Emociones escondidas - Nicola Marsh - E-Book

Emociones escondidas E-Book

NICOLA MARSH

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Beschreibung

¡Se busca padre para trabajar a tiempo completo! Riley Bourke era un ejecutivo soltero y muy ocupado… un hombre que no sabía absolutamente nada de niños. Pero desde el principio supo que debía cuidar de Maya y de su pequeño. Maya Edison sabía muy bien cómo arreglárselas sola, no necesitaba que ningún hombre la llevara de la mano… o hiciera de padre para su hijo. Pero Riley estaba consiguiendo hacerse un hueco en sus corazones. Así que Maya decidió darle un ultimátum: o formaba parte de sus vidas de verdad… o salía de ellas definitivamente. Parecía que Riley estaba a punto de descubrir lo que se sentía teniendo una familia...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Nicola Marsh

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Emociones escondidas, n.º 2096 - diciembre 2017

Título original: Inherited: Baby

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-487-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

MAYA Edison se quedó de pie, erguida, mirando a la gran multitud de la alta sociedad que había convertido el funeral en una farsa. Miró el ataúd que contenía a su prometido mientras lo bajaban al suelo, deseando poder llorar…

Deseando poder sentir algo distinto que el cansancio que la había calado hasta los huesos en el tiempo en que se había ido a vivir con Joe Bourke, y se había quedado embarazada de él y había creído sus mentiras de que se quería casar con ella…

Hubiera deseado no sentir alivio de que su pesadilla con Joe hubiera terminado. Ni aquel sentimiento de culpa por el papel que había tenido en su muerte.

Su amor por Joe había sido como un torbellino emocional que la había destrozado en menos de dos años.

–¿Te encuentras bien?

Maya se dio la vuelta al sentir que alguien le tocaba suavemente el codo, y asintió mecánicamente, reconfortada por la sincera preocupación que veía en los ojos azules de Riley.

Riley Bourke, hombre serio y formal, era el hermano mayor de Joe, y había sido la única persona de los que estaban en el funeral que le había echado una mano después de la muerte de Joe; la única persona a quien parecía importarle sinceramente lo que había pasado.

Joe lo había tratado de vejestorio y aburrido, cuando en realidad sólo le sacaba seis años. Lamentablemente, los veintiocho años de Joe habían sido como dieciocho, algo de lo que ella se había dado cuenta tarde, mientras que la sólida formalidad de Riley había sido un envío del cielo desde la muerte de su prometido.

El resto de amigos de Joe eran parásitos, gente que se pasaba la vida de fiesta en fiesta, que no habían dejado en paz a su prometido aun después de que éste fuese padre. Y estaban en su funeral sólo para salir en la prensa del día siguiente.

Joe Bourke, empresario, conocido jugador en los círculos de carreras de caballos de Australia, niño mimado de la alta sociedad de Melbourne, estaba muerto.

Era una noticia importante en una ciudad que había aireado su vida en las columnas de las revistas de cotilleos. Joe había aceptado con entusiasmo su publicidad, mientras que ella la había odiado. Aquélla había sido una razón, entre otras, para que se fueran distanciando.

–No hace falta que vengas al velatorio. ¿Por qué no llevas a Chas a casa?

Riley no había soltado su codo. Evidentemente, no estaba convencido de que ella se encontrase bien.

Por alguna extraña razón, no había podido llorar hasta que Riley la había mirado con sincera compasión. De pronto, sintió ganas de llorar como Chas cuando estaba mojado, tenía hambre o le estaban saliendo los dientes. Afortunadamente, su hijo se había dormido en su cochecito, al lado de ella, durante todo el funeral, ajeno al hecho de que había perdido a su padre aun antes de conocerlo realmente.

Claro que Joe no había mostrado el más mínimo interés en conocer a su hijo en los catorce meses de existencia de Chas.

Al parecer, ni siquiera podía dejar de reprocharle cosas a Joe el día de su funeral, pensó, disgustada consigo misma.

–No hay nada que me apetezca más que llevar a casa a Chas, pero… ¿No debería estar yo en el velatorio?

Se había reprimido decir «¿qué dirá la gente si me voy?».

La gente había murmurado desde el momento en que había conocido a Joe en el baile de la noche anterior a la Copa, hacía menos de dos años, y se había enamorado de él.

¿Qué hacía uno de los hombres más ricos de Melbourne con una cuidadora de caballos? ¿Una chica que limpiaba establos para ganarse la vida? ¿Una chica que no había dejado su trabajo a pesar de estar con Joe Bourke?

Sí, la gente había hablado y hablado. Y seguía hablando, se oían sus risas disimuladas ahora que las formalidades habían terminado y esperaban deseosos la elaborada fiesta que Riley había organizado en un hotel cercano para honrar la vida de su hermano con todo lujo.

Desgraciadamente, justo en el momento en que Riley se inclinó hacia Maya para decirle algo, ella oyó un comentario entre la gente:

–¡Mírala! Joe ni siquiera está frío y ella ya se está arrimando a su próximo objetivo… ¡Ni más ni menos que el hermano de Joe!

Maya se irguió y miró a Riley, furiosa de que un hombre como él, a quien apenas conocía, tuviera que oír semejantes insultos.

Pero antes de que pudiera pensar cómo reaccionar, lo que en términos prácticos siempre había sido ignorar los comentarios de la gente y marcharse, Riley le rodeó los hombros con su brazo, puso una mano en el cochecito y le dijo:

–Vamos…

Y la alejó de la mujer que había hecho aquel comentario.

Lamentablemente, la gente pensaba que su relación con Joe había estado basada en el dinero y no en el amor. La gente del ambiente de Joe no podía entender lo ingenua que había sido ella frente a un maestro de la seducción.

No podían comprender que ella se había pasado toda la vida esperando al príncipe azul de los cuentos de segunda mano que había leído de pequeña.

Y jamás comprenderían que un pasado que ella se había esforzado tanto por olvidar podría mostrar su horrible cabeza y destruir el futuro de su hijo.

–No te preocupes, Riley. No hace falta que hagas esto –Maya se detuvo mientras se acercaban a la periferia del cementerio.

Agradecía su apoyo, pero a la vez necesitaba tiempo para procesar sus sentimientos, para borrar su culpa por el papel que había jugado en la muerte de Joe, y para hacer su duelo en paz.

Riley frenó el cochecito de Chas y la miró. La llevaba del brazo, un gesto que ella agradeció, puesto que hacía mucho tiempo que Joe no la tocaba, y había añorado tener afecto toda su vida.

–¿Hacer qué? ¿Proteger a la prometida de mi hermano y a mi sobrino de los maliciosos cotilleos? ¿Hacer lo que haría cualquier hermano?

–Tú no eres mi hermano –dijo ella impulsivamente.

Riley pestañeó, sorprendido. Pero ella notó un brillo de emoción que no pudo identificar. Le pareció que expresaba alivio, pero no estaba segura.

Seguramente se sentía aliviado de no ser pariente de una estúpida como ella. Joe había sentido lo mismo, evidentemente. Había prolongado su compromiso, alimentándolo con falsas promesas, hasta que por fin le había dicho la verdad la noche que se habían peleado por última vez. Había estado demasiado borracho como para hablar coherentemente, y para conducir.

–No, no soy tu hermano, pero podéis contar conmigo –dijo Riley mirando a Chas con una ternura que la conmovió–. Si necesitas algo, dímelo. Quiero ayudaros.

–Gracias –respondió ella, deseando que dejara de mirarla como si fuera un caso digno de caridad.

–¿Estás segura de que estarás bien?

–Sí –contestó Maya, tratando de inyectar fuerza en su voz. No quería derrumbarse completamente y ponerse a llorar en el hombro de Riley–. Te agradezco que te encargues de todo esto… –hizo un gesto hacia la gente que se estaba dispersando a lo lejos.

Era un alivio no tener que aguantar más la censura y las miradas de toda esa gente.

–No hay problema. Si necesitas algo… –dijo Riley, y volvió a mirar a Chas con preocupación.

Genial. Otro Bourke que dudaba de su habilidad como madre. Joe había bromeado más de una vez con ello. Y ella había aprendido que sus bromas eran insultos con la intención de herirla donde más le dolía. Ella había confiado en Joe y le había contado su pasado, y él se había aprovechado de ello y lo había usado contra ella cuando su relación había empezado a fallar.

No, no echaría de menos a Joe. Aunque lo hubiera amado, y lo hubiera idolatrado, él era su pasado. Chas era su futuro.

Maya miró a su hijo y sonrió débilmente.

–Estaremos bien –acarició la mejilla de Chas con la punta del dedo índice, impresionada por lo mucho que amaba a aquel pequeño.

Alzó a su hijo y lo colocó en la silla de bebé que tenía su camioneta. Riley la ayudó a meter el cochecito y la bolsa con todas las cosas del bebé.

Y entonces se convenció de que sí, de que estarían bien.

No tenía otra opción.

 

 

–Tu hermano debe de haber sido un buen hombre.

Riley bebió su tercer café de la tarde y miró a Matt Byrne, el abogado que se ocupaba de sus negocios desde hacía años.

–Es posible que mi hermano haya sido muchas cosas, pero no creo que «bueno» sea una de ellas.

Competitivo, obsesionado con ganar, seductor… Pero ¿bueno?

Riley siguió la mirada de Matt, que se dirigió a la gente, entre la que se encontraban famosos de la televisión, políticos y modelos.

Era notable la ausencia de los miembros del círculo de las carreras, aunque, teniendo en cuenta las crecientes deudas de juego de Joe y el número de veces que Riley había tenido que ayudarlo, no lo sorprendía.

–Por el número de asistentes al entierro, yo diría que mucha gente no estaría de acuerdo contigo –dijo Matt alzando una ceja.

–La mayoría de la gente que está aquí ha venido a comer y a beber gratis –dijo Riley con tono de amargura.

Matt no conocía las juergas que se corría Joe, su debilidad por las mujeres hermosas y su amor por la vida frívola. Y Riley prefería que siguiera ignorándolo. Cuanta menos gente conociera los trapos sucios de Joe, mejor. Así sería más difícil que perjudicasen a Maya y a Chas.

Maya…

Riley pensó en la rubia menuda vestida de negro de los pies a la cabeza, con la cara escondida debajo de un sombrero enorme, el modo en que sus luminosos ojos verdes lo habían mirado cuando aquella mujer había dado a entender que ella era una prostituta.

Él se había sentido inclinado a que no le gustase la prometida de Joe, creyendo a medias los rumores de que era una mujer interesada que iba tras su dinero, y por lo tanto se había sorprendido al sentir aquellas ganas de estrecharla en sus brazos y consolarla, para que no le hicieran daño aquellos crueles comentarios, y para asegurarle que todo iría bien.

Era una extraña reacción, teniendo en cuenta que apenas la conocía. Joe había hecho todo lo posible para que fuera así.

–¿Qué sucede, Riley? Jamás pierdes la calma.

Riley volvió su atención a Matt.

–Has conocido a Maya, ¿verdad?

–Sí. Es una mujer muy atractiva. Debe de estar destrozada con la muerte de Joe. Y ese pobre niño…

–Chas estará bien. Es por ello que te he hecho venir hasta aquí.

–Me ha sorprendido, sí. Supongo que un tipo como Joe tendría su propio abogado para que se ocupe de su testamento, ¿no?

–Quiero que te ocupes tú –dijo Riley, sabiendo que Joe no había tenido abogado.

El último que se había tenido no había querido saber nada de los líos de Joe.

–Así puedo estar seguro de que todo se hará bien –agregó Riley.

–Hmm… Gracias, muchacho. Aunque por el tono de tu voz, juraría que tienes tanta confianza en mis aptitudes como esa mujer de allí en no caerse de bruces.

Riley se sonrió al ver a la supermodelo de la que hablaba Matt tambalearse con unos tacones altísimos, en dirección a una puerta de roble. Al parecer, su hermano había tenido muy buenas compañías.

Riley dijo de repente:

–Oye, tengo la sensación de que el testamento de Joe va a ser un lío. O mejor dicho, que lo que ha dejado va a ser un lío.

Matt permaneció imperturbable, como verdadero profesional que era. Por eso Riley confiaba en él.

–¿Por qué?

Riley suspiró y tiró de su corbata. La odiaba, y no veía la hora de que los brokers pudieran ir vestidos con vaqueros y camiseta.

–Es una corazonada, pero no creo que Joe haya manejado su dinero sensatamente. De hecho, no sé si habrá dejado algo.

Aquella vez Matt no pudo disimular su sorpresa.

–¿Estás de broma? Se supone que era uno de los hombres más ricos de Melbourne. Y tú tampoco eres un indigente… El apellido Bourke es sinónimo de riqueza.

–Sí, bueno. Creo que Joe ha estado viviendo de su nombre desde hace un tiempo.

Y Riley había tenido sacarlo de aprietos más de una vez, con la esperanza de que su hermano cambiase algún día, que madurase cuando fuera padre. Pero no había ocurrido.

–¿Y qué me dices de Maya y el niño?

–Por ahora, estarán bien. Joe era dueño del apartamento en el que viven y le compró a Maya un coche nuevo cuando tuvo a Chas. Supongo que habrá pagado todas las facturas…

O mejor dicho, Riley le había dado el dinero para hacerlo en los últimos seis meses.

Maldita sea. Debería haber intervenido en aquel momento. Pero ¿qué culpa tenía Chas de tener un padre así?

–Pero aparte de esos bienes, ¿estás preocupado de que no haya dejado dinero para proveer a Maya y a Chas?

–Exactamente.

Matt hizo una pausa y lo miró como buscando el modo de decir lo siguiente:

–Estás realmente preocupado por ellos, ¿verdad?

Riley asintió, tratando de borrar la imagen de Maya llevando en brazos a Chas y colocándolo en la silla del coche con una sonrisa levemente posesiva, y una boca que él no tenía derecho a mirar.

–En ese caso, esperemos que todo vaya bien, por el bien de todos.

La mirada astuta de Matt no lo tranquilizó.

Estaba realmente preocupado por todo aquel lío. Y quería ayudar.

Era lo menos que podía hacer después del papel que había jugado en la muerte de su hermano.

Capítulo 2

 

MAYA salió de la bañera y se envolvió rápidamente en una toalla. Se había acostumbrado a hacerlo. Joe había odiado los cambios que se habían producido en su cuerpo después de dar a luz a Chas: sus estrías, la nueva distribución de peso… Y se lo había dicho muchas veces. Ella se había acostumbrado a cubrirse delante de él, a esconder su silueta debajo de ropa amplia, todo para sentirse mejor consigo misma.

Pero Joe no había dejado de torturarla.

Se envolvió el cabello con una toalla y se puso un albornoz y unas zapatillas.

Aunque el monitor para oír al niño estaba en silencio, ella se asomó a ver a su hijo. Parecía tan sereno durmiendo boca abajo… Un angelito sin ninguna preocupación.

Mejor así.

Aspiró la fragancia a bebé. Chas era el centro de su vida, y si había pensado que amaba los caballos, eso no era nada comparado con su amor de madre. La asustaba aquella intensidad.

–Ma… ma… –murmuró Chas moviéndose en la cuna hasta que estuvo cómodo otra vez.

Ella contuvo la respiración para no despertarlo. Le hacía falta dormir bien aunque sólo fuese una noche. El funeral había sido más duro de lo que había imaginado y quería tomarse un cacao caliente, acostarse y dormirse. Llevaba meses sin descansar bien debido a la tensión de la convivencia con Joe.

Se besó un dedo y lo puso en la mejilla del niño.

Luego salió de puntillas de la habitación rumbo a la cocina para tomar algo caliente.

Pero no tuvo tiempo de poner a calentar el agua, porque oyó unos golpes en la puerta.

No solía recibir visitas. Su madre estaba en una residencia y la gente para la que trabajaba era sólo eso, conocidos del trabajo. No tenía vida social, ni amigos, así que ¿quién la molestaba a las ocho y media de la noche el día del funeral de Joe?

No hizo caso a quien fuese, y puso a calentar el agua. Luego preparó el té. Pero los golpes se hicieron más fuertes aquella vez. Era mejor ir a abrir antes de que despertasen a Chas.

–¿Qué haces aquí? –preguntó Maya cuando lo vio.

Riley se quedó petrificado y frunció el ceño.

–Sólo quería asegurarme de que estabais bien. Después de un día como el de hoy… –dijo Riley, inseguro.

Al parecer, ella provocaba inseguridad en los Bourke. Una vez pasadas las chispas iniciales de su relación con él, Joe había empezado a dudar de que fuese la mujer de su vida, de que fuese la mujer adecuada para ser su esposa, y no había estado seguro de querer estar con ella y con «el hijo de ella», como insistía en llamar a Chas.

–Estoy bien –respondió Maya.

Riley le clavó sus ojos azules y ella se sintió incómoda.

¿Qué tenía aquel hombre que siempre la hacía sentir así?

Riley había irrumpido en su apartamento horas después de la muerte de Joe, y se había encargado de todo, dando órdenes por su móvil y delegando trabajo en otros como si fuera un rey. Y como ella había estado concentrada en su duelo, le había dejado hacerse cargo de todo.

Riley parecía más fuerte y sólido que todo lo que lo rodeaba. Daba la impresión de que era capaz de hacerse cargo de cualquier cosa. En cierto modo, la intimidaba. Lo había conocido hacía un año, en el baile previo a la Copa del año anterior, pero como entonces ella había estado obsesionada con Joe, apenas se había fijado en su hermano mayor, más serio, pero igual de presumido que él.

No era cierto. Riley no parecía muy presumido. Con aquel pelo oscuro, aquellos ojos azules, y su altura y complexión atlética, era realmente impresionante; incluso «sexy», aunque le costaba usar aquella palabra para describir a Riley.

–¿Estás segura? No me da la impresión de que estés bien.

Al parecer, no estaba dispuesto a marcharse si no lo convencía de que estaba realmente bien.

Ella suspiró, quitó la cadena de la puerta y la abrió.

–Lo estoy, pero veo que no tienes prisa, así que será mejor que pases y tomes una taza de té conmigo.

–No es una invitación muy sincera, pero tienes razón, no me iré hasta que sepa que estás bien.

Riley la siguió a la cocina.

–¿Qué te apetece beber?

–Un café –respondió Riley y agarró un cartón de leche del frigorífico y una taza limpia del fregadero. Parecía más cómodo en su casa de lo que nunca lo había estado Joe.

«¡Basta!», se dijo. «¡Basta de compararlo con Joe!», pensó.

Para no haberse fijado apenas en Riley cuando lo había conocido parecía estar recuperando el tiempo perdido haciendo comparaciones desfavorables entre los hermanos, se dijo.