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«Teatro de Buscón» (1947) es una recopilación de tres obras de teatro de Eduardo Dieste: «Castidad», drama en tres actos; «La ilusión», un cuento y un drama en un único acto; y «El viejo», una tragedia en tres actos, descrita como «tragedia vulgar de las tres jornadas naturales, ida, vuelta y vencimiento de años».
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Seitenzahl: 245
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Eduardo Dieste
COMPRENDE: CASTIDAD, LA ILUSION Y EL VIEJO
VIÑETAS DE SOUTO
Saga
Teatro de Buscón
Copyright © 1947, 2022 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726682199
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Ristreja Epilogal de “Buscón Poeta”
Querido Dr. Syntax, Cónsul provecto y tozudo editor de mis pecados: Me pides un prólogo para el Teatro de Buscón, y yo te mando un epílogo. A esta encrucijada conduce el desvarío de tus planes. Claro está que un epílogo puede ser un prólogo: los besos a un moribundo de una pronto-viuda joven; la herencia de una fortuna para un pobre, y, abreviando, la resurrección de todos en el Valle de Josafat cuando suenen las trompetas del Juicio Final. Prometo no encontrarme contigo hasta entonces, y quiera Dios que el epílogo de nuestra vida sea el prólogo de una mejor administrada por los propios ángeles.
Aquí, a este plieguecillo de la Ría de Arosa, ha venido dando vueltas, como resto de naufragio, tu primera y segunda recopilación de mi vida y obras, que tú dices de Poeta Andante. Sin duda la segunda es mejor, quedando solamente obras menores en el cuerpo de la novela, y las que tienen asunto propio en tomo aparte de Teatro; pero tú eres el único responsable. Voy a refrescar tu memoria, reproduciendo parte de nuestro diálogo interminable, hasta el valle de Josafat: allí, uno de los dos tiene que irse al infierno.
comodos planes de dr . syntax
Doctor Syntax. Las obras de un autor, en especial de la época juvenil, en que tan difícil se hace salir de sí mismo o transformar el yo en no-yo, cuentan como capítulos de su vida. Por eso te propuse...
Buscón. En un árido puerto de Cherburgo, me acuerdo bien...
Dr. Syntax. .. . adquirir tu experiencia, en forma de cartas o elaborada literariamente en cualquier género, para componer un libro que reflejase la curva íntegra de una vida intelectual, auténtica y despreocupada...
Buscón. Plan cómodo, lógico y absurdo. Una obra literaria debe tener y ha tenido siempre una composición geométricamente limitada. La más breve forma, que es un triángulo, puede soportar en sus vértices o en sus lados todo el círculo del mundo. No pienso ni puedo vivir en novela para dar salida a tu negocio.
Dr. Syntax. Eso es lo que yo quiero, tu no querer vivir en novela. Una vida despreocupada y con el contenido ordinario de una vida de poeta, y las obras en que de una manera u otra fluya su vida y sueños, tiene que dar de sí la novela de un poeta...
Buscón. Una vida despreocupada, la tuya, con la salsa de mis hambres... Muy cómodo, pero absurdo. Cualquier vida es disparate, y no es cuento o drama, que se hacen con principio y fin de sectores de experiencia, y no con una totalidad de líneas divergentes que tienen principio y no tienen fin... El vivir no se compone.
Dr. Syntax. Pero el vivir empieza y termina como cualquier novela.
Buscón. ¡Y yo que te creía un filósofo! La vida más humilde es infinita... ¿Por qué no intentas novelar la tuya propia? Empiezo a temer por mi vida, vigilada por un editor extravagante y empecinado. Esto me recuerda a los que venden su esqueleto en vida.
Dr. Syntax. Verás... Como a mí nunca me ha pasado nada novelesco — y por eso me llamo Dr. Syntax, aquien nunca le pasó nada, con todo y emular a Don Quijote — empiezo a dudar del fundamento real de las novelas. Al encontrar enjundia en tus relatos vivos me ha ocurrido no comprar tu esqueleto, sino recoger aquéllos como quien va con un cántaro a la fuente.
Buscón. La simple cualidad del relato, como la del color o del sonido, sin más, el simple decir, ya despierta el apetito del oyente. Al personaje de William Combe, en efecto, nunca le pasa nada importante, pero dice, y nos encanta, del verdor matinal de sus andanzas, de sus diálogos de humanidades y sermones, de las tabernas inglesas de su tiempo y de las mejillas de manzana de sus doncellas, y de sus labios, tentación de las abejas errabundas...
“You’re a nice girl”, he smiling said.
“Am I?”, replied the simp’ring maid.
“I swear you are, and if you’re willing
To give a kiss, I’ll give a shilling”.
“If ‘tis the same thing, Sir, to you,
Make the gift two-fold, and take two”.
* * *
Este diálogo fué renovado muchas veces, pero hube de ceder a tu, por otra parte, inofensivo requerimiento. Ahora protesto que yo nada tengo que ver con los amaños de la obra, y compadezco a sus lectores. Sirva al menos como doctrinal de poetas, que no cedan a intentos ambiciosos, y limiten su cuento a un asunto determinado, o hagan sartal de cuentos sin ninguna pretensión cíclica, y lo demás se les dará por añadidura.
Insistes en pedirme nuevos relatos, y aprovecho para enviarte una ristreja final por donde veas, una vez más, lo absurdo de tu intención novelera. Si fuésemos a unir en un relato las cosas que nos suceden o imaginamos o que, por presenciadas y habladas, ya son de nuestra vida, sería como echarse al mar lejos de la costa y desde un barco en marcha.
Desde la última vez que nos separamos reñidos, muchas cosas me sucedieron, que pueden alimentar otras tantas novelas. Estuve en la guerra civil española, y por la retirada del Ebro llegué hasta un campo de concentración francés, Saint Cyprien, y de allí al Africa, donde había sido Rey Lubolo en sueños y, por lo mismo, conocía muy bien. Sucede la guerra mundial, y no en la ballena de Jonás, sino por caminos muy azarosos de mar y tierra vine a dar a este repliegue de la dorada Ría de mi juventud, de donde te escribo. ¿No te parece que ya estás oyendo o esperas oír algo de substancia, y no hice otra cosa que suprimir nada menos que la explosión mayor de la historia moderna? El simple decir, de que antes hablaba. Pero comprenderás que sólo en grandes elipses, para llegar al centro de una figura determinada o plan de relato particular, puede un autor dar cuenta de todos los movimientos y relaciones de sus personajes. El relato integral corresponde a la Historia, y en ésta no es posible reducir a unidad viviente los diversos acontecimientos, y se están allí desplegados como en el mundo natural cielos, mares, tierras y criaturas, que aunque puedan pasar de un viaje enciclopédico a la mente, no son abarcables con esa intensidad de atención que provocan las figuras del Arte. Por esto es posible que en medio de un cataclismo universal nos conmueva cualquier suceso, aparentemente modestísimo, de los tours de Dr. Syntax, o de la aldea en que vivimos. Lo prueba esta ristreja que escribo en medio del fragor del mundo, y no dará la substancia de la guerra ni estará en relación con otros sucesos más o menos auténticos amontonados por ti en el Recorrido Espiritual y Novelesco del Mundo, de Buscón.
cura converso
Después de visitar a mi madre, que vive sus cien años a la espera de los hijos que andan por el mundo, en compañía de la triste Sofía, me da cuenta de que han muerto muchos camaradas, víctimas del odio político, y me aconseja hacerme del muerto, y que Dios haga lo suyo.
Voy por las casas de viejos amigos de Seminario en Santiago de Compostela, y hoy párrocos en toda Galicia. Siempre toleraron mis herejías teóricas, y aun parecería que las agradecen, porque mantienen alertada su fe. Uno de éstos me recibe con alborozo, y me dice de sobremesa:
—Muchos crímenes contra la Iglesia cometieron del lado republicano...
—Yo no sé — le digo, — pero puedo contar muchos casos en contrario. Teníamos un sacerdote joven que llevaba la oficina en un destacamento del frente de Aragón. Todo el pueblo hablaba de su virtud, y los anarco-sindicalistas lo trataban con gran respeto. Unicamente pedía el sacerdote que no mal hablasen el nombre de Dios en su presencia, y fué de ver que al cabo de unos meses, a fuerza de decirse unos a otros: cuidado con los sapos y culebras que está el Padre ahí, hablaban ya todos más bien que señoras. En una refriega pudo pasarse al campo enemigo, y pronto volvió muy confiado y diciendo: Vengo con vosotros, que peleáis a brazo partido con Dios, como Israel, y amáis sobre todas las cosas a vuestros hermanos.
Párroco. No comprendo a ese sacerdote...
Buscón. L o que es más difícil de entender son los anarquistas, y el cura parece que llegó a entenderlos muy bien... Con el enemigo enfrente, se pasaban la noche estrellada especulando si había otra vida o no, de la inmortalidad del alma, y de una vida libre fundada en la verdad.
Párroco. Entiendo esa conducta, si añadiesen que no hay verdad fuera de la fe...
Buscón. La fe es vocación de Dios, dice San Pablo, y su luz llega primero a los que pelean con Dios, como hizo el mismo San Pablo.
Párroco. Dios te salve, Buscón...
dies irae
Buscón. Otro cura nos cayó en las manos en la luz del valle de Arán, que, por su belleza, merecía ser de Galicia. No tenía este cura una fama tan bien abonada como el primero, y los vecinos hablaban del favor que tenía con mandones, curiales y copudos caciques. Se comprobó también que tenía inteligencia con el enemigo... El pobre no tenía otra inteligencia. Era rucio y doble en todo, en cuello y sotabarba, y el vientre le iba delante como si rodase un barril de cabeza. Decían que floreaba muy bien el canto llano desde la cima de su mole, que asentaba en zapatones de siete suelas como barcos. Merecía doble sotana de la que llevaba, y los milicianos iban a darle doble vida, empujándolo a una pared para sacarle un retrato, dijeron, cuando el cura empezó a cantar, sin floreo, de esta manera: “¡Hijos míos, hijos míos, vuestro padre va a morir! ¿Quién cuidará de vosotros y de vuestra madre?” Como se entendiese que eran tropos de sermón, dirigidos a los fieles o hijos de la Santa Madre Iglesia, los milicianos prepararon los fusiles. Embriagado de terror, el cura empezó a cantar entonces con una magnífica voz de sochantre que matizaban, a la vez, una cólera vengativa y el gusto habitual de los oficios solemnes:
Dies irae, dies illa,
Solvet seculum in favilla:
Teste David cum Sybilla.
Daba gusto oírle, y los milicianos boquiabiertos no se acordaban de disparar los fusiles. Aprovechó el cura para decir: “No podéis negarme la merced de encomendar mis hijos y mi mujer a vuestro cuidado”.
“Alto el fuego” — dijo el sargento a los milicianos; y al cura: “Si no has mentido, te perdonamos la vida”.
El pelotón se puso en marcha con el cura delantero, y pronto llegaron frente a una casita en lo alto de un huerto muy alegre de viña y de frutales defendidos por un muro blanco y chispeante de los trozos de vidrio en la cima. Como un río suelto vino al encuentro de la patrulla una mujer delgadina de media edad y rostro muy gracioso, que se abrazó al cura diciendo con gemidos: “¡Ay, Andrés de mi alma y padre de mis hijos, que te ven mis ojos! ¡Alabado sea Dios y la santísima Virgen María, de mi nombre, pecadora de mí, que oyó mis plegarias!”
“¡Una vuelta a la derecha, de frente, marchen!” — dijo el sargento, y la patrulla se alejó con gravedad marcial y filosófica por el camino que había venido.
Me dirá el Sr. Párroco si esta es persecución de la Santa Madre Iglesia...
Párroco. Tú siempre con las tuyas, Buscón. Pero, ¿eso fué verdad?
Buscón. Como la luz que nos alumbra...
nubeiro
Dejé tranquilo al cura y me fuí de esta parroquia, entre Boiro y Beluso, y en una carretera de altos pinares, por el serán del día, me salió al paso como un alma en pena:
Nubeiro. Con Dios y con la Virgen santísima... ¿Puede decirme el señor si voy bien camino de Padrón?
Yo le dije que le acompañaría un trecho, y observé su figura mientras hablaba sin tasa. Era hombre membrudo, sin edad, a partir de los cincuenta, y vestía los andrajos de un vestido que no había cortado sastre de aldea. Pelo en cepillo, blanco, y faz agareña, en que las barbas renacían por descuido y pronto habían de ser apostólicas. Le invité a sentarse y participar de la merienda que saqué de mi valija de mano. Pero su agitación era grande, y pronto me dió casi en teatro el cuento de su vida, como si tuviese costumbre de monologar en alta voz o necesitase de la efusión de las confesiones.
Nubeiro. Me han echado a los caminos y ya no pararé más... No voy al mar otra vez... Me están creciendo los pinos y los robles y la dulce hierba en mi alma después de tantos años que me alejé de mi tierra por mar... ¡Echado de mi pueblo! ¡Mi propia mujer, que yo soñaba con los brazos abiertos! No le falta razón... Trancó la puerta y asomó por la ventana: “¡Vete de mi vista y con los perros! Más de veinte años que me tuviste olvidada con los hijos, a quienes yo sola, y con una sola mano, he puesto de pie en la vida”...
Buscón. ¿Por qué una sola mano?
Nubeiro. Por eso, porque era toca, manca... La otra mano se la comió un cerdo cuando era niñita y su madre la dejó a dormir en la huerta mientras lavaba en el río. Yo le decía desde afuera: “¿No me reconoces? ¡Mira que me arrodillo (y lo hizo en la falda del monte) delante de un altar donde siempre fuiste mi santa!” Así yo iba de día y de noche a llamar a su puerta, que siempre estuvo cerrada para mis ruegos. Los vecinos venían a escuchar y a ver, como si fuese un cuadro de la Pasión, y lo era. “Mira, Juana, que yo nunca me olvidé de ti ni de mis hijos andando por el mundo... No soy un perdulario... Tengo fuerza todavía para tirar de un cabo y carenar un barco, y otros oficios para el mar, que yo no quiero volver a navegar. Tengo tantas historias que yo esperaba que te iban a dar contento... Podrás ver todo el mundo oyéndome... Monedas de oro traigo algunas, para tu regalo, y colonias y collares y pañuelos finos de señora...” “Nada quiero de ti. Lleva todo eso a las locas que te han tenido enmeigado. Ahora de viejo, cuando terminé de criar los hijos, que nunca te acordaste de socorrer, vienes a que te cuide a ti, alma negra, desvergonzado, lobo del infierno... Seca en los huesos, de los trabajos y de la viudez que me has dado, esposo con guadaña vienes a buscarme para ir juntos al Camposanto”. “¡Oh, Juana de mi alma, cómo no te falta razón! ¡Esposo con guadaña! Ahora se ilumina mi pasado de olvidos y de más penas que placeres... Verdad es que navegando me olvidé de todo para no sufrir con los recuerdos. Largo de contar... Pero creí oír la voz de Dios cuando me sentí empujado a volver, para morir a tu lado como un hijo tuyo... Me voy, me voy por los caminos. No volveré más...” “Vete, antes de que vuelvan mis hijos, no tuyos, que andan en la mar. No saben que existes, y tu ejemplo los perdería... ¡Vecinos! Echen a ese hombre de mi puerta y fuera del pueblo, ¡que está maldito y apestado! ¡Yo no le reconozco, yo no le reconozco, no es el padre de mis hijos! El padre de mis hijos ha muerto navegando, como ya os dije en otras ocasiones. ¡A él, vecinos!” “¡Nadie se me acerque!... ¡Aún tengo fuerza para tirar de un cabo! Esta mujer dice verdad... Yo nunca he sido su esposo ni el padre de sus hijos... Ya me voy. Por mi pie. Donde vayan las nubes, voy con ellas... Van para el Nordeste... ¡Allá voy!...”
Diciendo esto, con los ojos en las nubes, que corrían al revés de la luna, dió un salto y desapareció en los matorrales. Me levanté y seguí solo por la carretera. La noche era infinitamente dulce y tétrica. Una cruz de madera, señal de alguna riña terminada en muerte, a la vuelta de una romería los cantares de aldeas opuestas o el celo de una moza... El misterio del bosque avanzaba sobre mi alma. No había rastros del correnubes... Era mi espectro... Seguir las nubes. Navegar... Desligado de afectos constantes, un ansia esencial de hermandad con todo, hasta sentir que los árboles crecen dentro del alma y la hierba sustituye el vello de la piel... A los lejos, una luz de sangre, ojo de lobo, horadaba el zócalo sombrío de la noche, clara en lo alto. Decidí esperar la albada en la taberna que denotaba esa luz de candil de aceite, y podría jugar a los naipes o hablar de teología con los aldeanos.
rumor de feria
No creas que he perdido el hilo de esta ristreja, que es hacerte ver cómo una vida no puede novelarse. Tan pronto uno empieza a moverse — lo estás viendo — brotan ramas de recuerdo y de acción que se confunden con las de otros árboles, y ya estamos perdidos en el bosque.
Hice noche en la taberna. Un colchón de chala o de puños cerrados, con el que he peleado toda la noche, y unas sábanas de lino, primorosamente apulgaradas y, con todo, fresquísimas, porque la primavera hizo que no las necesitase. Te escribo en una mesa de pino, entre la ventana y un par de toneles. La luz entra cargada de efluvios de huertos y de pinares. Hay feria cerca, y entran aldeanos con varas altas o platican debajo del alpende viendo cómo anda una vaquillona después de tirarle del rabo y palmear sus ancas. “Parece que bien...” “No, algún defecto tiene...” “Te digo que treinta reales menos”. “¡Bah! ¿Treinta cuartos? Eso puede ser, y yo pago el vino... Si hacemos trato por tu marrana”. “A dos duros por teta, ni más ni menos”. “Puede tener catorce tetas y no ser buena madre... Vamos a hablar”.
¿Qué política planificada podría descender a estos pormenores que parecen tan importantes y que, sustituídos científicamente bajo la dirección del Estado, terminaría con ello la vida aldeana, que si no es buena, todavía no conocemos otra mejor?... Los poetas camaradas van a mirarme de reojo. Pero si la guerra de España tuvo un efecto bueno, fué haber sacado a los poetas de los centros abstractos que son las grandes urbes y darles a conocer o recordar las gentes lozanas del campo y del mar y la gracia profunda, insustituíble, de sus trabajos y devociones. La guerra tuvo para ellos un brío vivificador.
* * *
La muerte es un momentito, decía vuestro caudillo Fructuosa Rivera; no la pena, en el amigo que sobrevive, si es Lorenzo Varela:
Para morir juntos yo tenía un camarada.
Era mía su manta,
era suya mi agua.
Yo le lavé la cara:
era suya mi agua.
Y le puse mortaja:
era mía su manta.
Y me quedó sedienta y fría el alma.
Ya lo vengaremos. El día de la ira se acerca. Pronto el despotismo parecerá una monstruosidad antidiluviana. No quiero hablarte ahora de la guerra, que la alegría del sol arroja a distancias infinitas de romance cantado.
Los feriantes han cerrado el trato y entran, sentándose a mi mesa. Voy a participar de su vino. Les preguntaré si conocen al Nubeiro... Sin duda, sería tiempo de que buscase yo una moza para casar, que no sea manca y me deje ir detrás de las nubes... ¿Para qué voy a correr más mundo? Casarme o terminar la carrera de cura. No te frotes las manos, porque no será posible que te venda confesiones de las penitentes...
¿empieza el prologo ?
Voy a terminar la ristreja epistolar por su trenza, que pretende ser la de mi vida, ocupándome de las obras que, según tu plan científico, deben ser trasunto del espíritu del autor en los años juveniles, limitado el campo de observación, por fuerza, a su familia y a los latidos de su sangre. Ello es verdad, pero dudo que lo sea de Arte. Repito que llevado el plan hasta el límite actual, de una primera parte narrativa, y las obras teatrales en una segunda, el conjunto ha ganado en unidad, y ahí debe quedar, si no como un acierto, como un ensayo aleccionador y entretenido. También concedo que te asisten fuertes razones (de ilustres malos ejemplos), al decir en una de tus cartas, lo que no me escuece transcribir textualmente:
“Nunca pude creer que Buscón fuese tan académico y más que Aristóteles, y es que la sotana del seminarista todavía le entorpece los movimientos del alma. Pobrecito Buscón... Mándame tus memorias de seminarista, con latines y todo, que no estarán de más, te lo juro, en tu Recorrido Espiritual y Novelesco del Mundo. Porque yo no hice nada nuevo al injertar dramas y cuentos en el relato de tu vida. ¿No lo hizo Cervantes dando entrada en la Historia del Quijote, con menos oportunidad o justificación, a las novelas del Curioso Impertinente, de la Cristiana Cautiva, y otras? ¿No lo hizo Dickens en las Memorias de Mr. Pickwick? ¿No lo hacen los modernos, desde James Joyce para abajo, con menos mesura y compasión de la tartamudez de los lectores? Ultimamente, quien rechace la amalgama, se quedará con las partes”.
Yo, a mucha honra tartamudo, me quedo con las partes. Sin entrar a juzgar de su mérito, que no debe hacerlo el autor, quiero recoger algo de lo dicho en mis cartas al remitirte esas obras que escribí en mis años de América y mirando la vida dejada atrás, por no conocer la que tenía delante. La vida dejada atrás, mi propia vida y de los míos, es verdad, pero cambiadas las circunstancias de personas y lugares, y de ahí viene mucho del tropiezo al querer refundirlas en un conjunto novelesco. Decía entonces de
castidad
“En ésta y en La Ilusión miro la vida dejada atrás. ¿Vivimos con la cabeza del revés? Parecería que diez años viniendo embalsan el agua de diez años ya idos. En medio de las preocupaciones nacidas en mí al contacto de las costumbres e ideas libres o ingenuas de América, trenzaba mi alma recuerdos de angustia padecida y hecha padecer a los míos bajo la presión de oscura corriente moral, y me dolían tanto como tiempo después me extrañó el casuísmo de la obra mayor (Castidad), pareciéndome hasta de vida ajena y rociada de una pureza de sangre y de dolor que anima en el mismo valle la casa y el monasterio en pasadas edades. Sorprendente cosa, explicable por los desniveles de años en la conciencia colectiva, que cuando para mí el drama se perfumó de modestia lugareña y juvenil encanto, los más llevaban a símbolo su rudeza y sentían acerbamente sus espinas. De cualquier modo que se juzgue, la obra reproduce inocentemente un suceso real, verdadero e increíble; y si gustó, no pudo darse a la escena porque un actor jefe sentenció, después de leída, que pequeñas causas no pueden engendrar grandes efectos en el teatro, el cual, en esta exigencia, se distingue de la novela. Corre, pues, como tal, de la forma dialogada, y si un día le niegan todo albergue de género literario, nunca dejará de ser documento fiel de una vida que, con otras, padeció bajo el yugo solemne de los abuelos. Hay, no obstante, en el fondo de esta moral, cuya importancia no decrece porque se tenga como propia de una raza o de una civilización determinada, un elemento natural irreductible, o lo será todavía en una generación, y es el celo y el pudor egoístas llevados hasta un extremo de escrúpulo místico, en oposición al impulso de amor, más auténticamente natural y contrario”.
el viejo
Parece mentira, pero es también verdad. Buscón aparece en esta obra como personaje arbitral, y lo es, pero también es Julián y Justino y es o será, el padre: no puede pedirse más unidad de familia, y, con todo, es injerto en la novela de Buscón.
Algo quiero repetir de lo que te decía en carta, y que no tomaste en cuenta en ninguno de tus prologuillos. No hace falta que el lector busque lo recóndito, ni está en la obra más de lo que aparece: la ley del retorno. Tema constante de las conversaciones entre hermanos, la discusión de los padres, como un misterio, vienen a conocerlos, cada uno en su día, por la repetición del destino genésico. Puede no aceptarse filosóficamente, pero esa es la obra en compases de vida auténtica.
Lo recóndito es una obsesión del autor, que ahora se declara y podrá ser la raíz de esa verdad trágica de los destinos familiares uniformes. La idea de una involución o desarrollo panteísta es contraria al instinto del hombre y a la ley de la vida, y, por otra parte, nada es más fuerte que la tendencia a la fusión, una como pereza de diferenciarse o temor de caer en no se sabe qué espacio desorbitado y de eterna soledad. Es una obsesión que ha tomado forma de sueño recurrente: en vez de paraíso terrenal se me aparecen derramados en una gran playa desierta grupos de mujeres y de hombres desnudos, que son los primeros padres. No quieren separarse, y unos ángeles graves, blandiendo látigos, los dispersan hacia todos los puntos cardinales de la tierra. De ahí la fuente de melancolía que une y separa por acto de amor, ley de vida que hace todo perecedero. ¿Tendremos algún día la fuerza necesaria para aceptar esta ley alegremente?
Iba a terminar con una broma esta carta, y no puedo.
A Dios
Juan Buscón
DRAMA en tres Actos, el primero con una pausa
Es un comedor de sereno aire rústico, de paredes blancas de cal, avivadas dulcemente por un friso de azul.
Del pontón mediano cuelga una lámpara de pantalla blanca sobre un hule de lozanas orlas verdes y rojas; manzanas y limones rebosan de una canastilla y en el centro expanden las dalias y las rosas de una jarra de policromo esmalte. El reloj exhibe la caja de momia de supuesto ébano y áureos adornos, midiendo las horas solemnemente con su pendolón semejante a una luna. Nada le hace caso. Aturden los pájaros. La atmósfera es apenas sensible. Es una mañana de cristal. Se asoman adentro los montes y las nubes.
Un piano transmite desde una habitación contigua el júbilo de una alborada.
Buscón, en traje de casa, del que resalta la camisa de ancho cuello blando sin corbata, se acerca con visible satisfacción al quieto espectáculo de las ventanas. Su peinado, aún húmedo, disipa la somnolencia de su frente y de sus párpados. La música varía y salta con los acordes de la marcha de Rakoczy. Buscón se vuelve risueño hacia la puerta, que deja entrever a una hermosa joven, cuyo busto exagera graciosamente el mimo de los aires húngaros. Ella se levanta, echa los brazos al cuello del joven, que la recibe con ternura, y se besan.