Lo que va del hombre a Dios - Pedro Calderón de la Barca - E-Book

Lo que va del hombre a Dios E-Book

Pedro Calderón de la Barca

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Beschreibung

Lo que va del hombre a Dios es un auto sacramental de Pedro Calderón de la Barca, género en el que llegó a alcanzar la plenitud, al combinar a la perfección con su talento natural, amante de la pintura y de las sutilezas y complejidades teológicas.

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Seitenzahl: 68

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Pedro Calderón de la Barca

Lo que va del hombre a Dios

 

Saga

Lo que va del hombre a DiosCover image: Shutterstock Copyright © 1640, 2020 Pedro Calderón de la Barca and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726499667

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

AUTO HISTORIAL ALEGÓRICO

PERSONAS

El Príncipe La Naturaleza Humana El Hombre El Placer El Pesar La Vida el Amor Propio la Muerte la Culpa el Apetito el Pobre la Justicia

Dentro, cajas y trompetas, y salen del primer carro marchando algunos soldados, y detrás el Príncipe, con corona de laurel y bastón de general; del cuarto carro de enfrente, la Naturaleza, de dama, y el Hombre , de galán; el Amor Propio y la Vida , sus hijos, también de galanes, y el Placer y el Pesar, de villanos, y los músicos, bailando todos y cantando

 

Música «En hora dichosa vuelva,

coronado de trofeos,

a la corte de su Padre,

glorioso el Príncipe nuestro.

Vuelva en hora dichosa, 5

vuelva diciendo

que el que vive triunfando

triunfa muriendo».

Príncipe Deudos, vasallos y amigos,

pues en la unión de mi gremio, 10

sin exceptación, cualquiera

amigo es, vasallo y deudo

—amigo, pues doy la vida

por él; vasallo, pues tengo

su dominio, y deudo, pues 15

de ser su hermano me precio—.

Ya sabéis (pero no importa

para decirlo el saberlo,

y más a ocasión que a todos

os he menester atentos). 20

Ya sabéis cómo a la corte

del Emperador supremo,

increado Padre mío

y criador Monarca vuestro,

llegó la voz repetida 25

en los míseros lamentos

de tantos como esperaban

mi futuro advenimiento,

significando piadosa

el infeliz cautiverio 30

en que los tenía tirano

poder, en fe del derecho

de aquella primera deuda,

de aquel tributo primero

en que Adán obligó a toda 35

la esfera del universo.

Mi Padre, pues, conmovido

a la piedad de su ruego,

bien como yo de mi Padre

siempre a la obediencia atento, 40

dispusimos que viniese

en persona (previniendo

que el Espíritu de ambos

facilitase los medios)

a la conquista famosa 45

del tiranizado reino,

que colonia del impíreo,

patrimonio es del imperio.

Publicose la jornada,

y como para el concepto 50

de marcial alegoría

(a Job en ella siguiendo,

pues ser la vida batalla

asienta en sus sentimientos)

fuese menester valerme 55

de militares aprestos,

fue Gabriel, que se interpreta

fortaleza, el que primero

vino a batirme la estrada,

la tierra reconociendo, 60

para ver si de salir

a la campaña era tiempo.

Y habiendo tomado voz

de que su florido centro

en la juventud de marzo 65

estaba de gracia lleno,

tanto que azucena y rosa,

lirio, ciprés, palma y cedro,

para concebir el blando

rocío, andaban componiendo 70

su hermosura en los cristales

de no manchados espejos.

Sin esperar más noticias,

salí de mi patria, siendo

la nave del mercader 75

que lleva el pan desde lejos,

mi primera embarcación,

en cuyo fecundo seno,

la estrella del mar por norte,

del austro el favor por viento, 80

Nazaret de Galilea

me dio en virgen tierra, puerto.

No como dijo Isaías

vine aquesta vez trayendo

militares aparatos, 85

porque intentando primero

ver si podía de paz

conseguir el vencimiento,

dejé para otra venida

el profetizado estruendo 90

de las nubes y los rayos,

los relámpagos y truenos.

Y así, antes que mi contrario

penetrase mis intentos,

entre dos pobres bagajes, 95

dando su forraje el heno,

fue la ruina de una estala

mi primer alojamiento.

Aquí, pues, a la inclemencia

de escarchas, nieves y hielos, 100

reconocí la campaña

disfrazado y encubierto;

pero no tanto que aquí

no me hallasen los afectos

de tres reyes que auxiliares 105

tres socorros me ofrecieron

bien como a rey, hombre y Dios

de oro, de mirra y de incienso.

Esta exterior novedad

de verme asistido de ellos, 110

gracias a su buena estrella,

despertó el primer recelo

en mi contrario, de suerte

que asombradamente ciego,

quién era conjeturando 115

(que mal pudiera sabiendo,

el día que yo tenía

corrido a su vista el velo),

intentó cortarme el paso.

Yo, alistando lo más presto 120

que pude gente, me puse

en defensa; en cuyo encuentro,

como me tenía tomadas

las eminencias del puesto,

de la tierna infantería 125

me degolló el primer tercio.

Viendo, pues, de la vanguardia

todo el escuadrón deshecho

y que, a fuer de guerra, estaba

a sus embates expuesto, 130

la retirada en Egipto

tomé, dejándole dueño

de la campaña, hasta que

recobrado con el tiempo,

segunda vez disfrazado, 135

volví a ver desde un desierto

la disposición que había

para proseguir el duelo

en la venganza de tantos

perdidos infantes tiernos. 140

Supo donde estaba, y supo

que era tan árido y seco

el terreno que ocupaba,

que no había en el terreno

para un día, cuanto más 145

para cuarenta, sustento.

Y persuadiéndose en vano,

que no era posible menos,

de que me diese por hambre,

bien como león sangriento 150

que busca a quién devorar,

dando al monte uno y mil cercos,

el trance de la batalla

trató reducir a asedio.

Plática pidió de paz, 155

tan altivo y tan soberbio,

que a parlamentar conmigo

llegó en los pactos y medios,

con que, sitiador, pensaba

conseguir el vencimiento. 160

Tres me propuso y tres veces,

rechazado de mi esfuerzo,

sus tres capitulaciones

deshice con tres alientos.

Tan corrido quedó que 165

de ira y de cólera lleno,

municiones de villano

previno, piedras cogiendo

contra mí, pero ¿qué piedra

no reconociera feudo 170

a la que cayó arrojada

del Monte del Testamento?

Con ese rencor, pasando

de uno en otro atrevimiento,

sus designios a cautelas 175

y a traiciones sus pretextos,

dispuso, después que en varios

trances llegamos a vernos,

(el esguazo del Jordán

lo diga; dígalo luego 180

de la piscina el estaño,

la campaña del Carmelo,

la colina del Tabor

y el puente del Cedrón; pero

¿para qué lo han de decir, 185

si aun cuando lo callen ellos,

lo sabrán decir los mudos

y lo podrán ver los ciegos?)

Dispuso, digo otra vez

si a la metáfora vuelvo, 190

ganarme una doble espía,

sobornada al corto precio

de algunas monedas. Éste,

pues, traidor amigo, habiendo

complacido a sus calumnias, 195

en el nocturno silencio

de una noche que ocupaba

el verde cuartel de un huerto,

nombre, seña y contraseña

dio, con que, avanzadas dentro 200

del recinto del jardín,

armadas huestes de acero,

les fue no dificultoso

hacerme su prisionero,

por ser a ocasión que estaban 205

mis centinelas durmiendo.

Apenas en su poder

me vio el escuadrón hebreo,

que fue el que hizo la sorpresa

cuando, asombrado del miedo 210

que aun preso les daba, quiso

de mí asegurarse, haciendo

que de la gentilidad

me guardase el regimiento.

Tampoco ella de mí quiso 215

encargarse, quizá viendo

que a ponerme en libertad

marchaban los elementos.

Y fue la verdad, pues cuando

en sus malos tratamientos 220

(¡ay del rendido que da

en manos de infame dueño!),

todo era azotes y palos,

todo injurias y desprecios,

llegó trance en que se oyó 225

tocar a marchar el viento

al destemplado compás

de las cajas y los truenos.

El tren de la artillería

empezó a jugar el fuego 230

en culebrinas, que eran

forjados rayos, a tiempo

que, fortificado el mar,

montes sobre montes puestos,

murallas hacía, y la tierra, 235

quitando todos los gremios,

aun los cadáveres hizo

salir de sus monumentos.

Retirose a media tarde,

temeroso a tanto estruendo, 240

el sol, eclipsó la luna

su faz, los astros más bellos

se obscurecieron, de suerte

que, encontrados ambos velos,

se desplegó el de la noche 245

y se desgarró el del templo.

A tanto escándalo, a tanto

asombro, a tanto portento,

asustado el enemigo,

conmigo embistió más fiero, 250

como quien dice rabioso:

«¡No han de lograr sus efectos

los socorros que le envían

aire, agua, tierra y fuego,

sol, luna, planeta, signos, 255

por más que sigan su ejemplo

las tropas de las estrellas

y el retén de los luceros!»

Y dando a la Muerte orden

(como a cabo más resuelto 260

que cerca de su persona

tiene asentado su sueldo)

me embista por un costado,

cara a cara y cuerpo a cuerpo,