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En una década significativa de nuestra historia reciente, la que va de 1972 a 1982, una periodista, Consuelo Reyna, y un medio de comunicación, "Las Provincias", que hasta ahora no han sido estudiados, tuvieron una gran influencia como actores relevantes de la Transición valenciana. En este periodo, la periodista y su diario encabezarán cruentas batallas ideológicas, consolidarán bandos y opciones políticas. Y, con todo, recorrerán un trayecto como empresa que deja a la editora, Federico Doménech S.A., en una óptima situación en 1982, cuando el camino de la autonomía valenciana ya ha quedado despejado con la aprobación del Estatut. La simbiosis entre periodismo y empresa es esencialmente determinante y se encarna en una figura, Consuelo Reyna, y en tres puntos que resumen la historia del diario decano: tradición, empresa y Transición.
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Seitenzahl: 437
Veröffentlichungsjahr: 2025
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BIBLIOTECA DE LA UNIVERSITAT JAUME I. Dades catalogràfiques
Noms: Cervera Sánchez, Ana María, autor | Universitat Autònoma de Barcelona. Servei de Publicacions, entitat editora | Universitat Jaume I. Publicacions, entitat editora | Universitat Pompeu Fabra, entitat editora | Universitat de València. Servei de Publicacions, entitat editora
Títol: Las Provincias y María Consuelo Reyna : liderazgo y poder en tiempos de cambio (1966-1982) / Ana María Cervera Sánchez
Descripció: Bellaterra : Universitat Autònoma de Barcelona. Servei de Publicacions ; Castelló de la Plana : Publicacions de la Universitat Jaume I. Servei de Comunicació i Publicacions ; Barcelona : Universitat Pompeu Fabra ; València : Publicacions de la Universitat de València, [2020] | Col·lecció: Aldea global ; 41| Inclou referències bibliogràfiques i índexs
Identificadors: ISBN 978-84-490-9332-6 (UAB : paper) | ISBN 978-84-18432-25-5 (UJI : paper) | ISBN 978-84-9134-718-7 (UV : paper) | ISBN 978-84-490-9333-3 (UAB : pdf) | ISBN 978-84-18432-26-2 (UJI : pdf) | ISBN 978-84-9134-719-4 (UV : pdf)
Matèries: Las Provincias (Diari) – Història – 1966-1982 | Reyna, María Consuelo
Classificació: CDU (054)(460.313.2) | CDU 070 Reyna, María Consuelo | THEMA KNTP2 1DSE-ES-TC
Edición
Universitat Autònoma de Barcelona
Servei de Publicacions
08193 Bellaterra (Barcelona)
ISBN 978-84-490-9332-6
ISBN ebook: 978-84-490-9333-3
Publicacions de la Universitat Jaume I
Campus del Riu Sec
12071 Castelló de la Plana
ISBN 978-84-18432-25-5
ISBN ebook: 978-84-18432-26-2
Universitat Pompeu Fabra
Departament de Comunicació
Roc Boronat, 138
08018 Barcelona
Publicacions de la Universitat de València
C/ Arts Gràfiques, 13
46010 València
ISBN 978-84-9134-718-7
ISBN ebook: 978-84-9134-719-4
Primera edición: noviembre de 2020
© del texto: la autora, 2020
© de la fotografía central de la cubierta:
José Vicente Penalba Salvador, 1991
Producción
Publicacions
de la Universitat de València
Impresión
ByPrint
Depósito legal: V-2635-2020
Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni grabada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de los editores.
A Marta, mi Historia
Pocas son, en Valencia, las entidades que tienen historia, que consiguen convertirse en institución por su participación activa y centenaria en la dinámica de la sociedad civil… Al considerar estos dos aspectos –tener historia / hacer historia en Valencia–, el hecho de que el periódico Las Provincias cumpla este año su 125 aniversario merece ser destacado como dato sociológico. Un dato que se sitúa en el campo de los mass media y de la producción de ideología y lo convierte en objeto de análisis sociológico de singular relieve.
Damià MOLLÀ BENEYTO:
Las Provincias. Edición conmemorativa, 1866-1991. 125 años saliendo juntos, Valencia, Federico Doménech, 1991.
PRÓLOGO, Inmaculada Rius
INTRODUCCIÓN
1. ANTECEDENTES. LA PRENSA VALENCIANA ENTRE EL FRANQUISMO Y LA TRANSICIÓN
1. Del sometimiento a la apertura (1938-1966)
2. Prosperidad sin tensiones: prensa diaria y nuevas publicaciones
2.LAS PROVINCIAS. CRÓNICA DE UN LARGO CAMINO
1. Un diario de la Restauración
2. Los años veinte y la Segunda República
3. Reconstrucción tras la Guerra Civil
3. LA EMPRESA POR DENTRO
1. Un centenario marcado por la ley Fraga
2. Federico Doménech S. A., una empresa familiar
3. El Consejo de Administración de Federico Doménech S. A.
4. Dos estilos de dirección: de Martín Domínguez a José Ombuena
5. La redacción, el cambio generacional
4. LA TRANSICIÓN: EL FIN DE UNA ETAPA
1. María Consuelo Reyna se asoma al cambio (1972-1975)
2. Las nuevas voces de Las Provincias
3. Campañas ciudadanas
4. Cambio e implicación política: ¿Primavera en el diario?
5. 1975, la apuesta de un diario conservador
6. El desembarco de UCD
7. 1982, la empresa gana la Batalla
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
I. Fuentes
II. Bibliografía
ÍNDICE ANTROPONÍMICO
ÍNDICE ONOMÁSTICO GENERAL
En 1992, Josep Fontana, a raíz del sensacionalista eslogan lanzado por Francis Fukuyama –El fin de la Historia–, publicaba un libro titulado La historia después del fin de la historia en el que dibujaba un panorama de incertidumbre histórica, una misión de reorganización y simplificación de corrientes teóricas, para terminar con una llamada –casi un ruego– en la que conminaba a los historiadores a recoger «del polvo del abandono y el desconcierto esta espléndida herramienta de conocimiento de la realidad que se ha puesto en nuestras manos. Y que nos pongamos, entre todos, a repararla y a ponerla a punto para un futuro difícil e incierto».1 Han pasado 27 años y el futuro difícil e incierto ya está aquí. Cuando menos entendemos el difícil presente, más necesitamos buscar en el pasado, porque son muchos los gestos políticos, económicos, culturales…, cuyo inicio, causa o decisión encontramos en los siglos que los antecedieron. En esos momentos podemos llegar a añorar la simplicidad de Adso de Melk (el aprendiz de El nombre de la rosa) cuando deshila su hábito para no perderse en el laberinto indescifrable de la biblioteca que lo tiene atrapado. Quizá el símil no esté muy logrado, pero ayuda: el mundo transfigurado en la biblioteca que Eco nos legó y el historiador en el pupilo de Guillermo de Baskerville, encontrando soluciones sencillas y factibles. Una quimera, porque el mundo actual es de una complejidad dolorosa; añoramos a los Baskerville a los que seguir como discípulos.
En el último siglo y medio, los historiadores han tenido que defenderse frente a lo que se considera ciencia de verdad, la ciencia experimental. A este respecto, hay una frase de los sociólogos Lave y March que me agrada especialmente: «Dios ha decidido dejar los problemas fáciles a los físicos».2 El científico natural –dirá John Gerring– «puede permitirse cultivar un método seguro de que sus resultados, si son significativos, serán reconocidos. En cambio, El científico social tiene que justificar no solo sus hallazgos, sino también su método. Nuestra maldición y nuestra bendición están ambas implicadas en los temas que estudiamos y en estudiar temas que son sujetos, en el más completo sentido kantiano».3
Los historiadores también han tenido que defenderse frente a la general consideración social que ve en la Historia algo arcaico y poco útil, una disciplina a la que se debe embadurnar de relato épico y excitante –o al menos anecdótico– para poder consumirla. La televisión (por ejemplo, en sus canales especializados en Historia) entiende por Historia tanto los avistamientos de naves alienígenas, como las megaconstrucciones nazis o la dinámica de compraventa de una casa de empeños. Los programadores de contenidos televisivos no dudan en vender la Historia a los espectadores con el menor porcentaje de contenido histórico posible. Todo lo contrario que muchos novelistas que han encontrado en ella un filón, ya sea para viajar en el tiempo a través de máquinas, piedras, etc., ya para resolver crímenes en la antigua Roma o mostrar las complicadas peripecias de un grupo de personajes que tratan de sobrevivir en la Edad Media –por poner solo algunos ejemplos–. No digamos el fenómeno de gamificación, que sobre todo nos ha traído el siglo XXI, donde la Historia cobra especial relevancia; por lo general, con el atractivo añadido de poder cambiarla. Electronic Arts, Ubisoft, Bethesda Softworks, Microsoft, Paradox Interactive o Activision, son algunas de las firmas que mueven millones de jugadores en red, abarcando desde la Antigüedad hasta los acontecimientos históricos de nuestra era. La Historia como herramienta de sensaciones emocionantes.
En las antípodas (o quizá no tanto) de los productos culturales y de ocio, la Historia sobrevive y se pelea en el ámbito de la educación, desde Primaria hasta los cursos de posgrado y doctorado. Autores clásicos de la didáctica de las Ciencias Sociales como J. Pagés, P. Benejam, J. Prats, J. Santacana, D. Quinquer, etc., se muestran incansables en su defensa y en la búsqueda de estrategias para hacerla comprender, utilizar y valorar en el aula. Hoy en día, Geografía e Historia no suele ser tampoco la elección más solicitada en la demanda de carreras universitarias, y quienes llegan a ella parecen más bien supervivientes de un naufragio a los que se arroja (en el mejor de los casos) a un nuevo océano cuando logran reemplazar su pupitre de alumnos por el de docentes.
Puede que haya descrito un panorama desalentador, aunque de lo que no tengo duda es de que las rara avis habitan también en él. Habitualmente, logran navegar por las procelosas aguas de la investigación y nos regalan el resultado de sus indagaciones. Es el caso de un interesante estudio histórico que tiene como vehículo principal un periódico (Las Provincias), una familia de editores de prensa (los Doménech Reyna) y un contexto político significativo (la Transición), resultado del cual es el libro que tienen en sus manos.
Historiadores de la talla de Enrique Bordería, Antonio Laguna y Francesc Andreu Martínez (referentes indiscutibles en la Historia de la Comunicación) nos revelaban en el prólogo de su ya clásica obra, Historia de la comunicación social. Voces, registros y conciencias, que al escribir dicho libro no deseaban realizar una historia de erudición, una historia como conocimiento. «Queremos y proponemos dar un paso adelante. De la Historia como conocimiento a la Historia como praxis […] lo que nos proponemos […] es provocar reflexión, debate, crítica, construcción de ideas y personalidades en definitiva».4 ¿No debería ser esta la misión de todo historiador?
Ana María Cervera Sánchez ha puesto su granito de arena al ofrecernos muchos elementos de reflexión y de debate a todos cuantos deseemos asomarnos una vez más a la Transición democrática. Su elección del diario Las Provincias está más que justificada, siendo a un mismo tiempo tanto fuente de documentación, como objeto específico de investigación histórica. No podía ser de otra forma. «La prensa es un aparato ideológico de primer orden, territorio de enfrentamientos ideológicos de clase, con frecuencia aparato de persuasión del bloque dominante y de su estructura de poder».5
El modo complejo como se configura una empresa periodística da razón de la ardua labor que tiene el historiador que se adentra en sus entrañas e intenta descifrar las rutinas productivas de los periodistas, determinados, a su vez, por el devenir histórico. Solo el análisis del acto de selección y procesado de la información supone un reto de envergadura. No resulta sencillo posar la mirada en el pasado y encontrar los datos de tirada del periódico que se investiga, conocer las razones de las decisiones que se tomaron, poder comprender qué efectos producía en sus lectores de entonces o sortear las posibles trampas que la memoria de las fuentes orales –peligrosamente subjetiva y, en ocasiones, endeble o caprichosa– pone a los pies del historiador. Y, sin embargo, es del todo imposible comprender un momento histórico como el que ha investigado Cervera Sánchez sin intentar diseccionar uno de los diarios de mayor repercusión en la historia política y social de Valencia. O sin mantener como principal fuente oral a María Consuelo Reyna, quien lo dirigió de facto por espacio de 27 años. Su testimonio constituye por sí mismo una aportación inédita que no desestima el abanico de testigos directos (políticos, abogados, otros periodistas…) convertidos en agentes comunicativos e ideológicos trascendentales.
«Comprender el pasado es dedicarse a definir los factores sociales, descubrir sus interacciones, sus relaciones de fuerza, y a descubrir, tras los textos, los impulsos (conscientes, inconscientes) que dictan los actos».6 Para la autora del presente libro, además, ha consistido también en someter a un método de análisis, de crítica y reflexión, la información que llegaba al ciudadano a través de Las Provincias. «La historia –dirá Pierre Vilar– debe enseñarnos, en primer lugar, a leer un periódico. Es decir, a situar cosas detrás de las palabras».7
El tiempo histórico escogido por el que transita la investigación de Ana María Cervera (1966-1982) es un tiempo organizado como transcurso, como espacio de operaciones, como lienzo de las transformaciones sociales. Un tiempo a la vez objetivo, físico, susceptible de ser medido; centrado, pues, en la periodización. Y, paralelamente, un tiempo interno, sociocultural, comunicativo, biográfico… Un tiempo –como diría Fernand Braudel– «cortado a la medida del individuo y de sus experiencias más inmediatas».8 Y todo ello interactuando entre sí; entre los acontecimientos, la coyuntura y las estructuras. Cervera abandona el terreno de la abstracción y convierte en hechos concretos una realidad urbana, política y social. Un cometido que permite desgranar, para el lector, la percepción de una totalidad que, aunque compleja y múltiple, está viva.
La obra que se disponen a leer comenzó con un reto, el de una historiadora pertinaz, recogido en una propuesta de investigación histórica presentada al Departamento de Historia Contemporánea de la Universitat de València, y que logró tomar forma con notable éxito como tesis doctoral defendida en 2017.9 Fue un honor, entonces, formar parte del tribunal que la juzgó, como lo es ahora responder a la invitación de la doctora Cervera, el escribir este prólogo. No sé si lo merezco, pero el detalle y la firme resolución de Ana María en ambas decisiones me arrancan una sonrisa y mucho agradecimiento.
INMACULADA RIUS SANCHIS
Doctora en Historia y profesora de Historia del Periodismo en la Universidad CEU - Cardenal Herrera
Aldaia, 8 de octubre de 2018
1. J. Fontana: La historia después del fin de la historia, Barcelona, Crítica, 1992, p. 146.
2. J. G. March y Ch. A. Lave: An Introduction to Models in the Social Sciencies, Nueva York, Harper & Row, 1975, p. 2.
3. J. Gerring: Metodología de las Ciencias Sociales, Madrid, Alianza, 2014, pp. 22-23.
4. E. Bordería Ortíz, A. Laguna Platero y F. A. Martínez Gallego: Historia de la comunicación social. Voces, registros y conciencias, Madrid, Síntesis, 1996, p. 12.
5. M. Tuñón de Lara: Metodología de la historia social de España, Madrid, Siglo XXI, 1984, p. 130.
6. P. Vilar: Iniciación al vocabulario histórico, Barcelona, Crítica, 1982, 4.ª ed., p. 12.
7. Ibíd.
8. Citado por C. A. Aguirre Rojas: Braudel y las ciencias humanas, Barcelona, Editorial Montesinos, p. 38.
9. Ana María Cervera Sánchez: Las Provincias en transición. Poder y prensa local en tiempos de cambio (1966-1982), dirigida por los doctores Aurora Bosch Sánchez y Juan Carlos Colomer Rubio, Departament d’Història Contemporània. Defendida en la Facultat de Geografia i Història, Universitat de València, el 22 de septiembre de 2017, disponible en línea: <roderic.uv.es/handle/10550/60918>.
Imagínense que la prensa no existe, piensen en cómo sería entonces la vida moderna sin el tipo específico del ámbito de lo público que la prensa crea.
Max WEBER: Alocución en el Primer Congresode la Asociación Alemana de Sociología en Frankfurt, 1910.
En la prensa, la Transición comenzó antes que en la política. Desde finales de los años sesenta, la prensa española se convirtió en una plataforma de debate político, aunque, pese a la apertura teórica establecida por la ley Fraga, seguía existiendo intervencionismo por parte de la Administración. Con todo, el papel de los medios escritos se consolidaba de forma clara a partir de 1966, tras un episodio clave para la transformación del régimen: la aprobación de la Ley de Prensa e Imprenta, firmada por Manuel Fraga Iribarne en marzo de dicho año, que trataba de adecuar la política informativa a una superación de las condiciones objetivas de la Guerra Civil, intentando «acomodar los viejos mecanismos de control ideológico a los nuevos métodos de organización económica, a fin de evitar tiranteces que pudieran poner en peligro el proceso democratizador iniciado»;1 aunque, en la práctica, esa libertad no llegara a tomar cuerpo como consecuencia de las ambigüedades reveladas en el artículo 2 del citado texto, en el que se afirmaba que las libertades debían respetar el «bien común, la paz social y un recto orden de convivencia».
Pero el proceso estaba en marcha. Las redacciones se iban convirtiendo –en parte por el cambio generacional en las plantillas periodísticas– en un lugar de confluencia de ideologías diversas, conscientes de que se avecinaba el fin de una época. Los años de ostracismo se resquebrajaban y, en la medida de las posibilidades de cada periódico, se buscaban resquicios de expresión:
La prensa sigue en España sin poder cumplir su misión […] continúa incapacitada para facilitar el diálogo […] Antes de la Ley a los periodistas no nos dejaban preguntar; después de la ley, los periodistas podemos preguntar, es cierto, pero no se nos contesta. En ambos casos el diálogo se va a paseo […] Hoy no puedes escribir lo que sientes, mientras en los años 40 estabas obligado a escribir lo que no sentías.2
Durante el proceso de transición a la democracia fue decisiva la influencia de los medios en la construcción de un soporte ideológico y de unas prácticas políticas que casi cuarenta años de dictadura habían borrado para muchos de los actores del propio cambio. Quien fuera presidente de la Comisión Constitucional en 1978, el político valenciano Emilio Attard, afirmaba que «el país tiene contraída una deuda de gratitud con la prensa, con los periodistas que siguieron el proceso constitucional, día a día, más puntuales y exactos que los propios parlamentarios».3 En un país con una radio, una televisión y una agencia de prensa oficial controladas por el poder, los medios escritos –revistas y prensa diaria– supieron ver el creciente papel que los acontecimientos les iban asignando y desarrollaron una tarea relevante entre los años finales del franquismo y la llegada de la democracia, albergando en sus páginas un continuo debate público.
Más allá de las dos visiones entre el papel de la prensa como motor del cambio durante la Transición4 y los autores que señalan que la prensa escrita fue por delante de los políticos, pero por detrás de la sociedad,5 los diarios y las revistas de la época contribuyeron a la transmisión de una pedagogía política nueva y al suministro de noticias continuas de la oposición clandestina y la conflictividad social hasta entonces silenciadas.
En esa línea, también el poder informativo registró la conversión democrática de una parte importante de sus protagonistas, tanto entre las empresas periodísticas y editoras de prensa como entre los profesionales de la información que formaban las redacciones de los periódicos. En el caso español, al sistema de prensa vigente durante la dictadura, que incluía la prensa del Movimiento, un grupo reducido pero importante de diarios de empresa y algunas cabeceras de la Iglesia, hubo que añadir, tras la muerte de Franco, algunos periódicos de nuevo cuño. Esta divergencia
entre los periódicos que se habían mantenido y desarrollado durante la dictadura y los que aparecen […] con claras voluntades democráticas […] convirtió a la prensa durante este periodo en un reflejo eficaz de las contradicciones políticas de unos años inciertos.6
De hecho, entre 1975 y 1984 el panorama periodístico sufrió notables variaciones. Un total de sesenta diarios dejaron de publicarse a lo largo de ese periodo: veinticinco de ellos pertenecían a la antigua cadena del Movimiento y otro buen número eran periódicos que habían aparecido ya tras la muerte de Franco, en 1975. Por otra parte, cerca de la mitad de los diarios que se editaban en 1984 no existían en 1975. En el nuevo contexto periodístico, futuros políticos saltaban a la arena informativa escribiendo en los periódicos. En aquellos momentos, los periodistas se sentían «protagonistas del cambio, copartícipes y no meros espectadores de los acontecimientos políticos»,7 transgrediendo incluso la conducta normal de los profesionales de la información, puesto que se llegó a forjar un frente común de políticos y periodistas en pro del cambio.
Todo ello permite comprender que, en efecto, se experimentó una transición en el mundo de la prensa que afectó a sus dos principales pilares: empresa y periodistas.8 De este modo, empresa informativa, profesionales de los medios y poder político conformaron los tres vértices de una figura en la que interactuaron de manera decisiva en el proceso de transición a la democracia española. Entre el posfranquismo y los primeros años de cambio, la principal función de la prensa sería la democratización de la información. Serviría también de terreno común entre las diferentes facciones de las élites (el conocido en España como parlamento de papel) y, de igual modo, la prensa haría de altavoz para canalizar acciones políticas concretas, consolidando la estructura política y de partidos cuando no existían previamente, y actuando, por último, como sistema de control de las élites para seguir el curso de las reformas.
Además, a pesar de las diferencias ideológicas, se produjo un esfuerzo consciente por evitar un clima de tensión y por favorecer la paz social, y así se forjó también el discurso periodístico dominante, paralelo al que adoptaban la mayoría de fuerzas políticas. La prensa se convirtió en un actor cuya conducta y mensajes se basaban en la moderación y no en la agitación, aunque ello no fue óbice para que algunos (y no solo los de nueva creación sin vínculos con la dictadura) presionaran con su política informativa y editorial en favor de determinadas causas, como la amnistía u otras medidas dirigidas a afianzar los derechos individuales y las libertades públicas.9 Con este perfil, no es de extrañar la percepción que el público tenía del periodista en aquellos años:
La profesión periodística ha ido progresivamente ganando prestigio en la sociedad española desde la década de los años setenta […] la liberación de los controles de la dictadura ha permitido que los periodistas se hayan constituido en un grupo con estatus social elevado. La imagen que de ellos tiene la sociedad ha quedado reflejada en sucesivas encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas […] A partir del año 1981 siempre han ocupado los primeros puestos.10
A finales de 1975, la mayoría de diarios se mostraban favorables al cambio político, salvo excepciones como El Alcázar, la revista Fuerza Nueva y algunos periódicos del Movimiento. Por el contrario, tampoco hubo periódicos que apoyaran una opción política rupturista, con la excepción de Mundo Diario en Barcelona, uno de los primeros medios en tildar al franquismo de «régimen fascista».11 Esto es así, en muchos casos, porque gran parte de las empresas periodísticas procedían de la etapa anterior y hubieron de adaptarse al nuevo escenario político para dar respuesta a la creciente demanda social. Para algunas, ello supuso un giro de su línea editorial, mientras que a otras, especialmente la prensa del Movimiento, las abocó a la desaparición o a encontrar una nueva identidad.
Sin duda, fueron los diarios de nueva creación, El País y Diario 16, los que protagonizaron gran parte del cambio político. Las páginas de El País se convirtieron en el intelectual colectivo de las distintas facciones de la burguesía española que deseaba dar una salida controlada al régimen franquista una vez desaparecido el dictador. Además, gran parte de la prensa que provenía del franquismo apoyaba abierta o tácitamente a Suárez y a UCD como garantía de la continuación de la reforma, excepto el monárquico ABC, que se inclinaba por la opción de Alianza Popular. Y el panorama descrito se aplica también, aunque con sus propias señas de identidad, a la prensa de Valencia. Aunque los datos de tirada media de los diarios valencianos sobrepasaban ligeramente los cien mil ejemplares, la cifra no llegaba al cinco por ciento del total del Estado. El índice de difusión de los periódicos para 1964 no llegaba a 40 ejemplares por mil habitantes y, en cuanto a publicaciones no diarias, la provincia de Valencia ocupaba el tercer lugar tras Madrid y Barcelona, pero, de las cerca de 3.000 revistas que se editaban en España, Valencia publicaba 161 y muchas de ellas eran infantiles y juveniles.12
Aun teniendo en cuenta la distancia con las publicaciones de Madrid y Barcelona, la década de los sesenta y los primeros años de los setenta contemplan una cierta revitalización del periodismo local. En cada caso, los periódicos hacen prensa y pedagogía, incluyendo en sus páginas alusiones a los nuevos valores democráticos, derechos individuales y libertades públicas. Se extienden términos hasta entonces no mencionados: amnistía, autonomía, elecciones, pluralismo, partidos políticos, derechos humanos, feminismo, todos ellos pilares de la nueva cultura política emergente. Y, más tarde, otros conceptos para encauzar el camino a la democracia, como concordia y reconciliación, que se convirtieron en términos asiduamente utilizados por los periódicos durante la Transición. En el mismo sentido apuntaba la directora de Las Provincias, María Consuelo Reyna, incorporada a la redacción como subdirectora en 1972: «en los últimos tiempos de la dictadura había un objetivo común, que era la libertad y la democracia, y allí sí que éramos todos una piña para ver cómo podíamos publicar».13
Consuelo Reyna, periodista de profesión, empresaria por tradición familiar y por dedicación y personaje muy presente en los ámbitos políticos, sociales y mediáticos de la Transición valenciana, da título a este libro junto al diario desde el que ejerció su influencia. Decía Kapuscinski que «el verdadero periodismo es intencional. Se fija un objetivo e intenta provocar algún tipo de cambio. El deber de un periodista es informar […] no fomentando el odio y la arrogancia».14 Pues bien, los primeros años de la periodista al frente de la subdirección de Las Provincias se orientan en esta dirección e imprimen un giro a la trayectoria conservadora del viejo diario.
Cuando llegué a Valencia, noté mucho la diferencia entre el periodismo de Madrid y el de aquí. En Las Provincias se hacía la crónica municipal, la de Diputación, la información oficial, que estaba bien, que se trabajaba, pero que no tenía la viveza que yo había visto en Madrid. Por ejemplo, aquí no había un Oneto. No había un Manu Leguineche, tan apasionado por el periodismo. Yo no pretendía que fuera tanto, pero un poquito sí. Aquí se seguía con las notas que mandaba Gobierno Civil o Diputación, y no había una leve crítica.15
Las páginas de este libro buscan mostrar la influencia como actores relevantes en la Transición política valenciana de una mujer empresaria y periodista y de un medio de comunicación local en una década significativa de nuestra historia reciente, la que va de 1972 a 1982, sin olvidar la necesaria relación con los orígenes del diario conservador. Por ello es necesario detenerse en la creación del periódico y en unos valores fundacionales que tanto han marcado la evolución del medio a pesar del transcurso de los siglos. La figura de María Consuelo Reyna destaca no solo por su papel en la apertura de Las Provincias a un nuevo tiempo periodístico y la modernización de la cabecera, sino también como heredera de toda una tradición centenaria, del oficio y las maneras de un periódico que tuvo un fuerte componente conservador y una fiel cantera de lectores en un determinado sector de la burguesía de la capital. Los primeros capítulos de este libro, por tanto, abundan en la larga trayectoria de Las Provincias, un relato compuesto por capítulos de la historia de Valencia sin los cuales es imposible comprender la Transición y la figura de la directora que tomó el timón del barco durante los años del cambio. Si, como dijo Faulkner, «el pasado nunca está muerto; ni siquiera es pasado»,16 la historia de Las Provincias tampoco era pasado en el tiempo de María Consuelo Reyna y su nueva generación de periodistas.
En estos años se incorpora Reyna al diario tras una estancia familiar en Madrid. Se atisba el fin de una larga dictadura, lo que aúna incertidumbre y esperanza. Una década en la que asoman también una grave crisis económica y, a la vez, nuevos escenarios sociales y la promesa de un ansiado Mercado Común. Inmerso en el momento, el diario Las Provincias asumirá un papel relevante en la política valenciana frente a los vaivenes de la prensa del Movimiento y el incierto futuro de Levante, la cabecera gubernamental que durante décadas había disputado lectores y beneficios al viejo periódico del impresor Doménech.
En el marco de una década convulsa y agitada, la periodista y su diario encabezarán cruentas batallas ideológicas. Consolidarán bandos y opciones políticas. Y, con todo, recorrerán un trayecto como empresa que dejará a la empresa editora, Federico Doménech S. A., en una óptima situación en 1982, cuando el camino de la autonomía valenciana ya había quedado despejado con la aprobación de nuestro Estatut. La simbiosis entre periodismo y empresa es esencialmente determinante y se encarna en una figura, Consuelo Reyna, y en tres puntos que resumen la historia del diario decano: tradición, empresa y Transición. Por ello, también hemos querido recorrer brevemente los orígenes del periódico y la influencia indudable de los años de María Consuelo Reyna, aunque la figura titular en la dirección del rotativo fuera José Ombuena. Una larga trayectoria cuyo centenario se celebraba en 1966, pero que fue constante incluso en la composición familiar de sus órganos de dirección. También, casi invariable en su plantilla y directores, hasta llegar al inevitable cambio generacional que se deja sentir en el periodismo valenciano del tardofranquismo y la Transición a la democracia.
Para la elaboración de este estudio se ha optado por una combinación de fuentes que permita deslindar –en palabras de Hobsbawm– la zona de sombra entre la historia y la memoria, la zona entre el pasado como una parte recordada o como el trasfondo de la propia historia vivida. Por ello, junto a la imprescindible hemeroteca y al estudio del Almanaque de Las Provincias, fuente muy valiosa tanto como compendio o anuario de la vida de la ciudad, como por su propia personalidad como publicación literaria o cultural, se ha recurrido a los archivos personales17 y a las fuentes orales a través de entrevistas realizadas a protagonistas del mundo periodístico, social y político valenciano. También, a fuentes audiovisuales que quedan referenciadas al final del libro. Por último, para conocer el tejido de la empresa editorial y de sus órganos de gobierno, se han consultado los archivos del Registro Mercantil de Valencia.18
Hasta aquí, la razón de ser de este libro, que no puede dejar de resaltar el peso de Las Provincias en la política y la sociedad valenciana. Y también reivindicar el papel de una figura casi desconocida, en parte por su propio perfil personal: Consuelo Reyna. Ella es, no lo olvidemos, una profesional del periodismo y una mujer al frente de un periódico centenario, pero a la vez es ejecutiva, influyente, manipuladora, poderosa y temida. La complicidad entre periodistas y políticos sin duda existió para interpretar ante sus lectores el alcance y las claves de un sistema político nuevo. Todo ello en un periodo sin el cual
sería imposible pensar en el resplandor de libertad que habíamos vivido. Luego, ya se sabe, se hundieron muchos valores […] pero eso se ha debido a las malas artes de los hombres incapaces de sostener con dignidad las herencias que recibieron de la ilusión y del tiempo.19
Finalmente, queda dedicar unas líneas personales. El presente libro es deudor de muchas contribuciones y esfuerzos. De manera muy especial, debo expresar mi sincera gratitud a los doctores Aurora Bosch Sánchez y Juan Carlos Colomer Rubio, directores de mi tesis doctoral, que con su confianza, apoyo y valiosas sugerencias llevaron a buen puerto la investigación que ahora toma forma de publicación. Además, es justo destacar el respaldo y los consejos que con amabilidad y paciencia me han prestado las doctoras Teresa Carnero Arbat y Carmen García Monerris, del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universitat de València. Y, por supuesto, el prestigio de los doctores Francesc Andreu Martínez Gallego, Inmaculada Rius Sanchis y Luis Amador Iranzo Montés, miembros del tribunal de defensa de la tesis.
También debo resaltar y agradecer una aportación fundamental: María Consuelo Reyna Doménech, que me abrió literalmente las puertas de su casa junto con su valiosa memoria, sus archivos y sus contactos, al igual que la de profesionales de la comunicación como Salvador Barber, Baltasar Bueno, María Rosa Martínez, Juan José Pérez Benlloch, Concha Raga o el fotógrafo José Penalba, que aportaron su tiempo y sus recuerdos. Junto a ellos, Ricard Pérez Casado, exalcalde de Valencia, me honró compartiendo su experiencia y evocaciones de una época tan presente en su propia historia.
Conmigo, siempre, mi familia. Mis padres, Manuel y Marta, que me inculcaron el valor de la honestidad, la educación y el conocimiento por encima de todo. Mi hermano, Manuel, referente de mi infancia y juventud. José Vicente, mi marido y compañero, que durante más de treinta años ha seguido y compartido anhelos y desesperos. Y, por fin, Marta, mi hija. Un nombre que es mi historia, mi vida y mi futuro. De ella aprendo y a ella debo el haber insistido en este empeño.
1. E. Bordería Ortiz: La prensa durante el franquismo: represión, censura y negocio. Valencia, 1939-1975, Valencia, Fundación Universitaria San Pablo CEU, 2000, p. 245.
2. M. Delibes: «El progreso de la libertad», El Norte de Castilla, 3 de marzo de 1968, p. 3.
3. E. Attard Alonso: La Constitución por dentro, Barcelona, Argos Vergara, 1983.
4. C. Almuiña: «La opinión pública como motor de la Transición española (1975-1982)», en R. Quirosa-Cheyrouze Muñoz (ed.): Prensa y democracia. Los medios de comunicación en la Transición, Madrid, Biblioteca Nueva, 2009, pp. 29-44.
5. J. Reig Cruañes: «La prensa en la Transición democrática: ni motor del cambio ni parlamento de papel», en J. Guillamet y F. Salgado (eds.): El periodismo en las transiciones políticas. De la Revolución Portuguesa y la Transición Española a la Primavera Árabe, Madrid, Biblioteca Nueva, 2014, pp. 165-183.
6. J. Guillamet, F. Salgado y M. Iturrate: «El apoyo de la prensa a la Transición española. Actitudes de los periódicos ante el Rey, el Gobierno y los partidos (1975-1977», en A. Pineda Soto (ed.): Recorridos de la prensa moderna a la prensa actual, Universidades de Michoacán y Querétaro, 2015, pp. 211-236.
7. Entrevista de S. García a S. Sueiro, en Información de León.com, 28 de julio de 2013.
8. C. Barrera del Barrio: «Poder político, empresa periodística y profesionales de los medios en la Transición española a la democracia», Comunicación y sociedad, 10, 1997, pp. 7-46.
9. R. Zugasti: «El papel de la prensa en la construcción de la democracia española: de la muerte de Franco a la Constitución de 1978», CONfines, 4/7, enero-mayo, 2008, pp. 53-67.
10. J. L. Gómez Mompart: «Periodistes i periodisme a Espanya i al País Valencià», Arxius de Sociologia, 23, 2010, pp. 17-36.
11. M. Arroyo Cabello: «La prensa que hizo posible la Transición», Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, 136, 2011, pp. 164-175.
12. R. Xambó: Dies de premsa. La comunicació al País Valencià des de la Transició política, Valencia, L’Eixam Edicions, 1995, p. 9.
13. Entrevista personal de la autora a M. C. Reyna Doménech, 30 de enero de 2014.
14. C. Serrano Martín (coord.): Periodismo narrativo y nuevos escenarios de comunicación, Sevilla, Egregius Ediciones, 2017, p. 10.
15. Entrevista personal de la autora a M. C. Reyna Doménech, 30 de enero de 2014.
16. W. Faulkner: Réquiem para una mujer, 1951.
17. De especial interés han resultado los fondos del archivo personal de María Consuelo Reyna y de Emilio Attard Alonso, cedidos a la Biblioteca Valenciana, así como el archivo personal de Rosalía Sender, custodiado en el archivo histórico del Partido Comunista de España.
18. Además del Registro Mercantil, se han consultado los archivos de prensa de la Causa General, en el Archivo Histórico Nacional, el archivo del Consejo Nacional de Prensa, en la Biblioteca Nacional, y el Archivo Linz de la Transición española en la prensa, entre otros, que quedan reseñados en su totalidad en el apartado «Fuentes documentales», al final del libro.
19. J. Cruz Ruiz: «Prólogo», en J. Millás: Crónicas de la transición valenciana (1972-1985), Valencia, Institució Alfons el Magnànim, 2015, p. 23.
Los países en que se supo arrojar el lastre de los prejuicios liberales y de los tópicos provenientes de ciclos y etapas ya cancelados han tenido el cuidado primordial de asignar a la prensa misiones específicas, estatalmente vigiladas y dispuestas, que evitan desbordamientos y prohíben la generación de pasados extravíos. Es así, con este nuevo concepto del servicio y de la función, como la prensa puede participar digna y eficazmente en las grandes tareas que incumben al Estado.1
Convencido del poderoso instrumento que representaba la prensa escrita, el Nuevo Estado instaurado por Franco en la zona ocupada se empeñó en someter a periodistas, empresas y contenidos a los dictados de la Ley del 22 de abril de 1938, una ley redactada por José Antonio Giménez Arnau desde el Servicio Nacional de Prensa, a las órdenes de Ramón Serrano Suñer. Con ella, se utilizaba a los medios de comunicación, entre ellos los escritos, como una institución al servicio del Estado y vehículo de adoctrinamiento político, convirtiendo al periodista en «apóstol del pensamiento y de la fe de la nación recobrada a sus destinos […] digno trabajador al servicio de España», y contemplando los medios escritos «como órganos decisivos en la formación de la cultura popular y, sobre todo, en la creación de la conciencia colectiva».2 Las instancias franquistas se ocupaban así de controlar y dirigir unos medios que, en opinión de los sublevados, «habían contribuido con su evidente influencia y su poderosa facultad suasoria a males y desviaciones irremediables».3De hecho, la prueba de la enorme importancia que concedían a la prensa es el hecho de que se dictara una norma de rango superior un año antes del final de la contienda.
Así pues, la propaganda se convirtió para los sublevados en un componente esencial de una cultura de la represión que practicaron en distinta medida durante casi cuarenta años. Desde 1937, cuando se organizó en la Universidad de Salamanca el I Congreso Nacional de Prensa y Propaganda, Serrano Suñer empezó a ocuparse progresivamente de los medios de comunicación inspirándose en las legislaciones alemana e italiana y compartiendo con «catedráticos, escritores y otra gente docta» el rechazo de la opinión pública en sentido liberal.4 Con la promulgación de la ley de 1938 y su larga existencia hasta la ley Fraga de 1966, se rompió la tradición doctrinal y legal del periodismo español afirmado en el siglo XIX. Hasta entonces, el poder político, aun aspirando siempre a utilizar el poder de los medios, nunca pretendió convertirlos en órgano estatal, pese a ser consciente de su importancia. Los responsables del Nuevo Estado franquista utilizaron todos los mecanismos de control para diseñar una prensa que fuese soporte de la propaganda gubernamental y del retrato de los líderes, dirigida a una sociedad desprotegida y aislada a la que había que adoctrinar.
Sin embargo, pese al modelo informativo instaurado con la ley de 1938, el periodístico no dejó de ser en algún caso un negocio económico privado, ya que el propio preámbulo de la ley reconocía que existía un sector de la prensa española «que actuó en línea rigurosa de lealtad a la patria»,5 y reconocía a estas empresas sus derechos, permitiendo que algunos periódicos, como ABC, La Vanguardia o Las Provincias, siguieran editándose tras la guerra, aunque, por supuesto, sujetos a los márgenes de la ley.
El fin de la contienda y los primeros años cuarenta inauguraban una etapa gris para la prensa. La ley de 1938 extendió su rigidez durante tres décadas, sentenciando –en palabras de Antonio Laguna– «la libertad de expresión a su inexistencia».6 Con este objetivo, no es de extrañar que la primera fuerza que entró en la ciudad de Valencia los últimos días de marzo de 1939 fuera la Tercera Compañía de Radiodifusión y Propaganda en los Frentes, una auténtica avanzadilla militar –en la que figuraba Alfredo Sánchez Bella–7 que procedió a la rápida ocupación de los medios de comunicación, tanto periódicos como emisoras de radio. En las primeras semanas de ocupación de Valencia, los únicos medios autorizados fueron Unión Radio Valencia, que emitía bajo supervisión directa de la Tercera Compañía, y el diario Avance, órgano escrito de dicho cuerpo. Avance era el órgano oficial de las fuerzas de ocupación el mes de abril de 1939, y se editó en los talleres incautados a El Mercantil Valenciano. Se trataba de un periódico eminentemente falangista en cuya redacción figuraban jóvenes tradicionalistas o de Falange que habían trabado amistad antes de la guerra, como el propio Sánchez Bella, Martín Domínguez y José Ombuena, los dos últimos directores de Las Provincias entre 1949 y 1992. En el primer número de Avance, el 30 de marzo de 1939, un joven poeta Ombuena publicará: «Cuando aún era de noche en los campos de España / y roían sus carnes el cáncer marxista y la lepra liberal / cuando todo era tinieblas».8
Transcurrido el primer mes tras la victoria, el objetivo del Gobierno franquista respecto a la prensa de Valencia fue limitar al máximo el número de cabeceras, de manera que el control informativo fuera más eficaz. De todos los periódicos publicados hasta el fin de la etapa republicana, solo resistió la criba Las Provincias, cuyo pedigrí no admitía dudas, además de la implicación personal de Teodoro Llorente durante la guerra, colaborando con el ABC de Sevilla, El Heraldo de Aragón o el Pensamiento Navarro de Pamplona. Junto con ello se inició un proceso de depuración de periodistas y de acreditación con el nuevo carnet de prensa, con lo que, en general, las plantillas de Las Provincias, Diario de Valencia, La Voz o la Correspondencia de Valencia, pasarán sin problemas el expurgo.
Por tanto, no solo en Valencia, sino en el conjunto de España, cayó drásticamente el número de periódicos, que quedó reducido a dos cabeceras en la capital valenciana en 1939, Levante y Provincias, y aumentaría a tres en 1941 con la aparición de Jornada, diario de la tarde. Levante comenzó su andadura en abril de 1939, pasando a la prensa del Movimiento una vez promulgada la ley de 13 de julio de 1940, que facultaba a la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda de FET-JONS para usar o enajenar material de imprenta. Así, Falange se hizo cargo desde entonces de un patrimonio editor que se convertiría en el mayor emporio periodístico del país.9 Estas tres cabeceras representarían la única oferta periodística diaria de Valencia hasta 1975. Los periódicos se convirtieron en una pieza más del aparato de propaganda del régimen, con el objetivo de desmovilizar a la población, lo que en los primeros años cuarenta se tradujo en una apatía política debida, sobre todo, a dicho control estatal de la información, al cansancio de la guerra, a la preocupación por la propia subsistencia y, en suma, a la represión institucionalizada. El aplastante control de la información una vez acabada la contienda se dirigió a magnificar al líder, a silenciar la represión y a olvidar nombres vinculados con la República. A ello se sumaba el seguimiento cambiante de los avatares de la Segunda Guerra Mundial, la beligerancia contra el comunismo y, por encima de todo, como cúspide de la vigilancia moral y censora en todos los ámbitos de la vida social o, incluso, privada. En Valencia, Levante, Las Provincias y Jornada cumplieron fielmente durante los años cuarenta estas consignas, como no podía ser de otra manera.
Los años de la inmediata posguerra afianzan el dominio en cifras de Levante sobre Las Provincias, que, aun contando con el beneplácito orgánico para continuar con la cabecera, encara el final de la guerra con dificultades económicas y como empresa familiar fuera del paraguas institucional. Los datos de tirada y difusión de uno y otro en los primeros años cuarenta nos muestran una ventaja de más del doble de Levante sobre Las Provincias. Más allá de su voluntad informativa distorsionadora, Levante se convierte en el medio de «comunicación social de labradores y tenderos interesados en averiguar el precio de la naranja, el movimiento de su exportación o la urbanización de la calle donde tenían la tienda de camisas…».10 El diario del Movimiento afirma esta supremacía entre 1939 y 1945, años en los que, como hemos dicho, la conmocionada sociedad española solo dirige la vista a su supervivencia inmediata y cercana. Desde estos momentos inicia un lento descenso, aunque se mantendrá como el diario más rentable de la capital hasta los años sesenta, cuando empieza a ser superado por Las Provincias.
Hasta la década de los cincuenta, cuando se produce un cambio de tendencia en la venta de diarios en la capital, con el impulso acometido por el conservador diario decano, «los prebostes franquistas podían estar tranquilos: la prensa domesticada en la ciudad respondía sin dilación a los requerimientos oficiales y el aparato propagandístico era capaz de sufragarse y de generar beneficios».11 Decía Ortega y Gasset –también bajo otra dictadura, la de Primo de Rivera– que «jamás ha mandado nadie en la tierra nutriendo su mando de otra cosa que de la opinión pública».12 Por ello, una vez pasados los primeros años de afianzamiento del Nuevo Estado franquista, y con la relajación de la presión internacional, comienza también a cambiar la férrea presión sobre la prensa. En un principio, las fisuras surgen desde dentro del sistema: el Fuero de los Españoles, de 1945, reconocía, en su artículo 12, el derecho a expresar libremente las ideas «mientras no atenten a los principios fundamentales del Estado»,13 lo que suponía una incompatibilidad expresa con la ley de 1938. Y esta incongruencia la señalaba, en primer lugar, la propia Iglesia, constreñida también en ciertos aspectos por una ley rígida, y que aspiraba a utilizar sus propios medios de comunicación. El cardenal primado, en 1950, lo resumía calificando de «Sumamente deplorable que no se quiera reconocer que entre el desenfrenado libertinaje de la prensa para el engaño y la corrupción […] y el estatal totalitarismo de la prensa existe el justo medio de una libertad de prensa propia de una sociedad cristiana y civilizada».14
A lo largo de 1950, el papa Pío XII condena en varias ocasiones los intentos del Estado franquista de «dictar la opinión pública», y el ministro de Exteriores, Alberto Martín-Artajo, deseando evitar ofensas al ámbito vaticano y mimar su beneplácito al régimen, intenta convencer a Franco de que se publique un proyectado Estatuto de Prensa que actualice la ley del 38. Sin embargo, el dictador y Carrero Blanco aprovecharán la crisis de gobierno de 1951 para hurtar competencias sobre la prensa a los católicos, creando el nuevo Ministerio de Información y Turismo, a las órdenes de Gabriel Arias-Salgado, que reconocerá que la prensa requería en aquellos momentos un margen de independencia respecto al Estado y que se dedicase unos años a crear un corpus de «doctrina de la información». En la práctica, ello suponía unos años de dilación baldía que no hicieron mella en los objetivos prioritarios del Gobierno.
Los años cincuenta fueron también una época de cambios sociales, transformaciones económicas, contactos con el exterior y algunas movilizaciones obreras. Es en este momento cuando la censura vuelve a mostrar su cara más rígida ante una burguesía periférica –incluida la valenciana– que se siente perjudicada por los años de autarquía. Es significativo que en los primeros años cincuenta se multiplicaran los incidentes con algunos diarios, como Las Provincias, debido a las imposiciones de la censura, como hemos destacado en el capítulo anterior.15 Los delegados provinciales del Ministerio de Información y Turismo, responsables de los censores (en Valencia había tres en 1955, que se turnaban rigurosamente para ocuparse del contenido de los tres periódicos), se convirtieron no solo en intermediarios entre los diarios y Madrid, sino también entre las diversas autoridades locales o provinciales, controlando la totalidad del mundo periodístico. El celo del franquismo por mantener su propio credo de rituales, símbolos y efemérides, que exaltaban en un continuo calendario de grandes acontecimientos, mantenía el foco año tras año en una fecha especial: el día de la Victoria, que se celebraba el 1 de abril. En la exaltación de la jornada de 1959, Las Provincias no se aplica con el entusiasmo reclamado por los censores oficiales y el enfado de la Dirección General de Prensa se transmitió a Valencia:
Con esta fecha escribo un oficio al Director de Las Provincias, amonestándolo por la mediocridad del número del día 1 del actual, Día de la Victoria, en el que Las Provincias no ha sabido evocar la importancia de aquella fecha ni la trascendente celebración de los 17 años de paz transcurridos desde entonces.16
Por otro lado, las consignas de la censura en Valencia se dirigían también de forma muy especial al tratamiento que debía darse a los temas locales y regionales. Las autoridades franquistas mostraron una recurrente obsesión por los asuntos específicamente valencianos, con lo que Las Provincias, empeñada en promover la conciencia regionalista, sintió reiteradamente estas limitaciones, de las que se esmeró en escapar. Especial hincapié se hacía por parte de la censura en eliminar la palabra Reino en los escritos valencianistas del diario decano, ya que lo veían como un respaldo lingüístico a unas posibles reivindicaciones políticas. Del mismo modo, las cuestiones agrarias, vitales para la economía valenciana, fueron objeto de una férrea vigilancia, con lo que los diarios valencianos se veían imposibilitados para ocuparse con objetividad de los cultivos citrícolas, claves para la exportación en la región y también para la economía española. Nada de datos y, por el contrario, mucha propaganda que abundase en la visión feliz y perfecta que el franquismo propiciaba para el país.17 No es de extrañar, por tanto, que el tratamiento de las catástrofes fuera el oscurantismo que tanto daño provocó en Valencia tras la riada del 57: en Las Provincias y en su director, Martín Domínguez, y también en la propia autoridad local, el alcalde Tomás Trénor, abocados ambos al cese tras las protestas ante la deficiente ayuda gubernamental a la ciudad.
El año 1958, en el que es destituido de su cargo una figura tan relevante en el periodismo valenciano como Martín Domínguez, contempla la aparición de un proyecto editorial antecedente de otras dos revistas de significación valencianista que surgirían en los años sesenta: Sicania. La revista mensual, promovida por Nicolau Primitiu Gómez Serrano y dirigida por Vicente Badía Marín, hijo de Vicente Badía Cortina, subdirector de Las Provincias, empieza a editarse en Valencia en el mes de julio de 1958 y publica su último número en diciembre de 1959. La publicación, con una tirada de cinco o seis mil ejemplares, en cuya portada aparecía el lema «Revista mensual, local, regional, sumario y guía de la cultura valenciana», apareció con un importante número de páginas en castellano por razones obvias de censura, pero con un claro planteamiento que definía Vicente Badía en el número 1 de la revista:
Sicania ha nacido para ofrendar nuevas glorias a España, pero glorias de cuño valenciano, frutos de la tierra sazonados con la savia vigorosa de un pueblo que no quiere diluirse y desvanecerse en gestaciones o procesos despersonalizadores que desconozcan o nieguen nuestras esencias fundamentales.18
La revista resultó innovadora e introdujo secciones de información local y comarcal que daban a conocer las comarcas valencianas en sentido amplio: historia local, lengua, geografía y fiestas populares, y contaba con corresponsales locales y con destacadas firmas literarias tanto en castellano como en valenciano. Al final, tanta evocación valencianista acabará por molestar al régimen, que aumentará la labor censora contra la publicación. El editor decide el cierre de la revista, que, además, le suponía una onerosa carga económica, ya que no se sustentaba en la publicidad. En oposición a estos perseguidos proyectos, el modelo de periodismo de Franco quedaba recogido en sus propias palabras en una audiencia concedida a los directores de prensa y radio del Movimiento en 1958: