Los besos del príncipe - Nicola Marsh - E-Book
SONDERANGEBOT

Los besos del príncipe E-Book

NICOLA MARSH

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El príncipe Samman se estaba quedando sin tiempo. Para poder ser coronado rey, debía casarse, pero ya había rechazado a todas las posibles candidatas. De pronto se quedó cautivado por unos ojos de color miel… y eligió a Bria como futura esposa. Bria Green era una mujer inteligente, independiente y moderna. Por eso, cuando Samman le dijo que en menos de una semana conseguiría que aceptara su proposición, Bria pensó que el poderoso príncipe jamás se saldría con la suya.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 182

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Nicola Marsh

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Los besos del príncipe, n.º 2226 - abril 2019

Título original: The Desert Prince’s Proposal

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-880-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO PIENSO meterme ahí dentro! –exclamó Bria Green ante la reluciente limusina. Él chófer la miró divertido, como si ya estuviera curado de espantos–. No he pedido que me vengan a recoger. ¿Quién te ha enviado?

El chófer, llamado Len según su tarjeta identificativa, se quitó la gorra y se frotó una calva tan reluciente como el coche.

–Mire, señorita, yo sólo estoy haciendo mi trabajo. Su nombre y su número de vuelo están en mi lista de hoy y aquí me tiene. No sé quién ha hecho la reserva del servicio, yo sólo sigo órdenes.

La furia de Bria se aplacó, aquel hombre no tenía la culpa de que su padre estuviera recurriendo a sus viejos trucos.

–Señorita –añadió el chófer mientras abría la puerta trasera del coche.

Bria sintió un profundo disgusto ante tanto lujo: asientos de cuero brillantes, madera recién barnizada. El olor que desprendía la riqueza le resultaba realmente desagradable. Había crecido entre aquel olor y lo había llegado a odiar. Todavía recordaba cómo se habían reído de ella sus compañeros de colegio cuando la habían visto llegar cada mañana montada en una limusina.

Bria negó con la cabeza y dio un paso atrás.

–No. No puedo. Lo siento –dijo. Len frunció el ceño mientras la miraba confuso.

–Pero, señorita, tengo instrucciones de llevarla al hotel Mansion. Son las órdenes de mi jefe.

Bria inspiró profundamente y se agarró con fuerza al asa de la maleta sin saber qué hacer.

–Perdone, ¿tiene algún problema?

Estupendo, justo lo que Bria necesitaba, un extraño con pinta de ricachón metiéndose donde no lo llamaban. Cada vez sentía más rabia y tuvo la tentación de salir corriendo a parar un taxi y dejar a los dos hombres allí plantados.

Sin embargo, aquel plan se vino abajo en el momento en el que admiró los ojos oscuros y curiosos del extraño y quedó cautivada. Y no eran sólo los ojos, sino el perfecto perfil romano de su nariz y los rasgos de su rostro bronceado por el sol. Aquel tipo era impresionante, imponente y la estaba mirando con verdadero interés.

–Estoy bien –repuso Bria para tranquilizarlo. Había viajado mucho en la promoción de Motive, su estudio de arquitectura, y conocía los peligros de ser abordada por desconocidos. Tenía que ser cautelosa, a pesar de que el extraño fuera tan atractivo.

–¿Está segura? –insistió él con una voz profunda y una acento londinense encantador. Bria no pudo evitar recordar el tiempo que había pasado en Londres, una temporada digna de olvidar.

–Completamente segura –afirmó enérgicamente y se dio la vuelta.

–Siento entrometerme, pero da la sensación de que no se quiere montar en la limusina con este hombre.

–¡Oiga, no me gusta nada lo que está insinuando, señor! Yo sólo estoy cumpliendo con mi obligación, que es llevar a la señorita Green a su hotel! –replicó Len ofendido. Sin embargo, el extraño no le prestó atención y siguió mirando fijamente a Bria.

–¿Preferiría ir en un taxi? –le preguntó.

–Sí, por favor –repuso Bria aliviada. Estaba deseando llegar al hotel y darse un buen baño antes de preparar la presentación.

–Señorita Green, ¿está usted segura? –insistió Len.

–Sí. Y no te preocupes por tu jefe. Si tienes cualquier problema, diles que se pongan en contacto conmigo directamente y yo lo aclararé –contestó sonriendo al chófer, quien se metió en el coche visiblemente confundido. Bria se volvió para mirar al desconocido–. Gracias –le dijo y enseguida dirigió la mirada a la parada de taxis, donde no quedaba ninguno libre.

–Ha sido un placer. ¿Quiere que compartamos mi taxi?

–¿Su taxi? –preguntó incrédula. Lo sabía. «Don agradable» tenía segundas intenciones. La había ayudado ha deshacerse de Len para poder llevarla. El brillo travieso de sus ojos confirmó esa sospecha.

–Me he tomado la libertad de reservar el último taxi. El conductor me ha informado de que un partido de fútbol muy importante acaba de terminar así que no vendrán taxis en un buen rato.

–No pasa nada, iré en autobús –repuso inmediatamente.

–Como quiera, pero también me dirijo al hotel Mansion.

–¿También va al hotel Mansion? ¿Asiste a la conferencia de arquitectos?

–No, no. Yo trabajo en el sector inmobiliario y tengo asuntos que atender aquí.

–Perdone por haber sido tan brusca. Soy Bria Green y si su oferta de llevarme sigue en pie, la acepto. Es una coincidencia extraña, pero nos dirigimos al mismo hotel –dijo finalmente. Podía ser cabezota, pero no estúpida y el viaje en taxi sería mucho más cómodo que en autobús. El hombre arqueó las cejas y le dio la mano.

–Sam Wali. Y por supuesto que podemos compartir el taxi.

–Estupendo –contestó Bria con una sonrisa en los labios. Estaba algo inquieta y no se decidía a separar su mano de la de él. El contacto con su piel era cálido y la había agarrado con firmeza sin dejar de mirarla a los ojos. Bria sintió un escalofrío.

–¿Cree usted en el destino, señorita Green?

Bria soltó la mano de Sam instantáneamente, no quería darle una falsa impresión. No sabía cómo se las apañaba para meterse en ese tipo de situaciones siempre. Era una mujer fuerte y profesional, sin embargo no podía evitar ser impulsiva, lo que a veces tenía graves consecuencias.

–Creo que cada uno labramos nuestro propio destino, señor Wali –afirmó tras aclararse la garganta.

Sam sonrió y la suspicacia de Bria se desvaneció. Era una sonrisa cálida y sincera.

–Por favor, llámame Sam. Después de todo, vamos a compartir un taxi.

–Bria –contestó ella. No podía evitar que aquel tipo la intrigara, a pesar de que después de Ellis Finley hubiera jurado que nunca más se dejaría seducir por un hombre–. Y gracias de nuevo.

–¿Estás lista para que salgamos?

Bria asintió, a pesar de que aquel hombre reuniera todas las características que normalmente le hubieran hecho desconfiar: acento inglés, patrón de comportamiento de clase social alta, traje exquisito hecho a mano, reloj de platino y oro. Sam emanaba poder y riqueza, sin embargo Bria no pudo evitar asentir.

–Vamos, sígueme –añadió él y antes de que se diera cuenta ya había agarrado su maleta y había echado a andar. Bria se quedó engatusada mirándolo.

Estaba cansada, pero un tipo así tenía la capacidad de resucitar a una muerta. No podía apartar la vista de aquel cuerpo escultural. De repente se dio cuenta de que Sam la estaba esperando y se apresuró a reunirse con él. Forzó una sonrisa y deseó que no notara que se había sonrojado.

 

 

Bria consultó el reloj y estimó que en diez minutos llegarían al hotel. Había charlado un rato con Sam, pero después se habían quedado en silencio y, aunque no estaba incómoda, tampoco estaba acostumbrada a estar tan cerca de un hombre así.

–¿Cuánto tiempo te vas a quedar en el hotel? –preguntó él.

–Unos días. La conferencia se acaba el domingo después de mi presentación, pero me voy a quedar un día más. He oído que hay un magnífico spa en el hotel, así que un poco de relax me vendrá bien. ¿Y tú?

–Me quedo hoy y mañana.

–Eso es lo que se llama un viaje relámpago –contestó Bria. Sam se encogió de hombros y ella se fijó en la anchura de sus espaldas.

–Me temo que es parte de mi trabajo. Estoy acostumbrado.

Bria asintió, lo comprendía perfectamente. Su agenda incluía habitualmente vuelos internacionales.

–¿Tienes algún plan para esta noche? –añadió Sam. Ella negó con la cabeza un poco nerviosa–. En ese caso, sería un honor para mí que cenaras conmigo.

Inmediatamente Bria estuvo a punto de contestar con una negativa. No solía flirtear porque estaba completamente centrada en su trabajo y no venía a cuento cenar con un desconocido, a pesar de lo amable que había sido con ella.

Sin embargo, cuanto más la miraba Sam a los ojos, más dudaba en responder que no. Después de todo tenía que cenar en algún lugar y la invitación había sido un gesto de cortesía. Sam ya le había hecho un favor y además parecía el típico hombre de negocios que apenas tenía tiempo para charlar distendidamente.

–He escuchado que en el restaurante Joseph trabaja un cocinero mundialmente conocido que estuvo muchos años en Londres. Sería imperdonable no probar sus platos estando aquí. Además me encantaría que me contaras algo sobre tu presentación. Estoy intrigado. Quizás me des algunas ideas para mi negocio.

–En ese caso, ¿cómo podría rechazar la invitación? –preguntó Bria con una sonrisa. Estaba impresionada de lo pronto que había cedido, pero el brillo en los ojos de Sam la había obligado.

Además sería como una cena de negocios. Siempre se sentía cómoda hablando de su profesión así que estaría en su terreno.

Ninguna presión. Ninguna expectativa. Justo como a Bria le gustaba.

–Yo me encargo de hacer la reserva. ¿Te parece bien a las ocho? –preguntó él.

–Perfecto –contestó sonriendo mientras llegaban al hotel. Tuvo que reconocerse a sí misma que las cenas de negocios normalmente no le resultaban emocionantes, sin embargo estaba deseando que llegara la hora de salir con aquel enigmático desconocido.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

BRIA llegó al restaurante unos minutos antes de la hora fijada. Entró en la elegante sala, iluminada tenuemente por las lámparas plateadas de las mesas, y cuyo mobiliario estaba tapizado en terciopelo. En aquel instante vio como Sam, que estaba en una mesa al fondo, se ponía en pie y caminaba con la mirada clavada en ella.

Bria contuvo la respiración ante la perspectiva de pasar la velada con un hombre tan atractivo. Varias mujeres se giraron al paso de Sam, pero Bria no podía culparlas, era un hombre digno de admiración.

En vez del traje de chaqueta de trabajo, Sam se había puesto unos pantalones negros y un polo de color blanco que resaltaba aún más el bronceado de su piel. A pesar de la delicadeza de sus formas y del marcado acento británico, su apellido y sus rasgos delataban un origen mediterráneo.

–Me alegro mucho de que hayas venido –dijo Sam cálidamente cuando llegó a su lado. Bria sintió un escalofrío y se puso en tensión. No estaba acostumbrada a reaccionar de aquella manera ante un hombre.

–Gracias por invitarme –repuso ella escuetamente. Sam pareció sorprendido ante su frialdad y Bria supo que se había equivocado al aceptar la invitación.

El hecho de que él se hubiera ofrecido a llevarla en taxi no implicaba que tuviera que corresponderlo yendo a cenar con él. Pero en vez de haberle contestado que no, había aceptado. En consecuencia se había pasado un buen rato delante de la maleta decidiendo qué modelo ponerse sin poder evitar estar nerviosa ya que era la primera vez en mucho tiempo que accedía a salir con un hombre.

–Pareces un poco tensa, ¿estás cansada?

–Lo que me pasa es que estoy muerta de hambre. El cansancio es algo a lo que ya me he acostumbrado gracias a mi trabajo –contestó sorprendida ante la sensibilidad de Sam. Cualquier otro hombre no se hubiera dado cuenta de su reacción ni la hubiera preguntado.

–Lo comprendo –dijo él inclinando la cabeza, un gesto demasiado formal, pero que en él ensalzó su elegancia–. Por favor, vayamos a cenar así te podrás retirar temprano.

Bria no pudo contener una sonrisa ante aquella forma de hablar tan educada. Pasó delante de Sam sin poder obviar el hecho de que la mano de él se hubiera posado en su espalda para acompañarla hasta la mesa. Podía sentir la calidez de su caricia a través de la tela de seda del vestido. No sabía si aquella cortesía era forzada o si formaba parte de su educación.

Lo cierto era que a Bria tampoco le preocupaba mucho porque nunca se había enamorado de ese tipo de hombres. Ellis había sido muy reservado y por eso lo había dejado entrar en su vida. Y en aquel momento no estaba dispuesta a dejarse engatusar, a pesar del encanto de aquellos ojos.

Tenía que admitir que aquellos ojos la fascinaban: negros como el azabache, albergaban un misterio cautivador.

Eran unos ojos que guardaban un secreto. Unos ojos que reflejaban sabiduría. Unos ojos que contenían promesas que Bria era incapaz de descifrar.

–¿Te pasa algo? –le preguntó Sam sacándola de su ensimismamiento.

–Perdona por mirarte tan fijamente. He sido un poco brusca –admitió ella. Se acababa de comportar como una estúpida. Sam sonrió y los rasgos de su rostro se suavizaron. Unas leves arrugas rodearon sus fascinantes ojos.

–Para nada. Me lo tomo como un cumplido. El hecho de que una mujer guapa mire fijamente a un hombre es el mayor halago.

–O quizás sea una muestra de insensatez –soltó Bria sin poder contenerse. Sam soltó una carcajada.

–Eres una mujer muy sincera y eso me intriga.

–Termina por resultar bastante irritante, al menos eso es lo que me han dicho –contestó antes de esconderse detrás de la carta para elegir el menú. El hecho de estar con un hombre como Sam la hacía estar cada vez más nerviosa. Era irónico ya que Bria se había educado en el mejor internado suizo y estaba acostumbrada a codearse con políticos, magnates y hombres del escalafón más alto de la sociedad.

Sin embargo, Sam tenía algo especial. No era su ropa de diseño, ni el acento refinado ni la manera de hablar lo que hacía que pareciera estar por encima del bien y del mal. Y aquella razón tendría que haber bastado para que Bria hubiera salido corriendo lo más lejos posible del campo magnético de aquel poderoso cuerpo.

La clase y el poder solían estar indisolublemente unidos y a menudo se utilizaban para manipular e impresionar.

Bria debía ya saberlo.

–Por favor, no te avergüences. Valoro mucho tu sinceridad, sobre todo porque apenas nos conocemos. Vamos a disfrutar de esta cena, de la compañía y de la conversación.

La lista de platos del menú se nubló a los ojos de Bria. Asumía el hecho de tener que cenar, pero estaba segura de que no iba a ser capaz de relajarse y disfrutar de la velada.

Menos mal que en aquel momento apareció el camarero. Ella pidió un plato de pescado con nombre sofisticado, le encantaba la buena comida, aunque estaba segura de que aquella noche le iba a costar tragar cada bocado bajo la desconcertante mirada de Sam.

–Estoy muy interesado en tu negocio, ¿me puedes contar algo más? –preguntó él cuando se marchó el camarero.

Bria sonrió. Sam se acababa de ganar otro punto positivo. Normalmente los hombres no solían mostrar interés por su empresa. Un buen ejemplar de hombre prehistórico le había llegado a decir en una ocasión que escuchar a mujeres hablar de negocios le resultaba aburrido. Ni qué decir tenía que Bria se había puesto en pie en aquel momento y había dado la cita por concluida.

–Comencé con mi estudio de arquitectura hace bastante tiempo. Motive es mi orgullo y la fuente de mis alegrías. Antes de emprender el negocio, estudié en la Universidad de Sydney donde me licencié. Cuando terminé tuve la suerte de trabajar para uno de los mejores arquitectos de Australia durante un año y después monté mi propio estudio.

En su relato omitió las interminables discusiones con su padre en las que había intentado convencerlo de que no necesitaba el respaldo del nombre de Kurt Green, el equivalente a Bill Gates en Australia.

No obstante, había una diferencia entre los dos hombres. Bill trabajaba para construir su fortuna, mientras que el arrogante padre de Bria no había movido un dedo en toda su vida, salvo para señalarla a ella. No había dejado de decirle que era un fracaso desde el día en que se había dado cuenta de que no lograría someterla a su control.

–Es impresionante. Debes de tener muy buena reputación para figurar como ponente en la conferencia, ¿no?

Sam ni se lo imaginaba. Tenía fama de ser valiente y adicta al trabajo, capaz de transformar un vertedero en un palacio. Había diseñado algunos de los proyectos más importantes y arriesgados de Australia. En consecuencia, su nombre había sido catapultado rápidamente dentro de las firmas más importantes y Bria aún sentía el vértigo.

No obstante, estar en lo más alto tenía un precio. Las noches eran largas y solitarias, a pesar de que se quedara tendida en la cama recordándose sus éxitos profesionales.

Bria se encogió de hombros y escondió las manos, ya que el constante movimiento de sus dedos delataba su nerviosismo. La mirada llena de admiración de Sam no hacía más que incrementar aquel estado de tensión.

–He tenido suerte. He diseñado proyectos que han tenido reconocimiento y Motive no deja de crecer. Nada extraordinario, pero vamos teniendo un nombre en este país.

–La suerte es algo que se busca –repuso Sam mirándola intensamente.

El camarero se acercó, llenó sus copas con champán y se volvió a marchar sigilosamente.

La verdad era que Bria, a pesar de haber nacido en el seno de la familia más rica de Australia, en cuanto había tenido edad, se había escapado de las garras de su padre. Había salido adelante, se había abierto camino en la vida, había emprendido su negocio y era dueña de sí misma.

–Por la suerte –dijo ella tomando su copa para brindar.

–Por la suerte –asintió Sam.

Sus copas chocaron y, al beber, las burbujas chisporrotearon en la boca de Bria.

La verdad era que la mirada entregada de aquel hombre tan atractivo hizo que se sintiera una mujer con mucha suerte.

 

 

En cuanto estuvo de regreso en su habitación Bria se quitó los zapatos de tacón de aguja y se tendió sobre la cama.

Estaba exhausta.

Normalmente llegaba agotada al final del día tras largas horas de trabajo, pero aquella noche todo era diferente.

La fatiga no tenía nada que ver con los proyectos, de los cuales se había olvidado durante toda la velada. Había sido aquel hombre agradable quien la había cautivado y quien la había dejado agotada.

Sam era un hombre especial.

Era un hombre maravilloso de la cabeza a los pies. Había dicho las palabras adecuadas, se había comportado de la forma adecuada y Bria había escuchado absorta cada una de sus frases durante toda la cena.

Tampoco era que hubiera estado hablando todo el rato. Al revés, había desviado constantemente la conversación hacia Bria mostrando un verdadero interés en ella. En otras circunstancias a ella tanta atención podría haberla irritado, sin embargo, la mirada deliciosa y comprensiva de Sam la habían hecho sentir muy cómoda y no había dejado de hablar en toda la noche.

En los momentos en los que él había intervenido, lo había hecho con la distinción que lo caracterizaba, dándole a las palabras un particular énfasis y entonación. Hacía mucho tiempo que un hombre no llamaba su atención de una manera tan intensa y quería saber más de él.

No pudo evitar soltar un gemido y cerrar los ojos.

Antes de que se hubieran separado en el vestíbulo del hotel, Sam le había dicho que había sido una velada encantadora y que tenía muchas ganas de pasar el día siguiente con ella, antes de concluir sus negocios y marcharse del país.

Bria tendría que haber contestado que no.

Tendría que haber dado cualquier excusa sobre la preparación de la ponencia.

Tendría que haberse mantenido impasible como había hecho con todos los hombres que la habían abordado después de Ellis.

Sin embargo, había sonreído a Sam, se había sonrojado y había asentido como si fuera tonta.

¿En qué demonios había estado pensando?

«Directamente no estabas pensando», se contestó a sí misma mientras pensaba si no podría fingir un dolor de cabeza el día siguiente. Era la salida más fácil.

¿Pero desde cuándo ella tomaba la salida más fácil?

Decidida a dejar de dar vueltas a una decisión que había tomado más con el corazón que con la cabeza, Bria se puso a revisar el correo electrónico. Quería encerrarse en el trabajo y olvidarse de la fascinación que le despertaba Sam y de la cita pendiente que tenían.

Entre la lista de mensajes le llamó la atención uno cuyo asunto era: Bienvenida a Adhara. Su mejor amiga, Eloise se había marchado a vivir lejos, a un pequeño país en medio del desierto tras contraer matrimonio con un miembro de la realeza. Desde entonces no había dejado de suplicarle que fuera a visitarla.