Los caníbales de Malekula - Roy Brandstater - E-Book

Los caníbales de Malekula E-Book

Roy Brandstater

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Beschreibung

Entre las 80 islas de las Nuevas Hébridas (Vanuatu), Malekula era la más primitiva, la más pagana y la más salvaje. No había evidencia de amor humano; en su lugar reinaban la falta de afecto y la malicia. Desde mediados del siglo XIX y hasta finales del siglo XX, pioneros misioneros enfrentaron los peligros, sufrieron las fiebres, batallaron los elementos y dieron sus vidas. "Los caníbales de Malekula" es más que una historia misionera. Es un registro documentado de milagros, drama, tragedia y triunfo en el rescate de miles de la oscuridad del mal a la esperanza y la sanidad que se encuentran en el nombre de Jesús.

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Los caníbales de Malekula

Roy Brandstater

Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Tabla de Contenidos
Tapa
Dedicatoria
Prefacio
Introducción
Nikambat, el Jefe Supremo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Apéndice I
Apéndice II
Apéndice III
Apéndice IV
Bibliografía

Los caníbales de Malekula

Roy Brandstater

Título del original: Man-eaters of Malekula, Pacific Press Publishing Association, Nampa, ID, EE.UU., 2017.

Dirección: Pablo M. Claverie

Traducción: Natalia Jonas

Diseño del interior: Mauro Perasso

Diseño de tapa: Carlos Schefer

Ilustración: Shutterstock (Banco de imágenes)

Libro de edición argentina

IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina

Primera edición, e-book

MMXIX

Es propiedad. Copyright de la edición en inglés © 2017 Pacific Press® Publishing Association, Nampa, Idaho, USA. Todos los derechos reservados. Esta edición en castellano se publica con permiso del dueño del Copyright.

© 2018 Asociación Casa Editora Sudamericana.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-701-969-8

Brandstater, Roy

Los caníbales de Malekula / Roy Brandstater / Dirigido por Pablo M. Claverie. – 1ª ed. – Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2019.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

Traducción de: Natalia Jonas.

ISBN 978-987-701-969-8

1. Relatos. I. Claverie, Pablo M., dir. II. Jonas, Natalia, trad. III. Título.

CDD A863

Publicado el 08 de julio de 2019 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: [email protected]

Web site: editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Dedicatoria

Este relato documentado está dedicado con cariño a dos parejas intrépidas, los únicos misioneros blancos que vivieron entre los caníbales Nambus de Malekula: Norman y Alma Wiles, y Will y Louise Smith, junto con sus dos hijitos, Ivan y Milton. El tiempo puede atenuar el impacto de sus años de servicio y sacrificio; pero aquí los recordamos.

Roy Brandstater4 de noviembre de 1981

Prefacio

“Es tu deber volver a contar la evidencia vívida de tu terrible experiencia a tus hijos y a tus nietos, a tus amigos, colegas y compañeros... Documéntala, escríbela. Cuéntala verbalmente. No permitas que sea olvidada”. Con estas palabras, Yitzhak Navon, el ex presidente de Israel, desafió a su pueblo.

De manera muy similar, me sentí llamado a investigar y documentar este relato de Malekula. Tenía que hacerlo o vivir bajo la desaprobación de una tarea incumplida. Las pruebas y los peligros en crudo de Malekula nunca deben ser olvidados ni negados.

Héroes y heroínas cristianos en el Pacífico Sur fueron consumidos por la comisión divina de “ir por todo el mundo y hacer discípulos a toda criatura”. Aceptaron el desafío y enfrentaron los peligros de servir a un pueblo pagano y hostil que vivía y moría de la única forma que conocían: sin Dios y sin esperanza.

A causa de mi contacto personal con algunos de esos pioneros misioneros, me sentí llamado a dejarlos registrados: C. H. Parker, Harold Carr, A. G. Stewart, Norman y Alma Wiles, Will y Louise Smith, y las familias de Ross James y de Don Nicholson. Merecen más que comentarios casuales escondidos en archivos olvidados hace tiempo. Deben ser recordados como ejemplos honrados de dedicación, fortaleza y valor cristiano.

Estos pioneros enfrentaron peligros, sufrieron fiebres, batallaron con los elementos y hasta dieron su vida. Sus nombres deben estar grabados no solo en bronce y mármol, sino en los corazones de los nativos de Malekula.

No se ha escatimado esfuerzo alguno para documentar este relato. Yo conocí a los misioneros personalmente y recibí generosamente acceso a actas antiguas de la sede de la Iglesia Adventista en Sídney, Australia. También investigamos en las bibliotecas Mitchell Library, en Sídney; Avondale Heritage Library, en Australia; Loma Linda Heritage Library, en California; y en otros archivos. Además, hojeamos 69 años de la Australasian Record, una revista semanal que contenía informes frecuentes de las peripecias de los misioneros en las Nuevas Hébridas, desde 1912 hasta 1981. (Se han resumido estos informes en algunos lugares.)

Estoy profundamente en deuda con la fallecida Alma Wiles, quien compartió conmigo su diario y sus recuerdos de aventuras misioneras.

Al mirar atrás, a todos los peligros, dramas, tragedias y triunfos, podemos decir que los resultados han sido muy gratificantes y los sacrificios valieron la pena en el rescate de cientos que de otra manera no tenían esperanza, como testifica este relato.

El autor

Introducción

Por el popular comentador religioso Roy Allan Anderson

¿Disfrutas de leer historias de caníbales? Entonces, este es el libro adecuado para ti, y tengo la certeza de que cada palabra de este relato es cierta. No solo conozco al autor, sino también a muchos de los importantes personajes mencionados.

Gran parte de esta obra ha esperado más de cincuenta años para ser documentada. Ahora se ha rastreado la verdadera historia de Malekula a través de los años y se cuenta con una exactitud impecable. Este registro pintoresco, con todo su drama y su sentimiento, presenta una historia verídica de caníbales asesinos que vivían en un mundo propio, y resentían la intromisión a su dominio isleño. Seguían su propia ley y no eran conscientes de su necesidad de otra forma de vida.

Cuando John G. Paton le dijo a su congregación de la iglesia Green Street, en Glasgow, Escocia, que se iba a las Nuevas Hébridas para predicar el evangelio de Cristo, uno de los líderes de la iglesia comentó: “Si vas a esa tierra de odio, te van a comer”. Él respondió: “Si vivo y muero conociendo al Señor Jesús y compartiendo ese conocimiento con otros, no marcará diferencia alguna que me coman caníbales o gusanos”. Él fue, ¡y qué registro de peligros, pruebas inhumanas y dedicación sin igual presenta su relato! Algunas de estas proezas misioneras se presentan en este libro. Cabe destacar que, a la edad de 32, él y su joven esposa embarcaron rumbo a las Nuevas Hébridas, donde hicieron de la isla de Tanna su hogar. Su esposa murió dando a luz al año siguiente, y su bebé falleció una semana después, dejándolo angustiado y solo para vivir y trabajar durante treinta años casi en el proverbial infierno.

Para obtener el impacto total de la historia de Los caníbales de Malekula, era necesario narrar los esfuerzos de los primeros misioneros en llegar a las Nuevas Hébridas; hombres como John Williams, James Gordon y su hermano, George Gordon; todos ellos fueron brutalmente asesinados en Erromango. También estuvo H. A. Robertson, otro misionero presbiteriano, quien al enterarse del asesinato del segundo hermano Gordon pidió que se le permitiera tomar el lugar del mártir y continuar su misión. Apeló a los cristianos escoceses a unirse bajo el eslogan de oración “¡Erromango para Cristo!” Tardó 25 años, pero esa oración fue respondida. ¿Quién hubiera creído que esto sucedería en un Erromango bañado en sangre? Esta isla se convirtió al cristianismo. Se construyó una iglesia en memoria de los mártires, y las palabras de Isaías se hicieron una realidad: “Mi pueblo habitará en un lugar de paz”.

Algunos de estos capítulos harán que el lector sonría, mientras que otros se leerán con lágrimas en los ojos. Sí, esta es una historia conmovedora que sigue los pasos de Norman y Alma Wiles, y luego de Will y Louisa Smith. Estos fueron los únicos misioneros blancos en habitar en Malekula; la primera pareja lo hizo por cinco años; y los Smith, con sus dos niños pequeños, por más de siete años. Louisa Smith era la hermana de Roy Brandstater, el autor.

Hay muchas situaciones dramáticas en este libro, pero una de las más conmovedoras es la historia de Norman y Alma Wiles. Su experiencia en Malekula comenzó en 1914, y no estuvo cargada de menos riesgos y problemas por vivir entre salvajes que la de Paton y otros pioneros. C. H. Parker lideró la obra en las Nuevas Hébridas, seguido por A. G. Stewart. Fueron audaces, dedicados y valientes al iniciar la obra en varias islas. ¡Cómo nos extasiaban con sus historias de caníbales al regresar a Australia! Parker fue el primer adventista del séptimo día en las Nuevas Hébridas.

Fragmentos de la historia de los Wiles han sido contados tantas veces, que esta pareja misionera se ha convertido en una leyenda en la historia de la misión en Australia: cómo Alma en su juventud sufrió con su amado Norman, pero no pudo hacer mucho para salvarlo de la temible fiebre de los pantanos. Esta experiencia solitaria y traumática está relatada en su diario, que solo fue descubierto luego de la muerte de Alma, en marzo de 1980. Este libro es el primero en publicar este relato personal.

Pasaron dos años antes de que el lugar de Norman fuera ocupado por Will Smith, junto con Louisa. Will estuvo cerca de perder su vida en varias ocasiones, una vez al ser arrojado al océano Pacífico en medio de la noche, y luego al contraer la misma temible fiebre que tomó la vida de su predecesor.

Los últimos capítulos del libro son un vívido retrato del progreso de las misiones en las Nuevas Hébridas y los cambios contrastantes a lo largo de los años. Muchas iglesias, escuelas (incluyendo una escuela de entrenamiento para trabajadores nativos) y poderosos pastores de Malekula han surgido de las garras del paganismo y el canibalismo. Incluso políticamente hay una administración local, y el Gobierno ya no es francés ni británico. También se cambió el nombre del grupo de islas a Vanuatu en julio de 1980.

Este libro es más que una historia misionera; es un relato documentado de milagros, dramas, tragedias y triunfos.

Nikambat, el Jefe Supremo

Rey de los caníbales

Nikambat, el rey de los caníbales, conocido a lo largo y a lo ancho del territorio, estaba a la altura de su posición. Alto, fornido, con cabello largo del que colgaban cuentas de pequeñas conchas, presentaba un porte imponente. También tenía una larga barba negra, una varilla redondeada de hueso incrustada entre sus fosas nasales, y llevaba brazaletes de colmillos de cerdo en sus antebrazos. Alrededor de su cintura tenía muchas vueltas de corteza trenzada, de las que estaba sujeta el manojo rojo oscuro de hierba trenzada, o nambus, lo único que utilizaba como prenda de vestir. Con él estaban todos sus guerreros, ataviados de manera similar.

Andrew G. Stewart al conocer a Nikambat.

“Among the Big Nambus in the New Hebrides”, Review and Herald, 25 de junio de 1959, publicado en The Australian Record, 24 de agosto de 1959.

Capítulo 1

Los caníbales de Malekula

De las ochenta islas del grupo de las Nuevas Hébridas, Malekula era la más primitiva, la más pagana y la más salvaje. Andrew G. Stewart, un pionero misionero adventista a las islas del Pacífico Sur, escribió: “Este es el punto más triste de todo el Pacífico”. John Geddie, misionero presbiteriano del siglo XIX, escribió en su diario: “Este es verdaderamente uno de los lugares oscuros de la Tierra, donde se practican todas las abominaciones de los paganos, sin escrúpulos y sin remordimiento”. Mi hermano, Gordon Brandstater, que pasó unos 25 años supervisando el trabajo misionero en el Pacífico, me dijo: “No hay ningún lugar de la Tierra en el que haya estado que muestre la degradación de la humanidad tanto como la isla de Malekula”.

Los crímenes de todo tipo eran comunes. Las personas consideraban el robo y el libertinaje honorables. Aparentemente, no había amor humano; en su lugar había falta de afecto y maldad. Había crueldad en lugar de simpatía; brutalidad en lugar de misericordia; sospechas en lugar de confianza; mal humor en lugar de sonrisas; conflictos en lugar de paz; y miedo en lugar de fe. Ningún varón adulto andaba desarmado; cada hombre llevaba un garrote o una lanza –o ambos–, hasta que llegaron los comerciantes blancos y trajeron mosquetes.

Los cerdos eran el artículo principal de trueque hasta hace pocos años. Una esposa costaba un promedio de diez cerdos. Los animales compartían las habitaciones humanas y se trataban como bienes de primera. En marzo de 1980, el pastor Sam Dick, oriundo de Malekula, me visitó en mi hogar en Redlands, California. Le pregunté por sus padres. Su respuesta fue:

–Oh, mi padre mató a mi madre.

–¿Por qué haría algo tan terrible? –pregunté.

Como si no fuera nada inusual, respondió directamente:

–Bueno, él tenía un cerdo muy especial, que estaba relacionado con la adoración tribal. Se mantenía en la casa; mi madre era su guardiana, y no podía dejarlo salir. De alguna forma, el animal encontró la manera de salir en libertad, y mi padre lo vio afuera, revolcándose en el barro. Estaba tan enojado, que tomó su garrote y mató a mi madre. Entonces, me llevó a mí, que era un bebé, a una viuda para que me cuidara. Ella dijo: “¡No! Tú mataste a tu esposa; ahora cuida de tu propio bebé”. Así que la mató a ella también. Luego me dejó con la hermana de mi madre, que era solo una niña en ese entonces, y le advirtió: “¡Cuida de este bebé o te mataré a ti también!”

Los exploradores

Malekula es la segunda isla más grande de las Nuevas Hébridas, cuyas ochenta islas se extienden por el océano Pacífico a más de 3.000 km de Australia como dos brazos que forman la letra Y. Las islas fueron descubiertas primero por Pedro Fernandes de Queirós, un explorador español. En 1605, estaba buscando la “Gran Tierra del Sur” por instrucciones del rey de España, cuando se tropezó con una de las islas más grandes de este grupo.

Cuando se hizo conocimiento general que la Tierra no era plana sino una esfera colgada en el espacio, los exploradores y los filósofos discutían que tenía que haber una gran masa de tierra por debajo para mantener todo en equilibrio. Esto debía estar escondido al sur del Ecuador, que se pensaba que era un horno ardiente, infranqueable.

En el siglo XV, España y Portugal eran los superpoderes del mundo, y competían por comercio, tesoro y colonias. El Papa, ansioso por contener rivalidades peligrosas, dividió el mundo entre ellos dos. Ahora podían seguir su camino y descubrir nuevas tierras y pueblos, pero se les encomendó llevar la religión a cada raza de personas que encontraran.

Queirós, un hombre profundamente religioso, aclamó este extraño nuevo puesto de avanzada como la “Gran Tierra del Sur del Espíritu Santo”, “Australia del Espíritu Santo”. Cuando sus hombres se amotinaron y las provisiones casi se habían terminado, Queirós pasó, solo, quince días en esta zona, y luego navegó hacia el noroeste por los estrechos que separan Australia de Nueva Guinea. Torres, su navegante, quedó atrás en otro barco. Torres navegó por los mismos estrechos, pero les prestó más atención, así que fueron llamados permanentemente “estrechos de Torres”. De la misma manera, la isla de Espíritu Santo, Nuevas Hébridas, mantiene el nombre que le dio Queirós.

Durante 168 años luego de Queirós, estas islas permanecieron aisladas. Entonces, en 1774 llegó el animado capitán James Cook de Inglaterra, buscando el “Gran Continente del Sur”. Sus instrucciones fueron: “Si descubres que no hay nada al oeste de la Nueva Zelanda de Tasman, debes observar con exactitud la situación de tales islas, ya que puedes descubrir en tu viaje lo que puede no haber sido descubierto por europeos, y tomar posesión para su Majestad; y lucha por todos los medios por cultivar amistad con los nativos”. El capitán Cook redescubrió las Nuevas Hébridas e identificó Espíritu Santo y las bahías de St. Philip y St. James, nombradas por Queirós. Entonces, trazó esta isla junto con otras del archipiélago y las puso en el mapa de manera exacta, y las nombró igual que las Hébridas, cerca de la costa de Escocia.

El explorador escribió: “Las personas... son de un color oscuro, un poco delgadas. Tienen labios gruesos y narices chatas; y rostro de mono, cabezas largas y cabello lanudo. Lo que suma a su deformidad es un cordón, o un cinto, alrededor de la cintura, justo debajo de las costillas y sobre la mitad del estómago, que está atado con tanta fuerza que parece que tuvieran dos panzas”. El capital Cook aparentemente no se aventuró mucho tierra adentro, ni se detuvo en los hábitos de la gente. Eso quedó para que futuros visitantes lo describieran.

Y entran los misioneros

–¡Te van a comer los caníbales! –le advirtió un feligrés anciano a John G. Paton cuando, a la edad de 32 años, decidió dejar su congregación en Green Street, Glasgow, por los paganos llenos de odio de las Nuevas Hébridas, un pueblo poco diferente a las bestias salvajes en su trato hacia los visitantes.

–Si puedo vivir y morir honrando al Señor Jesús –respondió Paton–, no habrá diferencia alguna si soy comido por caníbales o por gusanos.

Cuatro meses después de salir de Escocia, cuando desembarcó en Tanna, escribió: “Debo confesar, las primeras impresiones me llevaron al borde de la total consternación. Al contemplar a estos nativos en su pintura y desnudez y miseria, mi corazón estaba tan lleno de horror como de lástima. ¿Había abandonado mi obra en Glasgow, con tantas asociaciones placenteras, para consagrar mi vida a estas criaturas degradadas? ¿Era posible enseñarles el bien y el mal? ¿Podíamos cristianizarlos, o siquiera civilizarlos?” Pero agregó: “Ese fue solo un sentimiento pasajero”.

El canibalismo era una forma de vida, junto con guerras despiadadas e inhumanas. Luego de la pelea, los victoriosos se comían a los vencidos. John Paton y su esposa apenas habían llegado a Tanna cuando experimentaron una muestra de la guerra tribal. “El descargo de mosquetes y los horrorosos gritos de los salvajes nos informaron que estaban involucrados en peleas mortales”, escribió.

Había gran excitación y terror. Hombres armados corrían en todas direcciones con plumas en sus cabellos trenzados. Los rostros estaban pintados de rojo, negro, blanco; algunos tenían un lado pintado de negro y el otro de rojo, otros tenían las cejas blancas, la barbilla azul... de hecho, cualquier color en cualquier parte: cuanto más grotesco, mayor el arte. Las mujeres y los niños corrían a ponerse a salvo. Nos escondimos en la casa de un nativo. Nos dijeron que seis hombres habían sido asesinados, y sus cuerpos fueron cocidos y comidos esa noche en una terma hirviente. A la mañana siguiente, no pudimos utilizar el agua; estaba contaminada con los cuerpos y la sangre.

Paton dijo que su pequeño criado estaba más disgustado por no poder obtener agua pura que por el festín caníbal, que daba por sentado.

A veces se capturaban barcos comerciales, y se mataba y comía a toda la tripulación. Un ballenero de Sídney, el Royal Sovereign, naufragó en la isla de Éfaté. Los nativos pretendieron querer ayudarlos, pero repentinamente atacaron a la tripulación. Un solo hombre, John Jones, logró escapar con la ayuda de un maestro samoano de la misión: Mose. Un misionero dijo que vio a un nativo rebanar carne de una víctima y comerla cruda.

En 1853, un barco de la Sociedad Misionera de Londres dejó a dos maestros polinesios con sus esposas y un niñito en la costa occidental de la isla de Lelepa. John Feddis, quien estaba allí en ese momento, escribió sobre la cálida bienvenida que se les dio a los maestros. Pero los nativos eran traicioneros: diecinueve días después, los cuatro misioneros fueron asesinados y comidos. Se perdonó la vida al niño, y el pueblo pensó en quedárselo. Sin embargo, él no dejaba de llorar, así que le ataron una piedra al cuello y lo arrojaron al mar.

Maestros cristianizados de otras islas no eran menos consagrados a su tarea. Dos maestros samoanos, Apela y Samuela, fueron a la isla de Futuna, donde el cacique prometió protegerlos. Todavía estaban allí doce meses después, cuando el barco misionero volvió, así que dejaron también a la esposa y la hija de Samuela en la isla. Cuando llegó la enfermedad a la isla, los nativos culparon a los maestros de la misión. Mataron a Apela, Samuela y a su hija en el jardín y corrieron a la casa, donde estaba la esposa de Samuela sola. El líder nativo, Nasaua, ofreció perdonarle la vida si se convertía en su esposa. Ella se negó a hacerlo, así que él la golpeó con un garrote. Tomaron los bienes del maestro, quemaron su casa y se adornaron con las vestimentas de la familia para realizar danzas paganas. Se repitieron variaciones de esta tragedia a lo largo de la historia de las misiones en las Nuevas Hébridas. Uno debe maravillarse ante la fortaleza y la dedicación de aquellos siervos de Dios, morenos y blancos, que arriesgaron todo para llevar la luz del evangelio a quienes permanecían en tinieblas.

Capítulo 2

John Williams, mártir

Ningún relato de la obra misionera en las Nuevas Hébridas estaría completo sin mencionar a John Williams, el primer mártir en las Nuevas Hébridas. Él fue “el hombre clave de Dios en la evangelización del Pacífico del Sudoeste”. Cuando tenía 21 años, se unió a la Sociedad Misionera de Londres, se casó con Mary Chauncer, una jovencita de 18 años, y en 1818 fue enviado con su esposa a Raiatea, en las Islas de la Sociedad. A sus 23 años rebosaba entusiasmo y talento, y características útiles que incluían perspicacia comercial, la habilidad de aprender idiomas fácilmente, dedicación, fe y liderazgo; todas ellas le dieron una gran capacidad para el servicio.

Bajo el poder de Dios, Williams conquistó el canibalismo en Raiatea, Rargonga y otras islas. Se arrojaron dioses paganos a las llamas, y muchos adoptaron una nueva forma de vida. Ahora buscaba del otro lado del océano más bastiones paganos para conquistar. Había muchas más islas allí afuera, algunas con una depravación más profunda que las islas recién cristianizadas. Pero la más cercana estaba a miles de kilómetros de distancia.

–¡Oh, cuánto necesitamos un barco! ¡Un barco! –le confió a Mary.

Pero necesitaría un barco de setenta u ochenta toneladas para navegar este océano sin sendas. Mary sabía lo que significaría para ella y para John, y el trabajo al que estaba comprometido, así que finalmente consintió. John decidió construir él mismo un barco, una tarea aparentemente imposible. No había instalaciones, ni equipamiento, ni hierro, con excepción a una cadena portacables que había dejado atrás una tripulación que huía por sus vidas. No había forja, así que hizo fuelles de cuero de cabra y un yunque con una gran piedra. Entonces, hizo sus propios clavos a partir de la cadena y madera de palo fierro. Hizo sogas de la corteza del árbol de hibisco, y usó grandes esteras trenzadas de los nativos, que reforzó para que soportaran el viento, como velas. El barco tenía 18 metros de largo, pesaba 70 u 80 toneladas y se llamó El mensajero de paz.

Ahora Williams era libre, y el Pacífico del Sudoeste era su distrito: con caníbales y todo. ¡Qué gran mundo de evangelización se abrió ante él! Hizo viajes a las Islas de la Sociedad, Tonga, Samoa, las Islas Cook y finalmente a las Nuevas Hébridas. Su primer paso fue la notoria isla de Erromango, donde el capitán James Cook escapó bajo una lluvia de lanzas y flechas. En 1839, Williams vendió El mensajero de paz; el barco había superado su vida útil. Hacía poco había visitado Escocia, donde contó sus aventuras misioneras por todo el país y recaudó dinero para otro barco, más grande y más adecuado para las necesidades de los mares del sur.

Los primeros mártires

El nuevo barco misionero, el bergantín Camden, se compró con donaciones de personas de todas partes de las Islas Británicas. John Williams navegó en él desde Londres con 16 misioneros más. En noviembre de 1839, Williams embarcó con doce maestros polinesios a bordo para abrir obra en las Nuevas Hébridas. Conocía bien los peligros, ya que estas islas eran famosas por el salvajismo. Muchas personas acudieron a su hogar en la isla para despedirse de él. Las últimas palabras que su esposa le dijo fueron: “¡No desembarques en Erromango!”

Un joven de Inglaterra llamado Harris, que estaba en el viaje por su salud, decidió unirse al programa de la misión. También el vicecónsul británico para el Pacífico, un Sr. Cunningham, tocó tierra en Erromango con Williams, en un bote. El capitán Morgan y cuatro tripulantes los llevaron a la pedregosa playa en Dillon’s Bay [la Bahía de Dillon]. La ausencia de mujeres con la gente parada en la orilla era una señal siniestra, como el capitán Morgan comentó después. Cuando los nativos se volvieron hacia el monte, los tres hombres los siguieron. De repente, los isleños se dieron vuelta y corrieron hacia ellos, atacando a Harris y a Williams con garrotes en la orilla misma. Cunningham se salvó arrojando una piedra en la cara de un asesino. Era imposible recuperar los cuerpos, y cuando un hombre de guerra fue más tarde y aprehendió a los asesinos, ellos dijeron: “Los comimos”. Se llevaron los huesos y las calaveras a Samoa para enterrarlos, y se levantó un gran gemido desde cien islas.

El martirio de John Williams a la edad de 43 años oscureció la noche de las Nuevas Hébridas, pero reforzó la necesidad de que alguien llevara una luz. Más que intimidar, la tragedia les dio un ímpetu a los esfuerzos misioneros. Otros jóvenes con sus esposas llegaron para llenar el vacío de los caídos. El Rev. Dr. John I. Geddir, el Rev. George N. Gordon, John G. Paton y el Rev. S. F. Johnston, con sus esposas, llegaron en 1857 bajo el patrocinio de la Iglesia Presbiteriana. Estos fueron campeones de la cruz de Cristo: dedicados, capaces, con un profundo sentido del sagrado deber. “No valoraron tanto su vida como para evitar la muerte”. Cuatro de ellos nunca volvieron a su patria. La Sra. Paton murió en Tanna dando a luz, y también sufría de malaria. El reverendo Johnston, aunque era joven y vigoroso, sucumbió a una epidemia de sarampión que devastó varias islas en 1861. En Erromango, donde vivían el reverendo Gordon y su esposa, los nativos culparon a los misioneros por un huracán que azotó la isla y los asesinaron con hachas. “Una gran ola de celo misionero pasó sobre la iglesia natal cuando se recibieron las trágicas noticias de los Gordon. Los miembros reconocieron más que nunca la grandeza de su tarea. Tres misioneros respondieron inmediatamente a un llamado al servicio en las Nuevas Hébridas”.

Entre quienes se ofrecieron como voluntarios estaba James D. Gordon, hermano del mártir George Gordon. Él fue directamente al área de quienes habían asesinado a su hermano. No buscaba venganza, sino la redención de los asesinos.

Llegó desde la Isla del Príncipe Eduardo y tomó el lugar de su hermano en Erromango en 1864. Ocho años después, él también fue asesinado. En esa época, estaba traduciendo la Biblia al idioma nativo; terminó en Hechos 7, donde Esteban fue apedreado y exclamó: “¡Señor Jesús, recibe mi espíritu y no les tomes en cuenta este pecado!”

El reverendo H. A. Robertson acababa de volver con su esposa de la Isla del Príncipe Eduardo a la sede de la misión en Aneityum, y estas fueron las primeras noticias que recibió. Le deslizó una nota al director de la misión, que declaraba que quería tomar el lugar de Gordon. Estos hombres habían orado por “Erromango por Cristo”, y luego de 25 años, 5 martirios, muchos peligros, labores pacientes y sacrificios personales, su oración fue respondida. Cristo había conquistado. Se construyó una iglesia en Dillon’s Bay en memoria de los mártires. No quedó ningún caníbal, solo cristianos; ninguna guerra, solo paz; ningún salvaje, solo caracteres suavizados; ningún temor, porque “[...] mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones seguras, y en recreos de reposo” (Isa. 32:18).

Sándalo y nativos amargados

Los comerciantes de la época, que podrían haber preparado el camino para la civilización, a menudo no eran mucho mejores que los nativos mismos, excepto en que los europeos no eran caníbales. Estos comerciantes quebrantaron cada regla de buena conducta humana, y crearon una actitud de hostilidad hacia el hombre blanco, especialmente hacia el misionero. Muchos robaron madera, se llevaron mujeres y secuestraron a los hombres para que trabajaran en otras islas, sin nunca regresar. Todos los primeros escritores misioneros se quejaron de esto como la razón principal de la hostilidad de los nativos hacia los blancos.

Los nativos querían los cuchillos, las hachas y los mosquetes del hombre blanco. También querían licor y tabaco. Los comerciantes de sándalo estuvieron entre los primeros y los más notorios en explotar a los nativos y hacerlos “más hijos del infierno” de lo que ya eran. John G. Paton los encontró exasperantes en su oposición a la misión, oponiéndose a todo lo bueno que él estaba tratando de hacer. Escribió en su autobiografía:

Los comerciantes de sándalo son, como clase, los hombres más ateos, cuya crueldad y maldad nos avergüenza de tenerlos como compatriotas. Por su mano, los pobres nativos indefensos son oprimidos y robados por todo medio; y si ofrecen la más mínima resistencia, son despiadadamente silenciados por el mosquete o el revólver. Aquí no pasan muchos meses sin que se dispare a alguno de ellos, y en lugar de estar sus asesinos avergonzados, se jactan de cómo los eliminaron. De hecho, todos los comerciantes aquí pueden mantener su posición solo mediante revólveres y rifles. [...] Un clamor común era: “Déjenlos perecer, y que el hombre blanco ocupe estas islas”. Fueron conductas de este tipo lo que hizo que los isleños sospecharan de todos los extranjeros, odiaran al hombre blanco y buscaran venganza en el robo y el asesinato.

Luego del sándalo llegó el reclutamiento de trabajo, otra mancha en las páginas de la historia de las islas del Pacífico. Esto incluyó el escandaloso comercio Kanaka, el secuestro de nativos para trabajar para los comerciantes de sándalo en otras islas o en Queensland, donde el algodón y la caña de azúcar eran los cultivos principales que necesitaban de mano de obra. Benjamin Boyd reclutó setenta hombres para su hacienda ovejera en Nueva Gales del Sur, todos de Tanna, Lifu y Uvea, de las Hébridas. Con el tiempo, escaparon; algunos encontraron el camino de vuelta a sus islas nativas, pero la mayoría perdió la batalla de la supervivencia.

Finalmente se ejecutó la Ley de Trabajadores de las Islas del Pacífico en 1901, que eliminó el comercio de isleños nativos y envió a los comerciantes de vuelta a sus patrias.

Capítulo 3

Los presbiterianos preparan el camino

E