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TE HIZO DUDAR DE TI, TE AISLÓ Y TE DESGASTÓ. ¿CÓMO ES POSIBLE QUE ALGUIEN TAN ENCANTADOR SEA TAN DESTRUCTIVO? Omar Rueda, psicólogo especialista en el abuso narcisista, nos ofrece en este manual imprescindible y exhaustivo las claves para identificar el narcisismo, conocer sus raíces y protegernos de su impacto en nuestras relaciones y nuestro bienestar emocional. Esta guía te ofrece todo lo que necesitas saber sobre los manipuladores emocionales. Con ella aprenderás a: → Distinguir entre psicópatas clásicos y narcisistas perversos. → Reconocer un perfil encubierto. → Detectar a los narcisistas en la pareja, el trabajo, la familia, las amistades y las redes. → Aprender técnicas psicológicas para contrarrestar su manipulación y ponerles límites. → Conocer los efectos que producen estos abusos en el cerebro. → Recuperarte en diez etapas tras cruzarte con estos manipuladores. UN LIBRO INDISPENSABLE QUE TE DA LAS CLAVES PARA DETECTAR Y PROTEGERTE DEL ABUSO NARCISISTA.
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Seitenzahl: 651
Veröffentlichungsjahr: 2025
Índice
Introducción
Primera parte. Los psicópatas que nos rodean
1. El psicópata clásico y las diferencias con el narcisista perverso
2. El psicópata narcisista encubierto
3. Cómo identificarlos
4. Familias traumatizadas
Segunda parte. Lo que vive el superviviente
5. Las presas: por esto te busca el psicópata
6. Cuando el psicópata sabe que lo sabes
7. Cuando se topa con tu fortaleza
8. Los efectos del abuso psicopático en el cerebro
9. El trauma no se sana
Bibliografía
Agradecimientos
Notas
© del texto: Omar Rueda Díaz, 2025.
© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2025.
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
www.rbalibros.com
Primera edición en libro electrónico: septiembre de 2025
REF.: OBDO586
ISBN: 978-84-1098-450-9
Composición digital: www.acatia.es
Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.
TODOS LOS TESTIMONIOS COMPARTIDOS EN ESTE LIBRO
ESTÁN INSPIRADOS EN VIVENCIAS REALES, PERO LOS NOMBRES
DE LOS PROTAGONISTAS HAN SIDO MODIFICADOS PARA PRESERVAR
SU ANONIMATO Y SU SEGURIDAD.
En 2020, en plena pandemia, decidí empezar a escribir sobre el abuso invisible. En aquel momento era un tema desconocido para la mayoría de las personas, y aquí incluyo a los profesionales de la salud mental. Me acuerdo hablar del tema en seminarios de psicología, y muchos colegas me miraban con cara de confusión. Por desgracia, la narrativa ligada al hiperindividualismo, según la cual somos los únicos culpables de nuestro malestar interno, es confundida con el discurso de la importancia de asumir la responsabilidad de lo que nos pasa en la vida. Esta mirada reduccionista de los problemas que acontecen a los seres humanos, asociada a la ceguera del privilegio del que la defiende, se ha propagado como un virus en todas las esferas de la sociedad, y está muy presente en la psiquiatría moderna. No se me ocurre una manera más brillante (y perversa) para blanquear la imagen de una empresa o institución con dinámicas psicopáticas, que conseguir hacer creer a sus integrantes que son los culpables de sus propias desdichas. Por consiguiente, quise aportar mi mirada sobre la importancia de desculpabilizar a la persona que está siendo víctima de una estafa emocional por parte de este tipo de perfiles, para poner el foco de la responsabilidad en el verdadero promotor de toda la distorsión. El famoso dicho «lo que ocurra entre dos nunca es responsabilidad de uno solo», en el caso de la estafa emocional ligada al abuso invisible no es aplicable. No se puede ser responsable por confiar en alguien que te está engañando a esos niveles desde el minuto uno.
Lo que me impulsó a empezar a divulgar sobre la temática del abuso psicopático y narcisista fue la incomprensión e incredulidad delante de esta realidad, así como la necesidad de entender la magnitud de sus consecuencias en la sociedad. Quería entender qué llevaba a una persona a ejercer este tipo de maltrato, que en la mayoría de los casos se gesta por goteo, y hasta dónde se ramifican los tentáculos de sus consecuencias. La primera vez que empecé a reflexionar sobre ello fue al iniciar un nuevo proyecto como referente educativo de un grupo de niños de ocho a trece años, en un centro de acogida. Antes de esta etapa, estuve trabajando en instituciones penitenciarias, en el módulo de agresiones sexuales, al lado de muchos internos considerados psicópatas. Con el cambio, pensé, podría tener una mirada global del mismo movimiento: había estado al lado del perpetrador, para poder entender lo que le llevaba a depredar, y ahora me dirigía a conocer la historia del perpetrado, para ser observador directo de sus consecuencias. Llevaría unos tres meses trabajando en el centro, y era la primera vez que lo hacía con infancia. Me sentía impactado por las diferentes historias de vida que estaba conociendo. Es muy duro aceptar que el abuso no entiende de edades y que se ceba con los más frágiles, con los desprotegidos. Por aquella época, llegaba a casa después del trabajo en shock, como disociado. Una tarde de otoño, una de las niñas con la que más vínculo educativo había construido, me tomó de la mano entre sollozos y pidió hablar conmigo. La acompañé aparte, junto unas escaleras, para que se sintiera en intimidad. Ahí, de pie, junto al pasamanos, empezó a contarme cómo un vecino de su padre había abusado de ella cuando tenía cinco años. No me lo explicó con palabras de adulto, sino con un lenguaje de niño, inocente, que hizo que se me estremeciera el alma. El calvario de aquella niña continuó durante cinco años más hasta que la escuela y el estado intervinieron. Era el propio padre el que actuaba como proxeneta. Era el padre el que propiciaba esos encuentros con otros adultos desde un mero intercambio económico, mientras la madre, cómplice indirecta, dejaba que todo eso ocurriera. Su hija solo era para él un objeto que usaba para un fin. En su momento no lo entendí, pero a día de hoy, ese nivel de deshumanización solo tiene cabida en el margen del antidelirio del psicópata. Ella fue la primera superviviente que conocí en persona, pero después vinieron muchas más. No puedo aportar datos empíricos, porque no los hay, es lo que tiene el abuso invisible, que cuesta reconocerlo, pero en base a mi experiencia como educador social y ahora como psicólogo, puedo deciros que la mayoría de las personas con las que he trabajado, víctimas de abuso invisible, se han refugiado en el silencio. Y esto sucede porque muchas veces ese abuso viene de un familiar o de alguien conocido, y eso lo hace mucho más difícil de procesar, reconocer y expresar. También porque existe el temor a que nadie los crea, el temor a ser considerados locos, el miedo a las represalias, el sentimiento de indefensión ligado a la percepción de que no podemos hacer nada para escapar de aquello que nos está matando.
Quizá mi libro llegue tarde y hubiera tenido más sentido publicarlo hace unos años, pero he aprendido a ser tierno con mis ritmos y procesos de vida. Ahora en 2025, el narcisismo y la psicopatía se han convertido en un tema viral. En cinco años hemos pasado de un extremo al otro, y esto también tiene que ver con la era poscapitalista en la que estamos entrando, que quema cualquier tema, lo estruja hasta despojarlo de todo su sentido a causa del afán económico. Fue gracias al apoyo de mi familia y a la insistencia de mi editora que me lancé a la aventura de hacerlo realidad, desde la buena voluntad de aportar más claridad a este tema. Este libro tiene como objetivo sumarse a la ruptura del silencio de esas personas que confiaron en mí para acompañarlas en su proceso, que compartieron su testimonio sin conocerme, que me dieron voz desde su propia voz. Este es mi aporte, una mirada de más de quince años de experiencia conviviendo al lado, directa e indirectamente, de la realidad psicopática.
En este libro comparto un marco teórico actualizado sobre la psicopatía encubierta (aquella que no es impulsiva) y sus posibles manifestaciones narcisistas, haciendo hincapié en los sistemas familiares sectarizados. Es un viaje por las diferentes etapas del abuso psicopático, acompañado por el testimonio de casos reales, con la finalidad de ayudar al lector a entender los movimientos invisibles asociados a esta realidad. En la segunda parte del libro ofrezco una serie de herramientas psicológicas y conductuales para poder protegernos de estas personas y entender los factores de vulnerabilidad que nos convierten en un blanco perfecto para estos perfiles.
El libro culmina con mi mirada personal en relación a cómo recuperarse del vínculo traumático: reaprender a vivir en el presente desde un lugar de autoconocimiento, ternura y compasión.
Para entender lo que es un psicópata encubierto, que además está integrado en la sociedad, primero tenemos que comprender lo que es el narcisismo patológico y la psicopatía. Muchas veces se hace difícil diferenciar a un narcisista de un psicópata, porque tienen rasgos muy similares que los llevan a actuar de la misma manera, como la ausencia de empatía, el egoísmo, la habilidad para la manipulación, la mentira o la cosificación de terceros. El punto de partida para romper con esta confusión es comprender que un psicópata siempre es narcisista, pero que un narcisista no siempre tiene por qué ser psicópata.
Hacemos visible el abuso cuando lo reconocemos y nombramos, porque, a veces, lo que nos está pasando es tan retorcido que hasta que no lo podemos describir con palabras no podemos salir de ahí. Esto es lo que pasa, por ejemplo, con la estafa emocional: no te das cuenta de que te están estafando hasta que es demasiado tarde. Cuando le pones nombre y dices en voz alta: «me han estafado, todo ha sido una mentira», es cuando empiezas el camino del equilibrio y la recuperación, no sin antes hacer frente a un posible shock traumático asociado a esa toma de conciencia. Empezamos a romper con una relación traumática, asociada al abuso psicopático, cuando le ponemos nombre y entendemos lo que nos está pasando.
Muchas personas empáticas que viven bajo la premisa del buenismo tóxico tienen que entender y aceptar que existen algunos tipos de personalidades que viven en una distorsión que no tiene nada que ver con ser tóxico o estar pasando por un momento insano de su personalidad.
Hace poco, charlando con un amigo, me dijo:
—Ahora, en las redes, todo el mundo habla de narcisismo, ¿verdad? Se ha puesto muy de moda el concepto. Las redes sociales están saturadas de este tema. Es una de las palabras más desgastadas en el nicho de las relaciones humanas y que empieza a emplearse para describir cualquier conducta disfuncional. Si alguien te ignora, es porque es narcisista. Si alguien se porta mal contigo, es narcisista. Si alguien muestra conductas egoístas, es narcisista. Si la persona que te gusta no te hace caso, es narcisista. Si dejan de hablarte, son narcisistas. Y no es así. La psicopatía y el narcisismo patológico son dos realidades muy serias. Los diagnósticos psicológicos basados en la descripción de las conductas humanas son peligrosos y son la base de un reduccionismo que está haciendo que la psicología se asemeje cada vez más al tarot que a una ciencia. Aun así, creo imperativo compartir información sobre estas conductas para que, independientemente del diagnóstico, podamos empezar a identificar la manipulación y el lavado de cerebro de este tipo de personas.
El narcisismo no es una simple moda, no es solo una epidemia, es una consecuencia de los cambios sociales radicales que se dieron hacia las décadas de 1980 y 1990 en el mundo occidentalizado. Es preocupante que el término narcisismo patológico no tenga las implicaciones reales que tiene el concepto. Ahora se confunde inmadurez con narcisismo, ser egoísta con ser narcisista, ser infiel con ser narcisista, y el peligro de minimizar esta realidad es que se puede llegar a normalizar este tipo de violencia. Por desgracia, ponerle nombre a esta realidad se hace a través de las secuelas psicológicas de la persona que ha recibido este tipo de abuso. En todo el ruido actual que encontramos en las redes sociales, toparte con personas que reducen el tema del narcisismo y la psicopatía a una simple moda viral nos puede hacer dudar de lo que nos está pasando y ampliar nuestra disonancia cognitiva, dificultando la toma de decisiones y acciones para alejarnos de un perfil así. Es cierto que no todo el mundo es narcisista o psicópata, solo es un pequeño porcentaje, pero el boom que se está dando a día de hoy sobre el tema es una consecuencia de un cambio social que empezó en los ochenta y que está eclosionando.
Los niños nacidos en las décadas de 1980 y 1990 son la primera generación que creció en soledad. Las estructuras familiares empezaron a cambiar, los roles tradicionales también y fuimos niños que crecimos un poco más solos que otras generaciones pasadas. Es verdad que no fuimos a la guerra, o que no tuvimos que trabajar a los doce años (eso trajo otras consecuencias que podríamos analizar), pero también es cierto que somos una generación que creció en una mayor soledad. Esto sucedió porque ambos progenitores tenían que trabajar y porque estábamos inmersos en una transición importante, en un aceleramiento global de todo. Somos una generación puente entre dos mundos, en una transición crucial entre dos épocas, entre dos paradigmas sociales, culturales, económicos y tecnológicos. Los que hemos nacido en esas décadas somos los que conectamos el mundo antiguo con el nuevo, pero no pertenecemos a ninguno de ellos. Se dio una transición tecnológica. Pasamos de un mundo analógico (teléfonos fijos, papel, televisión tradicional) a uno digital (smartphones, redes sociales, inteligencia artificial). Nosotros hemos vivido en ambos mundos. También se produjo un cambio de valores. Hemos presenciado una transformación en temas como derechos de género y diversidad, se ha cuestionado la autoridad tradicional (padres, jefes, religión), se ha puesto más énfasis en la salud mental y emocional, y se han producido nuevas formas de trabajo y propósito (menos enfoque en «trabajar para vivir»). En la economía y el trabajo, fuimos criados con las ideas del trabajo estable, la meritocracia, el si quieres, puedes. Nos implantaron también las ideas de tener una casa propia, un título universitario y que si conseguíamos esto, tendríamos éxito. Pero nos tocó una realidad bien distinta: crisis económicas, inflación, empleo precario, emprendedurismo y nuevas formas de ingresos como el trabajo remoto, el freelancing o las criptomonedas. Y aquí se da una responsabilidad intergeneracional bastante compleja: somos quienes cuidamos a nuestros padres (con valores de otra época) a la vez que somos los que estamos educando o influimos en las generaciones más jóvenes que tienen otros códigos. Estamos intentando cambiar sistemas viejos sin tener aún del todo las herramientas nuevas consolidadas.
Entonces, los niños que crecieron durante esta transición, este es el punto importante, tuvieron que afrontar lo que estaba pasando, o bien lo vivieron desde una sobreadaptación estable. Esto significa que fueron niños que tuvieron que aprender a pensar por sí mismos, a comprenderlo todo, a analizarlo todo el entorno en un estado de alerta, distinguiendo entre lo que era un peligro y lo que no. Aprendieron a interpretar la realidad desde sus estructuras individuales, para saber anticiparse y poder aprender a cuidarse solos, a ser su propio papá o mamá porque no podían contar con ellos. O bien fueron niños que no se adaptaron y que no pudieron crecer en una estructura estable, desde ellos mismos, y sucumbieron a ese abandono o a esa falta de vínculo. ¿Por qué unos pudieron adaptarse y otros no? Por factores innatos de la persona o por factores ambientales singulares, ya que unos tuvieron un adulto referente en la escuela o en el club de teatro, y otros no. El tema es que algunos pudieron afrontar esa gran angustia por separación y otros no. Una persona que aprendió desde muy pequeña a valerse por sí misma y a darse un valor tuvo que desarrollar un sinfín de estrategias de criterio personal, de estructuras de pensamiento, de autogestión emocional, o tuvo que ser más racional. Eso desembocó en más conexiones neurales, pero también en un sistema nervioso más activado, más en estado de alerta, para poder seguir en esa dinámica que le salvó la vida: observar, interpretar y anticipar. Una dinámica que ya se te queda para siempre: lo analizas todo, intentas comprenderlo todo, entenderlo todo, adaptarte a todo, ser el padre y la madre de todos. Son niños que se adaptaron a su entorno, no desde una coherencia sistémica, sino desde una coherencia individual, desde unos códigos propios que tuvieron que construir para sobrevivir.
En aquella época fuimos muchas las personas que tuvimos que construir unos códigos basados en nuestro criterio personal, por eso somos una generación que no se deja llevar tanto por las modas, que va más a su rollo, que no se cree tanto la narrativa social. Esa manera de funcionar, tan rápida, tan observadora y tan hacia dentro (calificadla como queráis), la podemos llamar neurodivergencia o síntoma de la sobreadaptación a una transición radical; pero esos niños, con sus propios códigos, siguieron evolucionando, se siguieron sobreadaptando y ahora son adultos que expresan su singularidad. Por eso ahora hay tantos. Están alzando la manita para decir: «Estoy aquí, y mi forma de pensar y de interpretar la realidad no entra dentro de un patrón típico». Esto es para los que se adaptaron.
Los que no pudieron adaptarse se fueron a movimientos mucho más inestables, mucho más insanos, desde la base de la sobrecompensación. Muchos de ellos entran en contacto con estructuras patológicas como el trastorno de la personalidad narcisista: personas sin empatía, que solo pueden pensar en ellos mismos, y que usan al otro para escapar de ese vacío existencial, sin una estima personal estable y con sobrecompensaciones destructivas o autodestructivas, sin capacidad para equilibrar sus propias estructuras de supervivencia porque no lograron adaptarse.
Tiene toda la lógica del mundo pensar que esto que está ocurriendo a día de hoy —el boom sobre el tema del narcisismo y las neurodivergencias— no sea solo una epidemia, sino una consecuencia de ese cambio social que ahora se está manifestando de esa manera. Es un síntoma de una época de transición que empezó hace unos cuarenta años y que se empieza a ver ahora, cuando aquellos niños ya son adultos.
Aquellas personas que se adaptaron, las que tienen más empatía y más estructuras estables, pero que siguen con la premisa de entenderlo todo, de analizarlo todo, de luchar por las injusticias, se van juntando con los inadaptados, porque buscan entender, proteger, amar y curar. Las demás personas, las que no supieron adaptarse, buscan a otras que llenen sus vacíos de existencia y que les hagan de esa madre o ese padre que no estuvo para ellos. De ahí esa atracción letal que se da entre neurodivergentes y narcisistas. Son dos caras del mismo movimiento, un síntoma de una época que ahora ha eclosionado.
Empecé a divulgar sobre estas realidades hace más de seis años, antes de la pandemia. A pie de calle, y también en ambientes académicos, sobre todo en corrientes humanistas, había una confusión entre el narcisismo asociado al narcisista literario (narciso), y las personas que, por lo que sea, se encuentran en un momento insano de su personalidad. Durante estos años, he tenido que hacer frente a muchas preguntas y críticas, la mayoría constructivas (y alguna que otra mirada de desaprobación) por parte de colegas de profesión que no acababan de entender mi afán por hacer visible este tipo de abuso. Es un tema que se confunde con la toxicidad que todos podemos albergar en algún momento de nuestra vida. Además, muchos de los pacientes que he tenido a lo largo de mi carrera profesional, han llegado a consulta revictimizados e incluso invalidados por profesionales afines a corrientes psicológicas que no tienen en cuenta este tipo de distorsión. Por eso aconsejo tratar el abuso psicopático y narcisista con profesionales expertos en trauma emocional que acepten y entiendan el narcisismo patológico, así como la psicopatía.
Muchos divulgadores utilizan la palabra psicópata o psicópata encubierto, para definir a personas con un trastorno de personalidad narcisista, pero no es lo mismo. En los siguientes apartados, voy a clarificar lo que es el trastorno de personalidad narcisista (de manera resumida), a continuación describiré la psicopatía en mayor profundidad, para luego ver cuáles serían sus semejanzas y diferencias. El objetivo es sentar las bases teóricas para poder entrar, en el siguiente capítulo, en el terreno de la psicopatía encubierta.
El trastorno de personalidad narcisista (TPN) se caracteriza por la presencia de un patrón generalizado de grandiosidad, la necesidad de admiración y validación constante por parte de los demás y una carencia de empatía hacia el resto de las personas. La imagen que proyectan de sí mismos es de grandiosidad, así como sus fantasías en relación con el mundo. Son personas que se consideran superiores a los demás por el mero hecho de existir y suelen responder con cólera, sobre todo a nivel verbal, cuando alguien les toca su frágil ego. Su conducta es arrogante, manipulan, triangulan, se victimizan y mienten para conseguir sus objetivos narcisistas, que siempre toman la dirección de confirmación de su grandeza. Son insensibles al malestar de los demás, incluso con los miembros más cercanos de su familia, lo que les dificulta mantener relaciones profundas de intimidad con las demás personas. Su escasa predisposición a reconocer las necesidades de los otros fomenta la creación de relaciones de índole conflictiva o traumática. Para que se entienda mejor, es como si un niño de tres años viviera atrapado en el cuerpo de un adulto, pero con su inteligencia y conocimiento. Hablamos de una persona que no pudo construir una autoestima equilibrada porque se crio en una familia traumatizada con progenitores narcisistas, o por un exceso de protección/atención durante su infancia, preadolescencia y adolescencia.
Un narcisista siempre tiene que ser el centro de atención y lo conseguirá a cualquier precio. Su necesidad de ser el ombligo del mundo viene promovida por un mecanismo de defensa psíquico construido para protegerse de una absoluta carencia de amor propio. Usa al resto de mortales como objetos de usar y tirar, y necesita a muchas personas a su alrededor para alimentarse de su adoración. Los narcisistas suelen encontrarse entre las víctimas favoritas de los psicópatas. Desde mi perspectiva, un psicópata siempre es narcisista, pero un narcisista (incluso en la versión encubierta y patológica) no llega a ser psicópata, ya que una persona con TPN conecta de alguna manera con su mundo emocional.
El narcisista es muy sensible al aburrimiento. Para combatirlo, seduce, suele ir y venir, aparecer y desaparecer. Descarta, te tiene a la espera, te castiga con su silencio y suele ser pasivo-agresivo. Es una montaña rusa que crea microatentados contra el lado emocional y psicológico de sus presas, hasta que termina por destruirlas. Tiene un ego muy inflado, pero muy frágil. Si se siente atacado, suele responder con mucha ira a causa de sus inseguridades.
El narcisista extrovertido tiene la creencia de que, por haber nacido, todo el mundo le debe algún favor. Necesita que todos sus caprichos sean satisfechos y que todas sus demandas sean complacidas. Si esto no sucede, suele entrar en rabietas infantiles, llenas de odio y desprecio hacia aquel que ha osado ponerle un límite. Entonces su lado más diabólico se apodera de él en forma de venganza, de difamación hacia esa persona, para intentar aislarla y destruirla. Es un subtipo muy cobarde. Parece seguro de sí mismo, pero solo es una fachada. Por dentro, su mayor miedo es que lo descubran. El problema del extrovertido es que está muy bien integrado en la sociedad. Vivimos en un sistema que premia a individuos así. Las redes sociales y sobre todo las nuevas generaciones están creciendo con esa mentalidad. Por eso este subtipo está normalizando su existencia en muchas facetas de la vida. Son personas que suelen estar bien posicionadas, porque les mueve el éxito. Suelen ser jefes, directores, altos cargos, porque hablan muy bien, son muy sociables y saben hacer contactos. Es un perfil que sabe moverse muy bien en la falsedad. Vive sobrevalorando sus logros, exagerándolos, mostrando una imagen idealizada de sí mismo para vender su humo.
Un narcisista vulnerable actúa de manera más encubierta. Es alguien que tiene una personalidad narcisista patológica, pero que oculta su comportamiento distorsionado detrás de una fachada de humildad, honestidad y autodesprecio. A diferencia del narcisista perverso, que es controlador, arrogante y busca la atención de los demás, el narcisista vulnerable puede parecer introvertido y complaciente. Detrás de esta fachada de aparente modestia sigue teniendo una feroz necesidad de aprobación de los demás. Busca la validación y aprobación de manera recurrente, y es sensible a la crítica. También manipula a sus presas para obtener su combustible, pero lo hace de una manera más sutil y menos obvia. Es un perfil difícil de identificar, ya que su comportamiento megalomaníaco no es evidente. Eso no quiere decir que las consecuencias de su abuso no sean igual o más nefastas, porque, a largo plazo, por una acción de goteo, terminan por causar daño psicológico a las personas de su entorno. Se sienten muy bien en el papel de víctimas y suelen ser parasitarios y/o miméticos. El mimetismo es la máxima expresión del parasitismo narcisista: me convierto en ti, despojándote progresivamente de tu identidad y tus logros. De esto hablaremos más detalladamente en el siguiente capítulo, ya que el mimetismo asociado al acto de parasitar es una de las herramientas más usadas por el psicópata encubierto.
Es un tipo de perfil muy distorsionado. Hacer daño de manera sádica es lo que más lo representa. Se confunde con el psicópata encubierto porque comparten el mismo motor de motivación: el placer por destruir a los demás. Se diferencian por la manera de operar y en la propia condición de la psicopatía versus el trastorno de la personalidad narcisista. Para que se entienda este punto: el narcisismo del psicópata encubierto es maligno, pero no todos los narcisistas malignos son psicópatas. Su grado de perversión es muy elevado. Dentro de la tríada oscura, se encuentra en la parte más maquiavélica de todas. Las personas que se topan con este subtipo suelen tener consecuencias emocionales extremas derivadas del trastorno por estrés postraumático complejo e incluso por muerte invisible, que es un concepto que utilizo para hablar de los suicidios derivados de ese machaque invisible.
Es uno de los más complicados de detectar. Su coraza es tan sutil, su máscara es tan fina, tan elaborada bajo el manto del altruismo, que es difícil poder decir que estamos delante de algo distorsionado. Es una máscara coloreada por la bondad, la generosidad, el amor hacia el mundo y la naturaleza. Suelen proclamarse defensores del veganismo o el animalismo, y son activistas por los derechos humanos. Esta es su carta de presentación. ¿Quién va a sospechar de un corderito bondadoso? No quiero confundir con esto. No toda la gente altruista es narcisista. No tiene nada que ver. Aquí estoy explicando un subtipo que se escuda en el altruismo para enganchar a sus víctimas, para generar confianza y un vínculo que luego será traumático. Es una persona que en realidad no siente empatía por nada de lo que dice defender, pero instrumentaliza esa idea para engañar. Existen muchos directivos de instituciones humanitarias, ONG y asociaciones de índole social que se nutren de la vulnerabilidad extrema para enriquecerse.
La distorsión del narcisista espiritual es absoluta. Son personas que se escudan en la religión, en valores a priori «puros», desde herramientas milenarias que tienen como base el amor hacia el prójimo y la humanidad. Las personas que terminan en sus redes se encuentran en un momento de rotura personal o de crisis existencial a muchos niveles. En su rigidez moral subyace un delirio de grandeza. Sus verdaderas motivaciones son el poder, el sexo, los lujos, los beneficios económicos, las propiedades de sus adeptos, y poseer una familia incondicional de la que puedan abusar con total impunidad (su comunidad). No suelen buscar a sus presas, sino que dejan que ellas vengan. Disponen de grupos de personas a sus órdenes cegados por sus promesas, un ejército de «monos voladores» que los idealizan hasta el extremo, que son su fuente principal de presión y manipulación. El lavado de cerebro no viene del propio narcisista espiritual, sino de los adeptos que ha atrapado en su red.
Estas cinco estructuras narcisistas se manifiestan en el psicópata encubierto.
La psicopatía, al igual que el trastorno de la personalidad narcisista, no es una enfermedad mental, es un trastorno que toma su origen en relación con los factores biológicos, psicológicos, ambientales y genéticos de la persona. El psicópata aprendió desde muy pequeño que tiene que tener poder sobre las demás personas como una alternativa a su incapacidad por experimentar la dimensión de lo afectivo. Sustituye los vínculos de cariño por el control/poder/dominación del otro. La descripción de la conducta psicopática más antigua apareció en el año 200 a. C. por Teofrasto, discípulo de Aristóteles, que la definió de la siguiente manera: «un hombre sin escrúpulos que llama la atención porque realiza actos extraños y de extrema violencia, que más bien eran propios de enajenados mentales. Sin embargo, este hombre sin escrúpulos tenía intacta la inteligencia».1 Esta concepción se mantiene hasta el siglo xviii, cuando se comienza a asociar la falta de escrúpulos con una enfermedad de corte mágico con basamento somático. El precursor de esta idea es el investigador y médico francés Philippe Pinel (1745-1826), que hablaba de «locos que no presentan lesión alguna del entendimiento y que están dominados por el instinto de furor». En su constructo, Pinel describe una particularidad diagnóstica de extraordinaria relevancia que marcará un antes y un después en el abordaje de la psicopatía: manie sans délire o locura sin delirio; es decir, sin confusión de la mente. A esto me refiero cuando hablo del antidelirio del psicópata. Sería como una locura razonada, sin delirio.
Lo novedoso y el interés de este nuevo enfoque residen en sus consecuencias, ya que hasta ese momento se creía que todo acto de locura, es decir, socialmente desviado, debía serlo también de la mente y que debía estar asociado a la confusión. Philip Pinel destacó que muchos maníacos que estaban bajo el dominio de una «furia instintiva y abstracta, no mostraban evidencia alguna de tener una lesión en su capacidad de comprensión», estando solo dañadas las facultades del afecto. Especificando que «no se advierte ninguna alteración en las funciones del entendimiento, en la percepción, en el juicio, en la imaginación, en la memoria, pero sí cierta perversión en las funciones afectivas, un ciego impulso a cometer actos de violencia, o también un furor sanguinario, y esto sin que se pueda señalar ninguna idea dominante, ni ninguna ilusión de la imaginación que sea la causa determinante de estas funestas inclinaciones».2
En 1941 fue el psiquiatra americano Hervey Cleckley quien dio la primera explicación detallada de la psicopatía. En su libro La máscara de la cordura, describe en detalle las características esenciales de la psicopatía, rasgos que fueron utilizados más tarde por Hare para la creación de su Escala de Valoración de la Psicopatía propuesta en 2003, el Psychopathy Checklist, y que son las siguientes:
Encanto superficial e inteligencia normal.Ausencia de delirios y otros signos de pensamiento irracional. Ausencia de nerviosismo y manifestaciones psiconeuróticas.Informalidad, falsedad e insinceridad.Incapacidad para experimentar remordimiento o vergüenza.Conducta antisocial irracional.Falta de juicio o dificultad para aprender de la experiencia.Egocentrismo patológico o incapacidad de amar.Pobreza en las relaciones afectivas.Pérdida específica de la intuición, insight o comprensión social.Poca respuesta a las relaciones interpersonales.Conducta desagradable y exagerada, a veces con consumo exagerado de alcohol.Amenazas de suicidio no consumadas.Vida sexual impersonal, frívola y poco estable.Dificultad para seguir cualquier plan de vida.
Aun así, el término «psicopatía» sigue generando mucha polémica en la actualidad, por sus similitudes con otros trastornos. La diferencia con la sociopatía, por ejemplo, es que esta última está ligada a factores sociales y una infancia traumática. Se ha demostrado que el psicópata puede venir tanto de una familia normalizada como de una disfuncional o multiestresada. Por otro lado, el trastorno antisocial de la persona (APD) difiere de la psicopatía en que la primera, según el DSM-V, hace referencia a un conjunto de conductas delictivas y antisociales, y la segunda (no contemplada por el manual diagnóstico), a un conjunto de rasgos de la personalidad y conductas socialmente desviadas. De hecho, se ha demostrado que existe una relación asimétrica entre la psicopatía y el trastorno antisocial de la persona. Aproximadamente el 90 % de los delincuentes psicopáticos adultos cumplen con los criterios del APD, pero solo el 25 % de los diagnosticados con APD son psicópatas.
La mayoría de los internos con los que me crucé durante mi experiencia como educador social en prisiones cumplían con los criterios diagnósticos para ser considerados antisociales, pero no psicópatas. Lo más aterrador de estos datos es saber que la mayoría de los psicópatas encubiertos consiguen «delinquir» evitando pisar la cárcel, mientras que la mayoría de los delincuentes con conductas antisociales acaban condenados. Esto da mucho que pensar sobre la invisibilidad de su procedimiento criminal. Es cierto que los actos del psicópata son antisociales, pero su motivación, a diferencia del antisocial, es totalmente superficial.
El psicópata no experimenta alucinaciones ni entra en delirio psicótico, sino que es muy racional, consciente en todo momento de lo que hace, incluso cuando está destruyendo a una persona. Su conducta viene precedida de una meticulosa (en el caso del encubierto) o impulsiva elección de los movimientos que va a emprender. Al ser consciente de lo que hace, termina en la cárcel en vez de en un hospital psiquiátrico cuando se demuestra, a nivel legal, que es el culpable del delito o de las torturas que ha ejercido en su víctima. La mayoría de los asesinos en serie, aunque existen excepciones ligadas a la esquizofrenia crónica, no evidencian trastorno, psicosis o confusión mental durante las atrocidades de sus actos. Son personas sin integridad moral que carecen de valores personales. Su brújula interna la construyen desde su propia moralidad distorsionada. No muestran interés por el arte o cualquier movimiento ligado al universo emocional, aunque se aventuran a experimentarlo de una manera muy banal. Para ellos ningún concepto que defina a la propia humanidad, como el amor, la comunidad o la belleza, tiene sentido.
Según Robert D. Hare en su libro Sin conciencia, los síntomas clave de la psicopatía son los siguientes:
Mente simple y superficial.Personalidad egocéntrica y presuntuosa.Ausencia de culpa y remordimientos.Falta de empatía.Manipulador y mentiroso.Conexión con emociones banales.Impulsivo.Poco control de su conducta.Necesidad de excitación.Falta de responsabilidad.Problemas de conducta en la infancia.Conducta antisocial de adulto.
A continuación, vamos a hablar sobre los síntomas de la psicopatía y el narcisismo asociado, según las investigaciones de Hare. El objetivo es actualizar su aporte académico al contexto actual, porque estos personajes están mutando, mejorando su manera de depredar. Cada vez hay más información sobre estas personas, sobre cómo manipulan y cómo identificarlos. De hecho, se está produciendo una saturación sobre el tema y se están desdibujando los trastornos. Ahora parece que todo el mundo es narcisista o un psicópata, y no es así. También hay personas que están pasando por un mal momento, que no están disponibles para la vida y que se encuentran en un momento muy egoico que se puede confundir con rasgos de narcisismo patológico. Es por esto que la manipulación de estos perfiles se ha vuelto mucho más fina, aprovechando esta sobreinformación que se está dando en las redes sociales.
Aun así, gracias a la labor de divulgación de muchos, las personas han ido tomando conciencia sobre el tipo de manipulación que ejercen los psicópatas y narcisistas patológicos. El problema para ellos es que ahora, una vez que han sido descubiertos, cuando alguien les quita por fin la máscara que llevan, no les queda otra que cambiar de empresa, de territorio, de país, de persona, para poder seguir depredando desde las mismas dinámicas de manipulación parasitarias... A no ser que empiecen a evolucionar, logrando que su abuso sea cada vez más invisible.
Los psicópatas son grandes creadores de narrativas ingeniosas. Suelen ser rápidos en sus respuestas, divertidos, amenizan las conversaciones para que te sientas a gusto con ellos, y son maestros en su embriagadora presentación inicial. Aun así, existe un grupo de personas, aquellas que aprendieron a leer el mundo emocional de los demás cuando eran pequeñas, que son capaces de darse cuenta de la falsedad en su discurso, como si estuvieran actuando de manera robótica, desde un lenguaje oral y corporal aprendido. Si lo pensamos bien, es realmente complicado darse cuenta de cuándo estamos delante de un estafador, sobre todo si no conocemos a la persona. A diferencia del narcisista, al psicópata no le molesta lo más mínimo ser descubierto por los demás.
Francesc, un interno del módulo de agresiones sexuales considerado como psicópata, que procedía de una de las familias más ricas de Cataluña, se presentó como experto en historia sumeria. «Yo soy historiador», me dijo. «Uno de los más importantes. He descubierto cosas que te pondrían la piel de gallina». Por aquel entonces, yo era un gran lector de autores como Zecharia Sitchin o Samuel Noah Kramer, grandes escritores sobre la antigua Mesopotamia. El relato de Francesc, más que convincente al principio por los aportes culturales de la época, fue decayendo en una amalgama de incoherencias que no intenté confrontar en ningún momento. Tenía curiosidad por ver hasta dónde podían llegar sus mentiras e intentos de hacerme creer que estaba delante del Indiana Jones catalán. Francesc tenía una gran facilidad de palabra, hasta el punto de hacerte entrar en cierto trance, como si tu cerebro bajara la guardia y quisiera más de la droga verbal que te estaba entregando en ese momento. Describía ciertos acontecimientos históricos con gran aporte de detalles, pero que no se correspondían con la historia sumeria. Si no hubiera tenido conocimientos sobre esta etapa de la historia de la humanidad, me habría convencido de que estaba delante de un experto en la materia.
Con el tiempo y gracias a los numerosos casos de abuso psicopático que he acompañado, he llegado a la conclusión de que el psicópata es capaz de engatusar a todo aquel que no tenga algún conocimiento en las disciplinas que pretenden hacer creer que dominan. De ahí que uno de los rasgos que lo caracterizan sea el de tener una mente simple y superficial, porque, cuando profundizas un poco, descubres la fachada que han construido para manipularte.
Los psicópatas se relacionan con la vida desde su narcisismo patológico. Son personas que no tienen conciencia de los demás y se consideran el centro del mundo. Van creando su propia moralidad y reglas del juego en relación con sus intereses narcisistas. Creen tener claros sus objetivos, pero a la hora de la verdad, no saben cómo llevarlos a cabo. Son personas que sobredimensionan sus capacidades y habilidades, y creen que estas les permitirán conseguir cualquier meta que se propongan. Lo cierto es que su inflado ego es una de sus mayores condenas, ya que les impide construir planes realistas, aunque a veces lo consiguen. Su trastorno gira en torno a un ego irreparable, no tienen nada que perder, por eso son máquinas de abuso andantes. El ego del psicópata se representa como una manzana tan grande que apenas cabe dentro de una habitación. Por ejemplo, cuando una pareja lo descarta, se queda sorprendido por la decisión. No le cabe en la cabeza que alguien pueda vivir sin él, ya que se considera un dios que está por encima del resto de los mortales.
Cuando empecé a desarrollar la actividad de teatro en la cárcel de Quatre Camins, Dani, el educador social que me acompañó durante mis prácticas, me advirtió que tuviera especial cuidado con varios internos, entre ellos cuatro que estaban considerados como psicópatas. Me avisó de que no me dejara engañar por sus apariencias y su encantadora forma de acercarse a los profesionales: «Seguramente intentarán hacerse pasar por tus mejores amigos». Uno de ellos, al que llamaremos Roni, tenía una historia delictiva de unas veinte páginas, algo fuera de lo común. Se presentó a la actividad como el más motivado, haciendo halagos constantes sobre su contenido y forma. Cada semana intentaba endulzarme los oídos con comentarios del estilo: «Menos mal que le abren la puerta a personas jóvenes como tú», «vais a cambiar las cosas aquí», «me encanta esta actividad», «espero que cuando te vayas esto continúe», «déjame ser tu mano derecha en esto», «podemos montar algo grande», entre otros. Este bombardeo de amor inicial fue transformándose en intentos fallidos de ampliar sus zonas de libertad, o lo que es lo mismo: transgredir mis límites de una manera muy sutil.
Por ejemplo, una tarde, en mitad de la actividad, me percaté de que el interno había desaparecido de entre los participantes. Le pedí a uno de los funcionarios que me acompañaban que lo buscara por las zonas internas del teatro, mientras yo seguía con la actividad. El profesional lo encontró en una sala que se usaba para el sonido y el vestuario, sin supervisión de nadie. Al finalizar la actividad, lo confronté a solas, advirtiéndole que era la última vez que podía dejar pasar algo así sin aplicar una sanción, que las normas habían quedado claras desde un principio. A partir de ese momento, Roni cambió su estrategia. Empezó a hablarme mal de otros compañeros para intentar asustarme, situándose de manera indirecta como el posible salvador de la situación. Veremos más adelante la implicación del triángulo dramático de Karpman en el abuso invisible del psicópata encubierto. El interno me aseguró que el grupo estaba tramando algo: «No quiero asustarte, pero creo que corres peligro. Yo te puedo ayudar con esto, pero tienes que confiar en mí y darme más responsabilidad en la actividad. Si me dejas ir al vestuario de vez en cuando para relajarme un poco, yo puedo ayudarte con esto. Tú me das y yo te doy».
Ante mi negativa, Roni se puso muy furioso, y tuve que pedirle que dejara de venir. Sigo sin saber el porqué de su interés en estar a solas en aquella sala. La zona interna del teatro está totalmente aislada y solo da hacia una persiana de metal de grandes dimensiones, vigilada, que solo se puede activar desde la parte de atrás de la prisión, un acceso por el que entran también la comida y otros materiales. Años más tarde me contaron que Roni había intentado fugarse de la prisión tras una obra de teatro abierta al público. Al terminar el espectáculo, se había hecho pasar por uno más de los visitantes y había salido con un grupo de una decena de personas, consiguiendo pasar muchas de las puertas de acceso de metal que se tienen que cruzar para llegar a la salida, despistando a algunos funcionarios. Por suerte, en una de las últimas puertas, uno de los vigilantes lo reconoció y puso fin a su intento de fuga. El psicópata cree que su inteligencia y capacidad le van a permitir poner en marcha cualquier plan que se le pase por la cabeza. Si se dan los factores necesarios, como en el intento de fuga de Roni, su personalidad egocéntrica y su escasa conexión con el miedo les puede dar sorprendentes resultados.
En el centro de jóvenes de Quatre Camins, una estructura parecida a una nave industrial construida delante de la cárcel de adultos, coincidí con uno de los protagonistas de la muerte de Rosario Endrinal, una mujer sin hogar quemada viva en el cajero donde vivía. La noche del 16 de diciembre de 2005, tres jóvenes, uno de ellos menor de edad (lo conocí cuando trabajé en el centro de menores La Alsina), prendieron fuego a Rosario tras una noche de fiesta. Los dos mayores fueron condenados a diecisiete años de prisión, mientras que el menor fue sentenciado a ocho años de internamiento en el centro de menores que antes he mencionado.
Oriol era un chico afable, bajito y casi invisible. Se presentó como inocente de los cargos de los que se le acusaba. Se iba arrastrando como un alma en pena por los pasillos de la institución intentando llamar tu atención. Su conversación era muy agradable. Siempre que te veía, dejaba cualquier cosa que estuviera haciendo para preguntarte sobre tu día, como si mostrara una preocupación real y especial sobre tu bienestar personal. Muchas veces se acercaba con la excusa de que no podía mantener una conversación normal con las personas con las que convivía en su módulo, como diciendo que él no pertenecía a esa realidad y que era un error que lo hubieran metido ahí. A veces costaba creer que estabas delante de alguien que había sido capaz de quemar viva a otra persona. Era realmente encantador.
Durante esos meses me debatía en una lucha interna haciéndome la pregunta de si realmente estaba delante de una persona inocente. Oriol no desaprovechaba ninguna ocasión para pedirme que creyera en él. Ante mi controversia interna, me atreví a preguntarle sobre los motivos del crimen. Me contestó lo siguiente:
—Mira, Omar, la broma se nos fue de las manos. Habíamos bebido y éramos unos niñatos; además, yo solo me quedé mirando cómo los otros lo hacían todo. Mi error fue salir corriendo y no ayudarla.
—¿Por qué no te quedaste para socorrerla o llamar a una ambulancia?
—Supongo que me dio miedo que me pillaran y no pensé; salí corriendo como el resto.
—¿Te arrepientes?
—Cada día. Pero yo no hice nada.
El abuso invisible no solo se mide por lo que una persona hace, sino también por aquello que no hace.
Existen tres tipos de empatía. La empatía cognitiva es aquella que te permite entender el estado mental de la otra persona. El psicópata la tiene, porque sabe que te está haciendo daño. La empatía emocional es la capacidad de sentir un espectro de las emociones de otra persona o ser vivo. Por ejemplo, se nos saltan las lágrimas cuando estamos delante de un ser querido que está llorando, o nos entristecemos cuando alguien nos explica una experiencia dolorosa. La solidaridad empática, concepto propuesto por el psicólogo Daniel Goleman, sería la combinación de los dos tipos de empatía. Aplicamos la solidaridad empática al inhibir una u otra, según la circunstancia. Por ejemplo, necesitamos llorar cuando un ser querido nos explica que tiene cáncer, pero sabemos que tenemos que ofrecerle nuestro apoyo y decidimos hacernos los fuertes para sostenerlo en su problema.
El psicópata intelectualiza lo que se espera de él o cómo debería responder, por eso solo tiene empatía cognitiva. Sabe en todo momento lo que hace y el efecto psicológico en el otro, pero no le importa su sentir. Solo se centra en lo que él siente y quiere en ese momento, incluso puede llegar a disfrutar del dolor ajeno desde su sadismo emocional. La tendencia a engañar, el egocentrismo radical que muestra y la falta de remordimientos por los actos que emprende están estrictamente ligadas a la carencia de empatía emocional y, por ende, de solidaridad empática. Su falta de empatía o insensibilidad al dolor ajeno no conoce fronteras, incluyendo su propia familia. Si mantiene la estructura familiar es por el uso que le da y porque ve a sus hijos como una extensión de él mismo o como futuros objetos de los que se va a aprovechar en un futuro.
El engaño, la estafa y la manipulación son dones innatos que poseen los psicópatas. Tienen una gran inventiva ligada a una imaginación exacerbada que roza la fantasía. Son tan hábiles creando narrativas inventadas que viven ajenos a la posibilidad de que alguien los pueda descubrir en su engaño. Cuando le expliqué a Oriol que no socorrer a alguien que está a punto de morir y salir corriendo de la escena te convierte en cómplice indirecto del crimen, no mostró ningún tipo de reacción, sino que intentó cambiar de tema. Ante mi insistencia, cuando volví a sacar el tema, lo que hizo fue reformular los hechos para que parecieran consistentes con su relato. El resultado de todo esto fue toparse con una amalgama de incoherencias y contradicciones que tenían como objetivo la desviación cognitiva.
En el capítulo cuatro haremos un abordaje sobre cómo el psicópata encubierto juega con sus presas desde una serie de técnicas de manipulación muy efectivas para llevarlas a niveles profundos de confusión mental. He creído conveniente haceros un avance de estas, como ejemplo para el punto que estamos tratando, sobre uno de los síntomas más importantes relacionados con la psicopatía: las mentiras y manipulación.
No sé si os ha pasado alguna vez, con algún compañero de trabajo, familiar, pareja, amigo de amigo, sentir que hay algo que no cuadra en esa persona. Es como sentir que hay algo en ti que no está cómodo del todo cuando pasas algo de tiempo junto a alguien. Nos sentimos confundidos y desorientados justo después de discutir o haber intercambiado unas palabras con esa persona. Esta sensación puede estar señalando que estamos siendo manipulados desde la desviación cognitiva. Os dejo algunos ejemplos:
Ejemplo 1
—Oye, ¿ya has hecho lo que te pedí?
—No, ¿qué me pediste?
—Sabes muy bien a qué me refiero... Sabes muy bien lo que te pedí. No te hagas el tonto. Siempre haces lo mismo, no te puedo confiar nada.
—Pero es que no recuerdo que me pidieras nada.
—Pues sí que te lo pedí. Pero ya veo lo poco que te interesan mis cosas.
Ejemplo 2
—Mientras esté de viaje, ¿cuidarás de Tomy? (Tomy es el perro).
—Claro, lo cuidaré, como siempre he hecho.
—Ya, bueno... Es que la última vez el vecino me llamó porque el perro llevaba dos días ladrando en casa. Cuando mi madre vino, el perro estaba deshidratado. Tú mismo me confesaste que te habías ido durante toda la semana porque estabas enfadado conmigo por mi viaje. Y eso que te rogué que lo cuidaras. Ahora me da miedo marcharme.
—¿Conque esas tenemos? Ok. Vete tranquilo. A partir de ahora no tendrás que volver a preocuparte más por Tomy.
—¿Qué quieres decir con esto? ¿Qué le vas a hacer a Tomy?
—¿De qué hablas? Estás loco.
—Sabes perfectamente lo que he querido decir con esto. Deja de amenazarme.
—No te amenazo. De verdad que no tendrás que preocuparte más por el maldito perro.
Ejemplo 3
Imagínate que estás con tu grupo de amigos porque habéis quedado para hacer algo y de repente recibes un mensaje de texto que dice:
—Otra vez lo has hecho, ¿no? Te parecerá bonito...
—¿El qué? ¿Qué he vuelto a hacer otra vez?
—Sabes muy bien lo que has hecho...
Pero, en realidad, no has hecho nada porque se trata de estrategias de desviación cognitiva que tienen como objetivo confundirte y activar el vínculo traumático. Cuando esto ocurre, a no ser que seamos expertos en identificar este tipo de artimañas, o bien no le solemos dar mucha importancia a ese malestar que estamos sintiendo, porque no podemos darle ninguna explicación lógica, o bien preferimos olvidarnos de esa sensación tan incómoda, de sentirnos perdidos, y la acabamos por normalizar, enviándola a lo más profundo de nuestra psique para poder seguir con nuestra vida.
También te puede pasar que entres en una batalla infinita de justificaciones con el otro para intentar que entre en razón. En el ejemplo 1 sería hacerle entender que nunca nos pidió nada, una batalla muy fastidiosa para defender nuestro punto de vista y nuestra percepción de la realidad versus el antidelirio del otro. Es justamente a ese punto donde el psicópata narcisista te quiere llevar. Esto lo hace para que normalices la confusión o para hacerte entrar en una guerra sin sentido y así poder nutrirse del estado mental al que te está llevando.
El psicópata es un ser limitado en su capacidad para sentir y profundizar en sus emociones y sentimientos. Confunde sus emociones cual niño de tres años que no sabe diferenciar entre estar triste y frustrado. Cuando Raúl (nombre inventado para preservar el anonimato de la persona) me explicaba cómo se sentía tras el suicidio de su pareja (mi hipótesis es que fue inducido por él tras años de abuso invisible), presencié en directo su falta de conexión con sus emociones. Raúl se presentó en mi consulta como un narcisista que quería sanarse. En realidad, fui descubriendo que instrumentalizaba la terapia con el objetivo oculto de aprender técnicas para poder parecer una persona empática. Sobre la cuestión del suicidio de su pareja, me respondió:
Ha sido muy egoísta por su parte salirse de la ecuación de esa manera. ¿Ahora qué voy a hacer para seguir con la vida que habíamos construido juntos? Todos mis conocidos eran amigos suyos. Es muy doloroso ver cómo todo se ha ido junto a ella, por eso nunca más me juntaré con una persona débil. Voy a tener que vivir con esto toda mi vida. Me ha jodido la vida. Me va a costar encontrar una persona como ella. Era muy buena persona. El problema es que ya soy mayor y no tengo el mismo encanto que antes. Esta vez me va a costar recuperarme.
Muchos autores e investigadores consideran que el psicópata es un ser vacío que depende de su víctima para existir. Es una persona que se mueve por protoemociones, respuestas superficiales e inmediatas asociadas al cerebro más primitivo. La mayoría de las respuestas complejas asociadas a procesos emocionales que da el psicópata son programadas y actuadas, a excepción de la excitación que sienten cuando se pelean con alguien o practican relaciones sexuales. Saben cuándo llorar, mostrar pena, alegría, tristeza o enfado. Por ejemplo, las grabaciones biométricas han demostrado que los psicópatas no responden fisiológicamente igual delante del miedo. No es que sean buscadores de emociones fuertes, sino que no tienen conciencia de las consecuencias de sus actos a causa de esa carencia emocional. Cuando le pregunté a Oriol sobre el crimen de Rosario, sobre lo que sintió durante los hechos, me contestó lo siguiente:
—De verdad que en ningún momento planeamos hacer lo que hicimos, fue saliendo sobre la marcha. Nos encontramos un barril de disolvente en una obra cerca de ahí, y una cosa llevó a la otra. Mi idea era que se quedara en una broma. Pero ya te dije que se nos fue de las manos.
—¿No sentiste miedo por lo que estaba pasando en ningún momento? ¿Miedo de hacerle daño?
—Nosotros nos divertíamos así. No era la primera vez que nos «metíamos» con un sintecho. Ricard llevaba tiempo haciendo estas bromas con su grupo de amigos. No pretendíamos llegar tan lejos, pero en ese momento estábamos borrachos, en un subidón. No fui realmente consciente de lo que hacíamos hasta que Juan tiró la cerilla y todo se fue a la mierda.
El miedo, en su justa medida, nos permite tomar decisiones y actuar con conciencia y respeto. Un buceador que pierde el miedo al mar tiene muchas probabilidades de experimentar un accidente bajo el agua. El miedo, aunque nos bloquea muchas veces, también nos regula y nos permite hacer las cosas con responsabilidad afectiva. Es un miedo para mí, pero también para ti, porque me preocupo por lo que te pueda pasar con relación a mis actos. Para los psicópatas, las emociones son superficiales, fruto de procesamientos cognitivos desligados de las sensaciones corporales asociadas. No sienten las emociones como nosotros, sino que las intelectualizan y procesan. Por eso nosotros vivimos haciéndonos responsables de nuestras preocupaciones, y ellos no.
Esos chicos no se dejaron llevar por un momento de descontrol asociado al alcohol, no perdieron los estribos fruto de un brote, sabían lo que estaban haciendo cuando fueron a buscar el bidón de disolvente. Puede que tirar la cerilla fuera un acto impulsivo, pero todo lo demás estaba racionalizado en alguna medida. Sabían qué uso le iban a dar a ese bidón. Durante esa charla, recuerdo que Oriol me explicó que, horas antes, habían pasado por la zona y se habían percatado de que había una persona durmiendo en el cajero. Comentaron entre ellos que podían gastarle una broma en ese momento, pero al final no lo hicieron. Mi hipótesis es que regresaron al lugar después de beber para terminar algo que ya habían planeado con antelación. No estoy diciendo que el asesinato fuera premeditado, pero sí las ganas de abusar de aquella persona. Por las conversaciones que tuve con él durante los meses que trabajé como monitor de deporte (ese fue el contrato que me propusieron para pasar de la institución de adultos al centro de jóvenes de Quatre Camins), llegué a la conclusión que fue su necesidad de excitación lo que le llevó a ser cómplice de uno de los asesinatos que mayor impacto ha tenido en la comunidad catalana.
Se desconoce el porcentaje real de población que entraría en la categoría de psicópata. Nos han hecho creer, desde las películas, que todas las personas con esta condición son proclives a convertirse en asesinas en serie, pero no es así. Existen personas que, gracias a un entorno familiar sano, consiguen redirigir su condición, como es el caso del neurocientífico James Fallon (del que hablaremos más en adelante). Otros, gracias a un entorno social específico, consiguen hacer uso de su manipulación, sadismo y ausencia de empatía para dirigir un país. Sobre todo si a esta condición se le añaden las altas capacidades. Si te preguntas cómo es la rutina de un psicópata clásico, a continuación vamos a profundizar en su estilo de vida para conocer más de cerca el motor que lo convierte en un depredador natural.
Las películas de terror sobre psicópatas asesinos en serie nos han inculcado la idea de que son personas muy racionales, estrategas y con un gran control sobre su conducta. Para un psicópata encubierto esto es una realidad. Sin embargo, el psicópata clásico no suele pararse a pensar las cosas dos veces. Hacen las cosas porque así las sienten. Su objetivo es conseguir placer o alivio inmediato sin pararse a reflexionar sobre los pros o los contras de sus acciones ni de su impacto en la moralidad. Son personas que no consiguen modificar sus necesidades o deseos por una carencia de motivación para ello. Hacen lo que tienen que hacer para saciarse ignorando el dolor que puedan estar causando. Al ser extremadamente impulsivos y responder en función de la satisfacción del momento, los psicópatas son máquinas de reaccionar ante cualquier señal que interpreten como una ofensa hacia su persona (el psicópata encubierto, sin embargo, es inmune a esto). Su ira narcisista se manifiesta en un pico agudo de agresividad, muy intenso, que dura poco tiempo. Luego suelen hacer como si no hubiera pasado nada, para seguir en la misma línea previa al estallido. Esta dinámica está asociada al refuerzo intermitente, que es la base del vínculo traumático. Aun siendo impulsivos y tener poco control de su conducta, muchos de ellos están integrados en una sociedad que premia a individuos con estas características, sobre todo en el mundo de los negocios y la política.
La situación que voy a contar a continuación no ha sido contrastada oficialmente, pese a mis intentos de conseguir información formal sobre la misma. Fue un trabajador de la institución quien compartió conmigo la noticia en una reunión informal, por lo tanto, no puede ser considerada objetiva ni veraz. Aun así, la he querido compartir, porque ejemplifica a la perfección cómo muchas familias crean entramados a muchos niveles para encubrir los actos de abuso de ese miembro de la familia. En este caso, las inclinaciones sexuales desviadas de su hijo psicópata.
La pareja de Francesc, que no se perdía nunca ningún vis a vis, siempre salía con gafas de sol y un pañuelo para cubrir su cuello. Fue un funcionario de prisiones el que descubrió la trama que el interno había conseguido llevar a cabo para engañar a todos los trabajadores durante más de dos años, consiguiendo que distintas mujeres se hicieran pasar por sus parejas. En las instituciones penitenciarias de Cataluña solo permiten que las parejas oficiales de los internos puedan acceder a los vis a vis íntimos, que tienen una hora de duración. Esto discurre en una pequeña habitación que dispone de una mesa y una pequeña cama. Cuando el funcionario de prisiones descubrió que el documento de identidad que había presentado la mujer no se correspondía con su verdadera identidad, se destapó que la familia del interno había estado contratando a prostitutas, posiblemente durante más de dos años, para saciar su apetito sádico y sexual. Parece ser que habían sido muy cuidadosos alternando a las mujeres, y las iban eligiendo en función de su parentesco para escapar al control de seguridad. Lo más preocupante de todo esto, más allá de las posibles brechas de seguridad que se habían puesto de manifiesto, era que Francesc no usaba esos encuentros para tener relaciones sexuales, sino para pegarles y humillarlas desde prácticas deshumanizantes. Este acontecimiento nunca se ha hecho público ni ha salido a la luz en ningún medio. Como dije anteriormente, el silencio es el cómplice número uno del abuso invisible, y hay personas que pueden comprarlo a cualquier precio.
En el terreno sexual, el psicópata necesita someter a su víctima. Le atormenta el aburrimiento y necesita la inestabilidad, el caos y el conflicto para mantener su propia estabilidad, así que buscará problemas incesantemente. Si no calcula bien, él mismo se meterá en problemas. Suele ser un gran consumidor de drogas de toda índole; cambia de trabajo, pareja, ciudad, porque todo forma parte de su dinámica interna para sentirse saciado por el subidón de lo nuevo. Podríamos decir que uno de sus principales motores de movimiento es la excitación.
