Luna de miel en el desierto - Anne Weale - E-Book

Luna de miel en el desierto E-Book

Anne Weale

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Beschreibung

Nicole no buscaba una aventura esporádica… y eso era lo único que podía ofrecerle el solitario doctor Alexander Strathallen. Por lo tanto, ella intentó resistirse a su atractivo… hasta que él le confesó que necesitaba un heredero, entonces le propuso un matrimonio de conveniencia. Nicole aceptó casarse sin amor, para que su hijo Dan tuviera un padre. Pero en la noche de bodas, en pleno desierto, descubrió que ansiaba mucho más. Aquello no formaba parte del trato, pero quizá podría convencer a su marido de que enterrase el pasado y le diera de nuevo una oportunidad al amor…

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Seitenzahl: 197

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Anne Weale

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Luna de miel en el desierto, n.º 1103- marzo 2022

Título original: DESERT HONEYMOON

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-547-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NICOLE se dirigía a una entrevista de trabajo que había aparecido en los anuncios del Times. En él proponían un empleo apasionante, muy bien remunerado y con posibilidades de establecerse en un país exótico. El perfil a cubrir era el de una profesional altamente cualificada.

Se alegraba de haber sido seleccionada, pero no estaba convencida de poder ganar el puesto. Aunque ella se consideraba buena, en el mundo del diseño había mucha competencia.

La dirección indicada se encontraba en la zona más elegante de Londres. Se trataba de un edificio de apartamentos con un portero uniformado en la puerta. Mientras le indicaba su nombre, Nicole fue consciente de ser observada por un joven vestido de gris. Tenía aspecto de ser un policía secreto.

El joven escolta la miró a los ojos fríamente. Sin duda, debía de ser extremadamente eficiente filtrando las visitas. Lo que significaba que los propietarios de los apartamentos eran o muy ricos o muy importantes.

—Señora, encontrará al doctor Strathallen en el cuarto piso, puerta dos —repuso el portero acompañándola hasta un lujoso ascensor.

Por el camino, Nicole se preguntaba si el doctor Strathallen sería su jefe, y si se trataría de un médico. Acabó concluyendo que probablemente no sería doctor en medicina. Aquello no tenía nada que ver con el diseño textil.

La puerta del ascensor se abrió antes de que Nicole pudiese adivinar qué tipo de doctor sería. Allí se encontraba una sala con un sofá, sobre el cual colgaba un cuadro de Gustav Klimt. Nicole pensó que no sería un original. ¿O quizá sí? A esos niveles todo podía ser posible.

A un lado de la sala había un letrero que indicaba donde estaba el apartamento dos. Caminando por la mullida moqueta, la joven llegó a la hora convenida y llamó al timbre.

Cuando la puerta se abrió, Nicole se encontró a un hombre con la mirada aún más fría que la del guarda del vestíbulo.

Aunque ella no solía ser tímida, aquel hombre la hizo titubear. Eso se debía a que era increíblemente atractivo, sin ser del todo guapo. Jamás había conocido a nadie con un carisma tan contundente.

Con un nudo en la garganta, se dirigió a él.

—¿Es usted el doctor Strathallen?

—Sí, pase.

Su voz era brusca y profunda y daba la sensación de tener otras cosas más interesantes que hacer que una entrevista.

Cuando entró, Nicole fue plenamente consciente de su presencia masculina. Notaba su altura, su constitución e incluso la energía física que irradiaba. Sin saber por qué, su mente la transportó a cierto momento de su infancia. Recordó haber ido al zoo de Regent´s Park y ver a un leopardo. Este animal en peligro de extinción sobrevivía perfectamente en el parque zoológico. Sin embargo, era incapaz de disfrutar de la potencia de su carrera veloz.

No sabía muy bien por qué aquel hombre le había hecho recordar aquel episodio de su niñez. Probablemente tenía algo que ver con su aspecto salvaje.

El lugar donde se iba a llevar a cabo la entrevista era un amplio salón decorado elegantemente, con objetos orientales. Nicole no sabía con certeza cual era el país de origen de aquellos objetos.

Muy a pesar suyo, ella no había viajado mucho. Era uno de los motivos por los que había solicitado el empleo: estaba deseando conocer el mundo. Pero, dándose cuenta de que el doctor Strathallen ni había sonreído ni le había dado la mano, pensó que no tenía posibilidades.

—Siéntese —le indicó el hombre, mirando hacia el sofá que estaba situado en frente, y tras de una mesa de cristal.

—Gracias —accedió Nicole.

Durante unos instantes, el hombre miró intensamente a Nicole que trató por todos los medios de no apartar los ojos. Había algo extraño en aquella mirada vigilante. No se trataba del deseo que puede sentir un hombre hacia una mujer. Por supuesto, no era ésa tampoco la intención de Nicole.

Esa mañana se había vestido para tener aspecto de profesional eficiente. Muchos hombres la habían mirado en el tren de cercanías y en el vestíbulo de la estación. Ella sabía que aún era muy atractiva. A los treinta y dos años no había perdido ni un ápice de su sex appeal, heredado de su madre.

Cuando parecía que el silencio no iba a terminar nunca, Nicole intervino.

—¿Va usted a entrevistar a mucha gente?

—A cinco personas, todas igualmente cualificadas —repuso el hombre—. La elección dependerá de sus aptitutes para adaptarse a las condiciones del puesto. ¿Le apetece un café?

—Sí, gracias —contestó Nicole.

Él se inclinó sobre la mesa y tomó una campana, sacudiéndola vigorosamente. Un mechón de cabello negro se deslizó sobre su frente.

—¿Y cuáles son las condiciones? —siguió diciendo ella.

Él le contestó con una pregunta.

—¿Tiene usted grandes conocimientos de geografía?

—Más o menos.

—¿Sabe usted dónde está Rajastán? —añadió el doctor.

—Por supuesto, es un estado al noroeste de la India.

Esperaba una pregunta más difícil; después de todo había ojeado alguna que otra vez el atlas de Dan. Siempre había soñado con viajar a países lejanos.

—¿Y qué más sabe de ese país? —insistió él.

—No mucho. Sé que tiene un desierto famoso.

—Sí, el Gran Desierto del Thar.

En ese momento entró un hombre de unos cincuenta años con manos delicadas. Aunque iba vestido a la europea se veía que procedía de la India.

—Por favor, Jal, ¿nos traes un café? —pidió Strathallen.

El hombre se inclinó ligeramente y se retiró.

—En la parte noroeste del desierto hay una ciudad amurallada que se llama Karangarh —continuó diciendo Strathallen—. ¿Qué le parecería instalarse para trabajar allí?

—Si no hubiese estado dispuesta, no habría solicitado un empleo como éste —replicó Nicole.

—Pero por lo que contestó en los formularios, parece que sólo ha viajado a zonas turísticas de varios países europeos.

—Pero porque no he tenido tiempo o dinero para ir más lejos, no porque no haya tenido interés —repuso ella—. Cuando murió mi madre, solía acompañar a mi padre durante las vacaciones. Ahora se ha casado otra vez, y ya no necesita mi compañía. Soy libre de ir donde quiera.

Aquello no era una mentira, sino una versión de la realidad para dar mejor impresión.

El criado volvió rápidamente, con una bandeja y sirvió el café en silencio, como lo requería el ritual.

Por alguna razón, Nicole tenía la impresión de que Strathallen no era el propietario de aquel apartamento tan lujoso. Simplemente no le pegaba. Como tampoco le pegaba llevar un traje gris con una camisa azul y una corbata azul marino.

Ella no sabía exactamente cómo iban vestidos los habitantes del Gran Desierto del Thar. Pero una vez había leído un libro sobre los tuaregs y se imaginaba a Strathallen en ese universo. Lo veía cubierto con un velo índigo, montando un camello y bordeando las dunas del Sáhara.

El cuerpo que estaba debajo del traje gris era demasiado potente y su mandíbula extremadamente voluntariosa.

Cuando el criado se retiró, ambos tenían delante una taza de café. Nicole añadió leche pero no tomó azúcar.

—¿Quiere unas galletas? —preguntó el hombre.

—No, gracias —contestó ella—. No como galletas.

Habitualmente, le encantaban. Pero no quería que Strathallen la pillase con la boca llena cuando respondiese a sus preguntas.

De pronto, frente a aquel hombre, Nicole se sintió nerviosa y aprensiva como si fuera una adolescente. Sin embargo, ella era una mujer madura.

—¿Cómo es de grande Karangarh? —preguntó Nicole.

—Hace muchos años era una ciudad muy importante gobernada por toda una dinastía de príncipes —repuso él—. El palacio de Karangarh es actualmente propiedad de su alteza el príncipe Kesri, el maharaja de Karangarh. También es el propietario de este apartamento.

Strathallen calló unos instantes para probar el café.

—Su vida es totalmente distinta a la de sus antepasados —siguió diciendo Strathallen—. Una gran parte del palacio se ha transformado en un hotel. Otra parte es un hospital. Algunos edificios han sido convertidos en talleres de artesanía. El Maharaja se educó en Inglaterra y América. Por eso sabe que para que los productos asiáticos sean del gusto occidental deben ser especialmente preparados. Esa es la razón por la que solicita la colaboración de un diseñador occidental. Quiere aumentar las exportaciones del negocio.

—¿Qué tipo de artesanía realizan esos artesanos? —dijo Nicole.

—Se lo mostraré en el vídeo que ha mandado elaborar especialmente el Príncipe, para los entrevistados.

Strathallen se levantó y se dirigió hacia un panel de maderas exóticas y madreperla. Lo abrió y apareció una gran pantalla de televisión. Volvió al sofá y con el mando a distancia puso en marcha el aparato.

 

 

Viendo a Nicole Dawson observar la pantalla, Alex tuvo la sensación de estar con un niño absorto en la trama de un cuento. Estaba absolutamente concentrada. Desde que apareció el primer plano de la ciudad amurallada de Karangarh entre las dunas, Nicole se quedó prendada con las imágenes.

Strathallen había entrevistado a todos los candidatos excepto a uno. Aquello empezaba a aburrirle. Ni los diseñadores estaban en su onda, ni él en la de los diseñadores. No le gustaban las grandes ciudades, ni sus habitantes. Especialmente, las ejecutivas ambiciosas vestidas con trajes de chaqueta de diseño. Detestaba sus cuerpos flacuchos y sus rostros llenos de maquillaje.

Pero esta mujer no era como ellas. Tenía unas curvas considerables y unas piernas increíbles. Sin embargo, no llevaba una minúscula minifalda. Tampoco cruzaba las piernas constantemente, como en la fiesta de la noche anterior.

Londres, Nueva York, París y todas las capitales del mundo supuestamente civilizado, parecían estar llenas de mujeres en busca de marido. Pero él no estaba disponible.

Para él el sexo no tenía mucha importancia. Las mujeres que le atraían eran pocas. A veces no estaban disponibles o no aceptaban sus condiciones. Todo solía terminar con un adiós cariñoso y nada más.

Estaba comprobando que la señorita Dawson tenía la melena rubia y lisa y las curvas insinuantes. Inmediatemente, tuvo ganas de raptarla y llevarla directamente a la cama.

La idea de cómo reaccionaría ella le divirtió enormemente. Sin duda, se resistiría. Pero, ¿en el fondo, tendría la intención de resistirse? ¿La atracción era recíproca? Tras esa fría fachada, ¿sería de carne y hueso? ¿Tendría el mismo súbito apetito sexual?

Por lo que había respondido en el cuestionario estaba soltera, no tenía pareja ni otros familiares a su cargo. Por lo tanto no había nadie que interfiriera en su trabajo. Una mujer así, a sus treinta y dos años, soltera y sin novio era un bien escaso.

Entre las mujeres que había conocido íntimamente, algunas habían resultado ser decepcionantemente inhibidas y otras excesivamente voraces. ¿Cómo sería en la cama Nicole Dawson?

 

 

Cuando el vídeo de Karangarh terminó, dejó a Nicole sumida en un fabuloso cuento de las mil y una noches.

—¡Qué sitio más maravilloso! —exclamó ella—. ¿Qué es lo que hace usted allí, doctor Strathallen? ¿Trabaja en el hospital?

Se le ocurrió que quizá estuviese asistiendo a algún congreso de medicina en Londres. Puede que el Príncipe le pidiera que buscara a algún diseñador.

El hombre se levantó y fue a desconectar y a cerrar el monitor.

—El hospital lo llevan médicos de la India. Yo soy antropólogo, y me dedico a estudiar las tribus nómadas de Rajastán. El Maharaja me deja que use el palacio como base de mis actividades.

—¿Ha estado viviendo allí durante mucho tiempo? —preguntó Nicole.

El hombre consultó su reloj de pulsera. Ella ya había notado que tenía unas manos bonitas. Las palmas y los dedos eran extremadamente largos.

—No tenemos mucho tiempo, señorita Dawson —dijo él sin contestarla—. Necesito saber más cosas acerca de usted. Podrá conocerme mejor si la selecciona el personal del Príncipe. Él es quién tomará la decisión final. Ya ha visto los informes preliminares. Le mandaré un correo electrónico con las entrevistas de esta tarde. Le responderemos en un breve plazo de tiempo.

Su abrupta respuesta y un algo indefinido en su acitud le dieron la sensación a Nicole de que había descartado su candidatura. Ya se había terminado todo: no habría más encuentros entre los dos.

Cosa que le pareció de lo más deprimente, porque era el hombre más atractivo que había conocido desde… Pero su mente acalló el final de la frase.

—¿Qué más quiere usted saber? —dijo ella fríamente, sabiendo que todo había terminado y que pronto volvería a casa.

 

 

Nicole no le había dicho a su familia que estaba haciendo entrevistas para cambiar de empleo. Nadie sospechaba que quisiese marcharse a otro país. Eso habría molestado a Rosemary, su madrastra. Por eso era mejor no decir nada hasta el último momento.

Nicole no estaba segura de cómo habría reaccionado el resto del grupo familiar. Pero bueno, al fin y al cabo, tenía la impresión de que iba a ser eliminada de la selección.

Cuando Rosemary le dijo que un tal doctor Strathallen la llamaba por teléfono se quedó muy sorprendida. Las malas noticias las comunicaban normalmente por carta.

—Soy Nicole Dawson.

—Buenas tardes, señorita Dawson —repuso él—. El Príncipe ha leído mis informes y ha decidido que usted y otra persona son los más capacitados para el trabajo. Quiere que yo la entreviste de nuevo. Podríamos quedar para comer el viernes que viene.

Afortunadamente, Nicole tenía tiempo libre porque acababa de terminar un proyecto que le había ocupado varias semanas.

—Me parece bien —contestó ella.

—Estupendo —añadió él, dándole el nombre y la dirección del restaurante—. Pues nos veremos allí a las doce y media.

Apenas tuvo tiempo Nicole de colgar cuando su madrastra le preguntó:

—¿Quién es el doctor Strathallen?

La nueva señora Dawson no dudaba en entrometerse en la vida privada de cualquier miembro de la familia.

—Es un antropólogo —repuso Nicole, esperando más preguntas, cuando su padre intervino.

El señor Dawson, estaba sentado junto al fuego, haciendo el crucigrama del periódico como cada tarde. Levantó la mirada y murmuró unas palabras.

—Strathallen… antropología… Eso me suena. ¿Ha escrito algún libro sobre ese tema?

—No lo sé, papá —contestó Nicole—. Apenas sé nada de él. Necesitaba a un diseñador y alguien le facilitó mi nombre.

Por suerte, Rosemary no hizo más preguntas porque era la hora de su programa favorito en la televisión. Nicole aprovechó para irse a su habitación.

—Me voy a la cama, papá —dijo ella, despidiéndose de su padre.

—Hasta mañana, querida. Que duermas bien.

Hubo cierta complicidad entre el padre y la hija, a pesar de no haber mediado palabra.

Cuando Rosemary se casó con su padre que se acababa de quedar viudo a los cincuenta años, Nicole se alegró por él. Pero cuando su madrastra empezó a tomar confianza, se puso insoportable. No es que fuera mala. Al contrario, era tan buena que se metía en la vida de todos los componentes de la familia. Y a veces, sus intervenciones terminaban siendo desastrosas.

—Buenas noches, Rosemary —repuso Nicole besando a su madrastra.

El ambiente de la casa se le hacía cada vez más insoportable. Tenía que salir de allí. Su padre no tenía más remedio que aguantarla con paciencia. El señor Dawson había cambiado mucho en los últimos tiempos. Incluso con Dan, su nieto; era menos vivo y alegre.

Dan había hecho los deberes en cuanto había llegado del colegio. Y ahora estaba jugando con su ordenador, en la pequeña habitación contigua a la de su madre.

—Hola, mamá —la saludó el niño—. Mira, ven a ver esto.

—Pero si es hora de acostarse —contestó la madre.

—Lo sé, pero tienes que ver esta página Web. ¡Es fabulosa! —exclamó Dan.

Nicole se quedó mirando la pantalla, con el brazo sobre los hombros de su hijo. Pero lo que tenía ganas de hacer en el fondo era darle un gran abrazo. Sin embargo, le dio un beso de buenas noches y Dan se lo devolvió, como siempre solía hacer. La madre no quería resultar excesivamente efusiva.

Dan tenía doce años, justo al comienzo de la pubertad, una edad tan complicada… Especialmente, para un niño sin padre. De aspecto se parecía a él. Tenía el cabello rubio y los ojos de color avellana. Pero el tamaño de sus pies y de sus manos dejaban adivinar que iba a ser muy alto. Nicole deseaba de todo corazón que fuese también una bella persona.

Después de enseñarle la página Web, Dan apagó el ordenador y se preparó para acostarse. En el colegio era más bien despierto. No es que fuera muy brillante. Los juegos deportivos en equipo le aburrían. Lo que más le interesaba era la informática, cosa que Rosemary deploraba y Nicole alentaba.

Mientras el niño se lavaba los dientes, su madre se quedó pensando distraída. Lo que a ella le gustaría era encontrar a un buen padre para Dan, que pudiera servirle de ejemplo. El abuelo intentaba solventar esa carencia lo mejor posible. Pero era mayor, no tenía la vitalidad de un hombre de treinta años.

No sólo por eso echaba de menos a un hombre en su vida. A Nicole le gustaría tener más hijos, su propio hogar y un hombre con quien compartir las noches. El panorama sentimental de sus veintitantos años había sido tan árido como el Gran Desierto del Thar. Ahora, con treinta y dos años, solía conocer a hombres casados. Los que estaban divorciados no tenían ganas de comprometerse otra vez. Hacía mucho tiempo que había dejado de pensar en un caballero andante que la rescatase del tedio.

Eso no iba a ocurrir en la realidad. La única persona que podía cambiar las cosas era ella misma. Por eso mismo, había solicitado el empleo del anuncio.

 

 

Caminando desde el metro hacia el restaurante, Nicole iba pensando en lo que habría comentado de ella Strathallen. En esta entrevista ya sabía muchas más cosas de él.

Su padre, que leía el periódico diariamente, estaba interesado en la antropología. Le había dicho que había leído un reportaje sobre una conferencia que había dado. El acto había tenido lugar hacía varios años en la Royal Geographic Society. Strathallen había hablado de la tribu nómada de los Rabari. La única razón por la que la conferencia había sido polémica era que el orador había despreciado los valores de Occidente.

Antes de acudir a la cita, Nicole se había informado sobre el restaurante. Una amiga le había dicho que se trataba de un sitio elegante y muy de moda.

Intentó no llegar demasiado pronto.

El restaurante tenía una cristalera y por ella descubrió a Strathallen con un hombre y una mujer, sentados en un sofá.

La mujer hablaba animadamente mientras bebía una copa de champán, como sus dos acompañantes.

Nicole entró en el local a las doce y media en punto. Dejó el abrigo y el paraguas en el guardarropa y penetró en la sala. El doctor, que la había visto llegar, estaba esperándola de pie.

—Buenos días —repuso él, sonriendo por primera vez y extendiéndole la mano.

La sonrisa transformó su rostro adusto en un ser amable e increíblemente atractivo. Eso causó una honda impresión en Nicole.

—Buenos días —contestó ella.

Ambos se estrecharon la mano, aunque él con menos frialdad que ella.

Strathallen llamó a un camarero y le comunicó que iban a sentarse en una mesa. Sólo había una pareja más, vestidos de forma extravagante. Debían de ser componentes de algún grupo de rock. El resto del restaurante estaba vacío.

—¿Le apetece beber algo? —preguntó el doctor.

Pero Nicole, con la tensión o con el impacto de aquel saludo tan cordial, se había quedado en blanco.

—Como yo estaba bebiendo champán seguiremos con dicho vino —adujo Strathallen—. Por favor, camarero, dos copas de champán.

—Sí, señor. Ahora mismo.

Cuando el joven se alejó, el doctor comenzó a charlar.

—He llegado antes de tiempo y me he entretenido hablando con una pareja de viajeros americanos. Eran muy simpáticos. Espero que no haya tenido problemas con su jefe para venir a comer al centro de Londres.

—Oh, no. Mi horario es flexible. Además la gente con la que trabajo es muy agradable. Nos conocemos desde la Universidad. Siempre he procurado dar lo mejor de mí misma trabajando en equipo, pensando en disfrutar a cambio de tiempo libre. Así, he podido asistir a varios cursos.

—¿Qué tipo de cursos ha realizado?

—De gestión administrativa, informática, de aplicaciones gráficas… Ese tipo de cosas.

El camarero trajo el champán y dos sobres con la carta.

—Brindo por un agradable almuerzo —repuso Strathallen, elevando la copa—. Decidamos primero lo que vamos a tomar para poder hablar luego tranquilamente.

Nicole procuró concentrarse en lo que le decía el maître, pero no pudo hacer mucho caso de sus palabras en francés. Estaba demasiado ocupada en causarle una buena impresión a su entrevistador. No obstante, sabía por su amiga, que la cocina era exquisita. El restaurante figuraba con dos estrellas en la guía Michelin.

Aunque el maître era extremadamente atractivo no lo era tanto como su acompañante.

Era probable que Strathallen fuera de origen escocés, a pesar de vivir en un país tan exótico.

Una vez que pidieron el menú, Nicole preguntó impulsivamente:

—¿A su esposa le gusta vivir en la India, doctor Strathallen?

Se arrepintió de sus palabras nada más pronunciarlas. El hombre no mostró su reacción pero pareció sorprenderse. Posiblemente, habría tenido la intención de llevar él la conversación. O quizá le fastidió que le hicieran una pregunta personal. De cualquier modo, Nicole tuvo la sensación de haberle molestado.

—No estoy casado —respondió él—. Mi forma de vida y la familia son dos cosas incompatibles. ¿Y usted, cómo es que no está casada?

El formulario que había rellenado dejaba claro que no se trataba de una mujer casada ni divorciada. Sin embargo, en las preguntas no habían incluido si era madre soltera. Y por supuesto, no tenía la mínima intención de revelarle el dato a su entrevistador. Si le hablaba de Dan, lo más probable sería que pensase mal de ella.

Para algunas personas puede ser difícil comprender cómo teniendo un hijo, una madre quiera marcharse a otro lugar lejos de él. Por muy breve que sea la separación.

Si Dan hubiese sido más pequeño, no se habría separado de él. Pero en ese momento de su vida, Nicole anteponía los pros a los contras para salir de su casa. Lo más seguro sería que ella le echase de menos a él, mucho más que él a ella.

Nicole volvió a la conversación, consciente de no haber conseguido el puesto definitivamente.

—Una vez me enamoré cuando era más joven. Pero no funcionó. Desde entonces me he dedicado a mi trabajo. Puede que algún día encuentre a alguien… pero el asunto no me obsesiona. Hay otras cosas en la vida.

—Por supuesto… y la comida es una de ellas —añadió él.

En ese momento, llegaron dos camareros con una bandeja de plata y les sirvieron los platos.

Nicole había pedido escalopes adornados con chalotas y achicoria. Previamente, había mordisqueado los panecillos que estaban en una cesta. Fue consciente de estar mucho más hambrienta de lo esperado.