Los cuentos de Hanah - Ana Valentín Mezquita - E-Book

Los cuentos de Hanah E-Book

Ana Valentín Mezquita

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Beschreibung

Los cuentos de Hanah se presentan como una serie de cuentos, de historias profundas y delicadas, que abordan temáticas relevantes de forma sencilla para que todos los niños puedan comprender sus significados ocultos. Cada relato se enfoca en la representación de un valor ―el coraje, la generosidad, la amistad con la naturaleza y todas sus criaturas― y, a su vez, representa una advertencia contra conductas inadecuadas y las consecuencias que derivan de la desobediencia. Sin embargo, esta colección parece un tributo a la infancia y, en particular, a los niños, esperanza para el futuro y, desde siempre, inspiradores de sueños.

Ana Valentín Mezquita (Tenerife, 1955) desde muy pequeña siente afición por la escritura y, desde los ocho años en los que escribe su primer cuento, la imaginación ya no conoce límites. El cuaderno y el lápiz se convierten en uno de sus juegos preferidos haciendo partícipes a los que la rodean de todo ese mundo que descubre con sus personajes. Soñadora, pero con los pies muy firmes sobre la tierra creó este legado que siempre ha querido compartir con las personas que, al igual que ella, encuentran en la imaginación una verdadera razón para crecer. Como Trabajadora Social en Ayuntamientos y en el Cabildo de Tenerife ha desarrollado su vida laboral en contacto con jóvenes, niños, mujeres y personas mayores, y ha enriquecido su vida con esos valores que se reflejan en su obra, Los cuentos de Hanah.

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Ana Valentín Mezquita

 

 

 

Los Cuentos De Hanah

 

 

 

 

© 2023 Europa Ediciones | Madrid

www.grupoeditorialeuropa.es

 

ISBN 9791220144704

I edición: Noviembre del 2023

Depósito legal: M-31839-2023

Distribuidor para las librerías: CAL Málaga S.L.

 

Impreso para Italia por Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)

Stampato in Italia presso Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los Cuentos De Hanah

 

 

 

A mi padre

 

Cuando Se Durmió El Verano

La lluvia amarilla hacía su aparición como en anteriores veranos. Todos corríamos con ilusión para hacer crujir bajo nuestros pies las primeras del otoño. Tradición que todos compartíamos bajo la cariñosa mirada de la abuela. Después nos reunía alrededor de la mesa para merendar.

Comenzaba a contarnos esas bonitas historias que sólo las abuelas saben contar. Los rayos rojizos del sol de otoño penetraban por la ventana como si quisieran escuchar también a la abuela. Pero en aquella melancólica tarde pudimos ver como desde una espumosa nube bajaba hasta nosotros un bello caballo blanco. Todos corrimos curiosos hasta la ventana para ver cómo se posaba en el jardín. Lo montaba un apuesto jinete que llevaba sobre sus hombros una capa negra.

Al ver nuestras caras pegadas al cristal nos hizo una señal para que saliéramos. Con cierto alboroto y sin hacer apenas caso de la abuela, bajamos las escaleras y llegamos junto a él.

El caballero nos dijo entonces:

–No tengáis miedo de mí, por favor. Vengo viajando a través del tiempo. Mi padre me ha enviado hasta aquí pues se halla preso de una gran tristeza. Mi padre, el rey del Lago Azul, está viendo como día a día su país está perdiendo el color. No sabemos qué hacer para consolarle. Sus ciudadanos inventan las cosas más raras para que el color no desaparezca del todo, pero ya todo es inútil. Debo encontrar a la Rosa de la Luz. Sólo así mi país y mi padre podrán vivir de nuevo. Pero no todo es tan sencillo. La Rosa de la Luz debe ser cortada por la mano inocente de una niña y debo encontrarla cuanto antes.

Todos nos mirábamos con asombro. Yo, con gran temor, me adelanté a mis amigos.

Ofrecí mi inocente mano, porque siempre había deseado subirme en una nube como aquella y más todavía, montada en un caballo tan elegante.

Un cielo que entraba ya en el camino de la noche nos dijo adiós con sus primeros luceros y la espumosa nube se abría paso entre otras más pequeñas, pero igual de bonitas. Tras cruzar muchos cielos llegamos a la Isla de la Rosa de la Luz. Su luz era tan intensa que teníamos que taparnos los ojos con las manos. Por sus innumerables senderos de luciérnagas caminábamos en busca de la Reina de la Luz. Tropezamos con una tortuga que dormía y, al despertarla, se enfadó mucho. Por fin vislumbramos el palacio de la reina. Era todo de cristal y a través de estos contemplamos la vida de palacio. Pero allí no estaba la reina.

Preguntamos entonces a un joven:

–¿Dónde podemos encontrar a Rosa de la Luz?

Nos respondió amablemente:

–Encontraran a la Rosa en el fondo de la montaña.

Al emprender la marcha, el joven nos gritó desde lejos:

–¡Sólo la encontraréis si la buscáis en la penúltima hora del último día del verano!

Faltaban tres horas para que se terminara el verano. Nos encontramos entonces a un campesino que cuidaba de sus campos. Nos preguntó:

–¿Esperáis a la Rosa de la Luz?

Le respondimos que sí.

Luego, nos contó que solía bajar a bañarse al lago en la hora penúltima del último día del verano. Pero no todo es verla bañarse en el lago.

Además, debéis traerle un collar con diez caracoles rojos. Sólo de esta manera podrán acceder a su montaña.

El caballero preguntó entonces al campesino:

–¿Dónde encuentro yo ahora los diez caracoles rojos?

–Pues, en el Lago Azul de tu reino –respondió. Debes ponerte en marcha cuanto antes, porque el verano está a punto de dormirse. Al llegar al país del caballero, todas nuestras ilusiones se nos cayeron a los pies. Todos los habitantes dormían. Todo estaba triste y oscuro. Solo un pequeño gorrión me observaba desde lo alto de una seca rama. Le pedí que llevara al fondo del inmenso lago. El caballero seguía llorando en la orilla. A medida que íbamos surcando las frías aguas me vino un pensamiento a la cabeza: ¿Cómo podría encontrar los caracoles rojos entre tanta oscuridad?

Una ostra que por allí pasaba escuchó mi pregunta y, acto seguido, me dejaba sobre la mano una de sus perlas para que iluminara mi búsqueda. Tan pronto como hallé los corales rojos, formé un collar con ellos y, tomando al caballero de la mano, empezamos el viaje otra vez. Como había comenzado nuevamente a llover, el arco iris nos sirvió de puente sobre el mar y así llegamos antes.

La Rosa de la Luz estaba bañándose en el lago y le coloqué el collar. Le gustó mucho y, enseguida, fuimos hasta su montaña. Allí se recostó y se desperezó con sus aterciopelados brazos. Con mucho cuidado tomé uno de sus pétalos y, guardándomelo en el bolsillo, nos despedimos de ella agradecidos. Faltaban escasos minutos para que el verano durmiera su letargo. Cuando ya nos encontrábamos cerca del Lago Azul del país del caballero, todo iba cogiendo un color suave hasta conseguir toda su intensidad. Las gentes se fueron despertando y los animales comenzaron otra vez a correr por sus praderas. Todo era felicidad nuevamente en aquel país.

El caballero me colocó en su bonito caballo y con lágrimas en sus ojos se despidió de mí hasta una nueva historia.

Y me encontré nuevamente sentada en mi silla. No había nadie alrededor. Se olía el recuerdo del eco de aquellas voces que habían estado años antes conmigo. La mesa estaba vacía. Me acerqué a ella y escribí todas aquellas sensaciones. El sol se iba lentamente por la ventana.

Parecía que quería llevarse aquel cuaderno entre sus dorados rayos. El jardín se cubrió de secas hojas y los pasos del otoño llegaron hasta mi ventana.

 

El País Del Arco Iris

Hace miles de años existió un lejano país donde la vida era hermosa y sus habitantes eran felices. El aire era puro y trasparente. Sus amaneceres estaban siempre resplandecientes por los rayos del sol.

Los bosques estaban llenos de frondosos árboles y sus ríos recorrían libremente sus praderas. A la caída de la tarde, cuando el manto de estrellas iba cubriendo el cielo y las gotas de rocío se deslizaban por las hojas de algún rosal, el silencio envolvía a todo aquel lindo país para dejar volar a sus gentes hacia el mundo de los sueños. Pero misteriosamente un día apareció sobre él una enorme sombra negra.

Nadie sabía que era aquello. Nadie sabía de dónde venía. Sólo con su presencia iba oscureciendo todo aquello que se ponía bajo ella. Sus habitantes veían como, día a día, todo aquel bonito país se volvía sombra. El sol ya casi no podía ni abrirse paso entre las gigantescas nubes negras. El bosque ya no se vestía con su abrigo verde y los ríos casi no podían deslizarse por las praderas. Sus noches ya no eran tranquilas y placenteras mientras que el mundo de los sueños era ya inalcanzable. Las fuertes lluvias y el calor hacían la vida imposible en aquel lugar. El mar había enfermado y ya no había peces para comer. Tampoco los campos daban frutos y sus gentes se lamentaban por tanta desgracia.

Un día, cuando todos dormían, sucedió algo muy extraño. Todos los niños de aquel país se despertaron de repente y salieron a la calle. Se escuchaba una voz que venía desde muy lejos, desde las montañas.