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Para su primer libro poético, Federico García Lorca (1898-1936) poda ramas y follaje de su frondoso árbol lírico, como él gustaba decir, y entrega a la imprenta la colección más amplia de las que publicó. El sentimental, vehemente, irónico Libro de poemas (1921) registra los mundos de introspección del joven poeta con plasticidad metafórica y desgarrado acento elegíaco
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Federico García Lorca
LIBRO DE POEMAS
Traducido por Carola Tognetti
ISBN 978-88-3295-726-6
Greenbooks editore
Edición digital
Marzo 2020
www.greenbooks-editore.com
LIBRO DE POEMAS
(De viva voz a G[erardo] D[iego].)
Pero, ¿qué voy a decir yo de la Poesía? ¿Qué voy a decir de esas nubes, de ese cielo? Mirar, mirar, mirarlas, mirarle y nada más. Comprenderás que un poeta no puede decir nada de la Poesía. Eso déjaselo a los críticos y profesores. Pero ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la Poesía.
Aquí está: mira. Yo tengo el fuego en mis manos. Yo lo entiendo y trabajo con él perfectamente, pero no puedo hablar de él sin literatura. Yo comprendo todas las poéticas; podría hablar de ellas si no cambiara de opinión cada cinco minutos. No sé. Puede que algún día me guste la poesía mala muchísimo, como me gusta (nos gusta) hoy la música mala con locura. Quemaré el Partenón por la noche para empezar a levantarlo por la mañana y no terminarlo nunca.
En mis conferencias he hablado a veces de la Poesía, pero de lo único que no puedo hablar es de mi poesía. Y no porque sea un inconsciente de lo que hago. Al contrario, si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios -o del demonio-, también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo, y de darme cuenta en absoluto de lo que es un poema.
Ofrezco en este libro, todo ardor juvenil, tortura y ambición sin medida, la imagen exacta de mis días de adolescencia y juventud, esos días que enlazan el instante de hoy con mi infancia reciente.
En estas páginas desordenadas va el reflejo fiel de mi corazón y de mis ansias teñido del matiz que le prestara, al poseerlo, lc vida palpitante en torno, recién nacida para mi mirada.
Se hermana el nacimiento de cada una de estas poesías que tienes en tus manos, lector, al propio nacer de un brote nuevo del árbol músico de mi vida en flor. Ruindad fuera el menospreciar esta obra que tan enlazada está a mi propia vida.
Sobre su incorrección, sobre su limitación, segura, tendrá este libro la virtud, entre otras muchas que yo advierto, de recordarme en todo instante mi infancia apasionada correteando desnuda por las praderas de una vega, sobre un fondo de serranía.
(1921)
Julio de 1920. (Füente Vaqueros, Granada.)
Viento del Sur, moreno, ardiente, llegas sobre mi carne, tiayéndome semilla de brillantes miradas, empapado de azahares.
Pones roja la luna
y sollozantes los álamos cautivos, pero vienes ¡demasiado tarde!
¡ya he enrollado la noche de mi cuento en el estante!
Sin ningún viento, ¡hazme caso! gira, corazón; gira, corazón.
Aire del Norte, ¡oso blanco del viento! llegas sobre mi carne tembloroso de auroras boreales,
con tu capa de espectros capitanes, y riyéndote a gritos del Dante,
¡oh pulidor de estrellas! pero vienes demasiado tarde.
Mi almario está musgoso y he perdido la llave.
Sin ningún viento, ¡hazme caso! gira, corazón; gira, corazón.
Brisas, gnomos y vientos de ninguna parte. Mosquitos de la rosa de pétalos pirámides. Alisios destetados entre los rudos árboles, flautas en la tormenta, ¡dejadme! tiene recias cadenas mi recuerdo, y está cautiva el ave que dibuja con trinos la tarde.
Las cosas que se van no vuelven nunca todo el mundo lo sabe,
y entre el claro gentío de los vientos
es inútil quejarse. ,
¿Verdad, chopo, maestro de la brisa? ¡es inútil quejarse!
Sin ningún viento, ¡hazme caso! gira, corazón; gira, corazón.
Diciembre de 1918. (Granada.) A Ramón P. Roda.
Hay dulzura infantil en la mañana quieta.
Los árboles extienden sus brazos a la tierra.
Un vaho tembloroso cubre las sementeras, y las arañas tienden sus caminos de seda -rayas al cristal limpio del aire.-
En la alameda un manantial recita su canto entre las hierbas. Y el caracol, pacífico burgués de la vereda, ignorado y humilde, el paisáje contempla.. La divina quietud de la Naturaleza le dio valor y fe, y olvidando las penas de su hogar, deseó
ver el fin de la senda.
Echó a andar a internóse en un bosque de yedras y de ortigas. En medio había dos ranas viejas que tomaban el sol, aburridas y enfermas.
Esos cantos modernos, murmuraba una de ellas, son inútiles. Todos, amiga, le contesta la otra rana, que estaba herida y casi ciega: cuando joven creía que si al fin Dios oyera nuestro canto, tendría compasión. Y mi ciencia, pues ya he vivido mucho, hace que no lo crea, yo ya no canto más...
Las dos ranas se quejan pidiendo una limosna a una ranita nueva que pasa presumida apartando las hierbas.
Ante el bosque sombrío el caracol se aterra.
Quiere gritar. No puede. Las rams se le acercan.
¿Es una mariposa?, dice la casi ciega. Tiene dos cuernecitos, la otra rana contesta. Es el caracol. ¿Vienes, caracol, de otras tierras?
Vengo de mi casa y quiero volverme muy pronto a ella. Es un bicho muy cobarde, exclama la rana ciega. ¿No cantas nunca? No canto, dice el caracol. ¿Ni rezas? Tampoco: nunca aprendí.
¿Ni crees en la vida eterna?
¿Qué es eso? Pues vivir siempre en el agua más serena, junto a una tierra florida que a un rico manjar sustenta. Cuando niño a mí me dijo, un día, mi pobre abuela que al morirme yo me iría sobre las hojas más tiernas de los árboles más altos.
Una hereje era tu abuela. La verdad te la decimos nosotras. Creerás en ella, dicen las ranas furiosas.
¿Por qué quise ver la senda? gime el caracol. Sí creo por siempre en la vida eterna que predicáis...