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El auto sacramental Las órdenes militares empieza con la aparición del personaje alegórico de la Culpa, rabiosa por haberse enterado de que una virgen daría a luz a un príncipe, libre del pecado original, que combatiría contra ella como soldado. En cierta escena aparece el Papa para dar una sentencia que declara la limpieza y nobleza de María; ello permitirá que pase las pruebas de limpieza Jesucristo, quien aspira al hábito de una orden militar. La escena se refiere a la publicación de la bula Sollicitudo omnium ecclesiarum por el papa Alejandro VII, ocurrida unos meses antes. Las órdenes militares fue escrita en celebración de esa bula.
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Seitenzahl: 62
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Pedro Calderón de la Barca
Las órdenes militares
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Las órdenes militares.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-091-6.
ISBN rústica: 978-84-9816-802-0.
ISBN ebook: 978-84-9953-288-2.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Acto único 9
Libros a la carta 97
Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.
Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.
Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.
Lope de Vega elogió sus obras, pero en 1629 dejaron de ser amigos tras un extraño incidente: un hermano de Calderón fue agredido y, éste al perseguir al atacante, entró en un convento donde vivía como monja la hija de Lope. Nadie sabe qué pasó.
Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.
Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermano José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.
La Culpa
La Gracia
La Naturaleza
El Lucero
El Mundo
La Gentilidad
El Judaísmo
La Inocencia
El Segundo Adán
Josué
Moisés
Job
David
Isaías
Santiago
San Benito
San Bernardo
Músicos
Acompañamiento
(Sale la Culpa con un libro en la mano, pluma y escribanía.)
Culpa ¡Ah de la celeste curia
de Dios; ah del firmamento,
que ante muralla a su empíreo
es guarnición de su imperio;
ah de las luces del Sol,
de los pálidos reflejos
de la Luna y de las tropas
de estrellas y de luceros;
ah de la faz de la tierra,
de las cóleras del fuego,
de los piélagos del mar
y los páramos del viento;
ah, en fin, de toda la hermosa
fábrica del universo,
que siendo nada eres todo
y siendo todo habrá tiempo
que seas nada! ¡Ah del abismo,
que reservarte no quiero,
porque quizá más que a todos
te he menester a ti atento!
Y pues, bien como serpiente,
que ahogada de su veneno,
para descansar le arroja
inútilmente, mordiendo
la piedra, el tronco o la flor,
hoy yo, instigada del fiero
voraz anhélito mío,
a estas soledades vengo
a echar de mí las rabiosas
mortales bascas, que a incendios,
estándome helando el alma,
me están abrasando el cuerpo.
Oíd, cielos, Sol o Luna;
días, noches, elementos,
mi dolor, o no le oigáis,
que ya sé que mis tormentos,
aunque os busquen como alivio,
no os hallen como remedio.
Yo soy aquella primera
voz que empañó con su aliento
a Dios el cristal del hombre,
en quien, como en un espejo,
se miró y remiró cuando,
bien que del limo compuesto,
se halló en la porción del alma
a su semejanza eterno.
Yo, aquel padrón que a la muerte
de verdes hojas de un leño
le encuadernó en este libro
todos los humanos pechos
del villanaje de Adán,
para ir cobrando sus feudos.
Yo, en fin, la original Culpa
y las ansias que padezco
son por que las sienta más
ocasionadas no menos
que de tres sacros lugares;
de tres soberanos textos,
que con ser ciencia del bien
y el mal no alcanzo ni entiendo.
El primero es el de Acaz,
que del cielo no queriendo
admitir señal, su fe
le dio por señal el cielo,
que una hermosa virgen, antes
del parto permaneciendo
virgen, en el parto, y virgen
después del parto, en su bello
útero concebiría,
a pesar de los tres tiempos,
fecunda, doncella intacta,
y madre, sin que por serlo
su integridad padeciese
ni lesión ni detrimento.
El segundo es el de Job,
en que después de haber hecho
a las miserias del hombre
tantos lamentosos versos,
desde que en culpa engendrado
hasta que en ceniza envuelto,
espera su mutación,
carea los dos extremos
del nacer y del morir,
el ser y el no ser, diciendo
que la vida humana es
el rato que dura en medio
de cuna y sepulcro, una
milicia llena de encuentros,
batallas y sediciones.
A que se añade el tercero,
que es el de aquel gran profeta
en que llamando a los cielos:
«Abrid las puertas -les dice-;
entrará el príncipe vuestro.»
«¿Quién nuestro príncipe es?»,
oye responder de adentro;
y él prosigue: «El poderoso
en las lides, el supremo
rey de todas las virtudes
y todas las glorias dueño.
Parecerán hasta aquí
desunidos sentimientos
que sea una virgen madre,
que sea una vida riesgos,
y sea un príncipe victorias.
Pues no, no lo son, si a efecto
de que concurran en uno,
voy por los tres discurriendo.
Y así, en cuanto a que una intacta
pureza conciba, tiemblo
de pensar que ya se dio,
pues de un joven nazareno
haber puesto en los padrones,
qué dije, de los pecheros
hijos de Adán,
la partida, no me acuerdo.
(Hojea el libro, y como que va a escribir en él, con los cendales asidos a la pluma, mancha una hoja.)
Y cuando para anotarla,
buscándola, no la encuentro,
solo saco haber manchado
la turbación el cuaderno.
¿Qué delirio, qué letargo,
qué ilusión, qué devaneo,
qué frenesí ofuscaría
la luz de mi entendimiento,
el instante de su rara
encarnación? ¿O qué velos,
qué nieblas, qué sombras, qué
oscuridades el cielo
me pondría ante los ojos
para no verla? Supuesto
que verla yo y no escribirla,
implicara el argumento.
Como principio asentado
esta admiración dejemos,
y vamos a que ya una
vez introducido dentro
de los fueros de la vida,
bien que troncados los fueros,
cuando fuera, que lo dudo,
este humanado portento,
el justo, que han de llover
las nubes; el fruto bello
que ha de producir la tierra,
el cándido rocío tierno
que ha de cuajar el aurora;
la escala, que los extremos
del cielo y tierra han de unir
por quien bajando y subiendo:
subiendo, se explica el hombre;
bajando, se explica el Verbo.
Cuando fuera, que lo dudo,
otra vez a decir vuelvo,
éste, cuya Encarnación,
yo, con ser yo, no comprendo,
el prometido Mesías,
aún no me asustara el serlo,
tanto (el segundo lugar
entra aquí) como que siendo
sobre la tierra milicia
la humana vida, recelo
que en metáfora de guerra
este ignorado supuesto,
entrando peregrinando,
haya de salir venciendo.
Y siendo así, que de cuantos
nombres hasta hoy le dieron