Los aMores de mi vida - Luciana Lombardo - E-Book

Los aMores de mi vida E-Book

Luciana Lombardo

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Beschreibung

Desde nuestros primeros amores nos relacionamos en la medida de nuestra carencia. No elegimos: buscamos reconocimiento. Buscamos con desesperación el halago que distrae, el cortejo amoroso que encubre la manipulación. Ese amor agasaja, pero somete; parece ideal, pero lastima. Ese amor nos lleva a aceptar, a darle entidad a la palabra ajena que nos deforma. ¿La causa? El molde de familia estructurado en una sociedad, la idea de linaje, de clan.  Es de este modo que, durante «los primeros amores de la vida», una caricia tibia y mínima enamora a la protagonista. Estar enamorada implicará, entonces, conocer y resignar el propio deseo, las propias necesidades.  Sin embargo, Luciana escribe para destejer la trama. Nos trae este libro para hablarle a la esperanza: las experiencias pueden ser aprendizajes que hacen que el camino recorrido se vea con más claridad; como en Alicia, quien persiguió al conejo blanco, ingresó a su vacío, se descubrió amada por ella misma, y abrió un nuevo portal: el de las maravillas, el de la posibilidad de un presente diverso, de un futuro feliz. 

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Los aMores de mi vida

Los aMores de mi vida

Luciana Lombardo

Ilustraciones de Joaquin Bourdeu Barassi

Lombardo, Luciana

Los amores de mi vida / Luciana Lombardo ; Ilustrado por Joaquín Bourdeu Barassi. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-631-6602-07-7

1. Autobiografías. 2. Literatura Juvenil. 3. Violencia de Género. I. Bourdeu Barassi, Joaquín, ilus. II. Título.

CDD 808.8035

© Tercero en discordia

Directora editorial: Ana Laura Gallardo

Coordinadora editorial: Ana Verónica Salas

www.editorialted.com

@editorialted

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

ISBN 978-631-6602-07-7

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

“De modo que ella, sentada con los ojos cerrados,

casi se creía en el país de las maravillas,

aunque sabía que sólo tenía que abrirlos

para que todo se transformara en obtusa realidad”.

Lewis Carrol.

Existe un momento exacto en el que te das cuenta de eso. Eso que dura pocos segundos y que es tan intenso que podés llegar a sentir cómo te roza la garganta y viaja rápido hacia el estómago. En ese preciso instante te das cuenta de que lo que pasará de ahora en más, no se va a resumir en sólo un café o en unas pintas. Más bien, la tenés súper clara: este primer encuentro se trata de medirnos, de parecer interesados —pero no demasiado—; de dejarnos con las ganas si es preciso, para enviar un mensaje inconsciente de seriedad (porque todavía podemos hallar mucha fragilidad, vamos con cuidado para no dañar egos). Después llegarán los mensajes de buenos días, buenas noches, foto en el ascensor y de las cuatro comidas; y, por supuesto, las miradas que construyen una nueva visión perfecta e inalcanzable. Y claro, luego te esperan las ausencias. Esas malditas ausencias que solamente corroboran lo que te gritaban por ahí, cerquita de tu pecho (y en tu cabeza también): “te pasó otra vez, yo sabía que iba a volver a pasar, no es para vos”. La insistencia puede doler más que la mentira ajena, porque viene acompañada de las sombras propias que tapan los ojos y te llenan de ilusiones ópticas. En definitiva, mentirse a uno mismo es la peor mierda que hay, porque comprender que nunca se trató de él ni de ellos, sino de vos misma, implica que te tenés que hacer cargo de esta mochila inmensa que venís cargando hace rato y que fingía estar llena de plumas. Eso es lo que fueron los M de mi vida: espejos que crearon tanto mundos maravillosos como escalofriantes. Me otorgaron imágenes traumáticas que había olvidado por completo, me hicieron vivenciar los sueños de chica Disney y me condujeron por rincones terroríficos con la forma de mis medidas.

Cuando Alicia persigue al conejo blanco y se entrega por completo al vacío de la madriguera, no lo hace por mera curiosidad, sino que se está buscando a sí misma y, para realizar esa travesía, es necesario que se entregue y acepte cada lugar y a cada personaje que se interponga en su camino. Aceptar, atravesar y abrazar cada luz y cada sombra que habita y conforma parte de nuestra alma y esencia debe ser el trabajo más duro para un solo cuerpo. Alicia no estaba loca, era valiente. Y yo me sentía como ella. Me estaba envolviendo en un lugar oscuro que parecía no tener fin.

Triza N.° 1

A la madriguera de cabeza

Llamaremos “Mateo” al origen las M y nos remontaremos al 2010. Es preciso señalar que en esos días estaba cursando el secundario y que Mateo marcó la primera forma de vincularme con otro, tanto emocional como sexualmente. Las otras M llegarán más adelante para recordarme que la basura no aguanta demasiado debajo de la alfombra. Me encontraba en cuarto año, tenía dieciséis y estaba estudiando materias inclinadas hacia carreras que no me gustaban ni un poco. Nadie te pregunta nada de chica o, por lo menos, a mí jamás me consultaron si quería bautizarme; si prefería los autitos Hot Wheels en vez de la Barbie; si deseaba irme a Disney en vez de hacer una fiesta de quince; o si me gustaría asistir a un colegio artístico, bachiller o mercantil. En definitiva, ganó el fabuloso perito mercantil con sus horas interminables de Matemática, Física, Química, Administración y Contabilidad. Pero en ese entonces no me quejaba ni me atrevía a llamarlo pérdida de tiempo: estaba más ocupada en vivir mi adolescencia que en otra cosa. Mis amigas eran mi mundo, aunque después iría descubriendo que en un mundo perfecto también entran los grises (y el negro azabache), y otros de los motivos por los cuales asistía con mucha frecuencia era el chico más lindo del cole, obviamente. Si bien no tenía contacto con él y lo observaba desde lejos como en toda novela romántica, lo más emocionante de todo no era que se concretara algo, sino mantener esa ilusión idílica de que en algún momento podría pasar; mientras tanto, expresaba mi fanatismo buscándolo en los recreos o guardando las fotos que se encontraban subidas a su Fotolog en mi computadora de escritorio. Pero no me iba a acercar ni a intentar alguna estrategia, porque a esa edad te anticipás al rechazo más rápido que una bala y te enamorás enseguida de la persona que responde a tu mismo nivel de autoestima. Es por eso que, si bien siguieron mis gritos de fanática por los pasillos cada vez que veía al chico S, Mateo se ganó el podio por conquistar un corazón que solamente necesitaba un par de halagos para cubrir una carencia gigante y tapar el miedo a la soledad.

Conocí a Mateo en el cumpleaños de un amigo de ese entonces, porque, seamos sinceros, y que tire la primera piedra la persona que sigue llamando amigos y amigas a la gente del secundario. No se acercaba al perfil del chico S para nada, más bien se trataba de esas personas tímidas que cuando entran en confianza comienzan a soltar chistes inimaginables y no sueltan la lengua. Me gusta pensar que no hay gente tímida, sino selectiva. Y que estas son sumamente inteligentes como para observar, analizar y seleccionar lo que les conviene, y Mateo era así; me observó, me analizó y me seleccionó, porque sabía que podía amoldarme tal y como quería, y yo estaba dispuesta a ser la del comentario: “viste que Azul sale con tal”. Por consiguiente, me dejé llevar por esas largas conversaciones que tuvimos en ese primer encuentro para luego pasar semanas enteras chateando por MSN. Un dato no menor es que Mateo y yo asistíamos al mismo colegio, pero en diferentes turnos. Eso hacía que tuviéramos distintos temas para charlar y que existiera una cierta tensión y misterio entre los rastros que el otro dejaba por los pasillos, entre la mañana y la tarde. Estaba enamorada sin saber bien lo que eso implicaba o lo que se suponía que debía sentir, pero yo estaba enamorada. Íbamos juntos a los cumpleaños, boliches y fiestas; poco a poco empezamos a unir nuestros grupos de amigos y amigas. Éramos una de las tantas parejas de la escuela y nuestra foto aparecía en el Facebook de chimentos que crearon algunos estudiantes para contar los secretos que había en el colegio, incluyendo profesores, exalumnos y exalumnas. Mateo andaba en skate todas las tardes después del cole y yo lo iba a ver, a sacar fotos, a contemplar y sentir orgullo por mi novio, por tener un novio. También compartimos nuestra primera experiencia sexual, pero eso tampoco es un dato romántico, ya que me tocó desmitificar la primera imagen que nos imponen, desde los cuentos de hadas hasta las primeras charlas de Educación Sexual que las escuelas dejaban a cargo de Johnson & Johnson: “la primera vez será hermosa porque entregarás tu tesoro más preciado a la persona que ames y confíes”. No solo no fue hermosa y nada brillaba dentro de mi vagina, sino que el dolor que sentimos las mujeres cuando un pene triplica el tamaño de un índice queda en el olvido de forma automática cuando te penetran el alma; cuando ese acto primordial y primero, que se dice “especial”, lejos está de aventurarte en una experiencia agradable y placentera; todo lo contrario, el desgarro espiritual se compagina con la violencia del cuerpo que te accede vertiginosamente. Esa noche tuve sexo por primera vez y también recibí la primera patada en la espalda por llevar puesta una pollera.