siempre tenía algo que escribir, algo que decir. No resulta difícil imaginarla con unas cuartillas en el bolsillo de la bata que se ponía para estar en casa. Las cuartillas de papel (que su padre le suministraba en un alarde de intuición generosa) y los lápices, fueron, quizá, los instrumentos más familiares para ella. Y, como telón de fondo, los libros, casi un objeto de culto dada su afición a frecuentar bibliotecas. Bibliotecas que, por cierto, abundaban en pueblos y ciudades y tenían un gran uso en forma de préstamos. Incluso Bath, la ciudad balnearia de moda que puede resultar superficial y poco dada a desarrollar el intelecto, disponía nada menos que de seis buenas bibliotecas, que se consideraban imprescindibles en cualquier complejo de ocio. Como ocurre con otras damas escritoras, fueron los libros el gran elemento educativo del que Jane Austen se benefició. El escaso tiempo que estuvo escolarizada no le aportó conocimientos útiles, salvo el aprendizaje del francés y el gusto por las representaciones teatrales que le transmitió una de sus maestras. Pero el colegio siempre se le quedó escaso. Nunca la convenció. Y acrecentó su idea de que las maestras tenían una profesión difícil y poco deseable. En Emma a la protagonista le parece un destino horrible el que le espera a Jane Fairfax, condenada a ser institutriz.

El telón de fondo

Los tiempos históricos de Jane Austen fueron apasionantes. El último tercio del siglo xviii contempla el fin del Antiguo Régimen y el nacimiento de la modernidad, que vendría a afectar por igual a la estructura interna del sistema político y a la composición del Imperio, al producirse la secesión de las colonias de América de Norte y darse los primeros pasos hacia una redefinición de las relaciones con Irlanda. Se trata del reinado de George III (1760-1820) un momento clave en la historia de Inglaterra y, por extensión, en la historia intelectual del mundo anglosajón, lo que se denomina la long eighteenth-century que es, en esencia, un periodo altamente controvertido al que se ha asignado un cierto carácter fundacional de la particular modernidad anglosajona. Es decir, en Inglaterra, igual que en otras monarquías europeas, uno de los principales elementos de la política del periodo será cómo conciliar los intereses de las élites locales, que cuentan con un amplio espacio para la gestión y el control de sus propios asuntos, con los del poder central.

La escritora nació después de la guerra de los Siete Años y antes de la Revolución Francesa. La guerra de los Siete Años (1756-1763) es la primera contienda global de la historia, con Francia y Gran Bretaña como principales oponentes y la aparición en el escenario bélico de las colonias americanas. Por su parte, la Revolución Francesa (1789-1799) supone la culminación del empeño de los ilustrados por cambiar las estructuras económicas, políticas y sociales de Francia.

Jane Austen vivió también la ardorosa época de Napoleón Bonaparte y la declaración de independencia de las trece colonias americanas. En 1775, año de su nacimiento, comienza la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos y George Washington es nombrado comandante en jefe del nuevo ejército estadounidense en su lucha contra el ejército colonial británico.

No fueron estos convulsos hechos los únicos que forman el telón de fondo de su vida, sino que también tuvo lugar entre 1760 y 1820 la primera Revolución Industrial. Se produjo una transición demográfica que aumentó la población, cayendo la tasa de mortalidad y la de mortalidad infantil por la mejora de las condiciones higiénicas, sanitarias y alimenticias. En estos años casi nueve millones de personas vivían en Inglaterra y Gales. Este fenómeno demográfico se vio acompañado por el consiguiente éxodo del campo a la ciudad, en busca de una vida mejor, lo que hizo que la población de algunas ciudades, las más industriales, creciera exponencialmente. La literatura se hizo eco, como es lógico, de esta nueva situación.

De este modo se puede decir que Jane Austen retrata la vida rural inglesa en un momento en que está a punto de desaparecer. En realidad, es el último vestigio de una situación que cambiará a pasos agigantados. La prueba de lo que decimos está en la imponente diferencia entre la época georgiana y la victoriana. Es un hecho análogo al que ocurre con el libro del barón de Davillier Viaje por España. Sus relatos, historias, costumbres y personajes, muestran un mundo acabado, que deja paso a una realidad emergente y opuesta.

El telón de fondo histórico presenta un escenario de guerra persistente que ocupó desde 1688 (Revolución Gloriosa) hasta 1815 (batalla de Waterloo). Hay que volver a la Guerra de los Cien años (1337-1453) para encontrar un período tan prolongado de conflictos.

La época en la que transcurre la vida de Jane Austen es la llamada “Georgian era”, la era georgiana. Se llama así porque hubo hasta cuatro reyes llamados George. George I (1714-1727), George II (1727-1760), George III (1760-1820), George IV (1820-1830). Sus reinados ocuparon desde 1714 hasta 1830, año en que subió al trono Guillermo IV, una especie de transición hasta la reina Victoria, que reinó desde 1837 a 1901, lo que se denomina “Victorian era”, era victoriana. Aunque Jane vivió durante el reinado de George III, en realidad este rey, debido a sus ataques de locura continuos, estuvo sujeto a la regencia de su hijo en el período 1811-1820. Justamente en ese período Regencia (llamado así en arte y en literatura, “Regency style”), publicó Jane sus libros. Tanto los Georges, como Guillermo IV y la reina Victoria pertenecían a la casa de Hannover.