Leyendas de la música - Eduardo Dieste - E-Book

Leyendas de la música E-Book

Eduardo Dieste

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Beschreibung

«Leyendas de la música» (1911) es una recopilación de relatos de Eduardo Dieste, que fue premiada y publicada por la Biblioteca de Autores Gallegos. Los cuentos que se recogen en la obra son «Iniciación», «Las huellas milagrosas», «La modelo» y «Un capricho de niña mimada».

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Seitenzahl: 36

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Eduardo Dieste

Leyendas de la música

 

Saga

Leyendas de la música

 

Copyright © 1911, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726682250

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Estas demostraciones del poder de la gracia las dedico á la muy gentil muchacha Lísette Saint - Martin, en sus bodas.

La gracia, no sólo quebrantó la cabeza de la serpiente astuta, sino además ha conseguido hacerla ballar sobre sus roscas, al parecer de la bella lámina de Hans Pellar, titulo de cuanto aquí se contiene.

Y con el fausto motivo de mi dedicatoria, Lisette, hago votos por tu dicha, inmarcesible si perduras en el ser gracioso.

EDUARDO DIESTE.

INICIACIÓN

En el rincón más frondoso de la huerta, pues hallábanse allí agrupados sin concierto muchos árboles, tales como naranjos, limoneros y magnolias, cuyo sombrío verdor se mezclaba con el más alegre verdor de los pámpanos que venían de una vid, saltaba la corriente de un río, al entrar por cauce de guijarros en una pila rústica, y á porfía con su algazara cantaba Rosa, doncella de gran hermosura, que tenia en el rostro los colores de las frutas y en los negros ojos un abismo de malicias.

Fuera de allí, el Sol invadía las mieses y arrancaba destellos multicolores de los trozos de vidrio clavados en la cima del muro, teníendo en forzosa soledad el paraje, ya que á todos los vivientes habíalos condenado á dormir, y sí algún pájaro cruzaba en huida la llama del cíelo, volaba silencioso y con el píco abíerto por la fatiga.

Alzábase la voz fresca de Rosa entre los murmullos del agua, y su canto animaba el sopor estival de una suave dulzura. Afanoso el río hacía saltar las ondas en tropel de júbilo, y de esta suerte érale imposible recoger completa, según era su deseo, la imagen de la bella criatura, pintándose tan sólo en él, movibles y confusos, el tono amapola de su cara y el rosado nácar de las otras partes que se veían de su cuerpo. Tenía los brazos desnudos, brazos de un contorno admirable, pero todavía más bellos por el rubor de salud que los calentaba, y las píernas introducíanse hasta la mitad en el agua, cogido entre los vígorosos muslos el vuelo de la falda; medío abíerta por causa del calor la chambra de alegre percal, asomaban los redondos senos que las trenzas acariciaban al caer por un lado de la húmeda garganta. Entre la verdura de los árboles, el oro del Sol y las espumas del agua ofrecíase con el esplendor de un mito la gracia de Rosa.

Detrás de la espesura, en el dominio del Sol, vióse una mariposa blanca volar en giros de burla, parándose á cada instante sobre las matas para dar ánimos al rapaz que la perseguía, el cual se acercaba muy despacito con el sombrero en alto y en los brillantes ojos el empeño tenaz de perseguirla hasta el fin del mundo; pero al dar con Rosa por un hueco del follaje, quedó inmóvil, mirándola con ojos que parecían de susto, y por más que la mariposa daba, para excitarle, muchas vueltas á su alrededor, permaneció tan sólo atento á contemplar en Rosa — que, sin advertir su presencia seguía cantando mientras lavaba — el milagro de una visión turbadora que cogía de nuevas á su alma obscura, tan ligera y cándida como la mariposa que giraba otra vez en torno suyo para arrancarlo de allí.

Un poderoso anhelo habíale ensanchado el alma y barrido sus ideas, de igual modo que en la pasión del éxtasis; angustiaba su pecho la falta de aire, un ardor extraño aturdía su cabeza, y los ojos, cediendo al impulso de recónditas energias, se agrandaban ganosos de saciar una curiosidad suprema.

Al recoger Rosa las trenzas sobre la nuca, vió cómo el rapaz la miraba entontecido por entre las hojas, y fingiendo extrañarse, le preguntó con la risa en los labios: