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«Teseo: Crítica literaria» (1925) es un ensayo de Eduardo Dieste donde el autor aborda diferentes temas literarios como la crítica y la teoría literarias a través de la producción de varios autores, como Florencio Sánchez o Justino Zavala Muniz. Algunos de los capítulos de la obra son «Leyes de la tragedia», «La vida diaria como elemento teatral» o «Leyes de la novela».
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Seitenzahl: 128
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Eduardo Dieste
DIBUJOS DE A. PASTOR
Saga
Teseo: Crítica literaria
Copyright © 1925, 2022 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726682229
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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en preparación
A Enrique Dieste
dedico estas páginas, que son el reflejo de nuestros interminables diálogos, con amor y reconocimiento.
A propósito del libro de Victoria Ocampo.
Hay dos vías para llegar, sin querer, a los umbrales, cuando menos, del pesimismo: los errores del genio y los errores de siglos. La Divina Comedia es una síntesis monumental de las dos vías. Fué Dante y es la encarnación del genio poético de Occidente, y el error de la gran epopeya católica se abre, como ese vacío negro en el cielo estrellado, entre los resplandores del saber antiguo y del moderno, que le son contrarios, cráter del espíritu y de la historia cuya extensión juzgan milagro, no sin causa, las almas piadosas. Genio y grande se necesita para edificar sobre el absurdo lo mismo que para explorar en el misterio, y es menos arena movediza, dada la urgencia del hombre por guarecerse de ardores y borrascas, que las incompletas verdades obtenidas con sangre cada milenio; mientras no se conoce el arte de construir con piedra, se construye con barro, y la civilización lo hace con mentiras cuando no puede hacerlo con verdades. El saber antiguo y el saber moderno ahondan tanto en el misterio que son el misterio mismo; el suelo firme de los dogmas y la luz temblorosa de la fé satisfacen provisionalmente las necesidades activas del espíritu. Provisionalmente: por siglos!
Pocos errores más tremendos para la libertad natural del corazón humano que los fundamentales de la justicia divina en el catolicismo. El silencio de Dios mismo, todopoderoso, que no se presenta a desvanecerlos, hace pensar, sino que no exista o no vea, en su paciencia o indiferencia infinitas. Porque la verdad revelada unas cuantas veces, si lo ha sido alguna, tuvo poca fuerza, y esto es incomprensible, para contener el rico florecimiento de las herejías que brota del desacuerdo de los exégetas de los textos sagrados en sus mismos orígenes y una por cada uno de sus versículos; y no se comprende cómo la manifestación divina puede ser más débil que la evidencia sensible y aún que la resultante de un recto criterio lógico a que deben su gobierno particular las inteligencias más sencillas. Más que por sus ficciones ultramundanas, una religión que viola el instinto natural de lo justo, se hace caduca y execrable. Quizá esto sea excesivo, si puede considerarse que juntamente con otros caracteres antropomórficos la divinidad toma las nociones de justicia propias de la época en que los sistemas religiosos tienen origen y desarrollo. Si bien el derecho romano constituye aún la médula de los códigos nacidos de la gran Revolución, no es menos cierto que su conjunto ha dejado de ser ya la razón escrita, y por muchas de sus instituciones se aleja del moderno más que las Doce Tablas de las Pandectas. Unido al derecho germánico, de suyo exclusivista y cruel, y merced a los buenos oficios de la escolástica, portentosa fábrica de concordancias, levanta el orden jurídico de la Edad Media, de un racionalismo jerárquico perfecto, en cuya cima el Señor de los Ejércitos de la antigua Escritura reasume los atributos imperiales y feudales del poder supremo sobre vidas y haciendas, y así lo sustentan los ideales y empresas de Gregorio VII, de Inocencio III y de Bonifacio VIII; aunque la doctrina de Dante, contraria al poder temporal absoluto de la Iglesia en su tratado De Monarchia, parecería mostrarlo en grave desacuerdo con las corrientes jurídicas de su tiempo, no pasa de ser, como en otros puntos de su humanismo, relativísimo y propio de un espíritu que impulsa la época de transición en que vive: propone una fórmula de compatibilidad y no de oposición, ya que hace manar los derechos imperiales de Dios, de cuya voluntad, dice, son heraldos los príncipes electores, y trata de igualar los dos poderes. El sobre reino de Jehová en la tierra anunciado por los profetas, se cumplía contra Cristo, que deseaba reinar en las almas, fuera del mundo. La montaña triunfaba del collado, el trueno de la Ley de Dios en el Sinaí apagaba los ecos del sermón de amor de Jesús en Galilea. ¿Qué diferencias con Júpiter, armado del rayo, tendría este Dios de horca y cuchillo que sale del encuentro del derecho feudal y de las tribulaciones del pueblo hebreo castigado por las violencias de los imperios vecinos de Asia y Africa? “Vi al Señor que estaba sobre el altar, y dijo: Hiere el umbral, y estremézcanse las puertas; y córtales en piezas las cabezas de todos; y el postrero de ellos mataré a cuchillo: no habrá de ellos quien se fugue, ni quien escape. . .”, se lée en el libro de Amos (IX).
La diferencia existe, y comporta una explicación bastante aceptable, o, por lo menos, clara y robusta, no llevándola más allá de cierto límite, de la hipótesis religiosa, o sea de las posibles relaciones del hombre y del mundo con potencias ocultas de las cuales dependería su ordenada existencia y último destino. El régimen oligárquico del Olimpo y sus pasiones induce a los dioses a mezclarse en los amores y en las contiendas de los mortales que pueden hasta divinizarse por el heroismo. La ramificación de las genealogías y el número de los hechos se extiende tanto, los intereses son tan encontrados, las emociones de los actores tan efectivas y los desenlaces tan imprevistos, que todo lazo de parentesco, roto por los distanciamientos, parece no haber existido nunca, de igual modo que en el seno de la gran familia humana, borrándose con la subordinación de origen la que pudiera haber de poderes y teniendo así los dioses como los hombres la ilusión de una libertad perfecta, que no logra ennegrecer la sombra trágica del sino. Con todo y la animación de la mitología griega, no se puede menos que confesar que esta idea de la fatalidad lo echa todo a perder. Equivale al dogma de la gracia o predestinación que es también el principio capital de la teología católica y de la Divina Comedia.
Aspera invención del Apóstol de los Gentiles, que no pudo haberse convertido totalmente, reflejo de la ira política de los profetas y de su llanto negro, armonizada con la crueldad del derecho, del despotismo y de las costumbres sociales de la Edad Media, y refinada por el discurso tenaz y laberíntico de los Doctores de la Iglesia romana; porque incumplida la vindicación divina de Jerusalén, más alejada después de la conquista de Tito en el año setenta, era preciso, dentro de la más pura intención, filosóficamente, poner de acuerdo los hechos con la autoridad de los libros sagrados, y San Pablo encuentra un medio ingenioso, de tremendas consecuencias para el espíritu religioso de Occidente, en su extraña teoría determinista de la elección por la gracia: los sufrimientos de Israel, provocarían, por celo, la salud de los gentiles en la Ley de Dios, volviendo a los eternos quicios, por emulación y acatamiento de los mismos sojuzgadores, la voluntad divina, que lo había elegido para cabeza del mundo, y así escribe a los romanos: “¿Han tropezado para que cayesen? En ninguna manera; porque de su tropiezo vino la salud a los gentiles, para que fuesen provocados a celos. No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis acerca de vosotros mismos arrogantes: que el endurecimiento en parte ha acontecido en Israel hasta que haya entrado la plenitud en vosotros los gentiles. Y luego todo Israel será salvo. ¿Cuánto más no serán colmados los judíos, cuya falta y menoscabo hicieron la riqueza de los gentiles? He aquí Dios encerró a unos y a otros en incredulidad, para tener misericordia de todos”. Explicada la inconcebible rebelión moral de Israel para con su Dios y su destrucción por los infieles, por medio de la influencia mutua del bien y del mal, véase en algunos otros pasajes de esta misma Epístola a los Romanos qué resonancia trascendental y contornos precisos asume la teoría de la gracia que poblará de dolor y de ventura las eternas jornadas de la Divina Comedia: “Como está escrito: A Jacob amé, más a Esaú aborrecí. Porque no siendo aún nacidos, ni habiendo hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección, no por las obras sino por el que llama, permaneciese. Y si por gracia, luego no por las obras, de otra manera la gracia ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra. Porque sin arrepentimiento son las mercedes y la vocación de Dios”. Para terminar, parodiando a Job, su célebre carta de la Fé: “Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomparables son sus juicios e inescrutables sus caminos!” ¿Inagotable esperanza de un pueblo desventurado? ¿Estratagema de sacerdote? Parece verse al Apóstol construyendo su propia fé sorprendida por el desorden sacrílego de los hechos. Tiene, sin embargo, un aspecto de elucubración pura relacionada con el problema, de suyo práctico, de un orden providencial de la libertad, de hondas raíces en el alma humana y fin general de toda filosofía. Aparte de las citas del Antiguo Testamento hechas por San Pablo, su doctrina puede considerarse un corolario del grandioso diálogo de Job con Dios, como puede corroborarlo un esquema intencionado y completo.
Aquel varón justo de tierra de Hus, herido en su carne y en sus afectos, prorrumpe en quejas contra el autor de los males de la existencia en forma y razón que no ha superado el pesimismo moderno: “Perezca el día en que yo nací y la noche en que se dijo: Varón es concebido! ¿Por qué se da luz al trabajado y vida a los de ánimo en amargura? ¿Cuál es mi fin para dilatar mi vida? ¿Es mi fortaleza la de las piedras? ¿No me ayudo cuanto puedo y el poder me falta del todo? Acuérdate, Señor, que mi vida es viento: Tus ojos sobre mí, y dejaré de ser. La nube se consume y se va. ¿Qué es el hombre para que lo engrandezcas, y pongas sobre él tu corazón, y lo visites todas las mañanas, y todos los momentos lo pruebes? ¿Por qué me has puesto contrario a tí, que a mí mismo sea pesado? ¿Y por qué no quitas mi rebelión y perdonas mi iniquidad? ¿Y cómo se justificará el hombre con Dios? Porque no eres hombre como yo, para que yo te responda y vengamos juntamente a juicio. No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre nosotros ambos. ¿Por qué escondes tu rostro, y me cuentas por tu enemigo? ¿Por qué pleiteas conmigo? Hazme entender mi prevaricación y mi pecado! ¿Parécete bien que oprimas, que deseches la obra de tus manos, y que resplandezcas sobre el consejo de los impíos? ¿Tienes tú ojos de carne? ¿Ves tú como el hombre? ¿Son tus días como los días del hombre, para que inquieras mi iniquidad? ¿A una hoja arrebatada, a una arista seca has de quebrantar? ¿Por qué escribes contra mí amarguras, y me haces cargo de los pecados de mi mocedad? El hombre nacido de mujer, corto de días y harto de sinsabores: que sale como una flor y es cortado; y huye como sombra, y no permanece. ¿Y sobre éste abres tus ojos, y lo traes a juicio contigo? ¿En qué aconsejaste al que no tiene ciencia? ¿A quién has anunciado en palabras el espíritu que de tí sale? Cierto es que hiciste salir a luz lo escondido, colgaste la tierra sobre la nada; más ¿dónde has puesto la sabiduría que el hombre la conociese? El abismo dice: No está en mí. El mar dice: No está en mí. El oro dice: No está en mí. Sólo el infierno y la muerte la conocen y dicen: El temor del Señor es la sabiduría”. Estas son las fuertes razones de Job, que Jehová replica desde un torbellino, en forma que tampoco ha rebasado el optimismo filosófico. “Hazme saber tú: ¿Dónde estabas cuando yo fundaba la tierra? Tú invalidarás mi juicio? ¿Me condenarás a mí para justificarte a tí? ¿No es mío todo lo que hay debajo del cielo?” Sólido razonamiento, sin duda, que también se lée en Isaías: “Ay del que pleiteare con su Hacedor! ¡El tiesto con los tiestos de la tierra! ¿Dirá el barro a quien lo labra: qué haces; o tu obra: no tienes manos?” (XLV, 9). Pero la queja de Job se oye aún más que la de Jehová. Nótese que en medio de su abatimiento ante el poder de Dios, ya descontado en su juicio, la digna tenacidad de aquel varón recto queda en pie, cuando finalmente dice: “De oídas te había oído, más ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en el polvo y en la ceniza”.