Las nuevas caras de la derecha - Enzo Traverso - E-Book

Las nuevas caras de la derecha E-Book

Enzo Traverso

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Beschreibung

En ¿Qué fue de los intelectuales? Enzo Traverso plantea, desde el título mismo, la preocupante ausencia del intelectual en la escena contemporánea. Y reseña, en una formidable síntesis, la actitud crítica de escritores y periodistas comprometidos frente a las coyunturas políticas e ideológicas que marcaron el siglo XX, desde la Guerra Civil Española hasta la lucha por los derechos de las minorías. Con el fracaso de los socialismos reales y la caída del Muro de Berlín, se cierra un ciclo marcado por la utopía del comunismo y se abre otro, que rechaza el ideal revolucionario e impide el debate de ideas, bajo un neoconservadurismo tibio e insípido. Los intelectuales de hoy son gerentes de marketing o asesores de imagen de los partidos políticos, y "expertos", como los politólogos o los economistas neoliberales que recorren los paneles televisivos desplegando gráficos, encuestas de opinión y jerga técnica, pretendiendo una neutralidad engañosa. También son estudiosos que, ante la falta de futuro, se abocan a elaborar la memoria. Frente a este horizonte empobrecido, Traverso propone que los pensadores y los investigadores preserven su autonomía crítica y, sobre todo, puedan superar la "especialización" en campos estrechos, para así interrogar y cuestionar el orden del presente. Las derrotas del pasado no pueden ser excusa para aceptar un sistema que sigue siendo injusto y desigual. Contra un "humanitarismo" generalizado, que se presenta como la virtud postotalitaria por excelencia y la única ideología permitida en una época que ambicionaría ser "postideológica", Traverso demuestra que el pensamiento disidente no ha desaparecido del todo, y que tiene el potencial para reinventarse en un contexto nuevo, construyendo articulaciones con los movimientos sociales, hoy huérfanos de proyecto, y con los gérmenes de nuevas utopías.

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Índice

Cubierta

Índice

Portada

Copyright

Prefacio a la edición castellana (Enzo Traverso)

Prólogo (Régis Meyran)

1. ¿Del fascismo al posfascismo?

2. Políticas identitarias

3. Antisemitismo e islamofobia

4. ¿Islamismo radical o “islamofascismo”? El Estado Islámico a la luz de la historia del fascismo

Conclusión. Imaginario político y surgimiento del posfascismo

Notas

Enzo Traverso

LAS NUEVAS CARAS DE LA DERECHA

Conversaciones con Régis Meyran

Traducción deHoracio Pons

Traverso, Enzo

Las nuevas caras de la derecha.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores Argentina, 2018.

Libro digital, EPUB.- (Mínima)

Archivo Digital: descarga

Traducción de Horacio Pons // ISBN 978-987-629-815-5

1. Historia política. 2. Historia contemporánea. I. Pons, Horacio, trad.

CDD 320.09

Título original: Les nouveaux visages du fascisme

© 2017, Les Éditions Textuel, París

© 2018, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

<www.sigloxxieditores.com.ar>

Fotomontaje y diseño de cubierta: Eugenia Lardiés

Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina

Primera edición en formato digital: noviembre de 2018

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

ISBN edición digital (ePub): 978-987-629-815-5

Prefacio a la edición castellana

Las conversaciones que este pequeño libro presenta tuvieron lugar en París durante 2016; a continuación el texto se revisó y diagramó en los Estados Unidos, a lo largo del agitado período de la campaña electoral presidencial que, ante la estupefacción del mundo entero, terminaría por llevar a Donald Trump al poder. Esta traducción castellana aparece meses después de las elecciones alemanas, en que se constató la aparición de un movimiento de la derecha radical, Alternativa para Alemania [Alternative für Deutschland], que logró llevar al Reichstag más de ochenta diputados. La “excepción alemana” ya no existe. En la vecina Austria acaba de formarse un gobierno integrado por una coalición de la derecha conservadora y la extrema derecha de origen neonazi. Como en opinión de las autoridades del Banco Central Europeo y la troika el país es un buen alumno, la Unión Europea (UE) felicitó al nuevo canciller sin expresar la más mínima inquietud. En cambio, los interrogantes planteados en este librito persisten, e incluso se tornan más actuales y preocupantes. Tanto Alternativa para Alemania como la extrema derecha austríaca, el Partido de la Libertad [Freiheitliche Partei Österreichs, FPÖ], exhiben todos los rasgos del “posfascismo” que se discute en estas páginas: una mezcla de autoritarismo, nacionalismo, conservadurismo, populismo, xenofobia, islamofobia y desprecio del pluralismo. Estos partidos ya no son fascistas –surgieron luego de la consumación de la secuencia histórica de los fascismos clásicos–, pero sería imposible definirlos sin relacionarlos con el fascismo, una experiencia que marcó la historia del siglo XX y quedó grabada en nuestra memoria histórica.

La Argentina, donde se publica este libro, parece hoy al margen de esas tendencias regresivas sólidamente arraigadas tanto en Europa como en los Estados Unidos. Sin embargo, si bien se mira, el país no es ajeno a ese debate. Los orígenes del populismo son múltiples, pero en la Argentina fue donde este encontró, con el régimen de Juan Domingo Perón, su forma paradigmática. La simbiosis de nacionalismo, mesianismo político, dominación carismática, autoritarismo e idealización mística del pueblo que Perón supo llevar a cabo sigue siendo un caso emblemático para la teoría política. Con todo, esto no autoriza trasposiciones abusivas. El carácter social del peronismo –que se apoyaba en los sindicatos y aspiraba a integrar a las clases laboriosas al sistema político– lo distingue de los populismos reaccionarios europeos o norteamericanos de nuestros días. Sus herederos se llaman Hugo Chávez y Cristina Kirchner, no Marine Le Pen o Donald Trump. Y fue también en la Argentina donde, contra el peronismo y sus sucesores, surgió un nuevo populismo oligárquico, de impronta neoliberal, bastante cercano al que ganó las elecciones presidenciales en Francia. En el fondo, son muchas las afinidades entre Mauricio Macri, empresario ingresado a la política nacional para oponerse a Cristina Kirchner, y Emmanuel Macron, joven banquero que se impuso a Marine Le Pen. Los dos pretenden encarnar la nación y se han asignado la misión de salvarla, entregándola por completo a las fuerzas impersonales del mercado. En este caso vemos una nueva forma de populismo en la era de la globalización neoliberal.

Lo que sin duda podría hacer retroceder al posfascismo sería un populismo de izquierda, ni xenófobo ni regresivo; un populismo que defendiera el bien común contra los privilegios de una élite voraz que ha remodelado el mundo a su imagen; un populismo capaz de defender las culturas nacionales para integrarlas al vasto mundo en vez de levantar muros. El primero en teorizar ese populismo de izquierda fue un pensador político argentino, Ernesto Laclau; la corriente se manifestó luego en España durante estos últimos años. Su aparición ha marcado un viraje político que despierta una gran esperanza a escala europea. Podemos ingresó al Legislativo y conquistó el poder en las principales ciudades del país, de Madrid a Barcelona y de Valencia a Zaragoza. Sus líderes tienen carisma, pero no son hombres providenciales, y a veces son mujeres que han dirigido movimientos populares, como Ada Colau en Barcelona. Y no proceden de las altas finanzas, sino de la universidad de masas. Tienen la edad de Macron y, como él, sólo han conocido el mundo de la pos-Guerra Fría y de la globalización, pero se han formado en los movimientos altermundialistas. El análisis de este populismo merecería, desde luego, otro libro. Por lo demás, hay ya una bibliografía bastante abundante sobre el tema, y España se ha convertido en un laboratorio para las izquierdas europeas. Bastará con decir aquí que su existencia no es el último factor que explica la ausencia del posfascismo tanto en el conjunto del Estado español como en Cataluña, la Comunidad Valenciana o el País Vasco.

Enzo Traverso

Ithaca (Nueva York) y París, diciembre de 2017

Prólogo

En las sociedades occidentales sometidas a repetidas crisis económicas, en la hora de la postideología y el rechazo de un sistema democrático maltrecho, el auge de las nuevas extremas derechas es tan sorprendente como preocupante. Sin embargo, me parecía que este nuevo tipo de partidos, de ideología fluctuante, escapaba al análisis, y que calificarlos lisa y llanamente de “fascistas” no aclaraba cosa alguna: ¿cómo reinscribirlos en la historia y diferenciarlos de los fascismos del siglo XX?

Las numerosas publicaciones sobre este tema no me convencían: no se apartaban de un análisis sincrónico, cuando no tomaban directamente, y con superficialidad, las opciones léxicas surgidas de su objeto de estudio. Así, busqué un análisis con más perspectiva. El artículo de Enzo Traverso en la Revue duCrieur (junio de 2015)[a] lanzaba pistas inéditas, que le propuse desarrollar en conversaciones más prolongadas. Ante todo, insistía en que la palabra “fascismo” se ponía en circulación de manera indiscriminada, para designar a las personas o los grupos más diversos, de Marine Le Pen al Estado Islámico (EI).[b] En cambio, Traverso acuñó la palabra “posfascismo” para designar un tipo de movimiento en devenir, con origen en la matriz fascista, pero diferente.

Proponiendo un nacionalismo estructurado por la islamofobia, esos movimientos pretenden ahora ser partidos tan republicanos como los demás. Por otra parte, Traverso retoma su análisis del eclipse de las utopías (desplegado en ¿Qué fuede los intelectuales?)[c] y, desde la caída del Muro de Berlín y la pérdida de credibilidad de las esperanzas revolucionarias, procura mostrar en qué sentido esas nuevas extremas derechas, como los miembros del EI, constituyen una respuesta agresiva a la falta de horizonte de expectativas. Otros tantos elementos que, desarrollados, permiten echar una cruda luz sobre nuestra atribulada época.

Las conversaciones se realizaron en dos momentos diferentes, lo que permitió a Enzo Traverso completar su análisis de cara a la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses, en especial, sobre la cuestión de las relaciones entre populismo y fascismo.

Régis Meyran

[a] Enzo Traverso, “Spectres du fascisme. Les métamorphoses des droites radicales au XXIe siècle”, Revue du Crieur, 1, junio de 2015, pp. 104-121 [ed. cast.: “Espectros del fascismo. Metamorfosis de las derechas radicales en el siglo XXI”, Pasajes. Revista de Pensamiento Contemporáneo, 50, El inquietante siglo XXI, pp. 4-20]. [N. de T.]

[b] Organización también conocida como Dash o, según su sigla inglesa, ISIS. [N. de E.]

[c] Enzo Traverso, Où sontpassés les intellectuels? Conversation avec Régis Meyran, París, Textuel, 2013 [ed. cast.: ¿Qué fue de los intelectuales? Conversación conRégis Meyran, Buenos Aires, Siglo XXI, 2014]. [N. de T.]

1. ¿Del fascismo al posfascismo?

—En Europa entera, no puede dejar deadvertirse la renovación y la difusión de los movimientos deextrema derecha. Pero ¿cómo caracterizarlos? Los criterios para encarar lalectura de los fascismos, tal como los definía el historiadorIan Kershaw[1]en relación con una serie de movimientos nacidosen el siglo XX (entre ellos, el nazismo y elfascismo italiano), ¿siguen siendo pertinentes hoy en día?

—La referencia a los fascismos clásicos de Europa entre las dos guerras mundiales se nos presenta de manera espontánea, ya que el fascismo forma parte de nuestra conciencia histórica y nuestro imaginario político. Pero ya desde el inicio en esta referencia se mezclan múltiples elementos del contexto actual; ante todo, el terrorismo de credo islámico, del cual hablaremos más adelante, y al cual los comentaristas o los actores políticos suelen calificar de “islamofascismo”. Mas adelante, el hecho de que esas nuevas derechas radicales se representan como un bastión contra dicho “islamofascismo”. Ahora bien, tan pronto comenzamos a reflexionar sobre ella, la palabra “fascismo” demuestra ser más un obstáculo que un elemento esclarecedor del debate.

Por mi parte, he sugerido la noción de posfascismo, sin dejar de señalar sus límites. Esta noción nos ayuda a describir un fenómeno transitorio, en transformación, que todavía no ha cristalizado. Por eso, no tiene el mismo estatuto que el concepto de fascismo, del cual existen varias definiciones, pero cuya legitimidad no se discute y cuyo uso es habitual. Desde luego, el debate historiográfico sobre el fascismo está lejos de haberse agotado pero, pese a todo, hoy en día sabemos de qué estamos hablando: de un fenómeno con cotas cronológicas y políticas bastante claras. Cuando hablamos de fascismo, no hay ambigüedad acerca del objeto de debate. A la inversa, las nuevas derechas radicales son un fenómeno heterogéneo, muy mezclado. En Europa, no exhiben los mismos rasgos en todas partes: de Francia a Italia, Grecia, Austria, Hungría, Ucrania o Polonia, tienen puntos en común, pero también muchas diferencias.

—Entonces estas nuevas derechas extremas no pueden considerarse comonuevos fascismos. ¿Por qué?

—He sugerido la noción de posfascismo precisamente para diferenciarlas del neofascismo. En algunos países este es un vestigio, un fenómeno residual, y en otros, un intento por prolongar y generar una vez más el viejo fascismo. Así sucede sobre todo con muchos partidos y movimientos aparecidos en Europa Central durante los últimos veinte años (un buen ejemplo es el Movimiento por una Hungría Mejor [Jobbik]), que reivindican abiertamente una continuidad ideológica con el fascismo histórico. El posfascismo es diferente: se ha emancipado del fascismo clásico, aunque en la mayoría de los casos lo conserva como matriz. Ahora bien, la mayor parte de esos movimientos ya no reivindica esa filiación y, así, se diferencia claramente de los neofascismos. Por lo demás, en el plano ideológico ya no hay una continuidad visible suya con el fascismo clásico. Si intentamos definirlos, no podemos pasar por alto esta matriz fascista, sin la cual no existirían, pero también debemos tener en cuenta su evolución, porque se han transformado, y hoy en día se desplazan en una dirección cuyo destino final no conocemos. Cuando se hayan estabilizado en algo nuevo, con características políticas e ideológicas precisas, quizás habrá que acuñar una nueva definición. Lo que caracteriza al posfascismo es un régimen de historicidad específico –el comienzo del siglo XXI– que explica su contenido ideológico fluctuante, inestable, a menudo contradictorio, en el cual se mezclan filosofías políticas antinómicas.

—¿Qué le permite afirmar quelas nuevas derechas radicales son un fenómeno transitorio? ¿Tal vez eso se deba a que todavíano cristalizaron, con una nueva matriz ideológica, desde luegocon inflexiones algo diferentes según los países?

—Tomemos el caso del Frente Nacional (FN) de Francia –emblemático en muchos factores, según lo demuestran sus éxitos recientes–, que Europa puso en el candelero. En su caso estamos ante un movimiento que tiene una historia bien conocida. Su matriz, bastante evidente cuando se creó en 1971, es la del fascismo francés. Más adelante, durante la década posterior, este partido fue capaz de congregar diferentes corrientes de la extrema derecha francesa: la nacionalista, la católica integrista, la poujadista, la colonialista (especialmente, con los nostálgicos de la Argelia francesa). Esta operación fue posible porque la distancia histórica que lo separaba del régimen de Vichy y de las guerras coloniales era relativamente limitada. El componente fascista era el elemento unificador y el motor de ese partido en el momento de su fundación. Su evolución comienza en la década de 1990; pero desde que en 2011 Marine Le Pen llega a su dirección, el FN intenta un cambio de piel: el discurso se transforma, las referencias ideológicas y políticas ya no son las mismas y el posicionamiento de la agrupación en el escenario político también sufre una notoria modificación. Ahora se preocupa por su respetabilidad, procura integrarse al sistema de la Quinta República mediante la propuesta de protagonizar una alternancia política “normal”, indolora. Si bien se exhibe como una alternativa, al sistema de la Unión Europea y a los partidos tradicionales, ya no desea aparecer como una fuerza subversiva. Quiere transformar el sistema desde dentro, cuando el fascismo clásico quería cambiar todo. En efecto, podrá objetarse que Mussolini y Hitler llegaron al poder por vías legales, pero su voluntad de derribar el estado de derecho y borrar la democracia estaba fuera de discusión. El discurso político del FN es muy diferente, como lo son los contextos históricos que separan la Francia de nuestros días de la Europa de los años treinta. Ese es un cambio importante.

Desde luego, es constatable una filiación con respecto al primer FN, en el sentido literal del término, ya que el padre cedió el poder a su hija, lo que da claros rasgos dinásticos a ese movimiento. Con todo, este movimiento nacionalista es dirigido ahora por una mujer, característica que, a decir verdad, es completamente insólita para un movimiento fascista. Por añadidura, está surcado por tensiones, como es fácil percibir en el conflicto ideológico entre el padre y la hija, o también entre las corrientes vinculadas al FN de los orígenes y otras que querrían transformarlo en algo distinto. Por lo tanto, la transformación sigue en pleno avance. Ha comenzado una metamorfosis, un cambio de línea que aún no ha cristalizado.

—¿Cómo concibe ustedel papel de la UE frente al crecimientode las nuevas derechas extremas? ¿Esa institución es su causao su remedio?

—Me gustaría poder decir que la respuesta es un remedio, pero, por desdicha, todo indica que no es así: sería una peligrosa ilusión. El ideal europeísta es antiguo y el primer proyecto de federalismo continental moderno se remonta a la primera mitad del siglo XIX. Los estadistas conservadores que, ya terminada la Segunda Guerra Mundial, elaboraron el primer esbozo de una comunidad europea estaban animados por una auténtica voluntad de devolver la paz al continente, dar vuelta la página de los fascismos y los nacionalismos para iniciar una auténtica cooperación. Podríamos agregar que todos estos hombres adherían a la idea de una Alemania europea. En sus reuniones, el canciller alemán Konrad Adenauer, el primer ministro italiano Alcide De Gasperi y el ministro de Relaciones Exteriores francés Robert Schuman hablaban en alemán. Adenauer había sido alcalde de Colonia, la capital de Renania; De Gasperi había sido diputado del Parlamento del Imperio de los Habsburgo,[a] y el lorenés Schuman se había formado en las universidades alemanas. Encarnaban una Alemania en los márgenes, europea, opuesta al nacionalismo prusiano.

La Unión Europea de hoy se alejó mucho de su proyecto inicial, que contemplaba la integración económica (el carbón y el acero) como premisa de una construcción política, que en el futuro culminaría en una confederación de Estados. En los hechos, poco a poco erosionó las soberanías nacionales para someter el continente a la soberanía supranacional, global, de los mercados financieros. En 2015 la crisis griega mostró el verdadero poder de la Unión: la troika –el Banco Central Europeo (BCE), el FMI y la Comisión Europea, que es su faceta política y reside en Bruselas–. Es sorprendente comprobar que –después de haber dado pruebas de nula flexibilidad con respecto a la deuda griega, la de un país cuya economía es saqueada por los grandes bancos internacionales–, con todo, la Unión Europea se haya mostrado por completo impotente ante la crisis de los refugiados. El armonioso coro de los ministros de Economía y Finanzas dejó su lugar a la cacofonía de las xenofobias nacionales, con el cierre de las fronteras entre los países miembros. Ese espectáculo indecente es una de las principales fuentes de legitimación de todos los movimientos nacionalistas, xenófobos y populistas vituperados por nuestras élites europeas. Entre 2004 y 2014, la Comisión fue presidida por José Manuel Durão Barroso, actual asesor de Goldman Sachs; en 2014 lo reemplazó Jean-Claude Juncker, que durante veinte años dirigió el paraíso fiscal luxemburgués. Otro exponente de Goldman Sachs, Mario Draghi, dirige el BCE. Al lado de estos personajes, Adenauer, De Gasperi y Schuman parecen gigantes, hombres de Estado sabios, previsores y valientes.

Si después del trauma del Brexit la Unión Europea no es capaz de cambiar de rumbo, uno se pregunta cómo puede (y si acaso merece) sobrevivir. Hoy, lejos de proponerse como barrera contra el ascenso de las derechas extremas, las legitima y alimenta. Sin embargo, una llegada del FN al poder tendría consecuencias más importantes que los éxitos electorales de la extrema derecha en Austria o Dinamarca y probablemente marcaría el estallido de la Unión. Su disgregación podría tener efectos imprevisibles en sus alternativas. En el caso de esa disolución y de la crisis económica que le seguiría, el FN podría radicalizarse: así, el posfascismo podría adoptar los rasgos de un neofascismo. Por un efecto dominó, las extremas derechas de otros países se fortalecerían y experimentarían una evolución análoga. Esta hipótesis no puede excluirse y por eso insisto en el carácter transitorio e inestable de las derechas “posfascistas”.

Pero todavía no hemos llegado a esa instancia. Actualmente, las fuerzas que dominan la economía global –el capitalismo financiero– no apuestan a Marine Le Pen, como vimos durante las elecciones presidenciales en Francia, ni a los otros movimientos xenófobos y posfascistas del Viejo Mundo: sostienen la Unión Europea. Por eso se opusieron al Brexit y por eso, en la campaña electoral estadounidense, Wall Street apoyó a Hillary Clinton, no a Donald Trump. El escenario antes descrito, de llegada del FN al poder y disgregación de la Unión Europea, implicaría una recomposición del bloque social y político dominante a escala continental. En una situación caótica prolongada, todo resulta posible. En el fondo, es lo que sucedió en Alemania entre 1930 y 1933, cuando los nazis dejaron su condición de movimiento minoritario de “plebeyos enfurecidos” para convertirse en los interlocutores de los grandes Konzerne [consorcios, empresas], de las élites industriales y financieras y luego del ejército.

—¿No es riesgoso transformar la Unión Europeaen una suerte de chivo expiatorio? Sin duda, las derechasextremas son un fenómeno continental (y, en cierta medida, internacional),pero hay que combatirlas ante todo en los distintos paísesdonde se expresan.

—Tiene razón, porque la extrema derecha exhibe rostros diferentes y no se la puede combatir de la misma manera en Grecia, España y Francia. Pero tomemos el caso francés, que nos toca de cerca y es el más importante, porque amplía enormemente las dimensiones de la extrema derecha y amenaza tener efectos catastróficos a escala continental. Después del terremoto de las elecciones presidenciales de 2002, cuando Jean-Marie Le Pen llegó a la segunda vuelta, en cierta forma el FN dicta la agenda política en el plano interno. Quince años más tarde, la presencia de Marine Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales pareció un hecho normal, y en nuestros días es quien lidera la oposición a Emmanuel Macron. Con Sarkozy como ministro del Interior y luego presidente, tuvimos en un primer momento la promesa de “limpiar a fondo, con su hidrolavadora” los suburbios y, de inmediato, la creación el Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional. Bajo la presidencia de François Hollande, en un clima de tensión exacerbada por los atentados, la adopción de los temas de la extrema derecha se acentuó aún más. Pasamos de la promulgación del estado de excepción a la tentativa de legislar sobre la privación de nacionalidad, y hasta la prohibición de manifestar para los sindicatos que se oponían a la ley de trabajo (el job act francés), en un contexto de generalización de la violencia policial, que se tornó indiscriminada. La retórica republicana dejó su lugar a las medidas “securitarias”: se presentó la disidencia política y el desacuerdo como amenazas para la seguridad, a la vez que se aplicaba una política de discriminación y desconfianza contra las poblaciones de origen poscolonial (las más afectadas por el tema de la doble nacionalidad), percibidas como la fuente del terrorismo. Si para garantizar la seguridad hace falta un Estado autoritario y xenófobo, el FN siempre parecerá la fuerza más creíble, en comparación con el Partido Socialista (y Marine Le Pen, mejor preparada que François Hollande). Ahora Macron querría insertar en la Constitución estas leyes especiales cuya filosofía, según algunos juristas destacados, retoma las propuestas que desde siempre hace el FN. Además –al contrario de las políticas de austeridad implementadas por los gobiernos de derecha e izquierda, y más recientemente, por un gobierno que se presenta ya sea como de derecha ya como de izquierda– Le Pen se propone defender los intereses de las clases populares “blancas”, los “franceses de fuste” (o “puros”, “de raza”) librados a su suerte. Es lógico que esto seduzca a una parte del electorado popular que, abandonado por la izquierda, de unos años a esta parte perdió la brújula política y en las últimas décadas se refugió en la abstención.

—Para calificar estos nuevos tipos de extremaderecha, ¿puede hablarse de “nacionalpopulismos”, como hacen los politólogos Jean-Yves Camus y Nicolas Lebourg?[2]Según ellos, estos secaracterizarían por la captación de las cuestiones sociales, la atenciónprestada a las minorías, la convocatoria a un pueblo fantasma,étnicamente puro, y a la vez por el abandono dela vieja cuestión racial, que habrían suplantado con una nuevavisión del mundo en términos de enfrentamientos culturales.

—A diferencia de Jean-Yves Camus, quien sin embargo ha propuesto análisis muy agudos de este nuevo fenómeno, no creo que lo que él llama “nacionalpopulismos” pueda constituir una nueva familia política fundada sobre una ideología compartida. Además, desconfío mucho del concepto de populismo y, por lo tanto, del de “nacionalpopulismo”. Este último apareció en la escena intelectual a comienzos de la década de 1980, sobre todo por obra de Pierre-André Taguieff, que intentó dar su definición más sistemática.[3] Es cierto, el concepto podría parecer más convincente en nuestros días que en los años ochenta, porque la diferencia entre el fascismo clásico y el FN es tanto más evidente ahora que en esa época. Pero el abuso del concepto de populismo es tan grande que, según creo, ya perdió buena parte de su valor interpretativo.

No me malinterprete: no impugno la calificación de “populista” para ciertos movimientos políticos, porque puede tener su pertinencia, pero representa un problema cuando se la utiliza como sustantivo, como concepto.[4] Prefiero utilizarla como adjetivo. Como fenómeno político con todas las de la ley, con su perfil y su ideología, creo que el populismo no parece corresponderse con la realidad contemporánea. Tiene un estatuto consensual y hasta muy sólido en el plano historiográfico para fenómenos políticos del siglo XIX, como el populismo ruso y el populismo estadounidense, el boulangismo francés en los comienzos de la Tercera República e incluso, en el siglo XX, la gran variedad de populismos latinoamericanos.[5] Pero el populismo es ante todo un estilo político, no una ideología. Llegado el caso, es un método retórico consistente en exaltar las virtudes “naturales” del pueblo, en oponer el pueblo a las élites, la sociedad civil al sistema político, para movilizar a las masas contra “el sistema”. Ahora bien, encontramos esta retórica en movimientos y líderes políticos muy diferentes unos de otros.