Los sacramentos en la Nueva Alianza - Alfonso Berlanga - E-Book

Los sacramentos en la Nueva Alianza E-Book

Alfonso Berlanga

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Los siete sacramentos son fuente de salvación, que alimenta y robustece la vida de los bautizados. Partiendo de la Revelación de Dios y siguiendo el Catecismo de la Iglesia Católica, el autor ofrece una breve iniciación a cada sacramento y el modo de celebrarlo: la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), la sanación (Penitencia y Unción de los enfermos) y el servicio de la comunión (Matrimonio y Orden sacerdotal).

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ALFONSO BERLANGA

LOS SACRAMENTOS EN LA NUEVA ALIANZA

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2023 byAlfonso Berlanga

© 2023 by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15 - 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-6418-7

ISBN (versión digital): 978-84-321-6419-4

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

A mi amigo y hermano Antonio y a su adorable Cristina, junto a sus retoños.

A mis hermanas que, discretamente, lo sostienen y facilitan todo.

ÍNDICE

SIGLAS Y ABREVIATURAS

PRESENTACIÓN

1. COORDENADAS ESENCIALES Y CONCEPTOS CLAVE SOBRE LOS SACRAMENTOS

1.1. Coordenadas esenciales

1.2. Conceptos clave: sacramento, celebración y encuentro

2. CELEBRAR LOS SACRAMENTOS

2.1. Quién celebra

2.2. Cómo celebrar

2.3. El fin de los sacramentos

3. LOS SACRAMENTOS DE INICIACIÓN CRISTIANA: BAUTISMO, CONFIRMACIÓN Y EUCARISTÍA

3.1. Bautismo y confirmación

3.2. Eucaristía

4. LOS SACRAMENTOS DE CURACIÓN: PENITENCIA Y UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

4.1. La penitencia de los bautizados

4.2. La unción de los enfermos

5. LOS SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA COMUNIÓN: MATRIMONIO Y ORDEN SACERDOTAL

5.1. El sacramento del matrimonio

5.2. El orden sacerdotal

CONCLUSIÓN GENERAL. Una espiritualidad bautismal, eucarística, doxológica y misional

BIBLIOGRAFÍA

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Dedicatoria

Comenzar a leer

Bibliografía

Notas

SIGLAS Y ABREVIATURAS

CEC

Catecismo de la Iglesia Católica

CIC

Código de Derecho Canónico 1983

DV

Concilio Vaticano II, constitución

Dei Verbum

(18.XI.1965)

FC

Juan Pablo II, Exhortación apost.

Familiaris consortio

(22.XI.1981)

GS

Concilio Vaticano II, constitución

Gaudium et spes

(7.XII.1965)

LG

Concilio Vaticano II, constitución

Lumen gentium

(21.XI.1964)

SC

Concilio Vaticano II, constitución

Sacrosanctum concilium

(4.XII.1963)

SCar

Benedicto XVI

, Exh. apost.

Sacramentum caritatis

(22.II.2007)

PRESENTACIÓN

«El cristianismo no es una especie de moralismo, un simple sistema ético (…). El cristianismo es ante todo don: Dios se da a nosotros; no da algo, se da a sí mismo. Y eso no solo tiene lugar al inicio, en el momento de nuestra conversión. Dios sigue siendo siempre el que da. Nos ofrece continuamente sus dones. Nos precede siempre. Por eso, el acto central del ser cristianos es la Eucaristía: la gratitud por haber recibido sus dones, la alegría por la vida nueva que él nos da»1.

Este mensaje del papa Benedicto XVI encuadra bien nuestra introducción a los sacramentos. También el s. xxi es tiempo de nueva evangelización2 y la Iglesia persevera en su tarea de servicio, testimonio, anuncio y santificación, en medio de persecuciones patentes o de la respuesta indiferente de muchos. Todavía hoy, a ojos de nuestros contemporáneos, ciertos aspectos de su vida y misión resultan incomprensibles y ajenos a sus vidas. Es el caso de los sacramentos.

La teología quiere prestar su servicio a la fe y asume las preguntas de cada generación. Busca modos nuevos de proponer el tesoro de fe y de vida que son los sacramentos, atendiendo a la época histórica y al nivel de enseñanza que se precise: la investigación de los expertos, el bachiller teológico, la religión en la escuela o la catequesis. Gracias al trabajo de teólogos y pastores, disponemos además de un catecismo universal —el Catecismo de la Iglesia Católica (1992)— que contiene una síntesis doctrinal «con un lenguaje descriptivo y sapiencial, dirigido a transmitir la verdad y hacer viva la fe, en orden a actuar y “sentir con la Iglesia”»3.

Este libro quiere ser una obra de iniciación teológica sobre los sacramentos4. Partiremos de las fuentes de la revelación5, profundizaremos en su celebración6 y terminaremos con una síntesis teológica.

Una obviedad sale al paso: los sacramentos o se celebran…o no existen. Es decir, antes que la reflexión (teología) va su celebración (rito litúrgico). Quienes elaboraron el Catecismo (1992) tuvieron que resolver este problema metodológico, que innovaba el modo tradicional de presentar los sacramentos: «(…) en la comisión del Catecismo se planteó continuamente la cuestión referente al lugar que debía ocupar la presentación del rito en la catequesis de los sacramentos. ¿Debía considerarse como un ‘apéndice’ de la doctrina, que debe imprimirse (…) en letra pequeña a continuación de las afirmaciones sobre la esencia y la eficacia de los sacramentos? Cierta teología escolástica tendía a defender ese planteamiento»7. Optaron por una presentación que unía los modos tradicionales de hacer teología (la llamada Teología Sacramentaria Clásica) con las aportaciones en el s. xx de los teólogos del Movimiento litúrgico (Romano Guardini, Lambert Beauduin, Odo Casel…) y del Magisterio pontificio o conciliar (Mediator Dei, Mystici Corporis y el Vaticano II).

La estructura del Catecismo nos ha ayudado a preparar nuestro índice. De sus cuatro partes (la profesión de la fe, la celebración del misterio cristiano, la vida en Cristo y la oración en la vida cristiana) nos centraremos en la IIª (nn. 1066-1690). Estos números están organizados del siguiente modo: con una Parte general, que contiene los temas enseñados por la Sacramentaria General y por la Liturgia fundamental (Primera sección, nn. 1066-1209), y una Parte específica para cada uno de los sacramentos (Segunda sección, nn. 1210-1666). Su lectura ha sido una referencia constante para nosotros, pues ha inspirado los caps. 1 y 2 (serán los más novedosos para el lector), dándonos las coordenadas esenciales y los conceptos clave para entroncar los sacramentos con la historia de la salvación (cap. 1), y haciéndonos descubrir las implicaciones de su celebración litúrgica (cap. 2). Además, nos ha ofrecido una clasificación pedagógica de los sacramentos en tres grupos: sacramentos de la iniciación cristiana (cap. 3), de curación (cap. 4) y de servicio a la comunión (cap. 5).

Los sacramentos, como fuente de salvación y como expresión de la fe de la Iglesia, presuponen, alimentan y robustecen la vida nueva8 de los bautizados (Rm 6,1ss.), y les posibilita vivir su vida como un culto espiritual (Rm 12, 1ss.). De ahí el interés por cerrar este manual de iniciación con unos apuntes sobre una espiritualidad que nace y vive de los sacramentos (Conclusión general).

Capítulo 1.COORDENADAS ESENCIALES Y CONCEPTOS CLAVE SOBRE LOS SACRAMENTOS

Como señalábamos en la Presentación, los dos primeros capítulos abordan cuestiones comunes a todos los sacramentos. Para mostrar la vida que en ellos habita, tenemos que remontarnos a la historia del pueblo elegido y salvado por Dios, de donde nació la Iglesia, el nuevo Israel.

El judaísmo y el cristianismo se autodenominan religiones reveladas. Deben su existencia a una acción libre de Dios y no a la iniciativa del hombre. Ambas se apoyan en acontecimientos realizados por Dios en la historia: la creación del mundo, del hombre y de la mujer, y en la revelación divina hecha al pueblo de Israel. Los cristianos, además, reconocemos el hecho de la Encarnación del Verbo, el nacimiento de la Iglesia y la Resurrección de Jesús. Son acontecimientos históricos y también insólitos, ya que el hombre nunca podría haberlos realizado y ni siquiera imaginado hasta que tuvieron lugar. Finalmente, son hechos que se mantienen vivos para ambas tradiciones religiosas, pues son transmitidos por una comunidad viva, de una generación a otra, y son recibidos mediante la fe y la escucha. Estos acontecimientos han sido recopilados en los libros de la Biblia y perviven en el culto de estas dos tradiciones.

La Biblia recoge algo más que la memoria de una antigua cultura del Mediterráneo. El pueblo judío reconoce que hace tres mil años conoció a yhvw y estableció con Él una Alianza9. El argumento religioso de la Biblia es el relato de yhvw, el Dios único, creador y gobernador del mundo, que escoge a un pueblo (elección) para establecer con él un pacto (alianza) y convertirlo en su instrumento de salvación para todas las naciones (misión). Con este propósito, acompañó el caminar de este pueblo con intervenciones portentosas, y les envió hombres escogidos (jueces, reyes y sacerdotes), para guiarlos en su nombre a cumplir la voluntad divina y recibir sus promesas (tierra prometida, protección, alimento, fecundidad…). yhvw es el Santo de Israel (Is 43,3) que alecciona y protege a su pueblo, tal como hace una madre con su hijo (Is 49,15).

Pero Israel no mantuvo su palabra y recayó en la idolatría y en la superstición. Tampoco entonces yhvw desiste y sigue empeñado en recuperar el amor de aquella nación, como hace un Esposo fiel (Os 2,21-22). Las enseñanzas y correcciones de sus profetas invitaron a Israel a renovar la alianza.

En la Biblia judía pueden distinguirse tres grupos de escritos: los libros históricos, los libros proféticos y otros escritos. Los primeros cuentan, en sentido amplio, la historia del pueblo hebreo; los segundos, la vida y las enseñanzas de los profetas que orientan al pueblo en nombre de Dios; por último, los escritos sapienciales y los salmos, principalmente. Los cristianos añadieron a estos libros sagrados los evangelios y los escritos de los apóstoles10. Todos estos libros sagrados han recibido el nombre de Testamento, que significa precisamente alianza.

A san Pablo le debemos el nombre de Antiguo Testamento para referirse a los escritos atribuidos a Moisés. En el s. ii este nombre se extendió a los demás libros sagrados. El nombre de Nuevo Testamento procede del oráculo del profeta Jeremías (31,31) que anunciaba una nueva alianza.

La Alianza fue renovada varias veces: con Noé después del Diluvio (Gn 9,1-17); con Abraham (Gn 15,7-20) y posteriormente con su hijo Isaac (Gn 22,1-19) y con Jacob (Gn 28,10-22); después con Moisés, en la Pascua, y en el Sinaí tras la liberación de Egipto (Ex 24,1-8); más tarde, la alianza con Josué en Siquem (Jos 24,25-28), con el rey David (2S 7,4-16) y con su hijo Salomón en el Templo (1R 8,1-13); y la alianza con todo el pueblo después del destierro en Babilonia (Ne 8,1-10.40).

En estos pactos o alianzas distinguimos elementos comunes:

la iniciativa de Dios, para elegir a un hombre como interlocutor y mediador con el pueblo.

el mediador propone al pueblo un cambio de vida, y le promete bienes futuros, cuando se conviertan de sus malas costumbres y den culto al único Dios.

el pacto se ratifica de modo solemne con un compromiso de palabra y con la ofrenda de un sacrificio (de comunión, holocausto o de purificación).

En el siglo i de nuestra era, Israel celebraba la renovación anual de la Alianza en las principales fiestas de su calendario religioso, como son la Pascua, Pentecostés y las Tiendas. Israel es un pueblo que ha aprendido a orar en cualquier circunstancia y a recordar los beneficios de Dios, celebrando los aniversarios y manteniendo su esperanza en Él.

Cuanto hemos dicho hasta ahora parece tener poca relación con nuestros ritos sacramentales. Sin embargo, nos coloca en la perspectiva adecuada que el Catecismo recoge. La celebración y vivencia de los sacramentos en nuestros días recuperan su fuerza y sentido si los leemos conectados con esta historia de salvación y de alianzas. Para los cristianos, el valor de esta historia es enorme, pues es la raíz y el tronco donde se injerta Cristo y su nueva y definitiva Alianza. La vida y la obra del Mesías asumen este legado: se encarna en la aldea del rey David gracias al consentimiento de una doncella hebrea; practica las costumbres antiguas y la religiosidad del pueblo elegido; predica la llegada del Reino de Dios y elige a doce cabezas de familia del nuevo Israel; propone una lectura exigente y novedosa de la Ley y, por último, establece la nueva Alianza mediante un sacrificio ritual, precisamente en el contexto de la Pascua judía.

1.1. Coordenadas esenciales

Para establecer el nexo entre los sacramentos y esta tradición de revelación y alianza, fue necesario un trabajo teológico ingente. Con la publicación en el s. xx de muchas fuentes antiguas (bíblicas, litúrgicas y patrísticas), hemos redescubierto cómo los Padres de la Iglesia leían e interpretaban la Escritura desde una profunda unidad. Los teólogos contemporáneos han rescatado tres conceptos clave para esta lectura unitaria: la historia de la salvación (ya mencionada), la lectura tipológica y la economía sacramental. Hablemos de estas dos últimas.

Historia de la salvación, lectura tipológica y economía sacramental

Con este título nos referimos a un modo de leer la Biblia que conecta e interpreta hechos del Antiguo Testamento (acontecimientos, personajes o instituciones) con hechos futuros de la vida de Cristo11 y de la comunidad apostólica. Distinguimos, por tanto, dos realidades íntimamente relacionadas: el evento veterotestamentario (denominado typos: figura, prefiguración) que se cumple en plenitud en el evento del Nuevo Testamento (denominado antitypon: realidad).

La tipología puede dividirse en dos modelos: si establece conexiones entre las acciones de Dios y su cumplimiento en el NT, se llama sencillamente tipología bíblica. Si lo hace entre los sucesos y promesas del AT y los relaciona con los sacramentos de la Iglesia, se denomina tipología bíblico-sacramental.

Estas dos modalidades de leer/interpretar ya se encuentran en el Evangelio de Juan, los escritos paulinos, en 1 Pedro y la Carta a los hebreos. Por ejemplo, san Pablo afirma: «Estas cosas sucedieron como en figura para nosotros, para que no codiciemos lo malo como lo codiciaron ellos» (1Co 10,6): san Pablo habla de los avatares del pueblo en el desierto (estas cosas) y muestra su valor para los cristianos. Considera que cuanto vivió el pueblo con Moisés en el desierto era anuncio o figura (typos) de las enseñanzas y de los signos obrados por Cristo durante su vida terrena (archetypos), y luego prolongados en los sacramentos de la Iglesia (antitypon).

Los Padres de la Iglesia leyeron de este modo la Escritura. Así, por ejemplo, los prodigios narrados en el libro del Éxodo para salir de Egipto no los comprendieron solo como acontecimientos pretéritos o enseñanzas ejemplares de la historia; tampoco quedaban confinados en el pasado. En el siguiente cuadro traemos un ejemplo de san Cirilo de Jerusalén12:

Iniciativa de Dios Padre

El primer objetivo de la liberación

El camino para liberar

El enemigo

El “lugar” de la liberación

AT

Envía a Moisés

De la esclavitud

Con la sangre del cordero

El faraón

Las aguas del Mar Rojo

NT

Envía a Cristo

Del pecado y de la muerte

Con la sangre de Cristo

El demonio

Las aguas del bautismo

Algunos signos prodigiosos que sirven a la tipología para comprender los sacramentos son: el Ángel exterminador, el paso del Mar Rojo, el maná, las serpientes abrasadoras, la conquista de la tierra prometida (ciclo del Éxodo). Además, las profecías y las promesas anunciaban a la virgen encinta y la llegada del Dios-con-nosotros (Is 7,14), bajo la figura de un Siervo doliente (42, 1-9; 49, 1-6; 50, 4-11; 52,13 — 53,12), que salvaría al pueblo y a todas las gentes, y establecería una nueva alianza en sus corazones (Jr 31,31-33). También es una figura la misma institución real, a la que se le vaticina un trono eterno (2S 7,12-13), un rey en medio de su pueblo (So 3,14-18) y un pueblo bendecido por el Espíritu del Mesías (Ez 36,27). Hay además ciertos personajes que prefiguran a Cristo: los elegidos de yhvw (Abel, Abraham, Melquisedec, Moisés…) o quienes gobiernan las instituciones de Israel (reyes, sacerdotes y profetas).

El Misterio de Cristo, los misterios del culto cristiano

Además de la tipología, los Padres emplearon con frecuencia un término que está presente en toda la Escritura: el mysterium, que ha pasado casi literalmente a las lenguas modernas. Su uso en la cultura griega y en la Biblia ha sido objeto de largos análisis.

En su primera acepción, el misterio designa «una cosa arcana o muy recóndita, que no se puede comprender o explicar» (DRAE). En este sentido, Jesús de Nazaret fue misterioso para sus contemporáneos. No se aclaraban con su nacimiento; sus enseñanzas sembraban la duda sobre algunos aspectos centrales del judaísmo (la limosna, el ayuno, la oración, el Templo y el Sabat). Los milagros confirmaban su origen divino y validaban sus palabras. Nosotros mismos conocemos pocos detalles de su vida, porque los evangelios seleccionan a partir del material disponible13, con un estilo más bien sobrio. No son biografías, sino una recopilación de su predicación y de los hechos que demuestran que Jesús es el Salvador prometido. Unas veces los evangelistas recogen los mismos episodios, otras no. No obstante, son unánimes en presentar los últimos días de su Pasión y Resurrección, hechos insólitos y misteriosos para su mentalidad.

Nosotros nos fijaremos en el uso de mysterium en los evangelios (misterio del reino de Dios o del reino de los cielos) y en san Pablo (misterio de Dios, misterio de Cristo, economía del misterio). Aquí la acepción de mysterium está más elaborada. En el evangelio de Mateo leemos: «A vosotros se os ha concedido el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no se les ha concedido. Porque al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo con parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden (…) no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan, y yo los sane» (Mt 13,11ss.). Jesús anuncia un misterio oculto y presente, solo accesible para la gente sencilla. Esta realidad oculta es el Reino, la vida y la obra de Jesús. Es un misterio que revela verdades ocultas y que es capaz de salvar.

En san Pablo14 encontramos tres expresiones con aspectos centrales de este misterio:

Misterio de Dios

: subraya que Dios es el autor y origen del misterio salvífico, oculto durante siglos.

Misterio de Cristo

, el misterio

que es Cristo

: designa quién lo ha realizado en sí y lo ha manifestado al mundo, Jesús el ungido.

Economía del misterio

: señala que este proyecto salvífico se despliega, es una

economía

, una concesión o distribución; y es universal, un misterio dirigido a todos los hombres, también a los gentiles.

En suma, san Pablo utiliza la expresión Misterio de Cristo para designar el plan de salvación de Dios para salvar al hombre caído, a través de la acción conjunta de su Hijo Amado y del Espíritu Santo. Es el designio escondido durante generaciones y revelado en el tiempo oportuno, con la aparición del Verbo encarnado en la plenitud de los tiempos. El misterio de Cristo es un término que engloba toda su vida (el misterio de Cristo) o bien algunos episodios destacados (los misterios de Cristo), entre los que sobresale el misterio de su Pascua.

El Catecismo ha asumido el pensamiento de san Pablo en varios números que citamos y glosamos a continuación:

«En el Símbolo de la fe, la Iglesia confiesa el misterio de la Santísima Trinidad y su “

designio benevolente

” (

Ef

1,9) sobre toda la creación: El Padre realiza el «misterio de su voluntad» dando

a su Hijo Amado y al Espíritu Santo

para la

salvación del mundo y para la gloria de su Nombre

. Tal es el

Misterio de Cristo (cfr.

Ef

3,4), revelado y realizado en la historia según un plan, una

disposición

sabiamente ordenada que san Pablo llama “la Economía del Misterio” (

Ef

3,9) y que la tradición patrística llamará “la Economía del Verbo encarnado” o “la Economía de la salvación”» (n. 1066).

Para cumplir el designio, Cristo y el Espíritu son enviados por el Padre. Fue benevolente, pues reveló a los hombres la intimidad de Dios como Padre, y les ofreció la posibilidad de ser salvados de la esclavitud. Así como Israel fue liberado y constituido como pueblo, así sucede al nuevo Israel, con la liberación del pecado y de la muerte, y con el regalo de su identidad de hijos. La expresión paulina es neta (Ef 3,9): el designio anunciado y esperado durante siglos en las alianzas con Israel, se hace tangible en la historia, gracias a la vida de Cristo.

Por estos dones de su benevolencia, Dios merece la glorificación de sus criaturas (alabanza y agradecimiento). Estamos en el tiempo de la Iglesia, en la economía, dentro de la misma historia de salvación.

«El día de

Pentecostés

, por la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia se manifiesta al mundo (cfr.

SC

6;

LG

2). El

don del Espíritu

inaugura un tiempo nuevo en la “dispensación del Misterio”: el tiempo de la Iglesia, durante el cual Cristo

manifiesta

,

hace presente

y

comunica

su obra de salvación

mediante la Liturgia de su Iglesia, “hasta que él venga” (

1Co

11,26). Durante este tiempo de la Iglesia,

Cristo

vive

y

actúa

en su Iglesia

y con ella ya de una manera nueva, la propia de este tiempo nuevo. Actúa por los sacramentos; esto es lo que la Tradición común de Oriente y Occidente llama “la Economía sacramental”; esta consiste en

la comunicación (o “dispensación”) de los frutos del Misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia “sacramental” de la Iglesia

» (n. 1076).

La fiesta judía de Pentecostés en el s. I celebraba la Alianza del Sinaí y la entrega de la Ley. En ese contexto se cumplen las profecías y es derramado el Espíritu del Señor sobre el pueblo mesiánico, teniendo a los apóstoles como primicias. El Espíritu, que había sido prometido por Jesús (Jn 14,16), acompaña los pasos de la Iglesia en un tiempo nuevo, a la espera de la Parusía. La Ascensión de Jesús no nos dejó huérfanos: su presencia es la propia de su condición de Resucitado. Por eso la Iglesia confiesa su presencia operativa junto al Espíritu en cada uno de los sacramentos. Es la economía a través de los signos que son los sacramentos.

Los verbos del texto lo expresan con rotundidad: manifestar, hacer presente, comunicar, vivir y actuar. La Iglesia, unida a su Esposo y movida por el Espíritu, comunica los frutos del Misterio pascual con su acción ministerial en la celebración de los sacramentos.

¿Cómo explicar la permanencia del misterio de su Pascua (que es único e irrepetible) en las celebraciones litúrgicas (que son múltiples)? La teología lleva siglos aportando respuestas; en el siglo xx la teología bíblica y la teología litúrgica han presentado respectivamente los conceptos de memorial y de epíclesis, objeto del siguiente apartado.

La teología de Tomás de Aquino propuso la permanencia salvífica de la Pascua de Cristo por la aplicación de los méritos de la Pasión a quienes se acercaran con fe a los sacramentos que la Iglesia administra15. El Concilio de Trento siguió esta línea y expuso las condiciones para la aplicación de tales méritos: «sin los sacramentos o sin el deseo de ellos…» (Sesión VII, canon 4), y sin poner obstáculo a la recepción de la gracia de los sacramentos (canon 6). En el Catecismo Romano se añadió otra explicación: tomando pie de la parábola de Lucas (10,30-35), ofreció una bella imagen sobre la necesidad de sanación del hombre caído quien, a semejanza de aquel peregrino maltrecho, precisó de la atención del Samaritano (Cristo) para curar sus heridas con el agua, el aceite, el alimento y la posada… Los sacramentos eran las medicinas del Samaritano que nos continuaba asistiendo en su Iglesia16.

La teología del s. xx, junto al Movimiento litúrgico y ha ido más allá al explicar la conexión entre el sacramento (signo) y la realidad salvífica oculta (el misterio pascual de Cristo). Gracias a la obra del benedictino Odo Casel (1886-1948), hemos retomado la visión simbólica de los Padres sobre el culto cristiano. En los sacramentos hay algo más que la aplicación de los méritos de Cristo, o la donación eficaz de la gracia significada. En los sacramentos se hace presente la misma obra del Redentor, con un modo de presencia a la que llama mistérica o in misterio, en los símbolos y ritos de la Iglesia.

Memorial y epíclesis

Israel ha aprendido a orar a YHVW y a no olvidar sus hazañas. Su oración por excelencia, la berakah, es una plegaria de bendición y alabanza, una respuesta orante y agradecida a Dios, que recuerda portentos salvíficos transmitidos por la memoria colectiva. Ocurre así en todo su culto y en la fiesta principal de la Pascua. La repetición anual de la cena ritual instituida en el éxodo de Egipto permitía a las sucesivas generaciones rememorar y actualizar aquella famosa noche de liberación. Los ritos propios de esa cena lo hacían posible: la berakah, el cordero, los panes ázimos, las copas de vino... La fuerza actualizadora de esta cena ritual reside en su institución divina, en la fidelidad de Dios y en su mandato memorial perpetuo: «Este día será para vosotros memorable y lo celebraréis como fiesta del Señor; lo celebraréis como institución perpetua de generación en generación»17. Este rito memorial supera así el simple recuerdo histórico o la evocación personal. Quienes celebraban el rito se sabían partícipes de los eventos del pasado en el hoy-ahora de sus vidas, en la presencia de un Dios que también estaba vivo.

El Catecismo asume y supera esta herencia bíblica del memorial cuando celebra el misterio de Cristo en su culto, en estos dos números:

«En el sentido empleado por la Sagrada Escritura, el

memorial

no es solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado en favor de los hombres (cfr.

Ex

13,3). En la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. De esta manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la pascua, los acontecimientos del Éxodo se hacen presentes a la memoria de los creyentes a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos» (n. 1363).

«El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y esta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual (cfr.

Hb

7,25-27): “Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que ‘Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado” (

1Co

5, 7), se realiza la obra de nuestra redención» (n. 1364).

Jesús entronca con el modo de orar, celebrar y recordar de Israel. La Última Cena mantiene el contexto pascual-memorial, pero lo trasciende, como veremos en el capítulo sobre la eucaristía. Nos basta ahora añadir que, junto a algunas novedades rituales y otros episodios18, los discípulos presenciaron elementos que les resultaban familiares, como la oración de Jesús al Padre, llena de alabanza, agradecimiento (una berakah) y de intercesión. Jesús reveló quién era el Padre, pidió por la unidad y anunció el envío del Espíritu: «Él recibirá de lo mío y os lo dará» (16,14) y «os recordará todas las cosas que os he dicho» (14,26). Estas promesas de Jesús se verificaron en la andadura de la iglesia apostólica después de Pentecostés. Desde entonces el protagonismo del Espíritu crece, porque, gracias a Él, los oyentes se mueven a la conversión, los discípulos perseveran en la oración y en las persecuciones, y son enviados con valentía a la evangelización fuera de Jerusalén, las comunidades gozan de carismas para su misión…

Por todo esto, es tal la confianza de la Iglesia en la eficacia de la acción del Espíritu, que el Catecismo