Los papeles de Monsanto - Gilles-Éric Seralini - E-Book

Los papeles de Monsanto E-Book

Gilles-Éric Seralini

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Beschreibung

En septiembre de 2012, un estudio del biólogo Gilles-Éric Seralini, publicado en la prestigiosa revista científica Food and Chemical Toxicology, hizo temblar los cimientos de la poderosa multinacional Monsanto, líder mundial en ingeniería genética de semillas y producción de herbicidas. El artículo dejaba patentes los efectos en el hígado y en los riñones de los dos productos estrella de la compañía: el glifosato Roundup y determinados organismos modificados genéticamente para absorberlo. El contraataque de Monsanto careció de toda mesura: presiones a los editores para que formalizasen una retractación de los resultados del estudio, campañas para desacreditar e intimidar tanto a Seralini como a todo aquel que lo apoyase, divulgación de investigaciones y testimonios que no eran más que un montaje mayúsculo, y engaño y manipulación de organismos públicos con el fin de sortear las regulaciones que tenían que proteger a la población. La tenacidad de Seralini, con la inestimable «ayuda» de miles de demandas por parte de particulares que habían enfermado gravemente a raíz de haber utilizado Roundup, logró, por fin, en 2017, derribar el muro de impostura e inmunidad que había hecho de oro a los amos de la multinacional. Su valiente investigación, directa al corazón de Los papeles de Monsanto, desentrañó, de rebote, el modo en que se organiza la apropiación indebida de la ciencia, la medicina y los poderes públicos.

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Gilles-Éric Seralini

en colaboración con Jérôme Douzelet

LOS PAPELESDE MONSANTO

El escándalo del casoRoundup

Prólogo a cargo deVandana Shiva

Colección Con vivencias

59. Los Papeles de Monsanto. El escándalo del caso Roundup

Título de la edición original: L’Affaire Roundup à la lumière des Monsanto Papers (Actes Sud, Arles, 2020)

Traducción al español: Luis Orueta Blanco

Primera edición: marzo de 2022

© Gilles-Éric Seralini, Jérôme Douzelet

© De esta edición:

Ediciones OCTAEDRO, S.L.

Bailén, 5 – 08010 Barcelona

Tel.: 93 246 40 02

[email protected]

www.octaedro.com

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN (papel): 978-84-19023-10-0

ISBN (epub): 978-84-19023-11-7

Diseño de la cubierta: Tomàs Capdevila

Corrección: Xavier Torras

Realización y producción: Editorial Octaedro

ÍNDICE

Prólogo. Defensa de nuestra alimentación, salud y libertad, pero también de la honestidad de la ciencia

Se sube el telón

Discovery

Itinerario de un informador

La explosión de 2012

¡Es verdad porque lo decimos nosotros!

La fábrica de mentiras

Retraction by corruption

La planificación de la corrupción

Huele mucho, pero no «todo huele»

El lado oscuro del ejército de sombras

La Bella Donna

Apuesta perdedora sobre los venenos escondidos

A pain in the ass

Malas jugadas: mentiras y derrotas

El circo del CIRC

La elegancia según Monsanto

Un pastel escondido debajo del mantel

La piedra angular del negocio de los OMG

¿Casualidad o paraguas búlgaro?

Y mientras tanto, en otros lugares, estaban de fiesta…

Seralini contra la «comunidad científica»

Los OMG podrían haber ser etiquetados en EE. UU.

La vigilancia ilegal sigue campando a sus anchas

Las redes seguían funcionando

Información tóxica: infiltraciones de los medios

Y Marianne plagió a Forbes

Más allá del Bósforo, Selim se enfrenta a la pseudociencia

¿Quién es el títere?

Una sociedad sin la ciencia de las manzanas podridas

Breve glosario de la cortina de humo

Lista de los principales personajes mencionados en el libro

El personal de Monsanto

Los que ayudan a la industria química y de los OMG

Los enfermos, o demandantes, y sus abogados

Los apoyos de Seralini

Los periodistas de investigación

Los políticos

Documentos de «El Caso Seralini»

Agradecimientos

Libros de los mismos autores

Gilles-Éric Seralini

Con Jérôme Douzelet

El lector encontrará, en la pág. 151, un glosario con los términos que los fabricantes emplean habitualmente para inducir a error en el ámbito de los pesticidas.

En la pág. 157 tenemos también una lista de personajes que han desempeñado un papel importante en este asunto.

Finalmente, la pág. 167 cuenta con un código QR que da acceso a los documentos originales más relevantes citados en este libro.

PRÓLOGO

Defensa de nuestra alimentación, salud y libertad, pero también de la honestidad de la ciencia

La obra Primavera silenciosa, de Rachel Carson (1962), nos alertó de los peligros de los pesticidas.

En décadas posteriores, la normativa sobre el impacto sanitario de los pesticidas fue evolucionando y avanzando —igual que hizo la investigación científica—, tal como ocurrió, más recientemente, con la normativa relativa a la evaluación de la bioseguridad de los organismos modificados genéticamente (OMG). Yo misma fui miembro del Comité de Expertos de las Naciones Unidas que estableció el protocolo de bioseguridad, de acuerdo con el artículo 19.3 de la Convención sobre la Biodiversidad.

Fue entonces cuando comenzaron los ataques contra la ciencia y los científicos.

Durante el transcurso de estas últimas décadas, se ha pervertido el significado de la palabra ciencia —que viene del latín scire, ‘saber’—, a la cual se ha despojado de todo sentido y se la ha reducido a la nada. La búsqueda del conocimiento se ha ido reemplazando por los discursos de los «grandes defensores de la ciencia», a quienes la industria ha dado toda la información masticada. Su absoluta falta de conocimientos, supuestamente avalados por multitud de «datos», se ha aceptado erróneamente como solución a los verdaderos problemas de la población mundial.

El libro del Dr. Gilles-Éric Seralini, un toxicólogo y científico de primer orden, y de Jérôme Douzelet, excepcional chef, jardinero y experto en «comida auténtica», es un toque de atención sobre los peligros de los venenos de nuestra alimentación. Es también una advertencia sobre las crecientes amenazas contra la salud y la seguridad públicas, la ciencia, el saber, la libertad y la democracia que tendrán lugar si la propaganda sustituye al saber y el Cártel del Veneno dirigido por Monsanto, ahora Bayer, empieza a controlar el suministro alimentario, la política gubernamental, las organizaciones reguladoras, la investigación científica y los medios de comunicación.

Este dominio tóxico de nuestra alimentación y nuestra agricultura acaba aniquilando los fundamentos mismos de la ciencia y la educación.

Sabemos que estas sustancias químicas son nocivas. Y hemos comprendido que los mercachifles de pesticidas niegan el perjuicio de sus actos y prosiguen en su afán comercial a cuenta de nuestra salud y de nuestras vidas.

Necesitamos una ciencia y unos científicos serios, sin vínculos con la industria ni intereses comerciales, a fin de evaluar los efectos sobre el medioambiente y la salud de los productos químicos y OMG presentes en nuestra alimentación. Y, obviamente, para velar por nuestra salud.

Por estas razones, la independencia de la ciencia, así como la autonomía e integridad de los científicos, son hoy en día una verdadera cuestión de vida o muerte.

Es un honor firmar el prólogo de este libro, dado que es un testimonio único de nuestra época narrado por el profesor Gilles-Éric Seralini, un investigador brillante que defiende y practica la integridad de la ciencia frente a los ataques de Monsanto. Al final, su trabajo queda justificado gracias a la acción de los tribunales y a su dictamen sobre el vínculo entre el Roundup y el cáncer, además de las pruebas fehacientes de que Monsanto estaba detrás de todos los ataques sufridos por el profesor.

Este libro es un testimonio crucial de las conductas criminales del Cártel del Veneno y de la valiente labor del Dr. Seralini, que ha hecho una investigación honesta e independiente. Nos insta, a su vez, a proteger nuestros conocimientos, salud y libertades, actuales y futuros, contra los titanes de la agroindustria y sus venenos químicos, así como contra los gigantes farmacéuticos y tecnológicos. ¿La razón? Estos sectores tienden a una profunda mercantilización empresarial de nuestra agricultura, alimentación y sistemas sanitarios y científicos.

Yo creo que la ciencia se basa en la búsqueda de la verdad, de modelos y relaciones, especialmente en el ámbito de los seres vivos; es un proceso cognitivo, una conversación abierta, un diálogo con la naturaleza y la sociedad que ilumine nuestros conocimientos a través de la interconectividad, la integridad, la discusión, el debate, la amplitud de miras, la transparencia y la responsabilidad.

Estos son los motivos que en un principio me llevaron a ser científica y médica. Luego me empezó a atraer la ecología de la agricultura y la alimentación, coincidiendo con las tragedias de Punjab y Bhopal en la India.

Solo entonces me enteré de que el Cártel del Veneno había secuestrado la agricultura y todas las ciencias de la vida fabricando productos químicos para asesinar en los campos de concentración de Hitler.

Agrupadas bajo el nombre de IG Farben, estas compañías colaboraron con las grandes empresas norteamericanas durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras los ejércitos combatían, se creaban alianzas industriales, como Standard Oil e IG Farben, o MoBay1 (Monsanto y Bayer), al otro lado del Atlántico, con el propósito de dar con nuevas maneras de aumentar los beneficios con venenos inicialmente fabricados para aniquilar a comunidades enteras.

Los científicos y los directivos de IG Farben, el Cártel de la Química, fueron juzgados en Núremberg por crímenes contra la humanidad. Y, a pesar de ello, el Cártel del Veneno ha proseguido con su ciencia tóxica para elaborar productos que matan. Tras la Segunda Guerra Mundial, tanto mi amado país como otros vieron cómo el armamento químico se convertía en compuestos agroquímicos y se imponía la agricultura industrial, irónicamente en nombre de la Revolución Verde.

Mi libro La violencia de la Revolución Verde surge de las investigaciones iniciadas tras los acontecimientos de 1984 en Punjab.2 Monsanto, que hasta los años ochenta había sido tan solo una empresa de productos químicos, devino entonces la empresa líder de semillas modificadas genéticamente y de los pesticidas asociados a ellas, como el Roundup. Tomado erróneamente como el único glifosato que se podía utilizar, a pesar de contener venenos no declarados, el Roundup impregna estas semillas modificadas genéticamente. Y, en lugar de morir, las semillas desarrollan tolerancia al pesticida. Puse en marcha el proyecto Navdanya para abogar por unas semillas libres de derechos y promover una agricultura que no hiciera uso de este tipo de veneno.

El trabajo de investigación del profesor Seralini se centró, por un lado, en identificar las diferencias entre el Roundup y lo que es o debería ser el glifosato, por un lado, y, por otro, en explicar la toxicidad del primero, el producto tóxico más vendido y usado del mundo —en granjas, campos, áreas de recreo, paseos urbanos, jardines públicos y escuelas—. Tras la introducción de los OMG con tolerancia a este herbicida, el uso del Roundup se multiplicó casi por quince, pasando de 51 millones de kilos en 1995 a cerca de 750 millones de kilos en 2014. Desde su introducción en 1974,3 se han dispersado un total de 8600 millones de kilos de glifosato.

El trabajo de investigación del Dr. Seralini demuestra que el Roundup no es saludable, contrariamente a las afirmaciones de la publicidad de Monsanto y de todos sus portavoces. No solo contribuye a envenenar órganos vitales, sino también al aumento de los cánceres de mama. El Dr. Seralini y sus revelaciones han sido vilipendiados, en igual medida que mis investigaciones en la India sobre el algodón OMG denominado Bt. Los elevadísimos costes de las semillas OMG han llevado a muchos granjeros a la quiebra y al suicidio, una evidencia negada por los responsables en las publicaciones científicas y en otros medios de información.

Se orquestaron ataques contra la ciencia verdadera y los científicos independientes, como el Dr. Seralini. Su trabajo demuestra que el Roundup puede provocar enfermedades —entre ellas, el cáncer—, hecho corroborado por el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIRC)4 y la Organización Mundial de la Salud (OMS). En todo el mundo, países o comunidades enteras han prohibido el Roundup y el glifosato.5

Miles de enfermos de cáncer han recurrido a la justicia. Los intentos iniciales de Monsanto por esconder su documentación interna han fracasado, gracias a una acción judicial que denuncia la ocultación de pruebas y que en inglés se conoce como Discovery. Posteriormente aparecieron los llamados «Papeles de Monsanto», que demostraron sin lugar para la duda que había sido Monsanto quien diseñara desde el principio los ataques contra el Dr. Seralini. Este libro abre los Papeles de Monsanto al escrutinio público.

Tanto el Dr. Seralini como yo misma fuimos blanco de las críticas de Henry Miller, profusamente citado en este libro. Como probaron los Papeles de Monsanto, los artículos de Henry Miller en la revista Forbes fueron escritos en connivencia con Monsanto. Forbes se vio obligada a retractarse de estos artículos, así como del que escribió con la trol Kavin Senapathy. Ella misma admitió que Monsanto se había servido de ella para difundir este sofisma: «Si estás a favor de la ciencia, estás a favor de los OMG. Si estás en contra de Monsanto, estás en contra de los OMG. Por lo tanto, si estás en contra de Monsanto, estás en contra de la ciencia». En sus propias palabras: «No obstante, me fui dando cuenta poco a poco de que había algo decididamente falso en el evangelio de los OMG. En agosto de 2017, Forbes retiró varios de mis artículos en coautoría cuando se descubrió que mi coautor había prestado su pluma a Monsanto».6

Durante tres décadas, he visto cómo crecía Monsanto, intentando meter sus sucias manos en la agricultura o en las semillas por medio de las patentes, incluso tratando de obligar a los agricultores a usar sus OMG y propagar, así, sus venenos. En 2016, organizamos un «Tribunal Monsanto» y una «asamblea del pueblo» para hablar de los actos criminales que estaba cometiendo contra la naturaleza —los llamamos ecocidios—, los agricultores, los ciudadanos, la ciencia y los científicos, y contra la democracia.7

En 2018, Monsanto se desvaneció tras su venta a Bayer, pero sus crímenes no paran de reconocerse mundialmente. El nombre cambió, los delitos no.8

Para proteger la vida en la Tierra, la salud de las personas, la libertad e integridad de la ciencia, incluso el saber, hemos de seguir trabajando juntos por un futuro libre de esta falsa ciencia, que estimula una agricultura que nos recuerda a la guerra y que, a día de hoy, es responsable de una alimentación artificial que potencia las pandemias y las enfermedades.

Espero que este libro capital contribuya a una democracia sabia, que promueva una ciencia y unos científicos independientes en materias vitales como la alimentación, la salud, la vida y la muerte. Solo el conocimiento y la libertad pondrán fin a las reglas y los crímenes del Cártel del Veneno. De este modo, la salud se basará en el auténtico saber de agricultores de verdad, en una agricultura que cuide la tierra y en una alimentación de alto valor que dé sostén no solo a nuestro cuerpo, sino también a nuestras mentes.

Esta obra es un grito desesperado para detener el envenenamiento de nuestros cuerpos, el secuestro de nuestra ciencia y nuestro saber, de nuestra comunicación y democracia, un secuestro que se lleva a cabo para incrementar los beneficios de unas cuantas multinacionales y multimillonarios.

Este libro invita a todos los ciudadanos y científicos —poco importa de dónde vengamos, quiénes seamos, lo que consigamos— a hacer acopio de sabiduría con vistas a abrir nuevos caminos para generaciones futuras. El Cártel del Veneno, una verdadera mafia de las patentes, no volverá a activar el mecanismo que nos haya de conducir a nuestra extinción convirtiéndose así como así en una organización criminal todavía mayor de negocios agrícolas, químicos, biotecnológicos, farmacéuticos, financieros internacionales y tecnológicos. O Monsanto o nosotros, solo puede quedar uno. De lo contrario, estaremos en peligro de desaparecer, como las abejas y las mariposas, los insectos y los pájaros, las plantas y los animales, todo por culpa de productos ideados y producidos con la intención primordial de matar.

Cada vez que damos un paso hacia nuestras raíces, guiados por la tierra bajo nuestros pies, nos acercamos a un estado de harmonía —con nosotros mismos y con la naturaleza—. Así, tendremos salud y libertad sin venenos, sin miedo a las enfermedades, las pandemias y la extinción. Un retorno a la Tierra también fortalecerá la libertad que anida en nuestras almas, alejados de una propaganda tóxica que pretende hacerse pasar por ciencia.

Este libro nos permite vislumbrar un futuro sin productos tóxicos.

DRA. VANDANA SHIVA

1.Oficializado en 1954.

2.El Punjab se vio gravemente dañado por las acciones criminales de los independentistas y la subsiguiente represión. El régimen se tornó totalitario y la miseria se expandió.

3.www.researchgate.net/publication/292944439_Trends_in_glyphosate_herbicide_use_in_the_United_ States_and_globally.

4.CIIC en español, IARC en inglés.

5.www.baumhedlundlaw.com/toxic-tort-law/monsanto-roundup-lawsuit/where-is-glyphosatebanned; www.carlsonattorneys.com/news-and-update/banning-roundup.

6.Kavin Senapathy, «Opinion: I Was Lured Into Monsanto’s GMO Crusade. Here’s What I Learned». undark.org/2019/06/27/Monsanto-gmo-crusade.

7.peoplesassembly.net/Monsanto-tribunal-and-peoples-assembly-report.

8.«Monsanto No More: Agri Chemical Giant’s Name Dropped In Bayer Acquisition». www.npr.org/sections/thetwo-way/2018/06/04/616772911/monsanto-no-more-agri-chemical-giants-name-dropped-in-bayeracquisition.

Ilustración inédita de Chaunu, 2020.

© Emmanuel Chaunu.

Se sube el telón

Donde comprendimos la magnitud de la tormenta desencadenada por la naturaleza de nuestras investigaciones y lo que revelaban acerca de los delitos industriales.

Una aventura internacional oscura, criminal, judicial, dolorosa, en el centro de la cual no debería encontrarse un científico: esto es lo que relata esta obra escrita a partir del mayor expediente secreto —dos millones y medio de páginas— obtenido en tiempos modernos por la justicia de EE. UU. sobre esta cuestión, específicamente en 2017. Monsanto, una de las principales multinacionales de organismos modificados genéticamente (OMG), pesticidas y medicamentos, y ahora propiedad de Bayer, bajo investigación por introducirlos en el mercado. Mi nombre aparece en el expediente 55 952 veces a lo largo de 20 000 páginas. Durante quince años, centenares de partes interesadas rechazaron y denigraron mi labor como investigador. ¡Ver para creer! Yo era experto en la materia e investigaba estos temas para muchos Gobiernos. Desde 2012, miles de periodistas, agencias de comunicación y consultoras, grupos de presión, militantes pro- y anti-OMG, víctimas y políticos de todo el planeta han hablado de lo que se conoce como «El caso Seralini».

Yo hubiera preferido «El caso Monsanto» o «El caso Roundup». Para el público, este caso evoca imágenes de ratas con tumores impresionantes, de las cuales existe un enorme archivo fotográfico que circula por todo el mundo. De hecho, como mínimo desde 2005,1 la compañía intenta acabar con mi reputación y con una carrera repleta de descubrimientos en torno la toxicidad oculta de sus productos. Mientras tanto, el gigante industrial cambió de dueño y perdió miles de millones de dólares en causas sonrojantes. Siguiendo una estrategia comercial agresiva, lanzó el primer pesticida del mundo, el Roundup, y los OMG agrícolas —convenientemente modificados para que no fueran mortales— con el fin de simplificar los monocultivos intensivos.

Fue un huracán devastador. Tanto por vivirlo en primera persona como por tener que desenmarañar la tortuosa investigación que revelamos aquí, cuyo objetivo era defender la salud de todos nosotros y la de nuestro planeta. Imposible hacerlo solo. Este libro está escrito en colaboración con mi amigo y divulgador Jérôme Douzelet —camino ya de tres volúmenes—, que ha seguido todo el proceso con atención, desde mis descubrimientos, antes de ser puestos en tela de juicio, hasta mi salud y la de mi familia, las demandas presentadas, mis reuniones con los abogados estadounidenses, los horribles momentos de sufrimiento y las victorias inéditas. Hemos asistido conjuntamente a conferencias donde abordábamos estos temas delante de miles de personas, en numerosos países donde el «Caso» nos perseguía. A partir de aquí, el texto será en primera persona en aras de hacer más fácil la lectura.

A menudo, los periodistas o el público de mis conferencias me preguntan cómo ha cambiado mi vida después de haber denunciado estos hechos y a qué amenazas me he enfrentado —o me estoy enfrentando todavía— a raíz de mi trabajo de investigación. ¿Por qué? Varios documentales han tratado de explicarlo. Mi primera reacción es decir que yo nunca me he considerado un «informador», sino un mero investigador público que cumplía con su deber. He publicado las conclusiones a las que he llegado y, como haría cualquier profesor universitario, he dado las explicaciones pertinentes siempre que destapaba o descubría algo nuevo o grave. Informar e interactuar con el público forma parte del trabajo del docente-investigador, un aspecto en el que hizo especial hincapié un antiguo decano de mi universidad durante la Feria de la Ciencia. He sido víctima de todo tipo de amenazas, y de cosas aún peores, del tipo de los que practican los regímenes dictatoriales. Lo comprobé claramente durante la entrega del Premio Internacional al Informador en Alemania de 2015, gracias a las muy pertinentes imágenes que iba mostrando la maestra de ceremonias durante su discurso.

En mi entorno profesional, primero me enfrenté a la indiferencia cómplice, al negacionismo, al sarcasmo, incluso a una amable condescendencia: «Tú te lo has buscado. Te podrías haber dirigido a las autoridades». Menudencias, si lo comparamos con lo que iba descubriendo: crímenes llevados a cabo por propietarios de sustancias químicas con evaluaciones intencionadamente descuidadas o mal realizadas. A pesar del escándalo creciente, yo seguía avanzando con mi pesada responsabilidad como una bestia de carga, haciendo mi labor y contando con el apoyo inestimable de mi equipo cada vez que en comisiones oficiales otros me susurraban que «mi carrera estaba acabada». Tras mis conferencias, personas anónimas que decían estar muy bien conectadas dejaban caer amenazas contra mi familia o mi persona. En el terreno profesional, diversos colegas me pidieron que no sacudiera más el tablero para evitar «descarrilar», al tiempo que algunos miembros de mi equipo sufrían todo tipo de presiones en el trabajo.

Entonces, de pronto, un antiguo presidente de la Asamblea Nacional me amenazó con abrir un expediente de investigación por «fraude» —un delito por el que podrían despedirme—. Un primer ministro exaltado, posteriormente exiliado en España, despertó al decano de la Universidad de Caen en busca de mis famosas ratas. Los fabricantes y sus expertos me atacaron en los medios, dirigiendo sus críticas más hacia a mi persona que hacia mi labor de investigación científica. En la dirección del Instituto Nacional para la Investigación Agronómica (INRA), se ensañaron contra mí: no querían activistas y, además, creían que mis publicaciones habían sido escritas por otros y, por lo tanto, que tenían que ser obviadas. Las advertencias se sucedían; unas versaban sobre que «podía pasarme algo». Mi perfil de Wikipedia cayó en manos de troles, que lo reescribieron con mala fe, citando a blogueros y no mis referencias científicas —un proceder que la enciclopedia electrónica parece aceptar—. Incluso el menosprecio más grosero puede dejar una mancha fosilizada en el seno de la comunidad científica: incita a que los indecisos te den la espalda, despierta dudas —un objetivo estratégico perfectamente definido—, lo cual, a su vez, te veta el acceso al tipo de financiación que requiere el trabajo de investigación que yo hago y que era obligatoria para la investigación experta necesaria sobre un producto tóxico antes de su comercialización, que a la postre generaría miles de millones en beneficios. Me insultaron a mí y a la gente que me apoyaba en las redes sociales, pidiendo mi dimisión de la Universidad de Caen. Este trabajo lo ejecutaron agencias de comunicación enteramente dedicadas a este cometido.

Distintas academias francesas, sin haber siquiera consultado a los expertos, tocaron a rebato y se pronunciaron sobre mi caso de manera precipitada, sin revisar mis resultados ni preguntarme al respecto. Inmediatamente después, emitieron sus opiniones en beneficio de distintas organizaciones en California, donde se votaba el tema de los OMG, algo que nunca antes había ocurrido.2

Me daba la sensación de que, de un momento a otro, aparecerían las fuerzas del orden para ponerme las esposas en el pasillo de mi propio laboratorio. Veinticinco camionetas de gendarmes perseguían a los manifestantes que seguían siéndome fieles en París, durante el primer juicio por la demanda que presenté por difamación. Mi trabajo de investigación y las fotografías de los tumores de las ratas que provocaba el Roundup —y los OMG que habían sido modificados expresamente para absorberlo— se vieron en todo el mundo en el lapso de unos pocos días, lo cual provocó que Rusia y otros países prohibieran de inmediato los OMG que yo había testado. En otros tantos países mi investigación fue objeto de duras críticas por parte de periódicos, organismos reguladores y distintas autoridades, desde Europa hasta Australia. ¿Qué leyes divinas había quebrantado para provocar tal cataclismo? No había afirmado que la Tierra no era redonda ni puesto en duda la presencia del hombre en la Luna. Me había limitado a describir con todo detalle los efectos sobre la salud humana, en dosis autorizadas, del principal pesticida del mundo.

En mi terquedad —como pocas mulas tienen, asegura mi coautor—, y habiendo verificado mis resultados centenares de veces, no daba mi brazo a torcer cuando mis allegados me pedían que lo dejara estar…, y me lo decían estando yo postrado en una cama de hospital, intubado hasta las trancas, en cuidados intensivos, exhausto y con magulladuras. Puede que en el fondo aquello revelase en mí una cierta inocencia infantil frente al poderío de empresas multimillonarias que estaban más que nerviosas por culpa de mis descubrimientos. O la sencilla voluntad de hacer —y acabar— bien mi trabajo, un valor que me habían inculcado mis progenitores.

Desde luego, sea como fuere, sí que evidenciaba el deseo, por un lado, de entender cómo y por qué había una incidencia tan alta de cánceres, de malformaciones infantiles, de deficiencias orgánicas mortales, renales o hepáticas, y, por otro, de saber si se podían evitar. Decidí dedicarme a algo que estaba por encima de mi propio interés.