Citas arriesgadas - Nicola Marsh - E-Book
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Citas arriesgadas E-Book

NICOLA MARSH

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Beschreibung

Había acabado en una cita a ciegas con su ex novio. Matt Byrne, un rico y sexy abogado, sólo había salido con Kara Roberts porque estaba buscando una novia para poder seguir avanzando en su carrera. Así que decidió que lo mejor era contratar a alguien y proponer un trato que Kara no podía rechazar... Pero no tardaron mucho en estar deseando fijar otra cita... esa vez ante el altar.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Nicola Marsh

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Citas arriesgadas, n.º 5507 - febrero 2017

Título original: The Tycoon’s Dating Deal

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8796-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Qué quieres que haga?

Kara Roberts miró a su mejor amiga con incredulidad. Quería a Sally entrañablemente, pero había ido demasiado lejos.

—Por favor, Kara. Por favor. Sabes que estoy con el agua hasta el cuello. Los negocios no marchan bien —pidió en tono zalamero, pero había temor en su mirada.

Kara supo que la había derrotado. Nunca había visto a Sally tan desesperada. La agencia debía de tener más problemas de lo que Sally dejaba entrever.

Tras dejarse caer pesadamente en una silla, Kara se cruzó de brazos.

—De acuerdo, lo haré. Pero sólo por esta vez.

Sally, una mujer mayor de cabellos grises ensortijados en torno a su cara mofletuda, se acercó a ella y la abrazó con fuerza.

—Gracias, tesoro. Tú vales mucho —dijo, con sus ojos marrones empañados en lágrimas.

Kara sintió el corazón henchido de amor hacia esa sorprendente mujer que, sin dudarlo, se había hecho cargo de ella tras la muerte de sus padres. Sólo tenía doce años cuando los seres más importantes de su vida fallecieron en un accidente de coche. Sally, la mejor amiga de su madre, le ofreció su hogar. Y no sólo un hogar. La había apoyado, estimulado y querido a lo largo de los difíciles años de la adolescencia hasta ese mismo día.

El favor que le haría a Sally, difícil para Kara, sólo sería una pequeña recompensa por todos esos años de amor y amistad.

—Bueno, ahora que estoy con la soga al cuello, dime qué tengo que hacer.

Sally rebuscó entre los papeles que se amontonaban en la mesa.

—Aquí están. Para empezar, rellena estos cuestionarios. Todo tiene que ser legal, así que debes completar los formularios y firmar en la línea de puntos.

Kara leyó rápidamente.

—Tienes que estar de broma, Sal. ¿Color de ojos del candidato deseado? ¿La cena más romántica? ¿La zona del cuerpo más erótica? ¿De dónde sacas todo esto? —preguntó con incredulidad.

Sally cruzó los brazos sobre el pecho, infló las mejillas y exhaló lentamente.

—Necesito toda esa información para procesar tus datos en el ordenador. Ya conoces el procedimiento. Te has reído de él durante años. ¿Por qué desanimarse ahora?

Kara dejó escapar una risita.

—Me he reído cuando hacías estas preguntas ridículas a otras personas. Pero ahora que estoy bajo el microscopio no lo encuentro tan divertido. ¿No puedo saltarme esta parte y acabamos de una vez?

Sally negó con la cabeza.

—Si quiero ganar el premio que otorgan en Sidney a la Agencia Matrimonial del Año, necesito que completes todos los datos. Tu solicitud será procesada junto a las demás. Kara, no te pediría que lo hicieras si no estuviera en una situación tan apremiante. No sabía qué hacer cuando Maggie se marchó esta mañana. Lo único que necesito es que asistas esta noche a la cita de siete minutos con cada uno de los candidatos.

—¡Ah! Eso es muy fácil de decir. ¿Y si me ve alguien conocido? Pensará que soy incapaz de conquistar a un tipo por mí misma.

Kara notó que sus palabras la habían herido. Para Sally, el oficio de relacionar a personas que se encontraban solas era su mundo. Su propia profesión era preciosa, ¿por qué la de Sally tenía que ser diferente?

—¿Quieres decir como el resto de mis clientes?

—Lo siento, Sal. No estoy acostumbrada a esto. Prefiero elegir a mis pretendientes a la manera tradicional.

Sally alzó las cejas.

—¿Y qué manera es ésa? Hace más de un año que no sales con nadie.

La verdad era dolorosa. Hacía más de doce meses que había renunciado a los hombres, cansada de su juego. La mayoría de sus citas tenían un solo propósito y eso había llegado a enfermarla.

—Lo que dices es un poco duro. He tenido muchas citas en los últimos años.

Sally ignoraba la sensación de vacío que le producía hablar de hombres. Solamente uno la había hecho sentirse especial y ese hombre se había ido. Hacía mucho tiempo.

—Seguro que sí, querida, por eso pasas la mayor parte de tu tiempo libre con una vieja como yo.

—¿Vieja, tú? Tienes algunas canas y un par de arrugas de reírte en torno a los ojos, ¿pero vieja? ¿Por eso prefieres entrevistar personalmente a los candidatos varones? Te he visto con la cara iluminada después de una entrevista con alguno de tus atractivos aspirantes.

—Gracias por tu estímulo. Bueno, basta de charla. Rellena los cuestionarios porque necesito procesarlos inmediatamente. Y luego sería mejor que fueras a casa a arreglarte. Tengo una última entrevista con un candidato y todo quedará preparado para esta noche. Una vez que haya unido a mi milésima pareja, el premio DATY será mío.

Al ver la expresión afligida de Sally, Kara sintió que se le encogía el estómago.

—¿La agencia tiene muchos problemas económicos, Sal?

Los fondos de Kara eran muy limitados porque había invertido casi todo el dinero en Inner Sanctum, su estudio de diseño de interiores. Aun así, si era necesario, pediría un préstamo para ayudar a Sally.

—Si no gano el DATY, Matchmaker tendrá que cerrar. El dinero del premio serviría para modernizar el sistema informático y el prestigio del DATY sería una buena publicidad para la agencia —suspiró Sally—. Sí, se podría decir que estoy en un apuro.

—¿Pero, cómo? —preguntó Kara, aunque sabía que la respuesta no le iba a gustar.

—Sabes que nunca he sido una mujer rica, querida. Invertí todo lo que tenía en crear un hogar para nosotras y en esta agencia —dijo al tiempo que con los brazos abiertos abarcaba la oficina, que era la sede de Matchmaker—. Tal vez no hice bien las cuentas.

Lo que Sally no mencionó fue el dinero que le había prestado para abrir Inner Sanctum.

—Sal, si puedo hacer algo más aparte de esto, no dejes de decírmelo.

—Tú escribe y yo me ocuparé del resto, corazón.

—Lo haré.

En unos cuantos minutos, Kara completó los formularios. Y en unas cuantas horas más estaría bebiendo unas copas en compañía de un puñado de desconocidos con el propósito de encontrar un candidato apropiado para ella. Si no fuera por el hecho de que Sally estaba desesperada, habría roto la solicitud allí mismo.

Desde luego, ése no era su mejor día.

Los Smithson prácticamente la habían estado acosando para que se ocupara de redecorar el conservatorio. Desgraciadamente, había tenido que soportar el lamento del violín de la nieta prodigio durante las dos horas que les llevó discutir los planes.

Así que había recibido con alivio la llamada de Sally a su teléfono móvil. Momentáneamente. De hecho, entre una velada con posibles pretendientes y unas cuantas horas soportando el chirrido de un violín, prefería lo último.

—¿Así que nos vemos esta noche?

—Supongo que sí —convino Kara con un suspiro.

—Conozco esa expresión. La misma que cuando tenía que arrastrarte al dentista —se rió la mujer mayor.

—No te equivocas.

Sally le palmeó cariñosamente la mejilla.

—¿Por qué no vas a casa a relajarte? La velada acabará antes de que te des cuenta.

—Mmm.

Tras cerrar la puerta del despacho de Sally, Kara echó una mirada a la zona de recepción con orgullo. No estaba mal para una principiante. La oficina había sido uno de sus primeros proyectos. Kara adoraba su trabajo. Le encantaba combinar colores, formas y dimensiones de un modo particularmente imaginativo. Era una lástima que sus clientes no pensaran lo mismo. Tras unos cuantos meses muy ocupados después de la inauguración del estudio, los negocios habían bajado considerablemente. Sal no era la única que necesitaba dinero con urgencia.

Cuando llegó a la salida, la puerta se abrió con tal ímpetu que casi la empujó hacia un lado.

—Lo siento. ¿Se encuentra bien? —oyó que preguntaban. «No», pensó ella antes de reconocer el rostro del último hombre que hubiera esperado encontrar en una agencia matrimonial—. ¿Kara? Qué sorpresa.

Los fuertes brazos de Matthew Byrne la estrecharon con fuerza.

Todos los antiguos sentimientos se apoderaron de ella en ese instante: su anhelo por ese hombre, su dolor por no ser la mujer que él deseaba. En un segundo percibió que todavía tenía el poder de reducirla a un estado de total estupidez. Claro que no lo iba a demostrar.

—Hola, Matt. Me alegro de verte —saludó al tiempo que se zafaba de sus brazos, con el pulso latiéndole aceleradamente.

—Sí que has crecido.

Mientras la mirada masculina recorría su cuerpo, Kara sintió que se le erizaba la piel. La mirada se detuvo en sus senos un largo segundo antes de volver a la cara.

Kara cruzó los brazos en un gesto fingidamente casual.

Él sonrió, con la misma sonrisa diabólica que la había cautivado durante años.

Kara alzó la barbilla y lo miró, furiosa.

—Sí, suele sucederle a las niñas pequeñas —contestó.

Se preguntó si él recordaba las penosas palabras que había pronunciado la noche de su decimoctavo cumpleaños. La noche que le había destrozado el corazón.

Una chispa de conciencia brilló por unos segundos en sus profundos ojos azules.

—Bueno, ya no eres pequeña. Tienes un aspecto maravilloso. Es una pena que no nos hayamos visto en todos estos años.

Kara podría haberse sumergido en el azul infinito de esos ojos. Nunca había visto una tonalidad como aquélla, una mezcla de violeta, zafiro y un leve toque de esmeralda.

La joven sintió que se sonrojaba al tratar de adivinar el sentido de las palabras de Matt. De pronto recordó sus manos y sus labios acariciando cada centímetro de su cuerpo, explorando sus más íntimos secretos.

Como si adivinara sus pensamientos, Matt le rozó una mejilla con la mano.

—Eres adorable cuando te sonrojas de esa manera. Sí, eres la misma Kara de siempre.

La voz baja y ronca le hizo vibrar los nervios. De pronto anheló apoyar la mejilla en esa mano y sentir el consuelo que sólo él podía darle. Luego recordó el beso intenso, las manos frenéticas y el firme rechazo que para ella había durado una vida. Matt Byrne la había apartado de sí de la manera más cruel posible, con tal desprecio que ella había decidido no volver a hablarle más.

Y en ese momento estaba allí, irrumpiendo en su vida como un superhéroe, con sus músculos flexibles, su ancho pecho, su rostro de rasgos acusados y su sonrisa asesina.

Todo lo que necesitaba era una capa y el cuadro estaría completo. Kara no pudo evitar la risa.

—¿A qué viene esa risa?

—Lo siento. Viejos recuerdos.

—No creo que nuestros recuerdos fueran tan divertidos —dijo al tiempo que le frotaba los brazos bajo las mangas de la camiseta. Era una caricia íntima que llegó a atemorizarla.

Kara dio un paso atrás para no hacer algo tan estúpido como quedarse quieta y esperar que la besara.

—Esos son recuerdos del pasado. Sé que estás haciendo cosas más grandes e importantes. Tu vida como abogado, y playboy además, debe de estar llena de cosas más emocionantes que los viejos recuerdos.

Matt entornó los ojos, que de pronto habían perdido su brillo.

—No creas todo lo que lees por ahí. Los medios de comunicación se dedican a chismorrear para aumentar sus ventas.

—Seguramente tendrás algún beneficio, porque lo que dicen de ti da para vender un millón de ejemplares —comentó. Su reputación de playboy en gran parte se debía a que aparecía continuamente en la prensa de Sidney, siempre acompañado de hermosas y provocativas mujeres—. Hablando de reputación, ¿qué haces aquí? Eres el último hombre que esperaría ver en una agencia matrimonial. ¿Problemas con tu encanto personal?

A pesar de que la broma era bienintencionada, Kara notó que la sonrisa de Matt disminuía.

—A mi encanto personal no le sucede nada. Deberías saberlo —dijo con una sonrisa forzada.

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

Su respuesta fue breve, cortante y amenazadora.

—Por negocios.

Maldición, si los abogados habían empezado a perseguirla, Sally debía de tener más problemas de lo que Kara suponía.

—La tratarás con suavidad, ¿verdad?

La joven no pudo interpretar la fugaz expresión de sus ojos.

—¿Kara, estás bien? Te has sonrojado.

La joven supo que tenía que escapar. Aún ejercía aquel extraño poder hipnótico sobre ella. Durante nueve largos años no había aprendido a controlar sus sentimientos respecto a él. Los años y las incontables citas habían ayudado muy poco a borrarle de la cabeza la imagen de ese hombre. Al parecer, había quedado impresa para siempre en su espíritu y en su mente.

—Sí, estoy bien, Matt. Me ha encantado volver a verte. Espero que tengas suerte con lo que te ha traído hasta aquí —dijo al tiempo que su mirada intentaba memorizar cada detalle del rostro masculino.

—Gracias. Yo también me alegro de verte. Tal vez podríamos ir a tomar una copa alguno de estos días.

Ella ignoró los fuertes latidos de su corazón.

—No creo. Gracias de todos modos. Adiós.

Kara se escabulló antes de que Matt pudiera responder.

«No mires atrás, porque va a pensar que todavía estás colada por él»

Pero como nunca se le había dado bien escuchar la voz de la razón, arriesgó una rápida mirada por encima del hombro. Él la miraba a través de una ventana, situado directamente bajo las letras rojas del cristal: «Agencia Matrimonial». Una divertida coincidencia. Sin embargo, no había la menor posibilidad de que eso sucediera. No se imaginaba a Matt Byrne, un famoso playboy, junto a la compañera idónea gracias a los servicios de una agencia matrimonial.

 

 

Matt contempló la espalda de Kara intentando ignorar las imágenes eróticas que se filtraban en su mente. Había crecido. Se había convertido en una hermosa rubia escultural de grandes ojos verdes.

Estaba acostumbrado a las mujeres hermosas que inundaban su mundo. Mujeres estupendas, inteligentes y profesionales, más que ansiosas por estar junto a él. La lista era interminable. Sin embargo, hacía mucho tiempo que ninguna le llamaba la atención. Hasta que había vuelto a ver a Kara. Era asombrosa, con sus ojos verdes de gata y la brillante melena rubia con toques rojizos que le caía por la espalda como una sedosa cortina.

Había sido una agradable muchachita que había florecido a los dieciséis años. Todavía recordaba las interminables charlas, las confidencias compartidas, la fluida amistad que había entre ellos… hasta que ella creció. Y le revolucionó las hormonas. Y a partir de entonces, la figura de Kara llenó sus horas de vigilia y de sueño.

La había deseado con una intensidad que lo había asustado. Por ser mayor y más maduro, como un hermano para ella, debió haber sabido lo que ocurriría. Incluso en ese momento, no podía olvidar la pasión inocente de la joven cuando se lanzó a sus brazos y lo besó el día que cumplía dieciocho años. Durante un breve instante, Matt sintió que todas sus fantasías se volvían realidad, hasta que recordó que la estaba besando a ella. Entonces reaccionó y la apartó de sí con palabras frías, interponiendo una barrera verbal. Palabras capaces de apagar hasta las llamas más ardientes.

Después de todo, no había querido que la historia se repitiese. Bastaba con un asaltacunas en la familia Byrne y las consecuencias de su acto. A veces pensaba que podría matar a su padre, de veras que sí.

Sí, había hecho la única cosa decente que cabía hacer: evitar a Kara como a la peste. Hasta ese mismo día. Maldición, todavía estaba obsesionado. Pensó que ella había correspondido a su saludo con la misma calidez que él y que luego se había arrepentido.

Seguro que no había nada malo en haberla invitado a una copa, ¿verdad? De acuerdo, ella probablemente había recordado el modo en que la había tratado durante esos años, así que no debería sorprenderle que no quisiera salir con él.

¿Y qué demonios hacía en la agencia matrimonial?

Una mujer como Kara no estaría sola mucho tiempo. ¡Lo que daría por estar a solas con ella en ese momento!

Matt desechó esos pensamientos al tiempo que llamaba al timbre del mostrador.

—Estaré con usted en un minuto —gritó una voz desde el despacho interior.

Matt miró a su alrededor. La oficina estaba perfectamente decorada en tonos negros y cromo con algunos toques de rojo para animar el conjunto. Allí no había corazones pegados en las paredes, sólo algunos carteles muy modernos, obra de algún artista desconocido para él. Bueno, tampoco era un experto en la decoración de agencias matrimoniales. Era la primera vez que iba a una y esperaba que fuese la última.

—Siento haberlo hecho esperar.

Matt se volvió rápidamente. La voz le resultaba extrañamente familiar.

—¿Sally? ¡Maldición, qué día más curioso! Primero Kara y luego tú.

La mujer mayor lo abrazó.

—Me alegro de verte, Matt. Estás tan apuesto como siempre —dijo al tiempo que le quitaba una imaginaria hebra de hilo de la chaqueta.

Ese gesto familiar le llevó a la memoria el preciado recuerdo de su primer baile cuando, junto a sus padres, en la puerta de su casa, Sally lo despidió como si fuera su propio hijo. De hecho, había sido más cariñosa con él que su propio padre.

—Tú también estás estupenda, Sally —dijo con una sonrisa al ver que las ya rubicundas mejillas se sonrojaban aún más.

—¡No seas zalamero! —exclamó ella al tiempo que le palmeaba los brazos—. ¿Qué te trae a Matchmaker? No creo que un hombre como tú necesite nuestra ayuda.

—¿Tú diriges la agencia? —preguntó aliviado.

Si Sally era la directora, era obvio que Kara había ido a visitar a su madre adoptiva y no a pedir sus servicios.

Sally asintió con la cabeza.

—Sí. Abrí esta oficina hace unos cuantos años, cuando Kara emprendió sus propios negocios. Siempre había tenido la idea de proporcionar un poco de alegría a la gente que se siente sola, así que después de leer muchas novelas románticas, decidí dar el salto.

—Eso es fantástico —dijo Matt. Luego pensó en preguntarle acerca del negocio de Kara, pero decidió postergarlo. Tenía mucho tiempo para hacerlo—. Necesito tu ayuda.

—Entra y acomódate.

Matt la siguió hasta el pequeño despacho, tan bien decorado como la oficina, en el que predominaban los tonos suaves que lo hacían más espacioso.

—¿Qué pasa, Matthew? Cuéntamelo todo —dijo suavemente.

Matt se reclinó en el cómodo sillón y cruzó las piernas.

—Necesito un cambio de imagen. Mi padre piensa que mi reputación perjudica la imagen de la empresa.

—Entiendo. Regularmente suelo enterarme de tus travesuras a través de la prensa. Eres un hombre muy aficionado a las mujeres.

Él negó con la cabeza.

—No creas todo lo que dicen. Mi vida no es tan emocionante como la pintan los periodistas. De todos modos, mi padre dice que no me dejará participar como socio de la empresa hasta que no mejore mi conducta —dijo al tiempo que se pasaba la mano por el pelo—. Ya conoces a mi padre. Byrne y Asociados es la niña de sus ojos. No tengo ninguna esperanza hasta que no demuestre «una actitud más responsable respecto a mi vida personal», fin de la cita.

Sally dejó escapar un suspiro.

—Fui vecina de tu padre durante mucho tiempo. Está muy orgulloso de ti. Él te quiere, independientemente de que tengas pareja estable o no.

¿Amor? Su padre ignoraba el significado de esa palabra.

—Necesito demostrar en la firma que soy un buen abogado que no depende de su padre. Quiero formar parte de la sociedad. Y cuanto antes, mejor.

Le hervía la sangre cada vez que pensaba en las insinuaciones que hacían acerca de su creciente posición en la empresa. Era un abogado de primera clase, sin la ayuda de su padre. Y no porque Jeff Byrne se la hubiera ofrecido.

—¿Cómo puedo ayudarte?

Ésa era la parte más espinosa de la cuestión.

—Como te he dicho, necesito un cambio de imagen. Necesito conocer rápidamente a una mujer que concuerde con mi forma de pensar. Había pensado en hacer un trato con ella. Podría acompañarme en calidad de novia estable a todos los actos sociales de la profesión. Naturalmente, cobraría por sus servicios.

Sally pestañeó.

—Eso suena demasiado frío y calculador. Lo mío es el romance, no la organización de citas. Por lo demás, ¿no crees que sería engañar a tu padre? ¿No hay otro modo de solucionar el asunto?

Matt negó con la cabeza.

—He hecho indagaciones. Las citas organizadas son la manera más rápida y fácil de conocer a una mujer que encaje con mis necesidades. Sé que el servicio es confidencial, así que mi padre no se va a enterar. Por lo demás, ¿quién es él para atreverse a juzgar? Basta con mirar su vida privada.

—Sigo pensando que no es correcto ocultárselo a tu padre.

Sally siempre había defendido a su padre, aunque Matt no entendía por qué. A veces había sido un progenitor duro de corazón, pero Sally siempre sostenía que la paternidad no era asunto fácil. El problema era que Jeff Byrne lo ignoraba todo sobre la paternidad.

—Quiero hacerlo, Sally. Lo antes posible.