Los 7 truenos del Apocalipsis - Germinis Dei - E-Book

Los 7 truenos del Apocalipsis E-Book

Germinis Dei

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Beschreibung

Demasiado ha llovido ya para que los humanos sigamos divididos entre ateos y creyentes; entre evolucionistas y creacionistas. Lo cierto es que estamos condenados a entendernos y que ya iba siendo hora de encontrar un punto de partida para la unificación del pensamiento. Pero ante la imposibilidad de que los partidarios del Big Bang aceptásemos la Creación bíblica, sólo quedaba el recurso de buscarle una interpretación científica a las Escrituras, para que sean ahora los creyentes quienes deban dar un paso hacia nosotros. Pues las Escrituras bíblicas pueden adquirir un nuevo sentido si se plantean desde la perspectiva que nos ofrece la propia vida biológica. De manera que el único lugar donde, a partir de ahora, tendremos que depositar toda nuestra fe y nuestra esperanza, porque también permanecerá siempre oculto a nuestros ojos, es el propio futuro de la humanidad; pues no existe otro "más allá".

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© Los 7 truenos del Apocalipsis

© Germinis Dei

ISBN papel: 978-84-15489-59-7

ISBN ebook: 978-84-15489-60-3

Depósito legal: M-49197-2011

Editor Bubok Publishing S.L.

Impreso en España/Printed in Spain

Índice

Prólogo

“La creación”

“El reino de Dios”

Discípulos de “Satanás”

“El diluvio”

“Egipto”

Epílogo

Índice

Dedicado al anónimo autor del “manuscrito Beowulf”, fuera quien fuese, porque también gracias a él he llegado a comprender que, realmente, todos los monstruos contra los que tenemos que luchar los hemos creado nosotros mismos a causa de nuestras propias debilidades.

En cuanto a mí, yo soy como canal que sale de un río,

como acequia que lleva el agua a un jardín.

Dije: “Regaré mi jardín, empaparé mis prados.”

Y mi canal se convirtió en río, y mi río se convirtió en mar.

Haré que mi instrucción resplandezca como la aurora

y que su luz llegue hasta muy lejos;

daré mi enseñanza como los profetas

y la dejaré a las generaciones venideras.

Ved que no he trabajado solo para mí,

sino para todos los que buscan la sabiduría.

(Eclesiástico, 24:30-34)

Prólogo.

Una intuición es una intuición. Pero cuando a partir de una intuición se desarrolla una teoría, eso ya es paranoia. Pues bien, esta sería mi paranoia, a fin de intentar explicar como entiendo que pudieron sucederse los acontecimientos. Y empezaríamos partiendo de una suposición:

Supongamos que Darwin tenía razón con su teoría del origen de las especies. Estaríamos hablando de un hombre que, tras una penosa evolución de cientos de miles de años, un buen día se encontró con que el último retoño de su descendencia ya no era “humano”, sino que había evolucionado hacia otra cosa. Aquella penosa peregrinación había desembocado en un ser nuevo, un hombre distinto. Un hombre con una mente prodigiosa, cien por cien consciente, capaz de recordar toda la evolución de su árbol genealógico como propia experiencia vital. Un hombre con memoria de toda la historia de la humanidad, consciente de cada una de las vidas que componían su ADN. Una criatura perfecta, que ya no tenía ninguna necesidad de comer, ni de beber, ni, en consecuencia, de segregar excreciones. Una nueva especie suprema, inmortal y asexuada: el hijo del hombre.

Pero, tanta perfección implicaba también un defecto clamoroso: el hijo del hombre no podía reproducirse. La naturaleza era tan perfecta que, al haberle concedido el don de la inmortalidad, no vio necesidad alguna de continuar reproduciéndolo. Pues, ¿qué sentido podía tener el querer perpetuar una especie inmortal, cuando la inmortalidad ya se perpetúa por sí misma? Así, pues, el ser supremo no podía reproducirse.

Pero ya os podéis imaginar el problema que esto debió suponerle. Con toda su sabiduría y dominio de la ciencia, fácilmente supo engendrar nuevas generaciones implantando su ADN en una especie inferior, y poniendo en marcha una nueva evolución que, por hibridación, resultaría mucho más corta, rápida y menos penosa que la que él tuvo que padecer. Aquellos cientos de miles de años quedaron comprimidos en siete mil; claro que tampoco debió implantar su ADN en una ameba, sino que ya partiría de un mamífero, y a saber, aún, en qué estadio evolutivo. Y así, el hijo del hombre, el ser supremo, perfecto, inmortal y asexuado, se convirtió en padre y creador de nuevas generaciones humanas.