Los derechos de los simios - Peter Singer - E-Book

Los derechos de los simios E-Book

Peter Singer

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Beschreibung

Cada vez se sabe más sobre los chimpancés, los bonobos, los gorilas y los orangutanes, y se ve más claramente lo mucho que se parecen a los niños humanos de dos a tres años. Gracias a organizaciones como Proyecto Gran Simio, son más los países que les dan una protección legal especial, hay más juristas dispuestos a defender Los derechos de los simios, más peticiones de «habeas corpus» y más juicios en los que se debate la posible personalidad legal de nuestros hermanos evolutivos. Sin embargo, muchos países siguen sin darles la protección adecuada, y nuestros primos primates no solo están amenazados por el cambio climático, las pandemias y la tala de bosques, sino que también sufren el acoso de los cazadores furtivos que los secuestran para zoos y espectáculos, para venderlos como mascotas o para comerciar con su carne. Es necesario por eso un gran esfuerzo de coordinación internacional para que puedan sobrevivir como especie y ser respetados como individuos. Ante la urgencia de esta defensa, se hace preciso responder a preguntas como: ¿qué derechos deberían concederse a los grandes simios?, ¿en qué se diferencian los derechos homínidos de los derechos humanos?, ¿depende la aceptación de los derechos homínidos de nuestra posición filosófica en torno a los derechos en general?, ¿tiene sentido decir que un chimpancé es una persona, aunque no sea humano?, ¿es especista o discriminatorio pedir derechos especiales para los grandes simios? Este libro intenta responder a estas y otras preguntas y explicar al lector cómo son los no humanos que más se nos asemejan y por qué es apremiante darles la protección que necesitan.

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Asha y su hija Mondika (Mona), antes de que las separasen.Foto de Jeff McCurry.

Los derechos de los simios

Los derechos de los simios

Paula Casal y Peter Singer

Los derechos de autor de esta obra serán donados al Proyecto Gran Simio.

COLECCIÓNESTRUCTURAS YPROCESOSSerie Medio Ambiente

© Editorial Trotta, S.A., 2022

Ferraz, 55. 28008 Madrid

Teléfono: 91 543 03 61

E-mail: [email protected]

http://www.trotta.es

© Paula Casal y Peter Singer, 2022

ISBN (edición digital e-pub): 978-84-1364-081-5

«No ‘venimos del mono’, porque seguimos siendo monos,aunque representamos algo realmente nuevo en la historia de la vida».

Juan Luis Arsuaga

TODOS

Venía en el periódico:

un padre de familia

encarcelado con mujer e hijos

conseguía escapar junto con ellos

de la prisión,

y en la huida

resultaba abatido y muerto a tiros

por un agente uniformado

que lo consideraba peligroso.

Lo fuera o no,

¿no tenía derecho

a maquinar la fuga,

a escapar con los suyos,

encarcelados sin motivo?

¿Merecía esa muerte?

¿O acaso cambia algo

que la familia fuera

de chimpancés, y sapiens

el guardián?

¿No somos todos simios?

Jesús Munárriz(Poema inédito)

ÍNDICE

Presentación. Nuestros semejantes: Antonio Muñoz Molina

Introducción. Peligro de muerte y extinción

I. DERECHOS

1. TRES DERECHOS BÁSICOS

1. La vida

2. La libertad

3. La tortura

4. Derechos negativos

2. LA BARRERA DE LA ESPECIE Y LOS DERECHOS SIMIOS

3. DERECHOS HOMÍNIDOS. CUATRO DEBATES

Introducción

1. Derechos naturales y artificiales

2. Estatus y función: la base de los derechos

3. Intereses y elección: la justificación de los derechos

4. La concepción de los derechos como metas o constricciones

5. Conclusión

II. PERSONAS

4. PERSONAS, DERECHOS Y SIMIOS

1. Una idea, un libro y una organización

2. Humanos y personas

3. Simios y personas

4. Derechos de los humanos y de las personas

5. Derechos de las personas no humanas

5. PERSONAS HOMÍNIDAS Y ANTROPOCENTRISMO

Introducción

1. ¿Es el Proyecto especista y antropocéntrico?

i) La relevancia de la pertenencia a distintas especies

ii) ¿Qué características son moralmente relevantes?

iii) El Proyecto y la defensa de las demás especies

2. ¿Debe el Proyecto apelar al respeto a los derechos?

3. ¿Es necesario poder clasificar a los homínidos como personas bajo algún criterio de aplicación de este término?

III. EVOLUCIÓN

6. RAZÓN, EVOLUCIÓN Y DERECHOS ANIMALES

1. La crítica de de Waal a la moralidad como revestimiento

2. Los derechos de los animales e igual consideración para los animales

7. EL PLANETA SIN LOS SIMIOS, CADA VEZ MÁS CERCA

IV. LEYES

8. NO HAY RAZÓN PARA MANTENER A LOS SIMIOS EN PRISIÓN

9. LOS SIMIOS Y LA LEGISLACIÓN ESPAÑOLA

1. Guillermo

2. La ley

a) El CITES

b) El Real Decreto 1333/2006

c) La ley de zoos

3. Guillermo y la ley

4. El Simio de Montecristo

a) Los inocentes

b) Los culpables

V. PROPOSICIONES

10. DERECHOS HOMÍNIDOS Y HUMANOS

11. SIMIOS EN EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS

1. Primera Proposición no de ley

2. La Proposición no de ley de Joan Herrera

3. Reflexión

Epílogo. LOS SIMIOS, MEJOR Y PEOR QUE NUNCA

Apéndice. LOS HOMÍNIDOS

1. Los orangutanes

i) Clasificación

ii) Amenazas

iii) Vida

iv) Carácter

v) Herramientas

vi) Comunicación

2. Los gorilas

i) Clasificación

ii) Amenazas

iii) Vida

iv) Carácter

v) Herramientas

vi) Comunicación

3. Los chimpancés y los bonobos

i) Clasificación

ii) Amenazas

iii) Vida

iv) Carácter

v) Herramientas

vi) Comunicación

4. La relevancia moral de los datos científicos

Procedencia de los textos

Bibliografía

Presentación

NUESTROS SEMEJANTES*

Antonio Muñoz Molina

El mono, astronauta a la fuerza en su infancia, se sube al árbol y contempla la hermosa lejanía. Un pueblo invisible de desterrados sobrevive en celdas oscuras de cemento y mira con una tristeza sin fondo al muro que suele haber al otro lado de los barrotes. Son los centenares, los miles de chimpancés que fueron cazados en África en la primera infancia para servir de sujetos de experimentos médicos, o de payasos peludos en circos, o como mascotas que nadie quiere ni soporta una vez que han empezado a volverse adultos. Un programa reciente de la admirable televisión pública americana cuenta las historias de algunos de ellos: empezaron a volverse más valiosos cuando en los programas de vuelos espaciales hizo falta experimentar las posibilidades de supervivencia del cuerpo humano en órbita en torno a la Tierra y en condiciones de ingravidez. Se ven rancias imágenes documentales de los primeros años sesenta en las que un chimpancé es atado a un asiento anatómico, con expresión de miedo mientras le conectan electrodos al corazón y a la cabeza. Rodeado de aparatos y de batas blancas, el animal tiene una desarmada inocencia infantil, una mezcla de pasiva aceptación y de alarma. Algunos de aquellos viejos veteranos de la carrera espacial sobreviven todavía, pero su destino ha sido mucho más oscuro que el de los astronautas humanos. Demasiado viejos para ser de ninguna utilidad, languidecen en jaulas alineadas en galpones inmundos, enloqueciendo poco a poco de soledad y de aburrimiento, aprietan con desesperación inmóvil los barrotes con sus dedos extrañamente expresivos o se golpean contra los muros y chillan dando vueltas en el espacio sofocante de unas celdas que ni en el más punitivo de los sistemas penitenciarios se considerarían adecuadas para encerrar a un hombre.

Difícilmente se pueden sostener esas miradas de angustia abismal, brillando con una expresión que nos parece demasiado cercana a nosotros como para no sobrecogernos con la intuición de una espantosa injusticia. Genéticamente, la diferencia entre un ser humano y un chimpancé es de un escaso dos por ciento. Pero basta la simple observación para confirmar un parentesco en el que preferimos no pensar para que nuestra conciencia no quede abrumada bajo una culpabilidad irrespirable. Los chimpancés son inteligentes, sensibles a la amistad y a los lazos familiares, propensos por igual a la alegría y al abatimiento. Aprenden con facilidad un número considerable de costumbres humanas —entre ellas, el manejo de utensilios y herramientas— y establecen formas sofisticadas de comunicación. Una cría de chimpancé que se abraza a su madre porque tiene miedo o ganas de mamar mira con un desamparo y una viveza idénticos a los de un bebé humano. ¿Dónde está la diferencia que nos autoriza a invadir sus vidas y cazarlos? ¿En virtud de qué superioridad los condenamos a trabajar como bufones indignos, los sometemos a experimentos de una crueldad perfectamente innecesaria, los condenamos a cautiverios en celdas de aislamiento que solo terminan con la muerte?

En el sombrío documental carcelario que vi hace unas semanas surge de pronto el alivio de la bondad humana. Personas generosas, veterinarios con una vocación de misericordia y justicia que va más allá de los límites de la propia especie, fundan organizaciones particulares destinadas a recoger a los chimpancés y a construir para ellos refugios en los que puedan llevar una vida lo más parecida posible a aquella de la que fueron arrancados en la primera infancia. En un paraje boscoso de Canadá, en una isla de la costa de Florida, algunos cientos de chimpancés que han sobrevivido a los laboratorios, a los circos, a las jaulas inmundas, tienen la ocasión de encontrarse en espacios comunes en los que pueden descubrir el regocijo de la vida social e incluso aventurarse en lo que no recuerdan haber conocido, la libertad de caminar al aire libre.

Pero no es fácil habituarse a un modesto paraíso después de tantos años de aguantar el infierno. A los chimpancés que trabajan en los circos lo más normal es arrancarles los dientes. Muchos de los que llegan a los refugios sufren enfermedades que les fueron inoculadas para experimentar en ellos el efecto de las medicinas: un grupo numeroso de veteranos lo forman los seropositivos. Y también abundan los que se mueren de pánico ante la presencia de sus semejantes, después de pasar en soledad una vida entera.

El momento decisivo es cuando a un chimpancé llegado al refugio se le abre la puerta de la jaula. Algunos ni se atreven a aproximarse a ella. Otros dan unos pasos, asoman la cabeza, se vuelven asustados, incapaces ya de abandonar la protección de las rejas. Uno de ellos, ya muy viejo, que en los años sesenta voló en órbita alrededor de la Tierra, sale con pasos torpes de la jaula, mira a su alrededor, atraviesa un prado, se aproxima a un árbol, lo mira como si no hubiera visto nunca nada parecido. Pero algo más antiguo que su memoria se despierta ante la visión del árbol, y el chimpancé viejo da un salto y poco a poco asciende hasta la copa, y se acomoda en ella mirando hacia la hermosa lejanía, gimiendo de felicidad.

*Muy Interesante, 3 de noviembre de 2007.

Introducción

PELIGRO DE MUERTE Y EXTINCIÓN*

«Llegará un día, por cierto, no muy distante [...] en que las razas humanas civilizadas habrán exterminado y reemplazado a todas las salvajes esparcidas por el mundo. Para ese mismo día habrán también dejado ya de existir, según el profesor Schaffhausen, los monos antropomorfos, y entonces la laguna será aún más considerable, porque no existirán eslabones intermedios entre la raza humana que prepondera en civilización, a saber, la caucásica, y una especie de mono inferior, por ejemplo, el papión».

(Darwin 1989: 156)

Cuando Elsa e Iván enseñaban técnicas agropecuarias en el Congo y Uganda como Veterinarios Sin Fronteras, un bonobo les detuvo para pedirles ayuda. Conducían hacia Butembo desde su oficina, que está a 80 km de Kirumba, cuando el bonobo se interpuso en su camino, gesticulando para que parasen. Cuando frenaron, el bonobo les dio a entender que quería que lo llevasen en el coche. Se agarró a la manilla de la puerta, y empezó a golpear insistentemente en el cristal, mirándolos a los ojos, implorando. Estuvieron a punto de abrirle, pero luego dudaron de que eso fuese prudente, ya que no sabían nada sobre su salud física o mental. Intentaron reanudar la marcha, pero el bonobo corrió a ponerse delante del coche para no dejarles marchar. De repente, aparecieron unos lugareños que intentaban adelantarles en bicicleta. Entre el todoterreno y el bonobo —que continuaba agarrando la manilla y golpeando el cristal desesperadamente— no tenían suficiente espacio para pasar. Entonces los lugareños empezaron a atacar al bonobo con palos y piedras, y él comenzó a defenderse del mismo modo.

Al fin, Elsa decidió intervenir e impedir que los lugareños apaleasen al bonobo. Al ver que Elsa no estaba dispuesta a acogerlo en su vehículo, pero sí a amonestar a sus atacantes, el bonobo aprovechó su intervención para huir campo a través. Al llegar a Butembo, se enteraron de que se trataba de un bonobo cautivo que una organización congoleña había soltado seis meses antes. La naturaleza salvaje era para él un medio extraño, y como cualquier refugiado, buscaba ayuda entre los humanos del color que le habían tratado mejor a él personalmente. Elsa avisó a WWF y a Amigos del Bonobo sin obtener respuesta. Al fin, un grupo de Naciones Unidas salió en busca del bonobo fugitivo. Tras preguntar a unos y otros en los poblados de la zona, finalmente descubrieron quiénes lo habían apresado y a qué poblado se lo habían llevado. Se dirigieron allí a toda velocidad, pero, cuando llegaron, descubrieron que los lugareños no solo habían capturado y matado al bonobo, sino que se lo habían comido1.

En el Proyecto Gran Simio, una organización dedicada a proteger a bonobos, chimpancés, gorilas y orangutanes, recibimos con frecuencia noticias como esta. Hay furtivos que intentan cruzar las fronteras cercanas a Kinshasa llevándose a los bebés gorilas secuestrados en maletas. Cuando surge el peligro, sueltan las maletas y escapan, dejando a los bebés morir de hambre y asfixia en las maletas cerradas. Otras veces son jaulas con cadáveres de chimpancés secuestrados, que los traficantes han abandonado al improvisar una ruta de escape. Los orangutanes mueren a veces quemados vivos en su propio árbol a causa de los incendios provocados para ampliar las plantaciones de aceite de palma. Un día nos hablan de una familia de gorilas convertida en trofeos de caza, otro día de unos orangutanes secuestrados para obligarles a combatir entre sí en espectáculos de boxeo, como se hizo en el pasado con los esclavos. Como se detalla, por ejemplo, en el informe Stolen Apes (Stiles et al. 2013), entre la muerte y el secuestro, estamos acabando con ellos. El territorio en que han de sobrevivir es además cada vez más pequeño, por lo que se incrementa la competencia entre los grandes simios. En 2021 se observó por primera vez en la historia dos ataques de grupos chimpancés a grupos más pequeños de gorilas (Southern, Deschner y Pika 2021). Solo se conocían los conflictos territoriales intraespecíficos entre chimpancés y entre humanos, pero no en las otras seis especies de homínidos, ni entre ninguna de ellas y las demás.

La actual pandemia, o las que se vaticinan, también podría terminar con nuestros hermanos evolutivos antes de que nos demos cuenta (UNESCO 2020; Llorente 2020; Gibbons 2020; Miranda 2020). Veinticinco científicos han publicado una carta en la revista Nature, alertando del alto riesgo que supone para ellos este virus (Gillespie y Leendertz 2020). Por ello, hemos enviado, por ejemplo, fondos para comprar tests y mascarillas al centro de rehabilitación de orangutanes de Biruté Galdikas. Pero las actuaciones individuales aisladas tienen una capacidad muy limitada de cambiar las cosas. Es importante que haya una respuesta institucional, porque la pandemia ha traído de la mano la desorganización y la pobreza, lo que intensifica la tentación de ganar dinero vendiendo bebés, manos disecadas, o carne de homínido para comer. Y aunque los homínidos libres benefician mucho económicamente a los países en los que se encuentran, por ejemplo, atrayendo científicos, turistas y equipos de filmación de documentales, y recibiendo fondos internacionales para la conservación, la gente no piensa en el largo plazo cuando hay crisis y poco control. Al haber menos turistas, hay menos fondos y menos ojos observando la zona, y es más fácil que recuperen el control los grupos armados a los que no interesa, por ejemplo, que la salvación del gorila interfiera con la explotación del coltán2. A río revuelto, ganancia de cazadores, se podría decir. Y las matanzas no terminarán mientras siga habiendo países que permiten el tráfico, la compra y la tenencia particular de homínidos. La tenencia privada todavía se tolera en España y en algunos estados norteamericanos, y mientras no haya un acuerdo internacional, seguiremos encontrando anuncios en internet, que ofrecen bebés homínidos como mascotas (Garí 2021; Morse 2021)3.

Si no se hace un esfuerzo internacional para proteger sus territorios cuanto antes, la pandemia y la progresiva reducción de sus territorios podría exterminar a varias especies. Hemos compuesto este libro con la urgencia de quien intenta apagar un incendio, porque sabemos que cada día se cobra nuevas víctimas, y no queda mucho tiempo. Esperemos que el lector sepa disculpar algún desliz.

El mismo título —Los derechos de los simios— requiere una aclaración. En primer lugar, aunque mostramos que es perfectamente legítimo hablar de derechos, lo que nos interesa no es desarrollar una teoría sobre los derechos de cierto tipo de sujeto. Lo que queremos es proteger a los simios. Si defendemos sus derechos es para defenderlos a ellos. Realmente, para nosotros lo importante es que alguien quiera o no ayudarnos a salvar a los simios, no que quiera hablar del asunto en términos de derechos u obligaciones morales, de normas o protecciones legales o de algún otro modo.

En segundo lugar, aquí no nos ocupamos de los gibones, que también son simios, sino de los chimpancés, los gorilas, los orangutanes y los bonobos, que anteriormente habían sido clasificados como póngidos o grandes simios y ahora están clasificados como homínidos. Los humanos también somos homínidos, grandes simios y animales, pero, como repetir «no humano», cada vez que usamos estos términos, se hace muy cansado, no lo hemos hecho a lo largo del libro, cuando el contexto ya deja claro que no estamos hablando de los humanos.

Antes de la llegada de la ciencia genómica, se clasificaban las especies por sus apariencias, y la superfamilia Hominoidea se dividía en tres familias: los hilobátidos o pequeños simios; los póngidos o grandes simios, y los homínidos o humanos con sus antepasados bípedos. Hoy día, mientras que los humanos y sus antepasados bípedos se llaman homininos, los homínidos son todos los grandes simios, humanos incluidos. Se dividen en la subfamilia Ponginae, donde están solo los orangutanes, y la Homininae donde están los demás. Tras analizar los distintos genomas, ahora muchos científicos proponen que se incluya en el género Homo a los humanos, los bonobos y los chimpancés. Las diferencias genéticas son demasiado pequeñas como para crear un género nuevo solo para chimpancés y bonobos, y dado que el género Homo fue propuesto con anterioridad, tiene precedencia en el sistema habitual de clasificación (Wildman et al. 2003; Pickrell 2003).

Si teniendo en cuenta estas dos cualificaciones, hubiésemos titulado el libro La protección de los intereses fundamentales de los póngidos o Nuestras obligaciones con los primates hominoideos no hilobátidos, solo hubiésemos causado extrañeza. Los derechos de los simios, en cambio, es mucho más fácil de comprender. Además, tenemos todavía el resto del libro para aclarar qué pensamos sobre los derechos y sobre los grandes simios. Es verdad que podríamos haber titulado el libro Los derechos de los homínidos, pero la mayor parte de la gente todavía no sabe quiénes son. De hecho, varios lectores del manuscrito han visto necesario añadir un apéndice que explique al lector cuáles son las siete especies de homínido, además de la humana, en qué se diferencian y qué tienen en común con los humanos y entre sí.

El libro se ocupa de cuestiones como las siguientes: ¿qué derechos se piden para los grandes simios? ¿En qué se parecen los derechos homínidos a los derechos humanos? ¿Depende la aceptación de los derechos homínidos de nuestra filosofía sobre los derechos? ¿Tiene sentido decir que un chimpancé es una persona, aunque no sea humano? ¿Es especista o discriminatorio pedir derechos especiales para los grandes simios? ¿Es antropocéntrico centrarse en las especies que más se nos parecen? ¿Podríamos evitar que se extingan los simios conservándolos en zoos? ¿Puede tener un orangután personalidad jurídica? ¿Qué protección ofrece la legislación española a los demás homínidos? ¿Qué ocurrió en el Congreso de los Diputados con las proposiciones no de ley?

Varios capítulos proceden de artículos publicados, detallados junto a la Bibliografía, que han sido acortados, revisados, y agrupados por temas, empezando por si los homínidos pueden tener derechos y ser considerados personas, pasando luego a la cuestión de la evolución cultural y la extinción, y terminando con la necesidad de un cambio en la ley, y quizá de una nueva proposición no de ley.

Los capítulos están organizados en un trío y cuatro pares. Los tres primeros están centrados en la cuestión de los DERECHOS. El capítulo 1, «Tres derechos básicos», expone las razones por las que perder la vida, la libertad y la integridad física son males especialmente graves para los homínidos. Explica también que no son derechos positivos a que nos ayuden, sino derechos negativos, es decir, derechos a la no interferencia, a que nos dejen en paz. Además de ser derechos negativos, son derechos básicos que deben garantizar los Estados y, por eso, algunos los han comparado con los derechos humanos.

El capítulo 2, «La barrera de la especie y los derechos de los simios», reproduce un debate con el escritor Kenan Malik sobre los derechos homínidos. Malik defiende los derechos humanos y la igualdad racial, pero se opone a la idea de los derechos homínidos. Sin ser primatólogo, Malik discute también algunos hechos sobre los homínidos, apelando a Frans de Waal. Sin embargo, como conviene advertir desde el principio, el Proyecto Gran Simio está de acuerdo con de Waal respecto a los hechos. El desacuerdo con este y otros autores es de tipo filosófico.

Hay autores con distintas posiciones teóricas en cuanto a los derechos, y que apelan a estas diferencias teóricas para negar los derechos simios. El capítulo 3, «Derechos homínidos. Cuatro debates», revisa distintas teorías que se han ofrecido sobre los derechos morales a fin de evaluar la posibilidad de que existan derechos simios. Aquí se explican cuatro debates filosóficos relativos a los derechos. El primer debate concierne a si los derechos son solo convenciones o artefactos culturales, o si hay derechos naturales derivados de nuestra naturaleza, que ya tenemos antes de que alguien nos los conceda. El segundo debate versa sobre si los derechos se explican en base al estatus moral de sus poseedores o por su función de proteger los intereses fundamentales del que los posee. El tercer debate gira sobre si tienen derechos los que tienen intereses o los que poseen la capacidad de elegir. El cuarto debate se ocupa de si podemos violar un derecho para prevenir un gran número de violaciones de ese derecho, o para proteger derechos más importantes. Por ejemplo, los héroes de las películas de acción suelen robar un coche para prevenir un gran robo o para salvar una vida. Hay un quinto debate sobre si todos los derechos no derivados de un contrato son negativos, es decir, son derechos a que nos dejen tranquilos. Como los derechos que se solicitan para los homínidos son todos negativos, como se explica en el primer capítulo, no es necesario entrar en este debate, por lo que podemos centrarnos en los cuatro restantes. El capítulo concluye que para defender los derechos simios, no es necesario adoptar posiciones sectarias o inusuales. De hecho, incluso se puede permanecer neutral. Por ejemplo, si uno cree que los derechos humanos son naturales, puede decir lo mismo de los derechos homínidos y si cree que son artificios culturales, puede también decir lo mismo de los derechos homínidos.

Los dos capítulos siguientes están centrados en la cuestión de si hay individuos pertenecientes a las otras especies de homínido que son PERSONAS. El capítulo 4, «Personas y derechos homínidos», reflexiona sobre varias definiciones que se han dado del término «persona» y concluye que aplicar este término a los homínidos, como se hace en el libro El proyecto «Gran Simio», no es ilegítimo. La segunda parte vuelve sobre el tema de los derechos, pero ahora teniendo en cuenta que algunos humanos, como los humanos anencefálicos, no pueden ser considerados personas, mientras que hay miembros de otras especies que pueden ser considerados personas. A partir de aquí, el capítulo compara la modesta lista de derechos que pedimos para los homínidos con la extensa lista de derechos recogida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. El capítulo concluye que es más fácil defender que las personas homínidas tienen ciertos derechos básicos que defender la lista entera de derechos humanos para los humanos que no son personas.

En el capítulo 5, «Personas y antropocentrismo», respondemos a nueve filósofos españoles: Samuel Doble, Antoni Gomila, María José Guerra, José Rafael Herrera, Manuel Liz, Asprén Morales, Alicia Puleo, Carmen Velayos y David Viejo. Nuestra respuesta a los críticos explica i) las razones por las que defender a los simios no es antropocéntrico; ii) los motivos por los que tiene sentido apelar a los derechos, y iii) las características de los simios que justifican el que puedan ser considerados «personas».

Los dos capítulos siguientes no tienen temas tan cercanos el uno al otro, pero sí tienen un tema en común que queremos resaltar, que es la importancia de la educación en individuos que han tenido, como todos los homínidos, una importante EVOLUCIÓN cultural. Una especie puede evolucionar adquiriendo colores más oscuros para ocultarse mejor y puede evolucionar haciéndose nocturna. La nocturnidad puede llevar, a su vez, a cambios anatómicos, pero es, en sí, un cambio conductual. La conducta puede, a su vez, ser innata o adquirida o una mezcla de ambas cosas. Una parte importante de la evolución de todos los homínidos es de tipo cultural.

El capítulo 6, «Razón, evolución y derechos animales», se ocupa del desacuerdo filosófico con Franz de Waal, desde este contexto de la evolución cultural, la importancia de la educación y la capacidad de raciocinio. De Waal resalta el valor de las emociones en nuestro aprendizaje y la continuidad en el comportamiento moral entre los humanos y otros homínidos. Por ejemplo, otros homínidos también muestran empatía, comparten alimentos, consuelan a los que están tristes e intentan distraerlos, cuidan de mascotas o miembros de otras especies, y son capaces de hacer pactos de reciprocidad y de arbitrar y resolver conflictos. Ellos ya tienen, argumenta de Waal, los sentimientos que han hecho posible la evolución de criaturas humanas morales, capaces de empatía, compasión y preocupación por los demás. Esto no se discute. Pero hay que añadir que, además de tener estos sentimientos, los humanos pueden actuar éticamente porque han evolucionado culturalmente y han desarrollado cierta capacidad de raciocinio. Respecto a los derechos de los simios, la postura de de Waal parece haberse ido acercando a la de los defensores de estos derechos, aunque aún se resista a emplear el término «derecho».

El capítulo 7, «El planeta sin los simios, cada vez más cerca», se centra en la cuestión de la extinción de los simios libres, que comporta la desaparición de las culturas homínidas. Como una parte muy importante de la evolución de todos los homínidos es cultural, no es lo mismo un homínido libre, que crece en una cultura y una sociedad, y un simio encerrado en una jaula, al igual que un niño lobo no es un joven humano normal. Hace tres lustros, se calculaba que los homínidos se extinguirían en tres o cuatro décadas (Hauser 2005; Jolly 2005; Rojas 2005). Actualmente, para varias especies se está hablando, más bien, de años. Esto significa que solo quedarán homínidos enjaulados, que no han podido ser educados en libertad y en una cultura de su especie. Si unos cuantos niños lobo fuese todo lo que queda de la humanidad, ya no existirían auténticos humanos. Los simios enjaulados tampoco son auténticos simios. Muchos niños lobo fueron criados con otras especies, pero al menos lo fueron en libertad. Los homínidos cautivos, además de no beneficiarse del aprendizaje en un grupo natural que haya conservado su cultura, están permanentemente enjaulados, y con ello desarrollan numerosas patologías (Birkett y Newton-Fisher 2011; Jacobs y Marino 2020; Úbeda et al. 2021).

Los dos capítulos siguientes se centran en la falta de LEYES que protejan los derechos morales de los homínidos. El capítulo 8, «No hay razón para mantener a los simios en prisión», se refiere al caso de la jueza Barbara Jaffe y los chimpancés Hércules y Leo de la Universidad de Stony Brook. Describe el cambio que está teniendo lugar en la cultura jurídica en relación a las peticiones de habeas corpus orientadas a rescatar a simios enjaulados. Parece que aun quienes niegan que los simios puedan tener personalidad jurídica, están dejando de considerar a los simios como meros objetos y propiedades privadas, lo cual es ya un avance importante.

El capítulo 9, «Los homínidos y la legislación española», explica la precaria situación legal en que se encuentran los simios españoles a través de la historia real del chimpancé Guillermo, rescatado por el Proyecto Gran Simio-España tras casi catorce años de cautiverio en solitario, como el protagonista de El conde de Montecristo. El rescate de Guillermo se retrasó debido a que las leyes españolas no lo amparaban, porque dejaban a los homínidos en una especie de tierra de nadie. Guillermo no era un animal de compañía, como los perros, a los que no está legalmente permitido mantener permanentemente enjaulados. Tampoco era un animal de granja, ni de laboratorio, ni pertenecía a la fauna autóctona en peligro de extinción. No podía, por tanto, recibir amparo de las leyes que protegen a estos grupos. Las leyes contra el tráfico internacional tampoco dan protección a los que ya han nacido en cautiverio, y en muchos países, España incluida, donde se permite la tenencia privada de homínidos, es posible tenerlos enjaulados en una finca particular sin que nadie, más que su propietario, sepa realmente cómo están. Hace falta una reforma de iure y de facto. Es decir, en primer lugar es necesaria una reforma legal. Pero, además, es menester que cambie la forma de actuar en la práctica, y deje de ser normal pegar un tiro a un homínido que se escapa, o que deja de ser rentable, sin el menor temor a la justicia.

Los dos capítulos siguientes versan sobre las PROPOSICIONES NO DE LEY presentadas en el Congreso de los Diputados de España. El capítulo 10, «Derechos homínidos y humanos», resalta lo innovadoras y avanzadas que fueron las proposiciones no de ley presentadas en el Congreso de los Diputados, mientras que en Austria se violaban no solo los derechos homínidos, sino también los derechos humanos de los defensores de los animales en general, y los simios en particular, como Martin Balluch, que ni habían cometido actos violentos, ni los habían alentado.

El capítulo 11, «Las proposiciones no de ley», reflexiona sobre la reacción que hubo en España a la proposición no de ley del diputado Francisco Garrido (PSOE-Verdes) defendida en el Parlamento español en 2006 y aprobada por el Parlamento de las islas Baleares en 2007, y la proposición no de ley que Joan Herrera (Iniciativa por Cataluña-Verdes) defendió, logrando ganar la votación a nivel nacional en 2008. La proposición no fue ratificada en plazo por José Luis Rodríguez Zapatero, pese a que la votación se había ganado en parte por mayoría y en parte por unanimidad. El capítulo reflexiona también sobre qué redacción de la proposición no de ley podría tener una mayor aceptación.

El Epílogo explica que, en cierto sentido, las cosas están mejor que nunca para los homínidos, ya que cada vez más países están reconociendo sus derechos. En otros sentidos, en cambio, y en especial el peligro de extinción, la situación es más grave que nunca.

Finalmente, como se anuncia más arriba, el lector puede encontrar en el Apéndice un resumen de las características principales de las siete especies de homínidos no humanos. A lo largo del libro se hace referencia, de manera más puntual, a varias capacidades cognitivas, como el reconocimiento en el espejo o la capacidad de planificación. El Apéndice ofrece un marco más ordenado para que el lector pueda situarse mentalmente mejor en relación a cada especie. Explica las diferencias de carácter entre orangutanes, gorilas, chimpancés y bonobos, cómo es su vida sexual, social y familiar, cómo se comunican y cómo inventan, construyen y usan herramientas. Apunta asimismo los datos principales relativos a su extinción. El Apéndice reflexiona también sobre qué datos científicos tienen o no relevancia moral. Hay diferencias empíricas entre los humanos (como las que puede haber entre las estimaciones de dos primatólogos) que no afectan a la posesión de unos derechos, mientras que hay diferencias —como estar en coma irreversible— que podrían hacer inaplicables ciertos derechos.

*Paula Casal y Peter Singer.

El presente trabajo ha sido financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y la Agencia Estatal de Investigación PID2020-115041GB-I00/AEI/10.13039/501100011033.

1.Elsa Rodríguez-Cabo Doria e Iván Navarro Milán pidieron ayuda al Proyecto Gran Simio a través de Xuxana Cachafeiro para averiguar quién estaba soltando tan alocadamente a bonobos cautivos (Cachafeiro 2006), y escribieron sobre la urgente labor educativa que realizan ONG como Veterinarios sin Fronteras (Navarro Milán y Rodríguez-Cabo Doria 2008).

2.https://www.clarin.com/sociedad/mineral-usado-celulares-poneriesgo-extincion-gorilas_0_rkTZk3veCKg.html.

3.https://www.adtob.com/sales/0/all/chimpanzee/1; https://www.exoticanimalsforsale.net/chimpanzee-for-sale.asp; https://www.livepetsonline.com/chimpanzee.html.

I

DERECHOS

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TRES DERECHOS BÁSICOS*

Los tres derechos que solicitamos para los bonobos, los chimpancés, los gorilas y los orangutanes son el derecho a vivir, estar en libertad y no ser torturado. Esta idea es compatible con que tengan más derechos y también con que otros animales también los tengan. Pero tiene sentido comenzar por lo más básico y ampliamente justificado.

Los derechos son protecciones morales y legales que nos dan cierto amparo contra algo que, si nos ocurre, es realmente dañino para nosotros. ¿Por qué creemos que la muerte, las jaulas y la tortura son males tan graves para estos seres que merecen la protección que dan los derechos? Hay muchas razones para ello que podemos descubrir pensando en las razones por las que sería malo que alguien nos matase o nos secuestrase para poder mirarnos o para hacer con nosotros dolorosos experimentos. Algunas de estas razones, y los motivos por las que son extensibles a los demás homínidos, se resumen a continuación.

1.La vida

En primer lugar, sería malo que alguien nos matase, porque si alguien nos quita la vida, nos roba todas las experiencias que podríamos tener de seguir vivos (Nagel 1979: 1 ss.). Si un mosquito pierde la vida, pierde solo semanas o días de andar revoloteando por ahí, sin rumbo ni compañía. Los homínidos, en cambio, tenemos mucho que perder al perder la vida: somos longevos y tenemos vidas complejas e interesantes, fuertes lazos familiares y sociales, amistades, inventos, viajes, y actividades lúdicas y creativas que enriquecen nuestras vidas. Nuestras vidas son largas y complejas. Quien nos la quita nos roba algo muy valioso. Por ello tenemos también un interés muy importante en conservar nuestra vida. Esta es la primera consideración importante.

En segundo lugar, sería malo que alguien nos matase, por el efecto que esto tendría sobre otros. Nadie llorará al mosquito, ni notará su ausencia, pero los homínidos tenemos lazos sociales y familiares tan intensos que nuestra muerte puede ser incluso peor para nuestras familias y amigos que para nosotros mismos. Podemos llegar a enloquecer o morir de pena por la muerte de un ser querido. Esta es la segunda consideración importante.

En tercer lugar, los homínidos estamos mentalmente unidos a nuestra vida de una forma muy especial. Si el mosquito sigue vivo, no lo apreciará igualmente, porque no sabrá que sigue vivo. Ni siquiera sabe que es un mosquito. Nosotros sabremos que somos nosotros, con nuestra historia particular, y nuestros planes inconclusos, los que morimos. Tomemos el caso de un ser mucho más longevo que un mosquito, como algunos de los peces de estanque capaces de vivir bastantes años. Si el mismo pez no sabe que es el mismo pez que estaba el verano pasado en ese estanque, y no hay continuidad psicológica entre el pez un día y otro distinto, no está claro que (moralmente) sea mejor que se trate del mismo pez (un pez que dura cuarenta años) o que haya dos peces que duren veinte cada uno. Esto apunta a un tercer factor. La muerte no solo es mala según lo que perdamos al perder la vida, y lo que pierdan aquellos que nos aprecian, sino que también depende de nuestra contigüidad psicológica (Tooley 1983; Singer 1995; McMahan 2002: 232 ss.), y de nuestra capacidad de proyectarnos en el futuro y ver nuestra vida como algo que posee unidad.

Estas capacidades son las que hacen que tenga sentido para nosotros sacrificarnos un tiempo para lograr más adelante algo mejor. Los niños empiezan a desarrollar la habilidad de enfrentarse a situaciones que tienen que ver con el futuro entre los tres y los cuatro años (Thompson, Barresi y Moore 1997). A partir de los cinco años, como sabemos por el conocido test de los malvaviscos, van desarrollando no solo la capacidad de resistir el deseo de comerse uno de estos dulces esponjosos para conseguir más malvaviscos en el futuro, sino que logran conocerse a sí mismos y conocer cómo funciona su mente lo suficiente como para desarrollar estrategias que les permitan resistir esa tentación, como ponerse a examinar otro objeto de espaldas al malvavisco. Esta capacidad de resistir una tentación tiene sentido para el niño que sabe que la persona que se resiste es la misma que la persona que más tarde obtiene un beneficio mayor. Un estudio de este test con chimpancés permitió no solo establecer la contigüidad psicológica necesaria, sino también vincular la inteligencia con la capacidad de desarrollar estrategias de autocontrol que nos permitan prosperar gracias a la habilidad de retrasar la gratificación (Bearan y Hopkins 2018). Cuanto mayor la inteligencia, mayor la capacidad de inventar estrategias de automanipulación para que logremos hacer lo que hemos decidido hacer.

Esta capacidad de proyectarnos en el futuro, ligada a la unidad del yo, permite explicar por qué consideramos más trágica la muerte de un niño que la de un embrión, si no hay una familia que sufra más lo uno que lo otro (Lara y Campos 2015: 61-69). Un embrión tiene más que perder que un bebé y un bebé tiene más que perder que un niño, porque le quedan todavía más años por delante. El niño, sin embargo, ya tiene contigüidad psicológica y ya quiere ser médico o piloto. Ya tiene planes y esperanzas y se prepara para el mañana (Haith et al. 1994). Una muerte prematura cortaría súbitamente ese vínculo que conecta al niño con su futuro y que, a cierta edad, empieza a ser tan intenso que nos lleva a sacrificarnos por ese futuro y a vivir ya mentalmente en él. Llega un punto en que casi todo lo que hacemos lo hacemos pensando en el futuro, y si ese futuro no llega, nuestros esfuerzos habrán sido en vano. Serían «como puentes que acaban en el aire» (Lockwood 1979: 167) Nuestra relación con nuestro futuro es tan íntima, intensa y omnipresente que cercenar esa unión es como cortar una parte de nosotros mismos. Muchos de nuestros intereses más fundamentales se refieren a nuestro futuro y si ese futuro no llega, todos esos intereses que tenemos ahora serán frustrados. Otros animales, en cambio, no pueden pensar en el futuro, ni tener planes futuros que su muerte frustraría. Cuando su futuro llega, aunque sigan habitando el mismo cuerpo, ya son criaturas mentalmente disociadas de la criatura que fueron anteriormente, así que no tienen planes que cumplir. La conexión del homínido con su futuro hace su muerte más trágica. Los grandes simios piensan en el futuro y se organizan pensando en actividades que van a realizar más adelante (Cavalieri y Singer 1998: 28-80; Osvath y Martin-Ordas 2014; Mulcahy y Call 2006; Osvath y Osvath 2008; Janmaat et al. 2014). Esos planes y esos esfuerzos orientados al futuro serían frustrados por una muerte súbita, y eso hace que sea especialmente malo quitarles la vida.

2.La libertad

Los homínidos no podemos sobrevivir en nuestro medio si no aprendemos de nuestros congéneres cómo hacerlo. Por ello, tenemos un cerebro diseñado para estar absorbiendo y procesando continuamente información compleja, y ejercitarlo es para nosotros una necesidad. Siendo criaturas profundamente culturales, el aburrimiento absoluto nos resulta extremadamente estresante y dañino (Jacobs y Marino 2020; Jacobs et al. 2021). Esta es la primera consideración relevante. La segunda consideración se refiere a la naturaleza intensamente social y afectiva de los homínidos. El aislamiento y la incomunicación con otros presos es temida en las cárceles todavía más que el castigo corporal. Por eso, no es de extrañar que los homínidos sufran intensamente enjaulados en solitario y separados de sus seres queridos, y desarrollen síntomas como la pérdida de pelo, por caída o arrancado, la anorexia, la bulimia y la autolesión.

La tercera consideración es de nuevo más compleja, pero es la que está más directamente relacionada con un posible derecho a la libertad como tal, que es algo distinto al derecho a no sufrir a consecuencia del aislamiento, el estrés y el aburrimiento absoluto que genera en los homínidos el encierro. Hay seres, como los peces de estanque, que no pueden imaginar una vida distinta de la que tienen. Los homínidos, en cambio, podemos imaginarnos a nosotros mismos en otro momento y otro lugar distinto al lugar o momento real. Esta capacidad nos hace conscientes de que estamos presos en un lugar distinto al que deseamos estar y también nos hace conscientes del paso del tiempo durante nuestro cautiverio. Nos enfurece que nos impidan continuar con la vida que teníamos, y que aún recordamos, y que nos obliguen a seguir otra vida distinta de la que deseamos, con nuestros proyectos y familias. De hecho, algunos científicos, que estudian la capacidad de planificación y engaño de los chimpancés, lo hacen observando cómo esconden y acumulan proyectiles con los que atacar a los domingueros que van a mirarlos a los zoos donde están prisioneros (Osvath y Martin-Ordas 2014). Es más difícil defender un interés en la libertad en seres que no pueden concebir otra situación distinta de aquella en la que viven, o aquellos —por ejemplo, los niños— que tienen un interés fundamental en seguir vivos y en que no les hagan sufrir, pero no un interés fundamental en que nadie interfiera con sus designios, porque el que nadie gobierne su vida no es (todavía) un bien para ellos.

Algunos autores han advertido que, de hecho, hablar de «liberación animal» puede inducir a error, dado que la inmensa mayoría de los animales tienen, como los niños, interés en seguir vivos y en no sufrir, pero no en vivir en libertad (Cochrane 2006, 2009): si una pecera es demasiado pequeña para que el pez se ejercite adecuadamente, esto reducirá su nivel de bienestar. Mantener al pez en esa pecera va contra su interés en no sufrir, pero no va contra su interés en la libertad, porque la mayoría de los peces no tienen las características propias de los seres