Latidos en tierra herida - Analía Centurión - E-Book

Latidos en tierra herida E-Book

Analía Centurión

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Beschreibung

¿Qué impulsa a una perfusionista argentina a dejar su país, su rutina, su seguridad, para viajar al corazón de zonas marcadas por la guerra y la desigualdad? Este libro es una respuesta posible. O, al menos, una búsqueda. A través de estas crónicas, la autora, nos invita a acompañarla en su experiencia dentro de dos realidades tan diferentes como intensas: Irak y Sudán. Desde hospitales rodeados de tensión religiosa hasta quirófanos de alta complejidad en medio del desierto africano, sus relatos revelan no solo los desafíos técnicos y humanos del trabajo médico en contextos extremos, sino también los vínculos, los aprendizajes y las emociones que florecen en tierra inesperada. Con una escritura honesta, cercana y profunda, Latidos en tierra herida traza el recorrido de una mujer que se anima a cruzar fronteras físicas y emocionales, para sanar donde más se necesita y, sin saberlo, transformarse en el intento.

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Seitenzahl: 135

Veröffentlichungsjahr: 2025

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ANALÍA CENTURIÓN

Latidos en tierra herida

Crónicas de misiones humanitarias en Irak y Sudán

Centurión, AnalíaLatidos en tierra herida : crónicas de misiones humanitarias en Irak y Sudán / Analía Centurión. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-6613-3

1. Ensayo. I. Título.CDD A864

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice de contenido

Agradecimientos

Prólogo

Irak

Introducción

Capítulo 1 - Rumbo a lo desconocido

Capítulo 2 - Primer día, primer rezo

Capítulo 3 - Entre rezos y la vida en el hospital

Capítulo 4 - La cultura como frontera y como puente

Capítulo 5 - Una excursión al origen del mundo

Capítulo 6 - Descansar el alma después de sanar vidas

Sudán

Introducción

Capítulo 1 - Khartoum: llegar a lo desconocido

Capítulo 2 - Donde África cura su corazón

Capítulo 3 - Puertas adentro: la vida en el compound

Capítulo 4 - Heridas que no se ven, voces que aún no se escuchan

Capítulo 5 - Lo que arde por dentro

Epílogo desde el aeropuerto

Reflexión final

A mis hijos Paula, Martina y Valentín quienes siempre me apoyaron e incentivaron a seguir este camino de misiones.A mi mamá Estelina, a mi hermana Carol, y a mi sobrina Agus por su amor incondicional y fortaleza en cada paso que doy.A Daniel, mi papá, que vive en lo que soy, y en lo que hago.

Agradecimientos

Quiero agradecer profundamente a mis jefes Willy Conejeros Parodi, Juan Kiang y Daniel Klinger que me dieron la libertad para realizar estas misiones y por comprender lo que significan para mí.

También extiendo los agradecimientos a las autoridades del Hospital de Niños Dr. Ricardo Gutiérrez y Hospital Nacional Dr. Alejandro Posadas por su apoyo incondicional y por facilitarme la posibilidad de emprender estos viajes.

A mis compañeros de trabajo en Buenos Aires, por sostener lo cotidiano en mi ausencia. Su apoyo profesional y humano hizo posible que pudiera partir con tranquilidad.

A Bernardo, el padre de mis hijos, que aunque ya no compartimos el mismo camino, siempre me incentivó y estuvo presente para acompañarme y cuidar de ellos durante mis ausencias.

A cada persona que compartió conmigo la vida en Irak y Sudán, a quienes me enseñaron, me contuvieron y me hicieron reír aún en los días más difíciles.

A los colegas que se volvieron familia, a los pacientes que me dejaron entrar en su dolor y en su esperanza.

A las mujeres que conocí en el camino, fuertes, silenciosas, resilientes, con ellas compartí mesas, charlas, silencios. Y fue en ellas donde entendí lo que significa resistir con dignidad

A quienes desde lejos, se preocuparon, me escribieron, me alentaron. Cada mensaje fue un hilo que me mantuvo unida a casa cuando más lo necesitaba.

Y a quienes no nombro pero están, porque con esa red invisible de afectos, confianza y aliento, nada de esto hubiera sido posible.

Prólogo

Existen ciertas voces que, por su autenticidad y profundidad, merecen ser escuchadas. La de mi querida amiga y colega Analía Centurión es, sin duda, una de ellas. En “Latidos en tierra herida”, Analia nos ofrece un testimonio vital y excepcionalmente lúcido de sus experiencias como perfusionista en dos de los contextos más complejos del mundo.

Lo que distingue este ensayo no es solo la descripción detallada de su ardua labor en la perfusión pediátrica, un campo de alta especialización y precisión. Es, sobre todo, la mirada sensible y profundamente humana con la que Analía nos introduce en las realidades culturales, sociales y emocionales de Irak y Sudán. Desde el primer momento en que nos narra el sobrecogedor miedo antes de embarcarse hacia Irak, hasta la serenidad encontrada al entender el Nilo Azul, cada página es un aprendizaje constante.

Analía nos invita a un viaje donde lo clínico y lo espiritual se entrelazan.

Su relato nos permite comprender cómo la rigurosidad de la medicina de vanguardia se adapta a la escasez de recursos y a las peculiaridades de cada cultura, desde el respeto a los rezos en el quirófano iraquí hasta la conmovedora gratitud de las familias sudanesas.

La autora no evade los choques culturales, los prejuicios o las dificultades, sino que los aborda con una honestidad desarmante, transformándolos en puntos de inflexión y crecimiento.

Su capacidad para “volver a ser principiante” y encontrar su lugar en un equipo internacional, más allá de las fronteras y los idiomas, es una lección de humildad y fortaleza.

Este libro es mucho más que un conjunto de anécdotas, es una reflexión profunda sobre el propósito y la vocación. A través de la historia de Analía, descubrimos cómo la medicina, cuando se ejerce con el corazón, puede trascender cualquier barrera y convertirse en un puente de entendimiento y esperanza.

Es una lectura imprescindible para cualquiera interesado en el trabajo humanitario, la medicina en contextos extremos, o simplemente en la capacidad del espíritu humano para florecer en las circunstancias más desafiantes.

Willy Conejeros Parodi

“Viajar no solo cambia el paisaje, sino también la mirada y el alma.

A todos los que me ayudaron a crecer en este camino, gracias por ser parte de mi transformación”.

Irak

Introducción

Desde que regresé de mis misiones humanitarias en Irak y Sudán, muchos colegas y amigos me piden que cuente cómo fue esa experiencia: qué tipo de pacientes tratamos, qué patologías vimos, cómo era trabajar en condiciones tan extremas, pero también qué descubrí sobre esas culturas, sus costumbres, sus historias y sus silencios.

Después de repetir esas conversaciones una y otra vez, sentí la necesidad —y quizás también la responsabilidad— de dejarlo por escrito, ya que con el pasar del tiempo algunos detalles se van desvaneciendo de mi memoria, mi idea es narrarlo. No como un informe técnico, ni como un diario personal, sino como un testimonio con momentos de reflexión: una forma de poner en palabras lo vivido, dejar constancia, y tal vez, entenderlo un poco más al dejarlo por escrito.

Llegué a Irak con miedo. Miedo real, físico, existencial. Me estaba lanzando a lo desconocido: un país marcado por la guerra, culturalmente opuesto al mío, donde ni siquiera hablaba el idioma: Árabe. Para calmar esa ansiedad, me aferré a una idea simple: voy a hacer lo que hago todos los días… Perfusión pediátrica. Ese pensamiento, casi como un mantra, me ayudó a poner el foco en lo que sabía hacer, y no en todo lo que me generaba incertidumbre.

Pero el miedo no era solo al entorno; también era miedo a mí misma: ¿voy a estar a la altura?, ¿podré tomar decisiones bajo presión, en otro idioma, en otro mundo? A medida que pasaban los días, esos temores fueron mutando. Empecé a sentirme firme, segura, más conectada conmigo misma que nunca. Como si esa experiencia fuera una prueba, un espejo exigente pero revelador, que me mostraba hasta dónde era capaz de llegar.

En el camino, aprendí muchísimo más de lo que iba a dar. Sobre perfusión, sí. Pero también sobre cultura, religión, historia y humanidad. Esta noble profesión me dio la posibilidad de viajar a lugares que ni remotamente se me hubiera ocurrido ir con fines turísticos para hacer lo que simplemente realizo todos los días: Perfusión.

Estas páginas intentan dar cuenta de todo eso: de lo clínico y lo emocional, de lo técnico y lo espiritual, de lo visible y lo que apenas se intuye.

Porque a veces escribir es la única forma de no olvidar. Porque entre tanta herida, también hubo latidos.

Capítulo 1

Rumbo a lo desconocido

Salí de Buenos Aires con una ansiedad tremenda. El miedo era concreto, casi físico. Mientras esperaba el vuelo en Ezeiza, no podía evitar pensar en lo que estaba por hacer: viajar sola a un país que apenas conocía por las noticias, con una historia marcada por la guerra, por la religión, por el dolor. Irak.

Me esperaba una misión humanitaria en medio de un terreno completamente ajeno para mí. Ni el idioma, ni las costumbres, ni las caras me eran familiares. Solo tenía una certeza: mi trabajo. Voy a hacer lo que hago todos los días, me repetía. Perfusión pediátrica. Ese pensamiento me daba algo de estructura frente al caos que anticipaba.

El viaje fue largo, creo que casi dos días viajando. Desde Buenos Aires a Frankfurt, luego conexión a Estambul, y finalmente a Basora, la segunda ciudad más grande de Irak, situada a unos 540 kilómetros al sur de Bagdad.

Ya en Estambul, me llamó la atención que en la sala de espera del vuelo hacia Basora todos los pasajeros eran hombres. Allí conocí a Christine Michelle, una enfermera de Los Ángeles con amplia experiencia en misiones humanitarias. Fue ella quien me explicó que las mujeres no pueden viajar solas en Irak: deben estar acompañadas por un hombre. Nosotras dos éramos las únicas mujeres pasajeras en ese vuelo.

Poco antes de aterrizar, las azafatas se acercaron a nosotras y nos preguntaron si teníamos velo. No podíamos bajar del avión con el cabello descubierto ni con ropa que marcara el cuerpo. Así que, en el mismo vuelo, nos pusimos las túnicas y los velos. Bajamos vestidas como exigía el lugar, envueltas en una mezcla de nervios, adrenalina y respeto por lo desconocido.

Esperamos alrededor de 5 horas en el aeropuerto, ya que los demás miembros del equipo llegaban en vuelos distintos. Una vez reunidos, emprendimos el viaje por tierra hacia Nasiriyah, una ciudad situada a unos 230 kilómetros. Viajamos en dos combis, escoltadas por vehículos adelante y atrás. Íbamos en convoy, como en las películas. El aire era seco, áspero. A lo lejos, columnas de humo negro se elevaban desde camiones petroleros que cruzaban el paisaje árido. Desierto, humo, calor. Todo era como una escena de una película bélica.

Finalmente, llegamos al hospital de Nasiriyah, ubicado frente al río Éufrates.

Nos alojamos en un piso que habían acondicionado especialmente para el equipo internacional, nos acomodamos y caí rendida. Era viernes, día sagrado para el islam, en el cual no se trabaja. Aprovechamos ese día y el sábado para descansar, aclimatarnos, conocer el entorno. El domingo, con el cuerpo algo recuperado pero el alma todavía en tránsito, comenzamos con el trabajo.

Cuando me acomodé en el cuarto que sería mi refugio por las próximas semanas, no pude evitar pensar:

“¿Qué diablos hago yo acá?”

El cuarto era luminoso, simple, y lo compartía con Christine. Ella trabajaba el turno noche, y yo el de día, así que al principio casi no nos cruzábamos. Nos veíamos apenas unos minutos, lo suficiente para intercambiar alguna mirada de cansancio y palabras enredadas entre idiomas. Pero con el correr de los días, sus horarios cambiaron y empezamos a compartir más.

Y en ese pequeño espacio —con olor a desinfectante y calor seco filtrándose por las ventanas— empecé a desarmar la valija, y con ella, mis pensamientos:

“¿Qué hago acá?”

¿Qué hacía una perfusionista de Buenos Aires instalándose en un hospital de Nasiriyah, Irak, sin hablar una palabra de árabe?

Tal vez debería empezar por contar quién soy, aunque sea un poco.

Me llamo Analía Centurión. Vivo en la Ciudad de Buenos Aires y soy perfusionista.

Aunque mi profesión no define completamente quién soy, sí es cierto que llevo más de 25 años trabajando en este campo. Me gradué en la Universidad de Buenos Aires en diciembre del 2000, me especialicé en perfusión pediátrica, y luego profundicé en un área aún más específica: la perfusión neonatal.

¿Qué hace un perfusionista?

Un perfusionista clínico es un profesional altamente calificado con credenciales universitarias y prácticas clínicas certificadas para aplicar, mantener y conducir las técnicas de circulación extracorpórea (CEC) en los pacientes que lo requieran derivados de un procedimiento quirúrgico. (Fuente ALAP, Asociación Latinoamericana de Perfusión)

En términos simples, mi trabajo consiste en cuidar el corazón y los pulmones del paciente durante una cirugía cardíaca. Cuando el corazón necesita detenerse para ser reparado, inducimos el paro cardíaco controlado con una solución específica. Luego una máquina de circulación extracorpórea asume la función de ese corazón detenido: drena la sangre, la oxigena y la devuelve al cuerpo, manteniéndolo vivo. Es mi tarea guiar esa circulación artificial, vigilar sus variables, monitorizar el medio interno, su hemodinamia, sostener segundo a segundo ese delicado equilibrio en el que la vida se mantiene fuera del cuerpo.

En cada cirugía somos el corazón y los pulmones del paciente.

Una vez resuelta la cardiopatía, el corazón vuelve a latir, y poco a poco devolvemos al cuerpo su autonomía.

También me especialicé en ECMO pediátrico —una terapia de oxigenación por membrana extracorpórea— que, en situaciones críticas, puede reemplazar varios días la función del corazón y/o los pulmones, permitiendo que éstos se recuperen mientras la máquina realiza sus funciones.

Es un trabajo muy específico. En el país somos pocos los profesionales que nos dedicamos a esto, y quienes trabajamos con niños somos aún menos. Seguimos luchando desde la Asociación de Perfusionistas de la República Argentina la regulación de la profesión en el Ministerio de Salud de la Nación. Hoy me toca presidir esa Asociación, pero la causa es de todos: buscamos algo tan simple como justo -que se nos reconozca por lo que somos- profesionales. Porque lo somos en formación, en la práctica, en la entrega. Porque sostenemos vidas y merecemos ser vistos.

Hace más de 18 años que trabajo en el Hospital Nacional Dr. Alejandro Posadas, y más de 14 en el Hospital de Niños Dr. Ricardo Gutiérrez.

Gracias a la perfusión crucé fronteras y llegué a quirófanos de Latinoamérica, Europa y Medio Oriente. Podría parecer una vida de película -a veces incluso de millonaria-, pero es la salud pública -y no el lujo- lo que me mueve. Son los viajes de una vocación, no de un privilegio. Porque creo que ahí están los casos más difíciles, los grandes desafíos, los que de verdad te enseñan. También trabajo en el sector privado, pero en menor medida. Mi dedicación exclusiva, la de todos los días, es en hospitales públicos. Ahí es donde me siento en casa.

Y aunque no fue un camino fácil, lo cierto es que esta profesión me llevó mucho más lejos de lo que hubiera imaginado. Gracias a ella conocí lugares del mundo a los que jamás habría llegado como turista. Caminé por ciudades en las que lo cotidiano se mezcla con lo extraordinario, y compartí quirófano —y la vida— con colegas de todo el mundo que hoy son grandes amigos.

Todo eso, todos esos vínculos, esos paisajes, esos desafíos, me los dio esta profesión hermosa.

Y cada vez que me lo pregunto, vuelvo a encontrar ahí la respuesta a por qué sigo eligiendo hacer lo que hago.

Todavía no entendía el idioma, ni las costumbres, ni siquiera el ritmo del hospital. Pero algo dentro mío sabía que tenía que estar ahí. Que, de algún modo inexplicable, esa parte del mundo también me pertenecía. Aunque fuera solo por un tiempo.

Capítulo 2

Primer día, primer rezo

A las cinco de la mañana me despertó algo que, en ese momento, no supe identificar: una voz profunda, amplificada, que parecía flotar por todo el hospital, pero venía de afuera. No era una alarma, ni un grito. Era un canto, pero uno muy lejano a todo lo que había escuchado en mi vida. Me explicaron después que se trataba del primer rezo del día.

En el islam, se reza cinco veces por jornada, y no pueden pasar más de tres horas entre uno y otro. Ese primer llamado al salah, transmitido por megáfonos desde la mezquita más cercana, marcó mi verdadera llegada: ya no estaba entrando a Irak, estaba adentrándome en su tiempo.

Después del desayuno, comenzaron los ateneos. El equipo local ya había evaluado a los pacientes, y nos pusimos al día con los diagnósticos y las correcciones quirúrgicas necesarias por realizar.

Por la tarde, realizamos la primera cirugía. Todo salió bien. El ritmo era intenso pero metódico: operábamos todos los días, y al terminar, el cansancio físico era total. El calor, la concentración, el idioma, la tensión de que todo salga bien en un lugar tan distinto… todo pesaba más.