Luis XIV - Stéphane Guerre - E-Book

Luis XIV E-Book

Stéphane Guerre

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Beschreibung

El poderoso Rey Sol no se rinde jamás. Pero el autor nos ofrece otro retrato: el de un príncipe que quería ejercer un oficio, el de jefe de Estado. Es el rey más famoso del panteón nacional francés, y es también una marca comercial, con Versalles. Escribir su vida es un desafío para el historiador, ya que el individuo desaparece tras el mito del monarca absoluto. Pero es posible hablar de otro Luis XIV, más cercano y real. Recorrer los pasillos del poder nos permitirá descubrir la sensibilidad de un monarca que llora, gime, sufre, titubea, y es capaz de repensar su autoridad durante los años de penuria y miseria. Porque este libro es también la biografía política de un rey que, como ningún otro, quiso no solo reinar, sino gobernar bien a los hombres.

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STÉPHANE GUERRE

LUIS XIV

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: Louis XIV

© Presses universitaires de France / Humensis 2021

© 2023 de la versión española realizada por MIGUEL MARTÍN

by EDICIONES RIALP, S. A.

Manuel Uribe 13-15, 28033 MADRID

(www.rialp.com)

Preimpresión / eBook: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6334-0

ISBN (edición digital): 978-84-321-6335-7

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

INTRODUCCIÓN

EL APRENDIZAJE DEL PODER (1638-1661)

UN HEREDERO TAN DESEADO

LA ÚLTIMA LECCIÓN DE UN PADRE

EL TESTAMENTO POLÍTICO DE LUIS XIII

CONVERTIRSE EN REY A LOS CUATRO AÑOS Y MEDIO

¿UNA EDUCACIÓN DESCUIDADA?

LA FORMACIÓN POLÍTICA DEL REY

EL PEQUEÑO PRÍNCIPE BARROCO

PREPARAR EL CUERPO DEL REY

LA FRONDA, UNA GUERRA CIVIL

LUIS XIV Y LA FRONDA PARISINA

LUIS XIV AL ENCUENTRO DE SU REINO

RETRATO DEL REY EN 1660

MATRIMONIO DE ESTADO

1660, ¿HACIA LA MONARQUÍA ABSOLUTA?

LA PRIMAVERA DE LA ÉPOCA DE LUIS XIV (1661-1679)

EL OFICIO DE REY

1661, EL REY GOBIERNA

EL CARISMA DEL REY

EL ARRESTO DE FOUQUET

LA CÁMARA DE JUSTICIA

LA POLÍTICA DEL GOLPE DE EFECTO PERMANENTE

EL REY DE LA GUERRA

CONSULTAR ES GOBERNAR

EL TRABAJO CON LOS MINISTROS

COLBERT, MINISTRO FAVORITO DE LUIS XIV

NACIMIENTO DEL ESTADO CLÁSICO

EL REY DE GLORIA

LA GUERRA DE HOLANDA, UNA PRIMERA RUPTURA

¿LA REDUCCIÓN DEL REINO A LA OBEDIENCIA?

EL TIEMPO DE LAS RUPTURAS (1680-1700)

LA SALUD DEL REY SE DEGRADA

1683, LA MUERTE DE COLBERT

EL TRIUNFO DE LOS LE TELLIER

1691, LA MUERTE DE LOUVOIS

LOUVOIS, MINISTRO ABSOLUTO

LA REVOLUCIÓN DE 1691

1693, ¿EL FINAL DEL REY DE LA GUERRA?

EL PATIO TRASERO DEL REY

LA REVOCACIÓN DEL EDICTO DE NANTES

LA INSTALACIÓN EN VERSALLES

LUIS XIV, ARQUITECTO DE VERSALLES

EL REY JARDINERO

EL SISTEMA DE LA CORTE

VERSALLES, EL TEMPLO DE UNA RELIGIÓN REAL

EL REY CREPUSCULAR (1701 – 1715)

¿LUIS XIV, REY DE ESPAÑA?

DESASTRES DEL ASTRO SOLAR

UN VIEJO GOBIERNA FRANCIA

«MADAME DE MAINTENANT» [«DE AHORA»]

LA IMPOTENCIA DEL REY

LOS AÑOS DE MISERIA DEL REY SOL

LOS PROTESTANTES DE LAS CEVENAS CONTRA EL REY

EL REY CONTESTADO EN EL INTERIOR

LA CARTA DEL 12 DE JUNIO DE 1709

LUIS XIV EVITA LO PEOR

DIPLOMACIA MUNDIAL Y FIN DEL SUEÑO HEGEMÓNICO FRANCÉS

DESPUÉS DE LUIS XIV

EL REY DEJA LA ESCENA

CONCLUSIÓN

CRONOLOGÍA

AUTOR

INTRODUCCIÓN

EN EL CORAZÓN DE BORGOÑA, en un valle boscoso del Auxois, aparece el castillo del conde de Bussy-Rabutin. Un gentilhombre guerrero, pero también un cortesano desgraciado, encarcelado por Luis XIV, en 1665, por haber desvelado secretos de una corte libertina en su Histoire amoureuse des Gaules. No es, en efecto, bueno revelar lo que hay detrás del decorado pacientemente compuesto por el príncipe para servir a su esplendor.

Más víctima que provocador, el conde quedó destrozado por este escándalo. Caído en desgracia, se le obligó a exiliarse a estas tierras después de su año de prisión. No deja por eso de intentar reconquistar el favor real, escribiendo al soberano para suplicarle que le perdone y al menos le deje servir en sus ejércitos. Nada consigue. Alejado de París y Versalles, Bussy-Rabutin decide entonces hacer venir la corte a él, al menos simbólicamente. Reproduce en las paredes de una sala de su castillo las moradas reales, a las que le está prohibido entrar. Siempre galante, adorna también su habitación con imágenes de las amantes de los reyes de Francia, como las de Mme de La Vallière, Mme de Montespan o Mme de Maintenon. En una pieza circular, la «torre dorada», instala los retratos de las bellas damas de la corte y de los miembros de la familia real.

No olvidó a Luis XIV. Lo representa por su emblema, el Sol, un sol radiante incluso, con esta divisa: «Si él me mira, ellos me miran». En otros términos, cuando el rey me mira, todos me miran. Esta frase indica que, lejos del soberano, ya no se existe socialmente; que, sin su favor, un noble no cuenta para nada. En el centro de la torre dorada, destaca también un retrato del monarca. Debajo, Bussy-Rabutin hace poner esta máxima, inspirada en el sobrenombre que se diera al emperador romano Tito: «Luis XIV, Rey de Francia, las delicias y el terror del género humano».

Formidable definición esta sentencia, para un soberano que fue tanto un modelo de civismo como un rey de guerra que asoló el Palatinado o persiguió a los protestantes. Coexisten en este príncipe, cuyo reinado se extiende cerca de 72 años, tantos sentimientos y visiones contradictorias. Recorrer su vida constituye un desafío, sobre todo porque el historiador, como el pobre Bussy-Rabutin, se encuentra a una distancia de su sujeto, pero a una sana distancia, una voluntaria distancia que aleja tanto de discursos enamorados como de juicios precipitados. El espesor de los siglos nos ayuda en esto, una cierta desconfianza también ante las actualizaciones contemporáneas, cuando el Rey Sol es tanto una marca comercial como un argumento mediático en horario de máxima audiencia.

El Luis XIV que pintamos aquí no es tampoco el «rey del mundo», como proclamaba una reciente biografía, ni ese soberano absoluto a la fuerza, irremediablemente absoluto, de los textos escolares. No es que la noción no sea útil. Incluso criticada, vuelve sin cesar a la pluma como prueba de su pertinencia. Conviene repensarla y adaptarla en un reinado tan largo, pues cómo ocultar estos simples hechos: no se gobierna a los cinco años como a los 70. Y no se puede gobernar todo solo. Hay, pues, que imaginar a Luis XIV tanteando, experimentando poco a poco su poder, apropiándoselo de manera contrastada según las edades de la vida, a veces, engañándose él mismo sobre su poder o su autoridad, pero siempre obligado a disimular sus debilidades o sus dudas.

En definitiva, si se debiera identificar en pocas palabras uno de los ejes de esta biografía, sería la voluntad de reequilibrar los diferentes periodos del reinado. Es posible contar otro Luis XIV, cuando se acepta apartarse del momento Colbert, para dar más importancia a los últimos veinte años del reinado, cuando el régimen parece al borde del hundimiento. El monarca gime, llora, vacila, sufre, pero acepta repensar su autoridad. Es también fascinante dedicarse a seguir al rey niño cuando, arrojado a un mundo de adultos sin concesiones, debe evitar perderse en los meandros de la Fronda e iniciarse en el arte de conducir a los hombres.

La dificultad con Luis XIV aparece cuando se trata de conocer al hombre que hay detrás del soberano. Así se observa la paradoja de un príncipe celebrado sin cesar y en el centro de todas las miradas, pero que sigue siendo en gran parte opaco para nosotros. Rey silencioso que impone a todos el secreto de Estado, escapa a la investigación psicológica. La mayor parte del tiempo es difícil, o más bien imposible, saber lo que piensa o lo que le pasa. Incluso políticamente, las cosas no están claras. Así, si las resoluciones se toman en su nombre, ¿cuál es su verdadera implicación en la toma de decisiones? Sus mismos contemporáneos lo ignoran. Luis XIV puede así aparecer para algunos como el arquetipo del soberano autoritario, celoso de su poder y que lo decide todo. Una especie de déspota ilustrado por anticipado. A la inversa, para otros, se le considera un monarca débil, sometido a la influencia de sus ministros o de su segunda esposa, Mme de Maintenon. Las apreciaciones más diversas existen también sobre su inteligencia o su carácter.

En estas condiciones, ¿llevamos ventaja a Bussy-Rabutin, obsesionado con el rey pero incapaz de acercarse a él? Él le consoló contemplando en su castillo un mal retrato del monarca. Nuestra ambición es otra, pues sabemos lo engañosa que es esa imagen oficial. A pesar de todas las dificultades antes mencionadas, vamos a penetrar, gracias al análisis histórico, en todos los entresijos de un poder que siempre se muestra, sin nunca entregarse. Y tratar de trazar otro retrato del rey: el de un príncipe que quería ejercer un oficio, el de jefe de Estado.

EL APRENDIZAJE DEL PODER (1638-1661)

UN HEREDERO TAN DESEADO

El linaje de los Valois se había extinguido por falta de un heredero varón, pasando la corona después de 1559 de hermano en hermano sin echar raíces. Fragilizada e incluso debilitada por esta situación, la monarquía no había podido detener la oleada de protestas en las Guerras de Religión. Este triste fin de una casa real está presente aún en todos los espíritus cuando el matrimonio de Luis XIII y Ana de Austria, hermana del rey de España Felipe IV, parece definitivamente infecundo. Desde la bendición nupcial del 18 de octubre de 1615, ningún hijo varón vino a consolidar una dinastía del todo nueva, pues databa del padre de Luis XIII, Enrique IV. El hermano del rey, Gastón de Orleans, jefe del complot y primer oponente del cardenal Richelieu, ¿recibiría la corona a la muerte de su hermano mayor, como Carlos IX la había recibido de Francisco II? ¿Renacerían los disturbios por esta sucesión caótica?

Después de 23 años de un matrimonio desastroso tanto en el plano personal como político, con la reina mostrándose en desacuerdo con la manera de gobernar de Richelieu, la pareja real levanta la hipoteca de Gastón de Orleans. El domingo 5 de septiembre de 1638, en el castillo Nuevo de Saint-Germain-en-Laye, después de las once de la mañana, Ana de Austria da a luz a un niño. Luis XIII tiene al fin un heredero varón: Luis Diosdado, el don de Dios. Segundo nombre que traduce toda la angustia de un monarca sospechoso hasta entonces de esterilidad y cuya salud frágil inquieta. Nacimiento muy político, pues, que asegura la estabilidad del trono a costa de los derechos a la sucesión del ambicioso hermano del rey, Gastón de Orleans. Un testigo nos dice que, al enterarse del sexo de la criatura, se quedó completamente aturdido. Se comprende. Todos los proyectos se desvanecen en un instante, más aún porque la constitución del recién nacido parece buena. Un horóscopo obtenido a petición de la corte debe aún perturbar más a Gastón de Orleans. El astrólogo, consciente de la importancia política de su oráculo, anuncia que, cuando sea rey, el Delfín reinaría «largo tiempo, duradera y felizmente».

En el reino, más allá de las celebraciones impuestas por el poder, el Delfín es al parecer celebrado con una alegría espontánea. En un país en guerra y mientras Richelieu impone una vuelta de tuerca fiscal y política, la llegada al mundo del joven Luis es percibida visiblemente como una señal de renovación y de paz civil. Pierre Vacherie, escribano en Limoges, anota al conocer el advenimiento de Luis XIV en 1643: «Quiera la divina bondad que su reinado sea más dulce que el de su padre». Esperanza pronto desmentida por los hechos…

LA ÚLTIMA LECCIÓN DE UN PADRE

Luis XIII, rey ansioso y poco hecho a los deseos cambiantes de los niños, se inquieta ante Richelieu por la falta de afecto que le muestra su primer hijo. Sin embargo, cuando cae en su última enfermedad, el Delfín declararía: «Si mi papá muriese, yo me arrojaría a la fosa». Es verdad que Luis XIV manifiesta a lo largo de su vida aprecio ante el recuerdo de este padre desaparecido tan pronto. Muchos han visto en su gusto por Versalles y su voluntad de conservar el palacete edificado por Luis XIII, la señal de este amor filial. No obstante, parece difícil averiguar la psicología real a varios siglos de distancia. Aunque es probable que el encuentro fugitivo con este padre fuese frustrante.

Luis XIII falleció en el castillo de Saint-Germain el 14 de mayo de 1643, cuando su heredero tenía solo cuatro años y medio. El rey sucumbió después de tres meses de agonía, al parecer de una peritonitis purulenta por perforación producida por tuberculosis intestinal. En consecuencia, su cuerpo padeció una decrepitud precoz con manifestaciones de diarreas, poco acordes con la majestad real. En todo caso, Luis XIII, disminuido y casi humillado por este cuerpo que se le escapa, da una última representación de lo que significa ser rey. Así, lejos de enmascarar su fin patético, se exhibe y ordena incluso que las puertas de su habitación queden abiertas para que quienes tienen algún rango en su corte puedan verle.

Todos pueden constatar que el soberano, lejos de abandonarse a la desesperación, da muestras de una indiferencia digna en su propia suerte y continúa reinando hasta el último aliento. Convirtiendo la habitación de su agonía en corazón del Estado, recibe allí a sus mariscales para mantenerse informado del desarrollo de la guerra contra España. Mientras se acerca el final, él sigue siendo el rey guerrero que siempre ha sido. Sobre todo, desde este lecho de sufrimiento, regula el 20 de abril su sucesión, con voz firme e inteligible, ante la corte y una delegación del Parlamento. Al tener este gesto, intenta reinar más allá de su muerte organizando la regencia. Acabada esta ceremonia, que constituye de algún modo su adiós político, se consagra a la oración y muere casi santo, según sugiere su valet de chambre,Marie Dubois.

Testigo, por sus funciones, de los últimos momentos del soberano, Dubois decide escribir el relato. Al pasar al servicio de Luis XIV, le ofrece un ejemplar, bastantes años después, el 10 de junio de 1663. Hecho notable, el joven monarca lee él mismo en alta voz, ante su madre y una parte de la corte, las doce páginas del manuscrito; como un homenaje a su padre, pero quizá también como una lección que meditar. Luis XIII le lega en efecto un verdadero «saber morir», una forma distinta de heroísmo de la bella muerte caballeresca en el campo de batalla. El hijo, que expirará también en su lecho, no lo olvidará, cuando en 1715, cincuenta años después, da muestras del mismo estoicismo ante la prueba final.

EL TESTAMENTO POLÍTICO DE LUIS XIII

Bautizado de urgencia por el obispo de Meaux al nacer, a Luis le bautiza solemnemente el mismo personaje el martes 21 de abril de 1643, unos días antes de que la agonía de Luis XIII tenga fin. Bautizar a un niño tan tardíamente es raro en el siglo XVII, por temor a que su muerte precoz le lleve al limbo. Sin embargo, es tradición en los reyes que se espere a que el pequeño haya sobrevivido hasta los cuatro o cinco años para organizar una verdadera ceremonia. Se trata en realidad de un ritual tanto religioso como político, en la medida en que la designación del padrino de un futuro monarca reviste un significado evidentemente particular.

En 1643, la muerte próxima del soberano reinante confiere a esta elección una importancia inédita. Estando cerca la regencia, Luis XIII puede señalar a la corte, por la vía de este sacramento católico, al hombre fuerte que desea colocar al lado de Ana de Austria para secundarla en su tarea. ¿Será este su hermano Gastón de Orleans? ¿Un príncipe de sangre o, a falta de otro mejor, un gran personaje de la aristocracia? Pues bien, no. Ninguna de estas opciones se mantiene. Luis eligió padrino a Jules Mazarino, una criatura de Richelieu, a quien hizo entrar en su consejo de gobierno a petición del difunto cardenal. Esta decisión sigue a la que ya se anunció el 20 de abril de nombrarle miembro eminente del Consejo de regencia.

La dirección trazada por el moribundo parece clara: se trata de proseguir la política llevada por él mismo y por Richelieu. Claro que, en un afán de apaciguarle, llama también a sentarse en el Consejo de regencia a su hermano, Gastón de Orleans, nombrado además lugarteniente general del reino. Nombra también a su primo el príncipe Enrique II de Condé. Con todo, al elegir a Mazarino como padrino, privilegia una vez más una razón de Estado que deroga los usos de la sociedad de los príncipes. Hacer de un extranjero, considerado por muchos como un advenedizo, el padrino del heredero del trono constituye en efecto una transgresión mayor. Una más de un monarca que no ha cesado de convertir en norma el ejercicio del poder absoluto, siendo así que sus predecesores no lo utilizaban más que de manera ocasional, cuando surgía un peligro y la necesidad imponía romper con las reglas comúnmente admitidas. Con este último «golpe de majestad» surge una dificultad importante: Luis XIII no estará ya para asegurar el cumplimiento de su voluntad.

CONVERTIRSE EN REY A LOS CUATRO AÑOS Y MEDIO