Los tintes de la vida - Regina Vogt - E-Book

Los tintes de la vida E-Book

Regina Vogt

0,0

Beschreibung

Este libro biográfico relata, por medio de anécdotas, fragmentos de cartas y diarios de vida, la historia de dos sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial. Ellos fueron incorporados al Ejército Alemán debido a la invasión de este país a su Polonia natal, hecho que los obligó a participar en aquel acontecimiento que cambiaría al mundo entero y a ellos en particular. En una búsqueda personal de su propio origen y de sus ancestros, la autora descubre estos relatos de sus parientes directos que forman parte de la historia del siglo XX. El texto contiene escenas variopintas, en ocasiones divertidas, sorprendentes y también muy profundas. Es una muestra de la vida misma, con sus altos y bajos, con sus dolores y alegrías, inserta en los vaivenes de la historia mundial, que a nadie dejará indiferente.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 266

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



LOS TINTES DE LA VIDA

Regina Vogt

PRIMERA EDICIÓN Marzo 2024

Editado por Aguja LiterariaNoruega 6655, dpto 132 Las Condes - Santiago - Chile Fono fijo: +56 227896753 E-Mail: [email protected] Sitio web: www.agujaliteraria.com Facebook: Aguja Literaria Instagram: @agujaliteraria

ISBN: 9789564091143

DERECHOS RESERVADOSNº inscripción: 2024-A-2085Regina VogtLos tintes de la vida 

Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático

Los contenidos de los textos editados por Aguja Literaria son de la exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan el pensamiento de la Agencia 

TAPAS Imagen de portada: Regina Vogt      Diseño: Jimena Cortés

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

WAPIENICA, 2002 

PARTE I 

PARTE II

PARTE IIIPARTE IV

PARTE V

PARTE VI

PARTE VII

INTRODUCCIÓN

Sobre la cubierta de mi escritorio he acumulado una gran cantidad de cartas y apuntes.  Mi padre escribió las memorias de su vida en alemán. Su hermano, mi tío, hizo un recuento desde su mirada en castellano, a pesar de que no era su idioma materno.  Además de estos legados tengo en mi poder dos carpetas llenas de cartas. Pertenecían a mi abuelo y fueron escritas en la década post Segunda Guerra Mundial, entre los años 1946 y 1957.  ¿Por qué fueron a dar a mis manos?

Las palabras se desdibujan delante de mis ojos. Es la delicada escritura de mi abuela paterna.  Alcanzo a leer lo que sigue:

“Quise quemar estas cartas, pero no tuve coraje para hacerlo. Mi anhelo es que puedan servirles a las próximas generaciones”.

Comienzo a leer, ya no puedo detenerme. Encuentro la copia de un documento perteneciente a mi abuelo:

“Poder pleno

Mediante este documento autorizo al señor Fryderyk Hallala, domiciliado en Bielsko Slask, Batorsko 12, para representarme tanto a mí como a mis herederos en todos mis asuntos tanto legales como particulares.

Mi representante legal estará facultado especialmente en lo que dice referencia a mi condición de copropietario  

para que se administren en fideicomiso las siguientes empresas:

Leopold Vogt. Propiedad de O.&E. Vogt. Tintorería, Lobnitz, Bielitz.

Industria de Esmeriles Silesiana Vogt & Co. Propietarios O. & E. Vogt, Lobnitz, Bielitz

Garmisch- Partenkirchen, 6 de Julio 1945”.

Se trata, sin duda, de las empresas que mis abuelos tuvieron que abandonar al final de la Segunda Guerra Mundial en Silesia (Polonia), y nunca más recuperaron. La guerra desmoronó todo: familias enteras fueron separadas, y se conquistaron nuevos mundos.

Mis abuelos se atrevieron a cruzar el Atlántico con destino a Sudamérica, lugar en el cual el hijo mayor se estaba forjando una nueva vida. Los demás integrantes de la familia le siguieron el paso.

Encuentro una declaración de mi abuelo en sus cartas:

“Nosotros mismos tomamos esta decisión, nuestra meta es y será darle la espalda al Viejo Continente. Intentaremos hallar una nueva patria para nosotros y nuestros hijos. Quiera Dios que sea más tranquila y exitosa para ellos”.

Ese país ahora es mi patria, Chile. Recorro lentamente el camino al pasado, para poder comprender mejor la historia y empaparme de mis orígenes.

Este libro contiene trozos multicolores que van formando imágenes como en un caleidoscopio. Las imágenes reviven, interpretan y reinventan las experiencias, salpicándolas con algo de fantasía. 

Comienzo con la primera impresión, la tierra natal de mi padre: Lobnitz o Wapienica”.

WAPIENICA, 2002

“Es bella tu patria, abuela. Ahora comprendo la nostalgia que siempre tuviste.”

En tu corazón aún vivían estos bosques, los montes cercanos y el arroyo cristalino.  

El arroyo sigue vivo. Se nos presenta con renovados bríos, saltando baja la colina y recibe nuevamente la alegría de los niños. Salpica a los pequeños con gotas trasparentes. Hay zapatos de niño esperando en la orilla. Aguardan. La infancia tiene permiso de jugar otra vez a la sombra de los pinos. Los árboles protectores guardan todos los secretos en sus ramas verdeoscuras. Han sobrevivido a muchas batallas. Sus copas se yerguen hacia el cielo semejando dedos. Son cruces, innumerables cruces que recuerdan a los caídos.

Mariposas revolotean sobre campos de trigo maduro, se posan delicadamente en las mismas flores de antaño. Nos envuelve un aroma lleno de recuerdos. ¿Es verdad que hubo guerra aquí? ¿Es cierto que fueron reclutados muchachos jóvenes cuyos pies apenas alcanzaron a cambiar sus zapatos de escuela por botas de soldado? ¿Habrán añorado estos bosques y campos? Todo respira paz ahora: la vida continúa…

La casa sigue en pie. La veo. Todavía no ha abandonado las esperanzas, está erguida, solitaria y solemne, un mudo testigo del pasado. Alrededor, todo ha sido devastado. La cercaron, restringiendo su espacio a lo mínimo. Ella espera con paciencia hasta que sanen las heridas y cicatricen, hasta que el pasado se encuentre con el porvenir.

Quiero sentir aroma de cocina, encontrar algo de humo y de vida, pero solo percibo ventanas cerradas, las han clausurado con maderas. Todo fue sellado o expulsado. Risas de niños, pasos, susurros. Ya no hay olor a pan recién horneado, tampoco se escuchan pasos apresurados que corren por el pasillo, con mochilas en la espalda. Se esfumó la figura de la madre en el marco de la puerta. Su mano levantada en un gesto de despedida ya no se distingue. El viejo peral aún existe, arrugado y nudoso se mantiene ensimismado. ¿Recordará las peras que llevaban los niños al colegio?

Esa madre que cosechaba peras también sanaba muchas heridas. ¿Podrá sanarlas aún? ¿Podrá sanar la de los expatriados?

PARTE I

RECUERDOS MULTICOLOR

LA INDUSTRIA - SANTIAGO DE CHILE, 1980

“Aquí yacen treinta años de trabajo. Otra vez lo perdimos todo”.

Mi padre contempla abstraído las edificaciones que se observan desde la ventana de un segundo piso. En Chile, los pisos tienen una numeración diferente a la europea. El primer piso europeo en Chile corresponde al segundo. El patio y las edificaciones mencionadas pertenecían a la Tintorería Industrial que fue fundada por el padre y los hermanos Vogt después de la Segunda Guerra en Chile, lejos de su país natal.

Trabajaron durante treinta años, partiendo con muy poco, luego de arribar al país sin mayores recursos que sus conocimientos y su formación. Solo la experiencia de largos años del padre, unida a la juventud y voluntad de los hijos, además de la ayuda de otros inmigrantes como ellos, les permitió volver a formar una industria. A lo largo de todo ese tiempo fueron capaces de enfrentar muchas dificultades y salir airosos, lograron sobrevivir como industria incluso a la época del gobierno socialista de Salvador Allende, durante el cual fueron expropiadas muchas de ellas. Jamás imaginaron que durante la dictadura de Pinochet les sería asestado el golpe fatal. Creyeron que se habían salvado de un gobierno socialista y que ahora vendría una época mejor. Pero el escenario económico del país cambió radicalmente. Hasta esa época se aplicaban aranceles muy altos a los productos importados, protegiendo de ese modo a las empresas nacionales. Existía una importante cantidad de industrias textiles que requerían de un servicio de tintorería como el que ofrecía la Tintorería Industrial Hermanos Vogt Limitada. Con la llegada del nuevo régimen de gobierno, cambiaron los aranceles y el mercado se abrió a las importaciones.  La consecuencia fue una verdadera inundación de productos importados, provenientes sobre todo de países asiáticos. Aquellos productos eran tan baratos que la industria local no pudo seguir compitiendo con sus precios. Una tras otra las empresas textiles nacionales tuvieron que cerrar sus puertas. La Tintorería Vogt dependía de aquellas industrias, eran sus clientes. Sin clientes, no había trabajo. Además, para seguir siendo competitivos, habían adquirido nuevas maquinarias para sus procesos de tintura, tomando un importante crédito en el banco. Las circunstancias eran nefastas. No quedaba más remedio que declarar la quiebra, dejándole al banco las edificaciones y la maquinaria. De esta forma pudieron salvar el capital que les restaba e invertirlo en la empresa del menor de los tres hermanos. Por fortuna, este había instalado una fábrica de bombas de pozo profundo, aledaña a la Tintorería Textil, pero con un rol independiente.

Desde la ventana del segundo piso de aquella fábrica, Fritz observaba las instalaciones perdidas de la tintorería.

—¿Qué estás pensando?, pregunté a mi padre.

—Ah, en estos momentos se me ocurren pensamientos muy extraños, en realidad no tienen nada que ver con el presente.

—¡Cuéntame!

—Estoy recordando al “niño azul”.

EL NIÑO AZUL

SANTIAGO DE CHILE, 1960

En sus inicios, la tintorería textil funcionaba en un espacio arrendado. Se trataba de una casa grande en cuya ala posterior se había instalado la oficina con teléfono, otra habitación servía de comedor y cocina, en otra se hallaba un laboratorio incipiente y la sala más grande se habilitó como bodega para almacenar las tinturas. Esta bodega también tenía acceso desde el exterior. La pequeña industria albergaba, además, a un matrimonio que, aparte de su trabajo en la tintorería, ejercía función de cuidadores. Para ello, contaban con un dormitorio. Los cuidadores eran fundamentales en las industrias de aquel tiempo, puesto que de noche no se podían dejar solas las instalaciones debido a los robos frecuentes.

El matrimonio formado por los operarios Jorge y Ana tenía un hijo de dos años llamado Jorgito. En aquella época se aceptaba que el niño de vez en cuando circulase por las instalaciones: podía pasearse por diferentes lugares sin que a nadie le llamase la atención.  Los padres estaban ocupados en sus respectivas labores y Jorgito era bien recibido en cualquiera de los espacios, todos los trabajadores e inquilinos lo protegían y trataban con paciencia.

Un buen día, Jorgito decidió explorar la bodega de las tinturas; la puerta estaba entreabierta. ¡Cuántos objetos por admirar se ofrecían a su vista! Había múltiples dispositivos, frascos, alambiques, todos fuera de su alcance, por fortuna. También descubrió muestras de lana de diversos colores y algunos envases de cartón. Estos últimos le llamaron la atención, especialmente porque pudo alcanzarlos con sus manitos. ¿Cuál sería su contenido? El operario a cargo de administrar y calibrar las tinturas no se encontraba en su lugar de trabajo, pese a que esa bodega nunca debía quedar sin llave al acceso de cualquiera. Jorgito decidió que la suerte lo había acompañado ese día y se puso a experimentar. Resultó fácil abrir el envase de cartón en cuyo interior se hallaba un polvo oscuro, muy suave al tacto. El siguiente paso fue investigar el sabor de ese polvillo tan tentador. Al parecer debe haber sido agradable al paladar, puesto que, hasta ser descubierto por el operario, Jorgito había ingerido un buen puñado de la sustancia. ¡El susto le caló hasta los huesos al encargado irresponsable! Por su falta de cuidado, el niño había consumido varios gramos de la anilina “azul-palatino”, una fórmula elaborada por la Industria Química BASF.

Enojado y preso de angustia, el operario corrió en busca de la madre y le relató lo sucedido. Nada dijo de la responsabilidad que le correspondía por haber dejado la puerta sin llave. La aflicción de la madre fue mayúscula, temiendo una reprimenda porque su hijo había “malgastado” tal cantidad de la valiosa tintura. Ese hecho la acongojaba más que las posibles consecuencias en la salud de su hijo. A ninguno de los adultos se le pasó por la mente que el niño podía haber sufrido algún daño. Solo se limitaron a darle un buen reto, y a dejarlo castigado un día completo sin poder salir de la habitación.

Al día siguiente, Jorgito reapareció en los pasillos de la industria convertido en “el milagro azul”. Ese fue su apodo de allí en adelante, puesto que la anilina había teñido el tejido subcutáneo de Jorgito, proporcionándole a su piel un hermoso tono azul. Por fortuna quedó demostrado que la sustancia no era tóxica, pues a Jorgito azul le sobraban energías, estaba feliz de haber recuperado su libertad y gozaba la admiración que causaba su nueva apariencia. El milagro azul se fue decolorando con el tiempo: al cabo de varias semanas retornó a su color de piel original.

—¡Papá, la tintorería está en quiebra! Y tú tan tranquilo, solo se te ocurre hablar del niño azul…

—Cuando ya has vivido tantas cosas difíciles, la memoria trae consigo algunas banalidades. Tal vez sea un escape. En todo caso, aún tenemos la Industria Mecánica, así es que no será el fin de nuestra existencia económica. La vida sigue. Pero tengo muchos recuerdos de la tintorería.

—Cuéntamelos.

—¿Sabes qué? En realidad, debería contártelo todo, mis memorias. Pero desde el principio.

—Cuéntame de tu infancia. Quiero saber por qué hablas alemán si creciste en Polonia.

—Bah, ¿qué significado tienen Polonia, Alemania, o lo que sea?  Éramos centroeuropeos, criados en una región de habla alemana. En algún tiempo fue Polonia, luego no, después perteneció al Imperio Austro-húngaro, luego, tampoco. Después nos convertimos en ´Beute- Deutsche´ (alemanes como botín) cuando Hitler invadió Polonia y la “anexó”. ¡Y ahora ya ni siquiera vivimos allá, sino que estamos como en otro planeta! Pero el idioma permanece, no lo olvides.

—¿Usaban el alemán como idioma cotidiano?

—Sí, en la pequeña localidad de Lobnitz o Wapienica, como se llama ahora en polaco, en mi época vivían muchas familias de habla alemana. En su mayoría eran familias de industriales. Aquellas industrias fueron fundadas por alemanes en el siglo XIX.  Durante el siglo XII se produjo una fuerte inmigración alemana en esa región. Polonia era un reino en aquella época. El rey invitó a los inmigrantes para que poblasen la región trayendo consigo sus conocimientos en diversas áreas importantes para el desarrollo del país. Una de ellas fue la incipiente industria textil. En su período inicial se trató de manufacturas, muchos tejedores e hilanderos se asentaron en la zona de Alta Silesia. Con sus magníficos telares produjeron telas de gran calidad durante los siglos posteriores. Luego, se importaron máquinas industriales desde Alemania y la manufactura cedió el paso a la industria mecanizada. Nuestra familia siempre estuvo ligada a la industria textil, porque éramos tintoreros.

—¿Los operarios de las fábricas también hablaban alemán?

—No, ellos provenían de los pueblos aledaños, hablaban polaco. Pero en nuestras familias, y en todas las familias de los industriales, se mantenía el idioma alemán y las tradiciones de ese origen. Muchas de las fiestas tradicionales incorporaban a los trabajadores.  La Navidad era una de ellas.

BLANCA NAVIDAD

WAPIENICA, 1928

La tina del baño se ha transformado en un estanque. Hay peces nadando en ella plácidamente, como si estuvieran en su lugar de origen. El niño los observa entusiasmado. Las carpas dan vueltas y se miran, no saben que solo les quedan algunos días de vida.

Todos los años, cuando aparecen carpas en la tina de baño, suceden dos cosas: los niños ya no tienen que soportar la tortura de ser fregados con la esponja en el agua de la tina y, lo más importante, ¡se acerca la Navidad! ¿En qué momento y cómo llegan las carpas a formar parte de la cena navideña? Eso es un misterio que el niño no entiende. Solo sabe que desaparecen de la tina y que posteriormente se percibe un delicioso aroma a Navidad, con cena incluida.

El último mes del año suele estar lleno de ansiosa expectación. La cocina pasa a ser el lugar favorito del pequeño Fritz, allí se preparan las galletas navideñas, se perciben fragancias de canela, vainilla, clavo de olor, nuez moscada, cardamomo: es imposible abstraerse. Al ver al niño olisqueando alrededor de la cocina, las mujeres se apiadan y lo dejan participar de la tarea. La madre le permite pesar harina, picar nueces y revolver la masa. ¡Es necesario aplicar fuerza para revolver bien! El niño se aplica y aplica, hasta que la mitad de la masa termina en el suelo. Nadie se enoja, habrá que recogerla.

Sobre el mesón se ha formado una montaña de galletas. Las hay de nuez, de amapolas, de miel, de almendras y muchas más. Al pequeño no le alcanzan las manos ni los ojos para apreciarlas. La madre vigila para que el montón no sufra mermas demasiado considerables. ¡Suficiente! ¡Ahora se guardan todas las galletas en sus frascos, ordenadas en los estantes de la alacena!

Por fin ha llegado el día: ¡es Navidad! Los cuatro hermanos se han levantado muy temprano y desde la mañana han estado estorbando a todos los demás habitantes de la casona. Nadie se ocupa de ellos y de su ánimo alterado, ¡todavía queda tanto trabajo por realizar! Las criadas cocinan, limpian, recargan las estufas con leña, sacuden los plumones.  La madre, en cambio, ha desaparecido. Está encerrada en la sala de estar decorando el pino de Navidad. Este es un momento sagrado y secreto. Ningún niño debe estar cerca, no les permiten observar, y su ayuda tampoco sería bien recibida.

Para aliviar sus tensiones, los hermanos han decidido usar el pasillo de la casa como pista de carreras. Ellos son patinadores que se deslizan osadamente con sus pantuflas de fieltro a lo largo del piso encerado. El pasillo desemboca en una entrada lateral, por ello es necesario tomar una curva. Si uno de los patinadores va a exceso de velocidad, puede chocar contra la pared, lo cual no termina en llanto, sino en grandes risotadas. Para darse un respiro, cada dos carreras los velocistas entran sigilosamente al vestíbulo. Allí se encuentra el antiguo reloj del abuelo, erguido, sereno, solo interrumpe el silencio con el tictac del minutero. ¿Por qué no avanzan más rápido los minutos? El tiempo parece estirarse como goma de mascar.

A las cinco de la tarde, finalmente se acaba el suplicio de la espera. Las cinco campanadas del reloj provocan una estampida de los niños: corren a sus dormitorios para cambiarse de ropa. En Navidad, todos deben vestir sus mejores trajes. Cada niño tiene el suyo preparado a los pies de la cama. El vestido de la hermana parece haber encogido: será el último año que podrá usarlo, le queda corto y apenas puede abrochárselo. Fritz ha heredado el traje del hermano mayor. Le acortaron un poco las mangas y las piernas de los pantalones. Solo el mayor de los hermanos tiene un traje nuevo. A Fritz no le importa, lo principal es que comience luego la fiesta. ¡Pronto, a forrarse para el frío! Nadie puede salir sin abrigo de lana, guantes, gorros y botas. El invierno en Polonia no tiene clemencia, ni siquiera en Navidad.  

¡Pero qué importa el frío esa noche! Todos los integrantes de la familia suben al trineo y el conductor les cubre las piernas con pieles. ¡Arre!  Los caballos también llevan adornos navideños. El sonido de sus campanas los acompaña durante el viaje. Aparece la magia del paisaje invernal: pinos nevados, luces, estrellas, silencio. Un pino travieso deja caer trozos de nieve sobre los viajeros, a modo de saludo.

El viaje es corto. Muy pronto el coche se va acercando a la iglesia. A lo lejos, ya se distinguen luces en la capilla, se encuentra muy iluminada para la ocasión. Los asistentes al culto llegan desde todas partes, nadie se quiere perder la misa navideña. Se respira solemnidad, que no es interrumpida ni siquiera por los golpeteos de las botas contra los peldaños de la entrada, sacudiendo la nieve para poder ingresar al templo. Sonidos de órgano reciben a los visitantes, que enmudecen ante el esplendor del pino navideño. El pastor contempla a sus feligreses mientras los saluda desde el púlpito. Todas las familias son de habla alemana, asentadas en tierra polaca. ¿Cuántas navidades podrán seguir celebrando en paz?

Al regreso a casa, los niños se deshacen con rapidez de las prendas abrigadas. ¡Qué ganas de arrojarlas a una esquina y correr a la sala! Pero las instrucciones de la madre no lo permiten. Hay que dejar las botas bien ordenadas en el zaguán para que puedan secarse, es preciso colgar los abrigos en la percha, lo mismo se hace con los gorros.  

¡Atentos!  Se escucha un sonido misterioso. Al parecer proviene de la sala. ¡Son campanitas, anuncian que llegó la Navidad! ¡Por fin ha llegado el momento de ingresar a la sala!

Pese a que la ceremonia se repite cada año, el asombro y la emoción siguen intactos.  Los niños observan admirados el enorme árbol navideño. Es tan alto que llega hasta el techo de la habitación. Está adornado con velas y se percibe el aroma de galletas. El sonido de las campanitas proviene de la punta del árbol: allí están y se agitan con el calor de las velas encendidas.

“Suena como música celestial”, piensa Fritz, “¿el cielo será tan hermoso como esto?”.

El niño tiene mucha fe en su ángel de la guarda, que lo ha protegido en múltiples ocasiones.

—Bien, niños, vamos a comenzar con la fiesta —dice la madre y comienza a repartir los regalos.  

Todos los integrantes de la pequeña comunidad hogareña reciben algo, el personal de aseo y de cocina está incluido en la celebración.  Se trata de regalos sencillos: calcetines tejidos a mano, una camisa nueva, un juguete de madera, una muñeca para la hermana.  Los niños saben que cada año los regalos son similares, sin embargo, Navidad es Navidad y nunca deja de sorprender. Después del reparto, los niños se sientan en el suelo, ensimismados en la contemplación y el juego. A los hermanos mayores en ocasiones les llega algún libro de presente, eso implica estar absortos en la lectura durante largo rato.  

De pronto se oyen golpes en la puerta. Todos permanecen en silencio. La madre acude al llamado. Se escucha el sonido de botas sacudiéndose contra los peldaños de la entrada.  Enseguida la sala se llena de gente, llevan las mejillas rojas por el frío y sus ojos brillan. Son los trabajadores de la tintorería textil: le traen un saludo navideño a la familia.   Formando un semicírculo, comienzan a cantar en polaco. Son canciones navideñas de esa tierra. Los niños las conocen, las han escuchado desde pequeños, siempre les vuelven a producir el mismo encanto. ¡Qué bien suenan esas voces masculinas!

—¡Feliz Navidad! —les desean los trabajadores en su lengua natal.

Antes de retirarse, los visitantes reciben sus obsequios. Con ayuda de las criadas, la madre trae los paquetes navideños. El contenido de estos paquetes es similar todos los años: consiste en galletas, licor, café y algunas prendas de vestir.

—¡Feliz Navidad! —responde la familia de la casa, en alemán.

Luego, comienza la cena. Muy atentos y contenidos, los niños se sientan a la mesa. Son pocas las ocasiones en las que se les puede ver tan tranquilos. ¡Es que es hay mucho por admirar! La mesa está cubierta con un hermoso mantel bordado por la madre, y la cena se servirá en la vajilla de porcelana que solo se ocupa para ocasiones de fiesta. Hay que comer con mucho cuidado, para no estropear algún plato. Como adorno del centro de la mesa, se han colocado ramas de pino, cuya fragancia permea toda la habitación. Al lado de cada cubierto se encuentra una espiga de trigo. Es una costumbre polaca que pide por buenas cosechas.

La cena consiste en sopa de pescado, luego pescado arrebozado, papas hervidas bañadas en mantequilla derretida. A los adultos se les permite beber cerveza, y los niños toman jugo.

Se ha hecho muy tarde. Fritz se acomoda en su cama, debajo del plumón. No ha querido soltar el libro nuevo, lo sostiene en su mano y dormirá con él. ¡Mañana comenzará la lectura! Lentamente llega el sueño, los párpados se cierran. De a poco se van mezclando los recuerdos de canciones polacas, velas, pino, campanas. Una carpa solitaria camina por la nieve y toca una campanita, mientras el reloj de la sala comienza a correr y se desliza en calcetines a lo largo del pasillo. Una galleta de navidad baja desde el árbol de un salto e invita al niño a seguirla: “¡Ven, vamos a descubrir el mundo!”.

Es 6 de enero, un día especial para los niños, aún quedan sorpresas. La costumbre es desarmar el árbol de navidad. Se desprenden las velas, las galletas se guardan en cajas de metal (algunas también pueden desaparecer durante el proceso…). Una vez vaciado de los adornos, el árbol queda desnudo y se traslada al jardín. Allí se vuelve a “plantar” en la nieve, y sus ramas reciben una nueva decoración, muy original. Es una pasta confeccionada a base de manteca derretida, que, al contacto con el frío, se endurece con rapidez. Antes de que eso ocurra, los niños deben esparcir muchas semillas sobre las ramas. Con gran entusiasmo se dedican a la tarea, casi zambullidos dentro del enorme saco que les han colocado junto al pino. De allí, emergen semillas de maravilla, trigo, cebada, escurriéndose entre los dedos. Se esconden en bolsillos, saltan a la nieve, corren por el cuerpo y se deslizan sobre las ramas. La obra se declara concluida cuando ya no queda ninguna semilla más por esparcir. El árbol luce espléndido con su nuevo traje.

Luego viene otra espera. De nuevo es preciso ejercitar el silencio. Los niños aguardan en la puerta de la casa, casi sin respirar. ¡Ahí! El primer visitante ha hecho su aparición. Es un ave pequeña y tímida. Bordea a saltitos el árbol con mucha cautela y se anima a coger el primer grano de trigo. Los niños emiten risillas, el pájaro se escapa asustado.

—¡Tienen que permanecer callados! —dice el hermano mayor, enojado.

Los pequeños hacen un esfuerzo y contienen la respiración. ¡Ahora! Otro pájaro se ha posado en una rama. Con toda tranquilidad va picoteando su banquete. Este ejemplo es digno de imitación. Se acercan más aves y pronto el árbol se convierte en un “restaurante de pájaros”. Se ha transformado en la atracción del vecindario: muchas aves hambrientas, debido al crudo invierno, se solazan en sus ramas. 

La Navidad de pájaros es un acontecimiento que dura todo el invierno. Cada día se renueva la decoración del árbol con más semillas, de modo que las aves puedan pasar la temporada sin padecer hambre.

—¡Qué bello relato navideño! Ahora comprendo por qué no te agrada la calurosa Navidad de este país —le comento a mi padre.

—Nunca me he podido acostumbrar a ella. Después de tantos años sigue siendo algo extraño para mí. En este lado del mundo todo es al revés, hasta la luna está de cabeza. El sur es frío, el norte caluroso, ¡todo a la inversa!

—Pero si ya te acostumbraste.

—Bueno, después de tantos años… No puedo negar que el clima aquí es maravilloso. Tener tantos días de sol durante el año es algo impagable. Tu madre no habría podido vivir en Europa, ella es como una lagartija. Nosotros, en cambio, pasábamos afuera, el clima nos era indiferente.

—¡Cuéntame de tu infancia en la nieve!

AVENTURA EN LA NIEVE

WAPIENICA, 1926

Durante el invierno, los niños tenían permiso para jugar en el exterior. Si estaban bien abrigados, nada se los podía impedir. Solo una gran tormenta de nieve los habría condenado al encierro.

—¡Queremos ir al canal!

Cuatro pequeños se estaban aprestando para ir a explorar uno de los lugares de juego favoritos: el canal que llevaba el agua desde el riachuelo de Lobnitz hacia la tintorería. La industria que conformaba la tintorería textil estaba situada en las cercanías de esa fuente de agua, precisamente porque el agua es fundamental en los procesos de tintura. Para tener acceso al recurso, se había construido un canal que desviaba una parte del agua hacia la industria. Los últimos sesenta metros del conducto estaban recubiertos por madera impregnada. Contaba con algunos tablones transversales que ofrecían múltiples ocasiones de aventuras emocionantes para los niños. En el canalón de madera flotaban algunos “tesoros”: carretes de hilo desechados, palitos, trozos de alambre y otros objetos en desuso que llegaban al cauce por inservibles.

Los niños habían desarrollado práctica en la pesca de tesoros. Competían por atrapar el objeto más precioso. Aquel día también estaban revisando el contenido de la pesca: con excitación escudriñaban los tesoros expuestos en la nieve. La temperatura era de 0 °C, pero ellos no la percibían, puesto que era imprescindible evaluar lo que se les presentaba: un carrete, hilo, una peineta rota y un lápiz gastado. Nada muy novedoso… Tendrían que volver a intentarlo.

—¡Yo voy a ganar hoy! —exclamó Fritz con voz chillona—. ¡He traído el mejor gancho! Sujetaba con ambas manos una vara en cuyo extremo estaba amarrado un gancho de ropa.

—¡Ni lo sueñes! ¡Soy mucho más grande que tú, no tienes chance! —fue la respuesta inmediata de su hermano Otto.

El menor de todos no dijo nada, se limitó a trepar sobre uno de los tablones para acercarse lo más posible al contenido del canalón. Su caña de pescar era un palo, con el cual intentaba atrapar alguna prenda valiosa desde las aguas. Para tener mayor amplitud de movimiento, se sentó sobre el tablón y revolvía el agua con fuerza.

—¡Soy el mejor pescador de todos! —gritó con tono desafiante.

De pronto se oyó un gran estruendo. La madera podrida del tablón había cedido y el pequeño Richard cayó al agua helada, llevando consigo su pesca milagrosa. Los demás observaban con espanto. ¿Y ahora qué? No podían regresar a casa con su hermano todo mojado, sería un escándalo y se llevarían un tremendo castigo, porque la verdad era que tenían prohibido jugar en el canalón. En aquel tiempo, a los niños aún se les castigaba con palmazos o golpes en el trasero. Esa posibilidad no le apetecía a Richard, era preferible pasar frío. 

Los niños deliberaron por unos instantes y luego tomaron la siguiente decisión: el accidentado debía sacarse toda la ropa, la estrujarían y la tenderían sobre los arbustos para que pudiese secarse. Y lo más importante: ninguno de los participantes de la desgracia debía contar algo de lo sucedido en casa. De modo que Richard se desprendió de sus prendas de vestir. Estaban completamente empapadas. Las estrujaron dentro de sus posibilidades y las colgaron en arbustos, con la infantil esperanza de que estilaran en aquel paraje invernal. La salud del pequeño Richard se salvó gracias a la afortunada aparición de la madre. Con una sola mirada se percató de la situación y puso orden. Los niños fueron despachados a casa con prontitud, al pequeño lo envolvió en una frazada y a todos les proporcionó una taza de té bien caliente. No recuerdo si después del episodio hubo algún castigo.

—¡Qué aventura! Parece que viviste muchas experiencias en la nieve —comenté al finalizar el relato de mi padre.

—Si, muchas, y también varias relacionadas con el arroyo de Lobnitz. Este era de vital importancia para la tintorería, puesto que todos los procesos necesitan agua para poder ser llevados a cabo.

EL ARROYO DE LOBNITZ

WAPIENICA, 1927

Aquel otoño fue lluvioso. La lluvia no había parado durante varios días y noches seguidas. El mundo parecía estar hecho de agua, los montes cercanos y todo el cielo se mantenían cubiertos por una espesa masa de nubes. Los niños asistían a la escuela con ropas de lluvia, regresaban estilando y se tenían que sacar todas las prendas en el vestíbulo. Aparte de ese viaje, no se les permitía salir de casa. Era suficiente con una mojada, pues debían cambiarse toda la ropa, luego se sentaban en la banca de la gran estufa del comedor. Con mucho gusto bebían la taza de té caliente que la madre les ofrecía a su regreso de la escuela.

—Mamá, si sigue lloviendo de este modo, pronto estaremos navegando como el Arca de Noé —exclamó la hermana.

—¡Qué tonta eres! —fue la respuesta del hermano mayor—. ¡No somos un barco! ¡La casa no puede flotar!

—¿Entonces, nos ahogaremos? —la hermana se mostró asustada.

—Eso no va a pasar —respondió la madre para calmarla—. Solo aumentará el caudal del arroyo.

Años atrás, el abuelo Leopold había adquirido el terreno en el cual se situaba la tintorería industrial. Descubrió esa ganga en las cercanías del arroyo proveniente de las montañas.  

Aquella noche, la madre intentaba calmar a sus hijos, sin demostrar que ella también estaba preocupada. Todos los adultos tenían aprensiones respecto de la situación del arroyo. Lo que en circunstancias normales era apenas un pequeño arroyo montañés se estaba convirtiendo en una amenazante corriente. Las lluvias lo habían transformado en un monstruo capaz de causar mucho daño. Sus aguas tranquilas ahora eran ruidosas y llenas de furia se abalanzaban hacia el valle. El miedo comenzaba a rondar a los niños. Se aferraban a la madre y no querían acostarse. Con mucho esfuerzo logró que finalmente aceptaran ir a sus camas, para caer en un sueño ligero y lleno de pesadillas.