La barrera del deseo - Nicola Marsh - E-Book
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La barrera del deseo E-Book

NICOLA MARSH

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Beschreibung

Jazmín 2027 Creía que las relaciones sólo traían dolor y que jamás podría tener hijos… pero estaba a punto de descubrir lo equivocada que estaba en ambas cosas… Keely Rhodes tenía la intención de seducir al guapísimo y famoso Lachlan Brant. La había invitado a pasar con él el fin de semana, seguramente con la intención de hacer algo más que trabajar... y lo mismo esperaba ella. Las amigas de Keely creían que Lachlan era el hombre perfecto, así que la animaron a aceptar la invitación. Al regresar, Keely tenía muchos más cotilleos para sus amigas, porque había ocurrido algo que creía imposible… ¡Se había quedado embarazada!

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Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2005 Nicola Marsh

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La barrera del deseo, Jazmín 2027 - marzo 2023

Título original: Impossibly Pregnant

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción.

Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411416467

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

No existe el hombre perfecto.

Keely Rhodes, diecinueve años

 

ATC. ¡A las nueve en punto!

Keely Rhodes no perdió el tiempo contestando a su amiga y compañera, Emma Radfield. En lugar de eso, giró la cabeza noventa grados a la izquierda, intentando parecer despreocupada mientras comprobaba la Alerta Tremendo Cachas.

Pero no, no era uno de los chulazos que, de vez en cuando, aparecían por las elegantes oficinas de la primera empresa de diseño y promoción en Internet de Melbourne, WWW Diseños, en busca de lo mejor en tecnología informática. No, aquel hombre era la última persona a la que Keely habría esperado ver.

–¿Qué te parece? –preguntó Emma en voz baja mientras, con la sutileza que la caracterizaba, le daba un codazo en las costillas.

«Creo que estoy en el séptimo cielo», pensó Keely, admirando cada centímetro de aquel glorioso metro noventa que se acercaba al mostrador de recepción.

Lachlan Brant era un espécimen de escándalo y, por la seguridad que demostraba en su programa de radio, seguramente lo sabía.

–Está bueno, ¿eh?

Keely miró a su amiga, sorprendida.

–¿No sabes quién es?

Emma negó con la cabeza.

–Ni idea. Y te aseguro que si lo hubiera visto antes, me acordaría.

–¿Te suena el nombre Lachlan Brant?

–¿Lachlan Brant, el Lachlan Brant de la radio? –exclamó Emma, llevándose una mano al corazón–. Pues tiene un cuerpo tan tremendo como la voz. Perdona si se me cae la baba.

–Sí, la verdad es que no está mal.

Su amiga levantó una ceja hasta el infinito y Keely sonrió.

–Bueno, sí, está muy bien.

La segunda ceja de Emma se reunió con la primera.

–Es guapo.

Si Emma levantaba las cejas un poco más se le perderían bajo el cuero cabelludo.

Keely suspiró.

–Que sí, que está buenísimo. Está para comérselo. ¿Contenta?

Su amiga suspiró también.

–Estaría contenta si un hombre como él me mirase dos veces.

–Sí, seguro. Como que a ti te interesa un tío que no sea Harry Buchanan. Aunque, chica, de verdad que no entiendo cómo puedes seguir colada por tu primer amor. A ver si se te pasa de una vez.

Al oír el nombre de Harry, a Emma se le nublaron los ojos, como si estuviera en trance, y Keely emitió un sonido gutural, parecido a un bufido.

–¿Te han dicho alguna vez que eres una romántica empedernida?

–Y me gusta serlo –sonrió su amiga, mirando al recién llegado–. ¿Qué crees que hará aquí?

Tragando saliva para intentar deshacer el nudo que tenía en la garganta, Keely rezó para que no fuera por la razón que ella temía.

–¿Quién sabe? Seguramente estará saliendo con nuestra ilustre jefa.

O eso, o había descubierto la identidad de la persona que llamó a su programa la semana anterior para decirle «cuatro cosas».

–¿Qué dices? Seguro que no tiene tan mal gusto.

Keely se encogió de hombros. No le apetecía poner verde a Raquel la Rabiosa, la rottweiler, la jefa del infierno, los tres apelativos con que la mayoría de los empleados de WWW Diseños llamaban a su jefa. Lo que le apetecía en aquel momento era más bien salir corriendo para esconderse en su despacho.

Además, tenía cosas más importantes que hacer, como por ejemplo dar los toques finales a la página web de una empresa de ropa deportiva de Melbourne o diseñar una página moderna para Flirt, una nueva revista femenina que estaba a punto de salir al mercado. O planear una fiesta sorpresa de cumpleaños para Emma.

–Tengo que ponerme a trabajar –murmuró, echando una última mirada a Lachlan Brant.

Emma suspiró.

–Yo también. ¿Comemos en Sammy's?

–Claro.

–Voy a mandarle un e-mail a Tahlia.

–No sé si podrá. Últimamente su jefe está todo el día pegado a su mesa.

–Ya sabes que está intentando lograr un ascenso.

Keely asintió. Ella entendía a Tahlia mejor que nadie. Después de todo, era por eso por lo que ella misma trabajaba doce horas diarias. Quería el puesto de directora de diseño gráfico y podría conseguirlo si Nadia anunciaba su embarazo de una maldita vez.

–Bueno, pero si se pierde otra comida la mato. Se está convirtiendo en una aburrida.

Emma la miró, escéptica.

–Sí, ya. Como si Tahlia pudiera ser aburrida.

Tahlia Moran era divertida, alegre y el alma de todas las fiestas. Si a eso se le añadía que era un bombón, no era de extrañar que Keely se sintiera como un florero, no particularmente atractivo, a su lado.

–Nos vemos en Sammy's.

Pero antes de que pudiera escapar, Chrystal, la recepcionista y «chica de vida alegre», si los rumores eran ciertos, la llamó con un gesto.

Keely tragó saliva de nuevo. Pero como aquel día se había puesto su traje favorito, se dirigió a la modernísima recepción para enfrentarse con Lachlan Brant como si fuera algo que hiciera todos los días.

–Keely, la señorita Wilson quiere verte un momento. Y luego tienes que acompañar al señor Brant a su despacho.

Chrystal sonreía como si le hubiera tocado la lotería mientras miraba a Lachlan Brant, su próxima victima seguramente, con adoración.

Intentando controlar los nervios y preguntándose qué querría Raquel y por qué tenía ella que acompañar a Lachlan Brant al despacho, Keely se volvió para mirarlo.

–Hola, me llamo Keely Rhodes. Si no le importa sentarse un momento… volveré enseguida.

Y entonces ocurrió.

El hombre al que había puesto verde por la radio fijó en ella su penetrante mirada azul.

Y su corazón dio un vuelco.

Por primera vez en veintiséis años, el órgano que había conseguido salvaguardar saliendo sólo con chicos normales y corrientes que no emocionarían a nadie, empezó a latir a un ritmo vertiginoso y, seguramente, preocupante.

–Encantado de conocerla –sonrió él, ofreciéndole su mano.

Estaba perdida.

Keely no creía en el amor a primera vista. Ella era una persona realista, con los pies en la tierra. ¿Por qué tener nociones románticas como Emma o hacer caso del horóscopo, como Tahlia? Desear algo que nunca se haría realidad era una tontería.

Percatándose entonces de que él estaba esperando, Keely apretó su mano y su corazón empezó prácticamente a fibrilar.

Ahora lo sabía seguro. No sólo su corazón estaba haciendo cosas raras, su sentido común se había unido a la fiesta. ¿Desde cuándo un apretón de manos era como una caricia íntima?

–Estaré esperando –dijo él, con esa voz tan rica, tan profunda, tan masculina.

¿Cuántas noches había permanecido despierta escuchando esa voz en la radio y los consejos que daba a las masas? Imaginaba que sería un hombre mayor, alguien con mucha experiencia de la vida… hasta que vio su foto en el periódico.

Aunque Lachlan Brant en fotografía no era nada comparado con Lachlan Brant en carne y hueso.

Intentando salir de aquel estupor, Keely apartó la mano e intentó calmarse.

–Muy bien. Saldré enseguida –murmuró, preguntándose qué tenía aquel hombre que la alteraba tanto.

Sí, tenía un cuerpazo, una voz profunda y una sonrisa letal. Pero tampoco era para tanto, ¿no?

También tenía un título en psicología y analizaba a la gente para ganarse la vida, un hecho que le había restregado por la cara durante sus cinco minutos de fama, o de infamia, en la radio. Y sí, estaría metida en un buen lío si él reconocía su voz. «Charlatán», «pesado» y «fuera de onda» eran algunos de los insultos que le había soltado… y ésos eran los más suaves.

Rezando para que no se le doblaran las piernas, se dirigió al despacho de Raquel, conteniendo el deseo de volver la cabeza para ver si él la estaba mirando.

Sí, seguro… ¿desde cuándo los hombres como él se fijaban en chicas como ella?

Aunque había logrado vencer su desorden alimenticio años atrás, no había conseguido deshacerse de las inhibiciones como se deshizo de los kilos. Estaba bien, pero no tenía precisamente tipo de modelo y no lo tendría nunca.

Cuando llegó al despacho de Raquel, llamó a la puerta y entró sin esperar respuesta.

–Ya era hora. ¿Por qué has tardado tanto?

Aunque Raquel Wilson era una jefa competente, con talento más que suficiente para convertir WWW Diseños en una empresa puntera, su talante era sólo comparable al de un rottweiler furioso. Por eso los empleados la llamaban «la rottweiler»… y que Dios los ayudase si alguna vez se enteraba.

Keely tenía la impresión de que, en aquel caso, el rottweiler ladrador sería igual de mordedor.

–Estaba hablando con un cliente…

–¿Lachlan Brant? –preguntó Raquel, con un brillo demoníaco en los ojos, el mismo brillo que aparecía cada vez que conseguía un nuevo cliente.

–Sí.

–Estupendo. Él es tu próximo encargo.

Oh, no. Los «encargos» de Raquel siempre acababan siendo un problema. En la empresa, todo el mundo los evitaba como si fueran la peste negra porque un «encargo» significaba ir detrás del cliente como un perdiguero para asegurarse de que no se iba a otra agencia. En cierto modo, eso era lo que había hecho que WWW Diseños hubiera llegado donde estaba, pero la idea de estar pegada a Lachlan Brant hacía que deseara meterse en una heladería… y había dejado ese hábito mucho tiempo atrás.

Conteniendo el deseo de correr todo lo rápido que le permitieran sus piernas, Keely hizo lo que pudo para sonreír.

–La verdad es que estoy hasta arriba de trabajo, Raquel. Estoy terminando el diseño para la revista Flirt y…

–Lachlan Brant es prioridad número uno a partir de ahora.

–Pero…

–Estoy segura de que encontrarás la manera de hacer las dos cosas –su jefa se levantó para acercarse al impresionante ventanal desde el que podía verse todo Melbourne–. Tengo mucha confianza en ti, Keely. Y si lo haces bien, podrías conseguir ese ascenso que tanto deseas.

Genial. O sea, genial.

¿Cómo iba a decir que no? ¿Cómo iba a negarse a estar pegada al guapísimo Lachlan Brant si, además, así podía conseguir un ascenso?

–Haré lo que pueda –murmuró. Aunque, en el caso de «la rottweiler», eso casi nunca era suficiente.

–Eso espero. Y ahora, dile a Brant que entre. A ver si podemos conseguir que firme el contrato.

Keely asintió antes de salir del despacho para enfrentarse con su nuevo «encargo».

Cuando Lachlan se levantó, tuvo que tragar saliva. Aquel hombre era como para babear y, a juzgar por esa sonrisa de donjuán, lo sabía.

–¿Ya está lista?

¡Ja! Si supiera lo lista que estaba…

–Sígame.

Si supiera que era ella la que había llamado para ponerlo verde a través de las ondas no le regalaría esa sonrisa.

–Su nombre me suena. ¿Nos conocemos?

Keely se agarró al picaporte de la puerta como si fuera un salvavidas.

–No, qué va.

–Keely es un nombre inusual. Estoy seguro de haberlo oído hace poco.

La estaba mirando fijamente y casi podía imaginarlo acariciándose una imaginaria perilla, como un psicólogo freudiano intentando descubrir el significado de sus sueños…

Keely llamó a la puerta del despacho y esperó el consiguiente ladrido de Raquel.

–¡Entra!

A juzgar por el nivel de decibelios, el ladrido era apenas un gruñido, como deferencia con el posible cliente, claro.

–¿Llego en mal momento? –le preguntó Lachlan Brant en voz baja, poniendo una mano en su cintura.

Si Keely había aprendido algo era a no hablar mal de su jefa más que con Emma y Tahlia. Pero con aquella mano tocando su cintura, su cerebro sufrió un pequeño cortocircuito.

«Concéntrate, chica». «Necesitas el ascenso».

–No, es que Raquel siempre está muy ocupada.

–Yo no le grito así a un posible cliente por muy ocupado que esté –murmuró él, antes de entrar en el despacho.

La rottweiler enseñó los dientes en un amago de sonrisa mientras estrechaba su mano.

–Buenos días, señor Brant. Siéntese, vamos a empezar –dijo, tomando una carpeta.

–Llámame Lachlan… las dos, por favor.

–Muy bien, Lachlan –sonrió Raquel.

–Imagino que todo este papeleo será una formalidad. He estado echando un vistazo y WWW Diseños es justo lo que necesito, así que no hace falta que me vendas nada. Estoy dispuesto a empezar de inmediato.

Los ojos de Raquel brillaron tras los cristales de sus gafas.

–Me alegra ver que eres un hombre decidido, Lachlan. Y me agrada que hayas elegido nuestra empresa para que diseñe tu página web. ¿Por qué no te llevas estos documentos, se los das a Chrystal una vez firmados y te vas con Keely para que te enseñe cómo hace su magia?

¿Magia? La rottweiler debía de estar muy interesada en Brant.

–Estoy deseando.

Y, de nuevo, Keely tuvo el deseo de salir corriendo, ascenso o no ascenso. Lachlan estaba mirándola y casi podría haber jurado que en sus ojos había un interés que no tenía nada que ver con el diseño de una página web.

–Esta empresa ofrece exactamente lo que yo necesito.

Keely intentó apartar la mirada, pero le resultaba imposible. Se sentía como una cobra hipnotizada por una mangosta.

Además, era absurdo. Un hombre como él nunca estaría interesado en alguien como ella.

–Si no te importa acompañarme –murmuró, después de aclararse la garganta.

Lachlan Brant volvió a sonreír, como si le costara trabajo permanecer serio.

–Vamos donde tú quieras.

Keely estaba esperando algún comentario típico de Raquel y su jefa no la decepcionó:

–Espero que este sea tu mejor trabajo, Keely.

Ella sonrió, con los dientes apretados, con lo cual la sonrisa resultó un poco rara. Como si ella hubiera hecho algún mal trabajo, pensó, indignada.

Aunque, a juzgar por cómo su mente calenturienta iba del traje hecho a media a la anchura de los hombros de Lachlan Brant y de ahí a su sonrisa, quizá Raquel hacía bien en recordarle que debía concentrarse en el trabajo.

–¿Siempre es así? –preguntó Lachlan cuando habían salido del despacho.

Keely contuvo el deseo de ponerse a gruñir como un perro rabioso, como hacía con sus amigas cuando tenía alguna trifulca con la rottweiler.

–Raquel es una mujer muy ambiciosa, muy trabajadora. Por eso ha conseguido que esta empresa sea una de las más importantes de Melbourne –contestó, esperando que Dios la recompensara por ser tan profesional.

–Me alegra saberlo. Yo sólo trabajo con los mejores.