Los que vuelan - Carlos Bonilla - E-Book

Los que vuelan E-Book

Carlos Bonilla

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Beschreibung

Los que vuelan ¿Que pasa cuando eres un adulto siguiendo tus sueños de niño? Los que vuelan habla sobre esas historias o aventuras cuando tomas la decisión de salir a conocer el mundo, seguir tus sueños como emigrante, cuando plan B se convierte en tu plan A y de pronto nos chocamos con otra cultura a la que tienes que adaptarte; el viaje exterior e interior para encontrarse y descubrir que hay afuera en un lugar que no es tu país y que lo tendrás que llamar hogar.

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Seitenzahl: 136

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Los que vuelan

Los que vuelan

Copyright © 2021 Carlos Bonilla

Ninguna parte de este libro se puede reproducir parcial o total, o compartir en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o de otro modo, sin el permiso expreso por escrito del editor.

Diseño de portada por Carlos Bonilla

Corrección Texto, Jonathan Laguan

Prefacio, Catherine Stuyt

Corrección Prefacio, William Ortíz

Impressum

Los que vuelan

Stand Julio 2021

Carlos Bonilla

Publicado por Carlos Bonilla, Deumentenstr. 20, 90489, Nuremberg

Primera edición

Rosa y Gloria

Este libro va dedicado a mis dos abuelas: la Rosa y la Gloria, mujeres que también vivieron sus propias aventuras y que siempre estarán en la memoria de su familia. Como muy bien Lo dijo una de Ellas: “las mejores historias son las nuestras”.

Prefacio

Así como un Pegaso

Conocí a Carlos en “Area„ (Espacio de danza y creación en Barcelona). Esta escuela ha sido como nuestra casa de encuentro, de ensayos y de danza compartida. En aquel entonces, él recién llegaba a estudiar el tercer año de formación debido a una beca. Yo era la profesora de ballet de ese grupo y recuerdo el día que le conocí y lo recibí por primera vez en clase. Su presencia, mirada, nivel de concentración y entrega destacaban dentro del conjunto de estudiantes de ese año. Su recorrido por el curso fue ejemplar, trabajador excepcional y entusiasta. Siempre se mostró receptivo y abierto. En uno de los reportes que hice, escribí que iluminaba la clase con su energía, y así era y sigue siendo. Verlo en clase, es una afirmación preciosa de la pasión que acompaña al esfuerzo en la danza. En ese año (2011) se hacían evaluaciones para los alumnos de formación con notas (Una nota técnica y otra de actitud). Yo lo evalué con un 8.5 en técnica y un 10 en actitud. Su dedicación me llevaba a recordar mis años de estudiante en Venezuela y reconectar con ese respeto y mística de la danza con la que crecí. Él trajo eso consigo a Barcelona desde El Salvador.

Un tiempo después, de acabar su año de beca, me invitó a bailar con él en una de sus obras, sustituyendo a una de las bailarinas del reparto original. Mi experiencia en danza contemporánea era muy escasa, sin embargo su paciencia, libertad, fuerza creativa y talento como partener y bailarín hicieron más fácil el trabajo. Así bailamos por primera vez juntos en “ONE” su primera creación en Barcelona, tras ella compartimos en “PLAY”, “OVNI” y “ EL ENCUENTRO”. Bailar a su lado no solo significó aprendizaje y disfrute, sino también la preciosa oportunidad de conocer y compartir con bailarines y personas maravillosas. Artistas hermosos que Carlos reunió con su ojo sabio y su sensibilidad.

Como creador le admiro mucho. Siempre auténtico, interesante, explorador, aventurero y libre. Sus obras hablan desde la fisicalidad, pero también desde la poesía. Carlos crea mundos inesperados en sus piezas, composiciones que a través de sus formas y su propio lenguaje transportan a paisajes tan diversos como humanos.

Sus trabajos coreográficos no muestran temor a salirse de lo convencional, ni a mezclar estilos, sus obras se mueven como él, sin miedo, sin límites. Se propuso crear un festival de danza en su país y así lo hizo. El Festival Internacional “+DANZA EL SALVADOR”, con el objetivo de crear puentes entre la danza de El Salvador y Centro América con la danza en Europa. El festival ya cuenta con 6 ediciones en donde han participado excelentes y destacados maestros y artistas de diferentes disciplinas. Son muchos los profesionales que, como yo, hemos tenido la suerte de ser invitados al festival y hemos tenido la dicha de compartir al amor por la danza que nos une. En tres ocasiones he visitado su país y además de la enriquecedora experiencia como docente y artista que he tenido en cada festival, me quedo con la calidad humana de la gente del Salvador, la entrega y pasión de sus bailarines y las bellezas naturales de ese hermoso país. Carlos me ha mostrado su tierra, su familia, su gente, su playa, su campo, regalos de la vida que siempre le agradeceré.

Si Carlos fuese un animal pienso que sería alguno alado. Algo así como un Pegaso, con alas fuertes y robustas, como con las que los griegos representaban el amor y la victoria. Su mirada al futuro, sus ánimos de experimentar y su energía vital son inspiración para muchos de los que hemos tenido la suerte de tenerle cerca. No me sorprendió mucho cuando un día estando en casa de su familia en El Salvador, Doña Gloria, su madre, lo llamó por el sobrenombre que le tiene desde niño: ¡PÁJARO!

Barcelona, 24 de junio 2021

Catherine Stuyt

Siempre me he sentido fascinado por esos momentos en que nos sentamos y hacemos un círculo para platicar, cuando no hay más sonidos que nuestras propias voces y contamos cuentos, anécdotas, leyendas o escuchamos a alguien tocar la guitarra. Son esos momentos los que llevan nuestra mente a otros lugares, todo gracias a esas historias, a veces experiencias personales, que te hacen recordar y te aceleran el corazón. Esta es la historia de alguien que, como muchos otros, decidió salir a explorar parte de este mundo siguiendo sus sueños. Comenzamos...

¿Cuál es mi lugar?

Desde muy pequeño sentí que no encajaba en el lugar en que estaba. Me sentía diferente y, en ocasiones, no entendía el mundo en el que vivía. Me hacía mil preguntas de porqué esto y no lo otro. Sin embargo, esa no era una razón para sentirme triste, sino todo lo contrario: me hacía preguntarme cuál es mi lugar y, a lo mejor, comenzar la aventura de la búsqueda de ese lugar que existe en mis pensamientos más profundos. Creo que esa imaginación es lo que siempre impulsó mi curiosidad. No sé si considerarme un soñador o un explorador, pero lo que sí me considero es un afortunado.

Quizás fueron las circunstancias que viví en mi círculo familiar o quizás los dibujos animados de mi época con finales felices, pero crecí en una burbuja que me separó de historias tristes. Fui bastante ingenuo o, quizás, no vivía con personas de pensamiento pesimista, de las que te dicen: “¡Tú no puedes cumplir tus sueños!”. Creo que esa fue la razón que me hizo sentir diferente a los demás. Creía que todo era posible porque donde yo nací no nos enseñan a volar.

A mis primeros recuerdos les llamo “La educación militar”. Quizás se escuche un poco exagerado ese término, pero mis padres querían que sus hijos fueran perfectos, lo mejor, los que tienen una buena vida y, claro, no los puedo culpar. Veníamos de un conflicto armado que no viví y ellos sí. Conocieron una guerra que cobró muchas vidas, donde la gente desaparecía para nunca más volver o pasaban sus días esperando que las bombas estallasen lejos de casa.

Sin embargo, en mi niñez, en el país apenas comenzaba algo parecido a “La Paz” o, más bien, un poco de tranquilidad. No se escuchaban disparos por las calles y, en lugar de ello, escuchabas a la señora que vende el pan fresco y caliente decir: “¡El pan!”, tan fuerte que la podías oír a muchas calles de distancia. Muchas cosas que viví en ese entonces, por supuesto, no las entendía. Como niño, no tenía idea de a qué le temían mis padres porque no conocí esa guerra, tampoco sus historias. Solo sé que, con mucho esfuerzo, lograron emigrar a la capital buscando un provenir mejor para ellos y sus futuros hijos. Por todo eso eran muy estrictos en casa y la regla era: “Si haces todo bien y eres un buen ciudadano, hay muchas posibilidades de salir adelante”. La educación era importante. Sin embargo, para la clase social baja no es garantía del cien por ciento de éxito. Durante su vida conocieron a varias personas que también se quedaron en el camino. Muchos estudiaron y no consiguieron el trabajo que soñaron. Otros decidieron trabajar desde muy jóvenes porque pensaron que eso les daría una mejor vida, pero nunca lograron comprar su casa y otros decidieron emigrar a Estados Unidos, pero no lograron cruzar la frontera. En fin, ellos conocían muchas historias sin final feliz, pero yo no.

Empecé a crecer y, por tanto, a ser más consciente de lo que veía en casa. Yo era un niño normal, de piel morena, ojos negros, delgado, ojos chinos y con el cabello indomable. Es decir: producto cien por ciento local. Uno de mis recuerdos más extraños es cuando llegaba la Navidad y ver la cama con muchos regalos de diferentes tamaños, envueltos con papeles de muchos colores y que no eran para ninguno de mis hermanos o para mí. Por cierto, somos tres hermanos. Volviendo a la historia… vi a mis padres envolver regalos y, en ocasiones, yo también los envolvía. Seguramente tenía entre 7 u 8 años en ese momento y esperaba muchas cosas para mí. Estaba seguro que vendría algo grande, al fin y al cabo, como digo en broma hoy en día: “Yo los hice papás”. Recuerdo que ese año me llegó una trompeta de plástico color azul. No recuerdo si me gusto o no. Mis hermanos creo que también recibieron algo parecido. Si no me equivoco fueron una guitarra y un tambor. Pero, lo importante para mí era recibir algo, al fin y al cabo, es lo que hacemos para Navidad: “recibir regalos” y más cuando eres niño.

Hasta ese momento yo era feliz porque tenía mi regalo. Sin embargo, venía el momento de entregar los regalos para Navidad. Sabía lo que algunos regalos eran porque yo los había envuelto. Esos eran regalos que se entregaban a los demás miembros de la familia: a la abuela, a los primos, a las tías (mis tíos no los recuerdo en la lista de regalos, creo que mi familia principalmente era un matriarcado porque muchos de los maridos se habían ido con alguien más y ellas habían decidido continuar con su vida y sacar a su familia adelante sin buscar a otro hombre). También había regalos para sus ahijados, que eran muchos. Todavía recuerdo haber estados en muchos bautizos aburridos (no es justo que nos hagan pasar por esas experiencias a los niños ¡Ja ja ja!). Ciertamente eran muchos ahijados. Seguramente vieron en mis padres buenos padrinos, además de ser un referente de lo que se considera buenas personas en nuestra sociedad. Ellos siempre han sido muy queridos por todos. Además, también daban regalos a personas que yo no conocía, algunos ya de edad avanzada o en lugares bastante pobres donde sus casas eran de barro o de lámina. Siempre me dije que, si tenían regalos para los demás, ¿por qué no tenían más para mí? Yo esperaba que no entregarán un regalo y que ese fuera para mí, sin importar lo que fuera. Siempre me pregunté: ¿Por qué tantos regalos para los demás?

Como cualquier niño nunca entendí la explicación y creo que, igualmente, aunque nos hubieran explicado no hubiéramos entrado en razón Ellos simplemente me decían que siempre hay alguien más que lo necesita y eso tampoco lo podía debatir… aunque quisiera. Aprendí a ver que hay gente tan necesitada que, quizás, mi familia vivía muy bien, a pesar que mis padres eran maestros en escuelas públicas con doble turno y con salarios bastante injustos. Siempre me hicieron ver el vaso medio lleno porque eran ellos los que compartían con los demás.

En las navidades siempre rondaban preguntas en mi cabeza: ¿Por qué hay tanta gente pobre?, ¿cómo sobreviven?, ¿hicimos algo bien que ellos hicieron mal?, ¿por qué nací donde nací?, ¿qué es lo justo?... en fin, todo ese tipo de preguntas, algunas bastante existenciales, como podrán notar. Podía observar que eran personas aparentemente buenas y amables en situaciones difíciles y, además, que estaba normalizado vivir con tan poco. Creo que simplemente aprendieron a vivir en esa situación y aceptaron que para ellos ese era su mundo.

Mi madre, una mujer bajita con el cabello rizado al estilo de los ochenta, tiene una costumbre: le gusta llegar de visita por sorpresa. A veces solo llama para saber si están en casa y poder aparecer en su puerta, Pero, por supuesto, lo importante, pero muy importante, siempre es llevar algún presente. Generalmente suele ser frutas o pan dulce, porque así fue la educación que recibió ella. Si vas a casa de alguien, no te presentes con las manos vacías, decía. Sin embargo, no considera correcto que la lleguen a visitar de sorpresa con un presente. Contradictorio, ¿no? Ella tiene una frase que, hasta el día de hoy, no se cansa de repetir: “Siempre es mejor dar que recibir”. Lo gracioso es que a ella no le gusta que la frase la apliquen con ella… pero, ¡el karma existe!

Las otras vidas

No sé mucho de la vida de mis padres antes de la llegada de sus hijos y tampoco recuerdo que ellos compartieran sus experiencias más personales de cómo se vivía antes. Pienso que ellos tuvieron una vida muy dura y, a lo mejor, les trae a la memoria recuerdos desagradables, Hasta hoy, sé que ambos crecieron en el campo, que mi madre siempre quiso estudiar y que durante su infancia sabía que esa era la única forma de salir adelante. Ella hizo todo lo posible para ir a la escuela, aunque en casa nunca la motivaron y, más bien, querían que aprendiera un oficio o cómo hacer bien las “cosas de la casa”. Ella se matriculó en la escuela sola y rellenaba por sí misma cualquier documento que necesitase. Creció en casa de su abuela, la cual no sabía ni leer ni escribir, algo normal para la época. Para llegar a la escuela más cercana caminaba kilómetros por caminos de tierra, a través de los campos donde sembraban maíz, por granjas donde veían vacas, gallinas, cerdos, pavos, y llevaba sus cuadernos en una bolsa plástica, todo eso mientras caminaba en sandalias. Ese era su día a día y nunca faltó a clases.

Por otra parte, mi padre es un hombre alto, delgado (al menos, hasta el momento la boda) y con un bigote tipo mostacho, o como también le dicen: “Estilo Pedro Infante”. Sobre él, mi abuela me contaba que lo enviaron a la escuela, pero que le gustaba más trabajar. Él iba al campo a cortar algodón, trabajaba con el tractor en las épocas de siembra-cosecha y, con el molino que tenían en la casa, generalmente llegaban a moler maíz, chicharrón o algún grano que hiciera falta. Era “el hombre de la casa” y el hijo mayor sobre quien recaían muchas responsabilidades. Sin embargo, no abandonó y continuó con sus estudios hasta convertirse en maestro, al igual que mi madre.

Mis padres siempre estuvieron muy ocupados. Tenían tres hijos, una casa que pagar y algunas personas más a quienes ayudar, porque cuando creces en el campo y vas a trabajar a la ciudad, una regla es ayudar al siguiente para que pueda estudiar, sin olvidar estar pendiente de lo que necesiten tus padres o tus abuelos y, en ocasiones, ayudar a alguien de la familia que lo esté pasando mal.

En fin, yo nunca tuve las cosas que tenían los demás, pero nunca me sentí pobre. No recuerdo alguna situación en que no tuviéramos comida o no tuviéramos dónde vivir. Mi madre lo tenía bien claro y se aseguró de eso. Siempre dijo: “´Primero la casa, después los hijos y, además, mi propio trabajo, porque no quiero que ningún hombre me mantenga”. Siempre pensó en darnos lo que ella no tuvo, aunque casi “la deja el tren”, como se diría en el país. Según mis cuentas, yo nací casi a los 30, cuando en el país a los 14 o 15 años las jóvenes suelen acompañarse y comprometerse en matrimonio. Ella, sin saberlo, fue una feminista. Podria ser que se adelantó a su época en varias materias y, por supuesto, haber sobrevivido una guerra la hizo una mujer fuerte.

¡Hola, escuela!

Regresando a la niñez, a los 11 años vino para mí algo que significó una de las épocas que a veces trato de olvidar: “mi niñez en el colegio”. En estatura era uno de los más pequeños y en edad también. Mis padres nos inscribieron en el mejor colegio que pudieron pagar, por lo que tenían doble jornada de trabajo. Ellos son profesores de escuelas públicas con grupos de 40 alumnos o, incluso, más y, por la necesidad de sus trabajos, entré un año antes de lo normal al colegio, por lo que pasamos la mayor parte del día con una muchacha que nos cuidaba. Quizás por eso no sentía la confianza de contarles muchas cosas, por la falta de tiempo en familia, pero lo que sí recuerdo es que en el colegio era capaz de hacer la interminable fila para comprar alguna golosina todo con tal de no tener contacto con nadie. Era pequeño, flaco y pensaba que era débil. Era muy fanático de ver documentales de animales y consideraba el colegio como el reino animal, donde la presa siempre es el más débil y… ¡yo era una presa bastante fácil! Por eso siempre fui ese al que molestaban cuando los demás o, como hoy en día se dice, era el que sufría “bulling”.



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