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¿Sos realmente tan libre como pensás? En "Libertad Para Gente Inteligente", desafío esta suposición común al argumentar que las influencias externas, como los malos hábitos, las adicciones, las redes sociales y el estrés laboral, pueden restringir drásticamente nuestra autonomía en múltiples aspectos de la vida. Mucho más de lo que imaginamos. A través de una perspectiva interdisciplinaria única, que fusiona la economía, la psicología/neurociencia y la física, presento una estrategia integral para entender y superar estos mecanismos esclavizantes, permitiéndonos alcanzar una libertad más plena como individuos. Esta estrategia se basa en un cuerpo teórico original, desarrollado y perfeccionado a lo largo de años de investigación y trabajo de campo con numerosas personas. Así, "Libertad Para Gente Inteligente" constituye un profundo tratado de filosofía aplicada, respaldado por la ciencia, ofreciendo una síntesis filosófica única llamada Existencialismo Entrópico-Computacional Universal. Una brújula teórico-práctica esencial para navegar con éxito el mundo actual, caracterizado por una invasión sin precedentes de estímulos y distracciones que demandan nuestra atención. Que nos dificulta cada vez más la tarea de desarrollarnos como individuos plenos en una sociedad crecientemente ansiosa, distraída y adicta.
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Seitenzahl: 797
Veröffentlichungsjahr: 2022
Fernández, Juan I. Libertad para gente inteligente : de la cognición a la acción / Juan I. Fernández. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2951-0
1. Neurociencias. I. Título. CDD 153.9
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
“La real libertad es el resultado de la inteligencia”.
Bruce Lee
Creo que tiene sentido empezar todo esto explicando por qué escribí este libro, dado que mi background poco tiene que ver con el género que estoy tratando. Nunca escribí sobre cuestiones de “grandes ideas” o filosofía. Concretamente, si bien he sido siempre un poco ecléctico en mis intereses, mi formación principal es de economista, la cual fue luego complementada con finanzas, y algo de sistemas y management.
Decidí escribir este libro, en primer lugar, porque al recorrer un necesario camino de aprendizaje para sobreponerme a obstáculos específicos, me encontré “evangelizando” espontáneamente a amigos y conocidos sobre estos temas. Muchas veces vi en ellos potencial que se frustra, generalmente por cuestiones absolutamente evitables. Uno detecta en el mundo aquello que ha padecido, incorporado; y, en el mejor de los escenarios, resuelto.
Personalmente, siempre fui curioso con respecto a la motivación, la mejora de los hábitos, la creatividad y el bienestar general. Pero desde un punto de vista teórico-pragmático, y no “etéreo”. O sea, sobre la filosofía, la ciencia y los datos detrás del hecho de sacar el mayor provecho a la vida, básicamente. Atando cabos, este libro no es más que una consecuencia natural de ese proceso.
El asunto es que en la escuela no nos enseñan nada de estos temas. O sea, en programas de educación masiva y formal son cuestiones que se ignoran completamente, sin exageración. Incluso en cursos específicos, en el mejor de los casos, se ve solo una de las facetas de lo que voy a intentar abarcar en este libro. Así, podría decirse que escribo esto porque considero que hay otras personas que pueden beneficiarse de estos aprendizajes que fui condensando con el tiempo. No necesariamente porque no se pueda llegar a estas conclusiones de manera autónoma, pero sí, sobre todo, porque resulta más costo-eficiente armar un resumen interconectado de todos estos “trozos” de conocimiento relevante, para incorporarlos de una manera rápida y efectiva a nuestra vida, y así mejorar nuestra situación personal.
Lo que veremos es un sistema dinámico y general, en el que está todo conectado entre sí. Eso significa que leer sólo una porción va a aportar una menos que proporcional parte del conocimiento que considero necesario, dado que, en este caso, el todo es muchísimo más que la suma de las partes. Personalmente, no encontré un solo lugar que resuma buena parte de ese “todo”.
Además del primer motivo, hay una segunda razón por la cual escribí este libro. Lo hice también porque al empezar a reflexionar sobre estos temas, comencé a cuestionarme qué tan libres realmente somos. Esto se vincula con mi interés por la filosofía y la economía, y mi inclinación hacia las ideas de la libertad. Sin adelantarme a las discusiones que veremos más adelante, y luego de repasar una sucesión de conceptos necesarios, indagaremos en un novedoso y profundo framework filosófico sobre la libertad. Pero será uno que tendrá en cuenta también nuestra biología y la influencia externa que este mundo posmoderno de sobre-estimulación en el que vivimos ejerce sobre nosotros. Creo que eso es necesario porque, retomando alguna noción de filósofos como Hume o Kant, para entendernos a nosotros y cómo interactuamos con el entorno, es realmente necesario tener una idea básica de cómo funciona nuestro sistema nervioso. O sea, la máquina que utilizamos para procesar y navegar la realidad.
Dado que primero tenemos que repasar múltiples conceptos necesarios, el debate filosófico sobre la libertad y la propuesta formal de una nueva postura filosófica se dará bien entrado el libro. Pero no por eso este resulta menos relevante. De hecho, creo que no solo es el tema central, sino que toda la información presente en la primera mitad del libro (funcionamiento del sistema nervioso, hábitos, etc, que podría ser calificada como de “autoayuda”), se plantea así porque es condición necesaria para el desarrollo de las cuestiones filosóficas tratadas en la segunda mitad de este escrito. Es que, sin el dominio de cuestiones básicas como nuestros hábitos, es imposible ser libre. Y justamente de eso se trata el libro.
Con todo, no solo analizaremos a nivel teórico cómo ser más libres, sino que también veremos cómo podemos ejecutar acciones específicas para realmente hacer algo al respecto, y que no quede todo en el terreno de las ideas. Además de eso, también entenderemos cómo y por qué tiene sentido hacer un uso virtuoso de la libertad. Es que no se trata solo de entender qué es y cómo alcanzarla, sino también de saber qué hacer con ella una vez lograda.
Quiero reforzar el hecho de que, si bien todos los conceptos que abordaremos son de naturaleza teórica, son totalmente trasladables a nuestro día a día, lo cual genera un impacto considerable a la hora de interpretar la realidad y determinar qué curso de acción conviene tomar. De alguna forma, podría decirse que mi intención fue retomar el espíritu de la filosofía antigua, que en general tenía como “norte” realizar lecturas de nuestra existencia, pero con el agregado de que todo ese análisis se traduzca en una mejora tangible de lo cotidiano. Es que uno no aprende algo hasta que lo comienza a visualizar y utilizar.
El plato principal del libro, igualmente, no es la aplicación concreta de sus conceptos, sino que ello sería el síntoma de una correcta comprensión de la teoría. O sea, este no es un texto de autoayuda que usa conceptos filosóficos para lograr mayor aplomo; es un libro de filosofía y neuroeconomía que logra funcionar —además— como material de autoayuda. Algo que puede —y debería— ocurrir con prácticamente cualquier pieza de conocimiento relevante que incorporemos a nuestro arsenal intelectual.
Cabe aclarar que algunas secciones tienen contenido original en lo referido a teorías y modelos matemáticos, los cuales son de carácter académico, para formalizar la dinámica de ciertos fenómenos. Entonces, para aquellos a quienes no les asusten los gráficos o las matemáticas (simples), sugiero revisar dicho contenido, ya que ayudará a que todo se comprenda aún mejor. Pero esto no es algo necesario. Se puede navegar el libro e incorporar dichos conceptos de manera clara y efectiva sin que el hecho de ignorar las matemáticas se convierta en un obstáculo.
Volviendo un poco a mi experiencia personal, durante mi niñez hasta lo que sería la primera etapa de la adultez, pasé por un sinfín de altibajos, una alternancia entre situaciones de plenitud, crisis y otros estados intermedios en lo referido a índole profesional, salud, calidad de hábitos, relaciones, etc. De hecho, considero que hay una altísima correlación entre todo, por eso ni vale la pena distinguir cada problema específicamente. Cuando uno está ordenado y con las cosas claras, las relaciones personales y las cuestiones profesionales mejoran sustancialmente de manera conjunta.
Con el correr del tiempo, fue tomando cada vez más protagonismo mi interés en entender cómo es que pasaba de un estado a otro. No comprendía cómo podía ser que pasara de estar motivado, sano, y cognitivamente muy “afilado” a situaciones lúgubres cuando no tenía ganas de hacer ni siquiera esas cosas que más me divertían. Obviamente, tenía todavía menos ganas de entrenar y mantener hábitos saludables en general. Concretamente, dediqué bastante tiempo a leer sobre diversos temas de índole médica, psicológica y de otras disciplinas, para armar una especie de mapa mental lo suficientemente completo como para entender, en todo momento, cómo dar el siguiente paso en la dirección correcta. En la dirección de la libertad, en sentido amplio.
Tuve que indagar, leer, investigar y experimentar por mi cuenta varios años para terminar de armar este sistema y entender lo suficientemente bien cómo funciona. Este entendimiento es necesario para evitar estados indeseables como los que mencioné arriba, pero no solo para eso, sino también para salir de situaciones mediocres y así poder explotar nuestro potencial.
Tal como adelanté anteriormente, a medida que avanzaba en este camino, y más iba comprendiendo esto, más evangelizaba de manera espontánea a amigos y conocidos, particularmente a aquellos en quienes detectaba problemas similares. En dicho proceso confirmé que, además de sentir una inmensa curiosidad por el aprendizaje y debate sobre estos temas, el 100% de las personas tiene cosas para comprender y resolver en este aspecto. Tanto en términos teóricos como prácticos. De hecho, observé que, en general, las personas que tienen una vida menos caótica o más orgánica en términos de relaciones personales y en el ámbito profesional, más aplican los preceptos que abordaremos en el libro, en promedio.
Si analizamos la vida de personalidades destacadas en retrospectiva, es válido decir que estos principios fueron aplicados —en mayor o menor medida— por todos aquellos que hicieron historia en alguna disciplina, como por ejemplo Michael Jordan. Él no había leído este libro cuando jugaba básquet, claramente, pero consciente o inconscientemente practicaba estos lineamientos fundamentales, lo que, sumado a su talento, le permitió ganar seis títulos de NBA y los Juegos Olímpicos, y consagrarse como el mejor jugador de la historia del básquet mundial. En contraste, las mayores tragedias personales de figuras reconocidas se han dado, simétricamente, por desapegarse de estas pautas.
Es una cuestión casi gravitatoria, ya que está vinculada a la manera en la que nuestro cerebro “está cableado” y eso es común a todas las personas.
No estoy queriendo decir que este libro sea la única manera de conocer o aplicar estos principios, ya que buena parte de ellos son relativamente accesibles. El punto es que, para algunos, dada su genética y educación, les es más fácil intuirlos, comprenderlos y aplicarlos… mientras que a otros no. Algunas personas no tienen la suerte de tener padres o mentores que los impregnen de estos conceptos, y de manera clara. La mayoría de la gente no hace esto por no tener la información y/o no comprenderla realmente en detalle.
Dado eso, el objetivo de este libro es democratizar el acceso a estos principios, ya que cualquiera puede aplicarlos. Más allá de tu situación, existen medidas accesibles que podés empezar a comprender y aplicar desde hoy para cambiar drásticamente el curso de las cosas. Te permitirán que —de manera estoica—cada vez dependas más de vos, y, por ende, cada vez dependas menos del azar o cuestiones estocásticas de la vida que no controlás. O sea, de la familia o el contexto que te tocó a temprana edad. Un contexto que no elegimos.
Entonces, la utilidad práctica de este libro resulta dual, ya que puede ser aplicable en distintas situaciones:
a. Puede ser de gran ayuda para aquellos que necesiten desarrollar las herramientas necesarias para lograr alejarse de escenarios extremos de insalubridad mental, como la depresión, los ataques de pánico y/o las adicciones severas; todas cuestiones que generalmente van de la mano.
b. Puede servirle a una persona sana y funcional para optimizar sobremanera su percepción, capacidad cognitiva y will power (motivación), incluso más allá de lo que uno podría creer posible inicialmente.
Estoy convencido de que la mayoría de la gente subestima sus capacidades y el posible impacto o alcance que puede llegar a tener como consecuencia de un desconocimiento del funcionamiento de su cerebro, y ciertas dinámicas macrosociales que se rigen por principios de índole económica y física. En concreto, si son correctamente comprendidos y aplicados, tanto el sistema, como la filosofía que está por detrás del mismo, tendrá lugar un cambio de perspectiva brutal. Mejorará significativamente el entendimiento de un sinfín de aristas que hacen a la dinámica social, y también nuestras capacidades cognitivas. De manera drástica. Así podremos encarar los problemas cotidianos de manera más efectiva, lo cual nos colocará en un sendero crecientemente virtuoso, y nuestra vida será progresivamente más fácil e interesante. Y de manera transversal. O sea, en todas las áreas (salud física y mental, trabajo, relaciones, estudios, etc.). En mi caso, puedo dar fe de dicho impacto.
Para terminar, quiero aclarar que cuando me refiero al sistema, me refiero a un conjunto de insights que se derivan en elementos heurísticos1. Estos son reglas simples y eficientes que se pueden usar para hacer juicios y tomar decisiones de manera efectiva. Por su parte, la recolección de todos los elementos heurísticos conforma una heurística general, que no es más que el paquete completo de conocimiento y creencias que usamos para decodificar y tomar decisiones día a día. Una brújula general.
Mi desafío, entonces, es ayudarte a reconfigurar tu heurística actual, sustituyéndola por una nueva y más eficiente que te ayude a decodificar y operar en tu entorno de manera sustancialmente más efectiva, con el propósito de que puedas ganar grados de libertad como individuo. O sea, ser más libre. Condición necesaria para tener una vida más plena. Para lograr eso, iremos repasando y analizando diversos conceptos, conectando de manera paulatina la teoría con la práctica, para que termines dominando tu situación. En otras palabras: para ir pasando de la cognición a la acción.
Así, sin más para agregar, empecemos.
1 Un ejemplo clásico de un elemento heurístico puede ser el hecho de pensar que los productos caros generalmente son mejores. Como regla general, es algo que funciona, y, por ende, algo que generalmente aplicamos para juzgar o tomar una decisión al respecto. Son algoritmos simples que usamos para tomar decisiones día a día de manera relativamente costo-eficiente.
“Conocerte a ti mismo es el principio de toda sabiduría”.
Aristóteles
Aristóteles, uno de los filósofos más importantes de la historia de la humanidad, es conocido, entre miles de cosas, por la famosa frase que inspiró un sinfín de frases similares luego: “Conócete a ti mismo”. Citarla parece un cliché, pero no lo es. En absoluto. Muchas veces paseamos por la vida como espectadores. No sabemos bien por qué hacemos las cosas, pero las hacemos, como si un ser ajeno estuviera dentro tomando decisiones de manera autónoma. Suena exagerado, pero la realidad es mucho más así de lo que realmente creemos.
En otras palabras, dado que operamos de manera más automática de lo que creemos, no tenemos un buen grado de control de lo que pasa en nuestras vidas. En la mayor parte de las situaciones, solo se trata de un control parcial. Esto implica que no somos del todo conscientes de cómo y por qué reaccionamos, sentimos, deseamos y nos comportamos de la manera en que lo hacemos. Entonces, conocerse a sí mismo —en términos aristotélico-socráticos—, lejos de ser un cliché, es algo a lo que deberíamos aspirar, simplemente porque sin ello no podemos tener control de nosotros mismos. Por definición.
¿Cómo se logra esto? A través de la metacognición, que no es más que la habilidad de reflexionar sobre los propios procesos cognitivos. Esta es de las habilidades más relevantes y evolucionadas de nuestro cerebro: nos da la consciencia de nosotros mismos, y nos da el potencial de actuar de manera no-impulsiva. O sea, gracias a ella somos capaces de alcanzar estados de lo que los filósofos griegos llamaban “apatheia”, en los cuales la mente se encuentra totalmente libre, sin la perturbación de la ansiedad o las pasiones terrenales.2 La medida justa entre el exceso y la deficiencia. Sin metacognición es virtualmente imposible alcanzar esos estados. Por eso resulta tan relevante.
Cabe mencionar que la frase que probablemente mejor sirva a este concepto de metacognición es la de Descartes: “Cogito ergo sum” o “Pienso, luego existo”. Esta afirmación es un ejercicio metacognitivo por excelencia: es el mismísimo Descartes reflexionando sobre su propia existencia y cómo su proceso cognitivo resulta una condición necesaria para ella. Existe porque piensa... y eso es pensado “desde afuera”, o sea, metacognitivamente. En otras palabras, se trata de un ejercicio mediante el que uno se abstrae de la propia cognición y la analiza desde lejos, haciendo una especie de “zoom out”. Sería la cognición de la propia cognición. Algo así como la cognición al cuadrado.
De hecho, la capacidad de reflexionar y ser conscientes de nuestros propios pensamientos es fundamental en nuestra identidad como seres humanos. Este rasgo es uno de los elementos más importantes a la hora de diferenciarnos de otras especies, y ha sido crucial en nuestro desarrollo cognitivo y cultural. Es que la metacognición nos permite un grado de introspección sustancialmente mayor, además de planificar, tomar decisiones informadas y adaptarnos de manera más flexible a nuestro entorno. O sea, muchas de las cosas que han explicado nuestro éxito como especie.
Dado esto, es evidente que resulta imprescindible que seamos capaces de cuestionar nuestro entendimiento de nosotros mismos y de nuestra realidad. Para describirlo mejor, se me viene a la mente una de las entrevistas más famosas a Richard Feynman, el famoso y laureado físico, que hizo para la BBC: hay múltiples niveles posibles de entendimiento de un fenómeno; por ejemplo, todos entendemos que el hielo es resbaloso con un grado de comprensión bajo, aunque lo suficientemente alto como para no pretender no resbalarnos en él. El punto es que, si prestamos atención, realmente no comprendemos la realidad a un nivel fundamental: en la mayoría de los casos no sabemos exactamente por qué el hielo resulta resbaloso y otros sólidos no, no podemos explicarlo en detalle. Eso implica un nivel de comprensión superficial que, si bien generalmente es lo suficientemente bueno como para la vida cotidiana, a veces simplemente no alcanza. Sobre todo, cuando queremos dar un salto de calidad que requiere refinar esa pieza de conocimiento.
Lo mismo ocurre con el entendimiento de cómo funciona nuestro propio sistema nervioso. Entendemos que este depende de impulsos eléctricos, posiblemente sepamos que existen químicos como la dopamina o la serotonina que influyen en nuestro bienestar o estado de ánimo, que comer y dormir “bien” es bueno, y que tomar sol nos da vitamina D y nos hace sentir mejor. También sabemos que la comida chatarra y las redes sociales no son buenas para nosotros y que son potencialmente adictivas, y otro sinfín de cuestiones. Ese entendimiento con un nivel de comprensión “promedio”, si bien nos permite operar a un nivel razonable, muchas veces nos priva de ver lo que realmente está detrás de las decisiones que tomamos... y cómo es que llegamos a situaciones, en muchos casos, extremas. Con esto me refiero a ataques deansiedad, ataques de pánico, depresión, etc. O sea, conductas o estados no-sanos, que incluso pueden agravarse lo suficiente como para terminar en lo que comúnmente se denominan “adicciones”.
En este libro, mi primer objetivo es que entiendas cómo funciona el sistema de recompensas del cerebro, ya que es una condición necesaria para que comprendas mejor lo que está detrás de las decisiones que tomás, y, de esa manera, puedas alterar conscientemente el curso de las cosas. Subrayé el “conscientemente”, porque, justamente, el desafío es concientizar mucho de lo que ocurre a un nivel subconsciente, para no ser presos de nuestro “sistema autónomo”, sino saber entenderlo, interpretarlo, y así, utilizarlo a nuestro favor. Todo para no quedar a merced de la parte más primitiva de nuestro cerebro, que —como veremos más adelante— en realidad no está correctamente adaptada al entorno posmoderno que hoy nos rodea.
Eso no es trivial, ya que sabemos que hay una infinidad de casos en los que las personas terminan en situaciones a las que ni siquiera saben cómo llegaron. O, peor, creen que saben cómo llegaron, pero en realidad no. Por eso Carl Jung dijo la siguiente frase: “Hasta que no hagas consciente al inconsciente3, va a dirigir tu vida y lo llamarás destino”. Esta es una frase muy poderosa, y al igual que la de Sócrates, son conceptos fundamentales que hacen al leitmotiv de este libro.
Nuestra mente es un algoritmo que, en buena medida, se encarga de dirigir el curso de nuestra vida, y se puede entender lo suficientemente mejor como para poder tomar decisiones sustancialmente mejores, y todo a un costo razonable de tiempo y esfuerzo. Por eso creo que vale la pena hacerlo. De hecho, este libro no es más que un intento de hacer un poco más costo-eficiente dicho proceso de autoconocimiento como llave para navegar la realidad de manera más efectiva, independientemente de tus intereses o situación particular. El cambio entre no aplicar el sistema y aplicarlo de manera correcta es tan grande que resulta, a mi juicio, proporcional al cambio entre una misma persona en estado de ebriedad y sobria. El nivel de percepción y capacidad cognitiva de la persona sobria es brutalmente más elevado que el de la ebria, manteniendo todo el resto constante; es inapelable. Sin aplicar el sistema ni entender los conceptos fundamentales de cómo funciona nuestro sistema nervioso y, particularmente, nuestro sistema de recompensas, estaremos “ebrios” frente a la posible sobriedad que trae el hecho de alinearnos a estos principios. O sea, la oportunidad de mejora es gigante, diría imposible de dimensionar desde este “estado de ebriedad” en el que la mayoría estamos o estuvimos. Mi hipótesis, entonces, queda en línea con una de las famosas tesis de Jean-Paul Sartre: subestimamos sistemáticamente nuestras capacidades, y, por ende, nuestra libertad potencial, principalmente por no cuestionar metacognitivamente nuestro entorno. No poder o no querer cambiar de perspectiva.
Imaginen una persona que nació ebria y se mantuvo ebria durante toda su existencia. Sería prácticamente imposible que entendiera cómo se percibe el mundo desde un estado de sobriedad, ¿no? Por eso es necesario que, antes de juzgar cognitivamente esto, entendamos el concepto de metacognición. Es la herramienta adecuada para hacer este salto de fe, para cambiar nuestra perspectiva, y empezar a incorporar los principios fundamentales para aplicar el sistema.
Esto es análogo a la famosa alegoría de la caverna4, en la cual Platón señala las limitaciones de la cognición ante la falta de información. Sin cuestionar metacognitivamente la cognición, dado el conocimiento que tenemos en un momento dado, es imposible comprender de lo que nos perdemos, lo que está afuera, lo que realmente pasa. Por eso la metacognición es tan importante. Se trata de poner en perspectiva nuestros saberes y creencias, lo que creemos que sabemos, para que el conocimiento no sea autolimitante.Porque, por definición, no sabemos lo que no sabemos. Ergo, siempre puede haber algo ahí afuera que no sepamos, y, por ende, que pueda cambiar todo lo que creíamos que sabíamos.
Eso implica que constantemente está latente la posibilidad de estar equivocados. De hecho, revisando históricamente a nivel especie, prácticamente siempre lo estuvimos. A lo sumo, fuimos acercándonos a la verdad, reemplazando teorías erradas por otras menos erradas de manera sucesiva (Ej.: transición de Newton a Einstein) logrando así estar paulatinamente cada vez menos errados. El propio John von Neumann, posiblemente una de las personas más brillantes que pisó la Tierra, dijo: “La verdad es demasiado complicada como para permitir algo más que aproximaciones a ella”. Imposible resumirlo de mejor manera.
Más allá de eso, el problema no es necesariamente estar errado, porque no podemos no estarlo, por definición, sino que el problema aparece cuando la ilusión del conocimiento nos impide aprender algo nuevo. Hay una frase excelente de Stephen Hawking que dice: “El peor enemigo del conocimiento no es la ignorancia, sino la ilusión de conocimiento”. ¿Por qué? Simplemente porque cuando uno no tiene información sobre algo generalmente tiene una postura más abierta a recibir conocimiento sobre ello, mientras que cuando uno cree que sabe algo, suele tener una postura más escéptica a recibir nueva información, sobre todo cuando esta no es compatible con aquello que creíamos saber.
Estamos cableados así, la nueva información no compatible con nuestro sistema de creencias nos genera una disonancia cognitiva, un ruido que no nos gusta. Esto también está vinculado con una frase del famoso escritor y amigo de Einstein, Mark Twain, que decía: “Es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada”. Esto es así justamente porque el engaño se ejecuta sobre defensas cognitivas más bajas. En cambio, despertar de un engaño implica batallar contra defensas cognitivas más elevadas, porque la disonancia cognitiva que genera el hecho de darse cuenta de que uno estaba equivocado puede ser algo indeseable para el individuo, y es posible que genere un impacto negativo sobre su ego. Entonces, en la mayoría de los casos resulta preferible desechar la nueva información para ahorrar energía mental (porque pensar es un proceso difícil que demanda energía), y además para preservar su ego.
Mucha gente ata su identidad al conocimiento, o la apoya sobre su sistema de creencias. Esto es peligroso, porque en la medida que nueva evidencia atente contra esas cosas sobre las cuales apoyamos nuestro ego, este de alguna manera estará siendo amenazado. Eso para muchos es intolerable. Entonces, consciente o inconscientemente, se decide desechar la información y no aprender algo nuevo. Por eso el mindset para leer este libro debería ser exactamente el opuesto a ese.
2 Vale la pena mencionar que también existe otro concepto similar, la ataraxia, que es cuando la mente se encuentra relajada, en reposo. Libre de ansiedad y/o estrés. Es similar, pero no exactamente igual. Cabe mencionar que los estoicos no tenían a la ataraxia como un fin último, pero sí como algo necesario para alcanzar la eudaimonia, que se produce cuando el humano llega al estado de mayor plenitud, de virtuosismo, alineándose con su naturaleza y su entorno. Por el contrario, los epicúreos (otra escuela filosófica helénica) sí tenían a la ataraxia como fin último, dado que su filosofía consistía en la búsqueda del placer moderado y el alejamiento del dolor. Y ese alejamiento del dolor consiste, entre otras cosas, en evitar cosas que nos generen estrés o ansiedad. O sea, elementos que perturben nuestra paz mental y dificulten la ataraxia.
3 Quiero aclarar que en este libro identificaremos el término “inconsciente” con aquellos procesos que corren en segundo plano en un momento dado, de los cuales no somos conscientes. Esto puede solaparse con la terminología de algunas escuelas de psicología, como el psicoanálisis, pero puede no significar exactamente lo mismo. Sugiero siempre tener en cuenta la acepción que pretendo dar en este libro a dicho término, e ignorar si otros le han dado otro significado. Sobre todo, a fines prácticos de interpretar correctamente mi intención como autor. Así, considero poco relevante, en términos utilitaristas, una potencial discusión sobre las diferencias entre las acepciones de dicho término en este libro y en otras escuelas.
4 La alegoría de la caverna es una explicación metafórica de Platón de su libro La República. Esta busca ilustrar la situación en la que se encuentra el ser humano respecto del conocimiento. Concretamente, aquellos que no han salido de la caverna permanecen en una situación de ignorancia, ya que interpretan —con las herramientas que tienen— la realidad en base a una experiencia sensorial y una educación limitada, que ofician como techos para el conocimiento. Por el contrario, en caso de lograr salir de la caverna, se logra una perspectiva nueva. Una contemplación del mundo real y verdadero que implica la superación de la situación de ignorancia.
“La experiencia sin teoría es ciega”.
Immanuel Kant
Antes de zambullirnos en esta primera parte, cabe aclarar que mi objetivo para esta sección —e incluso para todo el libro en general— no es entrar en detalles irrelevantes, por lo que voy a proceder a simplificar el contenido —con el riesgo sobresimplificar— en algunos casos. Esto se dará así principalmente por dos motivos:
No soy neurólogo, tampoco psiquiatra, por lo que mi conocimiento sobre el tema no es el de un profesional, a pesar de haberme instruido. Es un sistema complejo que requiere años de estudio formal. Incluso los expertos solo dominan alguno/s de los múltiples aspectos que determinan nuestra cognición y acción. La complejidad del asunto y la infinidad de variables implicadas hacen que la materia en cuestión necesariamente tenga que ser simplificada.
Mi idea es darte la cantidad de información óptima, tal que puedas entender lo que quiero hacerte llegar a través de este libro. Para eso no hace falta entrar en mayores niveles de comprensión fisiológica que los que expondré. Al menos yo lo considero así. Eso no implica que no sea útil entender más. Aprender de nuestro entorno siempre es algo positivo, pero no necesariamente el mejor uso de nuestro tiempo en términos del costo de oportunidad.
Además, la idea no es detenerse en detalles innecesarios, sino llegar lo más rápido posible a la parte divertida y útil del libro, que es la segunda mitad ¿no?
Habiendo aclarado esto, empecemos.
“Pensar sobre nuestros pensamientos tiene que ser el principal ingrediente de cualquier práctica educativa empoderadora”.
Jerome Bruner
Esta parte del libro es crucial. Es necesario entender, aunque sea de manera muy básica, qué pasa con nuestro cerebro cuando tomamos decisiones o nos exponemos a distintos tipos de estímulos. Lógicamente, si queremos cambiar un output o un resultado, tenemos que cambiar un input. Este está conformado por los estímulos que recibimos, dado el diseño de nuestra anatomía, algo en lo que tenemos de limitada a nula incidencia.
¿Cómo es esto? Básicamente, no podemos cambiar la anatomía y el funcionamiento de nuestro cerebro, por ahora. Tenemos lo que tenemos. Tampoco controlamos demasiado cómo reaccionamos a los estímulos que recibimos en tiempo real. Hay respuestas inconscientes que no controlamos o controlamos de manera limitada y a un costo enorme. Por ejemplo, no tenemos demasiado control sobre cómo una canción nos hace sentir y/o los recuerdos que ella puede disparar en nosotros. Tampoco podemos evitar tener ganas de tomar nuestro helado favorito si lo tenemos enfrente en una tarde calurosa de verano; hay respuestas inconscientes a esto último: muy posiblemente experimentemos una incrementada salivación, por la anticipación a la recompensa que generaría tomar ese delicioso helado.
Lo que sí podemos hacer con nuestro cerebro es entrenarlo, alimentarlo bien, y tener cierta capacidad de elegir a qué situaciones o estímulos queremos exponerlo. Por ejemplo, si queremos evitar tomar un helado, es más efectivo no exponernos a la tentación no entrando a la heladería. A la hora de minimizar la tentación, evitar ver el producto de cerca resulta más efectivo que entrar y decidir no tomar un helado con uno enfrente. No podemos controlar nuestra reacción una vez que tenemos el disparador frente a nosotros, pero sí podemos controlar nuestra exposición al disparador del estímulo.
Este es un insight muy básico, pero no por eso menos poderoso. De hecho, para los que vieron El Señor de los Anillos (spoiler alert), es un asunto crucial. Los personajes de la Comunidad del Anillo más sabios y poderosos evitan, siempre que pueden, tener contacto directo con el anillo, e incluso con el Palantir —donde ven a Sauron, pero a su vez Sauron también los ve a ellos—. ¿Por qué? Porque son lo suficientemente sabios para saber que no pueden controlar la tentación cuando tienen enfrente aquello que la provoca, entonces evitan el contacto en primer lugar. Es una manera más efectiva de evitarla. Esto es un ejemplo de un ejercicio metacognitivo, mediante el cual uno se abstrae de la propia cognición y la analiza desde lejos. Como ya mencionamos, la metacognición puede resolver problemas que la cognición no puede o es menos probable que resuelva. El control de los impulsos y las tentaciones es uno de ellos. De nuevo, basta ver el caso de Gandalf y Pipin en lo que respecta al Palantir.
“No te tomes tan en serio. Solo eres un primate con un plan”.
Naval Ravikant
Todas las emociones están reguladas por el sistema límbico, que se conoce comúnmente como “cerebro emocional”. Sus estructuras se encargan de manejar las respuestas emocionales, la memoria y el aprendizaje. Está ligado a la corteza cerebral, que a su vez está vinculada al razonamiento, la reflexión y la planificación. De esa interacción deviene nuestra capacidad de controlar —hasta cierto punto— nuestros movimientos y emociones en general. Además, este sistema cumple un papel fundamental en las reacciones fisiológicas que tienen lugar ante ciertos estímulos a los cuales nos vemos expuestos. Por ejemplo, ante una situación que nos provoque miedo, nos mantendrá en estado de alerta.
Con respecto al aprendizaje, el sistema límbico actúa como un juez que determina lo que merece ser aprendido y lo que no vale la pena, dependiendo de las emociones que haya disparado la situación (por ejemplo, placer o dolor). O sea, del sistema límbico depende el modo en el que se aprende el valor positivo o negativo de una experiencia, lo que implica que es una región fundamental en lo que refiere a cómo moldearemos nuestra personalidad.
En cuanto al vínculo del sistema límbico con la memoria, y en relación con lo anterior, la amígdala (parte del sistema límbico) les da contenido emocional a nuestros recuerdos, lo cual provoca que aquellos recuerdos con componentes emocionales fuertes tiendan a perdurar más. O sea, el contenido emocional determinará, en buena medida, cuáles recuerdos guardaremos y cuáles no. Cabe mencionar que una amígdala dañada puede producir agresión, irritabilidad, pérdida de control de las emociones, déficit en el reconocimiento de las emociones —especialmente miedo—, etc.
Por su parte, el hipocampo, otra región del sistema límbico, está relacionada con la memoria episódica5, la navegación espacial y la neurogénesis, que no es más que la creación de células neuronales. Daños en el hipocampo derivan en problemas de memoria y de orientación (memoria espacial).
Otro órgano del sistema límbico es el hipotálamo. Su principal función está vinculada con la homeostasis, un fenómeno —en el cual profundizaremos luego— que consiste básicamente en mantener el balance interno en lo referido a temperatura, presión arterial, ritmo cardíaco, apetito, sed y actividad sexual. Esta área juega un rol importante en lo que tiene que ver con regulación del estrés y la sintetización de inputs provenientes de otras partes del cerebro, además de responder a un espectro de estímulos como la luz, aromas, estrés y excitación. Cuando el hipotálamo no funciona bien, puede tener lugar un comportamiento agresivo, sensación de estrés agudo, hipotermia, hipertermia, fatiga, pérdida o ganancia de peso, y/o desequilibrios en los niveles de deseo sexual.
Por último, cabe mencionar al ganglio basal, núcleo responsable del control motriz, así como también de funciones ejecutivas, pero fundamentalmente de los movimientos voluntarios realizados de manera inconsciente, los cuales involucran al cuerpo entero en tareas rutinarias. Esto incluye movimientos oculares, balance, postura, etc. Daños en el ganglio basal pueden resultar en temblores, movimientos musculares involuntarios, y postura anormal (vinculado a enfermedades tipo Parkinson o Huntington). Uno de los aspectos más relevantes de esta parte del cerebro es que está vinculada con comportamientos cognitivos y emocionales, y, por lo tanto, con la formación de hábitos y comportamientos adictivos. Por eso juega un rol en el sistema de recompensas, como veremos más adelante.
5 La memoria episódica (ME) forma parte de los sistemas de memoria declarativa. Se considera como aquella de los sucesos experimentados de forma personal, o sea la memoria del «¿qué?», «¿dónde?» y «¿cuándo?» ocurrió cierto suceso de la experiencia personal. O sea, memoria sobre eventos específicos con un nivel de detalle significativo.
“Nada es tan difícil como no engañarse a sí mismo”.
Ludwig Wittgenstein
Los seres humanos procesamos nuestro entorno y decidimos qué hacer utilizando nuestro sistema nervioso. En él existe lo que comúnmente se conoce cómo sistema de recompensas. Forma parte del sistema límbico previamente descripto. No es más que un sistema autónomo, un tanto primitivo (aunque paradójicamente evolucionado) que usamos como compás para navegar la realidad, la cual es un entorno dinámico. Básicamente, este sistema nos ha permitido sobrevivir durante millones de años, lo que implica que no se puede dudar de su efectividad como herramienta de supervivencia. Por este motivo no vamos a criticarlo desde ese ángulo, ya que parece ser bastante necesario para asegurar nuestra existencia. Al menos por ahora.
El asunto es que este sistema de recompensas es lo que nos motiva a movernos, a hacer lo que hacemos. Entonces, resulta sumamente relevante entenderlo en detalle, porque esa es la llave para hacer lo que queramos hacer, y no estar presos de él. Es que el no comprenderlo implica que actuaremos en función de él de manera reactiva y, justamente, el desafío es invertir esa causalidad. Queremos operar de manera proactiva, no reactiva. Controlar nuestro destino, y no ser prisioneros de lo que nuestro sistema de recompensas en su estado actual nos permite. Queremos apuntar nuestro sistema de recompensas en la dirección que queramos, para movernos hacia el destino elegido, y no que este elija un destino por nosotros, de manera autónoma.
Para que se vea más claro, sugiero revisar este simple esquema:
Hoy: Sistema de Recompensas (Exógeno)6 Accionar (Reactivo) Resultados (Subóptimos)
Mañana: Accionar (Proactivo) Sistema de Recompensas (Endógeno)7 Resultados (Mejores)
Hoy tenemos un sistema de recompensas que determina nuestro accionar. Reaccionamos a él de manera reactiva, y luego obtenemos resultados. El objetivo de este libro es, como adelanté recién, invertir esta ecuación. Es tomar un curso de acción específico con tal de alterar la dirección en la cual apunta el sistema de recompensas, luego de entender cómo este funciona. Eso nos permitirá redireccionar todo lo que hacemos, dando la posibilidad de obtener resultados radicalmente mejores.
La dopamina es un neurotransmisor que tiene un papel fundamental en múltiples funciones de nuestro cerebro y cuerpo en general. Funciona como un “mensajero químico” que ayuda a comunicar neuronas. Es liberada por el hipotálamo cuando recibimos o esperamos una recompensa. Una correcta dosis de ella es clave para estar de buen humor, lo cual, a su vez, es sumamente importante para aprender, planificar y ejecutar tareas desafiantes. El nivel de foco, motivación y felicidad que tenemos depende, en buena medida, de nuestros niveles de dopamina y de la salud de los receptores de ella. En caso extremo, cuando recibimos una dosis muy elevada, podemos experimentar una sensación de euforia, manía y alucinaciones. Por el contrario, en los momentos cuando nos falta dopamina y/o nuestros receptores pierden su capacidad para recibirla, podemos sufrir algunas de las siguientes consecuencias:
• Estado de alerta reducido,
• Dificultad para concentrarse,
• Menos motivación o entusiasmo,
• Dificultades para la coordinación y el movimiento,
• Depresión.
Dado esto, resulta evidente que gozar de sanos niveles de dopamina es algo crucial para evolucionar como individuos.
Un punto para destacar es que no siempre es necesario recibir la recompensa, sino que la propia anticipación de esta ya alcanza y sobra para generar dopamina. Un ejemplo de esto podría ser el momento en el que estamos yendo a comprar un ítem que deseamos con ansias: nos ponemos inquietos, más activos que de costumbre. La dopamina ha hecho lo suyo. Otro caso ejemplar puede ser el de una persona que pasa por la puerta de su panadería favorita. No hace falta que consuma las deliciosas galletas que hay adentro. El mero hecho de pasar cerca del recinto, y tal vez oler desde afuera los aromas que lo transportan mentalmente a las galletas, harán que el cerebro libere cantidades de dopamina, adelantándose al placer inminente.
Ahora, supongamos que al ir a la panadería y preguntar por las galletas, el vendedor le comunica que ya no hay más stock y que deberá esperar hasta el día siguiente. Esto será una “mala noticia”, ya que el cerebro se había estado anticipando a esas galletas por un rato, liberando dopamina. Así, la noticia posiblemente empeore su humor, ya que hundirá los niveles de dicho neurotransmisor. Eso, a su vez, incrementará la necesidad de conseguir dopamina de alguna u otra manera, ya que estará necesitado de ella, por lo que tendrá mayores incentivos para salir a buscar galletas parecidas a otro lugar.
El sistema de recompensas tiene una memoria excelente. Si en algún momento algo o alguien logró disparar niveles de dopamina elevados en nosotros, nunca nos olvidaremos de ello.8 Por eso, generalmente intentaremos reproducir con ansias dicho nivel de placer o excitación. De esto claramente deviene la obsesión o fijación sobre el hecho de conseguir determinados ítems específicos, como una cerveza o nuestras galletas favoritas: estaremos queriendo recrear el pico de dopamina que alguna vez dispararon en nosotros.
Más allá de nuestra sensación de bienestar o placer, la dopamina también está involucrada en otros procesos de nuestro cuerpo, como la circulación sanguínea, digestión, funciones ejecutivas, funcionamiento del corazón y riñones, memoria y foco, procesamiento del dolor, funciones motoras, función pancreática, respuestas ante el estrés, la búsqueda de placer, y la regulación del sueño. Por ejemplo, con respecto a este último ítem, la privación del sueño puede provocar menores niveles de dopamina al afectar a la baja la cantidad de receptores de dopamina por la mañana. Paradójicamente, a su vez, la falta moderada de dopamina puede provocar sueño o un estado de somnolencia, y en el extremo, la muerte.
Con todo, la dopamina tiene un rol fundamental en nuestro humor, sensación de placer y motivación para movernos y hacer actividades, además de tener gran incidencia en funciones neurológicas y cognitivas. Más allá de esto, es importante destacar que la dopamina no actúa sola. También hay otras hormonas y neurotransmisores9, como el cortisol y la serotonina —respectivamente— que tienen incidencia en elementos previamente mencionados.
Además de la dopamina, existe otro neurotransmisor muy relevante que está vinculado a nuestro estado de ánimo y sentido de bienestar general: la serotonina. Esta, si bien se puede incrementar con acciones puntuales, es un poco menos inmediata; es más difícil de generar.
¿Cuál es su función? Ayuda a regular nuestro humor y genera una sensación de bienestar cuando se encuentra en niveles óptimos. Además, interviene en la regulación de nuestra digestión y apetito, estabiliza nuestro ritmo circadiano y mejora las funciones cerebrales. Cuando nos sentimos bien y más confiados por haber pasado una prueba o algo difícil y desafiante, por ejemplo, se debe principalmente al efecto de la serotonina. También cuando estamos relajados en una playa tomando sol y sentimos paz, esta interviene, ya que experimentamos una sensación de bienestar que, si bien está relacionada con los sentidos, en realidad va un poco más allá. Se trata de una sensación un poco más etérea. Por otro lado, la serotonina nos ayuda a controlar nuestros impulsos y a tomar mejores decisiones, siendo así una pieza fundamental para aprovechar nuestras funciones cognitivas más elevadas vinculadas a la planificación, algo crucial para nuestro bienestar a largo plazo.
¿Qué pasa cuando tenemos poca serotonina? Básicamente, nada bueno. Sentimos:
• Ansiedad
• Agresividad
• Aletargamiento
• Falta de motivación, inclusive con actividades que comúnmente uno disfruta
• Comportamiento impulsivo
• Insomnio
• Irritabilidad
• Bajo autoestima
• Falta de apetito
Queda claro que no resulta para nada bueno tener bajos los niveles de serotonina. Entonces la pregunta es ¿qué podemos hacer para mejorar estos niveles?
• Ejercicio físico
• Exposición a luz brillante, preferentemente solar
• Aire fresco con buenos niveles de oxígeno (ej.: playa, bosque)
• Masajes
• Meditación
• Ingerir alimentos que ayuden a incrementarla, como el salmón rosado, queso, leche, cacao, huevos, frutos rojos, etc.
Dados los beneficios de gozar de buenos niveles de serotonina, queda claro que vale la pena trabajar para mantenerla allí. El asunto es que es evidente que no hay mucho que innovar a la hora de actuar para ello. Eso solo se logra teniendo una vida sana: estando en un hábitat sano, comiendo sano, y teniendo hábitos saludables en general. No hay vuelta que darle. Sé que el mensaje de fondo “si tenés una vida sana, te vas a sentir mejor y es más probable que te mantengas sano” resulta trivial, pero no por eso deja de ser cierto ni deja de ser el camino a seguir. Más allá de eso, a medida que avancemos en el libro voy a ir explicando en detalle de dónde sacar la motivación para tener una vida en la que abunde la serotonina. O sea, tener una vida “aburridamente sana”.
6 Exógeno significa que no lo determinamos nosotros. No depende de nuestra voluntad, sino que es algo que viene dado, afectando nuestra existencia sin control por parte nuestra.
7 Endógeno significa que depende de algo que sí determinamos nosotros de manera directa. Está bajo nuestro control.
8 Esto es algo en lo que profundizaremos más adelante en el libro.
9 La diferencia principal entre las hormonas y los neurotransmisores es que estos últimos son químicos provenientes de las neuronas que sirven como comunicadores de neuronas en el cuerpo. Por su parte, las hormonas son químicos secretados por las glándulas endócrinas para enviar mensajes al cuerpo a través del torrente sanguíneo.
“Crecemos en directa proporción con la cantidad de caos que podemos sostener y disipar”.
En términos generales, la homeostasis es un mecanismo compensatorio que tiene un ser o agente para mantener cierta estabilidad a pesar de los cambios ocurridos en el entorno. A nivel biológico, claramente el sistema vinculado con el equilibrio de la temperatura corporal es de índole homeostático, ya que nuestro cuerpo mantiene una temperatura relativamente constante a pesar de que esta cambie en el exterior. La temperatura de nuestro ambiente puede variar, por ejemplo, de 5 °C a 35 °C, o sea, una variación absoluta de 30 °C. Sin embargo, con la misma ropa encima, la temperatura de nuestro cuerpo posiblemente no varíe más que 1°C o 2°C, o incluso tal vez no se altere, porque el cuerpo tiene mecanismos para amortiguar estos cambios externos.
Más allá de este ejemplo obvio para ilustrar qué es la homeostasis y para qué sirve, a nivel general hay otros mecanismos homeostáticos en nuestro cuerpo. De hecho, los psicólogos utilizan muchísimo este concepto para su campo. En caso de ocurrir un desbalance en nuestra homeostasis “psicológica”, se va a producir, por ejemplo, una necesidad específica, que tendrá que ser satisfecha de alguna manera para restaurar dicho balance, a corto plazo. Supongamos que una persona se encuentra supremamente aburrida (deseo de más dopamina). Ese aburrimiento le generará cierta ansiedad, o sea, una motivación para buscar estímulos en su entorno. Esto implicará, por definición, una alteración en su estado de ánimo. Ese desbalance la empujará a buscar estímulos. Una vez encontrado uno, dada la motivación para escanear el entorno, la ansiedad se calmará —al menos por un rato—, lo que la devolverá al balance original. Esto es, básicamente, un mecanismo homeostático a corto plazo.
El asunto es que existen distintas maneras de satisfacer dicho desequilibrio. Algunas mejores que otras, sobre todo de cara al mediano y largo plazo. ¿Cómo es esto? Muy simple. Supongamos que tenemos hambre luego de una jornada intensa de trabajo y ejercicio físico. Ese apetito nos empujará a buscar maneras de conseguir alimento para satisfacerlo. Sin ese apetito, no habría motivación para alimentarnos, ¿no? El punto es que no es lo mismo satisfacerlo con comida sana que con comida chatarra. La comida sana posiblemente sea menos estimulante, pero será suficiente para satisfacer —en condiciones normales— la ansiedad. Luego de comerla, se recuperará el balance homeostático. Por el contrario, si cada vez que se despierta nuestro apetito, lo satisfacemos sistemáticamente con comida chatarra, a pesar de estar restaurando el balance homeostático en el corto plazo, vamos a estar generando un desbalance homeostático en términos dinámicos. A futuro. El motivo: la comida chatarra es adictiva, sobre-estimulante. Eso implica que genera altos niveles de dopamina en el cerebro. Entonces, cuantas más dosis de comida chatarra consumamos, más se va a acostumbrar nuestro cuerpo a estos violentos y anómalos shocks de dopamina. Eso hará que, poco a poco, el cuerpo se acostumbre a ellos y cada vez que tengas hambre sea más factible que quieras comida chatarra.
Lo que está detrás de esto es un principio que veremos un poco más adelante, pero te lo voy resumiendo: cuanta más dopamina le demos al cerebro, más dopamina necesitará después para llegar al mismo nivel de placer. O sea, para calmar la ansiedad. De esta manera, en la medida que siempre estemos incrementando la cantidad de dopamina recibida en el cerebro, más difícil y costoso será calmar la ansiedad, es decir, devolver al cuerpo y la mente a una situación de balance homeostático. Por eso es tan importante mantener una rutina saludable.
“Nunca podrás obtener suficiente de aquello que no necesitas, porque lo que no necesitas no podrá satisfacerte”.
Dallin Oaks
Como mencioné anteriormente, por definición, siempre vamos a estar perdiendo balance homeostático, ya que tenemos que comer, dormir, y demás. Cada una de esas necesidades nos va a generar una “alerta”, que nos va a sacar de dicho equilibrio. Esto nos va a empujar a tomar una acción determinada para calmar las ansias, para luego retornar a una situación de balance homeostático.
Pero ¿qué pasa cuando calmamos la ansiedad con el “antídoto” equivocado? ¿Cómo reacciona nuestro sistema de recompensas? Es el peor de los escenarios, porque vamos a estar recuperando el balance homeostático de manera “tóxica”. Esto va a implicar un problema o empeoramiento futuro. La razón es muy simple, y también tiene que ver con lo mencionado arriba: si yo calmo mi hambre con una sustancia adictiva y que me engorda, es más probable que luego, la próxima vez que me de hambre, vuelva a repetir dicha solución. Eso, a su vez, hará todavía más probable que calme mis ganas de comer una tercera vez con dicha solución adictiva. No solo eso, sino que también será más factible que incremente la cantidad, tal vez por encima de mis necesidades calóricas y nutricionales. O sea, sí, es cierto, en cada momento luego de la comida voy a estar recuperando mi balance homeostático, pero dicho balance será cada vez más frágil, dado que la adicción irá creciendo. La dependencia incremental a esta sustancia me va a generar problemas adicionales que podrían llegar a agravarse hasta niveles ridículos, de mantenerse la tendencia.
En la medida que el balance homeostático se recupere mediante una solución “adictiva”, en términos de la dosis de dopamina implicada, entonces estaré haciéndome más débil, o sea, más proclive a incorporar hábitos tóxicos o adicciones a futuro. No es casualidad que la gente con severas adicciones (ej.: drogas) también tenga otras adicciones aledañas (ej.: alcohol y sexo). El requerimiento de dopamina para restaurar el balance homeostático se vuelve tan grande —dada la ansiedad—, que se necesita un cóctel de sustancias y/o actividades que impliquen altas dosis de ella. Se vuelve casi irrelevante cuál, siempre y cuando el conjunto sea muy rico en dopamina.
Está claro que el shock de dopamina necesario para restablecer el balance homeostático resulta proporcional a la ansiedad previa. Por eso el síndrome de abstinencia, en adictos severos, se vuelve tan problemático. Este es proporcional al grado de desbalance homeostático del individuo, que a su vez es función de la severidad de los shocks eufóricos a los cuales está acostumbrado. Es, literalmente, un loop al infierno. Muy divertido por momentos, por los picos de dopamina, pero terrible por la ansiedad, el aletargamiento y la abstinencia que provoca el proporcional “bajón” que tiene lugar antes o después de los violentos shocks de placer. Podríamos ilustrarlo como un yin yang.
En contraste con todo esto, existe la posibilidad de restaurar el balance homeostático con soluciones convergentes o “buenas” que no debiliten al individuo a largo plazo. De hecho, hay soluciones que incluso pueden llegar a fortalecerlo. ¿A qué me refiero con esto? Si yo calmo mi hambre y ansiedad en general con una buena dieta y ejercicio físico, además de reestablecer mi balance homeostático cada vez que calme las ansias del momento, también voy a estar haciéndome paulatinamente más fuerte. O sea, la acción que tome no sólo calmará dicha necesidad, sino que también hará que mejore de cara al futuro. Si me alimento mejor y hago una rutina de ejercicios cada vez más óptima, entonces estaré incrementalmente más fuerte y vigoroso. Eso me va a permitir pensar más claramente, sentirme mejor conmigo mismo, y así poder tomar mejores decisiones en general. Así, la próxima vez que tenga un desbalance homeostático, lo más factible es que sea menos dramático, ya que mi cuerpo y mente van a estar más fuertes para enfrentarlo. De esa manera, uno entra en un círculo virtuoso diametralmente opuesto al que resulta de satisfacer esa ansiedad con estímulos “no sanos”. Esto es fundamental. Es la llave para que la vida sea cada vez más simple y grata, algo que es universalmente deseado como fin último.
En resumen:
• Las soluciones buenas a la hora de recuperar el balance homeostático son aquellas que no debilitan al individuo, es decir, que no provocan que el próximo desbalance sea de mayor magnitud, sino que esta sea igual o menor. Esta es una dinámica convergente, estable.
• En contraste, las soluciones “malas” son aquellas que provocan que, manteniéndose todo constante, el próximo desbalance homeostático de la misma índole sea mayor que el actual, ya que se incrementó la necesidad de dopamina para calmar la ansiedad, acercando al individuo a una situación de adicción en términos relativos. Esto implica una dinámica problemáticamente divergente, no estable. Algo así como una “bola de nieve” en términos homeostáticos.
La conclusión de todo esto es que resulta muy importante:
1. Detectar cuándo hay un desbalance homeostático. En criollo: “escuchar al cuerpo”.
2. Solucionar el desbalance homeostático con una solución “buena”, que no empeore el próximo balance, y en lo posible, que provoque que este sea menor.
Un ejemplo de una solución que mejore el balance es dejar de endulzar con azúcar el té o cualquier infusión. Para una persona adicta al azúcar, que no puede tomar té sin azucararlo, evitarla en repetidas ocasiones hará que cada vez tenga menos necesidad de consumirla. Esa menor necesidad le bajará el nivel de ansiedad implícito en los próximos desbalances homeostáticos. El motivo: dado que esa persona se tornó mucho menos dependiente de tal sustancia, cuando la necesite, su cuerpo le pedirá una dosis menor. De esa manera, esa persona será más fuerte, ya que el desbalance homeostático la “quitará menos del eje”, pues este será de menor magnitud.
Para ilustrar esto con un caso extremo, conviene tomar como referencia el estado de una severa abstinencia de un drogadicto de muchos años. La diferencia es hasta visualmente inapelable, incluso pudiendo provocar hasta temblores en casos extremos. Lo que ocurre es que la ansiedad