La princesa de las nieves - Nicola Marsh - E-Book

La princesa de las nieves E-Book

NICOLA MARSH

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Beschreibung

elit 358 Su sexy jefe no debería aparecer en su lista de prioridades. Cuando Jade Beacham descubrió que todo en lo que había creído en su vida había sido una farsa, tomó la decisión de empezar de nuevo y puso rumbo a Alaska para convertirse en la nueva empleada del deliciosamente peligroso Rhys Cartwright. Esperando toparse con una princesa de gustos caros, Rhys encontró su entusiasmo y su belleza natural sorprendentes… ¡y extremadamente excitantes! Si trabajar juntos era una pura tortura, ceder a la tentación podía terminar con la estricta regla de Rhys de «una sola noche».

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2010 Nicola Marsh

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La princesa de las nieves, n.º 358 - octubre 2022

Título original: Wild Nights with her Wicked Boss

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-056-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

TODA mujer desdeñada necesitaba un nuevo comienzo y Jade había volado desde Sidney a Vancouver para tenerlo.

Ahora ya ni nada ni nadie podría interponerse en su camino.

Tenían que dejarla intentarlo.

Se colocó la chaqueta de su traje, se estiró la falda y se acercó al mostrador de la recepcionista, un semicírculo de mármol negro con las palabras: Algo Salvaje grabadas en la parte delantera con grandes letras plateadas.

—Hola, soy Jade Beacham, he venido a ver al señor Cartwright.

La recepcionista, una fría rubia que parecía salida de una portada del Vogue, le señaló una silla cercana.

—Siéntese. Le diré al señor Cartwright que está aquí.

Ignorando los nervios que atenazaban su estómago, se sentó en el borde de la silla para no arrugarse la falda. Por suerte, había tenido la sensatez de llevarse algunos de sus trajes de diseño antes de huir de su antigua vida, y el hecho de llevar su ajustado traje negro de raya diplomática le dio algo de estabilidad a su mundo, que había quedado patas arriba hacía unas semanas.

Su mente se dejó llevar por los recuerdos durante una milésima de segundo… ¿Sólo habían pasado tres semanas desde que había descubierto que las personas en las que había creído le habían mentido? ¿Que la gente que más admiraba, la gente que quería, estaba viviendo una farsa?

Sintió calambres en los dedos por estar sujetando el bolso con tanta fuerza, y decidió ignorar esos recuerdos; sobre todo ahora que tenía que enfrentarse a esa entrevista.

Su futuro dependía de ello.

Más le valía concentrarse en ensayar mentalmente el discurso que soltaría, en revisar cada detalle que había aprendido sobre Algo Salvaje, la empresa de renombre mundial famosa por sus viajes por los rincones más inexplorados de Alaska.

Gracias a Callum Cartwright, el célebre ejecutivo que la había entrevistado en Australia como parte de un elaborado proceso de selección, tenía una oportunidad de conseguir el trabajo.

Él había dejado claro que la empresa de su hermano, Algo Salvaje, aceptaba muy pocos candidatos y que esperaba lo mejor de sus empleados; de modo que ahí estaba, dispuesta a impresionar al director de la compañía, a conseguir su primer empleo y a dar un paso de gigante por el camino que la llevaría a alcanzar su sueño.

Su sueño. No el de sus padres. No el de su ex prometido. El suyo.

—El señor Cartwright la recibirá ahora. Pase por esa puerta.

La recepcionista señaló detrás de su hombro izquierdo y Jade se levantó y le dio las gracias con una sonrisa y fingiendo una valentía que no sentía, a pesar de estar deseosa de dar el primer paso hacia la reconstrucción de su vida.

Después de empujar la pesada puerta de cristal, entró en otra sala de espera que daba a un interminable pasillo. Se quedó de pie unos minutos rodeada por un silencio que la intimidó más de lo que quería admitir, pero no había recorrido medio mundo para sentirse frustrada en ese punto, ¡ni hablar! Ese empleo era suyo, costara lo que costara. Sin embargo, a medida que pasaban los minutos, su impaciencia aumentaba.

Había sido una persona impaciente desde que podía recordar: mientras esperaba a que llegaran los cincuenta invitados de su sexto cumpleaños al Luna Park; mientras esperaba a que le regalaran su primer poni, su primer piano, su primer viaje a Disneylandia, todo ello antes de que hubiera cumplido los diez años. Mientras esperaba a tener su propia sala de cine con aparatos de última tecnología cuando apenas era una adolescente. Y después, mientras esperaba a tener su primer Porsche, su primer purasangre y, hasta hacía poco, mientras esperaba a que el hombre de sus sueños se casara con ella para al final terminar descubriendo que ese mismo hombre se había convertido en su peor pesadilla.

Lo suyo no era esperar. Ahora por fin tenía una oportunidad de hacer bien las cosas, de hacer las cosas de otro modo, de seguir sus propios sueños. ¡Al cuerno con esperar! Había llegado el momento de actuar.

Con los labios cerrados en un gesto de exasperación, recorrió el pasillo a la vez que se fijaba en los despachos vacíos que iban mermando su paciencia.

—¿Puedo ayudarte?

Se giró y el pulso se le aceleró. Que la pillaran fisgoneando en su posible nuevo trabajo no era un buen comienzo. Con la esperanza de salir del apuro, sonrió y levantó la mirada, y al ver a ese tipo delante de ella el ritmo de su pulso aumentó más todavía.

«TÍO BUENO. TÍO BUENO». Ésas fueron las palabras en mayúsculas que se le pasaron por la cabeza; tan grandes como las del cartel de Hollywood que había visto en Los Ángeles cuando era pequeña, cuando su vida había estado libre de preocupaciones.

Ese hombre tenía un rostro anguloso, unos esculpidos pómulos y una mandíbula afilada. Rezumaba poder y parecía que hubiera salido de una valla publicitaria que anunciaba ejecutivos atractivos.

Captó la breve imagen de un cabello negro, unos brillantes ojos azules, un amplio pecho y un traje de chaqueta azul marino, antes de que el rostro del hombre volviera a requerir su atención.

Sin embargo, le costó mucho apartar la mirada de ese pecho… un pecho que sería la envidia de Superman. ¿De verdad los hombres tenían unos pechos así de esculpidos? Hasta ahora había dado por hecho que eran fruto de la imaginación de alguna creadora de cómics, de alguna creativa y muy imaginativa creadora de cómics.

De nuevo sintió el estómago agarrotado, y supuso que se debería a los nervios previos a una entrevista de trabajo. De ningún modo su reacción podía ser una respuesta hormonal ante un tipo que tendría montones de mujeres cayendo a sus pies sólo con guiñar uno de esos azules ojos. Ella ya se conocía a esa clase de hombres. ¡Y tanto que los conocía!

Sin embargo, cuanto más la miraba el súper héroe, más supo que su pulso acelerado y el revoloteo del estómago tenían poco que ver con la entrevista pendiente y bastante con una reacción sexual. Porque ésa fue la primera palabra que se le vino a la mente al ver a ese tipo: sexo. Sexo ardiente, atrevido, sin límites.

Mientras él seguía mirándola con descarada curiosidad, de pronto supo lo nerviosa que debía de haberse sentido Lois Lane ante la posibilidad de verse aplastada contra un amplio muro de músculo cubierto por una gran «S».

Furtivamente, deslizó sus sudorosas manos sobre su falda con la esperanza de que el inesperado calor que estaba invadiendo su cuerpo no se reflejara en sus mejillas.

—Sólo estaba…

—¿Deambulando por los pasillos, fisgoneando?

Ese incómodo calor golpeó sus mejillas y las cubrió de un incriminatorio rubor.

—No estaba fisgoneando. Me llamo Jade Beacham, tenía una entrevista hace veinticinco minutos y me han dicho que espere aquí.

—Seguro que con eso han querido decirte que esperaras ahí sentada —le dijo con un tono que parecía acusarla de ser una ladrona, a punto de robar secretos de empresa, mientras señalaba una hilera de sillas con un gesto que hizo que su camisa de seda color marfil se tensara sobre su pecho.

Oh, menudo pecho…

—Tiene razón. Lo siento. La paciencia nunca ha sido una de mis virtudes.

¿De dónde había salido eso? Dándose una imaginaria bofetada en la boca buscó algo sensato que decir, pero no encontró más que un frustrante vacío mientras él seguía mirándola.

Segura de que respirar hondo varias veces la haría concentrarse, tomó aire una vez, otra, y al instante se vio invadida por las imágenes que evocaron el aroma de su loción para después del afeitado.

«No está bien». Había ido allí para hacer esa entrevista, no para derretirse por un hombre guapísimo con traje. Además, sus días de derretirse por un hombre ya habían pasado, ¿verdad?

—Éste es el trato. Ahora tengo mucho tiempo, así que ¿te gustaría saber algo más sobre tu jefe?

Su proposición la sorprendió más que su espectacular loción para después del afeitado. ¿Hablaba en serio?

Mientras sacudía la cabeza, le lanzó una altanera mirada.

—No me interesan los cotilleos. He venido aquí para hacer una entrevista, no para que critique a su jefe.

Él la miró de un modo intenso y algo inquietante. Maldita fuera, ¿por qué ese hombre no podía ser tan afable como Clark Kent? De ser así, no estaría mirándola como si quisiera arrancarle las capas externas de su cuerpo y adentrarse en su alma.

Mientras, ella intentaba no mostrarse avergonzada bajo su escrutinio y deseó no haberse puesto a deambular por allí. Por si no estaba ya lo suficientemente nerviosa, lo último que necesitaba era que un aspirante a modelo de revista le hiciera pasar un mal rato.

Después de lo que le pareció una eternidad, él le indicó que pasara a un despacho vacío.

—¿Por qué no esperas ahí dentro?

Su profunda voz, combinada con esa inquietante mirada, produjo un efecto en sus sentidos similar al de su aftershave. Decir «¡guau!» no alcanzaba a describir a ese tipo. ¡Y eso que no llevaba capa!

Nerviosa por que comenzara la entrevista, miró el nombre grabado sobre el letrero que colgaba de la puerta: RHYS CARTWRIGHT. Director ejecutivo.

Bien, resultaba que el tío bueno estaba siendo útil después de todo, aunque ¿cómo de ético era esperar al jefe sentada en su despacho? A menos que… Miró la placa y miró al hombre. ¿Podía ser Superman su jefe? Y de ser así, ¿a qué estaba jugando?

Tomando una precipitada decisión, optó por seguirle el juego y ver hasta dónde estaba dispuesto a llegar. Había viajado hasta allí, había pasado por una entrevista de preselección y todos los procesos legales para obtener un visado de trabajo y no quería que ahora un chiflado, por muy mono que fuera, lo echara todo a perder.

Señaló el nombre de la placa.

—¿Seguro que no pasa nada porque esté esperando aquí en su despacho? ¿No es demasiado impertinente?

Él sonrió.

—Relájate, estás en buenas manos.

Oh, oh. No sólo tenía el físico de Superman, sino también esa increíble sonrisa. ¡No era justo!

Ella le miró las manos, impresionada por lo fuertes que parecían, y de pronto, una impactante imagen de esas manos acariciando su piel se le pasó por la mente y se preguntó si estaría padeciendo los efectos del jet lag con algo de retraso.

—Estoy segura de que podría ocuparse de cualquier cosa, señor…

¿La llevaría a alguna parte adularlo? Intentaría lo que fuera con tal de que dejara de engullirla con la mirada.

En respuesta, él cerró la puerta de un golpe y Jade deseó que la tapa de su fértil imaginación estuviera bien cerrada. Una calidez se apoderó de ella mientras lo veía cruzar la sala. Ese hombre no caminaba sin más, sino que esas largas piernas parecían acercarse a ella acechándola. Era curioso, teniendo en cuenta que se las había imaginado cubiertas por lycra azul y volando más que caminando.

¡Y eso que había decidido ponerle trabas a su imaginación!

—Por mucho que me divierta nuestra aguda conversación, pongámonos a trabajar. ¿Por dónde crees que deberíamos empezar?

«Puedes empezar por desabrocharme la chaqueta, bajarme la cremallera del vestido y ponerte manos a la obra».

A juzgar por el gesto de diversión que mostraba él, sentado detrás del escritorio, tuvo la horrorosa sensación de que había pensado en voz alta. Era como uno de esos sueños en los que entraba desnuda en una habitación llena de hombres y todos la miraban. Sí, ese tipo tenía esa misma mirada, aunque más que hacerla sentirse incómoda estaba excitándola.

Mientras luchaba contra sus hormonas, él se quedó allí sentado esperando a que hablara, y ya que no había respondido a su pregunta sobre su identidad, Jade llevó su perverso juego hasta el siguiente nivel.

—Hábleme de su jefe.

Ya estaba, lo había hecho. Ningún jefe toleraría que un futuro empleado intentara conseguir un empleo mediante tácticas tan poco limpias. ¿Seguro que él ahora le diría su identidad e iría al grano?

—Puede ser un tirano, exigente, maniático, intransigente. Vive para su trabajo y no espera menos de sus empleados —pronunció esas palabras como si fueran la declaración de propósitos de la empresa.

Una prueba. Esa extraña farsa tenía que ser una especie de prueba.

—Parece un encanto de hombre—murmuró ella—. Por cierto, ¿cómo se llama usted?

—¿Acaso importan los nombres? —le preguntó él acercándose demasiado.

El traicionero corazón de Jade marcó un ritmo entrecortado; no sabía adónde quería llegar él con todo eso y quería decirle que lo dejara, pero necesitaba el trabajo. Desesperadamente.

—Parece usted muy seguro de sí mismo.

—Es parte de mi trabajo —respondió con una mirada cargada de brillo y disfrute, y con los dedos apoyados sobre su pecho en una postura que hacía parecer que él sabía algo que ella desconocía, que él tenía el poder.

Admiraba su atrevimiento, el modo en que la desafiaba con los ojos, a pesar de no tener la más mínima idea de por qué estaba jugando a ese juego que sólo él parecía conocer.

—Al igual que lo es confraternizar con el personal.

¿Confraternizar? ¿Qué demonios significaba eso? Si se creía que se acostaría con él para conseguir el empleo, podía ir sacándose esa idea de la cabeza.

—Dudo que el jefe aprobara que sus empleados confraternicen —dijo ella tragando saliva con dificultad.

Si ese trabajo no fuera tan importante, con mucho gusto le habría dicho a Superman lo que podía hacer con eso de confraternizar.

—¿Y qué me dice de confraternizar con el jefe?

Se sintió atrapada.

—Jade, te he hecho una pregunta.

Se inclinó hacia delante y una vez más ese musculoso pecho se tensó contra su camisa y amenazó con hacerla estallar. Ella contuvo un suspiro.

—Una pregunta sin sentido. He venido aquí para trabajar, no para confraternizar. Además, me aburren los hombres arrogantes y el señor Cartwright parece estar entre los mejores. Será mi jefe y lo respetaré por ello, pero ahí quedará todo.

¿Funcionaría ese discurso moralista?

Para su sorpresa él se rió, y ese vibrante y rico sonido hizo que un cosquilleo le recorriera la espalda y que olvidara todas sus buenas intenciones de ignorar a ese hombre.

—Me gustan las mujeres con opinión. Estás contratada.

—¿Cómo dice?

Él se echó hacia atrás y entrelazó las manos por detrás de la cabeza, demasiado autoritario, demasiado seguro de sí mismo, demasiado abrumador.

—Ya me has oído. Bienvenida a la empresa.

Jade intentó ignorar la errática reacción de su corazón mientras la pícara sonrisa de él se ampliaba. De acuerdo, Superman era su nuevo jefe, le había tomado el pelo y ahora tendría que mantenerse alerta.

Furiosa consigo misma por su reacción física, se puso derecha. Debería estar eufórica por haber conseguido el empleo, aunque se sentía engañada. Se había esperado una entrevista de verdad, una oportunidad de impresionarlo con su entusiasmo, y no un extraño juego del gato y el ratón.

—Está claro que tiene una técnica de entrevistas bastante interesante. ¿De dónde la ha sacado? ¿De Jefes-R-Us?

Él ignoró el comentario, aunque su sonrisita lo dijo todo.

—Llámame Rhys. Por aquí tenemos un trato de lo más informal.

—¿Y esa informalidad se extiende hasta el punto de acosar a futuros empleados?

Él se quedó pensativo, se puso derecho y posó ambas manos sobre el escritorio, como recalcando su poder.

—Te he puesto a prueba. Es poco convencional, lo sé, e incluso injusto, pero soy el jefe y lo que yo digo va a misa.

Ella sacudió la cabeza resistiendo la tentación de clavarle un boli en la mano.

—Yo no soy algo con lo que puedas experimentar.

Él enarcó una ceja y una sonrisa se dibujó en sus labios.

—No, supongo que no.

Se hizo un incómodo silencio antes de que ella dijera:

—Mira, estoy deseando empezar. ¿Quieres hacerme alguna pregunta? ¿Comprobar mis credenciales?

Él la miró de arriba abajo y durante un breve instante ella quiso salir de allí, con o sin trabajo. Pero no pudo hacerlo. El recuerdo del último enfrentamiento con sus padres y de la verdad sobre la traición de Julian, no se había desvanecido. Si acaso, la verdad sobre su familia y su prometido la motivaba más a aferrarse a ese empleo por mucho que su jefe quisiera jugar con ella.

Después de otra larga pausa, él asintió con desdén mientras señalaba el currículum que había sobre el escritorio.

—Has marcado todas las casillas: sentido de la aventura, amor por la naturaleza, excelentes habilidades de trato con el cliente y un título avanzado en primeros auxilios. Parece que encajas con la descripción del empleo.

Parecía que el jueguecito había terminado.

—No habría volado hasta aquí si no pensara que podría encajar en tu empresa y hacer un buen trabajo.

—No mencionas ninguna formación aparte de un título en primeros auxilios, aunque Callum se quedó gratamente impresionado contigo en la entrevista previa.

Agarró el currículum y lo hojeó.

—Lo suficientemente impresionado como para hacerte llegar hasta aquí.

Ella se sonrojó y un calor subió por su cuello y llegó hasta su rostro. ¿Cómo iba a mencionar formación si no había recibido ninguna? Era una lástima que asistir a aperturas de cines y clubs nocturnos, coordinar los tonos de las últimas prendas de alta costura y salir de compras no pudieran considerarse habilidades de trabajo esenciales.

—Como puedes ver, uno de mis objetivos es ser bióloga. Este trabajo sería perfecto porque me daría experiencia y créditos para cuando me matriculara en la universidad como alumna ya madurita.

Contuvo el aliento mientras esperaba que él se tragara ese rollo que le había soltado. Aunque todo era cierto, ni su sueño de convertirse en bióloga, ni su necesidad de hacer prácticas, ni su intención de matricularse en la universidad ni todo el entusiasmo del mundo podían suplir una carencia de aptitudes formales.

—En cuanto a las cualificaciones creo que la experiencia de vida es más importante que un pedazo de papel. Siempre he sido una persona sociable y estoy segurísima de que puedo encargarme de grupos de turistas competentemente.

No añadió lo que pensó: «Si puedo con esta extraña entrevistas, puedo con todo lo que Alaska ponga en mi camino».

Para su alivio, él cerró el currículum y lo tiró sobre el escritorio.

—Aunque el trabajo parece estar lleno de aventura, tu principal objetivo es el servicio de atención al cliente. ¿Será lo suficientemente estimulante para ti?

El modo en que dijo «estimulante» hizo que pareciera algo calificado como pornográfico. ¿Qué le pasaba? Cuanto antes llegara a Alaska y estuviera rodeada de todo ese hielo, mejor.

Superman había minado su confianza y disminuido sus defensas en mucho menos tiempo del que ella necesitaba para volver a construirlas. Y cuando los muros se tambaleaban, su sentido común solía perderse en una marea de emociones inútiles como la confianza y el hecho de pensar que no todos los hombres eran unos mentirosos.

Ahora que su rabia ante las extrañas técnicas de entrevista se había esfumado, tenía que salir de allí. Cuanto más tiempo estuviera mirándola con esos ojos demasiado intensos y demasiado azules, más oportunidades tendría ella de estropearlo todo y él se daría cuenta de lo poco preparada que estaba para hacerse con un trabajo de semejante magnitud.

—Estoy deseando hacer todo lo que este empleo requiera.

En el momento en el que su vida en Sidney se había derrumbado, había tomado una decisión.

Podría haberse regodeado en la autocompasión, podría haberse vuelto loca, haberse fundido la tarjeta Platino de papaíto, pero después de un día encerrada en su spa favorito, se había dado cuenta de lo que tenía que hacer.

Armarse de valor, quitarse esas gafas de color rosa y hacer lo que tenía que haber hecho años antes.

Seguir su sueño.

—¿Eres consciente de que ofrecemos servicios a un público de clase alta? ¿Viajes de lujo?

Ella asintió, segura de ese aspecto del trabajo. Había crecido en círculos adinerados y se había codeado con la élite mundial, de modo que relacionarse en ese mundo sería el punto de su trabajo que menor desafío le supondría.

—Callum me ha informado de todo. Estoy deseando enfrentarme a este desafío.

El silencio de él resultó desconcertante y su mirada demasiado inquisidora, demasiado escéptica y potente.

Ella forzó una sonrisa y con un tono de lo más profesional dijo:

—Gracias por la oportunidad. No te decepcionaré.

Se levantó y le tendió una mano. Cuando los dedos de él se cerraron alrededor de los suyos, el impacto del contacto físico despertó sensaciones en unas zonas de su cuerpo que ella había ignorado deliberadamente desde que descubrió la verdad sobre Julian.

—Bienvenida al equipo. Estoy deseando empezar a trabajar contigo.

Asintiendo, Jade se dio la vuelta y cruzó el despacho ansiosa por llegar a la puerta mientras su mente comenzaba a evocar toda clase de formas en las que podía «trabajar» con su encantador nuevo jefe.

—Pásate por aquí mañana. Cheri tendrá preparados tus planes de viaje y el calendario de prácticas. Buena suerte, Jade. Un placer conocerte.

Sus palabras sonaron sinceras cuando le abrió la puerta y ella se preguntó si se lo habría imaginado todo.

—Gracias. Hasta dentro de seis meses.

Genial, había conseguido el empleo.

No tan genial, su nuevo jefe la había dejado descuadrada y le parecía muy sexy a pesar de estar intentando ignorar a los hombres hasta… el próximo milenio.

Por suerte, Alaska y Vancouver no estaban cerca. Ella estaría recorriendo glaciares mientras él se quedaba sentado detrás de su escritorio a miles de kilómetros. Perfecto.

Nada como una buena dosis de hipotermia para refrescar unas hormonas hiperactivas.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

CUANDO Jade salió del despacho, Rhys se recostó en su silla, exhaló lentamente y se frotó la sien derecha en el punto donde comenzaba a levantársele un dolor de cabeza.

Él no tenía dolores de cabeza… si no contaba a la mujer que acababa de marcharse.

Desde su traje de diseño, con el que podría pagarse su sueldo de un mes, hasta sus exorbitantemente caros zapatos, Jade Beacham era un gran dolor de cabeza.

Sí, cierto, podía ser despampanante con esas interminables piernas, grandes pechos, unos enormes ojos negros y un cabello largo del color de un café solo doble, pero en cuanto la había visto fisgoneando por la oficina había sabido que le daría demasiados problemas.

Tenía la etiqueta de princesa de la alta sociedad pegada en la cara.

La ropa cara, el maquillaje perfecto, el acento cultivado, todo ello se resumía en una cosa: había perdido la cabeza al contratarla por hacerle un favor a su papaíto.